SEPARADOS POR LA SANGRE
Un Final Feliz
"Toda historia tiene un principio y un final, y aunque a veces no queremos que este llegue, es inevitable que suceda. En el amor uno desea fervientemente que no exista un final, deseamos ese felices para siempre que de un momento a otro podría o no romperse, pidiendo que nuestra historia sea diferente a las estadísticas, recuerda que nada es fácil y sobre todo que nada es gratis en este mundo".
CUARENTA
El fuerte galopar de un caballo se dejaba escuchar en el camino a la mansión de las rosas, el grito de su jinete animaba al maravilloso ejemplar que montaba a acelerar el ritmo de su carrera. Su rostro se giró detrás de él para intentar visualizar a aquel que le seguía muy de cerca. Una sonrisa surcó su rostro y con mayor ímpetu animó a su corcel para acelerar su galope.
-¡Vamos cometa! – Gritó con fuerza para que el caballo velozmente le obedeciera.
-¡Detente! – Gritaba el otro jinete que venía a la misma velocidad que el primero, animando de igual forma a su caballo para que alcanzara a su perseguido. - ¡Alto! – Gritaba una y otra vez para que aquel que perseguía pudiera escucharlo e hiciera caso de su orden.
-¡Andrew! – Se escuchó de pronto una voz que causó revuelo en el corazón del chiquillo, quien inmediatamente tiró de la rienda del andaluz blanco para detener su galope.
-¡Ohh! – Gritó el jovencito intentando que su carrera terminara casi de inmediato.
-¡Alexander! – Se escuchó de nuevo aquel llamado de atención que frente a ellos se producía, un llamado de atención que si bien no era el de su propia madre si era de alguien a quienes ellos amaban y respetaban a pesar de ser los mayores. - ¿Qué les ha dicho mamá de no azuzar a los caballos de esa manera? – La mirada azulada de la pequeña jovencita de cabellos rubios y rizados se impuso ante ellos reconociendo que efectivamente habían hecho mal en desobedecer una de las órdenes impuestas por sus padres.
-Es lo que intentaba hacer Alondra. – Replicó el mayor de los tres. Alexander bajaba de su caballo andaluz, aquel que de pequeño Albert les había regalado a ambos gemelos. – Pero Andrew no me hizo caso. – Agregó el jovencito mientras miraba a su hermano gemelo con reproche.
-Vamos Alexander, que la hemos pasado bien. – Dijo Andrew aún con la expresión de adrenalina en su rostro. Alexander sonrió recordando el viento golpear su rostro, montar era lo que más amaba en el mundo al igual que su hermano y si bien sabía que su madre les tenía prohibido galopar de prisa, también sabía que a escondidas de ella se retaban entre sí a alguna carrera. – Alondra, no le digas a mamá por favor… - Dijo el jovencito con súplica a su hermana, quien lo miraba fijamente como pensando si los delataría o los acusaría con sus padres.
-Andrew, siempre pides lo mismo. – Dijo Alondra con reclamo en sus bellos ojos, ojos tan hermosos como los de su padre, la joven había heredado la belleza de su padre y las pecas y rizos de su madre, definitivamente aquella linda jovencita era la mejor combinación de sus padres. – Pero jamás obedeces lo que mamá dice. – Agregó reclamando a su hermano que siempre prometía no volver a hacerlo, otra de las cosas que distinguía a Alondra era su rectitud y honorabilidad, rasgo que definitivamente había heredado de su padre.
-Lo que pasa es que se nos hacía tarde para la merienda, Alondra, y sabes que mamá no permite que lleguemos sudados a la mesa. – Agregó Alexander, quien sabía bien que su hermana tenía razón, sin embargo temía una llamada de atención de su madre.
-¿Qué sucede? – Preguntó Anthony, quien salía de la mansión dirigiéndose hacia donde estaban sus hijos.
-Nada papá. – Dijo Andrew mirando a Alondra para que no lo delatara.
-Lo que sucede es que Alondra nos ha visto galopar nuevamente, papá. – Dijo Alexander con honestidad, a él tampoco le gustaba ocultar la verdad a su padre. Andrew rodó lo ojos, sin embargo bajó la mirada en señal que estaba arrepentido.
-Saben muy bien que su madre les ha prohibido galopar de esa forma. – Advirtió Anthony de manera suave pero firme.
-Lo sé papá. – Dijo Alexander asumiendo una vez más su responsabilidad en el asunto.
-Esta vez ha sido mi culpa papá. – Dijo Andrew para sorpresa de Alondra y Alexander. Anthony lo miró con una sonrisa en sus labios, orgulloso de que el segundo de sus hijos aceptara sus errores, una condición que generalmente dejaba que Alexander asumiera. – Se nos ha hecho tarde en el lago y por no llegar tarde a la merienda, monté a Cometa a toda velocidad y Alexander intentó advertirme, pero no hice caso. – Agregó el joven con una madurez que enorgullecía a su padre.
-Me parece bien que respeten los horarios de comida, sin embargo creo que ambos sabes que estuvo mal su comportamiento. – Dijo Anthony retando a ambos muchachos.
Alexander y Andrew miraban a su padre a los ojos, ambos con las mejillas coloradas, los rizos de sus cabellos alborotados y el par de hermosos ojos color azul brillando con intensidad. Anthony observó a sus primogénitos, ambos unos jovencitos de trece años, la edad en la que él había conocido a su madre, le parecía que la tenía una vez más frente a él, si no hubiera sido por el color de ojos y porque eran niños. Les sonrió con orgullo, ambos eran unos jovencitos inquietos, pero al fin y al cabo unos niños honorables, unos Andley dignos, diría la tía abuela.
-Entren, es momento que se cambien de ropa para no hacer esperar a su madre. – Dijo Anthony incapaz de ponerles un castigo, sabía que debía hacer algo para evitar que continuaran desobedeciendo a su madre, sin embargo en ese momento no pudo hacerlo, no después de la muestra de madurez que por fin Andrew había demostrado.
-Sí papá. – Dijeron ambos gemelos, para después subir las escaleras de par en par, presurosos a vestir de una manera más adecuada.
-¿Dónde está Ángel? – Preguntó Anthony a su pequeña Alondra. Alondra sonrió con ternura al ver a su padre, ella adoraba a su padre y Anthony definitivamente la adoraba.
Anthony sonrió al ver el rostro de su hija y encontrar en ella las pecas de su madre, pudo ver su rostro de pequeño, pero las pecas y esa mirada aunque azulada tenía la chispa traviesa de su madre.
-Está en el jardín papá. – Respondió Alondra señalando hacia el lugar en el cual se encontraba su mellizo.
Alondra y Ángel habían nacido diez años atrás, los dos eran muy parecidos entre sí, pero Ángel tenía ese color de ojos esmeralda que había heredado de su madre, así como las pecas, pero el gusto por la jardinería lo había heredado de su padre así como su cabello.
-Ven, vamos a buscarlo. – Dijo Anthony ofreciendo su brazo a su pequeña como la damita que era. Alondra se sostuvo del brazo de su padre con elegancia, con la elegancia que había heredado de su abuela Rosemary.
-Ángel es capaz de quedarse en el jardín horas y horas, sin saber qué hora es. – Dijo Alondra mientras caminaba al jardín. Anthony sonrió orgulloso también del más pequeño de sus hijos.
-Cuando yo era un niño, también podía pasar horas y horas en el jardín. – Dijo Anthony suspirando profundamente al recordar aquellos días en los que se refugiaba en el aroma de las rosas para olvidar el dolor que le provocaba la ausencia de su madre.
-¿En verdad? – Preguntó Alondra un poco escéptica por aquellas palabras que decía su padre. Anthony asintió orgulloso de que así había sido.
-En verdad… - Dijo Anthony divisando la pequeña cabeza de su pequeño hijo, quien asomaba su rostro entre los rosedales al sentir la presencia de alguien más. Anthony pudo ver las graciosas pecas que adornaban su rostro, un rostro idéntico al de él, pero con los ojos verdes y las pecas de su madre.
-¡Papá! – Dijo Ángel con un poco de emoción en su voz, pero al mismo tiempo con un llamado cauteloso.
-¿Qué sucede? – Preguntó Anthony al notar que su pequeño se metía entre las espinas de los rosedales para buscar algo que evidentemente podía ver desde su posición.
-Es un pajarillo, papá. – Dijo Ángel sin salir de aquel espacio que se abría frente a él para intentar ayudar a aquel pobre animalito que solicitaba ayuda con su canto lastimero.
-¡Pobre papá! – Dijo Alondra con dolor en su tierno corazón, al imaginarse a la pobre y desvalida criatura atrapada entre las dolorosas espinas.
-Ven, no te haré daño. – Decía Ángel, como si el pequeño pajarito comprendiera sus palabras.
-Espera hijo. – Dijo Anthony, acercándose hasta donde estaba su hijo, quien con guantes en mano como todo un experto jardinero, hacía a un lado las ramas de los rosales que le impedían llegar hasta el animalito lastimado. – Deja te ayudo. - Dijo Anthony poniéndose de rodillas junto a su hijo, sin importar ensuciar sus fines pantalones hechos a la medida.
-Cuidado papá. – Decía Ángel intentando que su padre no se espinara con las rosas. Anthony sonrió por la preocupación de su hijo, el pequeño no sabía que en más de una ocasión él mismo trabajaba sin guantes aquel mismo jardín.
-Estoy bien. – Decía Anthony para después tomar entre sus manos al pequeño pájaro, que mostraba una de sus alas rota.
-¿Está bien? – Preguntaba Alondra con preocupación, era evidente que la joven había heredado el altruismo de su tío abuelo por los animales.
-Un momento Alondra. – Decía Ángel seguro que el pajarito estaba bien dentro de lo que cabía.
-Está bien hija. – Dijo Anthony seguro que así era. – Solo que no podrá volar por algunas semanas. – Dijo el rubio levantándose de su lugar para acercarse hasta su hija y mostrarle al animalito.
Alondra tomó entre sus manos al ave que su padre le ponía entre ellas, el corazón de la pequeña se estremeció de tristeza al notar la lastimadura que tenía en su ala derecha, le parecía escuchar en su canto de angustia el dolor que reflejaba en sus ojos.
-No temas pequeño. – Le dijo Alondra al animalito, acercándolo a su rostro para acariciarlo con la punta de su nariz. – Yo te cuidaré… - Le dijo mientras con sus manos lo cubría protectoramente. – Papá… - Dijo la pequeña con su melodiosa voz, voz que solo escuchaba Anthony cuando le solicitaba algo. Anthony la miró seguro que sabía lo que iba a pedir. - ¿Puedo…? – Preguntó mirándolo a los ojos con súplica.
-Creo que si puedes, pero es necesario que le digamos a tu madre. – Dijo Anthony seguro que Candy no se negaría a que su hija se hiciera cargo del ave.
-Pero yo lo he encontrado. – Dijo Ángel seguro que a él le gustaría cuidar también de él.
-Pero tú no tienes tiempo de cuidar a las rosas y al pajarito, Ángel. – Replicó la joven con ganas de ser la única a cargo del ave.
-Tranquilos, ambos pueden hacerlo. – Dijo Anthony para que sus dos mellizos llegaran a un acuerdo.
Candy bajaba rumbo al comedor, buscaba a esposo, quien hacía muchos minutos antes había dicho que buscaría a sus hijos para llevarlos a merendar, sin embargo no veía ni a su esposo, ni a ninguno de sus cuatro rubias cabelleras.
-¿Dónde andaban? – Preguntó Candy al ver que sus primogénitos bajaban recién bañados y aseados para la cena.
-Fuimos a montar un momento mamá. – Respondió Alexander a la pregunta de su hermosa madre.
-¿No han visto a su padre? – Preguntó ahora Candy. Andrew se relajó al ver que su madre no había hecho la pregunta que tanto temía, ya que después de esa respuesta lo más lógico era que preguntara o que comentara que no hubiesen corrido de más, sin embargo al no mencionarlo ellos no tenían que aclarar nada de los sucedido, de esa forma ellos no le estarían mintiendo.
-Se quedó con Alondra en el jardín, de seguro buscaban a Ángel. – Respondió ahora Andrew, temiendo que su hermano revelara su secreto y los pusiera a ambos en riesgo.
-Eso debe de ser. – Dijo Candy, dando la razón a su hijo. De pronto la pecosa había puesto más atención al rostro de sus hijos, y pudo apreciar el enrojecimiento que había provocado la cabalgata vespertina y que ni siquiera el baño se había podido deshacer de ella.
-¿Por qué sus rostros están tan enrojecidos? – Preguntó acercándose a ellos para observarlos más de cerca.
-Porque…
-¡Mamá! – De pronto se escuchó la voz de Amelia, interrumpiendo la respuesta que Alexander estaba a punto de dar a su madre. Candy giró su rostro al ver que su adorable esposo venía caminando junto sus dos hijos menores, lo cuales apresuraban el paso dejándolo unos pasos detrás de ellos.
-¿Qué sucede Alondra? – Preguntó Candy al ver que su hija caminaba con prisa hacia ella. Los gemelos también se acercaron a su madre sintiéndose un tanto aliviados por la interrupción de su hermanita.
-¡Mira es un pajarillo! – Dijo Alondra extendiendo sus manos para mostrar lo que llevaba entre ellas.
-¡Yo lo encontré enredado entre los rosedales, mamá! – Dijo Ángel con orgullo, demostrando que él era quien había ayudado al pobre animalito. Candy miró a Anthony, quien le sonrió desde donde estaba, acercándose a ellos en pocos segundos.
-Mamá ¿Puedo cuidarlo? – Preguntó Alondra con impaciencia, sabía que su madre era quien tenía la última palabra a pesar de que su padre había dado su permiso.
-Yo también quiero cuidarlo, mamá. – Dijo Ángel con el mismo interés que su hermana.
-¿Está lastimado? – Preguntó Alexander, mientras Andrew y él se acercaban a ver al animalito.
-Sí lo está. - Dijo Alondra con su mirada triste por la suerte del ave.
-Déjame ver Alondra. – Dijo Candy tomando entre sus manos al pajarito. Alondra estaba frente a su madre, igual que Ángel y los gemelos, quienes observaban cómo su madre revisaba al ave. – Me parece que tiene un ala rota. – Dijo Candy asegurándose que efectivamente el ala del ave estaba rota y no podría volar por lo menos en un par de semanas.
-¿¡Podemos cuidarlo!? – Preguntó Ángel con emoción.
-¡Tú no podrías hacerlo con las rosas al mismo tiempo! – Dijo Alondra comenzando a discutir una vez más con su mellizo.
-Un momento. – Dijo Candy poniendo un alto a la pequeña discusión. – Los dos deben comprometerse a ayudar a sanar más rápido a este pobre pajarillo. – Dijo Candy retándolos a ambos con la mirada, sobre todo a Alondra, quien parecía más aprensiva con el animalito. – Es un ser vivo que necesita de cuidados y cariño, el pobre está asustado por su discusión y porque no está seguro si quieren hacerle o no daño. – Dijo explicando cómo podría sentirse el pajarito. Anthony le sonrió a su esposa, él sabía que ella podría manejarlo.
-Pero no queremos hacerle daño, mamá. – Dijo Alondra con pena por su llamado de atención.
-Yo lo sé cariño. – Dijo Candy con ternura a su hija. – Pero debes permitir que Ángel te ayude a cuidarlo, él sabrá organizarse con las rosas, sus deberes y el ave. – Dijo mirando a su hijo menor por tan solo unos minutos. Ángel sonrió al escuchar a su madre, para él sería sencillo organizarse.
-Está bien mamá. – Dijo Alondra más tranquila. Candy sonrió y besó a los mellizos quienes seguían extendiendo sus manos para que su madre les regresara al ave.
-Debemos buscar una caja para mantenerlo seguro. – Dijo Alexander, saliendo de inmediato a buscar una caja para ponerlo a salvo.
-Primero hay que curarlo mamá. – Dijo Alondra preocupada.
-¡Yo iré por tu maletín mamá! – Dijo Ángel con emoción, él siempre estaba listo para ayudar y su visible caridad por el sufrimiento ajeno era algo que lo distinguía de sus hermanos. Candy sonrió al ver que su hijo siempre estaba dispuesto a ayudar.
-Muy bien. - Dijo Candy respirando un tanto resignada a curar al ave antes de la merienda. – Primero el ave. – Le dijo a su esposo, quien la miró con una sonrisa tierna al ver que ella se encargaría de todo.
-Hay que cuidarlo mucho. – Dijo Anthony una vez que el ave estaba con el ala vendada, con agua y poco de alimento en la caja que Alexander había conseguido para él.
-No solo porque es un ser vivo. – Dijo Candy con una sonrisa cómplice a su esposo. – Sino porque es una Alondra. – Dijo mirando a su hija, quien de inmediato abrió sus hermosos ojos azules al escuchar lo que había dicho su madre. Anthony asintió al ver que los ojos de su hija se posaban en él.
-Es verdad princesa. – Dijo Anthony acariciando el rostro de su hija. – Es un ave muy hermosa, son aves libres que entonan un canto alegre. – Decía el padre de los cuatro chicos que escuchaban atentos lo que su padre les transmitía. – De hecho su madre eligió el nombre de su hermana porque decía que quería que siempre fuera feliz, más feliz que una alondra. – Dijo mirando a su hija, quien tenía los ojos acuosos por las palabras tan tiernas que escuchaba.
-Soy muy feliz mamá. – Dijo Alondra cercándose a su madre, quien la recibió con gusto entre sus brazos.
-Lo sé princesa. – Le dijo Candy acariciando sus rubios cabellos. - ¿Qué te parece si ahora que llegue tu tío Stear, le pides que te haga una casita especial para la alondra? – Preguntó Candy con emoción.
-¡Sí! – Dijo Alondra emocionada, sabía que su tío Stear la consentiría. – Le diré a mi tío que haga una casa especial para mi alondra. – Dijo la pequeña emocionada, sus ojos se iluminaban tan solo de pensar en el hogar que su tío se las ingeniería para que el ave estuviera de lo más cómoda.
-En ese caso sería mí alondra, Alondra. – Dijo Ángel queriendo defender que él había encontrado en problemas al pajarito.
-La pequeña alondra, no pertenece a ninguno de los dos. – Dijo Anthony, poniendo un alto de manera generosa a sus hijos, quienes habían visto en el animalito a una posible mascota. – Es un ave libre y en estos momentos atraviesa una dificultad y su trabajo será ayudarla a reincorporarse a la naturaleza, en ningún momento significa que les pertenece. – Les aclaró una vez más su padre, haciendo que ambos mellizos se pusieran un tanto tristes, pero comprendiendo que no podían mantener cautivo a la pequeña alondra.
-Está bien papá. – Dijo Ángel comprendiendo que su padre tenía razón.
A partir de ese momento Alondra no se despegó de la pequeña ave ni siquiera para comer, bajaba con la caja en donde la mantenía resguardada y ahí mismo la alimentaba y se encargaba de tener limpio su espacio. Ángel, al igual que su hermana se mantenía al pendiente de que todo estuviera en orden, logrando lo que sus padres habían pedido que hicieran, un buen equipo.
El fin de semana llegó y como cada mes la familia Ardlay se reunía en Lakewood para pasar unos días en familia, eran días en los que se desconectaban de todos los negocios y se dedicaban a convivir.
-¡Ya llegaron mamá, papá! – Gritaba Andrew a todo galope en su caballo, el pequeño rubio de cabellos rizados, corría emocionado junto con su hermano quien se colocaba a su paso para avisar a su padre y a su madre que la familia llegaba a visitarlos.
-¡Andrew! ¡Alexander! - Fue el grito que se escuchó por parte de Candy, al ver que sus dos primogénitos montaban a todo galope. Su corazón se detuvo por unos segundos al ver con cierto temor en su corazón la manera de montar de sus hijos, pero al mismo tiempo sus ojos se posaron en la manera en que lo hacían, su forma de sostenerse del caballo, la manera en la que se movían en conjunto con los movimientos de sus caballos, realmente eran unos expertos, Anthony se había dedicado a enseñarlos a montar y no podía negar el excelente trabajo que había hecho con ambos.
-Tranquila. – Le dijo Anthony, quien llegaba detrás de ella abrazándola por la cintura para infundirle confianza. – Ellos saben lo que hacen. – Dijo de nuevo el rubio.
-Pero tú sabías montar muy bien y…
-Mi caballo topó con una trampa, Candy. – Dijo Anthony recordando que él tenía el dominio total de su caballo, sin embargo aquella trampa para los zorros había sido la clave fuera de la ecuación. – Además de que tenía una distracción realmente magnífica ese día. – Dijo al oído de su esposa. Candy se estremeció al escuchar el sonido de su voz rosar su oído, cerró sus ojos para abandonarse a esa dulce voz que la tranquilizaba por completo, confiando plenamente en sus palabras, deseando que aquellos miedos que aún vivían en su corazón se desterraran por completo.
-De haber sabido que mi compañía había sido la culpable, no hubiera aceptado cabalgar contigo aquella mañana. – Dijo Candy acariciando sus manos sobre las de él. Anthony sonrió y besó el lóbulo de su oreja, succionando con delicadeza aquella parte de su cuerpo. Candy se tensó por completo y de pronto el galopar de los cascos de los caballos de sus hijos la volvió a la tierra.
-¡Mamá! – Dijo Alexander llegando frente a ellos, interrumpiendo su melancólica plática. Candy los miró como si hasta ese momento los estuviera viendo. - ¡Ya vienen! – Dijo el muchacho emocionado, le gustaba reunirse con sus primos, era cuando más libres se sentían, cuando podían salir todos juntos de excursión.
-Eso veo corazón. – Le dijo Candy con una dulce sonrisa, evitando reprenderlos por su audacia. Alexander sonrió al ver que su madre no los había retado por haber desobedecido sus órdenes, pero en ese momento de felicidad tanto a él como a su hermano se les había olvidado por completo su advertencia. Candy miró a los ojos al mayor de sus hijos y le sonrió con confianza, Alexander comprendió que a partir de ese momento su madre depositaba en él y en Andrew un voto de confianza y él sabía que debía honrar la fe puesta en ellos, porque sabía bien del trauma que su madre había pasado con el accidente de su padre. Alexander asintió con una sonrisa y animó a Meteoro para continuar con su galope. Andrew siguió a su hermano comprendiendo también lo mismo que el mayor.
-Gracias. – Dijo Anthony al ver el esfuerzo que su esposa hacía en confiar en sus primogénitos.
-Están creciendo. – Reconoció Candy con nostalgia, ya no eran los mismos niños que correteaba sin pañales por los rincones de la mansión para lograr cambiarlos, ya no eran los pequeños que no se despegaban de ella cuando se sentían enfermos, ahora eran un par de adolescentes que estaban escribiendo su propia historia, eran unos jóvenes que estaban comenzando a vivir y que levantaban su vuelo.
-Pronto se enamorarán. – Dijo Anthony con travesura, sabía que ese era un tema que no le agradaba mucho a su pecosa. Candy se tensó y Anthony la atrajo más a su cuerpo. – Yo tenía su edad cuando me enamoré de ti. – Le dijo besando una vez más el lóbulo de su oreja. Candy gimió sutilmente, disfrutando aquel maravilloso contacto.
-¡Éramos unos niños! – Dijo Candy, reconociendo por primera vez que había sido muy precoz en lo que se refería al amor.
-Y aun así, ya sabía lo que era el amor. – Dijo Anthony aferrándose a la cintura de su esposa, acariciándola lentamente, sintiendo cómo su piel reaccionaba a sus caricias, llenándose de deseo y pasión desbordante por ella.
-Siempre fue amor. – Dijo Candy segura que a ella también ese amor que había sentido por Anthony desde que lo conoció, le había cambiado por completo la vida.
-Siempre ha sido amor, pecosa. – Le dijo girándola hacia él para besar sus labios tiernamente.
El ruido de los automóviles que comenzaban a llegar, los obligó a separarse entre sí, pero las miradas dirigidas entre ellos avisaban una promesa para más tarde, una promesa que se cumpliría en su habitación y que calmaría las ansias que golpeaban sus pechos en esos momentos. Una sonrisa, una mirada, un beso en el dorso de su mano y después en la punta de su nariz era el sello que cerraba aquella promesa silenciosa entre ellos.
-¡Alexander! – Se escuchó el grito de Anastasia en cuanto bajó del automóvil de su familia.
-¡Anastasia! – Llamó la atención Annie, quien se sentía avergonzada de la manera tan escandalosa que se dirigía su hija a su primo.
-Déjala Annie, recuerda que aquí es el único lugar en donde no tiene que portarse tan estirada. – Dijo Archie mientras tomaba la mano de su esposa para ayudarla a bajar del vehículo. Annie sonrió, la fuerza de la costumbre, le dijo con aquella sonrisa y Archie comprendió.
-Tienes razón cariño. – Le dijo Annie a su esposo, quien le sonrió con ternura.
Detrás de ellos se bajó Axel el hijo de menor de Annie y Archie, quien venía aún adormilado por el viaje. Axel era un niño de cabellos castaños y ojos azules, se parecía mucho a su padre, pero tenía el carácter tímido de su madre, a su corta edad se podía advertir que la elegancia le venía de familia. Tenía 8 años, la misma edad de Rosemary la hija menor de Albert, que a pesar de ser su tía era con la única que realizaba travesuras.
-Bienvenidos. – Dijo Anthony a toda su familia, poco a poco fueron bajando todos de los vehículos que abordaban y como siempre Albert llegaba junto a la vieja matriarca Elroy, quien a pesar de sus años aún se movía con facilidad. Beka y sus dos hijas, Anabelle y Rosemary, dos pequeñas con los cabellos rubios cenizos y los ojos azules como su madre, las niñas tenía años respectivamente y Beka mostraba que su vientre cargaba a otro integrante más de la familia Ardlay O´Brian.
-¡Te ves hermosa, Beka! – Dijo Candy acercándose a saludar cariñosamente a la representante del clan.
-Tú igual Candy, no sé porque creo que pronto me alcanzarás. – Dijo Beka con entusiasmo, había descubierto algo en la mirada de Candy y era lo mismo que ella reflejaba en su rostro. Candy se quedó en silencio, recordando la última vez de su periodo. Beka sonrió y Candy la miró confundida. – No te preocupes, yo no diré nada. – Le dijo guiñando un ojo, al creer que la rubia quería darle la sorpresa a la familia.
-¡Tío Stear! – Gritó Alondra con emoción, tenía toda la semana esperando a su maravilloso tío Stear, quien de seguro le ayudaría a fabricar una casa para su pequeña alondra.
-¡Alondra! ¡Ángel! ¡Cuánto entusiasmo! – Dijo Stear divertido recibiendo en sus brazos a los dos mellizos que se apresuraban a saludarlo.
-¡Tío tienes que hacer una casa para la pequeña alondra! – Dijo Ángel con emoción, sin siquiera explicar a su tío lo que quería decir con tanto entusiasmo.
-¿Una casa? – Preguntó Stear extrañado, creyendo que se refería a una casa del árbol, una como la que ellos tenían en la mansión de Chicago.
-¡Lo que pasa que encontré a una alondra entre los rosedales, y la ayudé a salir de ahí, pero tenía un ala rota y mamá dice que tú podrías hacerle una casa para que esté mucho mejor! – Dijo el pequeño rubio con la mirada encendida de la emoción. Stear lo veía con asombro, era como ver la emoción de su padre a esa edad y las pecas de su madre revolotear en su rostro.
-¡Un ave! ¡Estás hablando de un ave! – Dijo Stear comenzando a reír. – Por supuesto que la pequeña alondra tendrá un hogar especial para ella. – Dijo el inventor con una gran sonrisa, como siempre dispuesto a ayudar a sus sobrinos.
-Yo puedo ayudar papá. – Dijo Adrián de pronto, acercándose al revoloteo de sus primos, quienes de la emoción que tenían ni siquiera lo habían saludado.
-Hola Adrián. – Dijo Ángel abrazando a su primo mayor. Adrián era el hijo mayor de Stear y Patricia, un jovencito alto de once años, de cabellos y ojos negros, idéntico a su padre, había heredado su inteligencia y su habilidad para los inventos, sin embargo contrario a los desastres que su padre casi siembre obtenía en sus inventos, Adrián rara vez fallaba con ellos.
-Por supuesto, todos pueden ayudar. – Dijo Stear incluyendo a sus dos hijos y a sus sobrinos.
-¿Yo también papá? – Preguntó el pequeño Matthew, hijo menor del inventor, quien tenía tan solo cinco años y estaba acostumbrado a que siempre lo excluían de los inventos de su padre y su hermano, esto porque Patricia creía que podría haber alguna explosión y podría salir lastimado.
-¡Por supuesto que tú también! – Dijo Stear al menor, quien se emocionaba y buscaba con la mirada a su madre que estaba detrás de él.
-¿Puedo mami? – Preguntó con sus grandes ojos café, llenos de súplica. La castaña le sonrió enternecida al mirar la súplica en sus ojos, acarició sus cabellos castaños y asintió a su pregunta.
-Muy bien amor, pero deberás prometerme que tendrás mucho cuidado si ves que sale humo de algún lado. – Dijo Patricia con cierta ironía en su voz, sabía bien que su esposo siempre se las arreglaba para que algo explotara sin que hubiera motivo para ello. Stear le sonrió de lado, no tenía un argumento de su lado para saber cómo siempre se las ingeniaba para explotar sus inventos cuando no había nada que pudiera incendiarse.
-¿Dónde están los Graham? – Preguntó Anthony al ver que el automóvil de su hermano y su padre no había llegado.
-Como siempre serán los últimos en llegar. – Respondió Archie con travesura. – Tu querido hermanito tenía ensayo ayer por la mañana, así que hoy por la tarde llegan. – Agregó de nuevo para informarles que ya venían en camino. Anthony sonrió con el reporte de su primo, sabía que Terry tenía muchos compromisos y era común que él y Amelia se perdieran las reuniones familiares, cuando no era por la presentación de una obra era por los ensayos.
-Hace tiempo que no los vemos. – Dijo Candy con un poco de nostalgia, sabía que era importante para Anthony que estuvieran ahí.
-Créeme gatita que Terry no es necesario. – Dijo Archie con travesura, a pesar de que él mismo tenía ahora una relación más amable con su cuñado.
Después de la boda de Amelia y Terry, Archie se había hecho el propósito de llevarse bien con su nuevo cuñado, aunque debía de confesar que había tenido hasta el último momento la esperanza de que su bella hermana se desencantara del actor y decidiera abandonarlo, después de varios años de relación.
Por la tarde, después de que Stear fuera el encargado de llevarse a toda la descendencia para iniciar con la casa que Alondra había pedido para el ave encontrada, los Graham, como se hacía llamar la familia de Terry y Amelia, arribaban a la propiedad de las rosas. Los ojos de Amelia se extendieron llenos de emoción al entrar al terreno familiar, tenía algún tiempo de no visitar la propiedad de Anthony y Candy, pero estar ahí era llenarse de los pocos recuerdos de su infancia, recuerdos que hubieran sido muchos más si la tía abuela se hubiese atrevido a recibirla como había recibido a sus hermanos.
-¡Por fin! – Dijo con una sonrisa en los labios. Terry le sonrió de vuelta, él también sentía cierta alegría de estar ahí. Tenía que reconocer que estar en ese lugar le ayudaba mucho a recuperar la paz que no encontraba cuando estaba en ensayos de una obra.
-Hemos llegado. – Respiró Vincent profundamente, a pesar de que él tenía más tiempo que visitaba a su hijo mayor y a su esposa, siempre sentía esa necesidad de regresar al lugar donde había sido tan feliz en el pasado, un pasado que a pesar de quedarse ahí estaba siempre latente en su corazón, como un dejo de nostalgia que latía siempre en él y que vibraba en su interior cuando estaba en Lakewood.
-Es un lugar que definitivamente trae paz. – Dijo Eleanor sonriendo a su esposo, quien le sonrió con ternura al imaginar las emociones que le despertaba en su corazón, era algo que ella había aceptado de él y que respetaba profundamente, porque sabía que así como ella ocupaba un lugar en su corazón Rosemary Ardlay también lo había ocupado antes que ella. Vincent le sonrió con agradecimiento, él sabía que su esposa lo comprendía y eso lo hacía valorarla aún más.
-Bienvenidos. – Dijo Anthony al ver que su padre llegaba con su familia. Eleanor le sonrió y lo abrazó con gusto.
-Gracias Anthony, ¿Cómo están? – Preguntó al momento de soltarlos.
-Felices. – Respondió Anthony con una gran sonrisa, la cual no podía ocultar su felicidad.
-Hijo. – Dijo Vincent abrazándolo con fuerza, sintiendo en su corazón un gusto enorme por volver a verlo. – Que gusto volver a verte… volver a estar aquí… - Dijo con su voz emocionada, siempre que llegaba a Lakewood lo asaltaba la misma nostalgia.
-También me da gusto verlo, padre. – Dijo Anthony apretando con fuerza a su padre. Lo sintió más delgado, podía sentir en su cuerpo el cambio del tiempo.
-Hermano. – Dijo Terry saludándolo de la misma forma. Amelia también lo saludó con una enorme sonrisa.
-¡Vaya! – Dijo Anthony sorprendido al ver en los brazos de Amelia a la pequeña Julieta, quien era la primogénita de la pareja. - ¡Cómo ha crecido! – Dijo el rubio sorprendido por el tamaño de la pequeña, quien aún no tenía el año de nacida.
-Lo sé, parece que fue ayer cuando nació. – Dijo Terry observando orgulloso a su hija.
Julieta Graham Cornwell, era la primogénita de Terry, la cual había nacido después de un par de años de casados, comenzando desde ese momento su pequeña familia, la pequeña Julieta era una niña de cabellos castaños como los de su padre y rizados como los de su madre, sus grandes y vivaces ojos azules la distinguían como una niña inteligente, rebelde y muy inquieta.
-El tiempo pasa volando, Terry. – Dijo Anthony recordando a sus hijos, quienes en ese preciso momento cabalgaban a galope junto con Anastasia, para encontrarse con ellos.
-¿Dónde está Candy? – Preguntó Vincent a su hijo, ya que le pareció extraño que los demás no hubiesen salido a recibirlos.
-Nos espera en el comedor, junto a los demás. – Dijo Anthony, seguro que todos estarían esperando el momento de la merienda.
Stear había llegado con los más pequeños, todos habían armado un alboroto con respecto a la alondra y al mismo tiempo todos querían participar en la construcción de su nuevo hogar temporal.
Candy observaba desde su sitio a toda su familia. Se sentía feliz de tener a todas las personas que quería a su lado, todas ellas eran importantes para ella, sobre todo su esposo y sus hijos, quienes sonreían felices al tener a sus primos a su lado. Anthony apretó su mano con delicadeza en señal de comprensión a sus sentimientos, sabía lo importante que era para ella el tener esa familia tan grande a su lado.
-¿No vas a comer pecosa? – Preguntó con ternura a su esposa. Candy le sonrió intentando disimular su malestar.
-Creo que comí mucho en la comida. – Respondió Candy con una sonrisa, queriendo desviar un poco la atención de su esposo para no preocuparla. Anthony no comentó más y respetó su respuesta, porque él mismo estaba seguro que Candy no había probado mucho alimento en la comida.
El barullo que organizaba la familia fue la distracción de continuar con el interrogatorio y mientras los miembros de la familia se retiraban a sus habitaciones, Anthony regresó a esa atención que tenía con su esposa.
-¿Te sientes bien? – Preguntó Anthony seguro de que algo no estaba bien con su esposa. Candy lo miró con una sonrisa, sabía bien que no podía ocultar más tiempo su malestar y le sonrió sintiéndose descubierta.
-La verdad es que no tenía hambre. – Confesó mientras se deshacía de su peinado.
-¿Te ha caído mal algo? – Preguntó Anthony con cierta preocupación en su voz.
-No creo que sea algo así. – Respondió Candy acercándose a él. Anthony la observó más hermosa que nunca, jamás se cansaba de ver lo hermosa que era. Por un segundo se quedó sin palabras y se olvidó momentáneamente de su plática. – Lo que sucede es un comentario que me hizo Beka. – Dijo Candy regresando la atención de su marido a la plática iniciada. Anthony volvió a poner atención a sus palabras, algo que le costaba al ver que ella se despojaba de sus ropas mientras hablaba.
Anthony se acercó a ella y la abrazó por la cintura, mientras con su boca buscaba la de ella para cerrar con besos cortos esa distancia que lo martirizaba.
-¿Qué sucede con Beka? – Preguntó Anthony, al ver que su esposa tenía algo qué decirle de su tía.
-Bueno… - Dijo Candy como si continuara pensando en su último periodo. – Ella me hizo notar algo que lo que no había pensado… - Dijo Candy mientras cerraba sus ojos para dejarse llevar por las caricias de su esposo.
-¿Qué te hizo ver? – Preguntó Anthony deslizándose por su cuello, cada vez se sentía más atrapado de sus besos, de su aroma, cada vez se envolvía más en las emociones que ella despertaba en él, y poco a poco se iba perdiendo más y más y en sus formas.
-Algo que no había notado… - Dijo Candy suspirando profundamente, disfrutando del contacto que Anthony tenía con su cuerpo.
-¿Sí…? – Preguntaba Anthony terminando de ayudarla a desvestirse. Candy no dijo nada más por el contrario permitió que Anthony la besara profundamente y ella correspondió a su beso, atrapando sus labios posesivamente, apropiándose de su lengua y explorando con ímpetu y deseo el interior de su boca.
-¿Mmmh…? – Preguntó Candy desconectada de todo, dejándose llevar por el sabor de su boca, por la cadencia de sus manos que acariciaban sus glúteos con frenesí.
Anthony sonrió en su boca y la levantó desde sus glúteos obligándola a abrazarlo con sus piernas. Candy se sostuvo de su cuello y continuó con el apasionado beso que ella él le regalaba.
Sus manos se deslizaron por su cuerpo, sus intimidades se unían directamente y aquel contacto candente que producía esa intensa fricción lo hizo olvidarse de todo. Anthony caminó con ella hasta un rincón en la pared, sosteniéndola contra ella mientras con una de sus manos terminaba de deshacerse de sus ropas, liberando después su cuerpo para entrar en ella de un solo movimiento, movimiento que era más fácil por la humedad producida víctimas del deseo ardiente que los estaba consumiendo.
-Te amo, Candy… - Gimió Anthony en sus labios. Sus palabras se atoraban en su garganta al sentir cómo la rubia salvajemente succionaba sus labios y los mordisqueaba sin hacerle daño.
-¡Anthony…! – Gimió Candy deseosa de continuar, deseosa de sentir aquella sensación que la estaba consumiendo, quería sentir aquella expresión máxima del amor, quería tener en ese momento todo lo que pudiera ofrecerle su marido y era algo que ella anhelaba sentir una vez más en su interior.
Anthony comenzó sus movimientos intensos, con algo de rudeza, algo que Candy pedía con sus movimientos, movimientos que expresaban la necesidad de su cuerpo. Fue cuestión de segundos que el cuerpo de Candy se detuvo súbitamente al tocar el clímax nuevamente, su cuerpo se detuvo por unos segundos perdiéndose en la mágica sensación de la cúspide, aferrándose con fuerza al cuerpo de su amante, que la soportaba con sus manos desde sus glúteos, deteniéndose por unos segundos para admirar su culminación. Su cuerpo lo aprisionó con fuerza, succionando aquella arma de deseo que se fundía en su interior, exprimiendo nuevamente con fuerza toda su esencia, logrando llenarla a placer de la rubia, quien lo recibió complacida de sentir su calor. El cuerpo de la rubia estaba enrojecido de placer, los minutos que él había durado amándola la habían complacido verdaderamente.
Anthony se recargó en la pared con sus manos, mientras con su pelvis, aún dentro de ella soportaba su peso apoyado en la pared. Una sonrisa de felicidad y satisfacción surcó su rostro, se sentía enajenado por la forma en la que lo había amado. Su mente viajó años atrás, una sensación y un presentimiento lo asaltaron, sin embargo desechó la idea de su cabeza.
-Estuviste maravillosa. – Le dijo Anthony alabando una vez más su manera de amar, se sentía satisfecho, feliz, complacido, algo que Candy lograba siempre en él. Candy le sonrió con deseo, su mirada no podía esconder la necesidad que tenía de él.
-También tú… - Le dijo abrazándolo por el cuello, uniendo sus pechos desnudos sobre el de él, quien gimió al sentir el calor y la suavidad de sus areolas.
Anthony bajó a Candy lentamente de su cuerpo, colocándola frente a él, la miró hacia abajo perdiéndose en sus hermosas esmeraldas y un brillo intenso le trajo de nuevo el mismo recuerdo.
-¿Estás bien? – Preguntó Anthony sin saber cómo expresar el significado de su pregunta. Candy asintió.
-Sí, solo que ahora quiero darme un baño. – Dijo apenada al sentir cómo su cuerpo comenzaba a expulsar lo recibido. Anthony sonrió y permitió que ella se fuera primero al cuarto de baño, para después alcanzarla.
Un nuevo y apasionado encuentro se suscitó en el baño, un encuentro intenso, desesperado por parte de la rubia por volver a sentirlo, era como si su deseo no hubiera sido saciado momentos antes, para Anthony eso era algo que agradecía ya que siempre estaba dispuesto a complacerla, más cuando creía que su desempeño no había sido el mejor en la cama.
Cuando salieron del baño, Candy se colocó el salto de cama que Anthony le había repuesto en varias ocasiones, el rubio sonrió porque siempre que lo utilizaba era como un permiso recibido para desechar la prenda.
Anthony se acercó a ella con una mirada salvaje, como si los encuentros previos entre ellos no hubiesen sucedido. Candy sabía lo que seguía y ella misma estaba lista para ello. Los besos de Anthony se posaron sobre su cuello, mientras sus manos acariciaban con detenimientos sus senos. Candy daba acceso a su cuello, el ruido de la fina tela se escuchó al momento de ser desgarrada y un gemido sensual e incitante salió de los labios de Candy al sentir el calor de la boca de Anthony rodear una de sus areolas. Aquel gemido animó al rubio a continuar con su exploración sobre su cuerpo, el cual al estar recién aseado lo invitaba a explorarlo con su boca.
Candy se recostó dejando en el piso de la habitación los restos de su camisón, preparándose para recibir la exploración bucal de su marido, quien con deseo y ansiedad por saborearla una vez más se colocaba entre sus piernas y con delicadeza las separaba para encontrar el camino a la gloria. Candy cerró sus ojos y arqueó su espalda al sentir como la lengua de su amado se hundía en su interior, provocando que sus terminaciones nerviosas se convulsionaran una y otra vez entregándose a su pasión. Anthony continúo con la exploración en su interior, recibiendo varias veces el sabor de su calor, bebiendo de ella sin prisa, sin ganas de que aquella fuente que para él daba vida lo llenara plenamente.
El grito de la boca de Candy se dejó escuchar en la habitación y Anthony no se detuvo, al contrario necesitaba escuchar una vez más aquella súplica de placer que ella le pedía con el sensual movimiento de su cuerpo. Anthony terminó de degustarla y limpiándose sus labios se fijó en ella, su cuerpo sudaba una vez más, nuevamente estaba enrojecido por el deseo y el placer. Ahora fue el turno de Anthony y se colocó boca arriba, listo, erguido, dispuesto a recibir a su amada, quien se acomodó de inmediato encima de él y lentamente comenzó su penetración.
-Hermosa… - Se escuchó la voz sensual de Anthony al momento que sintió que ella buscaba sentarse sobre él. Los ojos de Candy llameaban de deseo. Anthony pudo ver en sus ojos una vez más aquel destello de pasión insaciable que la asaltaba.
-Te amo… - Dijo Candy comenzando a moverse primero con lentitud, después poco a poco fue incrementando sus movimientos buscando su propio placer, satisfaciéndose a ella misma.
Los rizos dorados de Candy cubrían sus senos, los cuales se adherían a su piel humedecida por la intensa actividad que tenían. Anthony la observó y se dio a la tarea de despejarlos para poder así apoderarse de ellos, quería besarlos, succionarlos, apoderarse de ellos una y otra vez, buscando nuevamente el clímax de la rubia, sabía que esos movimientos eran un detonante para su explosión. La mirada de Anthony se dilató y se sincronizó con la mirada de Candy, quien con esa complicidad desarrollada todos esos años avisó que estaba lista para explotar. Anthony asintió con la mirada, él también estaba listo, quería terminar al mismo tiempo que ella y así lo hizo. Ambos estallaron en un intenso orgasmo, orgasmo que los atrapó por varios segundos mientras sus mentes en blanco viajaban por el camino mágico del placer y del deseo.
El movimiento de sus cuerpos se fue ralentizando poco a poco, solo quedaba el latir desbocado de sus corazones los que les avisaban que aún no regresaban de su viaje, segundos después el cuerpo de Candy se desplomó encima del cuerpo de Anthony, quien la recibió con una sonrisa besando su coronilla. Por unos momentos no pudieron ni hablar, tan solo el latir de sus corazones era escuchado en su cabeza, el cual poco a poco se normalizó, el sudor de sus cuerpos era intenso, sin embargo ninguno sentía calor, estaban descubiertos y el aire que se colaba por la ventana los refrescaba.
-¿Cuándo te diste cuenta? – Preguntó Anthony seguro de lo que estaba preguntando. Candy besó su pecho y sonrió porque se sabía descubierta.
-Desde que Beka me dijo que pronto la acompañaría. – Dijo Candy sin dejar de acariciar el pecho de Anthony, se sentía tan bien estar entre sus brazos. Anthony besó una vez más la coronilla de su esposa y después buscó sus labios.
-¿Estás segura? – Preguntó Anthony sin mucha duda en su pregunta, él mismo la había descubierto en su intensa actividad en la cama. Candy había tenido un desempeño tan apasionado e intenso que no le dejaba lugar a dudas que estaba esperando una vez más un hijo.
-Bueno… - Dijo Candy con un poco de duda. – Habrá que ir a Chicago al hospital… - Dijo Candy para confirmarle a su esposo que solo un estudio podría confirmarle sus sospechas.
-El lunes a primera hora vamos. – Le dijo Anthony girándose sobre su cuerpo para ponerla debajo de él. Candy sonrió y agradeció que adivinara sus deseos, ya que una vez más sentía la necesidad de ser amada.
El fin de semana terminó y a pesar de que la familia pasaría una semana en Lakewood, Anthony y Candy habían encargado a sus cuatro hijos para poder ir a Chicago a hacer los estudios de Candy, estudios que dos semanas más adelante confirmaros que efectivamente la rubia estaba esperando nuevamente.
La felicidad en Lakewood era evidente, Alexander, Andrew, Alondra y Ángel, pronto dieron la bienvenida a un nuevo par de bebés, para sorpresa de Anthony y Candy, los pequeños que habían nacido esta vez no eran ni gemelos, ni mellizos, sino que esta vez eran cuates, ambos muy parecidos entre sí, pero uno se parecía a Anthony y el otro a Candy, compartían cada uno sus rasgos y entre ellos podían diferenciarse fácilmente, al contrario de sus hermanos quienes se confundían entre ellos cuando recién habían nacido.
El galopar de cuatro caballos se escuchaba en la libertad del campo, Anthony y Candy estaban sobre el pasto junto a sus pequeños Arthur y Antonio, los pequeños aprendían a caminar y los mayores los veían desde sus caballos. Candy observó a sus seis hijos, orgullosa, no podía creer que después de tanto tiempo hubiera vuelto a dar a luz.
-Soy tan feliz Anthony. – Dijo la rubia a su esposo, quien al igual que ella tenía la mirada perdida en su descendencia.
-Me alegra compensar un poco lo mucho que te hice sufrir. – Le dijo Anthony a la rubia, quien de inmediato sintió que sus ojos se llenaron de lágrimas. – No llores por favor pecosa… - Le dijo con ternura, limpiando sus mejillas con un tierno beso.
-Te amo Anthony… - Dijo Candy acercándose a él para ofrecer sus labios. Anthony los tomó con cautela, degustando con lentitud aquellos labios que se habían ofrecido nuevamente a él, aquellos labios que un día se le habían negado separados por la sangre.
La vida de Candy y Anthony era feliz, sus hijos eran felices y las personas a su alrededor habían conseguido la felicidad después de varias pruebas que la vida les había dado, sin embargo habían sabido superar sus obstáculos y ellos, ellos habían aprendido a vivir intensamente.
FIN
Buenas tardes, primero que nada quiero pedir una disculpa a todas las lectoras que estuvieron al pendiente de mi historia, no es que fuera mucho tiempo que pasó desde la última actualización, sin embargo quiero decirles que me costó mucho escribir el último capítulo, la historia estaba escrita desde hace tiempo pero no el último capítulo, no podía escribirlo, no me salían las palabras, no me nacía continuar, sé que para muchas no es importante lo que me sucede, y tal vez alguna no sabe lo que estoy pasando, pero la pérdida de mi padre no es la pérdida de una mascota o un amigo, es mucho más profundo ese dolor y a pesar de todo, aquí estoy con los capítulos, respondiendo a esas personas que están ansiosas por que continúe.
Pensé muchas veces cancelar la historia, sobre todo cuando leía ese "¿Cuándo vas a continuar? ¿Cuándo vas a escribir más capítulos? Mi respuesta desde mi dolor era, NUNCA! ya no quiero continuar, pero si algo aprendí de mis padres es a cumplir con mis promesas y aquí estoy, cumpliendo una más, espero que les guste.
MUCHAS GRACIAS A TODAS Y CADA UNA DE LAS PERSONAS SE TOMARON LA MOLESTIA DE LEER HASTA EL FINAL, GRACIAS POR TODO. GRACIAS POR TENER LA PACIENCIA DE ESPERAR UN MES MI AUSENCIA, GRACIAS A QUIEN LA SIGUIÓ, A QUIEN LA AGREGÓ A SUS FAVORITOS.
GeoMtzR
28/06/24.
