Capítulo 79
¿Qué oculta nuestro primo?
Tras salir de la casa principal de la villa de sus abuelos, Jules caminó hacia el pueblo. La tarde anterior había decidido quedarse a cenar con su madre, pero ambos se entretuvieron conversando y se le hizo tarde para regresar, por lo que decidió pasar la noche en la habitación que ocupaba antes de mudarse a la villa de André.
Eran casi las diez de la mañana, sin embargo, decidió que antes de regresar a su trabajo, visitaría a su hermana para saber cómo estaban ella y sus sobrinos, y caminaba hacia allá, ya que la casa de Camille estaba relativamente cerca. En el camino, pasó por un pequeño mercado y los pobladores lo detuvieron para saludarlo haciendo su paso más lento; Jules era muy popular en la zona porque su familia le daba trabajo a mucha gente y todos lo conocían desde niño, y aunque era un joven reservado, sabía recibir con amabilidad y agradecimiento el afecto de la gente.
Unos minutos después, y ya más tranquilo, se detuvo para observar una de las casas con nostalgia. Era rústica, sin duda, pero también muy hermosa. Las paredes y las tejas eran de color mármol, y las ventanas eran blancas. El exterior estaba adornado con verdes plantas que la llenaban de vida y no faltaban las flores, no obstante, desde hacía muchos años nadie la ocupaba; eran los vecinos la que la mantenían así de bella para preservar su armonía con el resto de la calle.
Entonces Jules caminó hacia ella y abrió la puerta. Habían pasado algunos meses desde la última vez que entró, pero lucía igual que siempre. Cuando vivía con su madre acostumbraba visitarla; aquella casa le inspiraba la paz que necesitaba cuando se sentía inquieto o desorientado, y se relajaba arreglando algo que encontraba roto o descompuesto o simplemente manteniéndola limpia y en orden. Muchas veces se sorprendió a sí mismo pensando en cómo sería vivir ahí, y es que aunque casi toda su vida había vivido en la casa principal de la villa de su familia - la cual era similar a una mansión - amaba aquella pequeña casa, aunque no sabía explicarse la razón.
Estando nuevamente ahí, notó que tenía algo de polvo y se dispuso a limpiarla. A pesar de estar rodeado de sirvientes, su madre lo educó para que sepa valerse por sí mismo y no tenía problemas con dedicarse a las tareas del hogar, así que tomó una escoba y empezó a barrerla, y tras ello, un sacudidor de polvo. Una hora después, la casa estaba nuevamente reluciente; que fuera tan pequeña era una ventaja, pero se había tardado más de lo que había planeado.
...
Mientras tanto, tras haber hablado con Bernard, André se dirigía a la mansión de Victor Clement con la intención de saber si en esas últimas horas había cambiado en algo la situación de Gerodelle, y qué mejor que preguntarle directamente a sus sirvientes.
No mentía cuando le dijo a Oscar que él también estaba preocupado por el conde. André y Victor habían pasado muchas cosas juntos durante su paso por la Guardia Real, de hecho, en más de una ocasión ambos habían arriesgado la vida por el otro, y aunque el destino los había convertido en rivales por amar a la misma mujer, compartir tantas experiencias durante tantos años los había unido de una manera difícil de explicar.
Al llegar, el nieto de Marion detuvo su caballo frente a las rejas de su mansión y la observó por unos minutos, preocupado por la información que iba a recibir. Realmente deseaba que aún no hubieran dictado una sentencia para Gerodelle. Sus contactos le habían dicho que el rey iba a tomar la decisión sobre ello esa tarde, y si era así, Oscar y él aún contaban con algunas horas para hacer algo al respecto. No obstante, las cosas podían cambiar de un momento para otro, sobre todo por aquellos tiempos.
Entonces, decidido a no prolongar más su incertidumbre, bajó de su caballo, pero cuando estaba a punto de entrar, un susurro lo detuvo.
- André... - escuchó decir el nieto de Marion, y dirigió la vista hacia el lugar de donde provenía aquella extraña voz que lo llamaba, una voz que le resultaba muy familiar. - André... - volvió a escuchar.
Entonces notó que un carruaje sencillo esperaba cerca de la entrada; casi podía asegurar que de ahí provenía la voz que lo llamaba, y con precaución y a paso lento, se acercó a el y vio a un hombre que parecía observarlo.
- André, soy yo, Hans. - le dijo de pronto el desconocido, y André lo miró sorprendido.
La voz era idéntica, pero definitivamente ese no era el conde, o al menos eso fue lo que creyó André en un principio, porque luego de unos segundos, reconoció los ojos de quien fuera el amante de María Antonieta.
- ¿Hans? ¿Hans, eres tú? - le preguntó André, absorto.
Entonces Fersen le hizo un gesto para que bajara la voz y se acerque más a él, lo cual André hizo de inmediato.
-¿Pero qué haces aquí? - exclamó el nieto de Marion en voz baja, y el conde le abrió la puerta de su carruaje.
- Por favor, sube. - le respondió Fersen.
Entonces André aseguró su caballo en la entrada e hizo lo que el conde le había pedido. Estaba desconcertado; no entendía qué estaba pasando. Ahí estaba él, dentro de un carruaje ordinario con dos hombres vestidos de plebeyos, y uno de ellos era Hans Axel Von Fersen.
- André, te presento a Frederick de Harcourt, uno de mis más grandes amigos aquí en Francia. Combatimos juntos en la Guerra de Independencia de América y desde hace algunos meses me alojo en su mansión en Valenciennes. - le dijo. Y tras ello, se dirigió al marqués. - Frederick, él es André Grandier. Trabaja con Oscar de Jarjayes, quien dirigió la Guardia Real antes que el Conde Gerodelle, y también es un entrañable amigo mío. - agregó.
Entonces André y Frederick estrecharon las manos.
- Es un placer conocerte, André. - le dijo Frederick con una amable sonrisa, y André también sonrió.
- El placer es mío. - respondió.
Y tras ello, Fersen se volvió a dirigir al nieto de Marion.
- Quisiera tener más tiempo para explicarte los motivos por los que me encuentro en París, pero intentaré ser concreto. Hoy a primera hora de la mañana tuve una audiencia con Su Majestad. - le dijo.
- ¿Con Su Majestad? - replicó André.
- Así es. Le solicité en nombre de la corona sueca que intente retomar la comunicación con los representantes del pueblo de Francia, y también fui a intercerder por Gerodelle, porque me enteré que fue tomado prisionero y cuales fueron las circunstancias que lo llevaron a ello.
Y tras una pausa, ante la atenta mirada de André, Fersen continuó.
- Me dijo que meditaría lo relacionado al primer asunto, pero sobre Gerodelle, aceptó retrasar la decisión de su castigo para él mientras preparo todo para su exilio en Suecia. - le dijo.
- Hans, ¡que gran noticia! Oscar y yo estábamos muy preocupados por él y se nos estaban acabando las opciones. La verdad, temía que fuera condenado a muerte. - le dijo André.
- Para ser honesto, el mérito no es mío; quien lo convenció fue el príncipe heredero. Al parecer se hizo muy cercano al conde. - le dijo. - Yo solo le propuse a Su Majestad la idea del exilio y me ofrecí a dejar todo arreglado para que sea recibido en Suecia.
Y tras una pausa continuó.
- Pero hay un problema. - le comentó Fersen.
- ¿Cuál? - le respondió André.
- El conde me pidió que me reúna con su ama de llaves para informarle todo esto, para que ella empiece a ver la forma de trasladar todo su patrimonio a mi país, por eso estamos aquí. Sin embargo, si nos presentamos vestidos así, es posible que ni siquiera logremos pasar de las rejas.
Entonces Frederick intervino.
- Hans tiene muchos enemigos aquí, André. Me imagino que estás al tanto de eso. Por eso tenemos que viajar ocultando nuestra identidad. - le dijo.
- Comprendo. Sería extremadamente arriesgado que lleguen con sus ropajes habituales y en un carruaje de nobles, sobre todo después de haber alertado a toda la corte de la presencia de Hans aquí. - les dijo André. - Pero no se preocupen, porque eso no será un problema. Conozco a los sirvientes de esta casa y al ama de llaves del conde desde hace muchos años. Si ambos entran conmigo nadie los detendrá, aún estando vestidos como plebeyos. Por otro lado, Hans, no tengas reparos en decirle a Clarice quien eres realmente. Ella es una de las personas más discretas que conozco, de hecho, lo mismo ocurre con el resto de sirvientes de esta casa. Al igual que en la mansión Jarjayes, lo que pasa aquí, se queda aquí. No podría ser de otra forma cuando se trata de la residencia de dos ex comandantes de la Guardia Real. - respondió André.
- Entonces, ¿nos ayudarás? - le preguntó Fersen.
- Por supuesto. - le respondió André, y Hans y Frederick sonrieron, agradecidos por la fortuna de haberse cruzado con André justo cuando más lo necesitaban.
...
Mientras tanto, Jules llegaba a la residencia de Camille. ¡Qué distinta era esta casa comparada con la que acababa de visitar! Aunque también estaba en el pueblo, la casa de su hermana era muy grande, se encontraba protegida por altos muros y estaba rodeada de un jardín lleno de flores de todos los colores.
Tras anunciar su llegada, un sirviente le abrió las puertas, y unos metros más allá, pudo ver a su sobrino jugando en el jardín, el cual, al verlo llegar, salió a su encuentro.
- ¡Tío Jules! - exclamó emocionado, y tras ello, corrió a abrazarlo.
- ¡Philippe! - exclamó Jules.
Y tras abrazarlo, se inclinó al lado de su sobrino sosteniendo sus brazos afectuosamente.
- Cada día estás más grande. - le dijo.
- Sí, espero ser tan alto como mi padre. - le respondió el niño, y Jules sonrió.
- Así será, te lo aseguro.
Y tras una pausa, continuó.
- ¿Cómo han estado?
- Pues bien. - respondió Philippe. - Mi padre estuvo con nosotros estos días, pero hoy volvió al trabajo, y mi madre pasa mucho tiempo con el bebé. Cuando se duerme intenta jugar conmigo, pero a veces preferiría que descanse porque siempre está bostezando. - le dijo Philippe riendo.
- Cuando tú eras pequeño ella también dedicaba mucho tiempo a cuidarte. Ya sabes, los bebés requieren de mucha atención. - le respondió Jules.
- Lo sé, tío. De hecho, yo también me ocupo de mi hermano. Ya se cambiar sus pañales y me gusta hacerlo dormir. - le dijo.
- No esperaba menos de ti, Philippe. - respondió Jules con una sonrisa. - Iré a verlo, y también a tu madre. ¿Vienes conmigo? - preguntó.
- Sí, pero en unos minutos. - le respondió el niño. - Estoy lleno de tierra y mi madre me ha prohibido acercarme así a mi hermano. Iré a asearme y subiré. - agregó.
- Está bien. - le respondió Jules, y tras ello, avanzó hacia el interior de la casa.
Unos minutos después, tras subir a la segunda planta, tocó a la puerta de la habitación de su hermana.
- Pase. - dijo ella desde la butaca donde estaba sentada al lado de la cuna donde dormía su bebé, y unos segundos después, su hermano ingresó a verla. - ¡Jules! ¡Pero qué sorpresa! - exclamó.
Y tras ello, se levantó para abrazarlo.
- ¿Cómo has estado, Cami? - le dijo él recibiendo su abrazo afectuosamente, y luego de soltarlo, la hija de Juliette se dirigió a su hermano.
- Te esperaba a fin de mes, como siempre. - le dijo sonriendo.
Entonces Jules avanzó hacia la cuna donde se encontraba su sobrino más pequeño, y viendo que estaba dormido, bajó un poco el volumen de su voz.
- Vine con la intención de ir al correo a dejar una carta para André. No había tenido noticias suyas en algún tiempo y estaba muy preocupado, pero antes de ir pasé a ver a nuestra madre y me dijo que había recibido una carta suya hace un par de semanas diciendo que estaba bien y eso me dejó un poco más tranquilo. - le respondió.
- Es curioso. Yo también estuve pensando mucho en él ayer. Además, me sentía muy intranquila, como si tuviera un mal presentimiento. - le dijo Camille.
Entonces Jules la miró preocupado. El también había tenido un mal presentimiento la tarde anterior, y tras escuchar que su hermana también lo había tenido, su preocupación se intensificó. Sin embargo, decidió no alarmarla.
- No sabes cuánto quisiera que André viva cerca de nosotros. - comentó Camille, y tras ello, bajó la mirada con tristeza.
- También yo. No entiendo que lo ata a Versalles... Aquí está la villa de nuestro abuelo y ahora la villa que le pertenece. Además estamos nosotros, que somos su familia. - le respondió Jules. - A menos que...
- ¿Qué cosa? - le preguntó Camille.
Entonces Jules sonrió.
- Olvídalo. Es una tontería. - respondió él, pero eso despertó aún más la curiosidad de Camille.
- Tontería o no, me la dices o no te dejaré salir de aquí. - exclamó ella, y su hermano empezó a reír.
- Está bien... Está bien... - le respondió Jules.
Y tras una pausa, continuó.
- La última vez que André vino a Provenza, yo estaba saliendo con Sandrine, y recuerdo que le dije bromeando que a partir de ese momento seguramente nuestra madre y tú enfocarían sus energías en buscar una mujer para él. Entonces él, casi sin pensar, me respondió que no estaba disponible.
- ¿¡Qué!? - exclamó Camille.
Y tras una pausa, el hijo de Juliette continuó.
- Claramente fue un desliz de su parte, porque se puso nervioso. Luego le pedí que me de más información, incluso apelando al chantaje emocional, pero se negó a hacerlo. - le relató.
Entonces la hija de Juliette lo miró sorprendida. Estaba segura de que la mujer que lo retenía en Versalles no era otra que Oscar Françoise de Jarjayes. Para Camille era evidente que su primo sentía algo por ella; cada vez que André hablaba de Oscar, su expresión cambiaba y sus ojos se iluminaban. Pero si lo que pensaba era cierto, André corría un grave peligro, porque a pesar de que él y Oscar crecieron juntos, ella era la heredera de una familia de la nobleza francesa y su primo era un plebeyo.
- Me pregunto qué oculta nuestro primo. - le dijo Jules a Camille con resignación, aunque ignorando la gravedad del asunto.
No obstante, ella se mantuvo en silencio. Confiaba en su hermano, pero sentía que contarle sus sospechas a Jules era como traicionar a André. La última vez que lo vio intentó confrontarlo, y aunque él intentó evadirla, el nieto de Marion parecía gritarle con la mirada que sí amaba a su ama. Por su parte, Jules se preguntaba si debía ir a París a buscarlo para comprobar por sí mismo si André se encontraba bien. El hecho de que tanto él como su hermana hubieran tenido un mal presentimiento no era una buena señal, y Jules era consciente de ello.
Su instinto no les había fallado. Habían estado a punto de perder a su primo bajo el filo de la espada del General Jarjayes la tarde previa, pero la intervención de la reina de Francia lo había salvado y ahora enfrentaba otro tipo de dificultades. No obstante, tanto Jules como Camille creían que él no debía permanecer en Versalles dadas las circunstancias. Anhelaban su regreso a la apacible Provenza, pero no sabían cómo convencerlo para que lo hiciera.
...
Fin del capítulo
