Capítulo 73:

De vuelta en París

Era 23 de Junio de 1789. La noche había caído, y en el Palais Royale, Marie Christine esperaba ansiosamente la llegada del Duque de Orleans. Había llegado a sus oídos que la Guardia Real había intentado desalojar a los miembros de la Asamblea Nacional y quería escuchar los detalles de lo ocurrido.

Entonces, escuchó el sonido de la puerta principal abriéndose y dirigió su mirada hacia la entrada del salón donde se encontraba. Tal como lo sospechaba, el primo del rey de Francia acababa de llegar a su residencia, y mientras una de sus sirvientas tomaba su abrigo y su paraguas, Marie Christine se aproximó a él.

- Buenas tardes, mi señor. - le dijo, y tras ello, se inclinó ligeramente frente a él.

- Buenas tardes, Marie Christine. ¿Cómo ha estado todo por aquí? - le preguntó el duque.

- No ha habido ninguna novedad a destacar, mi señor. - le respondió ella, intentando no proyectar la curiosidad que la embargaba.

- Supongo que ya te enteraste de lo que ocurrió en el recinto de la Asamblea, ¿cierto?... ¡Pero qué digo! A estas alturas, esa noticia debe haberse regado como pólvora. - afirmó.

Entonces Marie Christine asintió con la cabeza.

- Pobre de mi primo... Cada día que pasa pierde más y más su autoridad. - agregó el duque, aunque con sarcasmo.

- Mi señor, pensé que se quedaría en el recinto junto a los representantes del Tercer Estado. - le dijo Marie Christine.

Y tras escucharla, el Duque de Orleans soltó una carcajada.

- ¿Yo? ¿Quedarme ahí? - replicó. - De ninguna manera, Marie Christine. Yo salí del recinto apenas el rey dio la orden de desalojar. En este momento no me conviene quedar mal con él. Finalmente yo también soy parte de la Familia Real. - agregó.

Y tras una pausa, continuó.

- Pero al igual que tú, supe lo que ocurrió: que el rey dio la orden de desalojar el recinto de la asamblea, y cuando los delegados se negaron a salir, el rey envió a la Guardia Real a obligarlos a hacerlo, pero cuando estaban por iniciar el desalojo, todos fueron detenidos por su antiguo comandante.

- ¿Por su antiguo comandante? - preguntó su favorita.

- Así es. Oscar François de Jarjayes. - le dijo.

Tras escucharlo, Marie Christine se paralizó. Sabía que había escuchado antes ese nombre, le sonaba demasiado familiar. Y mientras ella trataba de recordar donde lo había oído, el duque de Orleans se sentó en uno de los amplios sillones del salón.

- Me dijeron que llegó ahí acompañada de uno de sus soldados e impidió el avance del Comandante de la Guardia Real, el cual decidió no enfrentarla y se retiró junto con los miembros de su compañía. - le comentó.

- Oscar François de Jarjayes... - repitió Marie Christine. - Debe ser un caballero muy valiente para atreverse a hacer algo como eso. - le dijo al duque.

- Ella ya era muy popular en la corte de Versalles, y ahora seguramente también se volverá popular entre los representantes del Tercer Estado. - mencionó él.

- ¿Ella? ¿Pero, acaso no se trata de un hombre? - preguntó Marie Christine, intrigada.

Entonces, Felipe de Orleans dirigió su mirada hacia ella.

- Es verdad. Tú no sabes nada acerca de la famosa Lady Oscar. Olvidé que jamás has pisado el Palacio de Versalles. - le dijo él con algo de desdén.

Y tras una pausa, continuó.

- Oscar François de Jarjayes es en realidad una mujer. Su padre nunca pudo tener hijos varones, así que la educó para que sea su sucesora. Ocupó el cargo de Comandante de la Guardia Real durante más de quince años, pero por alguna razón que desconozco, renunció y pidió su traslado a la Guardia Nacional Francesa y ahora comanda el regimiento que está a cargo de la seguridad de los Estados Generales... O al menos así era hasta esta mañana. - le dijo a Marie Christine, la cual quedó muy asombrada tras escuchar aquella historia.

Tras ello, el duque permaneció algunos segundos en silencio, pensativo.

- Marie Christine, cuando las cosas se calmen deberías organizar otra de tus famosas recepciones en el Palais Royale. Sería una excelente oportunidad para invitar a Lady Oscar a una de las tertulias que se llevan a cabo en esta residencia. - le dijo a su favorita, mientras ella lo miraba atentamente.

El primo del rey pensaba que la naciente popularidad de Oscar entre los delegados que habían decidido formar parte de la Asamblea Nacional podría resultarle beneficiosa, aunque no podía evitar cuestionarse las razones por las que la hija de Regnier de Jarjayes se hubiera atrevido a desafiar una orden dada por Su Majestad, dado que siempre había sido muy cercana a la reina María Antonieta.

...

Mientras tanto, a algunos kilómetros de ahí, en las afueras de París, Fersen contemplaba el exterior desde la ventana de la habitación del alojamiento donde se encontraba. Ante la cantidad de información que le llegaba a Valenciennes - la provincia donde había residido en los últimos días - decidió que no podía mantenerse como un simple espectador y decidió ir a la capital de Francia para enterarse de lo que estaba pasando realmente. Había llegado como incógnito; una peluca negra y una frondosa barba falsa protegían su identidad, y ahí, desde su ventana, esperaba a su compañero de viaje, un joven de noble cuna llamado Frederick de Harcourt, el cual había combatido con él en la guerra por la independencia de los Estados Unidos de América y que por aquellas épocas también vivía en Valenciennes.

Convencido por Fersen e impulsado por la curiosidad, Frederick había decidido acompañar al conde para ser él quien visite el Palacio de Versalles y le traiga las últimas novedades sobre la Familia Real, ya que María Antonieta le había pedido a Hans que no vaya a verla. Sabía que su buen amigo sería muy bien recibido ahí, ya que su familia pertenecía a una de las familias más acaudaladas de Valenciennes y la riqueza siempre llamaba la atención de los ambiciosos aristócratas que frecuentaban la corte francesa.

- "Es increíble que tenga que llegar de esta manera a París..." - pensó Fersen, con una sonrisa resignada.

El conde era propietario de una hermosa mansión en Versalles, la cual por aquellos tiempos, solamente era habitada por sus sirvientes. Sin embargo, si se presentaba ahí, no habría forma de evitar que todos en la corte se enteren de su llegada, y quería evitarlo. Su presencia siempre desataba una ola incesante de rumores en contra de la reina, a pesar de que entre ellos no había vuelto a pasar nada desde que el conde se marchó al continente de América.

De pronto, Fersen escuchó las ruedas de un carruaje aproximándose al alojamiento y dirigió su mirada al horizonte. Tal como lo sospechaba, era el carruaje de Frederick. ¿Qué tendría que contarle su leal amigo?... Aún no lo sabía, no obstante, lo que sí sabía Hans era que algo grave tenía que haber ocurrido para que haya encontrado a los parisinos tan inquietos, al menos así los percibía desde que se adentró en la capital francesa.

Unos minutos más tarde, sintió los pasos de su amigo por el pasillo, y sin poder esperar ni un segundo más, abrió la puerta de su habitación.

- ¡Frederick! ¡Al fin estás aquí! - le dijo.

Entonces el joven ingresó a la habitación de Fersen, y tras ello, cerró la puerta.

- Hans, las cosas están peor de lo que pensábamos. Ahora entiendo porqué notamos un ambiente extraño desde que llegamos a París. - le dijo Frederick, y tras ello, colgó el paraguas que llevaba en sus manos en uno de los ganchos de la pared de la habitación.

- Por favor, dime, ¿qué está pasando? - le preguntó Hans, y tras ello, ambos se dirigieron a un pequeño salón dentro de la amplia habitación de Fersen y tomaron asiento.

- El resumen es este: Hace tres días, Su Majestad ordenó sellar la entrada del recinto donde se llevaban a cabo las asambleas de los Estados Generales. Los delegados no lo tomaron a bien, pero en ese momento era más su deseo por continuar con las reuniones, por ello no insistieron en su intento de que les abran las puertas y se dirigieron hacia el Campo del Juego de la Pelota.

- ¿Al campo del Juego de la Pelota? - replicó Fersen.

- Así es. Y fue ahí que decidieron formar la Asamblea Nacional... - le respondió Frederick. - Como bien sabes, los Estados Generales están compuestos por los representantes de los tres estados: El clero, la nobleza y el pueblo, pero cada uno de los estados tiene un único voto, por eso, los representantes del Tercer Estado sentían que ninguna de sus propuestas era respaldada. Entonces decidieron formar la Asamblea Nacional, una asamblea donde cada voto cuenta.

- ¿Pero la formaron por cuenta propia? ¿Sin la venia del rey? - preguntó Fersen.

- Sí, así fue. Entonces, para tratar de evitar que la situación se le vaya de las manos, Su Majestad volvió a convocar a los delegados y los reunió a todos en el recinto donde se llevaban a cabo las asambleas originalmente. Ahí los instó a desmantelar la Asamblea Nacional para volver a establecer los Estados Generales, con los 3 votos de siempre, pero ellos dijeron que no lo harían y se negaron a disolver la Asamblea. Entonces el rey les ordenó desalojar el recinto, pero ellos nuevamente se negaron a obedecerlo. - le dijo.

- ¿Qué dices? ¿Se negaron a obedecer las órdenes del rey? - preguntó Fersen, y Frederick asintió con la cabeza.

Entonces Hans lo miró consternado; no podía creer que las cosas hayan escalado tanto. Claramente el monarca había perdido toda su autoridad frente a los representantes de su propio pueblo, y eso no era nada bueno para la estabilidad de Francia.

- Es terrible. Es imperativo que se vuelva a establecer la comunicación entre la monarquía y el pueblo. De lo contrario...

- Lo sé... - comentó Frederick.

Y tras una pausa, su compañero continuó.

- Lo último que supe fue que el Marqués de Lafayette le pidió al monarca una reunión para hablar sobre el tema; supongo que desea buscar algún tipo de conciliación. Pero Su Majestad se ha negado a recibirlo, al parecer por consejo de sus allegados. - le dijo.

- ¡Pero eso es muy irresponsable!... ¡Cómo pudieron aconsejarle a Su Majestad que se niegue a hablar con el Marqués de Lafayette en estas circunstancias! - exclamó Fersen, indignado.

- Al parecer los aristócratas que integran su séquito están tan obsesionados con mantener su estatus que no se dan cuenta que con sus acciones van a lograr todo lo contrario. Si las cosas siguen así, en menos de lo que se imaginan perderán todo su poder y nos arrastrarán a todos los que conformamos la aristocracia con ellos. - comentó Frederick, preocupado.

- ¿Y qué opinan en la corte sobre esto? - le preguntó Fersen.

- Nada. Al parecer están más preocupados por elucubrar diferentes teorías sobre el castigo que recibirá el comandante de la Guardia Real. - le respondió.

- ¿Te refieres al Conde de Gerodelle? - preguntó Fersen.

- Sí. Al parecer fue enviado a desalojar a los miembros de la Asamblea Nacional, pero cuando estaba a punto de hacerlo, quien había sido la ex-comandante de la Guardia Real lo detuvo. Según me contaron, llegó montada en su caballo junto a uno de sus soldados, gritando a viva voz que se replieguen, y tras ello, se colocó delante de los miembros de la asamblea para protegerlos para luego instar a sus exsubordinados a dispararle a ella primero. Esa escena debió haber sido realmente impactante. Imagina eso Hans: el antiguo comandante de la Guardia Real instando abiertamente a su antiguo regimiento a que desobedezca una orden del rey de Francia... ¡La verdad es que me hubiera encantado estar ahí para ser testigo de eso! - exclamó.

- ¿Su antiguo comandante? - replicó Fersen.

- Así es, tu querida amiga Oscar François. - le respondió Frederick.

Tras escucharlo, Fersen se quedó pasmado. ¿Por qué Oscar haría algo como eso? - se preguntó. Entonces su corazón se paralizó... ¿Acaso habría sido capaz el rey de Francia de ordenar que la Guardia Real dispare a matar de ser necesario? Aquella era una enorme posibilidad; no había otra explicación posible al comportamiento de Oscar.

- Debe haber sido una situación muy dificil para el Conde de Gerodelle, que seguramente respeta mucho a su ex comandante, pero lo que hizo le puede costar la vida. - comentó Frederick.

Y tras ello, el marqués se quedó en silencio, pensativo, y el conde también lo hizo.

- "Lo hizo por ella, estoy seguro... Que enorme prueba de amor hacia Oscar..." - pensó Fersen.

Entonces, la imagen de su bella hermana capturó sus pensamientos. Sabía que Sofía apreciaba mucho a Victor Clement; el conde era uno de los pocos amigos que tenía en Francia - probablemente el único - y también sabía que con ella, Gerodelle siempre se había comportado como un auténtico caballero.

No obstante, ahora se encontraba en una situación muy delicada. ¿Será capaz Su Majestad de ordenar la pena máxima para él? - se preguntaba Fersen. Como estaban las cosas, ese era el escenario más probable, porque estaba seguro de que para esos momentos, el rey de Francia debía estar más que desesperado por recuperar el respeto de su pueblo y de la nobleza francesa, pero, ¿sería capaz de llegar tan lejos?

Gerodelle había protegido a los reyes desde su adolescencia; les había dedicado su vida. Sería inhumano tomarlo como un chivo expiatorio para intentar recuperar el liderazgo y Luis XVI no se caracterizaba por ser así de cruel, sin embargo, tampoco lo hubiera creído capaz de ordenar disparar a matar, y todo parecía indicar que sí lo había hecho.

...

Mientras tanto, en la Mansión Jarjayes, Regnier y Georgette continuaban con su charla.

- Lo siento, Regnier. Esta vez no estoy dispuesta a oponerme a la felicidad de mi hija. ¿¡Cómo podría ser tan cruel como para pedirle que se aleje del hombre que ama!? - le dijo Georgette.

En aquel momento, no podía dejar de pensar en su madre y en lo bondadosa que había sido con ella cuando le confesó que se había entregado a un hombre sin estar casada, aún estando comprometida con otro. ¿Cómo podía ella demostrarle a Oscar menos amor del que ella había recibido en aquel momento? Además, muy dentro de su corazón, sabía que le había fallado a la última de sus hijas al aceptar que Regnier la crie como un hombre, y no estaba dispuesta a seguir fallándole así el costo fuera ir en contra de la voluntad de su esposo.

- Cálmate... Cálmate, querida. Conversemos esto con tranquilidad. - le dijo Regnier a su esposa, y tras ello, la instó a tomar asiento y él también lo hizo.

Entonces, Georgette recordó algo en lo que hacía mucho tiempo no pensaba.

- Regnier, ¿acaso sería posible que... ? - le dijo, pero tras ello, se detuvo pensativa.

- ¿Qué cosa? - le preguntó su esposo.

- ¿Es que acaso no lo recuerdas?... Tú y yo sabemos perfectamente que André no desciende únicamente de plebeyos. - le dijo.

Entonces, Regnier la miró con seriedad, y recordó lo que había pasado hacía ya varios años, por el tiempo en el que Georgette acababa de dar a luz a la penúltima de sus hijas.

Corría el año 1753. Por aquel tiempo, la familia Jarjayes había crecido al punto que Regnier y Georgette ya eran padres de cinco hermosas niñas: Hortense, Josephine, Catherine, Marie Anne y Clouthilde, y vivían muy felices en Versalles. Marion, la nana de las niñas y ama de llaves de la casa, era muy estricta con su educación. Había trabajado para la familia Jarjayes desde que Regnier era muy joven y era una experta en etiqueta, además, sabía muy bien lo que necesitaba una señorita para tener éxito en la corte de Versalles. Ningún detalle era poco relevante para Marion, ella era quien sugería a los mejores maestros de baile, dibujo, idiomas, y todo lo que necesitaba conocer una dama por aquellas épocas.

Por aquellos días ya era viuda y tenía un hijo, Gustave Grandier, el cual era un joven bondadoso e inteligente. Su madre y él compartían una pequeña pero cómoda casa cerca de la mansión Jarjayes, y tenían una relación muy cercana, ya que solo se tenían el uno al otro.

Aunque la nana de las hijas del General se había dedicado con esmero a la educación de las niñas, eso no hizo que descuide su labor como madre. Al igual que a Hortense y sus hermanas menores, a Gustave le exigía, incluso con mayor vehemencia, que sea un joven culto y educado, pero también hábil en el oficio que había elegido para él: el de caballerango. Marion sabía que si su hijo se volvía un experto en lo que a caballos se refería, nunca le faltaría trabajo con sus amos, por eso, lo obligó a aprender del encargado de los establos todo lo que se refería al cuidado de los animales, y aunque a Gustave no le desagradaba cuidar a los bellos ejemplares que poseía el Conde Jarjayes, era consciente de que esa no era su vocación, además, le resultaba imposible conformarse con la vida que su madre había planeado para él, porque aunque apreciaba a sus amos, la verdad era que no deseaba depender de nadie.

Entonces, cuando cumplió dieciocho años de edad, decidió abandonar Versalles para comenzar una nueva vida en Provenza, y tras unos meses - ayudado de su inteligencia, destreza y espíritu emprendedor - comenzó a cosechar los frutos de su esfuerzo. Su negocio de carpintería pronto se convirtió en el más popular entre los aristócratas y burgueses más acaudalados de esa región, y es así que conoce a quien sería su futura esposa, Isabelle Laurent, la hija de un rico hacendado que - al lado de su madre - apareció en su negocio buscando asesoría para la remodelación de uno de los salones de su casa.

Ambos eran jóvenes, generosos y sinceros; parecía que habían nacido el uno para el otro, y debido a ello, se enamoraron de inmediato. No obstante, Isabelle guardaba un gran secreto; ella era la hija de un hombre que, en el pasado, había pertenecido a la nobleza. Su padre, Renaud Laurent - antes Renaud de Chartons - iba convertirse en el heredero de una de las familias más importantes y acaudaladas de Francia, sin embargo, se enamoró de una joven muy hermosa que no pertenecía a la aristocracia y no estaba dispuesto a dejarla atrás para casarse con otra más adecuada para el rey de Francia, debido a ello, su familia lo ayudó a hacerse pasar por muerto para poder empezar una nueva vida al sur de Provenza.

Renaud y Ophelie tuvieron dos hijos: Armand e Isabelle, y vivían una vida tranquila y en paz lejos de la corte de Versalles, donde en el pasado, Renaud había gozado de cierta popularidad. No obstante, para aquellas épocas todos en Versalles pensaban que él había muerto en un trágico accidente, y que por eso, su título de conde había pasado a su hermano menor.

Sin embargo, cuando Gustave Grandier pidió la mano de su hija en matrimonio, Renaud se vio envuelto en una nueva dificultad tras enterarse que Gustave era el hijo del ama de llaves del Conde Regnier de Jarjayes, a quien él había conocido en su pasado como aristócrata.

No obstante, Renaud era un hombre que enfrentaba sus problemas en lugar de evadirlos, por eso, no se opuso a que el hijo de Marion invite a su boda al Conde Jarjayes y a toda su familia; consideraba que ese sería un buen momento para hablar con él de hombre a hombre, y aquel día, apenas lo vio llegar, se acercó directamente a Regnier y a su familia.

- Bienvenidos, soy Renaud Laurent, el padre de la novia. - les había dicho con una gran sonrisa a Regnier, Georgette y a sus cinco pequeñas.

Ante su amabilidad, Madame Jarjayes y sus hijas quedaron encantadas, no obstante, Regnier empalideció al verlo. "¿Renaud? ¿Renaud Laurent? No puede ser... ¡Pero si él es..!" - pensó impactado el padre de Oscar.

Entonces, Renaud dirigió su mirada hacia él.

- Conde Jarjayes, me gustaría hablar con usted unos minutos. - le dijo a Regnier, y tras ello, se dirigió al resto de la familia. - Madame Jarjayes, niñas: él es Charles, mi sirviente. - mencionó, refiriéndose al joven que lo acompañaba. - Él las llevará a sus lugares, la ceremonia ya está por empezar.

Y tras una breve pausa, continuó.

- No se preocupen, porque de inmediato les enviaré al apreciado Conde Jarjayes a que las acompañe en sus lugares. - les dijo.

Entonces, Georgette sonrió. Renaud era un hombre muy agradable y simpático, por lo que ella no tomó a mal que retenga a su marido unos minutos, y tal como se lo había pedido el anfitrión del evento, avanzó junto a sus hijas hacia el interior de la iglesia.

Tras ello, y ya a solas, el padre de Isabelle volvió a dirigirse a Regnier.

"No se asuste, Conde Jarjayes. Efectivamente soy yo, Renaud de Chartons, o mejor dicho, quien antes fuera Renaud de Chartons... No fallecí. Estoy tan vivo como usted..."

Aquellas fueron sus palabras, y tras salir de su asombro inicial, Renaud llevó a Regnier a uno de los salones de la iglesia y le confesó toda su verdad, esperando que él pueda comprender porqué hizo lo que hizo.

Afortunadamente, aunque Regnier era un hombre muy cercano al rey de Francia y era consciente de que lo que había hecho la familia Chartons había sido muy grave, pudo comprender las razones de Renaud, porque él mismo había estado dispuesto a desobedecer al rey de Francia por amor a Georgette. Por eso, le juró guardar silencio, prometiéndole que únicamente compartiría aquella información con su esposa, porque entre ellos no habían secretos.

Un año después, Gustave e Isabelle dieron la bienvenida a su primer y único hijo: André Grandier, un niño que era descendiente directo de la prestigiosa Familia Chartons, una familia con un linaje de distinción equiparable al de la familia Jarjayes.

¿Acaso podría ser ese hecho relevante para facilitar la unión entre André y Oscar? Georgette quería pensar que sí, sin embargo, Regnier aún tenía muchas dudas al respecto.

...

Fin del capítulo