Capítulo 76

El encuentro con el bandido

Era el amanecer del 24 de Junio de 1789, y los primeros rayos del sol ya se abrían camino a través de las oscuras cortinas que evitaban que Oscar y André despierten del largo sueño que los tenía cautivos. La tarde anterior había sido particularmente difícil para ambos, pero para bien o para mal, un nuevo día comenzaba.

André había concluido erradamente que el General Jarjayes nunca iba a aceptar que tenga una relación con Oscar, y eso lo había lastimado mucho más de lo que se permitía admitir. Sentía mucha rabia contra él por haber intentado quitarle la vida a Oscar dejando con ello una huella imborrable en el corazón de su amada, pero por otro lado, no podía eliminar de un día para otro el gran afecto que sentía por él. El esposo de Georgette era una persona muy importante en su vida, y durante su niñez y adolescencia, había recibido de él los mismos consejos que habría recibido de un padre. ¿Cómo podría ser indiferente a su rechazo?

Por su parte, Oscar estaba igual de dolida que André; una vez más se sentía injustamente tratada por su padre. Ella era plenamente consciente de lo que significaba para una familia noble que uno de sus miembros sea declarado un traidor a la corona, pero Oscar no se consideraba a sí misma una traidora, todo lo contrario, ella sentía que había protegido a los reyes al actuar como lo hizo, y le causaba un profundo dolor que su padre no la comprendiera. Además, también la había lastimado la forma en la que Regnier había tratado al hombre que amaba.

"Tonto... ¿Acaso crees que puedes superar la diferencia de clases con un noble?"

A pesar del valor que había demostrado el hijo de Gustave Grandier para enfrentar a su padre, Oscar sabía que aquellas palabras habían sido desgarradoras para él, y eso - también a ella - le ocasionaba mucho dolor, porque ambos estaban tan unidos por su amor que eran como uno solo.

La habitación de André era amplia y estaba ubicada en la segunda planta, pero al extremo opuesto de la habitación de Oscar, muy alejada de las habitaciones que ocupaba la familia. Le había pertenecido desde que llegó a la mansión Jarjayes con tan solo seis años y tenía todo lo necesario para estar cómodo: una suave cama, una fina mesa de noche, un armario bastante grande, y además, un escritorio el cual le había sido de gran utilidad en sus primeros años, ya que ahí acostumbraba estudiar. Al lado de su chimenea se encontraba un antiguo pero bien conservado sofá, y junto a la ventana, el General Jarjayes había mandado colocar - hacía muchos años atrás - una mesa redonda y dos sillas estilo barroco cuando notó que Oscar buscaba a André para estudiar con él.

A pesar de todos los acontecimientos que se habían suscitado un día antes, ambos habían dormido toda la noche. Por fortuna, la hija de Regnier no había tenido otro episodio de fiebre; era como si el amor de André la hubiera aliviado de su enfermedad, al menos por unas horas.

El silencio imperaba en esa zona de la mansión Jarjayes. Ya eran las seis de la mañana y todo parecía muy tranquilo. Entonces Oscar abrió los ojos; aún se encontraba entre los brazos de André, y al notarlo, se sintió invadida por una gran felicidad.

Cuanto lo amaba; él era su pasado, su presente, su futuro, y estando a su lado sentía que no necesitaba nada más. En ese momento, ni siquiera recordaba lo que le había hecho su padre ni nada de lo que había pasado un día antes; solo podía pensar en el gran amor que sentía por él.

- André... -susurró.

Entonces se sorprendió al recordar que aquella no era la primera mañana que despertaba entre sus brazos. Lo había olvidado; había olvidado por completo que casi un año antes ambos habían viajado a Normandía para que André se recupere después de haber perdido la vista de su ojo izquierdo, y que mientras estuvieron allá, tuvieron que dormir en la misma cama en a Abeville para investigar la verdadera situación de Francia.

- "En Abeville... En Abeville fue la primera vez que desperté entre tus brazos..." - pensó.

Y tras una pausa, continuó con su reflexión.

- "¿Por qué? ¿Por qué no lo recordaba?..." - se preguntó confundida, porque no entendía cómo podía haber olvidado aquella mañana en Abveville si había sentido la misma felicidad que sentía en ese instante.

Entonces Oscar dirigió la mirada al rostro de su amado y lo contempló en medio de la penumbra. Él aún dormía. Lucía tranquilo, como si nada pudiera perturbarlo aún después de todo lo que había sucedido la tarde anterior. Hasta ese momento, ella no había notado que las pestañas de André fueran tan pobladas, ni que aquella característica suya lo hiciera aún más apuesto. Entonces sonrió y tuvo que admitir para sí misma que siempre se había sentido atraída hacia él; por primera vez se sintió libre de pensar en ello sin sentir culpa.

- Te amo tanto... - susurró suavemente.

Y mientras lo contemplaba, sintió un profundo deseo de besarlo. Besar sus manos de dedos largos y suaves a pesar del duro trabajo con los caballos. Besar sus brazos, aquellos brazos protectores y fuertes que en ese momento la envolvían. Besar su cuello alargado, blanco, perfecto. Y finalmente besar su rostro, besar su rostro hasta llegar a sus labios, aquellos labios que la besaron por primera vez hacía muchos años. Y sin pensarlo, llevada por sus instintos, deslizó su mano bajo la entreabierta camisa del hombre que amaba, sintiendo, por primera vez la firmeza de su abdomen.

Entonces André se despertó sobresaltado; el tibio roce de la piel de su amada sobre la suya lo había dejado extasiado, y algo confundido por la forma en la que había sido arrancado del sueño, dirigió su mirada hacia ella, encontrándose con sus grandes ojos color zafiro mirándolo fijamente. Aunque Oscar no era plenamente consciente de lo que hacía, la forma en la que lo miraba y la expresión de su rostro evidenciaban lo que realmente deseaba. Por su parte, André también la miraba fijamente, hechizado por su presencia. Aún la tenía entre sus brazos y - aunque sabía que no era lo correcto - en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera hacerla suya; prácticamente ella se lo estaba pidiendo.

De pronto, ambos escucharon algunos ruidos que venían del pasillo, y tras unos segundos, a alguien llamando a la puerta.

- ¡André! ¡André! ¿Estás despierto? - se escuchó decir. Era Marion, la cual, por alguna razón, había llegado hasta ahí para buscar a su nieto.

Entonces ambos se miraron asustados.

- ¡Es mi abuela! - exclamó André aunque en voz baja, y Oscar, ágil como era, se levantó de la cama de un salto, y de inmediato, sacó del bolsillo del saco del uniforme de su mejor amigo la dirección del bar donde se encontraría con el otrora Caballero Negro.

- Iré a ver a Bernard. Nos vemos en el cuartel. - le dijo en voz baja, y tras ello, abrió la ventana, tomó sus botas y salió de ahí tan rápido como pudo.

- ¡Espera, Oscar! - susurró él, pero ella ya se había marchado.

Entonces André sintió como Marion intentaba abrir la puerta para entrar, y nervioso, se sentó en la cama no sin antes cubrir sutilmente ciertas partes de su cuerpo con las mantas con las que la noche anterior había cubierto a la mujer que amaba. No obstante, el hijo de Gustave Grandier le había puesto seguro a la puerta y ella no pudo ingresar.

- ¡Me estoy vistiendo, abuela! - le dijo a Marion desde el interior de su habitación. - ¿Necesitas algo? - preguntó.

- Hablar contigo. - respondió la abuela.

Entonces André levantó la mirada hacia el cielo; sabía que seguramente ella querría hablarle de lo que había ocurrido la tarde anterior, y no se sentía con ánimos de tener esa conversación con ella. No obstante, también sabía que no podría evadirla por mucho tiempo.

- Te esperaré en la cocina. - le dijo Marion, y tras ello, inició su camino hacia la zona de servicio de la casa.

- ¡Espera, abuela! - exclamó André, y tras ello, se levantó, abrió la puerta y asomó su cabeza por el pasillo. - Abuela, tengo un día complicado hoy. Desayunaré en el cuartel. ¿Puedes esperarme en la entrada? Iré en unos minutos. - le dijo.

- Está bien. - le respondió ella, aunque lo sintió extraño.

Entonces André volvió a cerrar la puerta y se quedó unos minutos en silencio, pensativo. La noche anterior había pretendido pasar el menor tiempo posible en esa casa, pero encontrarse tan mal a la mujer que amaba cambió por completo sus planes.

No obstante, sus sentimientos seguían siendo los mismos. Él sentía que ni Oscar ni él pertenecían más a esa casa, y que después de lo que había pasado la noche previa, todo lo que le quedaba era marcharse para nunca más regresar. Y mientras pensaba en ello, tomó una maleta y colocó ahí algunas de las cosas que consideraba importantes para él, así como también algo de ropa. Lo sentía por su abuela, pero ya encontraría la forma de verla durante sus días de descanso sin tener que volver a la Mansión Jarjayes.

De pronto, escuchó el galopar de un caballo conocido y se dirigió rápidamente a la ventana. Era Oscar, la cual al parecer ya se dirigía a verse con quien en otras épocas fuera el Caballero Negro. Mientras la veía marcharse, no pudo evitar sonreír al recordar la forma en la que su abuela los había interrumpido tras despertar juntos, no obstante, André estaba más seguro que nunca de que no faltaba mucho para que ellos puedan estar juntos para siempre, así no contara con la bendición del padre de su amada. Había hecho todo tipo de sacrificios por respeto al general y a la familia Jarjayes con la intención de pedir la mano de Oscar cuando fuese oportuno, pero ya todo estaba dicho, y a su modo de ver, no había nada que pudiera hacer para cambiar la opinión del estricto General Regnier de Jarjayes.

Mientras tanto, en la habitación de su alojamiento en París, Fersen se preparaba para entrevistarse con los reyes de Francia. Estaba seguro de que nadie esperaba verlo nuevamente en el Palacio de Versalles, ni siquiera Su Majestad, la reina Maria Antonieta.

...

A algunos kilómetros de ahí, en la prisión de Abbey, Alain y sus compañeros trataban de reponerse de la noticia que acababan de recibir. Hasta hacía unos minutos bromeaban acerca de lo que dirían durante su corte marcial, pero su ánimo había decaído tras enterarse que habían sido juzgados en ausencia; estaban condenados a ser fusilados el primer día del mes de Julio, y pensativos, permanecían en silencio.

- "A mi no me importa morir..." - pensaba Alain. - "Mi madre y Diana ya no están conmigo, ya no tengo nada a lo que aferrarme en esta vida. Si tengo que morir así, que así sea..."

Y sin poder evitarlo, la imagen de Oscar acaparó sus pensamientos.

- "¡Maldita sea!, ¿¡Por qué pienso en ella ahora!?" - se preguntó a sí mismo.

De pronto, la voz de Lasalle lo trajo de vuelta a la realidad.

- No había alternativa... - les dijo pensativo. - ¿Qué clase de franceses seríamos si hubiéramos aceptado apuntar nuestras armas contra los representantes del pueblo?

Y tras una pausa, Diddier intervino.

- Tienes razón, Lasalle. Ellos son la única esperanza que tiene nuestro país. Prefiero enfrentar la muerte antes de robarle a Francia el sueño de tener un futuro digno.

Entonces todos asintieron con la cabeza, y Alain sonrió; nunca se había sentido tan orgulloso de sus compañeros. A pesar de las dificultades, cada uno de ellos era un verdadero patriota, y se sentía honrado de compartir aquellos duros momentos con ellos.

...

Minutos más tarde, y bajo una larga gabardina que envolvía su delgada figura y un sombrero que ocultaba su hermoso rostro, Oscar se encaminaba hacia el bar donde se reuniría con Bernard.

El sol irradiaba su resplandor sobre el Sena, pintando su superficie con destellos brillantes. Lo mismo ocurría con las hojas de los árboles y el verde césped, bañados en una luz radiante. A diferencia del día anterior, el cielo se mostraba despejado, prometiendo una jornada soleada y serena.

Mientras avanzaba, la hija de Regnier no podía evitar pensar en la difícil situación de sus soldados. No podía dejarlos morir; no era justo que tuvieran que perder la vida por desobedecer una orden que a todas luces era criminal. Sin embargo, ella no tenía manera de ayudarlos, ni siquiera había podido ayudarse a sí misma la tarde anterior. No obstante, si André tenía razón y Bernard resultaba ser capaz de convocar a una cantidad lo suficientemente grande de ciudadanos, quizás su plan para liberarlos funcionaría. Y mientras pensaba en ello, se detuvo cerca de donde se suponía estaba la calle donde se encontraba el bar de Hurriet, y casi de inmediato, vio a Bernard, el cual le hizo una señal para hacerle notar su presencia. Tras ello, ambos se saludaron cordialmente y se dirigieron al bar dónde habían quedado de verse.

- André me ha estado hablando de ti, por eso vine a pedirte un favor, Bernard. - le dijo Oscar, ya sentada frente a él. A esas horas de la mañana, ellos eran los únicos clientes, tal como Rosalie supuso al proponer aquel lugar para el encuentro.

- Sí, te haré cualquier favor a excepción de cualquier cosa que sea en beneficio de la familia real o de los nobles. Me gustaría saldar la deuda que tengo contigo. - le respondió él.

- Quiero salvar a doce de mis hombres. Todos ellos son comunes. - dijo ella de inmediato.

- Entiendo. Entonces explícame, ¿cómo puedo ayudarte?

Y mientras Bernard se servía un poco de vino, la hija de Regnier le explicó su plan.

- ¿Marchar? ¿Marchar a la prisión de Abbey? - le preguntó quien fuera el bandido más famoso de Francia.

- Sí. Tú podrías congregar a mucha gente. Necesitamos mil. No. Por lo menos tres mil. - le dijo ella.

- Probablemente pueda reunirlos, ¿pero cómo podría eso ayudar a salvar a tus hombres? - le preguntó Bernard.

Entonces, tras una breve pausa, Oscar volvió a dirigirse a él.

- Yo comando el regimiento que está a cargo de la seguridad de París. Si creo que la seguridad de París peligra, puedo solicitarle al rey que los indulte. - le dijo.

- Ya veo... Es una idea excelente... Necesitamos a alguien con buenas ideas del lado del pueblo. - comentó Bernard.

- ¿Entonces lo harás? - le preguntó Oscar.

- Sólo hay un inconveniente... ¿Que pasará si se desata un caos mayor? - le respondió Bernard.

- Te doy mi palabra de que ningún ciudadano será lastimado a causa de esto. Si no la cumplo, renunciaré a la Guardia Francesa y trabajaré para ti. - le dijo ella.

Entonces Bernard se puso de pie.

- Esta bien. Lo haremos. - le dijo a Oscar, decidido. - Veremos a cuanta gente puedo atraer con mi discurso.

- Cuento contigo. - le respondió ella.

Entonces él levantó el vaso que sostenía para brindar por el acuerdo al que acababan de llegar, y Oscar se puso de pie para estrechar su mano.

- Gracias Bernard. - le dijo al esposo de Rosalie.

- Espero que todo salga bien. - respondió él. - Por cierto, ¿qué día elegirás para ejecutar el plan? - preguntó él.

- Te enviaré un mensaje apenas elija la fecha. - le respondió ella.

Y tras ello, la hija de Regnier se dirigió hacia la salida.

- ¡Ah, Oscar! Por favor, dale mis saludos a André. - le dijo Bernard, y ella asintió con la cabeza.

No obstante, antes de irse, Oscar se detuvo para dirigirse nuevamente a él.

- Me gustaría ver a Rosalie cuando todo esto pase. - le dijo a Bernard desde la salida.

- Claro que sí. Rosalie se alegrará mucho. - le respondió él.

- Nos vemos. - le dijo Oscar finalmente, y tras ello, se marchó.

Mientras tanto, el conde Hans Axel Von Fersen atravesaba los largos pasillos del Palacio de Versalles en compañía de su leal amigo, el marqués Frederick de Harcourt. La tensión en el ambiente era palpable, acrecentada por los murmullos de los aristócratas que observaban su regreso con incredulidad. No obstante, su compromiso con Francia y con la mujer que amaba lo mantenían firme en su determinación. ¿Podría lograr una audiencia con los reyes? Tras presenciar el desdén de la corte aristocrática hacia él, Frederick comenzaba a dudarlo.

...

Fin del capítulo