¿Dónde estará la misteriosa dama plateada?
El Bridgertonverso pertenece a Julia Quinn
Este fic participa en el Reto Multifnadom #2: "The Eras Challenge" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras"
Canción escogida: Come Back... Be here del álbum Red
Este fic contiene fragmentos del libro Te doy mi corazón de la saga de los Bridgerton
He tenido que poner el fic en la categoría de serie de TV, aunque esté inspirado en los libros porque la saga de los libros de Julia Quinn no está en la categoría de libros
— Ven con nosotros, Sophie. — le pidió la señora Gibbons cuando lady Penwood y sus hijas se fueron.
Sophie no entendía nada. ¿Por qué la señora Gibbons le pedía alejarse de su trabajo? Si no tenía todas las tareas listas para cuando regresara Araminta, la condesa se lo haría pagar caro.
La señora Gibbons la llevó a las habitaciones de los criados, donde le enseñó un vestido plateado con una máscara.
— Para que tú también puedas ir al baile. Es un baile de máscaras, por lo que nadie sabrá quién eres. Ni siquiera lady Penwood. Este vestido perteneció a tu abuela. La difunta condesa. — le enseñó la señora Gibbons.
— Ponte estos guantes de seda. También eran de tu abuela. Y estos zapatos plateados de la condesa van a juego con el vestido. — le enseñó otra criada.
— Es una vergüenza que Rosamund y Posy sean tratadas como las verdaderas hijas del conde cuando son fruto del primer matrimonio de la condesa. Y tú, que eres su verdadera hija, lady Penwood te obligue a vivir como una esclava. — masculló la señora Gibbons.
Desde que Araminta se casó con lord Penwood, odiaba a Sophie. La odiaba por ser la hija ilegítima del conde y que este la tratara como si fuera su pupila. Araminta consideraba esto un insulto y quiso echarla de la mansión Penwood. Pero lord Richard Gunningorth se lo impidió. Rosamund y Posy estudiarían con la institutriz de Sophie con ella, la pupila del conde en palabras de todo el mundo. Sin embargo, Araminta le prohibió a Sophie dirigirle la palabra a ella o a sus hijas.
La vida de Sophie cambió cuando murió el conde. Araminta la obligó a abandonar su habitación para ir a donde los sirvientes y empezar a servir a la casa; sin derecho a sueldo.
— Te llevará un carruaje y te esperará a las doce de la noche. — le explicó la señora Gibbons después de ponerle el vestido y empolvarle el pelo pasando de un castaño claro a rubio. — Pásatelo muy bien.
Sophie se lo agradeció y subió al carruaje.
….
Benedict estaba harto de la fiesta.
Desde que Anthony se casó, su madre estaba obsesionada en que él fuera el siguiente en pasar por el altar.
— Benedict. — una mujer se acercó a él.
— Madre.
— Deberías bailar con Prudence Featherington.
Benedict reprimió una mueca. Prudence no era mala persona, la conocía desde hacía muchos años, pero tenía el cerebro de un guisante y una risa muy chillona.
— Bailaré con Penelope. — sentenció.
— Bien. — pareció satisfecha lady Violet. — Está en el puesto de limonada. El verde le sienta bien, pero ese disfraz de elfo… la pobrecita… le pediré a Portia que la próxima vez vayamos las dos juntas a comprar vestidos para las niñas.
Benedict se dirigió hacia Penelope, cuando la vio.
La muchacha con el pelo rubio y el vestido plateado, rodeada de hombres cortejándola. No paraba de sonreír.
A Benedict se le paró la respiración.
— Disculpen, caballeros, la señorita ya me había prometido un baile a mí. — no pudo evitar decirles a los demás varones.
Todos se retiraron. Quizás porque era un Bridgerton y era el hijo de la anfitriona de la fiesta o por su gran altura.
La mujer le tomó del brazo.
— ¿Tiene permiso para bailar el vals? — le susurró.
— No bailo.
— ¿Bromea?
— No sé bailar.
Benedict se quedó de piedra.
¿Una mujer de origen aristócrata que no sabía bailar?
— Entonces, sólo hay una cosa que hacer. Yo la enseñaré.
— Incluso yo sé que no se hacen clases de baile en un baile.
— ¿Qué quiere decir con ese "incluso yo"?
Ella guardó silencio.
— Nos retiraremos a la terraza. — siguió hablando él.
— ¿La terraza? ¿No estará terriblemente atestada? Hace una noche terriblemente calurosa. — comentó ella.
— No, la terraza privada.
— ¿La terraza privada? ¿Y cómo sabe, por favor, de una existencia de una terraza privada?
Benedict se quedó sorprendido. ¿No le había reconocido como Bridgerton? El resto de la nobleza con sólo ver su pelo marrón ya sabía que formaba parte de esa familia. "No es usted el vizconde. Debe ser el Número Dos o el Número Tres" Decían. "El Número Dos" respondía él odiando ese apodo. Para el mundo era "un Bridgerton" o "el Número Dos" y no, simplemente, Benedict.
Quizás a la dama misteriosa la habían presentado hacía poco en sociedad.
Unos momentos después, Benedict condujo a Sophie a la terraza privada y empezó a enseñarle a bailar.
Cuando la dama misteriosa dominó los movimientos de pie. Se dio el gusto de mirarla a los ojos, algo ocultos por el antifaz.
— ¡Aquí estás! — chilló una voz.
Benedict masculló una palabrota. Sophie palideció pensando que Araminta la había descubierto.
— Madre te ha andado buscando por todas partes. Te escabulliste de tu baile con Penelope y tuve que ocupar tu lugar. — se dirigió Colin enfadado hacia su hermano.
— Lo siento. — se disculpó Benedict.
— Cómo vuelvas a dejarme en manos de esa manada de demonios de señoritas casaderas, exigiré venganza hasta el día de mi muerte. — sentenció Colin. — Aunque comprendo porque te marchaste. — miró a Sophie. ¿No harás las presentaciones? — preguntó a Benedict.
— Ni siquiera sé su nombre.
— No me lo ha preguntado. — respondió Sophie.
— Y me lo dirá…
— Le diría algo.
— Pero no la verdad.
— Esta no es una noche para verdades… — respondió Sophie.
— Mi tipo favorito de noche. — intervino Colin.
— ¿No tienes a ningún lugar donde estar? — gruñó su hermano.
— Mi madre preferiría que estuviera en el salón de baile. Pero no es el lugar donde prefiero estar yo.
— Yo te lo exijo.
— Muy bien. Me iré de aquí.
— Excelente. — respondió Benedict entre dientes.
— Todo sólo a enfrentar a las lobas… — sentenció Colin en tono dramático.
— ¿Lobas? — preguntó Sophie.
— Damitas muy cotizadas para esposas. — le respondió Colin. — Todas una manada de lobas hambrientas. Con la única excepción de usted. Creo que me iré a beber. — le comentó a su hermano. — Será la única manera de soportar la noche.
— Vete. — sentenció Benedict.
Colin se fue y allí Sophie supo la identidad de Benedict.
— Es usted un Bridgerton. Por eso sabía de la existencia de esta terraza. No puede ser Gregory, tiene catorce años. Su hermano ha dicho que su madre quiere llevarlo al altar, por lo que no puede ser el vizconde, el único que está casado. Lady Whistledown describió físicamente a toda su familia. Usted es Benedict. — reflexionó Sophie en voz alta.
Benedict corroboró sus sospechas de que a la muchacha la habían presentado hacía poco en sociedad porque sabía sus características físicas por lady Whistledown y no por haberlas visto en persona.
— Parece que usted sabe mucha información de mí, pero yo ninguna de usted. ¿Hay algo que pueda saber?
— Mi color favorito es el verde. Por la hierba y el campo.
— ¿Le gusta el campo?
— Viví allí muchos años.
— Yo también. Supongo que por eso mi color favorito es el azul. Por el lago y el cielo.
Ambos sonrieron y siguieron bailando.
Benedict le acarició el pelo.
— Su pelo es suave como la seda.
Le pidió a Sophie que le quitara el guante. Ella lo hizo agarrando el guante con sus dos manos y tirando los dedos uno por uno.
Benedict le acarició el pelo con sus manos desnudas.
— Rectifico. Su pelo es más suave que la seda.
Benedict agarró la mano de Sophie y tiró de su guante como hizo ella, con las dos manos y tirando los dedos uno por uno con la diferencia de que el guante de Sophie le llegaba hasta los codos. Empezó a besarle las manos y los brazos.
Sophie se estremeció.
— Pensaba que le gustaría.
De pronto, sonó el gong.
— ¿Qué es ese ruido? — preguntó Sophie confundida.
— El gong de medianoche. La hora de quitarnos el antifaz. Me gustaría pedir permiso a tus padres para cortejarte.
¿El gong de medianoche?
Era la hora de irse.
Sophie salió corriendo y Benedict la siguió.
Ambos se movieron a trompicones entre la pista de baile entre "disculpe" y "perdone" chocando entre la gente.
Sophie consiguió llegar a la salida con el carruaje que la estaba esperando.
Cuando Benedict salió, no vio a la dama misteriosa, sólo un carruaje alejarse por la calle principal. Lo único que le quedaba de la dama misteriosa era el guante que tenía en la mano.
…
— ¡ESTE ZAPATO ESTÁ RALLADO! ¡SOPHIE! ¡SOPHIE! ¡VEN AQUÍ, NIÑA ESTÚPIDA! — silbó Araminta.
Sophie apareció en la habitación de su madrastra.
— ¡ABRILLÁNTAME LOS ZAPATOS! ¡LLAMARÉ A ROSAMUND PARA QUE TE ENCIERRE EN EL ARMARIO HASTA QUE ESTÉN TODOS LISTOS!
Sophie apretó los puños y se mordió la lengua.
…..
— Madre. — saludó Benedict al entrar al salón de su madre.
— Te dije anoche que bailaras con Penelope Featherington. — le regañó ella. — Suerte que estaba Colin allí para remediarlo.
— Lo siento, madre, pero me surgió otra cuestión.
— ¿Puedo preguntar el qué?
— Más o menos. Necesito que me ayudes con algo.
— ¿De qué se trata?
— ¿Sabes a qué familia pertenece el blasón de este guante?
Benedict sacó el guante de su bolsillo. Violet lo miró.
— El blasón de los Penwood. La G es del apellido Gunningworth, aunque el apellido se extinguió tras la muerte del difunto conde, que no tuvo hijos. La S puede ser de Sarah, la difunta madre del viejo conde.
— Eso explicaría porque es un guante viejo.
Violet asintió.
— ¿Estás enamorado de una de las hijastras del difunto conde?
— No lo sé. No me dijo su nombre.
— ¿Vas a ir a casa de los Penwood? El nuevo conde todavía deja vivir a la condesa viuda con sus hijas en la casa Penwood.
— ¿Sabes dónde está?
Violet asintió.
— Si quieres puedo invitar a la condesa viuda y a sus hijas. Aunque no me cae muy bien. Es una mujer ambiciosa.
— Tú también eres ambiciosa, madre.
— Yo ambiciono que todos mis hijos estén casados y felices. La condesa viuda es capaz de casar a sus hijas con un duque sesentón para ganar estatus. Yo jamás haría eso con una hija mía.
Benedict pensó que la condesa viuda no le caería muy bien.
— Espero que no haya ocurrido nada indecente con la muchacha.
— No hubo nada indecente, madre.
— Tengo demasiados hijos varones para saber que no debo creer tus palabras.
Benedict se levantó.
— Por cierto, hijo. Las hijas de la condesa se llaman Rosamund y Posy.
— Gracias, madre.
— Benedict, sé que no vas a contarme nada de lo que ocurrió esa noche. Te perdono por eso. Sólo te deseo suerte.
…..
Benedict llamó a la puerta de la casa Penwood. El mayordomo le abrió y tras ver su tarjeta lo hizo pasar a la salita.
Acto seguido, apareció lady Penwood.
— Lady Penwood. — la saludó Benedict.
— Señor Bridgerton. Qué placer recibir su visita. Ya he informado a mis hijas. Bajarán enseguida.
— Me hace ilusión conocerlas.
— ¿Quiere decir que aún no las conoce?
— He oído decir cosas encantadoras de ellas.
— Mi Rosamund está considerada una de las mujeres más hermosas de la temporada.
— ¿Y Posy?
— Posy es… encantadora.
— No veo el momento de conocer a Posy.
— No me cabe duda de que Posy estará encantada de conocerle a usted. — respondió lady Penwood algo confundida por el interés del señor Bridgerton en su hija menor. Ella no veía ninguna virtud en Posy depositando toda su atención en su primogénita.
En ese momento, entró una criada con el servicio del té y lady Penwood la gritó por qué no habían traído la cubertería con el blasón de la familia, a lo que la sirvienta respondió algo cohibida que Sophie lo estaba abrillantando cuando la propia condesa la llamó para que ilustrara los zapatos obligándola a dejar su otro trabajo a medias.
Lady Penwood chilló a la criada que se fuera y blasfemó sobre la inutilidad de Sophie, excusándose en lo difícil que era encontrar buenos sirvientes hoy en día y justificándose ante el señor Bridgerton de que seguramente la vizcondesa viuda haría lo mismo con sus sirvientes.
Benedict no recordaba en ningún momento a su madre gritar y tratar de esas malas formas a la servidumbre, pero no dijo nada.
Cuando aparecieron ambas hijas, Benedict se fijó en que Rosamund no tenía ninguna expresión de bondad en su rostro y en su sonrisa y Posy era simpática, pero con el pelo demasiado oscuro y un poco rolliza. Ninguna de ellas dos era la misteriosa dama.
— ¿No tiene más hijos? — preguntó Benedict esperanzado de encontrar a la dama.
— No. Si no, los habría hecho bajar a conocerle.
— ¿Ni de su unión con el conde?
— Mi unión con el conde no fue bendecido con hijos. Por eso, tras su muerte, el apellido se desligó a otra rama familiar.
— ¿Sabe si el conde tuvo algún hermano menor que muriera antes que él?
— Bueno, pues no.
— ¿Y hermanas? Lamento todas mis preguntas, pero soy de una familia muy numerosas y no imagino una familia donde haya tan pocos hermanos.
— Tuvo una hermana, pero tenía un gran sentido de la fe y murió soltera.
— Disfrute mucho su baile de máscaras. — le agradeció Posy a Benedict.
Benedict le sonrió.
— Yo no participé en la organización del baile. Fue organizado por mi madre. Pero le transmitiré su mensaje.
— ¿Disfrutó del baile, señor Bridgerton? — preguntó Rosamund.
— Sí mucho. — respondió él.
— Le vi bailar con una dama con un vestido plateado. — continuó hablando Rosamund.
— Una misteriosa dama. — contestó él.
— Pero a nosotras puede decirnos su identidad. — objetó lady Penwood.
— Me temo que debo dejarlas, señoras. — se despidió Benedict.
— Al final no vio las cucharas Penwood. — se lamentó Araminta.
— Me temo que tendremos que dejarlas para otra ocasión.
— Pues sí. Ha sido un encuentro breve, pero agradable. — le sonrió cuando le acompañó a la puerta.
Benedict no se molestó en devolver la sonrisa a lady Penwood.
Estaba muy decepcionado.
No había conseguido encontrar a la dama plateada.
Las hijas de lady Penwood no se correspondían ni físicamente ni en personalidad con la misteriosa dama.
Lo único que tenía de ella era un guante con el blasón de los Penwood. Pero las mujeres de esa familia no podían serlo.
Sacó el guante y suspiró. Como si observarlo pudiera hacerle estar más cerca de su hermosa dama.
….
— ¿Qué te parece que ha sido esto? — preguntó lady Penwood tras cerrar la puerta.
— Bueno, tal vez… — empezó a hablar Posy.
— ¡No te lo he preguntado a ti!
— Bueno, ¿a quién se lo preguntas entonces? — masculló Posy.
— Tal vez, me vio de lejos en el baile… — sonrió Rosamund.
— Tú misma dijiste que él estaba enamorado de una mujer con vestido plateado.
— Yo no dije enamorado…
— ¡No me discutas por estas tonterías! — bramó Araminta. — estuviera enamorado o no, no vino aquí a por ninguna de vosotras. No sé qué pretendía… ¿Qué hace? — comentó Araminta mirando a Benedict por la ventana.
— Creo que tiene un guante… — contestó Posy en tono bajo.
— No tiene un guante. — respondió Rosamund siempre llevando la contraria a su hermana. — Vaya, pues sí que tiene un guante.
— Sé reconocer uno cuando lo veo. — habló Posy con desdén.
— Hay algo en el guante. — se fijó Rosamund.
— Quizás lleve algún bordado. Tenemos guantes bordados con el blasón de los Penwood.
Araminta palideció.
— ¿Te sientes mal, madre? Estás muy pálida. — preguntó Posy preocupada.
— Vino en busca de ella… — pensó Araminta en voz alta.
— ¿De quién? — preguntó Rosamund.
— La mujer del vestido plateado. — concluyó Araminta.
— Bueno, no la va a encontrar aquí. Tú ibas disfrazada de reina Isabel, Rosamund de María Antonieta y yo de sirena. — respondió Posy.
— Los zapatos… mis zapatos estaban rayados… fue ella. — susurró Araminta.
— ¿Quién? — preguntó Rosamund.
…
— Zapato estúpido. — blasfemó Sophie.
De repente, la puerta se abrió.
— Recoge tus cosas y lárgate de aquí. Te quiero fuera de esta casa antes de la salida del sol. — ordenó Araminta.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— He de tener un motivo. Dejé de recibir los fondos por tu manutención hace un año. Ya no tengo motivos para que te quedes aquí.
— No tengo adónde ir.
— Eso no es problema mío. Tienes veinte años, edad más que suficiente para ir por el mundo sin recibir mis mimos.
— Jamás me ha mimado.
— Háblame con más respeto. Todo este año te he mantenido por la bondad de mi corazón.
— ¿Por qué? Ya no tengo nada que perder. Me va a echar igual. Y, además, usted no hace nada por bondad. ¿Por qué me ha mantenido aquí?
— Eres más barata que una criada normal y me gusta darte órdenes.
— ¿Por qué ahora?
— Ya no me eres útil. ¿Anoche fuiste al baile, verdad?
— No… — mintió Sophie. — ¿Cómo iba yo a…?
— ¡Ponte estos zapatos! — le ordenó Araminta tirándole los zapatos plateados rallados. — ¡Póntelos! Los pies de Rosamund y Posy son demasiado grandes. Tú eres la única que podría haberlos usados.
— ¿Y por eso cree que fui al baile?
— Ponte los zapatos, Sophie.
Sophie obedeció. Los zapatos le quedaban perfectos.
— Has sobrepasado tus límites. Hace muchos años te advertí que no olvidarás tu lugar en el mundo. Eres la hija ilegítima de un conde. Una bastarda… el fruto de…
— ¡Sé lo que significa "bastarda"! — chilló Sophie.
— Eres indigna de alternar con la sociedad adecuada. Y, sin embargo, te atreviste a simular que vales tanto como el resto de nosotros acudiendo al baile de máscaras.
— ¡Sí, me atreví! ¡Y lo volvería a hacer! — chilló Sophie levantándose. — Mi sangre es tan azul como la suya y mi corazón más bondadoso, y…
No pudo terminar la frase porque terminó en el suelo de una bofetada. Llevó una mano a su mejilla roja.
— No te compares jamás conmigo. Mañana por la mañana, estarás fuera de esta casa. No quiero volver a verte la cara. Pero no antes de que termines de abrillantar los zapatos.
Araminta cerró la puerta con llave.
Sophie, fruto de la rabia y el odio, robó las pinzas de los zapatos de su madrastra.
Cuando Posy abrió las puertas del armario horas después y con pesar, Sophie fue a su habitación a recoger sus cosas.
— La condesa te ha echado… — susurró la señora Gibbons, cuando Sophie fue a despedirse de ella. — Sabía que tarde o temprano ocurriría…
— Espero que volvamos a vernos algún día, señora Gibbons. Pero no en esta casa. — contestó Sophie.
— Yo también, querida. Todavía recuerdo cuando tu abuela materna te dejó en el portal de la casa cuando tenías tres años envuelta en una chaqueta de hombre adulto con una nota en el bolsillo. Era una noche lluviosa de julio…
Sophie sonrió. Se lo habían contado varias veces, pero siempre era bueno recordarlo.
— Te escribiré una carta de recomendación a una amiga que también es ama de llaves. Ella puede ayudarte. Pero vive en Wiltshire. Te daré su dirección — escribió la señora Gibbons una carta para su amiga diciendo la situación de orfandad de Sophie (sin delatar sus orígenes) y alabando sus dotes de criada. También escribió la dirección de la casa a Sophie.
— No se preocupe, señora Gibbons. Y muchas gracias.
— A ti, querida. Cuídate mucho.
Sophie salió de la casa y emprendió su viaje a Wiltshire.
…..
Benedict acudió a todas las reuniones sociales donde había jóvenes señoritas casaderas con la excusa de encontrar a la dama plateada.
Se fijaba en las mujeres rubias, en las mujeres delgadas, en las sonrisas de las mujeres, en las mujeres que tenían hoyuelos, en sus guantes, en mujeres con vestido plateado… pero ninguna era la misteriosa dama plateada.
Su madre estaba encantada con que acudiera a todas las reuniones sociales y quisiera que le presentara a todas las señoritas casaderas. Pero también preocupada por su estado melancólico.
Sabía que no debía inmiscuirse. Su hijo era un hombre muy reservado y evadiría el tema si ella se lo preguntaba. Lo único que podía hacer era esperar a que él se abriera.
…
Benedict regresó a su apartamento de soltero tras otro baile.
Otro baile en búsqueda de la misteriosa dama plateada.
Otro baile en el que no la había encontrado.
Por eso, después de la fiesta y de su fracaso, decidió ir a beber en la taberna.
No estaba borracho, pero sí quería descansar.
Cuando se levantó, se duchó y vistió y preparó sus cuadernos.
Dibujaría otro retrato de la dama plateada. No quería olvidar sus facciones.
Su pelo rubio. Sus ojos verdes. Su sonrisa. Sus hoyuelos. Su vestido plateado. Su máscara.
Benedict sacó el guante con el blasón de los Penwood y se acercó a la ventana.
¿Dónde estaría?
Sabía que esa noche no bailó con un fantasma. Pero esa mujer no había acudido a ninguna otra fiesta.
Pero tampoco había ninguna mujer de la familia Penwood que se pareciera a la misteriosa dama plateada.
Benedict no sabía si perder la esperanza o seguir buscando… todavía seguía enamorado de ella.
Qué estúpido.
¿Cómo podía seguir enamorado de una mujer que sólo conoció una noche y que no sabía ni su nombre?
¿Estaría la misteriosa dama plateada viendo esa noche estrellada ahora mismo? Pensó Benedict mirando la ventana y regresando a su boceto.
….
Mientras tanto, en una habitación de doncella de señora en una casa de Wiltshire, Sophie leía la nueva revista de Whistledown. Se detuvo en la descripción que hizo de Benedict Bridgerton "El señor Benedict Bridgerton, quien lleva acudiendo a todas las fiestas de la temporada y ha bailado con todas las damitas casaderas, para alegría de su madre, se veía algo decaído y desanimado en esta última velada. Esta autora cree que el estado de ánimo del señor Bridgerton se debe al amor de una dama. Sólo un hombre enamorado tendría esa expresión. Y eso explicaría porque no está cortejando a ninguna de las señoritas con las que baila. La única conclusión que saca esta autora es que el señor Bridgerton no sabe la identidad de su enamorada y acude a los bailes para reencontrarse con ella".
Sophie tocó con las yemas de los dedos el nombre de Benedict y miró el cielo a través de su ventana. En un mundo ideal, a nadie le importaría que ella fuera la bastarda de un conde y podría ser la novia y esposa del señor Benedict Bridgerton.
Al final ha quedado más largo de lo que tenía pensado en un principio. Pero no importa.
Espero que os haya gustado. No tenía pensado escribir tan pronto de nuevo de esta pareja, pero después de escuchar esta canción, pensé que encajaría a la perfección para ellos. O al menos, fueron la primera pareja de los Bridgerton en la que pensé.
Hasta la próxima
