Capítulo 69
Una traidora en la familia
Tras haber impedido que la Guardia Real ejecute la orden del rey de desalojar a los miembros de la Asamblea Nacional del recinto donde se encontraban, Oscar - seguida por André - se dirigió a su mansión. No estaba preocupada por ella ni por lo que pudiera pasarle; estaba preocupada por sus doce soldados, esos doce soldados que al igual que ella se habían negado a ejecutar la orden que se les dio y que corrían el riesgo de ser fusilados. No obstante, aquella no era su única preocupación, porque adicionalmente, Oscar había colocado a Victor Clement en una posición muy complicada; Gerodelle era el Comandante de la Guardia Real - quizás el cargo de mayor confianza dentro de todo el ejército - y estaba segura de que sus acciones tendrían serias consecuencias, sin embargo, a pesar de sentir una gran preocupación por él, había decidido no decirle nada sobre eso a André.
A pesar de saber que el nieto de Marion era consciente de sus sentimientos, ella aún sentía una gran culpa por haberlo lastimado en el pasado. Oscar sabía lo mucho que a André le había dolido que alguien como Gerodelle le proponga matrimonio, porque el conde - a diferencia suya - pertenecía a una familia noble de gran prestigio, mientras que él únicamente era un plebeyo que trabajaba para su familia, y aunque para Oscar eso no lo convertía en alguien de menor valor, era muy consciente de que ese hecho había sido la principal causa por la que André nunca se atrevió a confesarle sus sentimientos en los largos años que compartió con ella.
Un plebeyo, una aristócrata... ¡Qué tontería! - pensaba Oscar, porque a fin de cuentas, todos los seres humanos nacían y morían iguales.
No obstante, y sin intención de hacerlo, ella había validado la idea de que esas diferencias sí eran importantes para ella cuando se enamoró de Fersen y no de él, a pesar de haberlo tenido siempre a su lado. "Ah! Mi querido André, jamás pienses que esas fueron las razones por las que me fijé en Fersen..." - se repetía muchas veces cuando, llena de remordimiento, pensaba en el daño que le había hecho a su mejor amigo.
Oscar no era consciente de que el amor que André sentía por ella estaba por encima de todo lo que había ocurrido en el pasado. A pesar de lo mucho que sufrió, André sabía que Oscar nunca tuvo la intención de hacerle daño, porque sabía perfectamente que ella nunca se dio cuenta de lo mucho que lo estaba lastimando verla sufrir por Fersen.
- "¿Sería yo capaz de olvidar si él se enamorara de otra mujer en este momento? ¿Sería yo capaz de permitirle regresar si él, arrepentido, quisiera volver a mí tras darse cuenta de que es a mí a quien verdaderamente ama?..." - se preguntaba Oscar, y aunque estaba segura de que entendería que él pudiera enamorarse de otra mujer, también pensaba que estaría demasiado lastimada como para continuar a su lado.
- "No puedo, André... No puedo decirte que el destino de Gerodelle me preocupa tanto como el de Alain, Lasalle, y el resto de los soldados que fueron llevados a la prisión de Abbey... No me atrevo a remover ninguno de los tristes recuerdos que habita en tu corazón..." - se decía a sí misma, mientras lo observaba de pie frente a ella.
- ¿En qué piensas? - le preguntó él, al ver que ella lo miraba pensativa, y tras una breve pausa, la heredera de los Jarjayes volvió a dirigirse al hombre que amaba.
- Vayamos a casa, André. - le respondió evadiendo su pregunta. - Mañana enfrentaré todo lo que tenga que enfrentar, pero hoy necesitamos pensar en cómo vamos a ayudar a Alain y a los otros... - agregó.
Él asintió con la cabeza y ambos se montaron en sus caballos, sin embargo, André no podía dejar de pensar en lo que Oscar había hecho.
...
A algunos kilómetros de ahí, y tras haber recibido la noticia de la traición de Oscar, el General Jarjayes- al lado del General Boullie - caminaba hacia el salón donde el rey de Francia y su séquito lo esperaban. Había sido incapaz de pronunciar palabra alguna tras enterarse de lo ocurrido; en ese momento ni siquiera era capaz de procesarlo. Como militar de larga trayectoria sabía que las órdenes de un superior jamás se cuestionaban, sólo se obedecían, y Oscar no sólo había desobedecido la orden de la máxima autoridad del ejército francés, había desobedecido una orden que venía directamente del rey.
Por su parte, el General Boullie caminaba a su lado, apenado, pero firme. Apreciaba al Conde Jarjayes, pero era su responsabilidad velar porque se cumplan las normas del ejército, por eso no podía ignorar la desobediencia de Oscar ni mucho menos su intervención cuando la Guardia Real se disponía a ejecutar la orden que ella había ignorado.
Tras caminar por los largos pasillos del Palacio de Versalles, el patriarca de la prestigiosa familia Jarjayes llegó al salón donde se encontraba el rey de Francia; Luis XVI y sus consejeros se encontraban sentados alrededor de una elegante mesa de fina madera, y al verlo llegar, todos guardaron silencio.
- Adelante, General Jarjayes. Por favor, tome asiento. - le dijo finalmente Luis XVI con la amabilidad que lo caracterizaba, y el esposo de Georgette de La Tour se sentó en una de las sillas vacías que ahí se encontraban. Sabía que no había manera de defender a su hija, lo único que podía hacer era enfrentar ese momento con el mismo valor que enfrentaría al enemigo en el campo de batalla, incluso sabiendo que la derrota era inminente e inevitable.
Entonces, en un tono muy distinto al del rey de Francia, uno de los aristócratas que ahí se encontraba se dirigió a él.
- ¡Conde! ¡Conde Jarjayes!... Su hijo... quiero decir, su hija, la Brigadier Jarjayes, ¡ignoró hoy públicamente una orden del rey! - exclamó tras darle un golpe a la mesa de manera enérgica y lleno de ira.
- ¡Es un delito imperdonable! - vociferó otro. - ¡Podrían retirar el título de nobleza de la familia Jarjayes y exiliar a la Brigadier Jarjayes lejos de Francia! - agregó enojado.
- Conde Jarjayes, esta vez no puedo abogar por usted. - le dijo el General Boullie en un tono calmado, pero decidido.
- Entonces, Conde Jarjayes, ¡¿Cómo piensa usted encargarse de este asunto?! - insistió el primero que se había dirigido a él. - ¡Su Majestad, por favor, ordene el castigo! La actitud de la Brigadier Oscar es una ofensa de la familia Jarjayes, pienso incluso que se les deberían confiscar sus propiedades. - agregó el noble vehementemente, dirigiéndose esta vez al rey de Francia.
Por su parte, Luis XVI lucía dubitativo. Apreciaba a Oscar; desde que era un adolescente, ella siempre había estado cerca de su familia, y su esposa, la reina María Antonieta, la consideraba una entrañable amiga. No obstante, también entendía que lo que ella había hecho era algo muy grave, sobre todo en aquellos momentos en los que el poder de la monarquía casi pendía de un hilo.
- Preferiría primero discutir este asunto con la reina, si no les importa. - les dijo el rey tímidamente, sin embargo, el patriarca de la familia Jarjayes ya había tomado una decisión.
- Perdone que interrumpa, Su Majestad. - le dijo Regnier al rey con la mirada perdida. - No hace falta esperar a que me dicte cual será el castigo. ¡Yo me encargaré de esa rebelde con mis propias manos! - exclamó, y tras ello, se excusó y se retiró, ante la mirada consternada de todos los presentes.
"¿Acaso es lo que creemos?" - pensaron. - "¿Acaso el Conde piensa acabar con la vida de su hija para limpiar el nombre de su familia?" - se preguntaron todos, aunque sus palabras no dejaban espacio a dudas y mucho menos la mirada desorbitada de su rostro.
Regnier de Jarjayes era uno de los generales más destacados del ejército francés. Desde joven, sobresalió por su valor, su destreza en el arte de la esgrima y su impecable manejo de las armas. Se volvió muy popular tras conseguir convencer a Francisco I de Lorena de renunciar al ducado que le correspondía por derecho, evitando así un conflicto armado que podría haber cobrado muchas vidas.
Heredero de una gran fortuna, había sabido conservarla y multiplicarla. Además, descendía de una de las familias más honorables de Francia; su bisabuelo, abuelo y padre habían servido al rey como militares de alto rango y él no fue la excepción, ganándose la alta estima de Luis XV y Luis XVI. Durante años buscó tener un descendiente varón para continuar con la tradición de su familia, pero tras tener cinco hijas mujeres, empezó a desesperarse hasta que Georgette, su amada esposa, le anunció que estaba nuevamente embarazada.
¡Que alegría había sentido aquel día! Estaba seguro que el tan buscado heredero varón estaba en camino, sin embargo, no todas eran buenas noticias, porque el Doctor Lassone, médico de la familia, encontró que Georgette tenía una condición delicada, y debido a ello, ese sexto embarazo tendría que ser el último si no quería poner en riesgo la vida de su esposa.
"No te preocupes, seguramente este sí es el varón que tanto espero..."
Aquellas fueron las palabras del general tras encontrar a Georgette sumida en la tristeza luego de enterarse de que - a pesar de aún ser lo suficientemente joven - no podría tener más hijos, ya que su mayor ilusión era traer al mundo al niño que Regnier tanto ansiaba. Además, ella intuía que el bebé que llevaba en el vientre era nuevamente una niña, sin embargo, las convincentes palabras de su esposo le hicieron creer que quizás estaba equivocada.
"Es imposible que después de cinco niñas, la sexta también lo sea..."
Esa era la frase que repetía el general cada vez que su esposa le mencionaba esa posibilidad. No obstante, Georgette no se equivocaba, y en la madrugada del 25 de Diciembre de 1755, trajo a una nueva hija al mundo, lo que despertó en Regnier de Jarjayes una enorme frustración.
- "¡En una familia de generales que resguardan a la familia real no hay lugar para otra mujer!" - había dicho aquel día.
No podía aceptarlo, a tal punto que ni siquiera quiso ver a su nueva hija tras recibir esa noticia; solamente atinó a irse. Sin embargo, su enojo le duró unos pocos segundos, y antes de atravesar la salida, una nueva ilusión lo llenó de esperanza.
Entonces, tomó a la recién nacida entre sus manos mientras ella lloraba asustada, y tras ello, pronunció las palabras que trazarían para siempre el destino de Oscar.
"¡Ya lo he decidido! ¡Tú serás un hombre!... Te llamarás Oscar... ¡Al fin tengo un hijo!"
A partir de ese momento, se dedicó en cuerpo y alma a prepararla para la carrera militar, y con orgullo, Regnier comprobó que no se había equivocado al elegirla, ya que Oscar era tan diestra como él y aprendía todo con una enorme facilidad.
Habían pasado muchos años desde que aquellos días terminaron, pero por alguna extraña razón, Regnier no podía dejar de pensar en ellos desde que salió del salón donde le había prometido al rey de Francia que se encargaría de ella para defender el honor de su familia. Segundo tras segundo, venían a su memoria los recuerdos del día en que, por primera vez, puso en sus manos una espada, o de cuando montó a caballo con su ayuda cuando por fin alcanzó el tamaño para poder hacerlo.
Y mientras pensaba en ello, bajo aquella intensa lluvia que no hacía más que confundir aún más sus pensamientos, tomó su caballo y cabalgó sin rumbo durante varios minutos que le parecieron horas.
- "¿¡Por qué, Oscar!? ¿¡Por qué lo hiciste!?" - se repetía el general sin encontrar explicación a tanta rebeldía.
Entonces se detuvo en uno de los solitarios bosques del Palacio de Versalles, y tras bajar de su caballo, cayó de rodillas sobre el césped y se sumergió en una profunda desesperación. Amaba a su hija, la amaba con todo su corazón, pero no podía permitir que toda su familia se destruya por sus actos. Como patriarca de los Jarjayes, debía velar por el futuro de todos los miembros de su familia, no únicamente por el de Oscar.
- "Si permito que haya un traidor entre los Jarjayes, ¿que pasará con las vidas de Hortense, Josephine, Catherine, Marie Anne y Clouthilde?" - se preguntaba Regnier, muy seguro de que la desgracia arrastraría al resto de sus hijas, a los hijos de sus hijas, y a todas las generaciones venideras, ya que al pertenecer al linaje de los Jarjayes, todos ellos quedarían marcados para siempre con el estigma de la traición.
Y mientras más pensaba en ello, más se llenaba de rabia contra Oscar. ¡No podía entender el tamaño de su inconsciencia! No obstante, eso no hacía que su decisión fuera más fácil, porque tal como Sugan - aquel pobre trabajador de la provincia de Arrás que estuvo dispuesto a sacrificar la vida del más pequeño de sus hijos para que el resto de su familia sobreviva - ahora el Conde Regnier de Jarjayes tenía que hacer lo mismo con Oscar: tenía que sacrificarla por el bienestar del resto de la familia.
Entonces, sabiendo que no podía hacer otra cosa, empezó a llorar desconsoladamente. "¡Dios mío! ¡Por qué me has puesto en esta encrucijada!" - sollozaba sintiendo su corazón destrozado por el dolor.
No obstante, no había marcha atrás. Oscar había cometido un terrible delito, un terrible delito que él debía castigar con su propia mano si no quería que el resto de su familia se hunda en la desgracia. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejarla sola, porque después de acabar con su única heredera, acabaría también con su propia vida para seguirla, ya que estaba seguro de que no podría seguir viviendo con el devastador dolor de haberla perdido ni mucho menos con la culpa de haberle quitado la vida.
...
Fin del capítulo
