Plumofobia: a mi no me importa que sea gay, ¿pero hace falta anunciarlo?
La ceremonia era seria, formal. Los aurores se tomaban muy en serio a sí mismos, sin duda, y aquel día era particularmente importante. Era la graduación de la primera promoción tras la guerra y la Academia se había asegurado de que la ceremonia estuviera a la altura de que se graduara el Elegido.
Sobre el escenario, en un lateral, estaban los cadetes a punto de titularse, sentados muy tiesos en sus uniformes. En el otro extremo, los profesores compartían espacio con los dignatarios invitados: el ministro de Magia, el jefe de Aurores, el presidente del Wizengamot y la directora de Hogwarts.
El director de la Academia estaba hablando en el podio, abriendo la ceremonia, todo muy digno, cuando la puerta de la sala se abrió con un chirrido. Unos pasos entraron corriendo, lo que acabó de generar un incómodo momento en el que toda la sala estaba mirando a la persona que llegaba tarde, con silencio incluido del orador.
El joven que había tenido la osadía de llegar tarde no se percató del exceso de atención sobre él hasta pasados unos segundos, mientras atravesaba una fila hacia una butaca vacía. En medio de un mar de túnicas formales, su camisa floreada hacía que destacara aún más, aunque intentara encogerse para evitar las miradas hostiles sobre su persona. En el escenario, un cadete apretó los puños sobre las rodillas y frunció el ceño, con la mirada puesta en esa camisa colorida incluso cuando el director tuvo a bien continuar con el discurso.
Horas después, un grupito de cadetes celebraba con cervezas en un pub. Un grupito de cadetes masculinos, cabe resaltar, en ese año no se había graduado ni una chica, lo que hacía que el ambiente en la clase hubiera sido… muy masculino.
En una esquina del pub, cuatro ex Gryffindor hablaban fuerte, reían y bebían. Habían atravesado juntos muchas cosas y la Academia les había unido aún más. Pero aún había secretos sin confesar entre ellos.
— ¿Y Seamus? —preguntó Neville a Dean.
La cara de su compañero cambió de tal manera que Ron y Harry dejaron de hablar entre ellos para prestar atención también a su respuesta.
— No va a venir.
— ¿No se había pedido la noche libre? —insistió Neville, sorprendido, se le hacía muy raro que el mejor amigo de Dean no se uniera a la celebración, esos dos eran como caca y culo, siempre juntos.
Dean se recolocó el cuello de la camisa, tenso. Cambió el peso de un pie a otro y dio un sorbo a su pinta antes de decidirse a hablar.
— Hemos discutido, por lo de la ceremonia.
Los tres le miraron sin entender.
— ¿No lo habéis visto? Todo el mundo lo ha visto.
— ¿Que ha llegado tarde? —cuestionó Ron, sin entender.
— Que ya llegado tarde y con esa pinta.
Si esperaba que sus amigos asintieran, comprensivos con su molestia, se equivocaba. Los tres lo siguieron mirando como si estuvieran esperando que llegara el motivo de la discusión.
— Desde que trabaja en ese bar nuevo, está… diferente —trató de explicarse Dean.
— ¿Diferente en qué sentido? —inquirió Harry, con tono más tenso que el de Neville o Ron y la mirada muy fija en Dean por encima de su vaso.
— No sé, es todo, como habla, como viste, la gente con la que se junta… es tan…
— ¿Gay?
Esa única palabra en boca de Harry sonó tan contundente que Dean miró nerviosamente a su alrededor, preguntándose si alguien más lo habría escuchado.
— ¿Pero él está supercontento, no? —planteó Neville, inocente, sin percibir la tensión entre Dean y Harry.
— Sí, sí. Es solo que…
— Que ha dejado de esconderse y se siente libre. ¿Eso te molesta, Dean, que no esconda que es gay?
La pregunta era tan afilada que hizo que Ron frunciera el ceño y Neville cayera por fin en el fondo del problema.
— Siempre lo ha sido, ¿es necesario hacer alarde de ello?
Los otros tres no le contestaron y el propio silencio era una respuesta: la había cagado a un nivel exagerado con su mejor amigo.
— ¿Estás bien? tienes mala cara.
Seamus miró a través del espejo a su jefe, que le miraba con aire preocupado. Volvió su atención al espejo y al eyeliner que terminaba con manos que temblaban un poco antes de hablar.
— Ayer discutí con Dean.
— ¿Quieres contarme? —le invitó, acercándose hasta ponerle una mano en la cintura y con la otra quitarle el eyeliner— Déjame, anda, que te vas a sacar un ojo. ¿Qué le pasa a don "tengo un palo en el culo"?
El irlandés sonrió un poco por el apelativo y trató de relajarse para evitar que Blaise protestara, odiaba el eyeliner emborronado o asimétrico. Siempre les decía que si no sabían llevarlo bien, no lo llevaran, que la ralla del ojo es una cuestión de estilo.
— Llegué tarde a la ceremonia de graduación.
— La puntualidad es importante, Finnigan.
— No es lo único importante por lo visto. No tuve tiempo de pasar por casa a por una túnica y llegué tarde, el director de la Academia acababa de empezar un discurso soporífero, y con una camisa con flores y flamencos rosas.
— Esa te queda muy bien.
— Gracias. Cuando acabó la ceremonia, después de hora y media interminable, quise acercarme a darle un abrazo.
Blaise le tomó de los hombros para apartarlo un momento y poderlo mirar a los ojos, que ahora tenían un perfecto eyeliner, pero necesitaban corrector de ojeras. Estiró la mano sin separar la mirada y el botecito acudió a él rápidamente.
— En resumen, llegaste tarde, con una camisa llamativa e intentaste abrazarlo —planteó, comenzando a extender el corrector.
— Y puede que gesticulara un poco de más. Estaba muy molesto, así que en lugar de salir por ahí con ellos me fui a casa, me bebí media botella de vodka, vomité y me fui a la cama sintiéndome una basura lamentable.
— Espera que entienda esto: tu mejor amigo, el primero al que le dijiste que eras gay, aunque evitaste decirle que lo descubriste porque estás completamente enamorado de él, se mosqueó contigo por no ser un machote cargado de testosterona como sus compañeros aurores sino permitirte ser tú mismo y tener pluma o llevar una camisa llamativa después de años de reprimirte precisamente para pasar desapercibido en la escuela y no ponerle a él en una situación incómoda.
— Si lo dices así…
— Seamus, puedo decírtelo como quieras, pero Dean es un gilipollas y tú tienes derecho a ser tú mismo sin preocuparte de que se enfade por ello. Debiste venir aquí para llevarte un buenorro a casa y sacarte de una vez a ese estirado del cuerpo.
— No es tan fácil —contestó pesaroso, agachando la cabeza.
Pero Blaise le cogió por la barbilla para que le mirara de frente y le habló con su tono más empático.
— Oh cariño, ya sé que no lo es. Pero es mi deber de jefe, y espero que amigo, decírtelo, porque ahora voy a darte una palmadita en el trasero y a ponerte a trabajar haciendo los mejores cocktails gays de Inglaterra. Y tú vas a disfrutar ganando dinero siendo libre y cagando purpurina. ¿D'accordo?
Inevitablemente se le escapó una sonrisa por sus palabras y el exagerado contoneo que las acompañaba.
— D'accordo, jefe —asintió obedientemente.
— Y no descartes mi idea del buenorro —le dijo, desabrochándole varios botones de la camisa—, este cuerpito se merece alguien que le ponga mirando hacia Liverpool y al día siguiente le prepare un desayuno inglés completo.
Seamus rio y se giró para mover el trasero cubierto de apretados pantalones hacia él y recibir la palmadita. Blaise y él se habían topado una noche en un pub un par de años antes. Nunca había hablado con el Slytherin en la escuela, pero no fue difícil dejarse envolver por su encanto natural. Cuando empezó a hablarle de abrir un club, un lugar donde todo el mundo pudiera sentirse agusto, mago o muggle, lo alentó, porque él mismo anhelaba eso. El armario era cada vez más asfixiante e incómodo e imaginar un lugar como el que Blaise describía le entusiasmaba tanto que cuando le ofreció ser uno de los barman, dijo que sí sin pensarlo.
Había crecido en un hogar irlandes. Aunque su madre era una bruja, algo que su padre no había sabido hasta después de casarse, su padre era el estereotipo de irlandés de clase trabajadora: católico, bebedor e intransigente. Su madre intentó compensar muchas de esas cosas mientras crecía aferrándose a la vida mágica, con el quidditch por ejemplo, pero nunca desdijo a su marido cuando hablaba del papel de las mujeres en el mundo… o despotricaba contra los maricones y los negros.
Al salir de Hogwarts no quiso estudiar y su padre lo puso a trabajar en el pub de unos conocidos. Después de todo lo que había pasado en su último año de escuela, de todo el sufrimiento y la pelea, no estaba preparado para ese entorno, todos esos muggles que vivían en la ignorancia de lo que los magos habían tenido que hacer para protegerlos. Y para separarse de sus amigos, que habían sido su familia durante los años de escuela, especialmente Dean y Neville. Todos ellos estaban en Londres, muchos en la Academia, así que buscó trabajo en Diagon.
No fue difícil, tras la guerra los negocios se reconstruían y hacían falta manos. Los bares eran especialmente bienvenidos porque la gente había estado encerrada con miedo en sus casas mucho tiempo, ahora querían salir, juntarse con otros magos y despotricar de las noticias de la prensa porque ya no había miedo de acabar en Azkaban o muerto por eso.
El pub mágico no estaba mal, era él quien estaba atascado. Frustrado y solo, sentía que los demás avanzaban y lo dejaban atrás. Se emparejaban, se establecían y él seguía callado, avergonzado de sí mismo, hasta que llegó Blaise. No supo qué lo había delatado, quizá una mirada de más al trasero de alguien, o quizá simplemente su nuevo amigo tenía un radar muy bien desarrollado, tal y como le contaría al hablarle de sus hazañas sexuales en la escuela. El caso fue que The Magic Club le cambió la vida. No solo le encantaba el trabajo, a pesar de los horarios locos, sino que le permitía ser él mismo. Y una vez que había roto esa barrera, o como decía Blaise, había quemado el armario, nada iba a hacerle volver a él. Ni nadie.
Eso pensaba esa noche mientras atendía tras la barra. La clientela era variada, muggle y mágica, así que los trabajadores tenían prohibido hacer magia, todo el club tenía fuertes hechizos inhibidores. Salvo los camerinos de las drag queens.
Las drags del Magic se estaban haciendo famosas en todo Londres por sus increíbles estilismos y sus trabajados espectáculos. Seamus, que conocía a los magos bajo la caracterización y había visto sus interminables horas de ensayo, estaba de acuerdo y era un acérrimo defensor de su trabajo.
Aquella noche se estrenaba espectáculo nuevo, una nueva reina se unía al equipo, así que el público estaba expectante y Seamus estaba trabajando a tope en su barra, todo el mundo quería tener su copa antes de que empezara, para luego no perderse nada. Por eso no los vio, fue otro de los camareros, un chico muggle con el que solía compartir barra y algún roce divertido en el almacén, el que le llamó la atención sobre esos cuatro con pinta de no saber dónde se metían.
— ¿Los has visto? —le preguntó, pasando tras él para coger unos vasos y de paso rozarle el trasero con el paquete.
— ¿A quién? —cuestionó, despistado, sin levantar la vista de los coloridos cocktails que preparaba.
— A esos cuatro. El negrazo alto se te está comiendo con los ojos hace un rato.
La descripción le generó un escalofrío. No podía ser, ¿no? En dos años trabajando en Magic, nunca le habían ido a ver. Literalmente, no era su ambiente, y él no había insistido en ello después de la primera negativa. Aprovechó un instante entre dos pedidos para mirar en la dirección que Connor había indicado y ahí estaban, iluminados por las luces de colores y con aspecto de estar completamente fuera de lugar.
No tuvo tiempo de hacer nada porque justo en ese momento las luces cambiaron y la voz de Blaise a través de los altavoces anunció el espectáculo. Y, en una explosión de humo y purpurina, comenzó.
A pesar de que había visto los ensayos, ya sabía lo que iba a encontrarse, incluso a él le impresionó el trío sobre el escenario. El baile perfectamente sincronizado, los increíbles estilismos, la expresión… la nueva drag, Poison, había subido el nivel del espectáculo. Él, que las había visto actuar muchas veces, estaba convencido de que conseguir que se uniera a ellos era un acierto. Miró a su alrededor, estudiando las reacciones de los clientes como siempre le decía Blaise que hiciera, porque luego esa información la usaban para hacer mejoras en el espectáculo. Mucha gente la miraba con la boca abierta cuando avanzó sola por la pasarela que se introducía entre la gente. No solo era increíblemente ágil, con el toque justo de picardía para no ser vulgar, sino que además tenía un aura de belleza, era… etérea.
La sorpresa, porque eso no estaba en los ensayos que había visto, fue que las otras dos drags se bajaron del escenario mientras Poison seguía cantando y bailando, y se contoneaban entre el público. Seamus ahogó una risa cuando Lady Dark, con su atuendo verde y sus elevadísimos tacones, le cantó al oído a Neville, que se puso tan rojo que pensó que le fallarían las rodillas, para luego dejarle un beso pegajoso en la mejilla.
Estaba distraído con la reacción de su amigo, que se llevaba la mano a la mejilla con cara de sorpresa, por eso no se percató hasta que era demasiado tarde de la presencia de la otra reina frente a su barra. Fue por la agitación de los clientes alrededor que se giró y ella aprovechó, entre dos estrofas, para cogerle de la camisa y acercarlo lo suficiente como para besarlo en los labios, haciendo que el público a su alrededor silbara.
Antes de alejarse, Queen Violet le guiñó un ojo verde pálido y siguió contoneándose entre el público de camino al escenario, pero no besó a nadie más. Seamus, que conocía bien a la reina, miró de refilón hacia sus amigos. Ron parecía estar burlándose de Neville que no apartaba los ojos de Lady Dark, Harry miraba a Dean ceñudo y Dean miraba hacia él más ceñudo aún. Le devolvió la mirada, levantando la barbilla desafiante. Ese era su terreno, allí no iba a aguantarle reproches.
La noche continuó tras el espectáculo y Seamus se centró en su trabajo y la diversión que solía implicar. Sirvió copas, recibió propinas, coqueteó y bailó con los demás camareros tras la barra.
— ¿Me pones un margarita, precioso?
Se giró hacia la conocida voz con una sonrisa. El hombre tras Queen Violet era otro rostro conocido de la escuela con el que había conectado al trabajar para Blaise. Su socio, mucho más serio habitualmente cuando no se calzaba los tacones y la peluca, pero que en ese momento tenía claramente un plan, a tenor del brillo travieso en sus ojos y el tono de voz insinuante.
— Por supuesto, jefe. ¿Todo bien en el camerino?
Los nervios de la nueva estrella habían generado un par de momentos de tensión antes de que se abrieran las puertas del local y a Theo le había tocado mediar entre las otras dos divas.
— Está tirada en el sofá como si hubiera corrido la maratón. Después de echarnos la bronca por dejarla sola en el escenario, claro —confesó divertido—. ¿Quieres un rato libre para ir con tus amigos? Puedo sustituirte.
— No sé, ellos no se han acercado por aquí. Ni siquiera me habían dicho que iban a venir hoy.
— A Thomas casi le da una apoplejía cuando Violet te ha besado.
Seamus lo miró, divertido, tendiéndole el cocktail. Siempre le chocaba que él y Blaise hablaran de sus personalidades drag como si fueran otras personas. Y en especial él, que solía tener un aspecto muy convencional, jamás le había visto una gota de maquillaje o una prenda que no fuera de diseñador y en colores sobrios.
— Violet ha sido una chica mala.
Theo se apoyó en la barra de manera que su gran altura menguó hasta que sus caras quedaron enfrentadas. Desde fuera, era fácil pensar que coqueteaban.
— Ella defendería con uñas y dientes a sus chicos. Y sabes que Blaise y yo también, ¿verdad?
— Lo sé, jefe —respondió, en un susurro, sin alejarse, con una sonrisa ladeada.
— Bien, porque entonces los dos sabemos que lo que voy a hacer ahora no es acoso laboral, sino una patada metafórica en esa abultada entrepierna que gasta tu amigo.
— ¿Qué? —atinó a preguntar, pero Theo ya le había puesto la mano en la nuca y estaba besándole como si Seamus fuera agua y él un tío perdido en el desierto.
Fue un beso largo, intenso, tanto que sintió que le apretaban un poco de más los pantalones cuando Theo le soltó despacio.
— Uau —fue lo único que pudo articular mientras su jefe se enderezaba un poco y bebía de su mojito.
— Cuenta hasta diez.
— ¿Qué? —balbuceó aturdido.
— Que cuentes hasta diez. Antes de acabar estará aquí Thomas como un toro.
— Venga ya…
Pero Theo tenía razón, antes de acabar la frase estaba viendo venir a su amigo con los puños apretados, directo a enfrentarse al Slytherin que sorbía tan tranquilo su bebida.
— De qué vas… eso es acoso laboral.
Seamus rio y movió la cabeza negativamente. Como siempre las serpientes sabiendo dónde golpear a los leones para hacerlos saltar.
— Me tomo ese descanso que me ofrecías, jefe —le dijo, sacando un botellín de agua de la nevera— ¿Veinte minutos?
— Sin problema —respondió Theo, dejando el vaso vacío sobre el mostrador y dando la espalda a Dean con total indiferencia para entrar a la barra.
— ¿Qué demonios ha sido eso? —le preguntó Dean entre dientes a Seamus en cuanto lo tuvo delante.
— No es asunto tuyo —contestó con calma, abriendo el botellín y dando un par de tragos—. ¿Qué haces aquí, Dean? en ese sitio que el otro día dijiste que me estaba pudriendo el cerebro y convirtiéndome en otra persona.
Al otro lado de la barra, Nott levantó una ceja.
— ¿Podemos hablar en otro sitio?
— Estoy trabajando.
— Te ha dado veinte minutos de descanso. ¿No hay un lugar para eso, una sala de descanso para los empleados o algo?
Esa vez Theo directamente se rio. Sacó una llave del bolsillo y se la dejó a Seamus sobre la barra.
— No entréis al camerino principal, Poison todavía debe estar allí.
Seamus asintió y cogió la llave. Sin decir nada más, abrió camino atravesando el club, sorteando a la gente, saludando aquí y allá, hasta la puerta junto al escenario. Usó la llave y, sin girarse, encaró el pasillo que llevaba a la parte trasera del edificio, donde estaban la oficina, un segundo almacén y los camerinos.
A la altura del camerino principal, se le escapó una risita porque tras la puerta se escuchaban con claridad ruidos de sexo, alguien estaba desestresando a Poison. Abrió la siguiente puerta, la del camerino que solía usar Theo, sabiendo como sería el paisaje antes de entrar.
Ordenado como era, había una hilera de cabezas con pelucas, un par de burros con trajes colgados y un tocador, el típico con el espejo rodeado de bombillas. Y en una esquina un sofá, en el que se sentó a esperar. Parado en medio del camerino, con los sonidos del camerino de al lado aún al alcance del oído, Dean tenía los ojos muy abiertos, los brazos cruzados sobre el pecho y lo que parecía un comienzo de erección.
— Ya han pasado cinco minutos de mi descanso, ¿de qué quieres hablar? —preguntó por fin, cruzando una pierna sobre otra.
— ¿Te gusta ese tío? —Señaló Dean con la cabeza hacia la pista de baile— No tenéis nada en común.
— ¿Disculpa? ¿Y eso exactamente en qué te afecta a ti?
— ¿No puedo preocuparme por lo que te pase? —cuestionó Dean, dando un paso hacia él.
— Pues lo estás haciendo regular, la verdad. ¿Si quiero liarme con Nott cuál es el problema? es guapo, rico y la tiene muy grande. Todo mi yo superficial y vacío sería feliz.
— Yo no… no dije eso —balbuceó su amigo, con cara de culpabilidad.
— Dijiste muchas cosas, igual no las recuerdas con claridad, pero te aseguro que yo tomé nota de tu opinión sobre mí.
Dean se frotó la cara con sus grandes manos, esas manos que a Seamus le volvían loco porque soñaba con tenerlas sujetando su cara o sus caderas.
— Mierda, Seamus, la cagué, vale.
— Hasta ahí ya había llegado yo solito. —Se obligó Seamus a responder con dureza— ¿Algo más que quieras decir?
Un grito en el camerino de al lado, uno que denotaba un orgasmo muy intenso y que Seamus envidió un poco, interrumpió lo que Dean iba a decir. En lugar de hablar, apretó los labios y se puso rojo.
— Oh, por Godric, Dean, solo es sexo. Entre hombres y ruidoso, pero aún así solo sexo.
— ¿Aquí la gente tiene sexo en el trabajo?
— Ahórrame la mojigatería, por favor. Esto es un club queer, la gente tiene sexo en los baños, en el callejón trasero e incluso en la pista de baile si nos descuidamos.
— ¿Y tú? —le interrogó, acercándose aún más, intimidándole con esa altura que se cernía sobre él.
— ¿Y a ti que te importa? —Volvió a levantar la barbilla Seamus.
— Me importa lo que te atañe, sigues siendo mi mejor amigo.
Seamus se puso en pie y acabó de acercarse a él. Con una sonrisa peligrosa, extendió la mano para orzarle con los dedos el frente de la camisa.
— ¿Quieres saber cómo aprovechamos Connor y yo los descansos para chuparnos el uno al otro en el almacén? ¿O te interesa más saber si le he puesto el culo a mi jefe en ese sofá? —le cuestionó con voz ronca.
— ¿Lo has hecho? —preguntó Dean con voz estrangulada.
— No. —Se puso de puntillas para hablarle al oído— pero a ti se te está poniendo dura de pensarlo. Y yo no tengo tiempo de resolverlo por ti porque tengo que volver al trabajo. Vamos, no vaya a ser que alguien dude de tu heterosexualidad y te echen de los aurores por rozarte demasiado con maricas.
Y le dio la espalda para abrir la puerta, con el corazón latiendo muy rápido. Porque era verdad que a su amigo, el recto Dean, se le marcaba una señora erección que le habría encantado ver, lamer e incluso montar. Pero nada de eso iba a ocurrir y lo mejor era volver a centrarse en el trabajo.
Dean compartía piso con Neville. En realidad el piso era de Neville, un regalo de su abuela por graduarse en los aurores, aún estaban en mitad de la mudanza después de años viviendo en la Academia. Esa noche entraron los dos con paso más vacilante de lo habitual por el copioso consumo de alcohol y se dejaron caer en las sillas de la cocina.
— ¿Comemos algo? —preguntó Neville, levantando la varita para apuntarla a la nevera.
— Unos macarrones suenan increíbles ahora mismo —respondió Dean, masajeándose la nuca con la mano.
— Macarrones con queso marchando.
Neville se levantó pesadamente y abrió la nevera. La comida precocinada era un bendito invento muggle que había descubierto en esos años de convivencia con Dean y Harry, igual que las maravillas de pedir a domicilio. Así que, en su primera compra juntos, una de las cosas de las que se habían segurado era de tener suficiente cerveza y suficiente comida para llegar y zampar en momentos como ese.
— ¿Qué ha pasado con Seamus? —le interrogó por fin, dejando un cuenco lleno de humeatntes macarrones frente a Dean unos minutos más tarde— Has vuelto muy rápido y con cara de estreñido.
— Tú… ¿te has sentido cómodo en ese sitio?
— ¿En Magic? ya había estado —respondió Neville, tan tranquilo, cogiendo su propio tenedor.
— ¿En serio? —preguntó Dean levantando mucho las cejas.
— Hace dos años que mi amigo trabaja allí, claro que he ido a verlo.
— No lo habías comentado.
— Sí lo he hecho, pero parece que desconectas rápido cuando hablamos de Seamus y su vida actual. ¿Tú has estado incómodo? parecías no saber a donde mirar.
— Me he pasado toda la noche empalmado.
A Neville la sorpresa por el comentario hizo que se le fuera la comida por el otro lado y comenzó a toser. Dean usó su propia varita para hacerle un Anapneo y se levantó a buscarle un vaso de agua.
— ¿Te he entendido bien? —le preguntó con voz ronca por la tos— ¿te has excitado?
— Sí. Yo… debo estar muy borracho porque de repente tiene sentido.
— ¿El qué?
— He visto rojo cuando Nott ha besado a Seamus. Nunca había reaccionado así.
— Nunca habías visto a Seamus con otro tío.
— Y eso debería preocuparme. ¿He estado siendo un capullo con él todo este tiempo?
— Le dijiste que te avergonzaba que fuera demasiado gay —le recordó Neville.
— Antes de eso. Me dijo que era gay a los trece, durante mucho tiempo solo lo hablaba conmigo porque estaba asustado y a veces incluso sentía asco de sí mismo. Yo pensaba que le había apoyado todo este tiempo, que lo había hecho bien, pero he sido un mierda y ahora que empieza a estar agusto consigo mismo… Joder Nev, que cagada más grande —Se golpeó a sí mismo la frente con la palma de la mano.
— ¿Volvemos a eso de que has visto rojo porque Nott ha besado a Seamus?
— Quería reventarle la cabeza por tocarle —admitió Dean, apretando con tanta fuerza el tenedor que un par de macarrones salieron volando al suelo.
— ¿Por qué?
— Porque no era yo.
Neville silbó por la respuesta. Dean alzó la cabeza para mirarle y lo que se encontró fue una sonrisa ladeada.
— Bienvenido a la tierra de los que no tienen tan clara su heterosexualidad, amigo.
— ¿Tú también? —preguntó Dean, de nuevo abriendo mucho los ojos por la sorpresa, jamás Neville había dado a entender que pudieran gustarle los chicos.
— Bueno, ¿tú has visto a esas drag queens? —le acabó de sorprender Neville.
— Demasiado las he visto.
— ¿Sabes quién era quien?
— Espera, ¿tú sí?
— Estabas muy distraído controlando a Seamus, me parece. Los conoces, hace años. Dejaré que lo descubras en otra visita.
— ¿Cuándo te ha salido a ti esta personalidad Slytherin?
Su compañero de piso se encogió de hombros mientras pinchaba los últimos macarrones.
— ¿Qué vas a hacer con Seamus?
— ¿Qué me aconsejas?
— La obviedad: que vayas a hablar con él. Pero no en el trabajo.
Dean siguió comiendo en silencio, con la mirada fija en los macarrones con queso. Hablar con él, eso se suponía que iba a hacer esa noche, por eso habían ido a Magic, para disculparse, pero lo había visto allí, en su salsa, con esa camisa roja ceñida que llevaba tan desabrochada que desde lejos podría contar las pecas de su pecho. Joder, gimió para sí mismo, saber cuantas pecas tiene tu mejor amigo en los pectorales debería ser un aviso de que te fijas en detalles que en nada afectan a tu amistad.
Trató de no pensar demasiado en ello mientras se duchaba para meterse en la cama, pero su cerebro aún borracho no estaba colaborador y enseguida le recordó como bailaba Seamus tras la barra, ondulando el cuerpo y moviendo las caderas. Malditos pantalones los que usaba para trabajar, tan ceñidos que no dejaban lugar a dudas sobre lo apetecible que era lo que había debajo. Y malditos labios que había visto besar a otro.
Con un juramento entre dientes, la frente apretada contra los azulejos y la mandíbula tensa hasta rechinar los dientes se masturbó con fuerza hasta correrse pensando en cómo habría sido ser sincero con Seamus en el camerino y haberle pedido que solucionara lo de su erección porque se iba a morir si no le tocaba de alguna manera.
Que su timbre sonara un domingo a las doce de la mañana, después de haberte acostado a las cinco, nunca era una buena cosa. Gruñendo, se puso unos pantalones de pijama y se arrastró hasta la mirilla. Al otro lado, Dean se mordía el labio mirando hacia su puerta como si temiera que en vez de abrirle se la fuera a tirar encima. Con un suspiro de frustración, quitó el cerrojo y abrió de un itrón.
— ¿Qué quieres? —preguntó sin invitarle a pasar.
— ¿Podemos hablar?
— Estaba durmiendo.
— Por favor.
El tono de súplica le ablandó, era totalmente impropio de Dean, así que se apartó y le dejó pasar.
— Cocina. Si vamos a discutir necesitaré café.
Dean levantó la bolsa que llevaba en la mano y la dejó sobre la mesa. Sacó con cuidado dos cafés que olían estupendamente y varios recipientes que parecía que contenían un desayuno completo, lo que le recordó brevemente a Blaise. Debía contarle que no se había llevado a un chulazo a casa, pero al menos le habían preparado el desayuno, le haría gracia.
— ¿Esto es una bandera blanca? —cuestionó, sentándose en una de las sillas y cogiendo el tenedor que Dean acababa de ponerle delante.
— Esto es un intento de disculparme por una lista tan larga de mierdas que no sé ni por dónde voy a empezar.
A Seamus eso le ablandó. Que tenía debilidad por Dean era evidente, había sufrido durante años en silencio el cliché de estar enamorado de su mejor amigo hetero. Hizo un esfuerzo para endurecer el gesto, no era plan de ponérselo tan fácil a esa alturas.
— Empieza por el principio entonces —ordenó, escondiéndose detrás de su café.
— Todos estos años, protegiendo tu secreto, pensaba que te protegía a ti. Pero ahora entiendo que no, que me protegía a mí porque si a ti te rechazaban, a mi también porque siempre hemos sido un todo.
— Por eso nunca salí en realidad, en la escuela.
— ¿Por mí?
— Yo… ahora suena ridículo pero sentía que no podía arrastrarte a mi anormalidad.
— Joder… he sido un pésimo amigo, ¿verdad?
— Tampoco diría eso —respondió entre dos bocados de huevos—. Había muchas cosas con las que lidiar.
— El caso es que… anoche Magic me hizo ver algo que… no sé como he podido ignorar todo este tiempo. Neville dice que es instinto de conservación, yo creo que es cobardía. Porque te he machacado por como te ha cambiado trabajar allí cuando en realidad el problema es que me hace sentir que estás más lejos y puedes hacer una vida sin mí.
— Yo no he querido nunca sacarte de mi vida, Dean —Seamus tuvo que parpadear, porque las palabras de su mejor amigo le estaban llegando muy profundo.
— Lo sé, es mi embrollo mental. Estaba celoso y ayer… madre mía, ayer si no hubiera sido por los hechizos de bloqueo del local habría maldecido el culo de Nott por tocarte.
— Eso ya lo hablamos anoche.
— Hablamos, pero no salieron de mi boca las palabras que debían salir, salió más mierda y la jodí aún más.
— ¿Y qué es lo que crees que debía salir?
— Pues eso, que me estaban comiendo los celos y que… que ojalá me besaras a mí así.
A Seamus se le cayó la taza de la mano. La tapa se abrió y el café caliente empapó sus pantalones. Dio un brinco y se puso de pie.
— ¡Oh, mierda! ¿estás bien?
— No. ¿Acabas de decirme que querías que te besara?
— Me refiero a tu… —señaló su entrepierna manchada de café—. Pero sí, lo quería, de una manera tan desesperada que…
— Que… —le animó a seguir con la varita en la mano para limpiar sus pantalones.
— Que me masturbé dos veces para poder dormir porque no podía sacar esa imagen de mi cabeza.
— ¿Qué imagen? —cuestionó Seamus con voz ronca, preguntándose si todavia estaba dormido y todo esto era un sueño muy vívido.
— Tú —se arrodilló delante de él Dean y agarró la cinturilla de sus pantalones empapados para bajársela— haciendo esto en el camerino en lugar de discutir.
Y usó su cálida gran mano para sujetar su pene y metérselo en la boca.
— Vaya vaya, alguien ha pasado una buena noche —saludó Blaise, apoyándose en la puerta del vestuario en el que Seamus acababa de arreglarse.
En su cuello y en el trozo de pecho que dejaba ver la camisa a medio abrochar se veían varios mordiscos de amor. Y puede que caminara un poco raro, sí. Sonrió a su reflejo y a su jefe, que se acercó con la mano extendida para pedirle el eyeliner.
— No vi que me hicieras caso y te fueras con un tiazo.
— Me fui solo. En realidad fue al contrario de lo que vaticinaste, un chulazo me trajo el desayuno y acabó follándome en el suelo de la cocina. Y en el sofa. y en la ducha.
— Maldito irlandés, no me pongas los dientes largos, que yo me fui a casa solo.
— ¿Así que no eras tú a quien escuché quitándole el stress a Poison despues de la actuación?
— ¿Yo? —Seamus supo que la sorpresa en la cara de Blaise era real— que va, la gran zorra llegó y triunfó por lo que parece. Yo me fui solito a casa y me masajeé los pies antes de acostarme, ese fue todo mi toqueteo esta madrugada.
— El drag es duro.
— Mejor no hablemos de durezas. ¿Entonces bien? ¿lo verás otra vez? aun le debe quedar alguna superficie de tu apartamento sin probar.
— Vendrá esta noche, no entra de turno hasta mañana.
Blaise se apartó un poco para mirarle mejor.
— ¿De turno? ¿tienes algo más que contarme, querido?
Por respuesta, Seamus se puso un poco de puntillas y besó a su jefe en la mejilla.
— Gracias. Por el empujoncito.
— Cuéntaselo luego a Theo, le hará feliz, él tampoco mojó anoche.
— Eres una víbora.
— Cariño, los chistes de serpientes en Slytherin están requete sobados. Pero de nada, me alegra que tu auror haya sacado la cabeza del culo. Sobre todo si lo ha hecho para meterla en el tuyo.
— ¡Blaise!
Su jefe rio y le dio una palmadita en el trasero antes de salir del vestuario con un contoneo más propio de Lady Dark que de él.
