Advertencia: El siguiente capítulo contiene escenas de violencia y sexualidad moderadas

Abraza la manada

19

Héctor y Aquiles

Tercera parte

Al término de la sobremesa, que se extendió más de lo esperado, los visitantes fueron acompañados a la cabaña por Gabriel y Aaron. Anthony ordenó que fueran vigilados y éstos dos eran los encargados de cumplir con la orden. Héctor y Aquiles se irían por la mañana con la respuesta de Anthony para el jefe Rodrick en la carta.

—Odio que me vigilen.

—En casa haríamos lo mismo.

—A eso me refiero, prefiero vigilar a ser vigilado, no soy un animal de zoológico.

—Sólo un animal.

—¡Idiota!

—Sigue hablando con los demás para que no sea tan obvia nuestra conversación.

—¡Como si ellos no hicieran lo mismo!

—Sólo sigue hablando. Haz amigos, hermano.

—¿Puedo preguntarte algo, Gabriel? —habló Aquiles ante la renuencia de su hermano por hacer amistad con sus anfitriones.

—Tú dirás.

—¿Estás bien con no hacer nada respecto a los que te atacaron?

—Son órdenes de mi líder —contestó Gabriel encogiéndose de hombros mientras los cuatro caminaban hasta la entrada de la cabaña.

—De eso hablo, si pudieras atrapar al culpable, ¿lo harías?, si pudieras evitar que ataque de nuevo, ¿lo harías?

—Si volviera para atacar a mi manada, ten por seguro que él o ella no saldría vivo de aquí.

—Sí, pero…

—Tuvo su oportunidad de matarme y no lo logró, tampoco ha vuelto a intentarlo, eso quiere decir que no es tan idiota y no quiere problemas en esta zona.

Abrieron la puerta de la cabaña y entraron. Héctor se quitó de inmediato el saco y Aquiles fue hasta su pequeña maleta y empezó a buscar algo.

—¿No les importa que ataquen a más de los nuestros? —cuestionó Aquiles con una botella en las manos.

—Creí que habían acordado dejar el tema en paz, pero parece que te interesa más a ti que a mí —dijo Gabriel cruzándose de brazos.

—Que digan lo que tienen que decir y nos vamos —dijo Aaron y, con un leve asentimiento de cabeza, Gabriel aceptó.

—Es solo que, creí que después de…

—Hermano… no —lo interrumpió Héctor.

—Habla —ordenó Gabriel comenzando a perder la paciencia con el tema.

—Creí que después de que la jefa Rosemary Andley murió por heridas de plata, les importaría más a ustedes, tanto como a mí.


Candy estaba cansada e inquieta. Daba de vueltas por toda la habitación esperando a que Anthony llegara y los minutos se le hacían eternos. Desde que conoció a los visitantes se inquietó, había algo en ellos que no le gustaba y no sabía qué era; tal vez eran los nervios de conocer a cambiantes ajenos a la manada y, de la misma de la que había oído hablar en Chicago. Era lógico que el cambiante de la fiesta lo reportaría a su líder, tal como Odette había dicho y hecho ella misma. Lo que no tenía sentido era que fueran directo con ellos y ofrecieran regalos y alianzas.

El consejo de la señorita Pony de aprender sobre sus leyes y modo de vida resonó en su cabeza, misma que ya le dolía.

Hizo su rutina nocturna con lentitud para calmarse. Al ver que el reloj avanzaba y Anthony no volvía, se acostó en la cama. La puerta se abrió cuando estaba por cerrar los ojos y se incorporó de prisa.

—No te levantes —dijo Anthony tan pronto la vio.

Fue hasta ella y le besó la frente. Se quitó el saco y lo arrojó a la silla más cercana; fue hasta el pie de la cama y se sentó para quitarse los zapatos, todo sin decir una sola palabra.

—¿Todo en orden? —preguntó Candy sentándose en la cama.

—Sí, la charla se extendió mucho, pero ya están en la cabaña. Se irán por la mañana —contestó Anthony cuando sintió que los brazos de Candy lo rodeaban por la espalda y su mentón se apoyaba en su hombro.

—Nunca te había visto tan tenso —dijo ella tras un instante de silencio.

—No nos gustan los visitantes inesperados y estos dos con su insistencia sobre el ataque de Gabriel y de cazar a los responsables no hicieron nada más que inquietarme.

—Todo pasará cuando se vayan y vuelvas al asunto por tu cuenta… por nuestra cuenta. Estoy segura de que Derek encontrará algo sobre lo que pasó ese día y por qué.

Anthony resopló, dándole la razón y acarició los brazos de Candy.

—Por cierto, estuviste maravillosa allá abajo. —Le besó el brazo—. No sabía que eras tan buena anfitriona.

—Aprendí algunas cosas inútiles en el colegio —bromeó Candy y le besó la mejilla.

—También sacaste el tema del canto de sirena —observó Anthony—, ¿en serio lo menciona el libro?

—No, pero como dijiste que no querías que supieran la información que nosotros tenemos sobre la mujer que hipnotizó a Jimmy, mentí para ver si me decía algo más sobre la droga.

—¡Eres brillante!

—A mí también me interesa saber quién es esa mujer que atacó a Gabriel y usó a Jimmy, pero no conseguí nada.

—Lo averiguaremos, te prometo que la encontraremos y responderá por sus crímenes, ya sea que pertenezca al grupo que esos dos dijeron o no.

—Lo sé —afirmó Candy muy cerca del oído de Anthony.

Anthony pidió un beso con un gesto y Candy se lo otorgó con gusto y sin prisa. Deslizó su mano en su pecho y empezó a desabrocharle la camisa. Anthony echó la cabeza hacia atrás y se dejó llevar por las caricias de su compañera. Le fascinaba el hecho de que cada vez se mostrara más segura para tocarlo de esa manera, amaba los gemidos que provocaba en ella, cuando la besaba, cuando la tomaba con sus dedos o su boca.

La tomó por la cintura y la puso a horcajadas sobre él, una posición con la que había notado que ella se sentía cómoda. Su risa ante el movimiento lo fascinó y se dejó caer de espaldas. Disfrutó de los besos y caricias que ella le daba. Le tomó las caderas y gruñó al sentir cómo ella se presionaba contra su ya creciente erección.

—Anthony… —musitó ella contra sus labios.

Sonrió al oler su excitación y escuchar su voz pidiéndole más placer que unos cuantos besos y caricias.

—¿Estás segura? —preguntó tomando el rostro de Candy entre sus manos.

Ella cerró los ojos y asintió tras un suspiro.

—¿Segura de que te quiero?, completamente.

Anthony la atrajo hacia sus labios y la besó. Saboreó su boca, dominó su lengua y se llenó del sabor de ella. Estaban listos y entusiasmados.

Ella le terminó de desabotonar su camisa y él se la quitó, arrojándola al piso. Candy le besó el cuello y bajó hasta su pecho, mientras él acariciaba sus piernas y poco a poco llegaba a la parte interna de sus muslos. Entre un gemido y un jadeo, cambiaron la posición, hasta que Anthony quedó encima de Candy y se acomodó entre sus piernas sin dejar de besarla. Había olvidado por completo las últimas horas y ahora sólo existían ellos en ese preciso momento.

Anthony deslizó una mano por la humedad de Candy y su pulso se aceleró todavía más al sentirla tan excitada, pero la necesitaba sólo un poco más si la iba a hacer suya esa noche. Candy gimió en cuanto sintió los dedos de Anthony rozarle de esa manera tan peculiar y excitante a la que ya se había hecho devota y enterró las uñas en su espalda, disfrutando de las sensuales e íntimas caricias en su centro. Candy llegó al éxtasis y Anthony absorbió esa explosión de placer con su boca, devolviéndola en un beso pasional y profundo.

Candy fue distraída con ese beso mientras Anthony empujaba hacia su interior aun con la ropa puesta. Bajó su mano para desabotonar el pantalón y…

—¡CARAJO! —gritó de pronto y Candy se sobresaltó.

—¿Qué…? —preguntó asustada, pues Anthony nunca maldecía cuando se trataba de su intimidad.

—Escaparon… Héctor y Aquiles escaparon —dijo retrocediendo y levantándose de prisa—, atacaron a Gabriel y Aaron.

—¡Por Dios! ¿Están bien? —preguntó Candy alarmada y levantándose también de la cama.

—Sí, pero debo saber qué pasó.

Anthony se vistió nuevamente.

—No salgas de aquí, por favor —le pidió antes de salir de la habitación. Candy asintió—. Prométemelo —exigió Anthony.

—Me quedaré aquí hasta que vuelvas —prometió Candy.


Anthony bajó deprisa del tercer piso; en el camino llamó a su tío y éste lo siguió tan pronto como recibió la orden. Las patrullas estaban advertidas y los cambiantes que estaban ya en sus camas, también.

—¿Qué pasó? —cuestionó Anthony a Gabriel en cuanto llegó hasta la zona del bosque donde habían perdido a Héctor y Aquiles.

—Siguieron con el tema del ataque a Gabriel —respondió Aaron—, quisimos escuchar más de lo que decían y…

Aaron cayó de rodillas en un segundo y vomitó un raudal de sangre. Anthony, Gabriel y Víctor se hincaron para auxiliarlo, pero entonces el cambiante cayó inconsciente en el suelo.


Una hora antes, cuando Aaron y Gabriel bebían en compañía de Héctor y Aquiles…

—Sí, yo era un niño, pero puedo asegurar que la jefa Rosemary no murió por plata —repitió Aaron mientras bebía del ajenjo que Aquiles les había ofrecido—. Sus heridas fueron graves, pero de una pelea entre ella y el líder del grupo de bestias que nos atacaron en ese entonces.

—No es lo que mi padre sabe… —dijo Héctor.

—¿Y qué sabe tu padre que no estuvo aquí durante ese ataque?

—Ella y nuestro padre se conocían —contestó Aquiles—, él quiso forjar una alianza con ella poco antes del ataque que sufrieron. Yo recuerdo que, más de una vez, él se reunió con la jefa Rosemary.

—Víctor no dijo eso —enlazó Gabriel a Víctor.

—¿Y?

—Y ellos, a pesar de no hacer negocios juntos, sí que se hicieron amigos y, después del ataque, cuando ella se mudó a la casa de los Andley, cerca de aquí, le escribió a mi padre contándole lo que había pasado y los síntomas que no la dejaban volver a convertirse. Mi padre sabía que esos malestares eran a causa de la plata, se lo dijo y le ofreció un remedio, pero cuando él llegó aquí era muy tarde y ella había muerto.


Aaron fue llevado a la casa por una patrulla conformada por Lidya, Odette y Charles.

—Vean por ustedes qué pueden hacer con lo que saben. Llamen a Sofía —ordenó Anthony—, tío, ve con él y ayúdalo.

—Anthony, sobre lo que dijeron de tu madre…

—¡No importa ahora! —exclamó Anthony—, Gabriel y yo los buscaremos —tras decir esto, su cuerpo adoptó su forma lobuna y empezó a correr en dirección al rastro que Héctor y Aquiles habían dejado y que más cambiantes de la manada ya seguían. Gabriel lo siguió de la misma forma.

—¿Qué fue lo que bebieron?, ¿tú no sientes nada?

—Dijeron que era ajenjo, ellos también bebieron, sólo yo lo rechacé.


—¿Por qué no dijeron eso antes con Anthony? —preguntó Aaron dejando el vaso de licor sobre la mesa.

—Creíamos que lo sabían y, te repito, por experiencia propia sabemos lo que causa la plata, física y emocionalmente, así que no quisimos remover recuerdos… pero al parecer, ustedes no tienen ese recuerdo… lo que se me hace muy extraño…

—Aquiles, ya has hablado demasiado y no cambiarás las cosas —intervino su hermano—. No vas a emprender una cruzada tú solo para acabar con todos aquellos que atacan a nuestra especie.

—¡No debería hacerlo solo! —gritó el mayor—, ¡Por qué a nadie le importa lo que nos pase!, ¡deberíamos estar unidos!, ¡hay humanos cazándonos y a todos los jefes de manada sólo se les ocurre esconderse como ratas cobardes!

—¡CUIDA TUS PALABRAS! —Exclamó Gabriel tomando con brusquedad y sin previo aviso a Aquiles por las solapas de la ropa—. ¡Recuerda que sigues en nuestro territorio y le debes respeto a nuestro jefe!

—¡Respeto! —Aquiles se sacudió del agarre de Gabriel haciendo un gran alboroto en la cabaña.

Su hermano se levantó y se situó a su lado, midiendo los movimientos de Aaron, quien también se había excitado por las palabras pronunciadas contra su jefe

—¿Respeto a un niño cobarde? —agregó con burla, pero no tuvo tiempo de agregar nada más, pues el puñetazo de Gabriel lo tumbó en el piso.

De inmediato hubo cuatro enormes lobos transformados en ese pequeño espacio. Aaron detuvo a Héctor, que quiso atacar a Gabriel, y lo aventó hasta la ventana que se rompió en pedazos; éste arremetió contra él y terminaron peleando afuera tras romper la pared de madera. Aquiles lanzó un gruñido de furia antes de abalanzarse sobre Gabriel, quien no esperó el encuentro y chocó contra él en el aire. Este par fue el que terminó de destrozar la cabaña y siguieron luchando en el exterior.


—Jefe, tenemos a uno. —Un jefe de patrulla enlazó a Anthony después de una hora, pues el bosque era un enorme territorio que cubrir—. Al norte.

—No lo dejen escapar —ordenó Anthony.

—No lo hará… está herido.

—Voy para allá.

—Lucille y su patrulla siguen al otro.

Empezó a correr en la dirección señalada.

—¿Lucille?

—Aquí.

—Tenemos a uno, ¿Dónde está el otro?, ¿Lucille?, ¡Lucille! —Anthony intentó llamarla en múltiples ocasiones, pero ella no respondió—. Perdí a Lucille —dijo a Gabriel.

—Deben haber excedido el límite de la conexión.

El cuerpo humano de Héctor estaba tendido en el suelo, cubierto de tierra y sangrando; había perdido el conocimiento. Fue llevado de inmediato a la casa de la manada, por la entrada oeste, al calabozo…

Estaba por despuntar el alba y Lucille y su patrulla aun no volvían, Aaron seguía inconsciente y Héctor, sujeto de los brazos con cadenas reforzadas, era interrogado por el jefe Anthony.

—No te creo —negó Anthony por tercera vez mirando cómo Héctor escupía la sangre que se había acumulado en su boca debido a los golpes.

—Digo la verdad. —Respiraba con dificultad—. Intenté detenerlo, pero me derribó.

—¿Primero atacas a miembros de mi manada y después a tu hermano para volver a pedir nuestra ayuda?

—Se volvió loco. —Héctor escupió otra vez—. Quiere matar a mi padre.

Sacudió sus brazos, intentando zafarse de las cadenas pues, aunque lo había intentado toda la madrugada sin éxito, no perdía la esperanza de liberarse.

—Los ataques lo han perturbado y quiere matarlo para hacerse líder de la manada y tener todo el control y el poder para cazar a los atacantes.

—¿Por qué no lo detuviste antes? —preguntó Anthony tomando un viejo banco y sentándose frente a Héctor.

—No supe sus intenciones hasta que me las dijo cuando huíamos de tu manada. —Su respiración empezó a agitarse—. Ahí es cuando peleé con él, intenté detenerlo, pero…

—¿Eres el guerrero más fuerte de tu manada y él te venció? —preguntó Anthony con incredulidad.

—Es por la bebida…

—¡Claro!, ¡el ajenjo! —exclamó irónico— él también bebió y tú no estás igual de afectado que mi cambiante.

—Debió ser la cantidad… agua, por favor… —pidió el prisionero.

Anthony miró la mesa desvencijada que tenía cerca y tomó la jarra de agua, pero la devolvió a su sitio.

—No tendrás nada hasta que Aaron despierte —sentenció Anthony y Héctor torció el gesto.

—Mi hermano es el experto en venenos y antídotos, pero juro que lo que les dije lo sanará… —jadeó—, si tienen todos los componentes… si son administrados a tiempo… tu compañera sabrá qué hacer.

—¡NI SIQUIERA LA MENCIONES! —gritó Anthony en el momento en que daba un puñetazo al rostro de Héctor.

—¡Estamos perdiendo tiempo! —respondió Héctor como si no hubiera recibido el golpe—, mi hermano matará a mi padre y hará una masacre… necesito tu ayuda para detenerlo…

—Traspasas mi territorio, atacas mi manada, ofendes a mi compañera desde el primer momento en que la ves y ¿debo ayudarte? —La voz de Anthony estaba cargada de ironía y rabia.

—Conozco a mi hermano, cuando se empecina con algo tiende a ser impulsivo —contestó—. Si mata a mi padre y se vuelve el líder de mi manada hará una masacre buscando a los atacantes de cambiantes. Traspasará territorios, matará a inocentes a su paso y… puede descubrir nuestra naturaleza a los humanos.


No era posible que quedarse en la habitación fuera lo único que pudiera hacer. Necesitaba saber qué estaba pasando y hasta ese momento todos parecían haber olvidado su presencia, lo que sólo significaba que el problema era grave.

Durmió poco e inquieta así que, tan pronto como amaneció, Candy se vistió y, al darse cuenta de que nadie iría a buscarla para informarle qué pasaba, ella tendría que buscar sus propias respuestas.

El tercer y segundo piso estaban en completo silencio, pero el primero lucía normal o, eso parecía…

—¡Astrid! —llamó a la cambiante en cuanto la vio salir de su habitación—, ¿me puedes decir qué está pasando?

Astrid dudó…

—¿Por favor?

—Héctor y Aquiles pelearon contra Gabriel y Aaron, huyeron y Aaron está herido.

—¿Por qué nadie me avisó?, ¿está en la enfermería?

—Sí… no sé por qué no te avisaron.

Su rostro ya lucía bastante angustiado como para que Candy agregara reclamos sin sentido, así que no dijo nada y la tomó de las manos para darle algo de apoyo.

—Sofía está con él… ella lo atendió.

—Bien, voy para allá, tal vez pueda hacer algo.

Bajaron juntas el último tramo de escaleras.

—¿Y Anthony? —preguntó con un nudo en la garganta.

—Está… ocupándose del asunto, pero está bien.

Candy corrió a la enfermería y de inmediato se puso bajo las órdenes de Sofía. Ella le explicó que Aaron había sido envenenado y que le habían administrado un antídoto, pero era muy pronto para ver los resultados. La enfermera asintió y revisó al cambiante como dictaba la medicina humana. Lo que vio no le gustó para nada, Aaron estaba en coma y, hasta el momento, Candy no tenía la información suficiente sobre lo ocurrido para poder ayudarlo.


—Si les digo lo que sé, ¿me ayudarán a salvar a mi padre? —preguntó Héctor una vez más.

—Tienes mi palabra —contestó Anthony tras una larga conversación con sus consejeros, Víctor y Gabriel.

—Yo no recuerdo que mi padre se viera con tu madre, pero debe ser cierto. En esa época viajaba mucho, buscando alianzas con otras manadas.

Sentía la boca seca, como pasto quemado, pero el agua le fue negada una vez más

—Es cierto que entablaron amistad. Yo veía las cartas en el escritorio de mi padre. Cuando se enteró de que había sido envenenada partió de inmediato para su territorio, pero llegó tarde… el día del funeral…

¿Eso es cierto? —preguntó Anthony a Víctor.

—No lo sé.

—Habló con tu tío. —Héctor tosió.

—¡Eso no es cierto! —negó Víctor.

—No contigo —agregó Héctor—, con tu otro tío… con William Andley.

—¿Sobre qué? —preguntó Anthony cruzado de brazos.

—Mi padre se disculpó por no haber llegado a tiempo para salvarla —contestó y el rostro de Anthony se contrajo—. Le mostró el antídoto y después de hablar con él, entendió que nadie de su manada o familia sabía que tenía plata en el cuerpo… sólo mi padre…

—Eso es ridículo —refutó Anthony—, ¿por qué lo ocultaría de nosotros y por qué se lo confiaría a tu padre?

Héctor asintió y guardó silencio, buscando las palabras adecuadas, pero concluyó que no había manera de suavizar lo que tenía que decir.

—Ellos estaban enamorados — afirmó…

Anthony no podía permitir esas palabras y, con violencia tomó a Héctor de la roída camisa que le habían dado y lo sacudió varias veces.

—¡Es mentira!, ¡mi madre tenía a su compañero!, ¡mi padre!

Gabriel, que había permanecido quieto durante el interrogatorio, dio un paso al frente, pero Víctor lo detuvo poniéndole una mano en el pecho.

—¡Es lo que sé! —se defendió Héctor sacudiéndose del agarre de Anthony, aunque sin poder soltarse—. Ellos querían unirse… como compañeros.

—¡Mientes! —repitió Anthony entre dientes—, ¡y tu padre miente!

—Sabía que no me creerías, pero… —tosió— es la verdad. Tu tío… William sabía… cuando habló con mi padre en el funeral, él le contó de la relación que pensaban…

—¡CIERRA LA BOCA! —Gritó Anthony al tiempo que asestaba otro golpe en la cara de Héctor.

Lo que Héctor decía no sólo era un insulto a la memoria y honor de su madre, sino que era una falta a uno de los principios que regían la vida de los cambiantes; para ellos el vínculo de compañeros era algo sagrado, inquebrantable que no se podía simplemente "cambiar por otro". No importaba si era entre cambiantes o con humanos, el vínculo de pareja era una unión tejida por el destino mismo. Se trataba de un compromiso que, una vez aceptado, solo la muerte podía romperlo.

—Anthony —lo llamó Gabriel, pero no para detenerlo de dar otro golpe—, Lucille volvió.

La cambiante había enlazado primero a Gabriel tras saber que llevaban a cabo un interrogatorio.

—¿Lo encontraron? —preguntó.

—No.

Anthony soltó a Héctor y lo arrojó al piso, mirándolo con desprecio.

—Te ayudaré a salvar a tu padre —dijo serio—, pero sólo para que desmienta lo que ha dicho de mi madre.

Salió del calabozo empujando a Víctor y Gabriel que se interponían en su paso.

—Nada de agua hasta que Aaron despierte —ordenó en voz alta.

Entró a la casa furioso. Sentía el cuerpo agarrotado y la respiración agitada. Tenía tanta rabia como preguntas y deseó tener al jefe Rodrick enfrente para partirle la cara hasta que desmintiera esa infamia de que su madre, ¡su madre!, estaba enamorada de él y deseaba unirse a él como su compañera. ¡El maldito pagaría cara su ofensa! y, para eso debía encontrar a su hijo Aquiles e impedir que lo matara.

"Yo lo mataré" pensó apretando los puños.

—¿Anthony?

¡Esa bendita voz!

Candy atravesó el pasillo y se detuvo a unos centímetros de Anthony. Se veía terrible, demacrado, pálido, sucio y… tenía sangre en los nudillos.

—¡Estás herido! —exclamó tomando sus manos.

—No es mi sangre. —Se sorprendió de que su voz sonara tranquila.

Candy asintió lentamente y no lo miró a la cara, se quedó viendo sus manos.

—Aaron… está en coma —dijo ella y su voz se quebró. Levantó la mirada y vio la de Anthony llena de furia—. Marianne y Lydia fueron a la cabaña a buscar lo que bebió para analizarlo y buscar un tratamiento.

—¿El antídoto que hicieron no sirvió?

—Lo salvó de morir, pero… —Candy intentó ahuyentar las lágrimas y, aunque no bajaron por sus mejillas, sí empañaron sus ojos.

—Ven aquí. —Anthony la atrajo hacia su cuerpo y ella se aferró a él. Anthony hundió el rostro en su cuello, refugiándose en la piel de su compañera. Candy sintió el nerviosismo que emanaba de su cuerpo y lo abrazó con más fuerza; él hizo lo mismo y permanecieron así varios minutos.

—Anthony, Candy —la voz de Lucille desde el marco de la puerta principal los hizo soltar el abrazo—, lamento interrumpir pero…

—¿Qué encontraron?

—Nada —contestó la cambiante y sus compañeros agacharon la cabeza—. Lo seguimos hasta la frontera norte, pero llegó hasta el pueblo y tuvimos que detenernos para cambiar y seguirlo a pie. Lo encontramos y… ¡el maldito es escurridizo!, perdimos su rastro.

—¿Así nada más?

—Como si no existiera.

—Creemos que usó la sustancia que trajeron Oliver y Laurie —dijo uno de la patrulla.

—Es posible, pero su hermano sabrá qué ruta tomó para llegar a su manada.

Anthony miró a Candy que escuchaba todo en completo silencio, pero con gran curiosidad, pues no sabía nada de lo que estaba ocurriendo.

—Descansen —ordenó Anthony a la patrulla—. Gabriel y Víctor siguen con Héctor, él les dirá el camino y lo seguiremos.

—De acuerdo —asintieron todos los cambiantes y desaparecieron tan pronto como habían entrado.

—Necesito cambiarme —dijo Anthony mirándose la ropa.

—Vamos —Candy le tendió su mano y sin hacer preguntas, fueron hasta su habitación.

En la habitación, Anthony entró al baño a lavarse y cambiarse de ropa. Cuando salió, su rostro seguía contrariado y cansado. Le dio varias vueltas al asunto en su cabeza y Candy, aunque se moría de incertidumbre, respetó ese silencio.

—¿Ya desayunaste? —preguntó Anthony mirando la hora en el reloj de pared.

Candy negó con la cabeza.

—Deberías…

—Lo haré —Candy tomó la mano de Anthony, deseando que el contacto hiciera algo para calmarlo.

Él asintió levemente, tenía la mirada perdida en algún punto de la habitación, sumido en sus pensamientos.

—¿Ya puedo saber qué pasa? —preguntó Candy sin aguantar más los nervios.

Anthony la miró, su ceño se relajó y tras hacerle una seña para que se sentara al pie de la cama, empezó a narrarle todo lo que había pasado desde la noche hasta el amanecer. Candy escuchó en silencio, pero mientras más avanzaba la historia, más se preocupaba por los miembros de la manada, por lo peligroso que era Aquiles tras perder la razón y, sobre todo, por Anthony, quien no toleraba ni creía la idea de que su madre hubiera amado a alguien más que no fuera su padre, su compañero.

—Debe ser mentira —dijo Candy en cuanto escuchó la declaración de Héctor.

—¡Claro que lo es! —exclamó Anthony apretando los puños—, y ese hombre pagará caro su calumnia.

—Anthony… ¿qué piensas hacer?

—Atrapar a Aquiles antes de que mate a su padre y… desmentir lo dicho por el jefe Rodrick. Mi padre era el compañero de mi madre, ellos tenían el vínculo, es imposible que ella sintiera algo por alguien más que no fuera él.

Las palabras de Anthony intentaban convencer a Candy de que era imposible que, una vez hallado al compañero, un cambiante fuera capaz de amar a alguien más.

—Lo sé, Anthony, lo sé —lo tranquilizó ella—, estoy segura de que todo es un malentendido, una mentira de ese hombre, pero cómo piensas hacer que se retracte… después de todos estos años diciendo esa mentira, él debe ser el más convencido de ello.


Héctor señaló con su índice el camino que Aquiles tomaría para llegar a Oregon, desde el norte, por los estados fronterizos porque ahí estaban las manadas aliadas a la del jefe Rodrick y eran por las que tendría paso seguro.

—El camino que yo les propongo es por el sur —señaló Héctor—. Hemos perdido tiempo y ya debe haber llegado a Minnesota, pero conozco un atajo y, con suerte, podemos recuperar la ventaja que nos lleva —dijo a Anthony y los demás cambiantes que lo oían.

—Bien —asintió Anthony después de estar completamente seguro del camino que debían tomar y asegurarse de que los estados por los que pasarían no serían vistos como invasores, pues Anthony conocía a varios líderes de la zona.

—Si salimos en una hora aprovecharemos mejor el tiempo y el territorio —dijo Gabriel memorizando el mapa.

Anthony asintió, miró a Héctor con detenimiento y desconfianza, pero era su único recurso para darle alcance a Aquiles y evitar los problemas que éste podría causar.

—Lucille e Ian irán conmigo —dijo Anthony a Gabriel.

Éste iba a replicar, pero Anthony lo frenó con la mirada.

—Necesito que cuides a la manada y a Candy.


Una hora no fue suficiente para tranquilizar a Candy sobre la partida de Anthony al territorio de Oregon. Ella sabía que era algo arriesgado cazar a un cambiante, lo había comprendido desde el principio. Aquiles era un ser peligroso que había engañado a todos con su carácter amable y hasta diplomático. Ahora, su arranque de ira podía poner en riesgo a varias manadas, pues si las palabras de Héctor eran ciertas, entonces Aquiles iniciaría una cacería para encontrar al grupo que cazaba a los cambiantes sin importarle las reglas básicas de delimitación de territorio; no se tentaría el corazón para interrogar a humanos o quitarlos de su camino si le estorbaban.

El miedo de Candy fue más rápido que su razón y se imaginó todos los problemas y violencia que habría si los humanos descubrían la existencia de hombres que se transformaban en lobos. Anthony lo había dicho una vez y ella también lo sabía, los humanos temen a lo desconocido y no dudan en atacar aquello que no conocen y consideran una amenaza para su existencia; tampoco eran tontos y no tardarían en hallar la manera de herir a los cambiantes.

A esto se sumaba, y era lo que a Candy más le asustaba, la rabia que Anthony sentía hacia el desconocido jefe Rodrick que, por años y quién sabe a cuántas personas, había dicho que la jefa Rosemary pretendía volverse su compañera. Candy sabía del amor, respeto y admiración que Anthony profesaba a su madre y entendía el daño que las palabras de ese hombre le hacían y también comprendía que él necesitara aclarar ese asunto, pero cómo se suponía que esclarecería esa mentira, cómo limpiaría el honor y la memoria de su madre.

—¡¿Sólo irás con Ian y Lucille?! —exclamó contrariada cuando escuchó la ruta y el momento en que partirían—. ¡Sólo ustedes tres con ese animal! —agregó refiriéndose a Héctor, en quien no terminaba de confiar.

Estaban solos en la habitación, preparando las cosas de Anthony.

—No necesitamos que un grupo grande ande por el país persiguiendo a Aquiles. Llamaríamos la atención y él nos burlaría con más facilidad.

Candy negó con la cabeza y empezó a frotarse las manos con nerviosismo. Anthony no estaba más tranquilo, pero se acercó a ella y la tomó por los hombros.

—Confía en mí —le dijo con voz serena.

Ella lo miró e hizo un puchero que advertía un raudal de lágrimas, pero Anthony no pudo contener la risa ante la ternura de su rostro y ahuyentó las lágrimas.

—¡Cómo te atreves a reírte en un momento así! —le reprochó la rubia golpeándole el pecho, pero un segundo después ya lo estaba abrazando y hundía su frente en el cuello de él.

Anthony la estrechó contra su pecho e intentó consolarla con palabras dulces y tranquilizadoras.

—Te prometo que todo estará bien. Volveré antes de que caiga la primera nevada. —Acarició su rostro y la hizo levantar la mirada—. Te gustará el bosque cubierto de nieve.

Candy esbozó una ligera sonrisa y le besó la comisura de los labios. Si esos eran los últimos momentos a solas que tendrían, entonces querían aprovecharlos al máximo.


Anthony y Candy bajaron hasta el despacho, donde Víctor y Gabriel los esperaban para recibir las últimas instrucciones por parte de Anthony.

—Sofía y Candy se encargarán de cuidar de Aaron —dijo—. Marianne y Lydia las ayudarán con el veneno y sabrán a quién contactar en caso de que su situación empeore o necesiten algún medicamento o remedio.

Candy asintió.

—Gabriel, te encargarás de la seguridad y entrenamientos de los demás. Hasta que Aaron despierte, es tu responsabilidad. Vigila el perímetro y haz las modificaciones que creas necesarias hasta que vuelva.

Gabriel también asintió, pero estaba confundido, pues en ausencia de Aaron, Víctor era el encargado de la seguridad.

—Tío, debes buscar a William y hacer que te diga qué pasó en el funeral de mi madre. Debemos saber si es cierto que el jefe Rodrick habló con él y si sabía de… —apretó los puños— de los supuestos planes de mi madre.

Candy miró a Anthony con profundo amor y dolor. Ir a pedir ayuda a Albert para esclarecer la situación era definitivamente una decisión muy difícil para Anthony que sólo reflejaba la gravedad del asunto.

—Lo haré —afirmó Víctor—. Espero tener respuestas antes de que lleguen a Oregon.

Se pusieron de acuerdo en los puntos de comunicación que había y en los que Anthony se reportaría al teléfono de Harmony, por lo que un cambiante sería designado exclusivamente para reportar las noticias.

—Todo está listo —dijo Gabriel tras recibir el mensaje de Ian desde la puerta de la casa.

Candy sintió la angustia atorarse en sus pulmones, impidiéndole respirar y el miedo paralizando sus brazos y piernas. Anthony tragó saliva y tras una profunda inspiración, tomó la mano de ella y se la besó. Gabriel y Víctor salieron en silencio.

—La manada ya lo sabe, pero tú no. —Volvió a besar el dorso de su mano—. En mi ausencia, tu palabra es la ley.


En la entrada de la casa ya estaba dispuesto un automóvil. Un par de cambiantes custodiaban a Héctor y Lucille no le quitaba la vista de encima. En el pasillo principal Ian y Astrid se despedían, por lo que, al salir, Candy y Anthony fueron discretos y salieron a encontrarse con los demás.

—Haz tu trabajo, cuídate y vuelve a salvo —ordenó Astrid abrazando a su compañero.

—Volveremos antes de que tengas tiempo de extrañarme —bromeó Ian besándola en la mejilla.

—Eso no es posible porque ya te extraño —respondió Astrid. Ella también estaba asustada con la idea de cazar a Aquiles y del peligro que corría el padre de sus hijos—. Pero vuelve, vuelve porque tienes una promesa que cumplir —dijo fingiendo seriedad en sus palabras, pero estaba a punto de quebrarse en llanto.

Ian la besó en los labios.

—Volveré y pondré a esa niña que tanto deseamos aquí —dijo él colocando su mano en el vientre de Astrid.

—¡Más te vale! —lo retó— no seré la única mujer de nuestra familia.


Ian se apresuró a salir y escuchó cómo Anthony daba las últimas instrucciones.

—Es hora —dijo Héctor, inquieto por los minutos que pasaban y que él ya consideraba perdidos.

Ian subió del lado del piloto, Lucille, del copiloto y Anthony y Héctor tomaron los lugares traseros.

Candy vio partir el automóvil y con la mano se deshizo de una lágrima. No quería llorar, no delante de los demás, pero la situación no se lo ponía fácil. Astrid salió de la casa y la rodeó por los hombros.

—Es difícil separarse, sobre todo la primera vez, pero debes confiar en él y en tu corazón, que siempre te dirá cómo está—le dijo para consolarla.

—¿Y cómo hago eso? —preguntó Candy a media voz.

Astrid respiró profundo.

—Primero, calmando tu estómago. Vamos a que comas algo. —La tomó de la mano y la hizo entrar a la casa.

Víctor y Gabriel las siguieron, cada uno fue directo a cumplir las órdenes que Anthony había dejado claras.


Víctor se alistó para salir rumbo a Chicago en busca de Albert. En la puerta se despidió de Candy y Gabriel.

—¿Crees que Albert quiera hablar contigo? —preguntó Candy— yo podría ir también.

—No, Candy —sonrió Víctor con su habitual tranquilidad—. No soy la persona favorita de Albert, pero sé cómo hablar con él. Además, lo necesitamos tranquilo y no creo que enterarse de que eres una de nosotros lo haga muy feliz.

—Tienes razón, lo siento…

—No te disculpes por nada. —Víctor la abrazó con el afecto de un padre—. Ten un poco de fe en mí, pequeña. Arreglaremos este malentendido y todo volverá a la normalidad.


Gracias por leer:

María Jose M: Hola, ¿cómo estás? Espero que bien y que no me odies todavía por este episodio. Todos sabíamos que algo apestaba y mira, ya estalló la bomba. Mil gracias por tus palabras y tu atenta lectura. Gracias por apreciar la relación entre Candy y Anthony, así veo que no voy muy errada en la química que los une. Y como bien dices: ¿quién como Candy? Se sacó la lotería con Anthony y puso la vara demasiado alta para las mortales como nosotras que queremos uno de esos. Reitero mi agradecimiento y espero que esta historia siga siendo de tu agrado. Yo también soy muy puntual con la redacción porque a eso me dedico, así que, si ves un error garrafal, con confianza, me reprendes. Te mando un abrazo y espero tus conjeturas.

Mayely Leon: Hola, bendiciones a ti también y muchas gracias por tus comentarios.

Cla1969: ¡Hola! muchas gracias por tus palabras, creo que todavía no podrás estar tranquila, no hasta que se solucione este malentendido que trajeron estos hermanitos, pero Candy y Anthony son muy inteligentes, como bien señalas, y sabrán actuar. Te mando un abrazo y espero que estés muy bien.

GeoMtzR. Hola! Candy es buena actriz, tienes razón, ¿de quién lo aprendió? Jaja pero de algo sirvió, ¿no crees? Geo, muchas gracias por tus comentarios en ambos capítulos. Me encanta leer tus teorías, pero no diré nada hasta que avancemos. Insisto, son los capítulos más intensos de la historia y espero no enredar mucho la situación. Te mando un fuerte abrazo y espero que estés muy bien.

Nos leemos pronto

Luna