18

El gran día del examen llegó. Athena se levantó con un nudo en el estómago y el corazón a mil. Casi no había pegado ojo, pues tenía los nervios y la ansiedad a flor de piel. Primero tendría el examen escrito y en la tarde, el físico. Aún no le habían dicho quién sería su oponente, pero fuera quien fuera, estaba decidida a dar lo mejor de sí.

Además, Athena se sentía más ligera por esos días: lady Tsunade la había aceptado. Esa noche de la celebración del cumpleaños, cuando interpretó el silencio de la Hokage por rechazo, llegó a sentir, por un momento, que el mundo se le venía encima, pero lady Tsunade calmó sus miedos y su relación estaba mejor que nunca. Bueno, obviamente, sus sentimientos por aquella mujer seguían creciendo, pero ya estaba empezando a aceptar que no podía luchar contra ellos. Lady Tsunade era una mujer digna de admirar y… amar. No, eso era un pensamiento peligroso. En lo que debía enfocarse era en el examen que le esperaba, pues no deseaba defraudarla.

Al avistar el salón donde se llevaría a cabo la prueba escrita, vio a Sakura de pie en la puerta. Athena le sonrió e inclinó la cabeza en señal de respeto. Estaba muy agradecida por todo lo que la chica le había enseñado y esperaba estar a la altura.

Se sentó y empezó. Había preguntas fáciles y otras donde tenía que plantear estrategias. Las cosas no se veían tan complicadas en papel, pero a veces Athena se preguntaba si era posible aplicar toda esa teoría durante una misión. Terminó con la leve sensación de que pudo haberlo hecho mejor, sin embargo, eso siempre había sido habitual en ella: pensar que nunca era suficiente.

Al salir de la habitación, Sakura la estaba esperando, la felicitó y luego le informó que lady Tsunade quería verla antes del combate. El corazón se le aceleró con solo escuchar su nombre.

Al llegar a puerta de la oficina, Athena se detuvo y tomó aire, ese día le demostraría a lady Tsunade su determinación.

Tocó.

—Adelante

Su pecho se calentó al escuchar la voz que la perseguía hasta en los sueños.

—Buen día, milady.

Lady Tsunade le sonrió.

—Hola, Athena. Confío en que te haya ido bien en la prueba escrita. —Se levantó de la silla y se acercó a ella—. ¿Estás nerviosa por el combate?

Athena se pasó la mano por la nuca.

—Sí, pero no voy a perder, se lo aseguro —dijo con vehemencia.

—Athena, no se trata mucho de ganar o perder, sino del cómo usas tus habilidades contra tu oponente. ¿Comprendes?

—Sí, milady.

—Muy bien. Allá nos vemos entonces. —Le puso la mano en el hombro—. Mucha suerte.

Athena salió de la oficina casi flotando, sentía como si lady Tsunade la hubiese bendecido.

Un par de horas más tarde, se encontraba en el campo de entrenamiento. Alrededor estaba el equipo del maestro Gai y algunos de los otros genins. También estaba lady Tsunade, la Srta. Shizune y Sakura. Había un examinador junto a ella en el campo y, frente a ella, un chico de unos 20 años, con una expresión de fastidio y presunción en el rostro. Por el chaleco, Athena pudo deducir que era un chuunin, al menos no le habían puesto como oponente a un jounin.

El examinador les dio algunas pautas y reglas; Athena escuchaba con atención mientras el chico la miraba con una ceja levantada. Cuando el examinador terminó, se puso a una distancia prudente de ellos y gritó:

—¡Comiencen!

Ninguno de los dos se movió. Tenían la mirada puesta el uno en el otro, y Athena percibió un deje de desprecio en los ojos del chico.

—¿Qué te parece terminar con esto de una vez? —Hizo una mueca—. No tengo tiempo que perder, soy un shinobi muy ocupado.

Athena trató de ignorar el tono arrogante y condescendiente. Estaba claro que el ninja la creía débil. De pronto, vio unos churikens en su dirección, sacó los de ella y los lanzó; este era una de las cosas que más trabajo le había costado. La puntería no había sido su mayor fortaleza, pero al menos logró desviarlos. No obstante, se había concentrado tanto en eso, que no vio a su oponente aparecer a su lado ni logró contener la patada que le lanzaron al estómago. Cayó al suelo, sin aire, mientras escuchaba la risa burlona del chico.

—Qué fácil.

Ah, no, pero si pensaba que eso iba a acabar con ella, estaba muy equivocado. El equipo del maestro Gai le había enseñado bien sobre el dolor, y algo así no la dejaría fuera de combate.

Se levantó y empezó a atacarlo. Al asestar un puño, se dio cuenta de que le había dado a un tronco; claro, un intercambio. Sintió un soplido detrás de ella, y esa vez sí pudo detener la patada. No caería dos veces en el mismo truco.

El chico sacó su kunai y, en ese momento, Athena comprendió que no estaba jugando, que era un combate muy serio y que podría salir lastimada. Sacó el suyo y combatieron así durante un rato, lo que le hizo recordar el entrenamiento con Tenten.

El chico brincó hacia atrás y Athena vio cómo formaba sellos. Ay, no.

De pronto, aparecieron dos clones de él.

—Vamos a ver cómo te va peleando contra tres —sonrió de medio lado.

Athena tragó saliva. Uno de los clones ya le había hecho una cortada en un brazo, pero no podía dejarse llevar por el dolor. No podía hacer clones ella misma, pero sabía que, si resistía, el chico gastaría su chakra con esa técnica. Sin embargo, de la nada, sintió un dolor punzante en el hombro y un líquido caliente que le bajaba por el brazo. Después, un puño en el pómulo la derribó; los clones no se detuvieron, aun estando en el suelo, seguían golpeándola. El dolor la estaba mareando. Cerró los ojos. Ya no podía más. Le ardía el hombro, las patadas llegaban y la golpeaban por todos lados.

De pronto, escuchó voces que gritaban su nombre, eran Lee y Sakura. Le decían que se levantara. A lo lejos, vio la silueta difusa de lady Tsunade. No, no podía rendirse, juró que jamás borraría esa expresión de esperanza de ese bello rostro. De repente, volvió a sentir ese burbujeo en la boca del estómago, y cómo se le extendía por el cuerpo hasta que llegar a sus extremidades. Logró parar una patada en dirección a su cara. Se levantó de súbito y cogió con la guardia baja a uno de los clones y, con un puñetazo, lo hizo desaparecer. Los otros dos retrocedieron por un momento, pero el clon volvió a atacar. Athena no esquivó el puño, sino que lo bloqueó con la mano abierta.

Miró fijamente al chico detrás del clon.

—No me subestimes —le dijo con voz de hierro. Después, procedió a darle una patada al clon que lo hizo desaparecer—. Ahora solo queda el verdadero.

Sabía que aún estaba en desventaja, estaba herida y no podía usar el brazo derecho, pero no se iba a rendir. Jamás. No delante de lady Tsunade y las personas que la habían apoyado. Supo en ese momento qué movimiento ejecutar para honrar esa confianza. La técnica se la había enseñado Lee, él le había dicho que era una de las primeras que había perfeccionado, pero que Sasuke y Naruto se la habían copiado.

Athena se paró todo lo firme que pudo, levantó la mano izquierda en la posición de combate de Lee. La ira brilló en los ojos de su oponente, pero a ella no le importó. Él se abalanzó sobre ella con gran velocidad y le lanzó un puño, pero Athena no solo lo esquivó, sino que, en un movimiento rápido, puso la mano izquierda en el suelo para sostenerse y le dio una patada en el mentón que lo arrojó hacia arriba, luego ella saltó y le asestó otra patada en el abdomen. El chico cayó al suelo prácticamente desmayado. No había sido el mismo movimiento de Lee, pero al menos lo había intentado a su manera.

Cuando el examinador se acercó y se aseguró de que su oponente ya no podía continuar, proclamó:

—Ganadora: Athena.

En ese momento, toda la adrenalina se disipó y sintió el dolor punzante en el hombro. Cayó al suelo de espaldas. Escuchó pisadas y gritos de júbilo. Luego, unas manos familiares le estaban tocando las heridas.

—¿Lo logré, lady Tsunade? —murmuró sin abrir los ojos—. No está decepcionada, ¿verdad?

—Por supuesto que no, tonta.

—¿Él está bien?

—Shizune lo está revisando. Lo llevaremos al hospital, pero seguro va a estar bien.

Athena abrió los ojos y creyó estar en el cielo. ¿Cómo podía ser esa mujer real? El cabello dorado, los ojos marrones, los labios de color rosa curvados en una sonrisa de satisfacción. Por un momento, olvidó poner filtros a sus palabras.

—Qué sonrisa más hermosa —susurró antes de caer en un sueño profundo.