Abraza la manada

14

Estás en casa

Segunda parte

El domingo por la mañana, Anthony llamó a la puerta de Candy. Ella abrió de inmediato, sabiendo de quién se trataba.

—¿Por qué tan sonriente? —preguntó Candy después de que Anthony le diera un beso de buenos días.

—Por muchas razones —respondió Anthony—: la primera, tú —cerraron la puerta de Candy y empezaron su recorrido por el pasillo—, la segunda, recibí carta de mi padre, vendrá a visitarnos el fin de año.

—¡Tu padre! —exclamó Candy con gran sorpresa— ¿él sabe que estás vivo?

Anthony asintió y recordó que había muchas cosas que no le había contado a Candy de su pasado.

—Sí —respondió—, es una historia larga, pero desde que lo sabe no hemos perdido contacto —bajaron las escaleras—. Cuando su trabajo se lo permite, pasa una temporada con nosotros. Estará encantado de verte.

Candy se detuvo a medio camino, un escalón arriba de Anthony para estar a su altura; colocó sus finas manos en los hombros de él y lo besó con profundidad—. Me alegra saber que tu papá está contigo, Anthony, no tienes idea de cuánto —dijo en cuanto lo soltó—. Y a mí me encantará conocerlo.

Anthony se quedó sin palabras por la espontánea muestra de afecto de Candy y la amó todavía más por no hacerle preguntas sobre cómo su padre se había enterado de que estaba vivo. Era demasiado temprano para recordar.

Llegaron al comedor donde ya varios miembros de la manada estaban desayunando. Los saludaron sin ceremonias y la pareja se sentó a la cabecera de la mesa. Candy sirvió el plato de Anthony y este le sonrió con gratitud, antes de hacer lo mismo.

—¿Y qué hacen los domingos? —preguntó Candy cuando ya llevaba medio plato de comida ingerido.

—Entrenamientos hasta el mediodía y después cada quien es libre —contestó Anthony.

—¿Cómo son esos entrenamientos? —volvió a preguntar mientras servía más café para ambos.

—Mmmm —Anthony buscó una respuesta y, al instante, se le iluminó el rostro con un aire de diversión—, ¿te gustaría verlos?

—¿Puedo?

—¡Claro que sí!

Candy asintió con entusiasmo. Se apresuraron a terminar el desayuno y salieron para alcanzar al primer grupo de entrenamiento, en el que Víctor y Gabriel estaban. Salieron por la puerta principal y Anthony guio a la rubia hacia el mismo lugar donde, durante su primera visita, conoció a los lobos cara a cara. El lugar era amplio y despejado. No había nada que entorpeciera el movimiento de los lobos.

La fracción de la manada que ya entrenaba, lo hacía en parejas. Mientras un par practicaba sus ataques frontales, otro pulía su técnica de derribo al oponente.

—Esos son Gabriel y Víctor. —Señaló Anthony a un par de lobos, alejados de todos, que luchaban como dos verdaderos titanes.

El lobo marrón intenso atacaba los flancos del lobo gris que gruñía y buscaba morder las patas delanteras de su oponente

—Víctor lo entrenó desde que llegamos a la manada y Gabriel dice conocer todos sus trucos…

Las palabras de Anthony fueron interrumpidas por la polvareda que causó la caída de tres metros de Gabriel. Víctor, con un ágil movimiento desestabilizó a Gabriel y, usando toda su fuerza, lo aventó por los aires y este cayó, causando un remolino de tierra que no sólo llamó la atención de Anthony, sino también de las otras parejas que se ejercitaban a su lado.

—¿Está bien? —preguntó Candy preocupada y volteó a ver a Anthony quien tenía una amplia sonrisa en el rostro, confirmación de que Gabriel estaba bien.

Víctor se abalanzó sobre su contrincante y este gruñó a modo de sumisión ante su maestro, quien también le gruñó, ordenándole que se levantara y siguieran luchando. Un segundo después, Víctor miraba fijamente a Anthony, comunicándose.

—Necesitas lucirte frente a tu compañera —dijo Víctor—. No tengas miedo, muchacho, no te haré daño —lo incitó.

Calma, viejo —le respondió Anthony—. Sigue calentando con Gabriel y no te contengas conmigo.

Anthony se quitó el saco sin perder de vista a Víctor. Candy lo miró con atención, sabiendo perfectamente que se había perdido una conversación entre él y su tío.

—Candy —dijo dándole su saco—, necesito que no te muevas de aquí. —La hizo retroceder unos metros para estar lo suficientemente lejos de los que entrenaban —y presta atención— le guiñó un ojo sin darle tiempo a preguntar nada y fue los vestidores a cambiarse.

La joven lo miró trotar y perderse en el vestidor. Se figuraba lo que pasaría: Anthony también tenía que entrenar. Sin moverse de lugar, se abrazó al saco de Anthony y siguió observando el entrenamiento al que se habían unido otros cuatro miembros, pero en su forma humana y empezaban a luchar cuerpo a cuerpo. Candy miraba con tanta atención cada golpe, movimiento de piernas y rapidez con la que se movían los combatientes que no se dio cuenta cuando Lucille se detuvo a su lado.

—¡Hola, Candy! —la llamó en voz alta y la rubia brincó de la sorpresa.

—¡Lucille! —rio— ¡me asustaste!

—Es divertido —admitió la loba— aquí es raro lograr sorprender a alguien. Ya sabes, el oído…

—Me alegra que mi humanidad te divierta —bromeó Candy.

—No volveré a hacerlo, lo prometo. —Se comprometió la loba levantando la mano con solemnidad—. Vine para darte tu primera lección de combate —agregó sin pausa.

—¡Mi qué! —gritó Candy, imaginándose de inmediato en un combate cuerpo a cuerpo contra Lucille, contra quien, sin duda, perdería, pues ella era una de las mejores guerreras de la manada, según lo que había aprendido.

—Será teórica, no te asustes —respondió Lucille con una sonrisa que calmó a Candy—. El jefe lo ordenó.

Lucille tenía atado el cabello en una coleta alta, llevaba pantalones y botas. Se arremangó la camisa y buscó con la mirada una pareja combatiente para usar de ejemplo, pero después negó ligeramente con la cabeza y se puso frente a Candy.

—Lección número uno en combate —empezó a hablar—nunca le des la espalda a un lobo. — Candy asintió.

—Y nunca —se acercó mucho a ella, invadiendo su espacio personal, tanto que Candy trastabilló y estuvo a punto de caer de espaldas de no ser porque Lucille la tomó por los hombros—, nunca pierdas estabilidad. Tu cuerpo debe estar sólido, fijo como roble.

Metió un pie entre los de Candy y la hizo abrirlos en compás. Le quitó el saco de Anthony de las manos y lo arrojó al suelo.

—Tu fuerza debe concentrarse en tus caderas —colocó sus manos a esa altura y la hizo menearse un poco para que encontrara su equilibrio e impulso—. Nunca le muestres tu miedo a un lobo. Endereza el cuerpo y saca los hombros. Ningún humano es más grande que un lobo, pero si impones tu presencia y dominas tu entorno dudará en acercarse porque no sabrá cómo lograr un ataque efectivo.

—¿Y si lo hace? —preguntó Candy.

—Tienes una manada entera para protegerte —respondió Lucille para darle tranquilidad, pues recapacitó que Candy no era uno de sus subordinados con quien debía ser ruda y cruel—, pero como todos los humanos, tenemos un punto débil: la vena yugular. —Se llevó una mano al cuello—. ¡Mira, ahí viene Anthony! —señaló hacia el enorme lobo blanco que aparecía en la escena, y Candy sintió un tirón en el estómago. Le gustaba el lobo de Anthony y una incontrolable necesidad de tocarlo se apoderó de ella, pero logró contenerse y se plantó en su sitio con firmeza.

Anthony fue a encontrarse con Víctor con calma. Quienes entrenaban no dejaron su ejercicio, pues en el campo, Anthony era uno más. Se encontraron uno frente al otro.

¿Desayunaste bien, muchacho? —preguntó Víctor.

Empezaron a acecharse, sin perder la vista en el otro y caminando en círculo. Anthony sentía la tierra entre sus patas, oía el crujir de las hojas al ser pisadas por él y su tío, y olía a Candy, a unos metros de ellos. Irguió su figura y mostró los dientes.

También dormí bien, anciano —respondió con altanería—, no me hagas tomar una siesta.

El ataque de Anthony fue limpio, pero esquivado por Víctor con destreza, quien intentó devolver el golpe, solo que Anthony fue más rápido y el lobo mayor patinó sobre la tierra.

—Justo lo que te dije sobre el equilibrio —dijo Lucille a Candy, quien observaba con mucha atención el combate—. Mira cómo Víctor no le da la espalda en ningún momento, a pesar de haber derrapado y ahora va por las patas traseras, pero Anthony es más ágil… ¿ves? Lo esquivó y… ¡uy! Víctor es especialista en el ataque doble y nunca lo ves venir, perdió el primer golpe a propósito para hacerlo caer, ¿viste?

Anthony había besado la tierra y Candy hizo un gesto de dolor al oír el golpe sordo, pero no podía negar que ver ese combate la emocionaba, como si de un deporte se tratara.

¿Tan pronto sacas tu mejor golpe? —preguntó Anthony en tono retador al momento de asestar otro golpe sobre su tío, uno que esta vez dio en el blanco.

Lucille rio por lo bajo y le lanzó una mirada a Gabriel, quien seguía la pelea más cerca que los demás.

—Gabriel dice que pones nervioso a Anthony —miró al jefe y asintió—, y Anthony dice que después de acabar con Víctor, le dará una paliza a Gabriel.

Candy se agachó a recoger el saco de Anthony y siguió viendo la pelea, verlo relajado y confiado en su forma de lobo le gustaba, la hipnotizaba y la hacía amarlo cada día más. Cosa que se había dado cuenta que era muy posible.

Eres un líder fuerte —dijo Víctor cuando Anthony lo tuvo vencido, con legítimos movimientos, y tendido boca arriba—, ¿quién te enseñó a pelear así?

Un valiente —respondió Anthony liberando a su tío.

Pues preséntamelo —bromeó Víctor al incorporarse.

—¿Ya terminaron? —preguntó Candy a Lucille al ver que Anthony y Víctor ya no se atacaban.

—Acaban de empezar —respondió la loba en cuanto vio cómo Gabriel se ponía en guardia y retaba a Anthony.

¿Ya acabaste de jugar? —preguntó Gabriel con sarcasmo.

Anthony gruñó y esperó el primer golpe…


Candy y Anthony estaban en el claro, sentados en la hierba después de haber dado un paseo por el bosque.

—¿En serio no te lastimé? —preguntó Candy por tercera vez. Habían recorrido el bosque con Candy a lomos de Anthony y ella temía haberlo lastimado después de todos los golpes que había recibido durante sus encuentros con Gabriel y Víctor.

—Para nada —contestó Anthony también por tercera vez—. Deja de preocuparte.

Le acarició la mejilla y se acostó en la hierba, al lado de ella. Candy se giró para mirarlo y se arrastró hasta quedar a la altura de la cabeza de Anthony, este la levantó y se acomodó en las piernas de Candy, quien empezó a delinearle el rostro con el índice en una caricia delicada y sutil. Anthony cerró los ojos y dejó escapar un profundo suspiro. El entrenamiento lo había cansado porque había tenido doble combate y, además, él ya había hecho sus ejercicios desde el amanecer al lado de Lucille y Aaron, pero eso no se lo diría a Candy, ya que estaba seguro que lo regañaría por el sobreesfuerzo físico. Además, había valido la pena ya que, como Víctor había dicho, debía lucirse frente a su compañera. Sonrió complacido y no supo en qué momento se quedó dormido. Candy sí se dio cuenta cuando eso pasó y sonrió, feliz de tener a Anthony en su regazo. Memorizó su perfil, su frente amplia, cubierta por su cabello rubio; su nariz recta: su mandíbula bien delineada y su barba partida.

Dormido tenía una expresión serena, pero pequeñas marcas en el contorno de los ojos eran un indicativo de que los entrecerraba demasiado, y una muy discreta marca en el entrecejo decía que también lo fruncía mucho. Anthony tenía mucha responsabilidad sobre sus hombros, compromisos y deberes, pero aun así, siempre encontraba tiempo para ella; nunca dudaba en dejar lo que estuviera haciendo y se dedicaba a ella, tal como había hecho esa mañana y todos los días que pasaron instalando la enfermería, o cuando en su despacho, Anthony dejaba su lugar e iba a sentarse a su lado, respondiendo cada una de sus preguntas y traduciéndole el libro del alemán a su lengua.

Con mucha delicadeza y cuidado para no despertar a Anthony, Candy depositó un beso en su frente. Sonrió. Se sentía feliz, segura y en paz.

La siesta ni siquiera duró media hora, pero cuando Anthony abrió los ojos se sintió descansado y feliz de la vista que se le presentaba. El rostro de su compañera lo recibió con una sonrisa y una caricia en la frente. Se enderezó para no seguir aplastando las piernas de Candy y se estiró como si hubiera dormido ocho horas.

—¿Te aplasté mucho? —preguntó.

—No, no te preocupes —respondió Candy mientras él la ayudaba a ponerse de pie.

—¿Quieres volver ya a casa? —preguntó mientras Candy se sacudía la tierra del vestido.

—Me gustaría caminar un rato más —pidió mordiéndose el labio, nerviosa de lo que quería hacer, pero sentía que era momento de abrir su corazón por completo y decidió que era mejor hablar en el bosque, lejos de todos. Lo había decidido en ese momento de tranquilidad para asegurar la tranquilidad de su futuro con Anthony.

—Bien, vamos. —Aceptó Anthony y la dejó elegir el rumbo. Candy miró en todas direcciones y tomó el camino hacia el norte.

—Anthony —dijo la rubia cuando ya habían avanzado un largo trecho—, una vez me dijiste que te contara sobre Stear y Archie, ¿lo recuerdas? —Anthony asintió, se refería a la vez que se habían encontrado en el pueblo—. Bueno, quiero hablarte sobre ellos y lo que vivimos después de que tú… te fueras.

—De acuerdo…

—Pero para eso tengo que hablarte de alguien más en mi vida…

Anthony asintió.

—Anthony, yo… yo estuve enamorada de alguien.

La historia que Anthony escuchó de boca de Candy lo desgarró, no porque hubiera amado a alguien más antes que a él, en realidad también había sido después de amarlo a él por primera vez, pero eso ahora no era relevante. Lo que le dolía era todo el sufrimiento que Candy había tenido que soportar por ese hombre. Su reputación había quedado en duda en ese colegio cuando aún era una niña; arriesgó su vida cruzando el mundo sola y sin dinero; sufrió la distancia de su relación; sacrificó su amor por el bienestar de otra mujer y él ¡él había permitido todo eso!, ese actor la había dejado ir y, en el proceso, la puso en peligro, pues lo que Candy vivió después… ¡Dios! ¿la construcción de las vías del tren en medio de todos esos hombres?, ¿considerar ser enfermera militar y terminar como Stear y tantos otros?, ¡el idiota de Neal quiso obligarla a casarse con él!, ¡el interminable veneno de Elisa que puso, otra vez, en duda su reputación!

Anthony le dio la espalda a Candy y se alejó unos pasos. La rabia contra todos aquellos que habían dañado a su compañera nació en su corazón. Él podría, con solo apretar la mano, acabar con Neal, Elisa, ese actor y hasta su esposa, y esta no podría salvarlo de él como hizo con las luces del teatro. Apretó los puños y respiró, ordenándose a guardar la calma. Candy estaba sólo a unos metros y no debía perder el control. Inhaló profundamente y, al exhalar, escuchó la voz angustiada de Candy.

—Anthony, ¿estás molesto? —preguntó tirando de su brazo para que la mirara a la cara.

Candy quería contarle su vida porque confiaba en él, no buscaba un perdón ni una expiación, pues era su vida y sus decisiones, sólo no quería tener secretos con Anthony y era cierto que, si le contaría sobre sus primos, entonces tendría que hablar de Terry, de Elisa y de Neal, pero el mutismo de Anthony y su evidente rabia la hizo dudar de su decisión y, hasta temer de su reacción.

—Candy —la tomó de los hombros, la atrajo hacia su cuerpo y la abrazó con fuerza, demasiada fuerza para el pequeño cuerpo de Candy—, eres la persona más fuerte que conozco —dijo hundiendo la nariz en su cuello.

Ella respiró un poco aliviada, pero aun con trabajo por la presión que él ejercía sobre ella. Anthony aflojó el abrazo un poco al notar que la lastimaba

—¿Por qué no me contaste antes?, he sido un maldito egoísta por no ahondar en tu pasado, un completo idiota —Candy aflojó más el agarre y lo miró a los ojos mientras él se ofendía, como si fuera su culpa todo lo que había pasado en la vida de ella—. No es justo que sufrieras tanto.

—Ya todo quedó atrás, Anthony —dijo Candy con voz tranquila, no tenía ganas de llorar y eso era nuevo.

—El actor…

—Terry.

—¿Aún sientes algo por él?

—¡En serio, Anthony!

—No lo digo por celos —¡claro que tenía celos!, pero debía tragárselos, aunque le causaran indigestión—, pero el amor que le tuviste fue muy grande, y algo así no desaparece de la noche a la mañana.

Una amarga sonrisa se imprimió en el rostro de Candy, tenía la respuesta a esa pregunta porque había tenido mucho tiempo para meditarla.

—Claro que no desaparece de la noche a la mañana —respondió—, pero tuve mucho tiempo para sanar la herida que me dejó su amor y ahora es un recuerdo, como todos los demás, a veces es alegre y otras, triste.

Anthony le acarició con mucha delicadeza la mejilla, dándole tiempo para hablar, pues en su rostro notó que estaba buscando las palabras para dejarlas salir, pero al no decir nada, él preguntó.

—Cuando se casaron, ¿qué sentiste?

—Alivio —respondió de inmediato, esa era otra respuesta que ya conocía—. Se comprometieron hace dos años, más o menos cuando yo volví al Hogar de Pony, pero no se casaron de inmediato. Según lo que leí en los periódicos, todo este tiempo estuvieron bajo la atención de un especialista que ayudó a Susana a recuperar la movilidad y, según Albert, creó una prótesis muy avanzada para ella— habló rápido para no ahondar en la amistad de Albert con Terry—. Se casaron una vez que el tratamiento dio buenos resultados y ahora que él es una figura pública más estable y reconocida, parece ser que no tienen nada de qué preocuparse.

Anthony guardó silencio, tenía demasiadas ideas agrupándose en su cerebro como para verbalizar una con claridad. Si él no hubiera sido dado por muerto, si hubiera permanecido al lado de Candy y sus primos, ¿qué habría pasado?, ¿habría evitado todo el sufrimiento de su compañera?, ¿le habría evitado la pena de enamorarse del actor?, ¿habría podido frenar los ataques de Neal y Elisa?

Pero, ¡qué idiota! ¡Esto no se trataba de él!, sino de ella, de Candy. Esa había sido su vida y no había manera de que él la cambiara, lo único que podría hacer, lo único que haría de ahora en adelante sería protegerla, amarla, evitarle, hasta donde fuera posible, sufrimientos. Él no la abandonaría, no como el actor, no como sus padres cuando era una bebé. Él no dejaría que nadie se interpusiera en su relación, ni humano ni cambiante, nunca los separarían, así mil teatros cayeran sobre ellos o mil bosques se derrumbaran.

—¿Anthony? —volvió a llamarlo.

Él parpadeó varias veces, como despertando de un sueño y le regaló una discreta sonrisa. "Trágate tu rabia y sé el hombre que ella necesita" se ordenó.

—Lamento que hayas tenido que pasar por todo eso, amor —dijo en voz baja, pero firme—. Detesto la idea de no haber estado a tu lado para impedir que pasaras por todos esos peligros y angustias, pero… —le tomó las manos y se las besó con devoción.

—Todo eso me trajo hasta aquí —lo interrumpió Candy—, cada paso que di en mi vida me condujo hasta tu puerta, Anthony.

—Lo sé —sonrió Anthony—, todo eso te convirtió en la mujer que eres ahora.

Candy también sonrió y esta vez respiró con más tranquilidad. Lo peor había pasado y aunque todavía había mucho que contarle a Anthony y que él le contara a ella, ya no habría secretos ni omisiones sobre su pasado.

—El primer día que vine al bosque —empezó a decir—, cuando me quedé dormida —Anthony asintió—; vine porque necesitaba estar sola, necesitaba pensar y entender por qué ya no me dolía pensar en Terry. Quería explicarme a mí misma si lo que sentía al saberlo casado con Susana era realmente alivio o un engaño a mí misma.

—¿Y qué concluiste? —preguntó Anthony.

Candy soltó una carcajada.

—Me quedé dormida, ¿recuerdas? —Anthony también rio—. Pero… me di cuenta de que no me estaba engañando, en verdad he dejado atrás ese amor. No tengo una fecha exacta, ¿sabes? Fue como… — Candy buscó una comparación—, fue como curarse de un resfriado y de una tos que cargaste durante mucho tiempo; la tienes en tus pulmones y no te das cuenta de que se ha ido hasta mucho tiempo después; cuando vuelves a pensar en ella, simplemente ya no está y no sabes cuándo fue la última vez que tosiste y solo sabes que se fue. Es una tonta comparación, pero solo así puedo simplificarla, ¿me entiendes?

Anthony asintió, entendía a qué se refería Candy y confiaba en ella. Sabía que el amor que sentía por él no podría existir si todavía tuviera algún sentimiento por el actor.

No obstante, su lado racional peleaba en igualdad de fuerzas con su lado posesivo, sobreprotector y dominante, característico de un lobo y, peor aún, de un líder. No era un hombre de paz porque no era solo un hombre, era un cambiante, un lobo que, si estuvo a punto de matar a quien hirió a su mejor amigo; entonces, ¿qué no haría para proteger a su compañera?

¿Estaba exagerando? Tal vez, ¿veía problemas donde ya no los había? Muy probablemente, pero eso no importaba en aquel momento. Debía pensar qué pasaría si Candy volvía a toparse con Elisa o Neal. Una vez dijo que Albert los mantenía a raya, pero ¿qué tal si no era suficiente? Debía pensar en ese actor que sí, la había dejado ir, pero no significaba que hubiera dejado de amarla y, siendo realistas, su matrimonio no lo detendría para buscarla en algún momento si así lo deseaba. "¡Contrólate!" se gritó internamente.

—Gracias por confiar en mí —dijo Anthony después de un largo silencio en el que Candy también se hundió en sus propios pensamientos.

—Gracias por escucharme —suspiró—, ¿todo en orden?

—Claro que sí. —Anthony le besó la comisura de los labios y la tomó de la mano.

—Ahora ya te puedo contar de Stear y Archie y los problemas que causamos en el San Pablo —dijo Candy con un aire divertido y relajado para no seguir con el ambiente tenso.

—¿Ustedes tres?, ¡no me lo imagino! —respondió Anthony con sarcasmo.

Llegaron a la entrada del aserradero tomados de las manos. Había unos cuantos miembros limpiando el lugar que los saludaron con la mano.

—Entra a la casa —dijo Anthony—, debo revisar algo.

Candy asintió y entró sola a la casa. Anthony la vio desaparecer por la puerta y volvió al bosque. Necesitaba correr, despejar su mente y liberar su cuerpo.


La semana pasó con lentitud y drenando la energía de todos. Anthony se sumergió en el trabajo. Debía hacer el balance trimestral del aserradero; iniciar el proyecto de la fábrica de muebles; organizar la ceremonia de Juramento de los recién transformados; reunirse con Zachary y la loba recién graduada de maestra. Todo eso debía acabarlo antes del día 30. Parecía que había elegido la peor semana para tener a Candy de invitada en la casa.

Por su parte, Candy también estaba hasta el cuello de trabajo. Desde el lunes por la mañana se había instalado en el área de entrenamiento para tomar los signos vitales de los cambiantes antes de la transformación. Todos se habían mostrado cooperativos, pero debían ser pacientes y esperar su turno.

— ¡Gracias, Jess! —exclamó Candy cuando la adolescente evitó que sus registros salieran volando—. Volveré a ordenarlos adentro —dijo al ver que se había perdido el orden.

—Yo puedo hacerlo —se ofreció la joven y sentándose al lado de Candy, empezó a ordenar alfabéticamente los registros que ya había—. Tú puedes seguir trabajando y yo me encargo de los papeles.

—¡Gracias! —exclamó Candy y tomó a Jess como su asistente, quien empezó a seguirla a todos lados desde ese momento.

Candy y su asistente se retiraban al terminar el último entrenamiento y después de la comida se instalaban en la enfermería para volver a tomar los signos de los cambiantes en su forma puramente humana. El jefe Anthony a veces pasaba a la enfermería a ver a Candy y otras, ella lo visitaba en su despacho, pero sólo por unos minutos porque ambos se habían sumergido en el trabajo.

—Te veo en la cena —empezaron a decir cada tarde al despedirse y así lo hacían.

Una vez servida la cena el trabajo se detenía y todos se reunían en el comedor donde a veces seguían hablando de trabajo, pero la mayoría del tiempo lo evitaban y bromeaban hasta que cada cambiante se retiraba a sus habitaciones, patrullas o cualquier cosa que tuvieran que hacer por las noches. Anthony acompañaba a Candy hasta la puerta de su habitación cada noche y después de un beso, ella cerraba la puerta y él volvía a su despacho un par de horas más.

Pasados los días, la recolección de datos estaba casi completa, con la de los adultos, Candy podría estudiar y determinar cuáles eran los parámetros normales de los lobos y hacer estimaciones sobre el funcionamiento del organismo de los niños y los adolescentes.

El trabajo que había planeado que durara semanas, se había reducido a una, y todo gracias a su intensa disciplina, a la obediencia de los cambiantes y a la asistencia de Jess.

Era viernes y sobre su escritorio, Candy tenía una pila de expedientes de los miembros de la manada, los había ordenado ya alfabéticamente y solo esperaba a que le trajeran un archivero que Anthony había prometido días atrás. Tenía también un par de libros de medicina y un diario en el que hacía anotaciones.

Desplegó sobre el mismo una larga hoja en la que había elaborado una tabla con los nombres de todos. Debía vaciar en ella el peso, estatura, temperatura y presión arterial. Jess se había ofrecido a hacer esa parte, pero Candy quería hacerlo para empezar a notar por su cuenta las constantes.

Estaba tan concentrada en su trabajo que no escuchó cuando la puerta se abrió y unos pasos se acercaban a ella que, de espaldas a la puerta, escribía con lápiz en la hoja de control.

—¿Ocupada? —la voz de Anthony sobre su hombro la sobresaltó y dejó escapar un chillido desde su garganta.

—¡Anthony, me asustaste!

—Creí que me escucharías —dijo él poniendo su mentón en el hombro de ella—, pero estabas tan concentrada.

—Quiero terminar de vaciar la información pronto —respondió dejando caer el lápiz sobre el papel.

—Trabajas mucho, deberías descansar. —Anthony le besó el cuello y ella sonrió por los escalofríos que causaba el contacto.

—¡Mira quién lo dice! —reclamó ella—. Me has evadido todos estos días con tu trabajo para que no te revise.

–¡Claro que no! —se defendió Anthony—, en serio he tenido mucho trabajo. —Le recorrió en cuello con la nariz e inhaló su aroma cerrando los ojos.

—Estoy cansado —le besó el cuello—te necesito.

Candy sonrió al tiempo que se estremecía. Sonrió, y girando levemente la cabeza, le besó la mejilla. Anthony bajó su mano hasta su espalda y la puso de pie. La atrajo hacia su cuerpo y la abrazó. Candy le rodeó el cuello con los brazos. Se besaron lentamente.

—Aprovechemos que estás aquí. —Dijo Candy separándose del agarre de Anthony. Tiró de él hasta la mesa de revisión y prácticamente lo empujó para que se sentara—. Déjame tomar tus signos.

Anthony soltó un gruñido a modo de queja. Candy lo retó con la mirada.

—Debiste ser el primero en venir para poner el ejemplo y no el último, quejumbroso.

Anthony no hizo caso a su regaño y sin darle tiempo a reaccionar volvió a atraerla hacia su cuerpo, la colocó entre sus piernas y la abrazó por la cintura.

—Yo sólo venía por un poco de cariño de mi novia —dijo atrapando sus labios, pero ella lo detuvo poniendo una barrera entre sus bocas con su mano.

—Deja que te tome los signos y después te doy todo el cariño que quieras.

Los ojos de Anthony brillaron y aflojó el agarre. Candy le dio un beso fugaz y le ordenó ponerse de pie.

—Allá —señaló con el índice—, necesito tu estatura y peso.

Anthony se dirigió a la esquina donde estaba la báscula y obedeció. En una hoja en blanco, Candy anotó los datos y lo hizo volver a la mesa de revisión, donde le tomó la temperatura y la presión en completo silencio.

Anthony adoraba ver esa faceta de Candy, cuando la joven divertida y traviesa se ponía completamente seria y dedicada en su trabajo; así que respetó el momento y obedeció lo mejor que pudo como paciente.

—Tus signos son normales —habló Candy— similares a las del resto.

Anthony asintió. Tener un control médico de su manada había sido una idea brillante y responsable. —Debo tomar tu presión un par de veces más, como hice con el resto, para tener una constante. Una vez por la mañana y otra después de la transformación.

—Venir aquí será lo primero que haga por la mañana —asintió Anthony—¿los demás están bien?

—Dentro de los parámetros humanos, sí —respondió Candy—. Aún estudió la biología del lobo con los libros que me facilitaste, pero me parece que todo es normal.

—¡Perfecto!, entonces ya terminamos. —Volvió a tomarla de la cintura y a aprisionarla entre sus brazos. Candy se recriminó por no verlo venir, otra vez, pero solo rodó los ojos y recargó sus finos brazos en los hombros de Anthony—. Ahora cumple tu promesa.

El beso no se hizo esperar; los cálidos labios de Anthony reclamaron los suyos y su lengua invadió su boca provocando un leve gemido en ella que él gozó y aprovechó para besarla con más intensidad. Ella se apretó contra su cuerpo y enredó sus dedos en el cabello de él, atrayéndolo. Todo su cuerpo se entregó en ese beso, el placer la recorrió y después ya no hubo tiempo de pensar en el trabajo.

—Demos un paseo antes de cenar —propuso Anthony.

—Vamos —asintió Candy dejando escapar un suspiro.


Hola, ¿cómo están?, ¿qué les parecieron estos dos capítulos?

Un poco de calma después de las semanas tan intensas que tuvieron, ¿no creen? Por fin arrancamos la bandita sobre la herida de Terry y el triste pasado de la pecosa para dejarlo atrás definitivamente. Espero que este capítulo doble les haya gustado.

Agradezco sus comentarios y lecturas anónimas y, en particular a:

María Jose M: ¡Hola! Ya me había asustado con la ausencia de tu comentario en los capítulos anteriores, pensé que ya no me querías (llora como Magdalena) jaja. Pero la espera valió la pena porque como siempre, tus lindas palabras me animan a continuar. ¿Será que Oliver y su esposa son de la manada?, ya veremos y, tenías razón con la señorita Pony, era de esperarse que supiera de la manada si es casi vecina. En fin, espero que estos capítulos te gustaran. Te mando un fuerte abrazo.

GeoMtzR: ¡Hola! ¿qué te digo? Tus comentarios siempre me sacan una enorme sonrisa y hasta carcajadas, ahora quiero escribir "Doña Ponny" cada vez que aparece en una escena jaja. Te confieso que me dolió hacerla sufrir en su juventud, pero creo que es un personaje desaprovechado en los fics y necesitamos darle vida antes de tener el orfanato y, en esta historia, qué mejor que sepa lo que pasa para que apoye a la pecosa. Por otra parte, me encantaría que me contaras qué rumbo habías imaginado para la historia y perdón por hacerte sufrir con Anthony todo pálido y demacrado, pero no había dormido mucho el pobre. Te agradezco mucho tus lindas palabras y espero que este par de capítulos te hayan gustado, insisto, algo tranquilo después de todo lo que ya sucedió. Te mando un fuerte abrazo.

Cla1969: ¡Hola! muchas gracias por tu comentario, qué bueno que te gustara la visita de Anthony al hogar, aunque el pobre sufrió un poco y sobre la señorita Pony, no quería hacerla sufrir, pero necesitábamos su ayuda para la reconciliación. Espero que este capítulo te haya gustado. ¡abrazos!

Mayely Leon: ¡Hola! qué bueno que te gustara la reconciliación, esperemos que ya no se peleen porque la que sufre soy yo haciendo que se reconcilien jaja. ¡Te mando un abrazo!

Saludos

Luna