Capítulo 77

Mi mejor amigo

Sentado en una silla que se encontraba en una de las celdas de la prisión de la Bastilla, Gerodelle reflexionaba acerca de los pasos que lo habían llevado a acabar ahí.

Hijo de una de las familias aristócratas más adineradas de Francia, Victor Clement Floriane de Gerodelle había sido un niño solitario. Su madre lo envió con una familia en el campo cuando apenas empezaba a dar sus primeros pasos, y ahí creció, rodeado de la naturaleza y de los animales. Su padre lo visitaba con cierta frecuencia, pero su madre nunca lo hizo, y aunque en un inicio el pequeño Victor Clement preguntaba por ella, poco a poco se fue haciendo a la idea de que a su progenitora poco le importaba su existencia.

Durante ese periodo, se entrenó en el arte de la esgrima. Su padre le había asignado un maestro italiano desde que cumplió seis años, y junto a él, Victor descubrió su vocación para la carrera militar. Fue así que - luego de varias pruebas - ingresó a la Guardia Real destacándose sobre el resto de sus compañeros al grado de estar a punto de convertirse en el comandante de su regimiento. No obstante, tras conocer a la hija del conde Agustin Regnier de Jarjayes, admitió ante el mismo rey de Francia que ella era la persona mejor calificada para ocupar ese puesto, y gracias a su recomendación, Oscar pasó a convertirse en la comandante de la Guardia Real, la cual tenía la importante misión de velar por la seguridad de los reyes de Francia.

Los primeros días su relación fue tirante; Gerodelle sentía una gran admiración por ella, pero el carácter indomable de la heredera de los Jarjayes le hacía perder la paciencia. No obstante, con el paso de los días, ambos construyeron una relación de absoluta confianza, y a partir de ahí enfrentaron juntos los diversos obstáculos que la vida les ponía como parte de su carrera militar, fortaleciendo aún más el vínculo que los unía.

Pero la vida de Victor Clement dio un giro inesperado cuando la mujer que había estado a su lado por más de quince años decidió abandonar la Guardia Real. Gerodelle sabía que tenía sentimientos hacia ella, pero no se imaginaba lo fuertes que eran hasta que vio a su comandante atravesar la puerta de su despacho para nunca más regresar. No quería dejarla ir, ¡no iba a poder vivir sin ver su rostro a diario! Por eso decidió hablar primero con su familia y luego con el General Jarjayes para pedir la mano de Oscar en matrimonio, porque la amaba con tal intensidad que estaba dispuesto a todo con tal de retenerla a su lado.

Para el conde, ninguna mujer podía compararse a ella; Oscar era valiente y fuerte, pero a su vez generosa y sensible. Sólo Sofía había llamado su atención de manera similar, sin embargo, cuando ella llegó a su vida ya era demasiado tarde; aunque la hermana de Fersen le parecía hermosa, distinguida y muy diferente a las demás mujeres de la corte, su corazón ya pertenecía por completo a la que había sido su comandante.

No obstante, su amor por Oscar también le ocasionó mucho sufrimiento. Primero tuvo que enfrentarse a su rechazo, ya que ella no estaba dispuesta a a casarse con él. A pesar de sus esfuerzos por convencerla, ella se negó rotundamente a su propuesta. Algún tiempo después, Oscar le confesó que no podía casarse con nadie porque estaba segura de que había alguien que sería muy infeliz si lo hacía, dándole a entender al conde que su corazón le pertenecía al hombre que siempre había estado a su lado, André Grandier.

Habían pasado ya varios meses desde que todo aquello ocurrió, y ahora Gerodelle se encontraba en una fría celda de la prisión de la Bastilla. La mujer que amaba lo había puesto entre la espada y la pared al desafiarlo a dispararle a ella antes que a los delegados del Tercer Estado, y él prefirió rendirse antes que enfrentarla.

No obstante, Victor no responsabilizaba a su ex comandante de su situación; claramente lo que iba a hacer estaba mal y era una acción que no tenía ningún honor. Llegado el momento, ¿habría sido capaz de dispararle a gente desarmada? La verdad era que él no esperaba que las cosas se descontrolaran, lo que en realidad creía era que los delegados se rendirían al verlos llegar, ya que no había manera lógica de que pudieran vencerlos.

Y mientras pensaba en ello, se levantó de su silla. Estaba dispuesto a enfrentar su destino como el caballero que era, pero no dejaba de sorprenderle que nadie de su familia hubiera ido a verlo, al menos para saber como estaba. En ese instante, se dio cuenta que en verdad nunca había contado con ellos.

Entonces pensó en Sarah, la mujer que lo había criado en el campo y a quien él visitaba con frecuencia, y también pensó en Clarice, su leal ama de llaves. Ellas eran su verdadera familia, una familia conectada por el cariño y cuidado mutuo, aunque no por la sangre. Sabía que seguramente ellas estarían muy preocupadas por él, principalmente Clarice, porque seguramente a ella ya le habría llegado la noticia de que había sido detenido y llevado a la prisión de la Bastilla. No obstante, no había nada que él pudiera hacer para comunicarse con ella ni con nadie. Había sido privado de su libertad, una libertad que quizás nunca había tenido.

...

En el Palacio de Versalles, y al lado del Marqués Frederick de Harcourt, Fersen esperaba la respuesta del Gran Chambelan a su solicitud de tener una audiencia con los reyes de Francia. Aparentemente lucía tranquilo, pero no había visto a sus majestades en mucho tiempo y se sentía inquieto por saber cómo reaccionarían los reyes al volver a verlo, principalmente María Antonieta.

- ¿El conde Fersen? ¿El conde Fersen está aquí? - le preguntó Luis XVI al Gran Chambelán, mientras que su esposa, la reina de Francia, intentaba ocultar su nerviosismo tras recibir aquella noticia tan inesperada.

- Así es, y solicita una audiencia extraordinaria con Sus Majestades. - le respondió el Gran Chambelán

Luis y Maria Antonieta se encontraban en los aposentos del monarca. Rompiendo los protocolos, la reina se había dirigido a las habitaciones de su marido desde tempranas horas para insistir en que Francia debía buscar el apoyo del rey de Austria ante las circunstancias que atravesaban, pero Luis no estaba convencido de hacerlo. Sabía que seguir el consejo de su esposa le traería serios problemas no sólo con su séquito sino también con su pueblo, y ya bastante caldeados estaban los ánimos tras el infructuoso intento de disolver la Asamblea Nacional.

No obstante, ahora se encontraba ante una situación inesperada. El conde Fersen, diplomático Sueco, se había presentado en el palacio para pedir una audiencia con ellos, y el rey se preguntaba si habría llegado hasta ahí en representación del rey de Suecia. Atrás habían quedado los tiempos en los que Fersen frecuentaba la corte francesa por puro placer, de hecho, poco quedaba de la corte que él conocía tras el escándalo del collar y la muerte de quien fuera el heredero al trono, además, no habían recibido noticias suyas en mucho tiempo, por lo menos eso era lo que Luis pensaba.

- Si el Conde Fersen ha venido en representación del rey de Suecia nuestra obligación es recibirlo. - le dijo Luis al Gran Chambelán, tras dirigir su mirada hacia él.

Y tras una breve pausa, continuó.

- Sin embargo, no es necesario que la reina cancele sus actividades por su visita. Yo me encargaré de atenderlo. - agregó, y María Antonieta lo miró sorprendida.

- Enseguida le diré que espere en el salón de audiencias. - respondió el anciano, y tras hacer una reverencia, se dirigió hacia la salida.

Aunque pacífico, Luis XVI conocía perfectamente los sentimientos de su esposa hacia el conde y no tenía intenciones de fomentar un encuentro entre ellos. No lo hacía por evitar las habladurías ni por salvaguardar el estatus de la corona del Rey de Francia, lo hacía por él, porque - aunque no lo demostraba - amaba profundamente a su esposa, y le dolía mucho que su corazón perteneciera a otro hombre.

- María, por favor, espérame aquí. - le dijo Luis Augusto a su reina mirándola a los ojos, y ella asintió con la cabeza con resignación.

...

Mientras tanto, no muy lejos de ahí, el General Jarjayes permanecía de pie frente a la ventana de su habitación. Con tristeza, había visto partir a André llevando una maleta consigo, como si no tuviera intenciones de regresar.

¿Acaso podía culparlo? El sobrino de Juliette de Laurent era un hombre generoso pero siempre había demostrado tener una gran dignidad, y Regnier era consciente de que al burlarse de sus sentimientos hacia Oscar había pisoteado su corazón de una manera irreparable. No obstante, ahora estaba arrepentido. Luego de su inicial conmoción, comprendió que André tuvo razón cuando le dijo que ni el rey de Francia podía decirle a quien debía o no debía amar.

...

En la sala de audiencias, el Rey de Francia se preparaba para recibir al diplomático sueco. No sería un encuentro amical; aunque se conocían desde jóvenes y siempre habían mantenido un trato cordial, no tenían una relación cercana. Mientras Fersen frecuentaba la corte, Luis Augusto se dedicaba a actividades irrelevantes como la caza o la cerrajería, y aunque en ciertas ocasiones participaban de los mismos eventos, su trato siempre había sido breve y distante.

No obstante, el rey de Francia no tenía nada que reprocharle. Sabía que su esposa sentía un especial afecto hacia Fersen, pero no tenía pruebas de que entre María Antonieta y el ciudadano sueco hubiera existido algo más allá de una relación platónica. Para él, los rumores eran simplemente eso, rumores, y su esposa había sido víctima de tantas difamaciones que quería creer que esa era una más antes que pensar que ella podría haberle fallado a su matrimonio.

Fersen esperaba en el pasillo. El Gran Chambelán le había notificado que únicamente sería recibido por el rey de Francia, y aunque se sintió decepcionado al enterarse que no iba a poder ver a la mujer que amaba, quizás era lo mejor. Hubiera sido muy difícil para Hans tenerla frente a él y no poder abrazarla después de todo lo que había pasado desde la última vez que la vio, principalmente, deseaba poder consolarla por la muerte de Luis Joseph, pero todo parecía indicar que eso iba a ser imposible.

Mientras pensaba en ello, la puerta del salón de audiencias se abrió de par en par, y un joven sirviente apareció para indicarle que podía ingresar.

- Buenos días, Conde Fersen. - le dijo el rey de Francia, y Fersen hizo una venia para saludarlo.

- Su Majestad, le agradezco que me haya recibido en unas circunstancias tan difíciles. - le respondió Hans.

- Usted lo ha dicho, conde. Francia no atraviesa el mejor momento... Sin embargo, si ha pedido una audiencia conmigo después de venir desde tan lejos debe ser algo de suma importancia.

- Así es, Su Majestad. Antes que nada, quiero disculparme anticipadamente por lo que he venido a decirle. Soy consciente de que un país extranjero no tiene derecho a involucrarse en cuestiones de estado que no le competen, sin embargo, vemos con preocupación lo que está ocurriendo en Francia y tememos que esta situación afecte a otros países de Europa. - mencionó Fersen.

- Entiendo perfectamente. Por favor, siéntase libre de decir lo que ha venido a decirme. - respondió el rey.

Entonces, Fersen se inclinó frente a él.

- Majestad, en nombre de la corona sueca le pido encarecidamente que retome la comunicación con los representantes de su pueblo. Sé de buena fuente que el Marqués de Lafayette se ha ofrecido como intermediario, y yo que he compartido con él el campo de batalla, puedo asegurarle que no encontrará hombre más honorable para esta tarea. Por favor, le ruego que lo haga Majestad. Si el vínculo no se restablece, la Familia Real se verá perjudicada irremediablemente. - le dijo.

Entonces Luis XVI lo observó en silencio. Hans se veía genuinamente preocupado por Francia y sus palabras lo alarmaron. Hasta ese momento todos sus consejeros le habían aconsejado que no ceda ante la presión que estaban ejerciendo los miembros del Tercer Estado, pero Fersen le estaba pidiendo que haga lo contrario, y su petición la hacía en nombre de la corona sueca.

¿Qué debía hacer? Luis aún no lo sabía. Se sentía confundido, perdido; la situación que atravesaba su país empezaba a sobrepasarlo.

- Majestad, no me atrevería a venir aquí a pedirle esto sino fuera de vital importancia para mantener la estabilidad de Francia. - agregó Hans.

- Conde Fersen, le agradezco su preocupación. Le prometo que meditaré acerca de lo que me ha dicho. - le respondió el rey.

- Se lo agradezco, Su Majestad. - le dijo Fersen, y tras ello, volvió a ponerse de pie. No esperaba otro tipo de respuesta por parte de él, no obstante, estaba seguro de que su petición sería tomada en cuenta ya que la había hecho en nombre del rey de Suecia.

Entonces Fersen lo miró a los ojos, y Luis Augusto intuyó que el conde tenía algo más que decirle.

- Majestad, supe que el Conde Victor de Gerodelle fue apresado por el cargo de traición, y también conozco las circunstancias que lo llevaron a que se diera su aprensión. - le dijo.

- Así es, Conde Fersen. En este momento él se encuentra recluido en la prisión de La Bastilla. Tanto para la reina como para mí esto ha sido un duro golpe. El conde era el Comandante de la Guardia Real y gozaba de toda nuestra confianza, pero desobedeció públicamente una orden de la corona, y por más que me pese, una acción como esa no puede quedarse sin castigo.

- Majestad, por comentarios que no tienden a la exageración, sé que el Conde Gerodelle es un hombre íntegro y que su conducta siempre ha sido irreprochable. Por eso, quisiera ofrecerle una alternativa. - le dijo Fersen.

- ¿Una alternativa? - le preguntó el rey.

- Así es. El exilio en Suecia. - le respondió Fersen. - Estoy seguro de que mi rey dará su autorización si yo se lo pido. Sólo necesito que me de un poco de tiempo para arreglar todo. - agregó.

- Conde Fersen, le agradezco su preocupación, pero la situación es más compleja de lo que parece. - le respondió el esposo de María Antonieta.

Y tras hacer una pausa, continuó.

- Mis consejeros me aseguran que si no le doy un castigo ejemplar al conde, el poder de la Familia Real se verá afectado gravemente. Debo confesarle que me encuentro en una encrucijada; lo último que quisiera es castigar a una persona que me ha servido lealmente durante tantos años, pero sabe bien que mi país atraviesa una crisis en este momento y no puedo darme lujo de mostrar debilidad. - agregó.

Entonces Fersen lo miró impactado. ¿Acaso el Rey de Francia estaba tan dominado por su séquito que estaba dispuesto a enviar a la muerte a un hombre que había dedicado su vida a servirlo a él y a su familia?... No obstante, Fersen no estaba dispuesto a rendirse. Sabía que su hermana jamás le perdonaría que no intente interceder por la vida de Victor Clement, a quien ella consideraba un entrañable amigo. Además, ¿cómo podía darle la espalda a quien había cuidado de la reina durante tantos años?.. No podía rendirse. Sólo él podía defender a Gerodelle en ese momento.

Y tras una breve pausa, insistió:

- Majestad, nadie recordará la acción del conde cuando las cosas se calmen, y en caso de que alguien lo haga, vería como un acto de magnanimidad que el castigo para él sea el exilio. Le aseguro que nadie juzga a un monarca por demostrar piedad con quien le ha demostrado lealtad durante tantos años. - le dijo Fersen en tono insistente. - Un mes... Un mes es todo lo que le pido para dejar todo arreglado. Por favor, majestad. Considere lo que le pido.

Entonces las puertas del salón se abrieron y el príncipe Luis Carlos se abalanzó hacia su padre.

- Luis Carlos... Pero ¿qué haces aquí? - le preguntó el monarca ante la mirada estupefacta de Fersen, que no esperaba una interrupción como esa en aquel momento, y unos segundos después, una de las cuidadoras del heredero al trono se presentó en la sala.

- Lo siento, Su Majestad. - le dijo jadeante la joven condesa. - El príncipe deseaba verlo con insistencia y corre demasiado rápido.

Entonces Luis Augusto levantó a su hijo de apenas cuatro años en sus brazos.

- ¿Para qué querías verme, hijo? - le preguntó Luis, y tras una breve pausa, Luis Carlos se dirigió a él.

- Padre, el Conde Gerodelle me prometió que hoy jugaríamos con las espadas, pero no lo encuentro por ninguna parte. Por favor, haz que venga de inmediato. - le dijo el pequeño.

Entonces el rey dirigió su mirada hacia Fersen, el cual se quedó sin palabras ante la petición del menor de los hijos de su amada. Claramente Luis Carlos estaba muy unido a quien fuera el comandante de la Guardia Real, y resentía su ausencia.

- Hijo, ¿tú aprecias mucho al Conde Gerodelle? - le preguntó el rey a su pequeño, y tras escuchar su pregunta, este esbozó una inocente sonrisa.

- Padre, pensé que lo sabías. El conde es mi mejor amigo. - le respondió el delfín.

Entonces Luis XVI volvió a colocar a su pequeño en el suelo.

- Luis Carlos, regresa con la condesa. Enseguida iré a buscarte y hablaremos sobre esto. - le dijo.

- Sí, padre. - le respondió Luis Carlos.

Y tras ello, salió corriendo del salón seguido de inmediato por la condesa que lo cuidaba.

- Conde Fersen, prolongaré un mes mi decisión con respecto al castigo que le daré al Conde Gerodelle. - le dijo de pronto, y Fersen lo miró sorprendido.

Entonces el esposo de María Antonieta continuó.

- No podría soportar que en el futuro mi hijo me reclame que haya ordenado la pena máxima a alguien a quien en este momento considera su mejor amigo. Seguramente jamás me lo perdonaría. - le dijo. - Por favor, deje todo listo para que pueda exiliarlo a Suecia cuando sea preciso.

- Por supuesto, Majestad. - le dijo Fersen.

Unos minutos después, el conde se retiró del palacio. Después de la conversación que había sostenido con el rey de Francia se sentía mucho más tranquilo. Presentía que su petición para retomar las conversaciones con el pueblo serían escuchadas, y había conseguido que el rey reconsidere su decisión con respecto al castigo que le daría a Gerodelle.

Ahora le quedaba una tarea adicional; visitar La Bastilla para saber como se encontraba Victor Clement e informarle acerca del acuerdo al que había llegado con el rey de Francia con respecto a su caso. Saber que sería exiliado sería una dura noticia para él, pero era la mejor alternativa que tenía. Luis XVI estaba planteándose incluso darle la pena máxima; de no ser por la intervención del príncipe heredero, probablemente ese hubiera sido su destino. No obstante, sabía que le resultaría imposible decirle algo como eso; no tenía sentido para él lastimarlo de esa manera; ya iba a sufrir suficiente con el hecho de tener que permanecer varios días más en la prisión de la Bastilla.

...

Fin del capítulo