Disclaimer: Ni One Piece ni sus personajes me corresponden, puesto que pertenecen a Eiichiro Oda.
Esta historia está hecha sin fines lucrativos.
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La Voluntad de los Fuegos Fatuos
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1.- La ceguera del necio.
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El primer vuelco en el estómago, lo sintió cuando aquella pierna había asomado por el techo de Arlong Park, estirándose hasta limites inhumanos, solo para recogerse con fuerza y destruir todo aquello que encontrase a su paso.
Mirando caer el escombro y la piedra de aquel edificio, aun sentía las punzadas de las cuchilladas que ella misma había arremetido contra su hombro, en un run-run ahogado e incesante. Sin embargo, y en aquellos instantes, el asombro, la estupefacción, y el aturdimiento de todas las emociones juntas que había conseguido provocarle en cuestión de instantes, la tenían en una especie de anestesia consciente.
Por ese entonces, ni en el más recóndito lugar de su imaginación, hubiese llegado a concebir que aquel muchacho tirando a flaco y un tanto desgarbado, hubiese sido capaz de acometer aquella contienda de la que se había empecinado con especial ahínco. Sobre todo, por algo tan sencillo como considerarla su nakama.
Pero claro, aquel chico, de aquella delgada constitución y aquel curioso sombrero de paja, no era un chico cualquiera. Y, por lo tanto, el significado de nakama para aquel chico, tampoco era cualquiera. Aunque ella, por aquel entonces, apenas empezara a vislumbrar la profundidad de aquel significado.
El siguiente lo sintió cuando, después de ser víctima de unas fiebres terribles, lo encontró durmiendo, exhausto y murmurando entre sueños de cualquier manera, recién llegados al Reino de Drum. Aquel mismo chico, de curiosos cabellos negros y peculiares ojos ónice, se había dañado seriamente manos y pies, a causa de cargar con ella a cuestas y escalar una montaña, con el único objetivo de encontrar a alguien que pudiese ayudarla.
Ni siquiera había alcanzado a vislumbrar de qué manera podía agradecerle el haber acometido semejante esfuerzo, cuando él se adelantó restándole toda importancia, y al igual que si hubiese perdido algo tan insignificante como una partida de parchís.
Por aquel entonces, la exasperación por su personalidad infantil y enérgica, había empezado a ser reemplazada por genuina y burbujeante curiosidad.
Desde un primer momento, ella intuyó que él no era normal. Más aún, después de retirar las primeras capas de llamativa inconsciencia, amor por lo absurdo y simpleza infantil. Puede que fuera la manera en que a veces le pillaba observando el horizonte, sin que nadie le diese mayor importancia a aquel sencillo acto. Nadie excepto ella, según parecía. Como si sencillamente estuviese esperando a que el destino se plegara ante él. Pero ella le había visto. Y no es que no se hubiese fijado -que también- en, por aquel entonces, su figura flacucha y aún poco definida, sino que realmente le había percibido. Algo escondido en la profundidad de su ser que no había alcanzado a atisbar del todo.
El tercer vuelco lo sintió, mucho más intenso que los dos primeros había de reconocer, en Skypie. No había podido evitar lanzarse al suelo de aquel estúpido y gigantesco arca, para asomarse al borde desesperada y verle allí de pie, sangrando, y con aquellos ojos decididos mirando en su dirección. Como si nada ni nadie pudiera osar a meterse en su camino, quienquiera que fuese. En aquel instante, recordaba haber aguantado la respiración por unos segundos. Un cosquilleo le había acelerado el pulso de manera frenética. Y las lágrimas se habían arrejuntado traicioneras, ante el alivio de verle vivo allí de pie. Lo achacó a la adrenalina del momento. Sin embargo, y tiempo después, empezó a sospechar que no estaba tan relacionado con la adrenalina como a ella le hubiese gustado.
Tiempo después, ese chico de cabellos negros revueltos y ojos ónice, y ya no tan desgarbado, estaba siendo sustituido por un chico de cabellos negros revueltos, ojos ónice, y ahora también de sonrisa despreocupada que, en contadas ocasiones, conseguía provocarle un leve temblor en las rodillas. Ella siempre lo asociaba al suave contoneo de las olas contra la cubierta del barco y a la casualidad de la coincidencia. Sin embargo, e incomprensiblemente para ella, en contadas circunstancias también conseguía provocárselo en tierra firme.
Un ejemplo a tener en cuenta era el tiempo que había pasado en Weatheria. En el momento en que había tenido conocimiento de su pérdida, había intentado por todos los medios salir de aquella isla de entre las nubes. Había estrujado una y otra vez el mismo periódico a causa de la impotencia. Había maldecido a todo el que se le había cruzado en el camino y había tenido que tragarse el sentimiento de amargura durante una y otra vez. La sola posibilidad de perder la sonrisa del aquel que era su capitán, la había seriamente desestabilizado. Ella, que se había ganado fama de imperturbable, al punto de que, hasta su tutor, Haredas, sabía que algo de vital importancia había trastocado la impermutabilidad de su audaz alumna.
Y, sin embargo, y tras haber entendido su mensaje de espera tras el conocido tatuaje, se había prometido a sí misma en que se enfocaría en no solo conseguir ser quien le llevara donde él desease, sino en querer convertirse en la persona que pudiera conducirle a su destino. Aunque fuese al mismísimo fin del mundo.
Recordó con suspicacia que, en aquel momento, no había sentido ningún vuelco. Directamente, toda ella había sentido la potente vibración. Hasta en el último de sus cabellos. Y el pulso rebotándole frenético en las costillas, al punto de hacerle daño. No obstante, ella misma se había empecinado, mucho mas tarde y en la privacidad del rincón mas apartado de la biblioteca, que aquello solo había sido producto de la emoción y la determinación del momento. Ni más, ni menos. Suspiró con profundidad. En verdad que se había esforzado.
Haciendo retrospectiva, aquel chico de cabellos negros revueltos, ojos ónice, sonrisa despreocupada, y ahora también de altura considerable, había empezado a deshacerse de la piel del chico en su faceta mas adolescente, para ser sustituida por la de un joven adulto. Cualquiera que le conociese lo suficiente, pensaría que ese chico y la palabra adulto no podían coincidir en una misma frase sin estar cometiendo un disparate. Pero ella, haciendo gala de su pensamiento astuto y divergente, no estaba tan de acuerdo. Y si bien era cierto -y pondría a todos los reyes del mar de testigo- que su personalidad salvaje e inconsciente la traía de los nervios en la mayor parte de las ocasiones, también había empezado a notar el surgimiento de una perspicacia, entre otras cualidades, que antes no relucía tanto.
Desde la privacidad que el balcón de su habitación le proporcionaba, observó como varios miembros de su tripulación pescaban, sentados en una de las barandillas de madera. Ussop probablemente había dicho algo gracioso y Chopper, junto con el origen de sus múltiples dolores de cabeza en los últimos tiempos, reían de manera despreocupada.
Imaginó que Zoro estaría echándose una de sus siestas diarias, mientras que los demás estarían ocupados en simples hobbies o tareas rutinarias.
Ella había estado haciendo cálculos de tiempo y estudiando variables sobre el clima. Aun no tenían rumbo fijo y supuso que se encontraban en uno de esos periodos de calma hasta que llegasen a su siguiente aventura en la próxima isla. Sabía que se acercaban a su objetivo. Nunca antes habían estado tan cerca.
Y es de un tiempo acá, cuando habían empeorado las pesadillas.
No sabría decir a ciencia cierta cuando empezaron. Puede que en algún punto antes de su llegada a la isla de Zou, pero las ojeras perceptibles bajo sus ojos eran la prueba significativa de ello. Y si bien era cierto que últimamente no habían hecho otra cosa que agravarse, y que se había ganado más de una mirada curiosa y preocupada al mismo tiempo, ella no había pronunciado palabra al respecto. Ni siquiera Robin había hecho mención alguna, sospechando de antemano que aquello era algo de lo que la navegante, sencillamente, aun no estaba preparada para hablar. Incluso de manera inconsciente, había estado un poco más taciturna y retraída los últimos días, si lo pensaba detenidamente.
Permitiendo a su cansada mente divagar, recordó que había insistido mucho al carpintero en que era hora de que ella y Robin tuviesen habitaciones separadas. No es que ella tuviese ningún problema con la usuaria de la fruta hana-hana, o se hubiera cansado de su compañía, ni muchísimo menos. Sencillamente, casi había muerto por arritmia en el momento en que, justo hacía unas semanas, y cuando iba a entrar a su habitación a por una deseada ducha tras una tarde de directrices bajo un clima tormentoso, había escuchado sin querer como surgían ciertos ruidos incómodos -o satisfactorios, dependía de la perspectiva- de su habitación compartida, que venían tanto de la arqueóloga como, sospechaba sin lugar a dudas, del espadachín. Y si bien era cierto que no había pronunciado ni una palabra al respecto, Robin sabía que ella lo sabía; sobre todo, después de que le hubiera sonreído al día siguiente en el desayuno como un gato que se había merendado a un ratón.
Aquella tarde, y aun sin su merecida ducha, se había ofrecido directamente para la vigilancia nocturna, ganándose tanto la mirada sorprendida de Brook, como la curiosa de Sanji. Además, tuvo que aguantar una carcajada espontánea después de que su inestimable compañera la guiñase el ojo en complicidad, ganándose mas de una mirada curiosa de los demás y con el primero de abordo desviando la mirada con ahínco hacia una de las ventanas, con un tono levemente rosado espolvoreado por sus mejillas.
Y así es como ambas habían terminado con habitaciones separadas. Había estado enormemente agradecida con Franky. Su cordura había sido puesta al límite por culpa de esos dos. Eso, y de que, por algún motivo que no alcanzaba a comprender del todo, se sentía un poco protectora de lo que hubiese entre ambos. Reconocía que la idea de la amenaza de Enma tras su pescuezo tampoco es que ayudase demasiado, aunque sabía que Zoro nunca jamás le haría ningún tipo de daño y mucho menos por una nimiedad como aquella, pero tampoco era quien como para ir aireando nada de nadie. Al contrario, se había alegrado mucho por ambos, e inconscientemente había intervenido favoreciendo algún que otro encuentro entre ellos. De hecho, se había encontrado cediéndole el turno de vigilancia a Zoro de manera habitual y siempre que la erudita compartía el otro turno. Sospechaba, sin temor a equivocarse, que esa caseta en lo alto había sido testigo de mucho.
Y por supuesto, en el momento en que ella había suplicado al carpintero que reestructurase el espacio, de manera que tanto ella como Robin tuviesen habitaciones separadas, su dolor de cabeza no había desaprovechado la oportunidad para replicar por una también, defendiendo que él era el capitán y que también quería una habitación para él solo y así no tener que soportar los ronquidos de Ussop.
Superada la estupefacción inicial, el tirador se había defendido levantándose del asiento vehementemente, y reclamando que el joven con la D en su apellido, era capaz de roncar mucho más profundo que él, pero había sido ignorado deliberadamente, provocando las sonoras carcajadas de Jinbei. De modo que, tras varios quebraderos de cabeza, Franky había conseguido en unas semanas arreglar tanto sus habitaciones, como la del atolondrado del capitán de la tripulación de los Sombrero de Paja.
Parpadeó con lentitud, sintiendo el cansancio hacerle mella nuevamente. Desde hacía unos días apenas había pegado ojo. Había probado desde lecturas hasta baños relajantes. Robin muy amablemente le había prestado un par de volúmenes de pesada -sin que ella nunca jamás utilizara ese adjetivo delante de ella- historia, sin éxito. Terminaba levantándose exasperada de la cama en la madrugada, viajando a la cocina por un pequeño refrigerio, o vagabundeando por la cubierta aprovechando el templado clima en el que últimamente se encontraban. La brisa nocturna no había hecho otra cosa que despejarla, y había contemplado mas de un amanecer en sus tonos anaranjados y rojizos.
Sanji la había despertado en un par de ocasiones, tras encontrarla sentada dormida de cualquier manera en la cubierta con la espalda recostada sobre la pared, animándola a que regresara a su habitación para descansar un poco antes del desayuno. Y no había hecho otra cosa que hacer caso al cocinero, con su mirada preocupada tras ella persiguiéndola como un fantasma errante.
Y es que, sus pesadillas hacían que se despertara con el corazón en un puño y el estómago encogido. La última vez se había levantado con la respiración errática y con tal sensación de asfixia, que había estado a punto de irrumpir en el cuarto de los chicos buscando por Chopper. Pero se había arrepentido en el último momento. Solo hubiese conseguido preocupar al pobre médico, quien no hubiera podido hacer otra cosa salvo recetarle algún, probablemente, ansiolítico. De modo que había tragado con la angustia como buenamente había podido y, tras haber cogido cualquier manta de su armario, se había tumbado en una de las hamacas del jardín tras salir a cubierta. Fue la primera vez que Sanji se la encontró exhausta y dormida de cualquier manera.
Uno de los motivos por los cuales no había acudido al reno, era porque sospechaba que buscaría profundizar en el origen de sus desvelos. Y, ni estaba preparada, ni quería ahondar en ello. Había guardado la débil esperanza de que, ignorándolo, con el tiempo sencillamente pasaría. Sin embargo, la táctica no estaba funcionando en absoluto. Había funcionado antes. Ahora simplemente había dejado de funcionar.
Había estado tan perdida en sus pensamientos, que no fue consciente de que sus párpados empezaban a pesar bastante más de lo habitual. Cuando quiso darse cuenta había cabeceado, casi sin alcanzar a sostenerse. Abrió los ojos con fuerza, sorprendida de que el sueño hubiera acudido en su busca después de varios días evitándolo.
La imagen mental de su mullida y confortable cama la tentó por unos segundos. Miró el reloj de su escritorio de madera. Apenas era la hora del almuerzo y ya se sentía de nuevo agotada. Inspiró con profundidad y se apretó los ojos con el pulgar y el índice buscando despejarse, y desvió la mirada de manera inconsciente hasta la espalda de su capitán.
Uno de los últimos vuelcos había sido justo después de que retomaran su travesía tras el país de Wa. Ese chico de cabellos negros revueltos y ojos ónice, de cuerpo definido y ahora de espalda ancha, había conseguido quitarle el aliento durante unos segundos y dejarle el cerebro entumecido. Y no habían sido los analgésicos que Chopper muy amablemente le había recordado que debía tomar. Se pasó una mano por el pelo, frustrada.
—Esto no está bien. —musitó.
—Nami.
La aludida levantó la mirada de su humeante café y paró la tostada de mermelada de mandarina que estaba a punto de ser emboscada por sus dientes.
Hacía un par de días que habían abandonado el país de las flores y apenas era la hora del desayuno. La cocina era tan bulliciosa como de costumbre, pero la simple mención de Chopper llamándola, había conseguido que los sonidos genéricos disminuyeran con el fin de que se pudiese oír al reno de entre el bullicio.
El medico se limitó a poner un frasco sobre la mesa con, lo que parecía, unas pastillas pequeñas de color verdoso. Nami parpadeó en confusión durante unos instantes.
—Esta es la medicación de la que hablamos —comentó el médico con total naturalidad—. He procurado que los analgésicos sean lo más naturales posibles, por lo que procura tomar uno después del desayuno y otro después de cenar, antes de acostarte. He añadido un par de hierbas relajantes para que, aunque tengas las migrañas, puedas tomar el mayor descanso posible —terminó alegre.
Nami dejó la tostada en su plato y cogió el frasco, enormemente agradecida. —Muchas gracias Chopper —le sonrió con sinceridad—. Descuida, no me olvidaré de tomarlas.
La mirada de Chopper, sin embargo, se tornó en una un tanto más inquieta. —Siento no poder profundizar mucho más, pero no dispongo aquí de los recursos o el material necesarios como para poder hacerte un TAC, tal como me gustaría. Es posible pueda haber algún tipo de microfractura, por lo que quiero que pases por consulta cada varios días para poder revisarte ¿de acuerdo?
Nami esbozó esta vez una sonrisa ladina. —Por supuesto, Dr. Chopper. Jamás se me ocurriría hacer caso omiso de los consejos de mi médico.
El rostro de Chopper se iluminó y sonrojó al mismo tiempo a partes iguales, y llevo sus patitas a su cara, inevitablemente, azorada. —Jooo~, no digas eso, idiota, solo porque me llames 'doctor' no me harás más feliz ¿sabes?
Nami y algunos mas soltaron un par de carcajadas. Era obvio lo feliz que al reno le había hecho el simple comentario. Nami tomó el frasco y, tras apartar una para tomársela acorde a las instrucciones que le había dado, se lo guardó en el bolsillo de la sudadera y se propuso a, ahora sí, pegar el deseado mordisco a su tostada.
—¿Por qué tiene Nami que tomar pastillas?
Sin poder evitarlo, el estómago de la navegante había dado el familiar vuelco -casi podía asemejarse a tres piruetas con salto mortal incluido- ante la voz de su capitán. Había sido una pregunta tan sencilla que a nadie parecía extrañarle. Y al mismo tiempo, y si alguien la hubiese preguntado, casi hubiese jurado que la entonación con la que había lanzado la pregunta no era del todo acorde a la habitual.
Ussop abrió los ojos en signo de auténtica sorpresa. —Pero como ¿es que no lo sabes? —cuestionó asombrado.
—Ussop… —musitó Nami en advertencia, aun apenas masticando la tostada. Sentía en la garganta una especie de nudo incómodo.
El joven, que aquel día portaba una simple camiseta roja de mangas cortas y sus vaqueros remangados hasta las rodillas, negó con la cabeza, aun con los carrillos hinchados de comida, y frunció el ceño, clavando la mirada en la joven de cabellos anaranjados. Ella no despegó la mirada del café y continúo desayunando, como si el asunto no fuese con ella.
Zoro, por algún extraño motivo, se mantuvo en silencio, e incluso Sanji había parado de agitar el revuelto de huevos de la sartén, con la curiosidad burbujeándole. Ussop se levantó de golpe del taburete, emocionado por completo, consiguiendo que hasta Chopper pegase un pequeño respingo del suyo. —¡Estuvo espectacular! —exclamó desatado— ¡Esa loca de Ulti estuvo a punto de romperle el cráneo!
Las cejas de Franky se arquearon hacia arriba en asombro y Brook dejó escapar un 'yohohoho' entusiasmado. Nami resopló con fuerza. Si las miradas matasen, el francotirador de la banda del sombrero de paja llevaría horas muerto.
Ussop puso un pie sobre la mesa, consiguiendo que la cubertería saltase en el sitio, e hizo un gesto de músculo con el brazo, imprimiendo énfasis en, lo que él consideraba, toda una hazaña por parte de la navegante. —¡No veáis si golpea duro esa mujer, tiene la cabeza igual que una roca! —Chopper soltó un jadeo fascinado con estrellitas en los ojos—. ¡Y no contenta con eso, no solo le golpeo una, sino que varias veces! —silbó entusiasmado—. ¡Hasta Tama y Komachiyo fueron testigos! ¡Y todo porque se negó!
Sanji revoloteó tras ella, girando y con corazoncitos en los ojos, canturreando algo sobre que su querida 'Nami-swan' era toda una guerrera de los mares. Nami sintió una especie de calorcito incómodo en las mejillas y las ganas de retorcer el pescuezo del joven bocazas no hicieron otra cosa que aumentar. Zoro y Robin rieron en una especie de regocijo cómplice, provocando que Nami quisiese hundirse en el asiento. La joven tiró del brazo de Ussop hacia abajo, obligándolo a sentarse.
—Si, si, si, genial. Mira que bien, que lo que he conseguido es que casi me abriesen la cabeza como a un melón —apuntó un tanto irónica—. ¡Además —continuó—, a Luffy también estuvo a punto de reventarle la cabeza, no se porque estáis armando tanto alboroto! —se quejó.
Franky y Jinbei rieron con fuerza ante la elección de palabras de la joven de cabellos naranjas y Brook aseguró que compondría más tarde una melodía digna de una canción que relatase las hazañas de una valiente guerrera del mar de valentía dura como el mármol.
—Si tuviese la cabeza dura como el mármol no tendría migrañas ni, probablemente, microfracturas, así que con una vez he tenido mas que suficiente ¡gracias! —y todavía con las mejillas azoradas, había cogido su café y la tostada sin terminar en la boca, y había abandonado la cocina como si la estuviera persiguiendo el mismísimo demonio.
Las carcajadas continuaron llegándole hasta bien retirada de la cocina.
Nami no pudo evitar que se le escapase una risilla ante el recuerdo. Dios, sus nakamas estaban todos locos de atar. Se preguntó si alguna vez sus ocurrencias y sus locuras dejarían de asombrarla, y por algún motivo, supo que no. Lentamente, la sonrisilla que había esbozado empezó a desaparecer.
—¿A qué te negaste?
Recordaba casi haber tirado su café del susto, producto de que al atolondrado de su capitán no se le hubiese ocurrido otra cosa que aparecer de pronto sobre el balcón de su habitación, como si fuese la cosa más normal del mundo el ir colgándose por ahí de las barandillas de los demás. Apenas pudo retener las ganas de echarle la bronca por intentar sacarle a nadie el corazón de las costillas.
Ella solo había buscado la tranquilidad de su pequeño balcón para terminar de desayunar en paz y sin que las risas de los demás la llegasen en oleadas por, ante lo que ellos habían proclamado, una voluntad de hierro.
Ignorando fuertemente el cosquilleo que le provocó el simple hecho de que su capitán apareciese de repente sobre su balcón por el simple objetivo de estar buscándola, no pudo evitar entornar el rostro en ingenua confusión.
—¿Eh? —preguntó, descolocada.
Él se impulsó con los brazos hacia arriba, hasta quedar sentado en la barandilla de madera. Continúo mirándola sin apenas pestañear, consiguiendo multiplicar la inquietud de su navegante por mil.
—Ussop —dijo, como si la simple mención esclareciese el asunto—. Dijo que quiso golpearte porque te negaste. Cuando le he preguntado a qué, me ha dicho que eso debía preguntártelo a ti —aclaró—. ¿A qué te negaste? —insistió, ladeando ligeramente la cabeza.
El pulso de Nami decayó a la inexistencia. De acuerdo. Eso no lo tenía previsto. Una cosa es que los demás chismorrearan, y otra cosa es que hubieran incitado a su capitán usando la curiosidad como arma, sabiendo de antemano que, debido al tipo de personalidad que se gastaba, picaría fácilmente el anzuelo.
Resistió maldecir en voz alta al tirador. Cuando menos lo esperase, iba a lloverle un buen capón en su absurdo cogote.
El recuerdo del dolor como tenacillas al rojo vivo le atravesó.
—¡No, sé que podrá! ¡Estoy segura!
La usuaria de la fruta ryu-ryu solo había alcanzado a fruncir aún más el ceño y a mirarla colérica, temblando de pies a cabeza por la furia.
—Lo será —cerró los ojos, sin evitar las lágrimas ante su próxima e irrevocable muerte—. Porque… porque… ¡lo será!
Y había roto a llorar.
Durante unos instantes se mantuvo en silencio. Había apartado la mirada de su capitán, clavándola en una de las velas mayores, dejando que el suave contoneo por la brisa la absorbiera.
Mentiría si dijera que no estuvo a punto. Durante aquel instante, había acariciado la idea de dejarse llevar. Al fin y al cabo, irónicamente la persona que más se había ganado su confianza a pulso, era la misma con la que no quería compartir el montón de pensamientos que se le acumulaban en la cabeza.
Al contrario de lo que muchos pudiesen pensar, Luffy era atolondrado y despistado la mayor parte del tiempo, pero no era imbécil. Una cosa era que no se enterase de nada, pero otra muy diferente era que lo supiese o sospechase, pero no pronunciase palabra al respecto. Al menos, no hasta que le diese la gana.
Nami cerró los ojos, apesadumbrada. Por supuesto, era consciente de que él había notado su silencioso distanciamiento. No había pronunciado palabra al respecto, pero las pocas veces que su mirada se había cruzado con la suya, le había dejado entrever una especie de duelo que antes no estaba. Había empezado con pequeñas cosas. Empezar a sentarse en las comidas en el primer taburete que encontraba, en vez de sentarse a su lado, como lo había hecho hasta el momento. Por algún motivo, el taburete al lado suya se mantenía vacío, como si la estuviese esperando. La primera mañana que lo había hecho, él no había dejado de mirarla durante el desayuno. Ella había hecho un gran esfuerzo por aparentar que no pasaba nada. Los demás tampoco habían hecho mención, por el motivo que fuese.
Había continuado con pequeños gestos, como participar menos en los juegos que mantenía con Ussop y con Chopper, en los que Luffy siempre recurría a ella como compañera. Se había encontrado declinando la invitación, con cualquier excusa que había podido encontrar. Intentaba que no coincidieran demasiado para las guardias nocturnas. Dejaba correr el tiempo entre mandarinos, retirando hojas y las raíces secas. Si antes era perfeccionista dibujando y trazando con sus mapas, ahora casi rozaba lo obsesivo. Y a medida que iban pasando las horas y los días, había dejado que la brecha entre ellos no hubiese hecho otra cosa que aumentar.
Tomó aire con profundidad. Era lo correcto ¿verdad? Tenía que serlo, pensó con ferocidad. La sola idea de que Luffy pudiera albergar algo mínimamente romántico por ella, le provocaba un cosquilleo sin sentido difícil de apaciguar. Y, sin embargo, cada vez le resultaba más difícil levantarse tras la caída en la realidad. No era la caída lo que mataba, sino el aterrizaje. Siempre el aterrizaje. Una vez que pudiera superarle, todo volvería a la normalidad. Nadie más tenía que saber de su hazaña, porque se lo había guardado bajo todas las capas que había podido. Podría volver a compartir momentos con él, sin que después sintiese su interior en carne viva. Sin angustiarse por la simple idea de que él pudiese percibir cualquier sentimiento como algo más que sincero afecto por su parte. Sin la espantosa sensación de haber cometido el pecado de la avaricia, fantaseando con él en el rincón mas oscuro de sus pensamientos. Sin querer atisbar del todo la profundidad de lo que, maldición, estuviese despertando. Como si todo aquello se revelase contra ella una y otra vez en una burla constante de que no, no sentirá mínimamente nada parecido por otra persona que no sea él.
Muy en el fondo de sí misma, sabía que no podía continuar así. Su capitán los amaba a todos y cada uno de ellos. Nadie era mas que nadie. Y, sin embargo, ella se había encontrado codiciando más. Se encontró anhelando más. De que la observase más, de que compartiera con ella más, de que fuera diferente de los demás. De quererla más.
Y la simple realización la había aterrorizado.
Aquello no podía ser. Una cosa era albergar sentimientos de admiración y otra muy diferente era albergar sentimientos mucho más profundos. Conocía de antemano que a Luffy el plano romántico era uno de los aspectos que, sencillamente, no le interesaban. Tendía a simplificarlo todo porque lo complejo lo consideraba un dolor de cabeza. Y tener a la navegante de tu tripulación albergando sentimientos profundos cuando no eran recíprocos, podría ponerles a todos, y sobre todo a Luffy, en una situación complicada y comprometida. Y ella no quería eso. Ni siquiera se había atrevido a profundizar al respecto, por el pavor que la sola idea le causaba. Mas de una vez se había encontrado deseando que fuesen imaginaciones suyas, productos tanto del cariño como del profundo respeto y admiración que le profesaba. Y como una cobarde, había cogido todo aquello y lo había escondido y escondido hasta haber alcanzado el rincón más profundo en sí misma. Y había tirado la llave sin más.
Había sido entonces cuando las pesadillas no habían hecho otra cosa que empeorar. Como si fuese una burla constante de su decisión y un recordatorio permanente de que no podría huir de ello durante mucho más. Porque desconocía cuando había empezado, pero estaba yendo con todo para darle fin.
Y es que ver como atravesaban el pecho una y otra vez de la persona que más te importaba en el mundo, era aterrador. No importaba el escenario, ni el contexto, ni el cómo, el cuándo o el dónde, solo se repetía durante una y otra vez, en sórdida cámara lenta, con ella sentada en el suelo sin alcanzar a poder moverse o gritar espantada. Solo esperaba que los gritos que realmente daba en la intimidad de su cuarto cuando se despertaba aterrorizada no hubiesen alcanzado a nadie más.
Y apartando la vista de entre las velas mayores, había vuelto a sostenerle la mirada.
—No tiene mayor importancia. —había dicho, encogiéndose de hombros, buscando restarle trascendencia.
Luffy se había limitado a continuar mirándola en silencio. Durante unos segundos, le dio la sensación de que el perfil de su rostro se endurecía, pero tan pronto como aquella impresión había venido, se había ido.
—Si no tiene mayor importancia ¿qué más da que lo sepa o no? —aireó, justo como si hablase del tiempo tan bueno que hacía.
Touché. Nami intentó evitar poner los ojos en blanco. Maldito fuera él, sus ojos del color del azabache y su puñetera curiosidad innata por querer saberlo todo. Apoyo los codos en la barandilla, justo a su lado, cruzó los dedos y apoyo la barbilla en ellos. Finalmente negó con la cabeza, como si hubiese perdido una batalla consigo misma.
—Ulti me dio a elegir. Nos dejaría vivir si decía que no te convertirías en el rey de los piratas. —volvió a desviar la mirada, sintiéndose incapaz de sostenérsela por más tiempo.
Una cosa es que ella fuera lo suficientemente cuidadosa como para no dejar entrever ningún resquicio de debilidad por su capitán y otra cosa muy diferente era dejar que él hurgase en ella sin cuidado ni conocimiento alguno. Apretó sus manos cruzadas y frunció la boca en un gesto tenso. Por algún motivo, él tampoco había movido músculo alguno.
—Así que me negué. —finalizó ella con un suspiro, deseando con ello haber saciado su impertinente curiosidad.
—¿Por qué?
Nami volvió a girar la cabeza para mirarle. Vale, eso estaba empezando a tomar un cauce extraño. Desconocía a que venía esa absurda pregunta. Es más, la conversación estaba siendo absurda. No era relevante, ni interesante, ni nada. Era una conversación estúpida a causa de una decisión estúpida, suscitada por un compañero, al menos en aquellos momentos, igual de estúpido. Y ella siendo la más estúpida de todo por estar dejándose enredar.
—¿Por qué, ¿qué? —insistió, frunciendo el ceño con gravedad—. Llevas años proclamando que vas a ser el puñetero rey de los piratas en cualquier oportunidad que se te presenta, Luffy, ¿y vas a venirme ahora con que 'porqué'? —continuó fastidiada.
La manera en que él la estaba mirando estaba consiguiendo ponerla nerviosa. Y no eran unos nervios habituales de exasperación, eran unos nervios diferentes. Verle sentado en la barandilla de su balcón, teniendo la espantosa sensación de que por primera vez entraba a jugar verbalmente con ella, no le gustó. Sobre todo, porque había picado como una idiota.
—Sí. —arremetió de vuelta, sin ningún tipo de delicadeza. Ni siquiera había pestañeado y continuó mirándola con intensidad—. Una cosa es que yo lo diga y otra cosa es que lo digas tú, así que sí, quiero saber por qué.
Simple y directo, justo como era él. Y después de meses y semanas, junto a noches enteras, ignorando lo que su capitán conseguía provocarle en la intimidad de sus pensamientos, la máscara que ella, que con tanto cuidado y empeño se había puesto con él, se resquebrajó momentáneamente, dejando escapar de su control, por fin, una expresión de fatiga e impotencia.
—¡No importa! —reclamó de vuelta, sintiendo como la desesperación se le enroscaba, como si él, por algún bizarro sinsentido, estuviese usando contra ella el 'python' de su cuarta marcha en Snakeman—. Da igual lo que yo crea o lo que yo piense. —continuó—. Yo creo en lo que tú crees, así que con eso basta.
De repente se sintió agotada. Y dejó caer levemente la cabeza hacia adelante, como si el simple hecho de responderle la hubiese dejado exhausta. Ni siquiera quiso dar tiempo a oír si él todavía tenía algo que decirle. —Voy a volver a revisar las variables. Los vientos parecen tranquilos, pero no quiero que nos metamos en una tormenta de improviso. —murmuró.
Se incorporó, dejando de estar apoyada sobre la barandilla y viendo que él no abría la boca, se dio la vuelta con intención de volver a su despacho.
—¿Vas a seguir huyendo de mí?
Consiguió paralizarla en el sitio. Aun de espaldas, el corazón se le había caído a los pies y había vuelto a subírsele hasta la garganta en un descontrolado ascenso. Quiso tragar, mientras que su mente revolucionaba cualquier pensamiento como un tren en descarrilamiento. Quiso soltarle cualquier burla, buscando quitarle hierro al asunto. Quiso decirle que eran tonterías suyas, para no variar. Que ella estaba perfectamente y que luego se lo demostraría cuando jugaran a las cartas con los demás antes de la cena. Quiso darse la vuelta, sonreírle despreocupadamente y soltarle en tono burlesco que si es que tanto había echado en falta su atención como para pensar que ella estaba evitándole deliberadamente.
Pero no hizo ninguna de aquellas cosas. Se limitó a quedarse de pie, dándole la espalda, sin poder verle a la cara. Porque en aquel momento, no se veía capaz de mentirle con alguna de aquellas ocurrencias. Porque en el fondo, no se veía con valor como para engañarle mientras le sostenía la mirada. No quería. Ni tampoco podía.
Había sido el último vuelco que había conseguido provocarle.
Y cuando había querido caer en la cuenta, él ya no seguía sentado en la barandilla de su balcón.
Nami suspiró con profundidad ante el recuerdo, mientras continúo observando la espalda de su capitán, quien esperaba porque picase algo en su caña de pescar. De aquello habían pasado unos días, y las cosas se habían mantenido poco mas o menos igual. Con falsa tranquilidad. La diferencia era que ahora era consciente de que él había constatado que algo ocurría con ella. Probablemente lo hubiera sabido desde el principio, durante todo este tiempo. Y sin embargo no había pronunciado palabra al respecto, esperando a que saliese de ella el hablar con él, de lo que fuera que estuviese perturbándola. Él siempre había estado ahí para ella, aguardando. Había intentado darle su espacio, limitándose a esperar contra todo pronóstico e incluso en contra de su propia naturaleza inquieta e impaciente. La única diferencia, es que ahora ella no había acudido a él.
Y eso, por alguna razón, le había molestado.
Porque habían seguido actuando entre ellos como si el intenso sol de una mañana despejada no les hubiera cegado.
Hasta que lo había hecho.
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N/A: uao.
Doce páginas, se dicen pronto. Buen comienzo. Pensaba que mi vena escritora, neurótica e imprevisible había muerto. O al menos parecía estar en coma. Las muchas vueltas que puede darte la vida. Incluso lo mucho que te cambia la vida otra vida que no es la tuya, pero que al mismo tiempo es incluso más importante que la tuya propia.
Y ya empiezo a desvariar, como siempre.
En resumen, esto no estaba previsto en absoluto y sin embargo aquí estoy. Vamos a ver como continuamos.
He de reconocer que me encanta el título de la historia. Como siempre, mis mejores ocurrencias son cuando ando despistada escuchando música y me llegan de golpe.
Ya veremos como seguimos.
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Nindë
