Capítulo 80
Secretos
Era el 27 de Junio de 1789. Habían pasado algunos días desde que Oscar regresó a sus labores habituales en la Guardia Nacional y muchas cosas habían pasado desde entonces.
En las calles de París, los ciudadanos franceses marchaban para que el rey apruebe la Asamblea Nacional. Los representantes del pueblo, el clero y la nobleza que la conformaban habían decidido abandonar el recinto de manera pacífica, sin embargo, seguían reuniéndose de manera clandestina. Por su parte, Maximilian de Robespierre se había reunido en secreto con Jacques Necker, Ministro de Finanzas, para solicitarle que utilice sus influencias con el rey de Francia para que este apruebe la Asamblea Nacional insistiendo en que esa era la única opción que tenían si querían evitar un derramamiento de sangre. Luis XVI había aceptado la sugerencia de Fersen y se había reunido ya con el Marqués de Lafayette, sin embargo, aún no estaba convencido de aprobar la Asamblea Nacional y Robespierre tenía la esperanza de que el monarca sí escuche al ciudadano Suizo.
Por otra parte, Alain y los demás soldados que se habían rebelado a la orden del General Boullie permanecían en la prisión de Abbey; habían aceptado su fatal destino e intentaban mantener el optimismo hasta el final, aunque a medida que pasaba el tiempo, les resultaba cada vez más difícil. Mientras tanto, aunque en otras condiciones, Gerodelle también permanecía recluido en la prisión de La Bastilla. Tal como se lo dijo Fersen, el rey de Francia les había comunicado a sus consejeros que retrasaría su decisión acerca del castigo que le daría a Victor Clement, y aunque ellos se lo reclamaron, el esposo de Maria Antonieta se mantuvo firme en su decisión por amor al menor de sus hijos.
Mientras tanto, Hans Axel Von Fersen retornaba a Suecia. Tras detenerse en Valenciennes para dejar a Frederick, cambió de carruaje y continuó su camino a su país natal al lado de la misteriosa mujer que Gerodelle le había mencionado la última vez que lo vio. Para sorpresa del conde, se trataba de Sarah, la mujer que se había hecho cargo de Victor Clement durante sus días de niñez en el campo. Tras conocerla y darse cuenta de que no tenía mas familia que Gerodelle, decidió llevarla consigo al que sería el país de destino del ex comandante de la Guardia Real.
Por su parte, Clarice - con ayuda de André - había preparado todo lo necesario para mover el patrimonio de su amo a Suecia, y ya solo era cuestión de tiempo para que se lleve a cabo el traslado. La heredera de los Jarjayes ya estaba al tanto del acuerdo al que el rey había llegado con Fersen con respecto al castigo de Gerodelle, y tras celebrar el hecho, apoyó la idea de que sea el nieto de Marion el que ayude al ama de llaves de su ex subordinado con todo lo que necesite. No podían levantar suspicacias involucrando a terceras personas porque el rey no había dictado oficialmente una sentencia para Victor Clement, y si algún otro miembro de la nobleza se enterara de que Clarice estaba trasladando el patrimonio de su amo a otro país, todo podría echarse a perder.
Mientras tanto, la heredera de los Jarjayes se ocupaba de dirigir a la Guardia Nacional al lado del Coronel Dagout. La violencia se había incrementado en algunos puntos de la ciudad, pero estaba controlada. No obstante, a medida que pasaba el tiempo, se sentía una mayor tensión en el ambiente.
Por aquellos días, la salud de Oscar se había deteriorado; se sentía cada vez más cansada y en algunas ocasiones tosía sangre. A pesar de ello, no se sentía preparada para aceptar que le den malas noticias, no por ella - que desde que aceptó su destino en la vida militar estaba preparada para morir - sino por André, porque no quería renunciar a la idea de tener una vida a su lado, por eso había decidido no visitar aún al Doctor Lassone. Afortunadamente para ella, el nieto de Marion no había notado nada. Oscar ignoraba que él no se daba cuenta de su palidez porque su vista estaba cada vez más deteriorada, y el resto de los soldados no notaban la debilidad de la hija de Regnier porque frente a ellos ella aparentaba fortaleza. No obstante, el Coronel Dagout lo había notado desde hacía mucho tiempo, y muchas veces se ofrecía a liderar a la tropa solo para que ella descanse, pero Oscar rara vez aceptaba su oferta, sin embargo, aquel era un día particular. Ella se sentía más debil que otros días, por ello, antes de que alguien lo note, aceptó salir temprano para dirigirse a la mansión Jarjayes. Ni el hijo de Gustave Grandier ni ella habían retornado desde la mañana del 24 de Junio, pero ahora debía hacerlo, así que llamó a André a su despacho para comentarle su decisión, y tras unos minutos, él llamó a su puerta.
- Adelante. - le dijo Oscar, y André se dirigió a su encuentro.
- Oscar, me dijeron que querías verme. - le dijo el nieto de Marion.
Y tras una breve pausa, la heredera de los Jarjayes, la cual se encontraba de pie al lado de su ventana, dirigió su mirada hacia él.
- Sí, André. Quería comentarte que iré a casa en unos minutos. El Coronel Dagout se quedará a cargo del regimiento y yo regresaré mañana por la mañana. - le dijo.
No obstante, André la miró descolocado. No quería que ella regrese a esa casa, una casa donde había estado a punto de perder la vida a manos de su padre. Desde hacía varios días, el nieto de Marion tenía pendiente una conversación con Oscar sobre ese asunto, pero había estado tan ocupado con sus obligaciones dentro de la Guardia Nacional y ayudando a Clarice con los temas de Gerodelle que no había encontrado el momento oportuno.
- Oscar, tenemos que hablar sobre esto. - le dijo André seriamente. Entonces ella, imaginando lo que él quería decirle, se dirigió a él nuevamente.
- André, sé que piensas que lo que hizo mi padre es inaceptable, y que te dijo cosas que...
- Lo que me haya hecho o dicho a mí no es lo que repruebo... - interrumpió el nieto de Marion, muy determinado. - Oscar, no quiero que regreses a esa casa. - le dijo.
Y por primera vez, ella se sorprendió al ver rencor en la mirada del hombre que amaba.
- André, muchos aristócratas cambiarán su manera de pensar cuando se den cuenta de que no queda otro camino que aceptar las propuestas de la Asamblea Nacional. Con el tiempo, mi padre también lo hará y se dará cuenta que no actuó de manera correcta. - mencionó.
- ¿Que no actuó de manera correcta? - replicó André. - Oscar, él intentó quitarte la vida. - agregó con indignación.
Y tras verlo así, ella intentó razonar con él.
- Sé que lo que hizo mi padre fue terrible, pero por favor, intenta comprenderlo. Me acusaban de traición, y esa acusación iba a llevar a la ruina a toda mi familia. - le dijo.
Y ante la obcecada mirada de André, ella continuó.
- A los ojos de Su Majestad y a los ojos de su séquito yo me había convertido en una traidora a la corona, y sabes bien qué hubiera pasado si la reina no perdonaba mi falta. Podría haber enfrentado la pena máxima y todos aquellos emparentados directamente conmigo quedarían deshonrados, las propiedades de mi familia hubieran sido confiscadas y seguramente perderíamos el título nobiliario. Mi padre tomó esa decisión por desesperación, pensando en mis hermanas, en mis sobrinos, en las generaciones venideras. - le dijo.
- Pero, Oscar... - replicó André sin querer entender, sin embargo, ella insistió.
- Por favor, no te llenes de rencor contra mi padre... Intenta comprenderlo como yo lo he comprendido. - le dijo ella suavemente.
No obstante, André aún no podía superar que Regnier hubiera sido capaz de atreverse a atentar contra la vida de la mujer que amaba. Su rechazo le había dolido, pero no era eso lo que no podía perdonar, sino que haya intentado matar a Oscar y verla a ella como la había visto después de ese hecho. No obstante, al parecer la hija de Regnier veía las cosas de manera diferente y no podía culparla; finalmente el general era su padre, y si ella era capaz de perdonarlo, él no podía oponerse.
Entonces, tras un largo silencio, Oscar se dirigió a la salida. Sabía que André necesitaba pensar en lo que le había dicho y que necesitaba más tiempo para hacerlo así que decidió irse, pero antes de hacerlo, volvió a dirigirse a él.
- André, mi padre pensaba morir conmigo aquel día. - le confesó Oscar con tristeza.
Entonces André la miró confundido; no tenía idea de que su antiguo amo hubiera estado dispuesto a seguir a su hija al más allá aquel trágico día. Aquella revelación lo había tomado por sorpresa.
Y tras una pausa, Oscar volvió a dirigirse a él.
- Nos vemos mañana. - le dijo, y unos segundos después, abandonó su despacho.
Tras su partida, André permaneció en silencio, intentando procesar lo último que le había dicho su amiga de la infancia. ¿Morir con ella?... Al igual que él, su amo había estado dispuesto a hacerlo, sin embargo, también había estado dispuesto a acabar con Oscar aún siendo su hija. ¿Qué debía pensar? ¿Qué debía sentir? André no era una persona rencorosa, pero lo que había hecho su amo en contra de la mujer que amaba lo sobrepasaba.
Por su parte, ella caminaba hacia la salida del cuartel, preguntándose si se encontraría nuevamente con su padre al llegar a su mansión, y recordó que en la última conversación que sostuvieron, el general le había preguntado si amaba a André, pero ella decidió no responderle. Únicamente le dijo que entre ellos nunca había pasado absolutamente nada y le resultaba curioso que Regnier no hubiera intentado contactarla después de eso, porque estaba segura de que a pesar de su silencio, el general sospechaba que ella también amaba a André.
Antes de aquel día, Oscar había estado convencida de que él jamás aceptaría que André y ella se unan para formar una familia por su diferencia de clases sociales; por aquellas épocas, el matrimonio de alguien de la nobleza debía ser autorizado por el rey y ningún monarca aceptaría un matrimonio de esa naturaleza, de hecho, se decía que el mismísimo Luis XIV se había casado clandestinamente tras enamorarse de una mujer que tenía un rango menor al suyo. Debido a esa restricción, ninguno de los dos había avanzado un paso más cuando estaban cerca el uno del otro; era por eso que ninguno de los dos se había atrevido a dejarse llevar por su amor aún cuando en muchas ocasiones habían estado tentados a hacerlo. Sin decirlo, tanto André como Oscar habían estado esperando que durante las asambleas de los Estados Generales se acepte la "igualdad ante la ley de todos los ciudadanos franceses" ya que aquella demanda figuraba en el pliego de peticiones que solicitaban los representantes del Tercer Estado, pero ninguna de las peticiones del pueblo había sido escuchada.
No obstante, más allá de que su amor estaba social y legalmente prohibido, ellos enfrentaban obstáculos aún más profundos. A pesar de amarse intensamente, ambos guardaban secretos, secretos que los distanciaban, secretos que no les permitían dejarse llevar por su amor.
A Oscar la abrumaba el miedo a perderlo. Lo amaba tanto que el temor a que André deje de amarla la paralizaba al punto de mantener encerrado dentro de sí todo el amor que sentía por él. En lo más profundo de su corazón, temía que parte de él no le hubiera perdonado el sufrimiento que le ocasionó el amor que había creído sentir por Fersen. Con sus propios ojos, Oscar había sido testigo de la desesperación que había sentido André a causa de su indiferencia, al extremo de verlo transformarse en alguien agresivo cuando por unos pocos segundos intentó poseerla a la fuerza, o cuando fue testigo de la profunda tristeza que sintió cuando se enteró que Gerodelle había pedido su mano en matrimonio, habiéndolo incluso visto llorar al creer que iba a perderla. ¿Podía un amor ser tan fuerte como para mantenerse en el tiempo a pesar de tanto sufrimiento? Aquella era una pregunta que se hacía constantemente. Tras el rechazo de Fersen únicamente había pensado en ella misma, incluso tras saber que André la amaba, pero ahora se arrepentía de haberse comportado de una manera tan egoísta.
Por su parte, André también guardaba dentro de sí el dolor que sentía por el rechazo del patriarca de los Jarjayes. Nunca se lo había dicho a su amiga de la infancia, pero él realmente deseaba ser aceptado por Regnier como esposo de su hija. Amaba a Oscar desde hacía veinte años, pero a pesar de la felicidad que le había provocado saberse correspondido, sentía que su felicidad no iba a ser completa si no era aceptado por la familia de su amada. Era por eso que antes de dejarse llevar completamente por su amor por ella esperaba el cambio de los tiempos. Deseaba fervientemente poder presentarse ante el general con la frente en alto para pedirle la mano de su hija en matrimonio tal como lo había hecho Gerodelle; deseaba que el padre de su amada lo acepte como yerno y le de su bendición. No tenía la fortuna del conde, pero sí era un hombre lo suficientemente adinerado por la herencia de sus padres como para darle a Oscar la vida a la que estaba acostumbrada. No obstante, su sueño se había hecho pedazos el día en que Regnier le dijo que era un tonto al pensar que podía superar las diferencias de clases sociales y aspirar a casarse con una aristócrata, y a partir de ese momento, empezó a sentirse indigno de amar a Oscar, aunque a un nivel tan inconsciente que ni siquiera era capaz de entender porqué no buscaba acercarse a ella como solía hacerlo, pasando más tiempo en las barracas en lugar de ir a buscarla cuando tenía un rato libre. Algo se había roto dentro de su corazón; había soñado durante mucho tiempo tener la aprobación de Regnier como soñaría un hijo tener la aprobación de su padre, pero había ocurrido todo lo contrario.
No obstante, ni el sentimiento de culpa de Oscar ni el dolor que sentía André por el rechazo del general era lo único que se ocultaban el uno al otro. Ella no le había dicho que sospechaba que tenía una grave enfermedad, y él, por su parte, no le había confesado a la mujer que amaba que veía cada vez peor. En su afán por evitar preocuparse el uno al otro no estaban siendo sinceros, y eso, tarde o temprano, los iba a poner en riesgo.
...
Varios minutos más tarde, tras haber dejado a su caballo en los establos, Oscar se dirigía a la entrada de su mansión, y a unos metros de ella, notó que alguien la esperaba de pie al lado de la puerta.
Era Georgette, la cual tenía el rostro lleno de felicidad por volver a verla. Desde que su hija se marchó la mañana del 24 de Junio había permanecido cada tarde en el portón esperando su retorno, y Oscar al fin había regresado.
- Madre... - le dijo ella tomándola de las manos afectuosamente, y tras ello, ambas se dieron un cálido abrazo.
- Hija, ¿por qué has tardado tanto en regresar? - le preguntó Georgette.
No obstante, Oscar prefirió no decirle las verdaderas razones que la habían alejado de su casa en esos últimos días. Suponía que su padre no le había comentado a su madre nada de lo que había pasado aquel terrible 23 de Junio, y prefirió mantener el secreto. No había necesidad de contarle a Georgette que el hombre que amaba desde hacía más de cuarenta años había estado apunto de arrebatarle la vida a su hija; eso solo le traería a su querida madre mucho sufrimiento.
- Tras la suspensión de las asambleas de los Estados Generales mi compañía ha retomado sus antiguas obligaciones y he estado muy ocupada. Por eso no había regresado, madre. - le dijo Oscar dulcemente.
Entonces su madre asintió con la cabeza, y la miró con amor durante algunos segundos. Tras ello, Oscar la tomó del brazo y ambas avanzaron hacia el interior de la mansión.
- ¿Cómo has estado? - le preguntó la heredera de los Jarjayes.
- Bien, hija. Hoy recibí otra carta de Josephine. Quiere que Marion y yo la visitemos en Suecia por el cumpleaños de George. - le dijo Georgette.
- Es cierto. George cumple cinco años en Julio. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. - le respondió Oscar con nostalgia, y su madre sonrió.
- Así es. El miembro más joven de nuestra familia ya cumple cinco años. Tu hermana insiste en que vayas también, aunque me dijo que probablemente dirías que no. - le dijo Georgette.
- Y tiene razón. - le respondió Oscar con una sonrisa. - Me gustaría ir a verla y también felicitar a George por su cumpleaños, pero es imposible para mí ausentarme de mis labores en fechas como estas. Pero no te preocupes. Le compraré un regalo que sé que le gustará y se lo enviaré contigo. - agregó.
Entonces ambas llegaron a la parte de la casa que daba a las escaleras.
- Es curioso. - dijo de pronto Georgette, dirigiendo la mirada hacia Oscar.
- ¿Qué es curioso, madre? - le preguntó ella.
Y tras una breve pausa, Georgette continuó.
- Tengo muchos nietos y nietas, y todos son rubios como George. - le dijo. - Sin embargo, sería inmensamente feliz si tuviera la bendición de tener un nieto con el cabello de color azabache. Amaría a ese niño con todo mi corazón. - agregó mirándola a los ojos.
Entonces Oscar la miró sorprendida. ¿Por qué su madre le decía una cosa como esa? Ninguno de sus cuñados tenía el cabello color azabache y todas sus hermanas eran rubias. ¿O acaso ella se refería a...?
No obstante, al notar que su hija empezaba a sonrojarse, la esposa de Regnier de Jarjayes decidió dejarla tranquila.
- Debes estar cansada... - le dijo. - Ve a tu habitación. Le diré a los sirvientes que te preparen un baño tibio.
- Sí, madre.- le respondió Oscar, aún descolocada por las palabras de su madre.
Tras ello, se dirigió hacia las escaleras que la llevarían a la segunda planta. "¿Acaso mi madre conoce mis sentimientos hacia André?" - se preguntó mientras caminaba, aunque claramente, la respuesta a su interrogante caía por su propio peso.
...
Fin del capítulo.
