Capítulo 81

Entre la razón y el corazón

Tras tomar el baño tibio que una de sus sirvientas le había preparado, la heredera de los Jarjayes, recostada sobre su cama, se sentía muy inquieta. Había notado que a medida que pasaban los días sus ataques de tos se hacían cada vez más frecuentes y que se sentía cada vez más cansada.

Cuando se dio cuenta de que estaba enferma acababa de recibir la misión de asegurar el orden de las asambleas de los Estados Generales y nunca se planteó renunciar a su responsabilidad; la hija de Regnier siempre había puesto el deber por encima de sí misma, de esa manera había sido educada, por eso decidió continuar con su labor pensando que en un corto tiempo las asambleas llegarían a buen puerto. Sin embargo, la falta de entendimiento entre los delegados de los tres estados hizo que todo se saliera de control, y tras una serie de eventos, su compañía fue relegada de su cargo y retornó a encargarse únicamente de la seguridad de París, la cual era una responsabilidad muy grande por aquellos convulsionados días.

¿Estaría en capacidad de seguir liderando la tropa en un futuro próximo?.. Aquella era una pregunta que se hacía constantemente sin encontrar una respuesta certera, porque habían días en los que se sentía bien y otros, como aquel, en los que sentía que las fuerzas la abandonaban.

No obstante, aquello no era lo único que la atormentaba; amaba a André, lo amaba más que a nadie y quería un futuro a su lado, pero si estaba enferma, no era justo para él que ella lo retenga a su lado.

"En este mundo existen dos tipos de amor: un amor que trae la felicidad y otro que provoca el sufrimiento..."

¿Acaso deseaba inspirar en André un tipo de amor que le provocara sufrimiento? Si en verdad lo amaba, ¿cómo podía pensar siquiera en hacerle daño? No obstante, si ella moría a causa de la grave enfermedad que la aquejaba provocaría en el hombre que la amaba un dolor tan grande que le faltarían años de vida para recuperarse.

Desde que se dio cuenta de que amaba a André, Oscar había hecho todo lo posible para demostrarle su amor y había conseguido que él se diera cuenta de la verdadera naturaleza de sus sentimientos. No obstante, la hija de Regnier sabía que no podía seguir manteniendo aquella esperanza viva; lo correcto era apartarse de su lado para apagar del corazón de su amado la llama que ella misma había procurado mantener encendida. Lo amaba, pero su amor no podía ser egoísta. Estaba segura de que a André le costaría mucho más superar su muerte si ella alimentaba la esperanza de su amor.

¿Pero podría hacerlo?... ¿Acaso podría ser indiferente a él?... En los últimos tres días se habían visto muy poco. Desde que ocurrió el evento en el que ella casi pierde la vida a manos de su padre, André había estado ocupado ayudando al ama de llaves de Gerodelle a trasladar su patrimonio a Suecia y en sus ratos libres había permanecido en las barracas sin ir a verla hablando con sus compañeros acerca de la situación de Alain y de los que, junto al líder del escuadrón, permanecían detenidos. Quizás era lo mejor. - pensaba Oscar. Quizás, aprovechando las circunstancias, ella podría ir alejándose poco a poco de su mejor amigo, de manera que cuando llegue el fin de sus días, él ya se hubiera acostumbrado a la idea de su ausencia.

¡Qué difícil le resultaba siquiera imaginar mantenerse alejada de alguien a quien amaba tanto!... ¿Acaso podría hacerlo?... ¿Podría hacerlo en verdad?

- "André, mi amado André... No quiero dejarte solo..." - pensó, sin poder evitar que sus ojos se llenen de lágrimas.

Entonces, con el corazón desgarrado, elevó una oración a Dios.

- Señor, sabes bien que nunca le he temido a la muerte, pero ahora quiero vivir. Quiero vivir para dormir y despertar entre sus brazos. Quiero vivir para escuchar su risa, para caminar a su lado. Quiero vivir para acariciar su rostro, para besarlo. Quiero vivir para darle la dicha que alguna vez le robé...

Pero mientras pensaba en ello, escuchó a lo lejos el repicar de las campanas de la Catedral de Notre Damme, y tras secar sus lágrimas, se levantó de la cama para dirigirse a la ventana sin entender lo que ocurría.

- "Las campanas de la catedral están repicando de una manera muy particular..." - pensó.

Entonces salió de su habitación y bajó las escaleras hacia la planta baja. La puerta principal de la mansión se encontraba abierta, así que se aproximó a ella y en el portón encontró a su madre, a Marion y a las sirvientas, las cuales, intrigadas, escuchaban el sonido de las campanas.

- ¿Qué sucede? - les preguntó Oscar.

Y tras escucharla, su nana dirigió su mirada hacia ella.

- No lo sabemos, niña... - respondió la abuela. - Apenas empezaron a sonar las campanas de Notre Dame le pedí a Richard que vaya a París para que averigüe lo que está pasando. Espero que pronto traiga noticias. - le dijo.

Entonces, Georgette tomó afectuosamente la mano de su hija.

- Oscar, regresa a la cama. Necesitas descansar. - le dijo su madre algo preocupada por su semblante.

- No, madre. Prefiero quedarme aquí en espera de noticias. No podría dormir sin saber lo que está ocurriendo de todas formas. - le respondió Oscar con una sonrisa.

- Entonces ven conmigo. - le dijo Georgette.

Y tras ello, se dirigió a una de sus sirvientas.

- Brigitte, por favor, llévanos un poco de té al salón principal.

- Enseguida, Madame. - le respondió la joven.

Entonces, la esposa de Regnier caminó hacia el interior de la mansión al lado de su hija.

Mientras tanto, en el cuartel militar, los soldados de la compañía B observaban el exterior a través de las ventanas. El repicar de las campanas de Notre Dame los había sorprendido de repente y se preguntaban que estaría pasando.

De pronto, uno de los guardias ingresó a la habitación donde se encontraban. Llegaba nervioso pero al mismo tiempo muy emocionado; claramente les traía noticias a sus compañeros, pero no lograba articular sus palabras.

- Armand, ¿qué te ocurre?. - le preguntó Diddier.

- ¡Ha pasado! ¡Al fin ha pasado! - les dijo.

- ¿De qué hablas? - le preguntó André.

- ¡El rey la ha aprobado! ¡Ha aprobado la Asamblea Nacional! - exclamó el guardia.

- ¿¡Qué!? - replicó André.

- ¡Tal como lo escuchas! ¡Hay mensajeros del palacio real anunciando la noticia por toda la ciudad! - les dijo, y todos se miraron sorprendidos y emocionados.

El rey al fin había cedido. De acuerdo a lo que Armand les relataba, Luis XVI había dado su autorización para que la nobleza y el clero participaran en la Asamblea Nacional. Los que lo hicieran ya no serían considerados traidores a la corona, por el contrario, en el anuncio oficial que recorría las calles de París se mencionaba que la corona aceptaba la creación de la asamblea y la participación de los delegados en ella como signo de buena voluntad por parte de la familia real.

Aquella era una gran noticia, una que estaba destinada a inscribirse en los anales de la historia de Francia. André lo sabía, por eso, tras salir de su euforia inicial, corrió hacia la puerta para dirigirse al despacho de Oscar, pero pronto recordó que ella no se encontraba en el cuartel y se detuvo abruptamente.

Mientras tanto, tras haber recibido la noticia por parte de uno de sus sirvientes, la heredera de los Jarjayes se preparaba para regresar al lado de sus soldados.

- Pero niña, pensé que se quedaría a cenar con su madre. - le dijo Marion.

- Esa era mi intención, nana. Sin embargo, no puedo quedarme. Estoy segura de que tras el anuncio del rey nos pedirán reforzar la seguridad de París y debo estar al lado de mis hombres. - le dijo.

La noticia había hecho que recupere la energía. Intentaba ocultarlo, pero su corazón rebosaba de una alegría repentina. Otra vez se encendía la esperanza de un mejor futuro para los franceses y no sólo quería formar parte de el, sino también luchar porque se vuelva posible. Sí, sabía que como comandante de la Compañía encargada de la seguridad de París tenía una gran responsabilidad y no tenía las menores intenciones de evadirla.

- Nos vemos pronto, madre. - le dijo a Georgette, quien junto con Marion, había salido nuevamente al portón de la mansión para despedirla.

- Por favor, cuídate mucho. - le dijo ella.

Entonces Oscar asintió con la cabeza, y tras una breve pausa, dirigió la mirada hacia su nana.

- Adios, nana. - le dijo, y tras ello montó su caballo y salió de prisa hacia el cuartel militar.

A medida que avanzaba, la heredera de los Jarjayes notaba las calles cada vez más concurridas, ya no por las marchas que exigían la aprobación de la Asamblea Nacional, sino por un pueblo que se sentía embriagado por el sabor del triunfo, porque su fuerza y unidad habían doblegado el poder del mismísimo rey de Francia.

Unos minutos después, Oscar llegó al cuartel militar, y tal como lo sospechaba, su compañía ya se encontraba en el patio principal. Se habían formado por órdenes del coronel Dagout, el cual encabezaba el regimiento. Entonces, la hija de Regnier se acercó a su segundo al mando, el cual se sorprendió de verla nuevamente ahí.

- Comandante... - le dijo.

- Coronel Dagout, me enteré de que el rey aprobó la Asamblea Nacional y supuse que nuestra compañía sería llamada a patrullar las calles de París.

- Así es, comandante. El General Boullie ya ha enviado la orden. - le dijo.

Entonces Oscar lo observó pensativa.

- Yo me encargaré de dirigir el patrullaje del grupo uno; vigilaremos el norte de la ciudad. Usted tome el mando del grupo dos y diríjase al sur. Armand nos mantendrá comunicados. - le dijo.

- ¿No cree que sea necesario solicitar refuerzos? - le preguntó el coronel.

- No lo creo. - respondió ella. - No tendría sentido que hayan disturbios un día como hoy, pero en caso de que sea necesario, no espere a tener una orden mía; diríjala directamente al cuartel militar.

- Sí, comandante. - le dijo el coronel.

Entonces Oscar dirigió la mirada hacia su regimiento. Ahí estaba André, el cual, intentando controlar su emoción por la aprobación de la Asamblea Nacional, la miraba fijamente a los ojos.

- "Mi amado André, que equivocada he estado... Durante mucho tiempo me sentí muy fuerte; nada podía doblegarme. Sin embargo, ahora que te tengo frente a mí me doy cuenta de que no puedo vivir si no te tengo a mi lado... Me siento incapaz de renunciar a ti... ¡Dios mío! ¡Por favor, perdona mi egoísmo!" - pensó.

No obstante, tras unos segundos, volvió a su reflexión inicial.

- "Pero qué pasa conmigo... ¡No debo retenerlo! No sólo porque estoy enferma, si no porque ni siquiera lo merezco... "- se dijo a sí misma.

Entonces bajó la mirada y recordó con remordimiento todo el daño que, sin saberlo, le había hecho mientras estuvo enamorada de Fersen... ¿Cómo se atrevía a pensar que André podría seguirla amando después de lastimarlo como lo había lastimado cuando pensaba en el conde?

Y mientras reflexionaba sobre ello, una voz interrumpió sus pensamientos.

- Brigadier Jarjayes, ¿se encuentra bien? - le preguntó el coronel Dagout al notar su tristeza repentina.

Entonces Oscar volvió a la realidad y dirigió su mirada hacia él.

- No es nada, coronel Dagout. Partamos ya. - le dijo.

Y tras decir esto, respiró hondo y se dirigió a su compañía.

- ¡Compañía B! ¡Esta tarde tenemos una importante misión! ¡El rey de Francia ha anunciado que va a permitir la participación de todos los delegados en la Asamblea Nacional y habrá un gran movimiento de ciudadanos en todo París! ¡Nuestra misión será la de mantener la seguridad de la ciudad, evitando que el caos se apodere de las calles y se generen situaciones de violencia! - exclamó.

Entonces, dirigió su caballo en dirección a la salida.

- ¡Hacia París! - les ordenó, y sin demora, emprendió su camino.

- ¡Sí! - gritaron sus soldados al unísono.

Y tras ello, siguiendo a su comandante y al Coronel Dagout, los guardias de la Compañía B cabalgaron hacia el centro de la capital francesa.

...

Fin del capítulo.