Capítulo 75
Ya no pertenecemos aquí
Había parado la lluvia, no obstante, el día lucía tan sombrío que hasta parecía que el mismo cielo de Francia quería gritar su tristeza. ¿Qué había sido de aquel hermoso país que en el pasado irradió su esplendor y alegría a toda Europa? En aquellos momentos toda esa magia se había desvanecido a tal punto que resultaba cada vez más difícil tener la esperanza de recuperarla si las cosas seguían como estaban.
Fersen lo veía claramente, pero al ser un diplomático sueco no podía intervenir en la situación política de un país extranjero sin tener la autorización de su rey. No obstante, no podía ser indiferente a lo que estaba ocurriendo; aquel bello país que lo había acogido en su juventud se hundía ante sus ojos, y junto con el, la única mujer a la que en verdad había amado.
- ¿Estás seguro, Hans? Podría ser contraproducente e incluso riesgoso para ti. - le dijo Frederick tras escuchar los planes de su amigo.
- Lo sé, pero no tengo otra alternativa. - le respondió él.
A pesar de la advertencia de María Antonieta, Fersen había decidido salir de su anonimato para solicitar una audiencia de emergencia con los reyes de Francia; ya había visto y oído suficiente. No obstante, nada le garantizaba que sus palabras fueran a ser escuchadas; incluso se exponía y exponía a los monarcas con aquella no solicitada intervención, ¿pero qué otra cosa podía hacer? A nadie del círculo de Luis XVI parecía importarle realmente el futuro de Francia; era claro para Fersen que lo único que ellos buscaban era defender sus privilegios sin ningún tipo de criterio.
El conde no era un revolucionario, pero entendía bien que el cambio de los tiempos exigía hacer ciertas concesiones, sin embargo, por lo que había escuchado de Frederick, parecía ser que el rey de Francia no estaba dispuesto a ceder absolutamente en nada. ¿Cómo podía Fersen mantenerse en silencio sabiendo que la familia real caería en la desgracia si Luis XVI seguía ignorando las necesidades de su pueblo? Simplemente no podía.
...
Mientras tanto, en el departamento de los esposos Chatelet, Rosalie recibía a Bernard después de un largo día. Como parte del grupo de Robespierre había permanecido trabajando hasta muy tarde evaluando con sus colegas la forma de salir adelante de aquella crisis, no obstante, su rostro delataba que no había habido un gran avance.
- Cariño, al fin estás en casa. - le dijo, y tras ello, se besaron tiernamente.
- Ya ansiaba volver a ver tu rostro. - le dijo Bernard después de besarla, y tras ello, dejó su capa en uno de los ganchos de la puerta y ambos caminaron hacia el viejo pero cómodo sillón que adornaba su sala.
- ¿Qué pasó? ¿Finalmente Su Majestad aceptó recibir al Marqués de Lafayette? - le preguntó Rosalie a Bernard mientras ambos se sentaban.
- No. No quiso recibirlo. - le respondió él. - Pero no importa, mañana será otro día y volveremos a insistir. Por lo menos no han vuelto a intentar desalojar a los miembros de la Asamblea que tomaron el recinto.
Y tras una pausa, Bernard continuó.
- Por cierto, todos siguen hablando de lo que hizo Lady Oscar para evitar el desalojo. Incluso se filtró la información de que inicialmente fue ella la que recibió la orden de desalojar a los miembros de la Asamblea Nacional.
- ¿Qué? - exclamó Rosalie.
- Tal como lo escuchas. Nos dijeron que luego de recibir esa orden se negó a ejecutarla y fue arrestada por desacato, pero que luego escapó con ayuda de uno de sus soldados y se dirigió al recinto. Ese tuvo que haber sido André. - mencionó.
Entonces Rosalie lo miró angustiada. Sabía que había sido Oscar la que había detenido el desalojo, pero no tenía idea de que había tenido que escapar de un arresto para hacerlo y le preocupaba que pudiera estar metida en un grave problema. ¿Tendría aquel hecho algo que ver con la visita que le había hecho el nieto de Marion hacía algunos minutos? - se preguntó, y tras ello, volvió a dirigirse a su esposo.
- Bernard, André estuvo aquí. - le dijo Rosalie.
- ¿André? - replicó Bernard.
- Sí. Vino a buscarte. - le respondió la hija de Yolande de Polignac.
Entonces Bernard volvió a dirigirse a su esposa.
- ¿Pero por qué no me esperó? - le dijo.
- No lo sé. Le dije que probablemente no demorarías y lo invité a quedarse un rato más, pero me dijo que no podía. Al parecer le urgía irse, pero me dejó un mensaje de Lady Oscar para ti. - le respondió Rosalie.
- ¿Un mensaje de Lady Oscar? - preguntó Bernard, muy sorprendido.
- Así es. Lady Oscar desea reunirse contigo mañana a primera hora. André me dijo que necesita tu ayuda.
- ¿Lady Oscar?... ¿Lady Oscar quiere reunirse conmigo para pedirme un favor? Eso sí que es inusual. - comentó Bernard.
- Le dije que no había ningún problema, que la verías... ¿Hice bien? - le preguntó Rosalie.
- Sí, por supuesto. - le respondió él con una sonrisa. - Me intriga saber qué es lo que Lady Oscar quiere pedirme. - agregó.
Entonces Rosalie lo observó en silencio; también le intrigaba saber la razón por la que Oscar quería reunirse con su esposo. Sabía que quien había sido su protectora no había vuelto a ver a Bernard desde que lo dejó libre tras haberlo capturado cuando desempeñaba el rol de Caballero Negro. ¿Por qué querría conversar con él justamente ahora?
No obstante, a Rosalie le alegró saber que la hija de Regnier estaba dispuesta a ver a su esposo. Todo parecía indicar que ya no lo consideraba un bandido y eso ya era un avance para ella.
...
Mientras tanto, a algunos kilómetros de ahí, André se aproximaba a la mansión Jarjayes, y mientras veía a la distancia las grises rejas que protegían la propiedad, pensaba que nunca se le hubiera ocurrido regresar a aquella casa después de lo que había ocurrido ahí; solo lo hacía porque sabía que Oscar lo estaba esperando para saber si pudo entregar o no su mensaje a Bernard.
Era lógico que no quisiera regresar; el general no sólo lo había humillado cuando él le confesó lo que sentía por su hija, también había intentado arrebatarle la vida a la mujer que amaba, lo cual era algo que aún le costaba asimilar. No obstante, aunque rechazaba la idea de tener que pisar nuevamente aquella casa, debía hacerlo una vez más para poder reencontrarse con Oscar, aunque con la esperanza de que tanto él como ella pudieran regresar al cuartel lo antes posible.
Unos minutos después, y tras dejar su caballo en el establo, André ingresó por la puerta principal. Todo estaba a oscuras y el silencio imperaba en los salones de la casa. Entonces se dirigió al recibidor, pero Oscar no se encontraba ahí.
- Pensé que me esperaría aquí… - susurró el nieto de Marion.
Y tras una pausa, pensó.
- "¿Habrá pasado algo más desde que me fui?"
No era prudente dirigirse a la habitación de Oscar para tocar su puerta como lo hubiera hecho en tiempos pasados, después de todo, para el dueño de casa André ya no era el joven que había crecido como el compañero de juegos de su hija sino el hombre que la amaba, y eso cambiaba mucho las cosas. Entonces, mientras pensaba en lo que haría para poder comunicarse con ella, se dirigió a su habitación para cambiarse de ropa, porque a pesar de haber llevado su capa estaba empapado, y ya ahí, en medio de la oscuridad, se despojó del uniforme que llevaba puesto, se secó las gotas de lluvia que humedecían su cuerpo y se puso un pantalón y una camisa para luego dirigirse con dificultad a la mesa de noche que se encontraba al lado de su cama; ahí se encontraban algunas velas que le permitirían ver mejor sus pasos. No obstante, al encenderlas, se sorprendió al ver a Oscar dormida en la silla que se encontraba en la habitación.
- Oscar... - dijo sorprendido.
Y de inmediato, se acercó a ella.
- Oscar... - le susurró, y tras ello, acarició su cabello y su rostro para intentar despertarla.
Entonces la hija de Regnier abrió los ojos, y tras darse cuenta que tenía frente a ella al hombre que amaba, se dirigió a él con una dulce sonrisa.
- André, al fin regresaste... - le dijo débilmente. Tras ello, intentó incorporarse, pero apenas se puso de pie, perdió las pocas fuerzas que tenía y se desplomó entre sus brazos.
- ¡Oscar! - exclamó el nieto de Marion.
Y mientras la sostenía, pudo notar que el cuerpo de la mujer que amaba estaba tan frío que incluso traspasaba su propia ropa.
- ¡Oscar! ¿¡Qué te pasa!? ¿¡Qué te pasa!? ¡Oscar!- le preguntaba, pero ella, aún estando consciente, no respondía.
Entonces la levantó en sus brazos, y como pudo, descubrió las cobijas de su cama y la acostó ahí. Tras ello, la cubrió con todas las mantas que tenía cerca, y asustado, tomó su mano. Claramente ella no estaba bien, pero no sabía qué más hacer; empezaba a desesperarse.
- Iré por ayuda. - le dijo, y tras ello se dirigió a la puerta, pero de inmediato, la débil voz de la mujer que amaba lo detuvo.
- Espera... Por favor, no te vayas. - le respondió Oscar, y él volvió a dirigir su mirada hacia ella.
Oscar tenía razón. Él no debía irse; no podía dejarla sola en el estado en el que se encontraba. Debía quedarse hasta lograr que recupere su temperatura corporal.
Entonces, aún nervioso, André encendió la chimenea que se encontraba en su habitación, y tras ello, se acostó a su lado y la atrajo hacia su cuerpo para envolverla entre sus brazos en un intento por calentarla.
- Tranquila, Oscar. Pronto te sentirás mejor... - le dijo mientras la abrazaba tan fuerte cómo podía.
Y con la cabeza sobre su pecho y aún temblando por el frío, la hija de Regnier volvió a dirigirse a él.
- ¿Pudiste entregarle mi mensaje a Bernard? - le preguntó.
Entonces él la abrazó con más fuerza.
- Tonta. No pienses en eso ahora. - le respondió André. - Debes recuperar tu temperatura corporal.
El hijo de Gustave Grandier estaba seguro de que las largas horas que Oscar había permanecido bajo la lluvia y el hecho de haberse quedado dormida en esa silla, incomoda y desabrigada, habían sido la causa por la que ahora se encontraba en ese estado; él ignoraba que ella - aparte de haber tenido que soportar las inclemencias del clima - estaba muy enferma, y que aquellos escalofríos sólo eran la antesala a la fiebre que estaba a punto de volver a manifestarse en su cuerpo.
- Por favor, responde a mi pregunta. - insistió ella temblando entre sus brazos; aún débil como estaba, le preocupaba el destino de sus soldados.
- Sí, Oscar. - le respondió él para tranquilizarla. - Bernard te verá en el bar de Hurriet. Anoté la dirección y la guardé en el bolsillo del saco de mi uniforme, pero eso no importa en este momento. Lo que importa ahora es que te recuperes. - agregó el nieto de Marion, y poco a poco fue notando que el cuerpo de Oscar volvía a recuperar su tibieza, sin embargo, aunque ella empezaba a sentirse mejor físicamente, aún tenía quebrado el corazón por todo lo que había pasado.
- André... - le dijo.
- ¿Sí, Oscar? - le respondió él con ternura.
- Yo no soy una traidora... - afirmó.
Y tras una pausa, continuó.
- Mi padre me acusó de traición, pero yo no traicioné a los reyes, no lo hice... - le dijo, y tras ello, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. - Todo lo que hice fue intentar proteger a los representantes del pueblo de Francia, y protegerlos a ellos de sus malas decisiones...¿Soy una traidora por evitar que manchen sus manos con la sangre de sus súbditos? - le preguntó con la voz quebrada.
Y tras ello, empezó a llorar amargamente en los brazos del hombre que amaba. Estaba devastada; no podía olvidar que su propio padre hubiese intentado quitarle la vida como castigo a sus acciones, de hecho, cada vez que lo intentaba, aquella escena retornaba a su memoria sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.
Entonces, André apoyó su rostro sobre los rubios cabellos de la mujer que amaba.
- No, Oscar. Por supuesto que no eres una traidora. - le respondió él conmovido por su dolor, mientras continuaba envolviéndola entre sus brazos.
Estaba indignado; podía tolerar que el general le diga o le haga a él lo que quiera, pero ya no estaba dispuesto a aceptar ni un atropelló más hacia Oscar. Durante su niñez había sido testigo de lo duro que era Regnier con su hija mientras la preparaba para su carrera militar: sus exigencias desmedidas eran como el pan de cada día, y cuando Oscar se rebelaba, los empujones y las fuertes bofetadas no se hacían esperar; André incluso había presenciado el momento en el que el patriarca de la familia empujó a su hija por las escaleras cuando ella se negó a ser la guardiana de María Antonieta, pero ya había sido suficiente; si antes no había tenido ni la edad ni la fuerza para protegerla, ahora sí la tenía, y no estaba dispuesto a permitir que nadie más le haga daño.
- "Mi amada Oscar, tú y yo ya no pertenecemos a esta casa..." - pensó.
Y tras una pausa, continuó con su reflexión.
- "Tu padre está tan sometido a la autoridad de la corona que no discute sus decisiones, al punto de ser capaz de atentar contra tu vida sin pensar siquiera que esa orden criminal y absurda podría voltearse en contra de los mismos reyes, porque ellos seguramente no podrían escapar del juicio de su pueblo tras perpetrar una acción tan abominable..."
Y entristecido por las lágrimas de la mujer que amaba, pensó:
- "Oscar... Nosotros ya no pertenecemos a un mundo en donde los aristócratas y el pueblo deben aceptar sin discutir lo que dicen los monarcas, por el contrario, nosotros pertenecemos al mundo donde se cuestionan las órdenes y el status quo, al mundo donde se lucha contra las injusticias y se defiende a aquellos que no pueden defenderse por sí mismos... Oscar, nosotros ya no pertenecemos aquí"
Para André era claro; Oscar era la heredera de los Jarjayes pero los valores de ambos ya no coincidían con los valores de quien era la máxima autoridad de su familia, el cual también había dejado clara su postura en cuanto al futuro de su relación con la mujer que amaba, porque de acuerdo a lo que le había dicho Regnier, él no podía aspirar a casarse con Oscar al ser ella de la nobleza. ¡Si supiera el general que en aquel momento ella se encontraba entre sus brazos!
Y mientras pensaba en ello, André notó que Oscar se había quedado dormida; ya no temblaba y había recuperado su temperatura corporal. Entonces suspiró aliviado; ella parecía estar mejor y respiraba relajada al lado suyo.
No obstante, estaba decidido a hablar con ella al amanecer, porque se había convencido a sí mismo de que lo mejor para Oscar era poner distancia de esa casa, principalmente de su padre. André ya no estaba dispuesto a tolerar que la vida de la mujer que amaba sea una pieza de cambio para el general, después de todo, ella contaba con él, y aunque André había hecho todo lo posible por hacer las cosas bien y esperar a que sea la misma ley la que determine la igualdad de los ciudadanos para pedirle la mano de Oscar a su padre, ya no tenía sentido esperar más.
Entonces, agotado física y mentalmente, cerró los ojos, y al lado de su amiga de la infancia, cayó en un sueño muy profundo. Había sido un día duro para ambos, pero al fin se había terminado.
...
Fin del capítulo
