Capítulo 72

Regnier y Georgette

Habían pasado tan solo unos minutos desde que André abandonó la mansión Jarjayes, y bajo la lluvia, cabalgaba rumbo a París en busca de Bernard. Sus compañeros de la Compañía B aún corrían un grave peligro, y tanto él como Oscar estaban decididos a luchar por sus vidas.

Por su parte, tras ingresar a su biblioteca en medio de la oscuridad, Regnier de Jarjayes se había sentado en uno de los sillones que ahí se encontraban con la mirada en el piso y sin poder reaccionar. Había estado a punto de matar a su propia hija; no había dudado ni siquiera por un segundo de que ese era el camino correcto para proteger el nombre de su familia y se sentía terriblemente mal por ello. Ahí, en medio de su devastación, reflexionaba acerca de lo ocurrido tan solo unos minutos antes. Sabía que de no haber sido por la intervención de André, seguramente para esos minutos Oscar, y también él, estarían muertos.

Y mientras pensaba en ello lleno de remordimientos, sintió el sonido de la puerta posterior del salón donde se encontraba abriéndose de par en par y unos pasos conocidos aproximándose a él. Era Georgette, la cual, tras ingresar a la habitación, se preocupó al ver a su esposo en ese estado. Regnier parecía estar fuera de sí, tanto, que ni siquiera se inmutó al sentir la presencia de su esposa.

- Regnier... ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? - le preguntó ella angustiada, y tras escucharla, él se arrojó a sus pies y empezó a llorar amargamente.

Todo lo que quería era pedirle perdón, porque si hubiera consumado su plan, Georgette hubiera sido la principal víctima de toda esa tragedia al perder al mismo tiempo a su esposo y a su hija. No obstante, no se sentía en la capacidad de confesarle lo que había estado a punto de hacer, porque sabía que ella jamás le perdonaría que haya intentado arrebatarle la vida a Oscar.

- Amor mío, por favor, dime, ¿qué ha pasado?... - le suplicó ella con el corazón destrozado por verlo en ese estado de desolación, pero Regnier, abrazado a sus pies, se mantuvo en silencio.

Unos segundos después, ella lo ayudó a levantarse, y el patriarca de los Jarjayes volvió a sentarse en el sillón donde había estado sentado originalmente. Tras ello, se acercó a una bella mesa de madera que tenía sobre ella una fina jarra de plata y le sirvió un poco de agua.

- No hay nada que no podamos solucionar juntos, por favor, dime lo que ha ocurrido. - insistía Georgette, pero Regnier sabía que sería incapaz de confesarle la verdad.

Mientras tanto, Oscar bajaba las escaleras en dirección a la biblioteca. Necesitaba descansar, sentía mucho frío y se sentía débil, pero al llegar a la puerta de su habitación, decidió regresar para ver a su padre; necesitaba hablar con él acerca de André para aclararle la verdad de su relación con él. No obstante, cuando estaba por llegar a la primera planta empezó a toser profusamente, tanto, que tuvo que sostenerse de uno de los barandales para no caer.

Toda aquella situación había sido un terrible golpe para su ya deteriorada salud. El permanecer tantas horas bajo la lluvia, el esfuerzo que hizo al luchar con los subordinados del General Boullie para liberarse y poder huir, el cabalgar a toda velocidad para evitar que la Guardia Real desaloje a los representantes del Tercer Estado, y luego el altercado con su padre, el cual había estado a punto de quitarle la vida no sólo a ella, sino también al hombre que amaba.

Unos segundos después su crisis fue pasando, y con las manos temblorosas, tomó de su bolsillo un pañuelo blanco y limpió el fino hilo de sangre que había expectorado. Tras ello, tocó su frente con una de sus manos y comprobó lo que ya suponía: que estaba ardiendo en fiebre. No obstante, siguió adelante, y al llegar a la biblioteca donde se encontraba su padre, llamó a la puerta para anunciar su llegada.

- Padre, soy yo, Oscar... - le dijo debilmente.

Entonces Regnier levantó la mirada hacia su esposa y Georgette supo por intuición que debía guardar silencio. Tras ello, su heredera entreabrió la puerta, y desde la entrada, volvió a dirigirse a él.

- Padre, sólo vine a aclararte una cosa. Entre André y yo nunca ha pasado absolutamente nada. Él jamás le ha faltado el respeto a esta casa ni ha defraudado la confianza que depositaste en él. - le aseguró.

Entonces, tras unos segundos de silencio y sumido en la oscuridad y en el dolor, Regnier se dirigió a ella.

- Oscar... ¿Él es el hombre por el que decidiste dejar la Guardia Real? ¿El hombre del que me dijiste que te habías enamorado? - le preguntó Regnier, recordando aquella charla que tuvo con su hija cuando ella le pidió que rechace la propuesta de matrimonio de Gerodelle hacía un tiempo atrás.

Y tras una breve pausa, Oscar volvió a dirigirse a él.

- No, padre. André no es ese hombre. - le respondió ella ante la sorpresa de Georgette, que no tenía idea de que su hija hubiera estado enamorada en el pasado.

No obstante, y a pesar de su respuesta, Regnier sabía que André no se hubiera atrevido a decir que iba a fugarse con Oscar si no hubiera estado seguro de que ella correspondía a sus sentimientos. Entonces, tras una breve pausa, Regnier volvió a dirigirse a su hija.

- Sin embargo ahora lo amas, ¿cierto, Oscar? - le preguntó.

No obstante, ella se mantuvo en silencio. ¿Acaso servía de algo que se lo confesara después de todo lo que Regnier le había dicho al hombre que amaba?

Entonces, tras una larga pausa, prefirió evadir su pregunta.

- Con permiso, padre. Ya te dije todo lo que tenía que decirte. - le respondió Oscar a Regnier, y tras ello, se retiró.

...

Mientras tanto, en el Palacio de Versalles, María Antonieta respiraba aliviada nuevamente tras saber que el mensaje que envió a la casa Jarjayes había sido entregado a tiempo, y en uno de los salones, al lado de sus damas de honor, no podía evitar pensar que quizás Oscar había tenido razón al actuar de esa manera. La petición de desalojar a los miembros de la Asamblea Nacional con orden de disparar a matar había sido excesiva, y no se explicaba en qué momento su esposo, que era un hombre pacífico, se había atrevido a tanto.

Y mientras pensaba en ello, el rey de Francia ingresó al salón donde ella se encontraba.

- Buenas noches... - les dijo el nieto de Luis XV.

Entonces, María Antonieta se dirigió a las damas que la acompañaban.

- Por favor, déjennos solos. - les dijo.

Y tras hacer una venia frente a Sus Majestades, ellas abandonaron el salón.

- Su Majestad... - le dijo la reina aproximándose a él.

- Lo sé... Sé lo que vas a decirme. - le respondió el rey, y tras ello, se sentó en uno de los elegantes sillones del salón.

- El poder de la corona se ha visto mellado por la rebeldía de los representantes del Tercer Estado y los nobles que conforman la Asamblea Nacional. Entiendo que hayan querido castigarlos, pero enviar a Oscar y a Gerodelle a desalojarlos y darles la orden de disparar a matar fue excesivo. - le dijo María Antonieta.

- El General Boullie creyó que debíamos cortar el problema desde la raíz... - le respondió Luis.

- ¡Pero tú no eres así!... ¡Tú no eres un asesino! - exclamó ella.

Entonces él bajó la mirada; casi parecía avergonzado por lo que había hecho. Su esposa tenía razón; la crisis política que atravesaba su país lo estaba obligando a convertirse en algo que no era.

- Lo sé, lo sé... - le respondió él tras un breve silencio. - Por una parte, me alegro de que no se haya ejecutado esa orden. - agregó.

Y tras una pausa, la reina volvió a dirigirse a él.

- Lo que no puedo entender es por qué dejaste ir al General Jarjayes aún cuando dijo que castigaría a Oscar con sus propias manos... ¿Acaso no sabes lo que eso significa? - le preguntó María Antonieta con indignación.

- No pensé que fuera capaz de hacerle daño. Mi intención siempre fue hablar contigo primero. - le respondió él.

Y tras escucharlo, la reina respiró hondo para tratar de calmarse.

- Envié un mensaje a la casa Jarjayes para decir que no habría castigo para Oscar ni para su familia; no podía permitir que ocurra una desgracia... Ahora quiero que hagas lo mismo por Gerodelle. - le exigió María Antonieta, pero Luis XVI bajó la mirada con tristeza.

- Eso es imposible... - le dijo el rey de Francia.

- ¡¿Pero por qué?! - le preguntó María Antonieta.

- ¿Es que no lo entiendes?... Gerodelle era el Comandante de la Guardia Real, el miembro del ejército con el más alto grado de confianza de la Casa Real... Si perdono su falta sin que haya consecuencias, mi autoridad como rey de Francia decaerá aún más de lo que ya ha decaído. - le respondió.

Entonces María Antonieta lo miró pensativa. Por supuesto que entendía la posición de su esposo, pero por otro lado, Gerodelle había servido en la Guardia Real desde hacía mucho tiempo y era alguien a quien ella apreciaba mucho. Además, pensaba que no merecía ser castigado.

- ¿A dónde lo llevaron? - le preguntó la reina.

- A la prisión de La Bastilla. - le respondió el rey.

Y tras una pausa, continuó.

- A pesar de que el general Boullie quería enviarlo a una prisión militar, yo decidí enviarlo a La Bastilla mientras las cosas se calman. Ahí estará bien. - agregó.

- Pero no deja de ser una prisión... - le dijo ella angustiada.

No obstante, también para el rey había sido un día muy duro y no sabía qué más hacer.

- Los miembros del consejo real querían que decidamos hoy mismo que hacer con él, pero estoy demasiado cansado, por eso los cité para revisar su caso mañana por la tarde. - le dijo.

- Entiendo... - le respondió ella.

Tras ello, caminó unos pasos hacia el ventanal que daba a los jardines de Versalles. No podía dejar en manos del consejo real el destino de Victor Clement, porque su caso era mucho más grave que el de Oscar. La heredera de los Jarjayes desde hacía mucho tiempo había renunciado a la Guardia Real y formalmente ya no tenía un cargo de confianza con la familia real, por eso el castigo para ella y el castigo para su familia implicaba, en el peor de los casos, la deshonra, el retiro del título nobiliario a la familia y la expropiación de sus propiedades. No obstante, el caso de Gerodelle era muy distinto, porque como comandante de la Guardia Real tenía un cargo de gran confianza y su castigo sí podía implicar la pena de muerte.

- "No puedo dejar que los consejeros de mi esposo decidan el futuro de Gerodelle. Serían implacables y seguramente Su Majestad se dejaría llevar por lo que le digan... Pero ¿qué puedo hacer?" - se decía a sí misma.

...

Mientras tanto, en la Mansión Jarjayes y tras escuchar las breves palabras de la última de sus hijas, Regnier y Georgette permanecían en silencio y reflexionaban acerca de lo que ella les había dicho. Al parecer entre André y Oscar no existía una relación como tal, pero era claro que se amaban a pesar de nunca haber consumado ese amor.

Entonces Georgette, pensando que esa era la única razón por la que su esposo se encontraba en ese estado de conmoción, tomó sus manos y se sentó al lado suyo.

- ¿Es eso lo que te tiene así? - le preguntó a Regnier.

No obstante, tras haber estado a punto de derramar la sangre de su hija con sus propias manos, el enojo que había sentido tras enterarse de que André amaba a Oscar y que al parecer ella le correspondía se había disipado; finalmente fue gracias a ese amor que se había evitado una tragedia. Sin embargo, su esposa no lo sabía y seguía intentando obtener una respuesta de Regnier, el cual seguía sin decir palabra alguna.

Entonces, Georgette se levantó para encender las velas de uno de los candelabros que se encontraban en el salón, y tras ello, se acercó nuevamente a su marido.

- Regnier, no creo que haya un mejor hombre que André para ser el esposo de nuestra hija... - le dijo ella.

Y en ese momento, Regnier, desconcertado por las palabras de su esposa, dirigió su mirada hacia ella.

- Pero qué dices, Georgette... - le respondió él débilmente, rompiendo por primera vez el prolongado silencio que lo tenía cautivo. - Sabes bien que ellos no pueden casarse. El rey jamás aceptaría su unión. - afirmó.

- Durante años le hemos negado a Oscar la posibilidad de ser feliz como la mujer que es... ¿Acaso pretendes que sigamos haciéndolo?... - le preguntó. - Además, no se trata de cualquier persona: se trata de André...

Y tras una pausa, Georgette continuó.

- Oscar no tiene un carácter facil... Es generosa, pero también es impulsiva y algunas veces obstinada. Por otro lado, André es calmado, reflexivo y analítico. Estoy segura de que de no ser por él, nuestra hija se hubiera metido en serios problemas desde hace mucho tiempo y no sería la persona que es ahora.

Entonces Georgette se levantó de donde estaba sentada y volvió a dirigirse a su esposo.

- No me imagino a un hombre mejor que André para ella. Además, siempre ha sido su mejor amigo y Oscar siempre lo ha respetado; incluso más que a nosotros que somos sus padres. - agregó.

Entonces, Regnier la miró pensativo. Sabía que Georgette tenía razón en todo lo que había dicho; nadie complementaba a Oscar mejor que André. Además, no estaría entregando a su hija a un desconocido, sino a alguien a quien ambos habían visto crecer y que la amaba tanto que incluso había estado dispuesto a morir por ella. No obstante, el problema no era que él fuera o no fuera el mejor candidato para ella, sino su diferencia de clases sociales, esa diferencia de clases sociales que pesaba tanto por aquellos tiempos.

Entonces Regnier también se levantó del sillón donde había estado sentado y se colocó frente a su esposa, y con una dulce voz, volvió a dirigirse a ella.

- Amada mía, concuerdo contigo en que André sería el hombre perfecto para Oscar, pero él es un plebeyo, y por más que yo quisiera que eso sea distinto, no puedo hacer nada para revertirlo. Al igual que tú, yo también deseo la felicidad de nuestra hija, pero tenemos que ser realistas: ella pertenece a una de las familias aristócratas de más alto rango y tradición en Francia, y Su Majestad jamás aceptaría que uno de los miembros de una familia como la nuestra contraiga matrimonio con alguien de rango inferior, menos aún si es un plebeyo...

Y tras una breve pausa, Regnier continuó.

- Entiéndelo, por favor. Como nobles, no podemos ir en contra de su voluntad... - le dijo a su esposa. Entonces ella lo miró algo desafiante.

- Eso no fue lo que pensaste cuando Luis XV se opuso a nuestro matrimonio. - le reclamó Georgette.

Entonces Regnier la miró sorprendido, y ambos empezaron a recordar lo que había ocurrido hacía más de cuarenta años atrás...

Por aquel tiempo, Georgette de La Tour era una hermosa joven aristócrata que vivía con su madre en una bella casa del Ducado de Lorena. No obstante, aunque ambas eran nobles, su rango era bajo y vivían de manera austera en la provincia.

Georgette amaba pintar. Sus antepasados se habían dedicado al arte y ella había heredado la pasión por la pintura, por eso cada vez que podía, se escapaba del cuidado de su sirvienta para dirigirse al bosque a pintar hermosos paisajes. Tenía una vida apacible; ignoraba que su familia atravesaba por serios problemas económicos, y es que su madre no quería agobiarla diciéndole que el dinero que les permitía mantener el humilde estatus que tenían estaba por terminarse.

Por otra parte, Regnier de Jarjayes pertenecía a una de las familias aristócratas más reconocidas y ricas de Francia. Generación tras generación, los Jarjayes habían protegido a la realeza francesa y gozaban de la confianza y simpatía de Luis XV, quien gobernaba por esas épocas.

Para ese tiempo, Regnier ya formaba parte del ejército francés, y fue enviado a Lorena en una misión secreta por orden del rey. Fue así que conoce a la que sería su futura esposa, de la cual queda prendado tras verla a través de la ventana de su carruaje en medio del bosque.

- "Que joven tan hermosa... Es humilde, sin duda, pero su rostro refleja al mismo tiempo la inteligencia y la inocencia de una dama muy fina..."- se dijo a sí mismo en aquel momento, mientras su carruaje avanzaba de camino a la posada donde se alojaría.

Por su parte, Georgette también había quedado deslumbrada por él. Nunca nadie había llamado tanto su atención. Aquellos ojos color zafiro habían encendido algo completamente nuevo dentro de ella, y sin poder sacarlo de su mente ni de su corazón, esa tarde se dedicó a retratarlo. No quería olvidar la emoción que le había provocado su mirada observándola.

Esa noche, Regnier se había mantenido despierto hasta muy tarde pensando en ella. Aunque no dejaba de lado la razón por la que había viajado hasta ese lugar, tampoco podía olvidarla. Entonces, al llegar la mañana del domingo siguiente, se dirigió a la iglesia de la localidad suponiendo que ahí podría verla, y efectivamente ahí encontró a Georgette, la cual se encontraba al lado de su madre.

De inmediato, su juventud y belleza volvieron a impresionarlo; se sentía demasiado atraído por ella. Entonces, sin poder resistirse más, se sentó a su lado ante la sorpresa de Georgette, la cual se sobresaltó al verlo a su lado.

De pronto, a pocos minutos de haberse iniciado el sermón, el caos se desató en el lugar; al parecer el Duque de Lorena había muerto repentinamente y los rumores decían que había sido asesinado por orden del rey de Francia.

- ¡Madre! ¡Madre! - gritaba la joven en medio de la multitud que la había separado de su progenitora.

Entonces Regnier la tomó de la mano y la llevó al extremo del salón.

- ¿Cómo te llamas? - le preguntó mirándola a los ojos, pero ella estaba tan nerviosa que fue incapaz de responderle.

- ¡Georgette! ¡Georgette! ¿¡Dónde estás?! - gritaba su madre mientras tanto, desesperada por no poder encontrarla.

- ¿Tu nombre es Georgette? - le preguntó Regnier, pero ella seguía sin responderle. - Yo soy Galtier... - le dijo.

- ¿Galtier? - preguntó ella, y tras ello, él volvió a dirigirse a ella sin apartar su mirada de la suya.

- Espero volver a verte pronto, Georgette... - le dijo Regnier con una sonrisa, y tras ello, abandonó la iglesia.

No obstante, a pesar de que el deseo del conde de volver a verla había sido genuino, por recomendación de sus superiores debía abandonar de inmediato el territorio de Lorena. Era demasiado peligroso que un enviado encubierto del ejército Francés permanezca ahí en tales circunstancias; podrían inculparlo fácilmente por el asesinato del duque. Entonces, y muy a su pesar, Regnier tuvo que retornar a Francia sin poder ver a Georgette nuevamente.

Durante varios días, la joven lo buscó incansablemente. Al lado de su sirvienta y con su retrato en mano, visitó todas las posadas y los restaurantes de su localidad, pero no había rastro suyo; era como si se lo hubiera tragado la tierra.

- "Dijo que nos veríamos pronto, pero quizás fue únicamente un impulso del momento..." - pensó Georgette entre lágrimas, y aceptó con resignación que nunca volvería a ver a aquel hombre que tanto la había impresionado.

Los días pasaron, y una tarde, Georgette encontró a su madre deshaciéndose de unos cuadros que tenían un inmenso valor sentimental para ellas, porque los había pintado el abuelo La Tour. Fue entonces que Georgette se enteró de que su familia se encontraba en serios problemas económicos, y devastada, aceptó casarse con un hombre mayor y financieramente estable que le había pedido a su madre su mano en matrimonio. No obstante, cuando ya se había resignado a su destino, Regnier regresó nuevamente a Lorena para acabar con la misión que había dejado inconclusa: convencer al nuevo Duque de Lorena de que renuncie al ducado que le correspondía por derecho.

Aquel día, el hombre que había heredado el título de conde de su recién fallecido padre caminaba desolado por el medio del bosque; le había dolido mucho poner a quien sería el padre de María Antonieta en la encrucijada de tener que elegir entre su futura esposa y su patria, y tras haberlo convencido de renunciar a sus tierras, caminaba cabizbajo en medio del bosque.

Entonces, sin presagiarlo siquiera, se encontró con Georgette, la joven en la que había estado pensando durante todo ese tiempo. ¡No podía creer que ella estuviera ahí, justo frente a sus ojos! Lucía tan hermosa e inocente como la recordaba.

Entonces, preso de la emoción, se acercó a ella, pero Georgette ya estaba comprometida, y prefirió huir de él.

- ¡Espera! ¡Por favor, detente Georgette! - le dijo en aquel instante.

Y corrió tras ella para luego abrazarla fuertemente contra su pecho.

- ¿Acaso no me recuerdas? - le dijo, y ella empezó a llorar entre sus brazos. - Cuanto te he extrañado... No he hecho otra cosa que pensar en ti.

Entonces la apartó unos instantes para mirarla a los ojos.

- Estoy aquí de incógnito. Debía proteger mi identidad y te dije que me llamaba Galtier, pero mi verdadero nombre es Regnier, Conde Regnier de Jarjayes. - le confesó.

- Conde Regnier de Jarjayes... - repitió ella.

- Mi padre murió poco después de conocerte. Heredé la casa y no podía mudarme... Pero nunca te olvidé... Por favor, perdóname. Me fue imposible regresar antes para buscarte... - le dijo mientras besaba tiernamente su mano.

- Es tarde ahora... ¡Es demasiado tarde! - exclamó ella.

Entonces Regnier la abrazó nuevamente y ella respondió a su abrazo.

- Yo tampoco te olvidé... ¡Quería quedarme a tu lado para siempre! - le confesó Georgette entre lágrimas.

Y tras ello, elevó una oración al cielo.

¡Señor, por favor, no me apartes de él! ¡Te prometo renunciar a lo que más me importa si puedo volver a verlo!

Entonces ambos se besaron apasionadamente, y tras ello, hicieron el amor en medio del bosque.

Algunos minutos después, y aún recostados sobre la hierba, Regnier acarició su rostro con ternura, y mientras lo hacía, se dirigió nuevamente a ella.

- Ahora que terminé mi misión, me veo obligado a regresar a Francia, pero te prometo que conseguiré el permiso de Su Majestad para casarme contigo y regresaré a buscarte... Por favor, espérame Georgette. - le dijo suavemente.

No obstante, ella se puso de pie, y muy triste, se dirigió a él.

- Es imposible que el rey de Francia acepte que usted se case con una noble pobre de esta provincia... Además, ¡es demasiado tarde! - insistió Georgette a pesar de las palabras de Regnier.

Entonces se apartó de él y corrió rumbo a su casa.

Después de eso, Georgette no tuvo más alternativa que confesarle a su madre que se había entregado al hombre del que desde hacía mucho tiempo estaba enamorada. Su madre la comprendió y le pidió perdón; no tenía idea de que su amada hija hubiera estado sufriendo por amor, y lamentó haberle propuesto que contraiga nupcias con un hombre al que no amaba.

Por voluntad propia, Georgette decidió que ingresaría a un convento. Sabía que era imposible que el rey de Francia acepte que un hombre como Regnier se case con ella, y habiéndose entregado ya a un hombre, no podía casarse con ningún otro fingiendo una pureza que ya no tenía. Además, sabía que no podría olvidar a Regnier. ¡Que doloroso le resultaba tener que renunciar a él!

Por otro lado, y tal como Georgette suponía, Luis XV tomó a broma la petición de Regnier.

"Conde Jarjayes, me alegra que su misión haya sido todo un éxito, pero el matrimonio es otra cosa. Su familia ha protegido a la realeza por generaciones... La hija de un noble sin nombre de la provincia de Lorena no encaja en la casa Jarjayes.. Además, una campesina sufriría mucho en la corte de Versalles..."

El rey había sido implacable. Incluso le había comentado que él mismo se encargaría de recomendarle a una joven adecuada para él.

No obstante, Regnier no estaba dispuesto a cambiar a Georgette por ninguna otra mujer; la quería a ella... Sólo a ella.

Entonces, tras regresar a su casa y contarle a su fiel asistente lo que le había dicho el rey, salió a caballo hacia Lorena. No estaba dispuesto a renunciar al amor... Iría por ella tal como se lo había prometido.

- ¡Por favor, Monsieur, no lo haga! ¡Desobedecer una orden del rey llevará a la ruina a su familia! - le había gritado el anciano al verlo partir, pero él estaba decidido.

- "Georgette, no permitiré que nos separen... ¡Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para casarme contigo!" - pensaba.

Y después de mucho cabalgar, llegó a su casa. Ella se preparaba para subir al carruaje que la llevaría al convento en el que se recluiría, y se sorprendió mucho al verlo bajar de su caballo.

- ¡Regnier! - exclamó.

Entonces su madre, que estaba al lado de un pintor que había sido discípulo de uno de sus antepasados y que había ido a visitarlas, comprendió que aquel joven era el hombre del que su hija se había enamorado.

- Prepárate, Georgette. He venido para llevarte a mis tierras... Su Majestad me ha negado su consentimiento para casarme contigo, así que te llevaré a mis tierras y ahí se realizará la boda... Llevaremos a tu madre con nosotros. - le dijo.

No obstante, lucía atormentado.

- ¿De que me sirve ser un conde o un general si no puedo tenerte a mi lado? Nunca podría ser feliz. - le dijo.

- No... No debes desobedecer al Rey de Francia por mí... - le respondió ella.

Entonces, él la tomó entre sus brazos.

- ¡Nunca te dejaré! - le dijo.

- Regnier... - respondió ella.

Entonces el pintor, que había estado atento a su conversación, intervino.

- Perdón... Perdón que interrumpa una escena tan hermosa, pero ¿acaso dijo que Su Majestad no acepta su matrimonio con la señorita? Me parece imposible... - afirmó.

Entonces Regnier y Georgette dirigieron su mirada hacia él, y el maestro continuó.

- El bisabuelo de mademoiselle Georgette fue pintor en la corte de Luis XIII. De hecho, sus pinturas aún se exhiben en el Palacio de Versalles y fue el mismo rey quien le otorgó un título nobiliario en Francia. - les dijo.

Aquella fue una increíble revelación para ambos, incluso para la madre de Georgette, que no tenía idea de que el abuelo de su difunto esposo había pintado en la corte del rey de Francia.

Tras conocer aquel dato, todos sus problemas se solucionaron; Luis XV estuvo más que complacido con la idea de que Georgette de La Tour, la descendiente directa de Georges de La Tour - pintor oficial del rey Luis XIII - contraiga matrimonio con Regnier de Jarjayes.

Por su parte, y tal como lo prometió, Georgette nunca más volvió a pintar; le había ofrecido a Dios renunciar a lo que más apreciaba si podía volver a ver a Regnier, y jamás se arrepintió de esa renuncia, porque a cambio, obtuvo la felicidad de poder casarse con el hombre del que se había enamorado.

Habían pasado más de cuarenta años desde que todo eso ocurrió, pero Georgette aún lo tenía muy presente y comprendía perfectamente el dolor de imaginar no poder compartir la vida al lado de la persona amada, porque ella también había estado a punto de renunciar al amor por las diferencias de clases sociales.

Por otra parte, Regnier casi había olvidado los inicios de su relación con su esposa; casi no recordaba que cuando fue a pedirle permiso a Luis XV para casarse con Georgette este se había negado a aceptar su unión, pero que aún así, él había estado dispuesto a desobedecerlo para casarse con la mujer que amaba.

Entonces comprendió que, a diferencia suya, el comportamiento de Oscar y André había sido irreprochable. Ellos no solo no habían intentado fugarse para casarse en secreto para vivir plenamente su amor, sino que tampoco se dejaron arrastrar por la pasión como sí lo hicieron Regnier y Georgette. Al contrario, André había respetado a su hija durante todo ese tiempo a pesar de amarla y tener mil oportunidades para dejarse llevar por sus deseos, y Oscar, a pesar de tener un carácter igual de impulsivo que el suyo, había actuado con mucha mayor cautela de la que él había tenido mucho tiempo atrás.

No obstante, en ese momento no sabía que hacer; quería que su hija fuera feliz, pero la situación era complicada. Oscar acababa de desobedecer una orden del rey de Francia y las consecuencias pudieron ser muy graves; únicamente la había salvado la compasión de la reina María Antonieta. ¿Sería capaz Su Majestad de perdonar otra ofensa por parte de la familia Jarjayes? Eso, a los ojos del general, era tentar demasiado a la buena suerte que habían tenido hasta ese instante.

...

Fin del capítulo