CAPÍTULO 6

••

El patriarca de la familia Ardley estaba cruzando el pasillo de dormitorios para dirigirse al comedor. Había pasado toda la mañana en su habitación hablando con Archie, pues este le comentó sobre su gran preocupación hacia Candy. La había visto llegar a la casa muy tarde en la noche, y por lo que pudo notar, estaba afectada. Candy no había querido hablar del tema una vez trató de acercársele, asi que supuso que lo que sea que hubiera pasado, era algo muy malo y relacionado a Terence, pues él tampoco se había aparecido temprano esa mañana.

Albert trató de relajar a Archibald, asegurándole que tarde o temprano el problema se resolvería, que ya ambos eran adultos maduros, capaces de ver mucho mas allá de una tonta discusión.

Entró al comedor para almorzar algo, pero se llevó la gran sorpresa de ver a Candy sentada en la mesa, tomando una sopa. Estaba tan metida en sus pensamientos, que ni siquiera se percató de la presencia de su amigo.

—Pequeña —llamó Albert, retirando una silla para sentarse frente a ella—, buenas tardes.

—Hola, Bert —respondió a su saludo, pero esta vez no de manera entusiasmada.

—¿Te levantaste en el lado equivocado de la cama? —Trató de hacerla sonreír, pero no resultó como quería. Candy solo soltó un suspiro frustrado, y se llevó la cuchara a la boca sin emitir palabra alguna—. Vamos, Candy, ¿qué pasa?

—Todo está bien, Bert, no te preocupes. Se me pasará.

—¿Dónde está Terry? Pensé que vendría de nuevo hoy a buscarte, ya que ayer no pudo venir al pícnic.

—De hecho, si pudo, pero no quiso —desmintió Candy, frunciendo el ceño hacia su sopa. Podía ver el rostro de Terry en ella, y eso le hacía la sangre hervir. Lo menos que deseaba era verlo en esos momentos.

—Se pelearon —Albert concluyó.

—Si.

—¿Y cuando piensan reconciliarse?

—Cuando él decida disculparse.

—¿Pues qué hizo? —Albert soltó los cubiertos y puso toda su atención en Candy, dispuesto a escucharla. Candy no tardó en abrirse completamente a él.

—Bueno, sabes Michael llegó ayer. Yo no estaba enterada que vendría, pero Terry se enojó. Me dijo que Michael me estaba coqueteando justo en su cara, y que le hice más caso a él.

—¿Y estás completamente segura de que no estaba coqueteando contigo?

—Si. Michael y yo solo somos amigos.

—Hmm...

—¿Qué?

—Nada, prosigue.

—Terry se sintió celoso, y se largó, así como así. No me dijo nada, y luego me dejó plantada en el picnic... Cuando lo fui a buscar, me trató con frialdad. Evidentemente estaba molesto, y no solo por Michael, sino por mi. Se enojó conmigo solo porque lo presenté como mi amigo y lo mantuve alejado.

—¿Lo rechazaste? —Albert hizo una mueca, comenzando a entender de dónde provenían todos los problemas.

—En cierto modo... Pero, Bert, Terry y yo no somos novios. Él no me ha dicho nada de lo que quiere, pero cuando le pregunté, se enfureció más. —Candy dejó su cabeza caer en la mesa, estresada con el comportamiento que Terence habia adaptado con ella el dia anterior—. Me insultó. Me hizo pasar como una fácil solamente porque permití que me besara aun pensando que eramos amigos. Me preguntó si para mi era normal andar de "enamorada" con mis amigos.

Los ojos de Albert se agrandaron tras escuchar las palabras de Terry salir de la boca de Candy. Había ofendido a la rubia a causa de un gran malentendido, y de seguro Candy no se habría quedado callada. Ya conocía muy bien a los dos, cuando se enojaban, eran capaces de decir cualquier estupidez.

—¿Qué hiciste tú cuando Terry te ofendió?

—Yo... —Candy dudó en responder, pues mirando hacia atras, se dió cuenta de que no había reaccionado de la mejor manera—. Yo le di una cachetada, y luego le dije que se fuera al diablo. —El rostro de Candy se puso rojo de verguenza, en cambio, Albert soltó una risa escandalosa—. ¡Bert! ¿Por qué te ries?

—¡Cualquiera diría que siguen siendo niños! Por Dios, Candy...

—¿Hice mal?

—Le echaste leña al fuego. Mira, pequeña, no tomaré el lado de ninguno porque a mi parecer, ambos están equivocados. Aunque sí los entiendo. Candy, en la cultura inglesa, una pareja se formaliza luego de algunas citas. No tienen la costumbre de preguntarle a la dama si quieren ser su novia, lo cual es muy diferente aquí, por lo que también entiendo tu punto de vista. Entonces, Terry cometió el error de asumir que eran una pareja, tú cometiste el error de no decirle lo que querías, y optaste por alejarte de él hasta que él tomara el paso de formalizar el noviazgo. Terry se lo tomó a mal, y en vez de decirtelo, se lo calló. Cuando llegó Michael, tal vez sin darte cuenta hiciste a un lado a Terry, y una vez más, en vez de expresártelo, Terry se quedó callado, y cuando al fin explotó, tú lo hiciste a su lado. Toda esta situacion surgió por la pésima comunicación que tienen para cuando algo les disgusta.

Candy se sintió regañada por Albert, pues tras que le dijo todas las verdades, lo hizo con un tono serio y con el ceño fruncido. Albert siempre había velado por ella y la había apoyado en todo, asi que se sintió avergonzada de que esta vez Albert no aprobara su comportamiento.

—Sin embargo, aun asi se quieren, ¿no es asi? —dijo Albert, sonriendo de lado. No necesitaba escuchar la respuesta, pues ya muy bien conocía la verdad, solo quería que Candy lo viera.

—Si.

—¿Entonces qué esperas para enmendarlo?

—Tienes razón... —Candy asintió con la cabeza—. Lo iré a ver —declaró, poniéndose de pie. Estaba decidida a dar el primer paso para arreglar las cosas de una vez por todas—. Ire a disculparme... ¿Crees que Terry me perdone? —preguntó, preocupada.

—¿Tú lo perdonarías a él?

Candy sonrió y asintió con la cabeza.

—Entonces no veo porque Terry no.

—Gracias, Bert —dijo la rubia, corriendo hacia él para abrazarlo con fuerzas. Al soltarlo, no perdió un segundo más para apresurarse a la salida, pero al abrir la puerta, se llevó la gran sorpresa de ver a un hombre a punto de tocar.

—Buenas tardes, Candy —dijo Michael, sonriendo con un ramo de flores a la mano—. Esto es para ti. —Le ofreció dicho ramo, y Candy lo aceptó, aún sorprendida de verlo ahí.

—Gracias, Michael. Están preciosas. —Sonrió con admiración hacia los tulipanes de color amarillo, atados por una cinta blanca.

—¿Ibas a algún lado? —cuestionó el pelirrojo, notando que Candy ya iba de salida cuando le abrió la puerta.

—Si. Tengo que ver a Terry.

—Oh, ¿cómo está él? Ayer no apareció.

—Supongo que... No se sentía muy bien. Voy a ver cómo sigue.

—Bueno, entonces te veré luego. Vine en un momento inoportuno —soltó una pequeña risa para ocultar un poco la desilusión. Había querido invitarla a salir, pero no contó con que Candy ya tenía planes.

—¿Por qué lo dices?

—Pensé en invitarte a pasear, pero entiendo que tienes otras cosas que hacer.

—No pasa nada, Michael. Acompáñame —Candy insistió, cerrando la puerta tras de sí para emprender su camino junto al pelirrojo.

—Candy, no creo que le caigo muy bien a tu amigo. No sé si le agrade que vaya contigo.

—¡No pasa nada! —aseguró la pecosa, sin preocupación alguna—. De todos modos pensaba en cruzar por el bosque. Podemos conversar en el camino. Contigo no me voy a aburrir.

—Si tú insistes... —Michael sonrió complacido y feliz de poder pasar un rato a solas con su enfermera preferida. Disfrutaba cada segundo que podía pasar con ella, ya que eran pocas las veces que podía verla. Deseaba que estuviera más cerca a él, que trabajara en el mismo hospital, pero tampoco estaba seguro de que Candy quisiera dejar su hogar con tal de permanecer cerca a él—. Candy, ¿alguna vez has pensado en buscar otro trabajo?

—No, soy feliz trabajando en el hogar de Pony. Tener la oportunidad de cuidar de los niños junto a la señorita Pony y la hermana Lane es una bendición para mí.

—Ya entiendo. No dejarías tu hogar por nada, ¿verdad? —Michael la miró de soslayo.

—Bueno, no puedo decir que por nada. Quién sabe lo que dicta el destino. Tal vez en un futuro tenga que dejar el hogar de Pony, y formar un hogar propio...

—¿Dices como una familia?

Candy asintió con la cabeza levemente, con un sonrojo en las mejillas. Aún soñaba con formar una familia propia, vivir en una casa junto al hombre que amaba y pasar todos los días con él. Y si Dios se lo concedía, tener a pequeños seres de luz corriendo por su alrededor. Por ahora, lo más cercano que tenía a eso era el hogar de Pony, pues el destino se empeñaba en alejar aquella otra posibilidad.

—A mi también me gustaría, pero he estado muy entregado a mi trabajo. Creo que he olvidado que hay mucho más en la vida que dedicarme a otros, y creo que a ti te sucede lo mismo.

—Lo mío es algo más complicado... Aún no tengo a alguien para cumplir ese sueño. Lo he intentado, pero... Simplemente no he podido. —Candy abrazó las flores al confesar aquello. Las cosas no habían sido fáciles. Era feliz en el hogar de Pony, era feliz consigo misma, pero no tenía a alguien con quien compartir esa felicidad, y aunque había tratado de encontrar a otra persona, su corazón seguía queriendo a alguien más...

—Candy... —Michael llamó, y detuvo sus pasos para que ella hiciera lo mismo. Estaban de pie dentro del bosque, y aunque sólo habían caminado un poco, ya la casa Ardley no era visible.

—¿Qué pasa, Michael? —Candy se dio la vuelta, confundida por la pausa abrupta de su amigo.

Él tenía el rostro completamente serio, como pensando bien lo que diría. Dirigió la mirada hacia la de Candy, y curvó un poco los labios para sonreírle. Tomó su decisión.

—Quiero preguntarte, si no encuentras a alguien, ¿me considerarías?

Aquella pregunta confundió a Candy, ya que no sabía de dónde provenía. Habían estado hablando de encontrar a una persona a quien querer, y con quien formar una familia, y de la nada Michael le preguntaba si lo consideraría.

—¿Qué dices? —La sonrisa de Candy cayó, comenzando a creer que entendía.

Michael se acercó un poco a Candy, sin

intenciones de asustarla o preocuparla. Había leído bien su reacción, así que supo que las posibilidades eran mínimas.

—Deseaba saber si considerarías escogerme a mí para cumplir con ese sueño... Siempre me has gustado, Candy. Desde la primera vez que te vi, pero en ese entonces estaba por dirigirme a la guerra. Todos los días me dije que debía regresar por ti, pero cuando lo hice, nunca avanzamos más. Nos mantuvimos siendo amigos, muy buenos, debo añadir...

—Michael, detente —Candy pidió, reteniendo las lágrimas que comenzaban a cristalizar sus ojos verdes. Siempre había visto a Michael como un compañero, como un gran amigo que tenía su misma pasión, con quien podía compartir sus experiencias en la medicina, pero nunca se le había cruzado por la cabeza desarrollar otros sentimientos hacia él.

—Candy, nuestra amistad me hace muy feliz, y no pretendo arruinarla con esto. Yo pensé que lo sabías, pero veo que estabas completamente ajena a mis sentimientos por ti.

—No tenía idea. —Bajó la mirada, y derramó unas cuántas lágrimas. Se sentía como una tonta, sin quererlo había ilusionado a su amigo, y a su vez, había desilusionado a Terry.

—Creí que me correspondías, después de todo, tú nunca me diste a entender que rechazabas mis acercamientos. —Michael también desvió la mirada. Podía aguantar el rechazo, pero tampoco era un sentimiento agradable.

Candy miró el ramo de flores que había aceptado. Ahora comprendía toda la amabilidad de Michael, no era solo una amistad, había estado coqueteando con ella, y ella sin darse cuenta le había seguido el juego.

—Lo siento mucho, Michael. No quise hacerte pensar algo más.

—Por favor, no te sientas culpable. Yo lo entiendo, Candy —trató de confortarla con sus palabras, pero ni él mismo estaba seguro de que lo entendía.

—Michael, eres un hombre maravilloso, eres honesto, gentil, inteligente, y yo te quiero muchísimo por ser así... Pero yo amo a alguien más —confesó.

Michael tragó seco para bajar aquel nudo en su garganta.

—Es Terry, ¿verdad? —La encaró, y esperó por una respuesta a lo que Candy se limpiaba las lágrimas.

—Si...

—Entonces será mejor que se lo digas. No voy a acompañarte más. Ve —dijo, con una sonrisa fingida. Quería que ella fuera feliz, que cumpliera sus sueños, pero aun así no pudo regalarle una sonrisa genuina, pues deseaba haber sido él quien cumpliera ese sueño por ella—. Yo me quedaré aquí un rato más.

Candy asintió con la cabeza y se aproximó a él para regresarle el ramo de flores.

—Gracias.

La rubia siguió su camino por el bosque, logrando salir por el otro extremo, aun sintiendo algo de lastima por su amigo, pero no podía arreglar nada, sabía que nunca podría corresponderle. Por ahora, solo debía preocuparse por arreglar las cosas con Terry. Debía dejar todo en claro, debía decirle que sentía mucho su comportamiento, que deseaba estar con él, y debía decirle aquellas palabras que nunca pudo gritar.

Subió los escalones del hotel apresuradamente, obligándose a sí misma a vencer los nervios. No tenía tiempo para dudar, sería directa con él. Ya no podía permitir que hubiera otro malentendido que los separara por tanto tiempo.

Tocó la puerta de la habitación alquilada, y esperó unos cuantos segundos hasta que la puerta fue abierta.

—¿Se le ofrece algo, señorita? —Una mujer, cuyos cabellos plateados estaban cubiertos por un pañuelo, se asomó por la puerta junto a su escoba.

—Necesito hablar con Terence Graham. ¿Está él aquí?

La señora de la limpieza frunció las cejas con lastima.

—Lo siento, señorita, me temo que ha llegado tarde para una visita. Esta habitación está deshabitada desde hoy por la mañana.

Aquella noticia fue como un balde de agua fría para la Pecosa.

—¿Quiere decir...? ¿Se ha ido?

—Si. Cuando fue a entregar la llave, escuché que se iría a Nueva York en el tren de las cinco de la tarde.

—¡Gracias! —exclamó apurada la Pecosa, echando a correr en búsqueda del reloj más cercano. Junto al mostrador de la entrada, había un reloj viejo que marcaban las 4:45 de la tarde. El corazón de Candy dio un vuelco violento al reconocer que el tren estaba a nada de partir, y ella aún se encontraba en el hotel. Si no se apresuraba, probablemente no volvería a verlo. Temía que si él permanecía enojado con ella, nunca se dignaría a tan siquiera leer una carta suya con tal de protegerse,

Con el miedo de perderlo de nuevo, pidió un taxi que la llevara a la estación de tren. Sentada ahí, sin poder hacer nada más que esperar, comenzó a rezar. Juntó sus manos y cerró sus ojos, rogándole a Dios que esta vez le permitiera alcanzarlo, pues, ¿cuántas veces había corrido tras él sin éxito? Primero sucedió en el puerto de South Hampton, luego en la colina de Pony, luego en Chicago... ¿Es que acaso el sueño de tenerlo a su lado era inalcanzable?

«Dios, no lo apartes de mi lado... Por favor ya no más. He soportado la distancia entre nosotros por años, pero no sé si ahora seré capaz. Ayúdame a llegar hacia él, es todo lo que quiero», pidió, llorando en silencio.

—Estamos cerca, señorita.

—Por favor, tengo que alcanzar a alguien...

—Voy lo más rápido que puedo.

Pero para Candy no era suficiente. Cada minuto que pasaba era un minuto más cercano a perderlo. Sentía que el tiempo pasaba, pero ella no se movía.

«¡Dios mío, casi son las cinco!», Candy gritó desesperada en su interior al ver la posición del sol.

«Si no lo logro...».

—Señorita, ya estamos en la estación —anunció el señor. Candy miró por la ventana, y al ver que el tren seguía parado, salió del taxi apuradamente, no sin antes haber arrojado un montón de dinero al conductor—. ¡Ey! ¡Señorita, esto es mucho dinero!

Pero Candy no hizo caso a sus palabras. El dinero era lo menos que le preocupaba en esos instantes. Lo único que le importaba era encontrar a Terry entre toda esa multitud que comenzaba a abordar el tren.

—¡Terry!¡Terry! —gritó mientras corría entre el montón de gente, mirando a su alrededor sin poder reconocer el cuerpo de su amado por ningún lado—. ¡Terry! ¿Por qué no me respondes?¿Pues qué no me escuchas?... ¡Terry! —Siguió llamando, haciendo caso omiso a todas las miradas de reproche que los demás le dedicaban.

El silbato del tren sonó claro y fuerte, dando uno de sus últimos anuncios. La gente comenzó a apurarse más todavía, chocando contra Candy varías veces hasta hacerla caer estrepitosamente sobre el suelo. A pesar de haber sido ellos los causantes de su tropiezo, nadie le ofreció su ayuda para levantarse.

—¡Quítense! —exigió la rubia, cansada de siempre tener que ser atropellada por la gente. Se puso de pie de un solo salto, y en eso, a lo lejos vió su silueta. Como siempre, tenía el rostro mayormente tapado, pero su corazón se alocó al verlo. Era él—. ¡Déjenme pasar! ¡Terry! —Empujó a todo aquel que se le cruzaba, sin estar dispuesta a que le obstruyeran el paso otra vez. Ya no permitiría que otro obstáculo la separara de él. Esta vez no.

Vio cómo Terry levantó su equipaje y se acercó al tren, con la clara intención de abordar sin mirar atrás.

—¡Terry, espera! —lloriqueó, pero él no la escuchó.

El castaño se sostuvo del tubo en la entrada para ayudarse a subir, pero antes de hacerlo, alzó la mirada y contempló en abordar. Si lo hacía, no habría vuelta atrás. Abandonaría sus sueños de estar con Candy de una vez por todas, pues ya muy bien había confirmado que nunca podrían estar juntos. Siempre habría algo entremedio de ellos.

«Qué tan equivocado estabas», recriminó en sus pensamientos, teniendo en su mente la imagen de Ally. Gracias a las palabras de él, había querido creer en una última oportunidad junto a ella, pero una vez mas, la vida se reía de él. Lo había ilusionado solo para recordarle al final que no merecía un futuro junto a ella. Estaba destinado a estar solo, y tal vez era el momento de aceptarlo.

«Adiós, Pecosa. Al menos... Pude verte una vez más», concluyó con una sonrisa débil, y fortaleció su agarre en el tubo para poner su pie en el primer escalón, solo que no fue capaz de avanzar otro paso.

La duda lo estaba deteniendo. Por más que lo intentaba, no tenía ni el valor ni el corazón como para irse sin hablar las cosas. Quizá era testarudo de su parte seguir luchando contra el destino, pero no podía encerrar sus sentimientos de nuevo, simplemente no lo soportaría por mas tiempo.

Convencido, Terry soltó su agarre y retrocedió dos pasos, dispuesto a regresar por Candy, pero antes de poder darse la vuelta, un gran apretón alrededor de la cintura lo contuvo.

Asustado por el agarre repentino, bajó la mirada. Ahí encontró unos brazos delgados rodeándolo y abrazándolo por la espalda. No podía ver su rostro, pero conocía muy bien su calor. Era ella quien lo detenía.

—Espera... —la escuchó decir con voz débil y agitada.

«Está llorando», pensó Terry, escuchando algunos sollozos bajos.

—No quiero que te vayas. No así.

Él permaneció en silencio, aún demasiado sobrecogido como para reaccionar. Nunca creyó que ella iría tras él después de lo ocurrido... Pero algo de ese momento le traía muchos recuerdos.

—Escúchame, Terry, antes de que tomes una decisión, tengo que decirte algo... —Candy lo abrazó con más fuerza, intentando alejarlo más del tren—. ¿Recuerdas que en una carta te dije... que cuando te volviera a ver tenia que confesarte algo? Bien, nunca te lo pude decir, pero necesito que lo sepas ahora.

Terry levantó la cabeza en asombro. Conocía bien aquella carta, después de haberla intentado quemar, la había leído cientos de veces, deseando saber cuáles eran aquellas palabras que nunca fueron dichas. Se había resignado a que nunca las escucharía.

—Terence... ¡Estoy enamorada de ti, como no lo he estado antes de nadie más! —confesó en voz alta las palabras que había ocultado en su corazón—. ¡Ya lo sabes! Aunque seas un... Un arrogante, un malcriado, un mocoso engreído, yo... Yo te amo.

De todas las palabras que Terry creyó que la escucharía admitir, nunca pensó que serían esas, pero a pesar de que no eran esperadas, lograron que lágrimas silenciosas se apresuraran a rodar por sus mejillas. Candy lo amaba, así como el también la amaba a ella.

El tren anunció su último silbato, y justo después, comenzó a marchar, pero ninguno de los dos jovenes se movió para alcanzarlo. Terry lo observó irse, y sintió un gran alivio apoderarse de él, pues al final, él no estaba dentro. Estaba donde realmente quería estar.

Candy sonrió entre las lágrimas, ya que aunque Terry no había dicho nada, el solo gesto de quedarse quieto y ver el tren alejarse le dejó saber que no tenía intenciones de abandonarla. Lo había logrado, después de correr tanto, lo había alcanzado.

Terry tomó una mano de Candy y entrelazó sus dedos con los de ella para no alejarla al momento de romper el abrazo. Se dio la vuelta para mirarla directamente, y la halló con el rostro completamente bañado en lágrimas, pero con una radiante sonrisa.

Terry estiró su otra mano para alcanzar el rostro de Candy y lo acarició con gentileza, enjugando sus lágrimas con el pulgar. Candy cerró los ojos, adorando el calor de Terry en sus mejillas.

—Yo también te amo, Candy. —La abrazó a él, aún manteniendo el contacto visual—. Siempre lo he hecho, desde el momento en que te conocí en el barco, y ten por seguro que siempre lo haré. Lamento no habértelo dicho antes, Pecosa. Y también lamento mi comportamiento de ayer. Me dejé llevar por mis celos y dije cosas que no debí haber dicho... Sé que aparento ser muy seguro de mi mismo, pero en realidad me aterra pensar que alguien te puede apartar de mí. Yo te necesito, Pecosa, desde que te conocí formas una parte de mi, la que me hacía falta para estar completo. —Terry confesó, convencido de lo que decía—. Tal vez no lo merezco, pero lo que mas deseo es estar a tu lado y ver el tiempo pasar. Dame otra oportunidad, Candy. Empecemos de nuevo, ¿si? —rogó, comenzando a acariciar su nariz contra la de Candy. Ella seguía llorando, pero esta vez, no eran lágrimas tristes, ni aterradas, eran lágrimas de alivio y alegría—. ¿Quisieras ser mi novia?

—¿Qué...?

—Quiero amarte sin obstáculos. Déjame ser solo tuyo, y tú se solo mía. —Terry pidió una respuesta, pero Candy no habló. Se alzó a ella misma en la punta de sus pies, y alcanzó los labios de Terry. Él no se resistió, y la agarró de la cintura para atraerla más a su cuerpo. La besó profundamente, jugando con su lengua y mordiendo sus labios. Candy se sorprendió con la pasión que Terry le transmitió en ese beso, pero supuso que se estaba desquitando por todas las veces que se lo había negado.

Candy poco a poco fue rompiendo el beso para recuperar el oxígeno, y de una vez calmarse un poco. Estaba segura que de no haberlo hecho, el corazón se le hubiera salido del pecho por toda la fuerza en la cual palpitaba. Hundió su rostro en el cuello de Terry y suspiró plácidamente, mientras él la mantenía abrazada a él.

—Y... ¿Eso fue un si? —preguntó Terry, haciendo reír a su amada.

—Si, Terry —aclaró la rubia, depositando un pequeño beso en el cuello de él—. Por supuesto que quiero ser tu novia. He estado esperando a que me lo pidas, y ahora que lo has hecho, siento que estoy soñando...

—No lo estás. Esta vez no te despertarás sabiendo que estoy lejos de ti, que solo fui parte de un deseo hecho sueño. De ahora en adelante, puedes tener por seguro que siempre estaré a tu lado.

La rubia alzó la cabeza y miró a Terry a los ojos. Podía verse reflejada en ellos, los cuales resplandecían de solo tenerla enfrente.

—Vayamos a casa —susurró Candy, entrelazando sus dedos entre los de Terry para llevarse de la mano como la pareja que oficialmente ya eran.

—Pero, Pecosa... Necesito buscar dónde dormir. Cancelé mi habitación en el hotel.

—Puedes quedarte en la mansión, hay cuartos de sobra.

Terry se imaginó tener que dormir en una habitación cercana a la de Candy. Tenerla tan cerca y tan lejos a la vez de seguro lo volvería loco.

—No creo que sea buena idea —negó. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar que Albert y Archie estarían muy al pendiente de él si se quedaba en una habitación. Después de todo, en el colegio Royal Saint-Paul no había creado buena fama con eso de aparecerse por los dormitorios de mujeres.

—Insisto...

—Bueno, solo no se te ocurra aparecerte en mi balcón como solías hacer. Lo menos que quiero es que tu primo el Elegante y el Tío Abuelo se junten para darme una paliza.

—¡Me voy a portar bien! —Candy rió, emprendiendo su camino hacia la mansión, sujeta de la mano de su novio.

Continuara...

꧁𑁍꧂