Abraza la manada

9

Mi compañera

—Fue solo un beso, Candy— dijo Anthony. Estaba sentado detrás de su enorme escritorio de madera y ni siquiera la miraba a la cara —no te hagas falsas ideas.

—No hablas en serio, Anthony— chilló Candy. Sentía que la distancia entre ambos aumentaba. La habitación, de pronto, era más grande de lo que recordaba.

—Así son las cosas— respondió él —yo no puedo estar contigo— se cruzó de brazos y se echó para atrás en la enorme silla —tú no eres como yo y necesito a alguien fuerte a mi lado, no a cualquier chica.

Las lágrimas brotaban a raudales de los ojos de Candy, sus palabras eran las más hirientes que había oído en su vida, y eso era decir mucho.

Candy despertó con la respiración agitada, su corazón latía tanto que casi lo sentía vibrar y el resto de su cuerpo estaba helado. Se enderezó en la cama y abrazó una almohada. "Solo fue una pesadilla" se repitió hasta calmar la agitación que sentía. Sí, se trataba de una pesadilla, algo que no era real, pero se sentía como tal.

A tientas, logró encender la lámpara de gas y vio la hora, eran las cuatro de la mañana y volver a dormir sería difícil y frustrante. Se cubrió con su bata y bajó de la cama, sintió en la planta del pie un papel y lo recogió, era la carta de Annie que se había caído en algún momento de la noche. No necesitó volver a leerla para recordar lo que decía: Annie y Archie estaban a nada de romper su compromiso y eso tenía a la joven Britter hundida en la depresión al saberse no amada por Archie y, al parecer, su madre no ayudaba mucho; por eso quería pasar una temporada con Candy en el Hogar de Pony, para alejarse de las habladurías de la gente y de los continuos reproches de su madre.

Candy no podía negarle su apoyo y compañía, le escribiría que fuera cuando quisiera, pero eso significaría dejar de visitar la manada de Anthony por tiempo indefinido. La simple idea de no poder verlo le revolvía el estómago y le daba ganas de llorar; no quería dejar de verlo y eso era un sentimiento egoísta, pues Annie la necesitaba y Candy solo pensaba en Anthony.

Tomó la figurilla de madera y se sentó en la cama, apreció cada detalle del lobo e imaginó que era el lobo de Anthony, el mismo Anthony que la había besado dos días seguidos y que, sin embargo, no había hablado del tema. Candy bufó, estaba tan confundida como excitada por aquellos besos. Los había disfrutado y estaba segura de que Anthony, también pues no era una tonta inocente, tal vez inexperta inocente, pero no tonta y había notado las reacciones físicas de él. Evocó cada beso y se dejó caer en la cama. Se habían sentido tan bien, física y emocionalmente. Sí, habían ido mucho más allá de lo que la sociedad habría calificado como apropiado, pero en ningún momento se había sentido como algo incorrecto. Tal vez tenía que ver con aquello que dijo Ian sobre los prejuicios de las sociedades humanas y que ellos no se regían por las mismas, ellos eran más libres y desinhibidos al momento de sentir. Desde ese instante, Candy deseó ser como ellos y dejarse llevar por lo que sus sentimientos le pedían.

"Tú no eres como yo, y necesito a alguien fuerte a mi lado, no a cualquier chica", las palabras de Anthony en su sueño volvieron a abofetearla. En definitiva, Candy nunca podría ser como Anthony: otra vez, como cuando eran niños, Candy no era suficiente para él. Antes, ella era una huérfana y él, el heredero de una poderosa familia; ahora, Anthony era el líder de una manada de hombres lobo y ella era solamente una humana. Parecía que el destino solo los unía para resaltar sus diferencias y aumentar la línea que los separaba.

La rubia pataleó, estaba enojada y frustrada y sabía que eso era completamente ajeno a su modo de ser, pero no podía evitarlo. Estaba enojada, triste, angustiada y decepcionada; solo que, de todas esas emociones no sabía cuál imperaba y, llevándolas todas consigo, se levantó de la cama y empezó su jornada antes que todos en el orfanato.

Cuando la hermana María y la señorita Pony salieron de sus habitaciones, Candy ya había dispuesto la mesa para el desayuno y preparado café para ellas tres. Fue al establo a limpiar el lugar de Canela y recoger huevos.

El chico que traía la leche del rancho de Tom todas las mañanas, se sorprendió de ver a Candy recibirla, pues siempre lo hacía la monja.

—¿Todo bien, Candy? — preguntó la señorita Pony cuando la joven volvió con la canasta de huevos.

—Sí, hay suficientes— respondió la joven al poner la canasta sobre la mesa de la cocina.

—Hablo de ti— replicó la mujer —¿estás bien?, te ves agitada, ¿algo te inquieta?

"Estoy enamorada de un hombre lobo, líder de una manada que resulta ser Anthony, nada más" pensó Candy y fue sorprendida por sus propias ideas, esa era la mejor manera de simplificar su situación y tuvo que reconocer, sin rodeos, que estaba enamorada de Anthony.

Una sonrisa nerviosa se instaló en su rostro, pero pronto negó con la cabeza. —Todo está bien— contestó y la mujer asintió, aceptando que no sacaría en ese momento más información; así que cambió el tema hacia la próxima visita de Annie y qué tan seguro era que esta se efectuara.

Candy les contó lo que la joven Britter decía en su carta y, aunque intentó no preocuparlas, las mujeres ya lo estaban.

—Mi pobre Annie— dijo la hermana María con voz frágil.

—Sí— agregó la señorita Pony con el ceño fruncido —siempre fue muy insegura y esto no la ayudará en nada, pero dime, Candy, ¿es seguro que romperá su compromiso?

—Sus padres llevan mucho tiempo pensándolo— respondió Candy —primero decidieron esperar para respetar el luto de Archie, pero ahora que él está en Pensilvania estudiando dudan que cumpla su palabra porque lleva mucho tiempo ausente y no se comunica con Annie con tanta frecuencia como antes— Candy dio un largo trago a su café —aunque es comprensible, debe estar muy ocupado con sus estudios. Ni siquiera Albert o yo hemos recibido noticias de él desde hace meses. La última vez que recibí carta suya fue cuando compramos el equipo de laboratorio, hace seis meses.

—Pero tú no eres su prometida— replicó la monja —debería escribir a Annie frecuentemente.

Estaba claro que ambas mujeres tomarían partido por la situación de Annie, y Candy también lo habría hecho si no conociera tan bien a Archie y entendiera que no era sencillo para él cumplir con las expectativas de sus padres, ahora que era el único heredero de la familia Cromwell y el pariente más cercano al patriarca Andley. A esto se sumaba el hecho de que a los dos los quería como a hermanos y, al ser tan cercana a ellos, siempre quedaría en el medio de sus discusiones y no podría apoyar a uno sin lastimar al otro. Solo le quedaba escuchar lo que Annie tuviera que decir y apoyarla en su momento más vulnerable.

—Pase lo que pase— sentenció la señorita Pony —nosotras estaremos ahí para Annie. Si decide venir a pasar una temporada con nosotras, la recibiremos con los brazos abiertos — sus interlocutoras asintieron, en eso estaban de acuerdo todas —solo espero que no te moleste volver a compartir tu habitación con ella, Candy.

—¡Para nada! — exclamó Candy —será como cuando éramos niñas. —Cuando vuelva le escribiré de vuelta.

Después del desayuno y de un par de berrinches infantiles de unos chicos que no querían dejar ir a Candy, esta salió de casa y abordó el automóvil en que ya la esperaba Gabriel para llevarla a la casa de la manada. Se saludaron con confianza, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo y emprendieron el camino. Hasta ese momento, Candy fue consciente de sus sentimientos y el mismo tornado de emociones que había sentido al despertar, la devoró. El Anthony de sus pesadillas le repitió que necesitaba a alguien como él a su lado y no a una humana. Pensó que sería muy estúpido de su parte creer que entre ella y Anthony había una posibilidad de relación. Eso no parecía posible, pues con base en lo que ella misma había visto y entendido de la manada, todos eran lobos, no había ahí ningún humano que fuera pareja de un lobo. Entonces, por qué Anthony la había besado, no una, sino dos veces.

—¿Estás bien, Candy? — preguntó Gabriel al verla tan callada, seria y tamborileando los dedos sobre su pierna, completamente nerviosa.

—¿Qué? — preguntó Candy, saliendo del laberinto de sus pensamientos.

—Pregunté si estás bien— repitió Gabriel —te ves diferente, tensa y pálida, ¿no dormiste bien? — preguntó mientras señalaba sus ojos. Candy tenía unas marcadas ojeras, consecuencia del desvelo.

—¡Oh, sí! — dijo ella, llevándose las manos a la cara —dormí poco, solo es eso—. En definitiva, no iba a contarle a Gabriel sus preocupaciones, sobre todo porque no quería corroborar sus conclusiones.

—Si hay algo en lo que pueda ayudarte— dijo Gabriel —puedes contar conmigo.

—Te lo agradezco mucho— respondió Candy con sinceridad —pero no te preocupes, estoy bien—. Una media sonrisa que no iluminó los ojos de Candy fue la confirmación para Gabriel de que algo le pasaba.

—Anthony— lo enlazó mentalmente —estamos a dos minutos— informó.

—Los veré en la entrada— contestó Anthony.

—Te aviso que algo le pasa a Candy— dijo con prisa —se ve triste y preocupada. Espero que no hayas hecho nada para tenerla así— Gabriel no evitó el tono acusativo, como si hablara a un hijo o a un hermano menor y cortó el enlace.

Tan pronto como llegaron, la puerta del automóvil se abrió. Una mano conocida le fue tendida a Candy para ayudarla a bajar, misma que ella aceptó y volvió a sentir las chispas que la recorrían cada vez que Anthony la tocaba.

—Buenos días, Candy— dijo Anthony tan pronto la tuvo frente a sí. Su voz era suave.

—Buenos días— respondió ella.

Anthony la observó con detenimiento, Gabriel tenía razón, algo le pasaba. Su rostro se veía pálido y cansado; esperaba que no estuviera enferma. La tomó por los hombros y sintió cómo su delicado cuerpo vibraba, parecía una locomotora. Al darse cuenta de que Candy no lo miraba a la cara, la tomó del mentón y, con delicadeza, inclinó su cabeza hacia arriba, hacia él.

—Dime qué te pasa— pidió y el rastro de preocupación de su voz no pasó desapercibido para Candy, quien intentó recomponerse. No quería echarse a llorar en sus brazos diciéndole que había tenido un mal sueño, eso sería ridículo.

—¿A mí? — preguntó, fingiendo una sonrisa —nada, no me pasa nada.

—Candy…— acarició su mejilla y acercó su rostro al de ella, era perfecto. Ella reaccionó al contacto y cerró los ojos. Un movimiento milimétrico de su boca lo animó a besarla.

Candy anhelaba ese beso y se entregó a él. Borró de su mente los pensamientos intrusivos y fue como si las últimas horas de duda nunca hubieran existido y su día apenas comenzara con ese beso que empezaba a reclamarla con más fuerza.

Tras reconocer los labios de Candy, Anthony se abrió paso entre ellos y exploró su boca; sus lenguas se encontraron y empezaron a bailar juntas. Él no era el único que se entregaba, ella también se movía a su ritmo y deslizando sus suaves manos entre su cabello lo atrajo más hacia ella. Era como una máquina que recibía toda la frustración y el miedo de ella y lo convertía en energía pura. Su pecho estaba agitado y sus labios cada vez pedían más de él, quien no tuvo reparos en darle lo que quería. Anthony deslizó sus manos hacia la cintura de Candy y la pegó a su cuerpo; ella jadeó al sentir su erección chocando contra su pelvis, pero ninguno de los dos se detuvo. Se necesitaban, tal como un sediento al agua y no era de buenos cristianos negarle el agua a quien lo necesita.

—Mi dulce Candy— murmuró Anthony cuando fue inevitable separarse. Besó la comisura de sus labios y recorrió con su nariz su bello rostro. Ella le sonrió y la mirada que le lanzó fue el premio mayor, sus ojos verdes brillaban y sí, también sonreían. Guardaron silencio hasta recobrar el aliento, pero en ningún momento soltaron el abrazo que los tenía envueltos. —Ven— dijo Anthony después, tirando suavemente de su cuerpo para moverse de la entrada de la casa.

—¿A dónde vamos?

—Quiero enseñarte un lugar y ahí podemos hablar

—Anthony, espera— lo detuvo sujetando su brazo —Debo ir con Isaac.

—No vayas— contestó —pueden arreglárselas.

—Anthony— lo reprendió con su cantarina voz —me comprometí a cuidarlo y ya voy tarde.

—No— dijo, tomándola entre sus brazos —esta mañana eres mía, tenemos mucho de qué hablar y…— le dio un beso fugaz en los labios para convencerla, pero Candy no cedió ante el chantaje… no tan fácilmente.

—Déjame al menos avisarles— pidió Candy respondiendo con otro beso fugaz —nada de enlace mental— ordenó poniendo su índice en la sien de Anthony —iré yo misma.

Anthony gruñó, pero asintió —tienes cinco minutos— ordenó.

—¡Cinco minutos! — repitió Candy —no, dame diez.

Él negó con la cabeza y repitió —cinco.

—Ocho— negoció ella.

—Seis.

—Ocho o nada— sentenció Candy, dispuesta a no ceder.

—Será mejor que corras— contestó él y le mostró una seductora sonrisa con la que Candy no pudo luchar, tampoco quería hacerlo. —Te veré en la entrada principal—. Candy asintió y echó a correr al interior de la casa. Subió las escaleras con prisa y llamó a la puerta de Astrid en cuanto la tuvo a su alcance.

—Adelante— se oyó la voz de la madre y Candy entró. —¡Hola, Candy!— la saludó con cariño. Isaac descansaba en su cuna y Astrid ya estaba lista para salir. Candy respondió el saludo y empezó a disculparse, le pidió que la esperara un poco, pues tenía que hablar de Anthony de algo urgente, pero le prometió que volvería pronto para hacerse cargo del bebé.

—No hay ningún problema, Candy— dijo Astrid, sonriendo —me pudieron enlazar.

—Le pedí a Anthony que no lo hiciera— respondió Candy —quería avisarte en persona.

—Eres muy atenta— sonrió— ahora, ¡vete!, no hagas esperar al jefe, ¡corre!

Astrid la urgió a que saliera de su habitación y Candy obedeció sin replicar. Tan rápido como recorrió el pasillo de ida, lo hizo de vuelta y bajó corriendo las escaleras. Miró un reloj de pared y vio que le sobraban dos minutos de los ocho que Anthony le había dado, así que, para no darle la razón de que cinco eran suficientes, desaceleró el paso y caminó con calma.

—¡Quiero encontrar a mi compañero! — exclamó una voz femenina cerca de Candy, pero no lo suficiente para ver de quién se trataba. Candy frenó sus pasos.

—Paciencia— dijo otra voz femenina —lo encontrarás.

—¡Cuándo! — chilló la otra mujer, en realidad sus voces se oían muy jóvenes —No veo la hora en que el jefe me envíe a otra manada y tenga mayor oportunidad de hallarlo.

—Para eso necesitas transformarte primero, ¿no? — preguntó con burla la otra joven.

—Para eso no falta mucho— respondió la primera chica y, justo en ese momento, pasaron frente a Candy. Efectivamente, se trataba de un par de chicas que no pasaban de los quince años. Cada una llevaba en las manos un pesado paquete de libros. El rostro de sorpresa que hicieron al verla, le recordó a Candy el mismo que ella hacía cuando, en el San Pablo, era sorprendida por alguna de las monjas.

—Buenos días— dijo una de las jóvenes y aceleraron el paso. Candy no tuvo tiempo de devolverles el saludo, pero no se ofendió y siguió su camino hacia la entrada principal de la casa.

—¡Anthony! — gritó en cuanto lo vio de espaldas. Él giró al oírla y le tendió los brazos, ella no dudó en lanzarse a ellos y lo abrazó.

—¡Qué chica tan puntual! — dijo él, sonriente. Tenerla en sus brazos era la mejor sensación que podía experimentar.

—Intento serlo— dijo pretenciosa, dejando para después todas las anécdotas en las que había sido reprendida por llegar tarde.

—Caminaremos un largo tramo, ¿no te molesta? — preguntó Anthony mientras entrelazaba su mano con la de ella y empezaba a caminar hacia el bosque, por el lado oeste.

—Para nada— dijo Candy apretando su mano con la de Anthony.

Anthony asintió y la guio por el camino. Mientras avanzaban, él cuidaba los pasos que ella daba, aunque no era necesario, pues la condición física de Candy era excelente y, caminar en medio del bosque no representaba ningún problema para ella.

Tras quince minutos de caminata, que la pareja hizo en medio de una cómoda y trivial conversación, se detuvieron en un minúsculo claro de bosque, donde un hermoso haz de luz se colaba entre los árboles e iluminaba la hierba. El ambiente capturó todos los sentidos de Candy, el aroma de la tierra se mezclaba con el que desprendían los árboles; el silencio era abrumador y tranquilizante y, solo prestando mucha atención, se podía oír el cauce del río; el sol calentó pronto el rostro de Candy, quien por unos segundos cerró los ojos y disfrutó de ese baño de sol y energía natural. Todavía con los ojos cerrados sintió cómo Anthony apretaba su mano y creyó que su calor era más reconfortante que el del mismo astro.

—Este lugar es precioso— dijo en voz baja para no perturbar la tranquilidad del claro.

—Lo es— escuchó la voz de Anthony y abrió los ojos. Él estaba justo frente a ella y la miraba con ternura y admiración. Candy le sonrió y bajó la mirada hacia sus manos que estaban entrelazadas.

—Anthony— dijo, frunciendo el ceño —¿qué es un compañero? — preguntó sin titubeos.

—¿Quién te habló de eso? — cuestionó Anthony.

—¡Nadie! — respondió con rapidez —se lo escuché decir a unas chicas.

—¿Qué dijeron?

—Una de ellas decía que no veía la hora en la que la enviaras a otra manada, después de su transformación, para que pudiera hallar a su compañero.

—¿Y qué más?

—Nada más, sólo eso escuché porque en cuanto me vieron, callaron.

—Ignóralas— dijo Anthony con indiferencia —son cosas de jovencitas.

—No parecía— refutó Candy —sonaba como algo realmente importante para ellas—. Candy tenía muchas dudas del mundo de Anthony, había preguntas que quería hacer y, por diferentes razones, no había tenido oportunidad de hacerlas, por lo que decidió aprovechar el tiempo que tenían a solas.

—¿En serio quieres saber? — preguntó Anthony con voz tranquila, pero en su interior estaba realmente inquieto. Candy tenía la capacidad de siempre adelantarse a sus planes.

—Anthony, si es algo secreto, delicado o algo más que no me incumbe, entiendo, en serio—. Candy se sacudió por el nerviosismo e intentó romper el agarre de Anthony, pero este se lo impidió y tiró de ella hasta una enorme roca que había un par de metros cerca de ellos y se recargó en ella. Seguían de pie, uno frente al otro.

—No, Candy, no es nada secreto…— resopló —Un compañero es… nuestra alma gemela. Cada lobo tiene un compañero único destinado, a veces lo encuentra y a veces no…

—¿Qué pasa cuando lo hacen?, ¿cómo saben si lo encontraron? — preguntó con voz temblorosa. Se estaba metiendo en algo delicado y no sabía si estaba preparada.

—El instinto nos ayuda, nos dice en dónde está y nos movemos hacia nuestra compañera. Ella huele diferente al resto del mundo y nos agita los sentidos.

—¿Qué sienten? — lo miró fijamente y tragó saliva.

—Atracción, euforia, deseo, amor— su voz se hizo más grave —se activa en nosotros un instinto de protección, un deseo incontrolable de estar a su lado, de no dejarla ir nunca.

—Anthony— la voz de Candy era quebrada —¿tú ya encontraste a tu compañera? — preguntó con miedo, uno que la ahogaba.

—Sí— la respuesta firme y rápida cayó como un rayo sobre la rubia, estaba a dos segundos de echarse a llorar. Los brazos de Anthony la tomaron de los hombros y la atrajeron con delicadeza hacia él. —Hace unas semanas llegó al bosque y tomó una siesta— Candy abrió los ojos, sorprendida y las lágrimas fueron ahuyentadas —se asustó, pero volvió al día siguiente y casi vuelvo a matarla del susto.

—Anthony…

—Y, aún así, regresó— Anthony tenía una sonrisa de medio lado, intentaba mantener la calma, pero era casi imposible. Candy quiso retroceder un paso, pero una mano de Anthony la detuvo desde la cintura y la otra, desde el cuello; no la forzaba, sólo la sostenía y ella no ponía resistencia. —Le mostré lo que soy y no me rechazó— le acarició el rostro con los nudillos y Candy cerró los ojos ante el contacto. —Tan pronto como llegó se ganó el respeto de mi manada— con el pulgar acarició su labio inferior y Candy abrió los ojos —y su cariño— la mano que la sostenía por la cintura subió hasta su espalda para darle mayor estabilidad a su agarre —la besé— soltó una risita, apenas audible —más de una vez antes de decirle esto y creo que no le desagrado, pues sigue aquí.

—Anthony… yo— la voz de Candy había huido y la joven solo pudo acomodar sus manos en el pecho de Anthony.

—Eres mi compañera— afirmó Anthony sin dejar de acariciar su pecoso rostro —eres mi alma gemela.

Candy entornó los ojos y su cuerpo volvió a echarse para atrás. Anthony sintió un golpe en el estómago. No sabía lo que pasaba en ese momento por la mente de Candy y la idea del rechazo volvió con más fuerza.

—No soy como tú— dijo Candy al retroceder medio paso. Anthony la soltó y dejó caer los brazos sin fuerzas a los costados. Ahí estaba el rechazo. —Anthony, sólo soy una humana, no tengo tu fuerza ni tu poder— la voz de Candy se quebró. La idea de ser la compañera de Anthony era maravillosa, un sueño cumplido que ni siquiera sabía que tenía hasta hacía unos días, pero dentro de todo ese mundo fantástico, debía ser razonable. —¿Cómo puedo ser digna de ti si soy tan frágil como una hoja, comparada con lo que tú y los demás pueden hacer? — retrocedió dos pasos y le dio la espalda, pero Anthony fue más rápido y, colocándose frente a ella, la hizo volver sus pasos hasta que la espalda de Candy se encontró contra la roca.

—¡Ey, ey! — dijo recuperando las manos de Candy entre las suyas —¿de dónde ha salido todo eso? — preguntó preocupado —¿quién dijo que mi compañera no puede ser humana, una maravillosa humana como tú?

—Suena lógico— respondió Candy —aquí no hay humanos y tú eres el líder de esta familia, necesitas a alguien igual de fuerte que tú a tu lado, ¿no? — preguntó, repitiendo las palabras que el Anthony de sus pesadillas había dicho.

—Es cierto que, por ahora, no hay humanos por aquí— contestó Anthony buscando calma de no sabía dónde, —pero no hay una ley que…— soltó aire, tenía tantas cosas que explicarle —Candy, mi padre no era un lobo como mi mamá y la amó hasta el último día, aún la adora— ella lo miró a los ojos por primera vez —mi abuela no era una loba y fue feliz al lado de mi abuelo…—. Respiró hondo y prosiguió, aun no decía nada y ya le dolía el corazón —Candy, sé que esto es mucho para digerir, descubrir mi condición antinatural, si quieres llamarla, es algo demasiado impactante y entiendo que te asuste. También entiendo que la idea de ser la pareja de… un animal como yo te repugne y estás en todo tu derecho a rechazarme.

Ahora Candy no sabía de dónde venían esas palabras, ¿por qué de repente Anthony se llamaba "animal" en ese tono? Y ¿de dónde sacaba que le repugnaba?

—No, Anthony— dijo llena de preocupación —no me estás entendiendo— apretó las manos de él entre las suyas —tu "condición", como la llamas, es lo más increíble y milagroso que puede existir, adoro lo que eres porque eso es lo que te salvó de la muerte, ¿cierto? — aseguró y Anthony asintió. —Es sólo que no quiero que después te arrepientas de estar a mi lado, que te des cuenta que no soy suficiente, que no soy digna de ti.

—Eso no podría pasar nunca— la interrumpió Anthony. La conversación había tomado un rumbo inesperado. —En todo caso yo no soy digno de ti— dijo —te he besado sin tu consentimiento, te he molestado con las historias de mi pasado, te he orillado a mentir y te he traído aquí sin compañía. No soy un caballero.

El silencio que vino después de sus palabras era como reciente vidrio soplado, propenso a romperse con la más mínima variación del aire. Cada uno se sumergió en sus pensamientos, en sus propios miedos y esperanzas. Si ninguno se creía digno del otro, ¿eso no significaba que eran el uno para el otro?

—Anthony.

—Candy.

Se llamaron al unísono y después rieron por lo bajo.

—Dime— dijo Anthony.

—¿Te puedo contar algo y no te burlas de mí? — preguntó Candy.

—Nunca me burlaría— aseguró Anthony.

—Anoche tuve un sueño— contó, nerviosa —mejor dicho, una pesadilla…— Anthony la interrogó con la mirada, instándole a que continuara. —En pocas palabras, me decías que no me querías a tu lado porque necesitabas a alguien como tú, una loba como tú—. Anthony iba a hablar, pero Candy lo detuvo —Anthony, desde niños, todo lo que vivimos, quienes nos rodeaban se encargaron de dejarnos muy claro que la diferencia entre tú y yo era abismal y que no teníamos un futuro juntos. Podemos decir que en ese entonces no nos importaba, pero no puedo negar que, a fuerza de tanto oírlo, la idea se clavó en mi mente y yo… tengo miedo de que eso sea cierto—. Candy hizo algo que Anthony nunca esperó, tomó sus manos entrelazadas y besó los nudillos de él. —Te quiero, Anthony, te quiero y eso es lo único que acalla la voz en mi cabeza que me dice que no puedo estar a tu lado, bueno…— sonrió— era lo único porque saber que soy tu compañera me da más valor; aunque, creo que necesito una explicación más amplia de lo que significa ser tu compañera.

—Candy— Anthony la estrechó en sus brazos y soltó todo el aire de sus pulmones, casi había dejado de respirar cuando Candy habló de su pesadilla. Ella le rodeó el cuello con sus brazos y se acurrucó en su pecho. —Entonces… ¿me aceptas como tu compañero? — preguntó separándose un poco para buscar la verde mirada de la joven. Ella asintió varias veces mientras le acariciaba la mejilla. Tenía una sonrisa diferente en su rostro, una más serena y al mismo tiempo llena de energía y esperanza. Anthony apoyó su frente en la de ella e inhaló su aroma, desde que había pisado el bosque por primera vez, ese era el único olor que lograba tranquilizarlo y ahora lo tendría para siempre a su lado. —¿Puedo besarte? — preguntó con una media sonrisa, Candy rio por lo bajo y un inaudible "sí" salió de sus labios justo antes de ser atrapados por Anthony.

Su primer beso como compañeros fue sublime, como una sinfonía que inicia lentamente y envuelve a los oyentes para después subir el tono y acelerarles los sentidos, adiestrándolos en el ritmo para, finalmente, volver a bajar la intensidad y dejarlos en un estado de éxtasis.


—Te quiero, te quiero— decía Anthony entre cada beso que dejaba en el cuello de Candy. Estaban sentados en la hierba. Él tenía la espalda apoyada en la enorme roca en la que habían declarado sus sentimientos y Candy estaba sentada entre sus piernas, con la espalda apoyada en el fuerte pecho de Anthony. La abrazaba por la cintura y ella acariciaba sus brazos. La adrenalina del momento había pasado y ahora sólo descansaban disfrutando la compañía del otro.

—¿Anthony? — lo llamó tras un suspiro causado por su camino de besos —tengo curiosidad— Anthony apoyó su barbilla en el hombro de ella —¿de qué querías hablar cuando me trajiste aquí?, no era lo de ser tu compañera, ¿verdad?

Anthony negó vagamente con la cabeza y sonrió. —No del todo— contestó— mi fallido plan era confesarte mis sentimientos— besó su cuello otra vez —disculparme por los besos que te robé…

—no puedes robar algo que es tuyo— lo interrumpió Candy y le plantó un beso en la mejilla. Anthony hizo lo mismo.

—Y después te pediría que fueras mi novia— dijo besando su sien.

—¡¿Tu novia?! — cuestionó Candy y Anthony asintió —¿no tu compañera?

—Pensaba ir por pasos— explicó —primero te pediría que fueras mi novia, si aceptabas, poco a poco te explicaría lo que significa tener un compañero y, cuando ya lo supieras todo, te diría que eres mi alma gemela.

—Era un buen plan— bromeó Candy —¿y luego qué pasó? — preguntó, divertida. La atmósfera se había relajado tanto que ya se sentían cómodos para bromear.

—Pasó que un par de adolescentes inquietas y habladoras se cruzaron en tu camino y aceleraron todo— contestó Anthony con un ligero tono molesto.

—No las vayas a regañar— pidió Candy removiéndose de su cómodo lugar, sólo para acomodarse de rodillas frente a Anthony. —Ellas no sabían que yo estaba ahí.

—Ya veremos— dijo serio, en su plan de jefe de la manada.

—¡Anthony, por favor! — suplicó Candy, pero este negó con la cabeza y se cruzó de brazos. Candy comprendió que Anthony estaba de broma, así que siguió el juego y tomando su molesto rostro entre sus manos, le dio un fugaz beso en los labios, —¿por favor? — Anthony negó y Candy depositó otro beso en su mejilla derecha. Él volvió a negarse y Candy besó su mejilla izquierda. Otra negativa y besó la punta de su nariz. —¿por mí? — pidió nuevamente y Anthony se perdió en su verde mirada que irradiaba felicidad y coquetería. Media negativa y Candy volvió a besarlo en los labios, pero esta vez con más intensidad. Algo parecido a un gruñido salió de la garganta de Anthony y, sujetándola por la cintura, logró ponerla a horcajadas sobre él. Candy no tuvo tiempo de avergonzarse o tensarse por el movimiento porque los labios de Anthony la distrajeron de todo su entorno; deslizó sus manos por su cabello y se pegó más a él para besarlo con la misma pasión que él exigía. Invadieron sus bocas, no como exploradores a lo desconocido, sino como peregrinos que conocen a la perfección el camino, cada vereda y sendero de su destino.

—Tú ganas— dijo Anthony cuando separaron sus bocas —no habrá regaño, solo una seria charla— sentenció y Candy hizo un puchero.

—También podríamos agradecerles, ¿no?— propuso Candy.

Anthony sonrió, pero negó con la cabeza. —Había una orden directa de no mencionar el tema cerca de ti— Candy iba a argumentar que las chicas no se habían percatado de su presencia, pero Anthony la detuvo —además, esa impaciencia por encontrar a sus compañeros no me agrada. Creo saber a quiénes viste y ese par tiene cosas más importantes en las que preocuparse. Ninguna se ha transformado todavía, deben entrenar, empezar a obtener más responsabilidades, decidir sobre su futuro. Todo eso antes de centrarse en hallar a su compañero, que llegará cuando estén listas, no cuando lo quieran.

Candy asintió ante cada palabra de Anthony, comprendiendo la situación, pero tan pronto como acabó de hablar soltó una carcajada que descolocó a Anthony.

—Anthony— dijo entre risas —¡suenas como un anciano!— Él se unió a la risa de la rubia. —Pero entiendo lo que dices, habla con ellas, solo no las hagas sentir culpables por algo que no hicieron, por favor.

Su compañero la miró embelesado, le acarició la mejilla y besó sus labios. —¿Ya abogas por la manada?— preguntó enarcando una ceja.

—Yo…— Candy se removió nerviosa de su lugar y volvió a su posición original.

—Está bien— dijo él acomodándose otra vez con Candy entre sus piernas —estarán felices de saberlo— besó su sien y la abrazó con fuerza. —Todos están ansiosos de reconocerte, al fin, como…— detuvo sus palabras y Candy ladeó la cabeza para interrogarlo con la mirada. —Candy… ser mi compañera viene con un paquete muy grande…— Candy asintió, esperando a que continuara —es acompañarme en mi responsabilidad de guiar a esta manada, de cuidarla y proveerla de lo necesario para nuestra supervivencia.

La joven enfermera guardó silencio por un momento que a Anthony se le hizo eterno. Desvió la mirada hacia el paisaje y él solo veía cómo ella movía la cabeza ligeramente, pensando en lo que había dicho hacía un instante. Por eso Anthony quería ir despacio. Al fin, Candy reanudó las caricias a los brazos de Anthony y acomodándose para verlo a la cara, le dijo —¿Qué tengo que hacer?

Las palabras "dicha" y "felicidad" no eran suficientes para explicar lo que Anthony sentía en ese momento. Candy estaba aceptándolo con todo lo que era y tenía. De pronto, su miedo al rechazo se le hizo absurdo y supo que tenía que contárselo a Candy, no porque fuera importante para su futuro, sino para no tener secretos entre ellos. Lo haría después, por el momento solo quería disfrutar de tener a su compañera entre sus brazos.

—Entonces, ¿qué debo hacer?— repitió Candy la pregunta —dime, por favor que hay un manual— bromeó y Anthony negó con la cabeza.

—Un manual no, pero hay muchos diarios— contestó —se han escrito por generaciones y son parte de nuestra herencia e historia. ¿Te gustaría leerlos?— preguntó.

—Todo lo que me ayude a ser una buena compañera— aceptó Candy, dispuesta a dar lo mejor de sí para apoyar a Anthony en todo lo que pudiera.

—Ya eres la mejor— dijo Anthony depositando en la mejilla de Candy uno de los miles de besos que le daría a lo largo de su vida.


Queridas lectoras

Gracias por su tiempo a este capítulo, ojalá que les haya gustado, pues nuestra pareja ¡ya es oficial!

Le agradezco su comentario a:

Cla1969, Hola! No quiero hacer spoiler, pero no te preocupes por Annie, no será un problema. Gracias por tu tiempo!

Mayely Leon: Hola! gracias por tu comentario, espero te siga gustando la historia.

GeoMtzR: Hola! Muchísimas gracias por tu comentario! Apuesto a que en comprensión lectora siempre sacabas buenas notas porque has captado muchos detalles, como la excitación de Anthony al ver a Candy con los cachorros. Como decía en un comentario anterior, no se preocupen por Annie, tengo un plan para ella, pero nada que nos entorpezca. Recuerda que la manada es un secreto y Candy no puede hablar del tema con nadie ajeno. En fin, espero que hayas disfrutado este capítulo.

María Jose M: Hola! me hiciste reír con la "alerta roja" que se te prendió al conocer a la chica, pero calma, Anthony solo es de Candy y este capítulo lo certifica, así que espero que te haya gustado.

Gracias a quienes comentan y leen de forma anónima.

Aviso que no tengo fecha establecida para el próximo capítulo, pero será la próxima semana.

¡Felices fiestas a todas!

Saludos

Luna Andry