Advertencia: El siguiente capítulo contiene escenas y temas de violencia
Abraza la manada
21
La guarida de Oregon
Tercera parte
—Anthony…
¡Esa voz!, ¿hacía cuánto tiempo que no la escuchaba!
—Anthony, mi amor, despierta.
¡Ahí estaba!
Se veía tan hermosa con ese vestido blanco y su cabello suelto cayéndole por el pecho. Sonrió en cuanto la vio. Ella también sonrió y se acercó a él.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó preocupado.
—¡Shh! —Candy puso sus dedos sobre su boca y lo miró con ternura—. Debes resistir, Anthony —le dijo con voz firme, pero baja, para que sólo él la escuchara.
—¡Candy!
—Tienes que volver a mí, Anthony —dijo en el mismo dulce tono de voz. Le acarició el rostro y él gozó del calor de su tacto.
—¡Candy! —dijo llorando—, no puedo resistir más.
—¡Claro que puedes! —Soltó una risita que se sintió como un bálsamo.
—Tengo miedo…
—Es normal, pero eres fuerte, Anthony.
—No…
—Eres más fuerte que tu miedo, más fuerte que el dolor que ahora sientes. Eres más fuerte que Rodrick y volverás a mí. Tienes que volver a mí.
—¡Candy!
*C & A*
—¡Candy! —gritó en cuanto abrió los ojos.
—¡Anthony, gracias a Dios! —exclamó Amelia con cierto alivio.
—Candy…
¿Fue un sueño?
¡Fue un sueño!, ella no estaba ahí, Candy estaba en casa… estaba en peligro y él tenía que escapar de ahí para ponerla a salvo.
—¿Cuánto tiempo me perdí? —preguntó.
—Cuarenta, cincuenta minutos —contestó Amelia—. ¿Por qué te importa la hora?
—Si a las once de la mañana no salimos de aquí, todo este lugar caerá.
Amelia lo miró con extrañeza. Ella sabía, por experiencia propia, que no había manera de escapar de ahí. Quienes lo habían intentado no vivieron para aprender de sus errores.
—¿De qué hablas?
Anthony se irguió hasta donde pudo, la herida del estómago le dolía y seguía sangrando mientras que las de la espalda ardían como el infierno. Su rostro se contrajo, se quejó, aclaró su garganta y miró a su tía con una sonrisa llena de confianza que la hizo creer que el muchacho había perdido la razón.
—No vine solo —respondió—, afuera hay tres cambiantes de nuestra manada dispuestos a entrar a como dé lugar si a las once no cruzo la puerta.
—¿Tres?, Anthony, aquí hay decenas de cambiantes. Rodrick habrá partido con sus mejores guerreros, rastreadores y sanadores, pero no dejó el territorio solo. Tres cambiantes no harán la diferencia.
Anthony volvió a sonreír, pero no dijo nada. Necesitaba despabilarse.
—¡Lia! —Su nombre hizo el característico eco en la cueva—. ¿Estás aquí?
—¡Ray! —gritó Amelia.
El jefe Anthony no pudo descifrar el aspecto de la recién llegada porque pasó corriendo frente a él, directamente a encontrarse con Amelia. Su tía se dejó abrazar y besar por la joven.
—¡Niña!, ¿cómo lograste entrar? —preguntó Amelia cuando Ray dejó de besarla, pero no de abrazarla.
—No importa ahora —respondió Ray. Sacó del bolsillo de su mandil una especie de llave y un pasador. Tomó la mano derecha de Amelia y empezó a manipular la cerradura—. Te buscamos toda la noche, hasta que el jefe Rodrick y Héctor se fueron, nos enteramos de que estabas aquí. ¿Qué pasó?
—La manada que atacarán es la mía —contestó Amelia y Ray detuvo sus manos—. Mi líder está ahí. —Señaló con la mirada a Anthony, quien era un mero espectador y le sonrió—. Deja de intentarlo, Ray, sabes que no podrás.
—Shh, ya casi está —dijo Ray y la miró con orgullo—. Michael me enseñó.
—¿Puedes hacerlo? —Ray asintió— Entonces ve con él. —Amelia sacudió su mano para que la joven dejara de intentar liberarla—. Primero libéralo a él.
—Pero… no tengo mucho tiempo, sólo vine por ti, para que puedas escapar por la cueva.
—Ray, por favor.
Los ojos de la joven, emocionados hasta un instante atrás, se llenaron de lágrimas; no obstante, obedeció. Sacó la llave y el gancho de la cerradura y un ¡clic! liberó la mano de Amelia. Ray corrió hacia donde estaba Anthony y lo miró con pena. El hombre se veía horrible, ensangrentado y bañado en sudor.
—Hola —dijo acercándose a una mano de Anthony—, ¿puedo?
Anthony se rio.
—Por favor.
Ray se sintió tonta por preguntar, pero se recompuso y empezó a trabajar de inmediato.
—¿Cómo entraste? —preguntó Anthony.
Ray tenía unos bellos ojos marrones, claros como miel. Lo miró a través de sus tupidas pestañas y sonrió con pesar.
—Le prometí un pago al guardia. No volverá hasta dentro de una hora. —dijo agachando la mirada para seguir manipulando la cerradura.
Anthony no necesitó más para entender.
La diestra de Anthony quedó liberada en unos minutos y, al bajarla, sintió un terrible dolor mezclado con frío y entumecimiento. Abrió y cerró el puño mientras Ray trabajaba con la otra mano.
—¿Dónde está Rodrick? —preguntó, aunque sabía que ya se había ido.
—Salió con el último grupo de ataque. El primero va solo y partió hace dos días, tan pronto como llegó Aquiles. El segundo va con él y el tercero con el jefe Rodrick y Héctor.
—¿No hay nadie a cargo?
—Evelyn y no tardará en bajar. Por eso deben irse antes de que ella entre.
La mano izquierda de Anthony fue libre.
Ray se agachó y repitió la maniobra con los grilletes de los pies.
—Tú también eres prisionera —afirmó Anthony.
—Desde los catorce años. Tengo veintiuno —contestó Ray.
—¿Tu manada?
—Era muy pequeña. Sólo éramos mis padres, mi hermano, mis tíos y mis primos. Mi tío era el líder. Esto tomará más tiempo… —dijo pensativa, como si lo que acababa de decir no fuera bastante trágico.
Se levantó y se limpió el sudor de la frente. Miró la mesa de herramientas y tomó un pequeño cuchillo. Volvió a agacharse y reanudó su tarea.
Amelia se frotaba las manos debido a la irritación de las muñecas y al miedo que sentía por si el guardia descubría a Ray.
—¿Sabes qué hora es?
—Faltaban veinte minutos para las once cuando salí de la casa grande.
Tal vez eran once y diez…
—¡Maldito Aquiles! —gritó con frustración, pero sin dejar de trabajar—. Él hizo estas cerraduras —explicó.
—Déjame ayudarte. —Anthony se agachó también y sí, le dolieron las rodillas, pero prestó atención a la explicación de Ray sobre el mecanismo e hizo presión con la herramienta cuando ella lo indicaba y aflojaba cuando le hacía una seña.
—Creo que ya…
La cerradura hizo un oxidado ruido y se abrió, liberando los tobillos de Anthony.
—Te debo la vida, Ray. Soy Anthony.
—Espero que su vida dure, Jefe —dijo la joven sin titubeos.
—Yo también. —Sonrió con ironía—. Ahora, necesito un poco más de tu ayuda.
—¿Qué puedo hacer?
—Miembros de mi manada están afuera de la puerta principal, deben estar por entrar, pero necesitan saber qué es lo que hay adentro.
—¿Piensan atacar?, ¿cuántos son? —preguntó Ray emocionada y asustada por la carnicería que se avecinaba.
—Son tres.
Su esperanza rodó por la cueva.
—Tienen un plan —aseguró Anthony.
—No creo serle útil, jefe —dijo Ray—. Aunque pudiera acercarme a la puerta principal, no podría salir a buscarlos.
—No tienes que salir —dijo Amelia, que no perdía palabra alguna.
—Entonces, ¿cómo?
Amelia y Anthony se miraron con complicidad.
—Ray, te ofrezco un lugar en mi manada —dijo Anthony con una voz tan solemne que Ray sintió que hablaba con un general.
—¿Cómo dice?
—Júrame lealtad y entrarás a mi manada —explicó Anthony—, así podremos comunicarnos por el enlace mental, ¿sabes lo que es?
—Sí, nunca lo experimenté, pero sé lo que es.
Ray miró a Amelia, que la alentaba con una de sus particulares sonrisas.
—Si nos matan, quiero ser parte de una manada y no una esclava —dijo tras unos segundos de pensárselo—. ¿Qué debo hacer?
—Repite después de mí —dijo Amelia—. Yo… dices tu nombre
—Yo, Ray Stevenson
—Juro lealtad al Jefe Anthony Brower
— Juro lealtad al Jefe Anthony Brower
—Y entregar mi vida para salvaguardar la seguridad de la manada, a todos y cada uno de los miembros que la conforman y nunca ir en contra de los designios de mi líder.
—Y entregar mi vida para salvaguardar la seguridad de la manada, a todos y cada uno de los miembros que la conforman y nunca ir en contra de los designios de mi líder.
—Yo, Anthony Brower Andley, recibo a Ray Stevenson en mi manada quien, desde ahora, cuenta con mi lealtad y protección. Honraré tu juramento y nunca te ordenaré hacer algo que atente contra tu vida o tu conciencia.
—¿Es todo? —preguntó Ray. Anthony asintió—. ¿No tenemos que aullar o algo parecido?
Anthony rio.
—Después. Ahora pon atención, creo que ya no tenemos mucho tiempo. La cambiante que lidera el grupo se llama Lucille, ve lo más cerca que puedas de la puerta principal y llámala a través del enlace mental. Tú conoces el terreno, dale todos los detalles que consideres importantes. Dile el número de vigías y sus lugares, así como el número de cambiantes que quedaron custodiando la casa. ¿Dónde están los cachorros?
—En el ala este.
—Díselo también. No los pondremos en peligro.
Ray asintió. Le dio sus herramientas a Anthony para que liberara a Amelia y, al meter la mano en su mandil, sacó un frasco pequeño.
—Esto ayudará a su herida —dijo señalando la puñalada.
Anthony aceptó el líquido y lo bebió de un trago.
—Jefe… ¿Cómo funciona el enlace? —preguntó avergonzada—. Lo siento, no sé hacerlo…
—Sí, ya lo había pensado. —Anthony respiró profundo, más por cansancio que por desesperación—. Dame la mano, cierra los ojos y cuando escuches mi voz, aprieta mi mano.
Ray obedeció.
—Ray, te debo la vida —dijo Anthony y Ray apretó con fuerza la mano de su nuevo líder.
Abrió los ojos y sonrió, emocionada por la nueva experiencia.
—Ahora, vuelve a cerrar los ojos y respóndeme. Al principio funciona mejor si dices primero mi nombre.
—¿Jefe Anthony?
—Sólo Anthony, por ahora. Respira, relaja los hombros y hazlo…
—Anthony, gracias por darme una manada.
—Iremos a casa.
—¡Lo hice! —exclamó Ray con infantil emoción. Miró a Amelia que los observaba con cariño y asintió varias veces, dándole a entender que estaba orgullosa de ella.
—Ahora viene la parte difícil —dijo Anthony mirando a ambas.
—Cuando libere a Amelia, podrán salir de la cueva. El guardia todavía no vuelve —dijo Ray y el asco se instaló en su rostro.
—No te tocará —prometió Anthony.
Ray agradeció la promesa y salió de la cueva con la misma prisa que con la que entró y fue a cumplir con las órdenes de su jefe.
Anthony tomó la herramienta de Ray y se acercó a Amelia para terminar de abrir las cerraduras.
—Probablemente esto no signifique nada viniendo de una desconocida, pero estoy muy orgullosa de ti, Anthony —dijo Amelia cuando sus dos manos estaban libres.
Anthony la abrazó con afecto y Amelia le besó la frente, con el mismo cariño que una madre lo haría.
—Gracias —dijo Anthony—. Es hora de irnos.
Se dirigieron a la entrada de la cueva, pero antes pasaron por la mesa en la que descansaban los instrumentos de tortura y cada uno tomó un cuchillo de plata. No iniciarían el ataque convertidos porque tenían que ser sigilosos y buscar aliados entre los presos. Amelia aseguró que muchos los ayudarían, pues no deseaban otra cosa que ser libres.
—Pero para serte útiles en nuestra forma, debemos quitarnos esto —señaló el brazalete de su mano izquierda—. Evita que nos transformemos a voluntad, si lo intentamos, el mecanismo se contrae y se entierra en la piel. Es plata, combinada con otro veneno.
Anthony escuchaba las explicaciones y a cada palabra odiaba más a Rodrick por su salvajismo y violencia para con los suyos.
El guardia que debía custodiar la cueva llegó cuando Anthony y Amelia estaban a pocos metros de salir.
—¡Hora de irte, Ray! —gritó, pero no obtuvo respuesta— ¡Ray!
—Quédate ahí —ordenó Anthony—, yo me encargo de él.
El guardia olfateó la cueva, pero no notó nada extraño. Estaba seguro de que los prisioneros seguían adentro, aun así debía revisar. No dio ni diez pasos dentro cuando Anthony lo derribó con toda la fuerza que tenía su cansado cuerpo en ese momento. La pelea no duró nada, pues el cambiante fue tomado tan de sorpresa que no tuvo tiempo de defenderse.
Amelia le quitó la ropa y se la dio a Anthony. Éste se cambió deprisa y, juntos, arrojaron el cuerpo al interior de la cueva.
—Espera, ¿hueles eso? —preguntó Amelia, deteniendo a Anthony del brazo. Él olfateó.
—Evelyn.
—Si descubre que escapamos, alertará a todos y tu plan no servirá de nada.
—Volvamos adentro —dijo Anthony.
Evelyn entró deprisa a la cueva al notar que el guardia no estaba en su lugar, pero se tranquilizó al ver a los prisioneros sujetos a sus cadenas.
Sonrió con desdén al ver a Amelia, reconocía el orgullo de la loba y la odiaba por su fortaleza. Evelyn la había visto llegar a la manada años atrás y sabía que una parte de su carácter no se había quebrantado a pesar de todo lo que el jefe Rodrick la había hecho pasar.
Miró a Anthony, que no la perdió de vista desde que entró, y se acercó a él como un gato, lenta y cadenciosamente.
—Es bueno verte despierto —dijo usando una voz aterciopelada.
—¿No tienes con quién charlar? —preguntó Anthony con sarcasmo.
Ella sonrió.
—Nadie interesante —admitió—. Todos se han ido a tu casa… —dijo las últimas palabras con lentitud y esperó a ver la reacción de Anthony, quien frunció ligeramente el ceño y apretó los puños que colgaban de las cadenas—. Pensé que, mientras estamos solos, podemos hacernos compañía.
La mano de Evelyn recorrió el torso desnudo de Anthony y él intentó echarse para atrás.
—Se dicen tantas cosas de ti que tengo verdadera curiosidad por conocerte.
Se acercó a su rostro y Anthony entornó los ojos para mirarla bien. Le besó la mandíbula y, tomando su rostro entre sus manos, lo besó con brusquedad en los labios. Como pudo, Anthony la rechazó y eso, en lugar de ofender a Evelyn, la hizo reír.
—Eres joven —murmuró Evelyn delineando con sus uñas los hombros de él—. Atractivo. —Bajó por su pecho sin cortar el contacto visual—. Apuesto a que eres un amante insaciable. —Besó su cuello y sonrió al sentir cómo los músculos de Anthony se contraían por la rabia. Nunca el rechazo la había excitado tanto. —Hasta siento pena por tu compañera —se burló mientras rozaba su espalda baja—. Morir sin saber de lo que eres capaz.
—Libérame y te demostraré de qué soy capaz —amenazó Anthony.
Evelyn rio.
—¿Estaremos pensando en la misma clase de demostración? —preguntó con fuego en la mirada. Se mordió el labio inferior—. Tu oferta es bastante tentadora, sin mencionar tu… —señaló todo su cuerpo—. He tenido amantes maduros y experimentados, jóvenes e inexpertos, creo que merezco a un hombre como tú que sepa lo que hace.
—Sé lo que hago —gruñó Anthony y, en un segundo, liberó su mano derecha de la cadena que lo sujetaba. Evelyn no tuvo tiempo de reaccionar y, cuando se dio cuenta, la mano de Anthony la tenía sujeta por el cuello, impidiéndole respirar. Él sacudió la otra mano y la cadena rebotó contra la pared, dio un paso atrás y las cadenas de sus pies se abrieron, sólo estaban sobrepuestas y Evelyn no lo había notado.
Los ojos de la cambiante se tornaron ámbar, pero no podía transformarse, pues usaba toda su concentración en respirar. Sujetó las manos de Anthony para liberarse, pero no podía, él le aplicaba toda su fuerza y empezó a retorcerse, buscando desesperadamente oxígeno para su cuerpo.
—Vigila la entrada —ordenó a Amelia que, también se había soltado de las cadenas sobrepuestas.
Amelia obedeció y Evelyn la miró de reojo cuando pasó a su lado en dirección a la entrada.
—Será mejor que hagamos esto solos —sonrió Anthony y liberó un poco la presión en el cuello de Evelyn, sólo para darle unos minutos más—. ¿Eso querías?
—¿Cómo…? —intentó preguntar.
—No importa —contestó Anthony—. Lo que importa es que me iré de aquí y mataré a tu jefe.
—No lo alcanzarás —dijo Evelyn ronca—. Te lleva ventaja.
Anthony hizo presión nuevamente.
—¿Cuál es su ruta?
Aflojó.
—No…. No te lo diré.
Evelyn tosió y volvió a perder el aire. Anthony la asfixiaba.
—Lo harás…
La cambiante habló después de varios intentos. Anthony la soltó y la empujó logrando que cayera al piso, tosiendo y frotándose el cuello, pero no podía ser misericordioso. La tomó nuevamente, esta vez del brazo, y la sometió pegándola de espaldas a su pecho, sujetó su cuello y Evelyn luchó, pero Anthony tenía la fuerza de un líder, ella no.
—Esto es por Jimmy —le dijo al oído antes de romperle el cuello y dejar caer al suelo el cuerpo inerte de Evelyn.
Su voz era grave, seca y escalofriante. Era la segunda muerte que provocaba en el día, sabía que habría más y sus manos se enfriaron, pero no había tiempo de lamentos. Rodrick había causado una guerra y en una guerra siempre hay bajas.
Tomó la ropa que le había quitado al guardia y volvió a ponérsela. Alcanzó a Amelia en la entrada de la cueva y, tras un leve asentimiento de cabeza que le dijo todo, salieron.
—Ven por aquí. Es el camino más largo hacia la entrada, pero el menos transitado.
Anthony siguió de cerca a Amelia y tras varios minutos de correr, esconderse, arrastrarse y seguir su camino llegaron a la entrada principal que, para sorpresa de Amelia, ya estaba abierta.
—¡Lucille! —gritó Anthony.
—¡Aquí! —respondió su cambiante desde lo alto de la torre principal de vigía y el cuerpo de un cambiante aterrizó frente a él.
Anthony sonrió y se cercioró de que el cambiante estuviera muerto. Lucille no fallaba.
—¿Dónde está Ray? —preguntó Amelia a Anthony.
—En la casa principal, poniendo a salvo a los prisioneros —contestó un hombre que entraba por la puerta principal. Era Ian.
Anthony le dio un abrazo en cuanto lo tuvo cerca.
—Sabía que no fallarían —dijo orgulloso—. Ian, ella es…
—¡Amelia! —exclamó Ian de inmediato y abrazó a la cambiante.
La mujer sonrió al reconocerlo. Cuando ella dejó la manada, Ian era un cachorro y ahora era todo un lobo.
—¡No puedo creerlo! —dijo emocionado, pero sabía que no había tiempo para historias—. Debes contarnos todo, pero por el momento…
Hizo una señal a Lucille, que los miraba desde arriba y ella asintió. Las enormes puertas de metal se abrieron de par en par y un grupo de al menos cincuenta cambiantes, entre hombres y mujeres, entró. A la cabeza del grupo iba Derek.
—Disculpa la tardanza, jefe. El convoy que salió de aquí no nos permitió llegar antes —dijo Derek tan pronto como llegó al lado de Anthony.
—Creo que estamos a tiempo. Adentro hay prisioneros que debemos liberar. Rodrick los ha tratado como esclavos por años y, aunque nos urja llegar a casa, no podemos dejarlos. ¿Han podido comunicarse a Harmony?
—No, sólo a Chicago. Benjamin dijo que atacaron a Víctor —contestó Lucille, que ya se les había unido.
—¿Está muerto? —preguntó Amelia con angustia.
—¡Qué va!, se deshizo de los cambiantes y ahora está en casa. No sabemos qué pasó en Chicago, pero saben en casa que serán atacados, así que estarán prevenidos.
Mientras informaban a Anthony, el grupo de cambiantes que lo seguía se distribuyó por el terreno e inició un ataque contra los residentes. Eran los aliados de la manada de Idaho que, tras recibir el mensaje de ayuda de Anthony, a través de Ian, había marchado a las puertas de Oregon.
—¡Usted es el padre de Astrid! —dijo Anthony a un cambiante mayor que dirigía el grupo de ataque.
—A sus órdenes, jefe Anthony.
—¿Pasó buena noche? —preguntó con diversión.
—La más emocionante en años —contestó el hombre—. Pueden ponerme al borde la muerte siempre que se trate de salvar a mi hija y a mis nietos.
*C & A*
La información que Ray había transmitido a Lucille fue de gran utilidad para poder entrar a la fortaleza de Rodrick. Una de las ventajas de ser una prisionera, una esclava, era que los miembros de la manada la veían con desprecio y nunca se fijaban en lo que hacía, a menos que cometiera un error, como tirar algo o interrumpir alguna tarea oficial de los cambiantes; así que, Ray no tuvo problemas en transitar lo bastante cerca de la entrada principal y comunicarse, con nervios y mucho trabajo, con Lucille.
La cambiante, después de escuchar atentamente a la nueva integrante de la familia, le ordenó poner a salvo a los prisioneros, debía convencerlos de alejarse de lo que pronto sería un campo de batalla y persuadirlos de unirse al jefe Anthony.
¿Libres?, la idea era seductora y, al mismo tiempo, aterradora. ¿Qué se suponía que harían después de ser liberados del yugo del jefe Rodrick? Las manadas a las que pertenecían habían desaparecido y ellos eran los únicos vestigios de que alguna vez habían existido. Muchos habían perdido la esperanza de recuperar su libertad, otros le temían, y no era para menos pues, entre ser un prisionero y un lobo solitario no había mucha diferencia, salvo que, la primera opción aseguraba un techo y comida, no abundante, pero sí suficiente para vivir o, sobrevivir.
—Miren, entiendo que asuste —dijo Ray—, pero no creo que lo que se nos ofrece sea peor que esto —dijo señalando su brazalete que le impedía transformarse.
—Yo voy contigo —dijo John.
—Yo también —dijeron varios cambiantes, pero no todos.
—Insisto, no están obligados, pero si no vendrán con nosotros, por lo menos no nos impidan intentarlo —dijo Ray a sus compañeros que no se decidían.
Muchos se miraron entre sí y asintieron vagamente con la cabeza. Abandonaron sus puestos de trabajo y buscaron refugio.
—¿Emma? —preguntó John—, ¿vienes con nosotros?
La joven miró a ambos y, aunque se moría de miedo y tenía un gran resentimiento hacia Ray, asintió. Tenía una oportunidad de ser libre y no la iba a desaprovechar. Lo haría por ella y por Michael…
*C & A*
Anthony dirigió a un pequeño grupo de ataque al interior de la mansión.
—Jefe, ellos son mis compañeros —dijo Ray a Anthony señalando a un grupo de cambiantes lo bastante delgados y desnutridos que se reunía en el sótano de la casa, en el espacio personal de Aquiles y que Ray consideró el más seguro para resguardarse.
—Mi nombre es Anthony Brower y soy el jefe de la manada de Michigan —empezó a decir—. Mi manada está en riesgo, Rodrick y sus hijos van en camino para atacarla.
Todos intercambiaron miradas y en su interior compadecieron el destino que tendría esa manada, pues conocían el poder de Rodrick y nunca lo habían visto perder. Anthony notó cómo lo compadecían e inhaló profundo.
—Sé que parece que estoy en desventaja, pero mi manada está advertida y sabe defenderse. Rodrick no saldrá vivo de ahí, yo me encargaré de eso.
Esta vez lo miraron a él. Tenía demasiada convicción y hasta cierto punto, era contagiosa.
—Para lograrlo necesito de su ayuda —continuó—. Ustedes conocen en carne propia su fuerza y saben cómo piensa. Sé cómo acabó con sus manadas y con la mía intentará algo diferente, pero necesito que me hablen de sus estrategias, de sus guerreros, todo lo que recuerden para salvar a mi manada.
Guardaron silencio.
—A cambio, les ofrezco un lugar en mi manada —dijo y los ojos de todos se tornaron ámbar—. La libertad ya la tienen —dijo sacando del bolsillo las herramientas de Ray para abrir las cerraduras—, ahora pueden decidir si quieren venir conmigo y acabar con aquellos que por años los han humillado. Venguen a sus familias, a sus hijos, hijas, hermanas y hermanos que esos animales, que no merecen ser llamados cambiantes, asesinaron y masacraron.
Anthony tenía sobre sí una gama diversa de miradas. Muchas eran cristalinas, pues contenían las lágrimas; otras, estaban llenas de odio y deseo de justicia o venganza, lo que llegara primero; el entusiasmo brotaba de las más jóvenes.
—Jefe —dijo un hombre casi de la misma edad que Amelia—, acépteme en su manada.
Anthony asintió y estrechó su mano como el comandante de un ejército que reconoce a un hombre de honor. En ese mismo momento, muchos pidieron lo mismo.
—No tenemos tiempo para que todos juren lealtad —señaló Ray muy cerca de Anthony.
—No es necesario —dijo Anthony.
Dio un paso atrás y miró a los cambiantes. Se aseguró de hacer contacto visual con todos y cada uno de ellos.
—Los recibo en mi manada —dijo con una solemne voz que retumbó en los oídos y pecho de cada uno de los presentes—. Bienvenidos.
Todos inclinaron la cabeza en señal de respeto y tras un breve silencio, empezaron a recibir órdenes de su nuevo líder.
Lo primero que debían hacer era liberarse del brazalete. Una vez que fueran capaces de transformarse y si sabían pelear, debían ponerse bajo las órdenes de Lucille o Ian. Aquellos que no sabían o no podían luchar, debían buscar medios de transporte, que debían ser varios, para poder partir de inmediato a la manada de Anthony.
No pasó mucho tiempo para que los que seguían en pie se rindieran. El ataque no había sido previsto y Rodrick tenía razón en que, faltando el jefe, la manada cometía errores. Las cosas iban peor para la manada de Oregon, pues al buscar a Evelyn, quien debía comandarlos, y encontrarla muerta debieron improvisar. El siguiente cambiante en la cadena de mando resistió el ataque, pero no lo suficiente, aunque sí de manera eficaz. Sin embargo, no tenían la ventaja. Su territorio había sido traspasado; sus primeras defensas, destruidas; sus mejores guerreros estaban lejos…
La manada de Idaho los había acorralado en campo abierto y sólo esperaban las instrucciones del jefe Anthony para matarlos o aprisionarlos. Los cachorros y sus madres no fueron tocados y se les escoltó a la casa principal, donde una guardia entrenada se encargaría de que no escaparan. Anthony odiaba esa parte, pero era lo que debía hacerse.
El resto fue llevado a la cueva que servía de prisión y fueron separados en dos grupos, aquellos que se habían rendido y los que aún intentaban atacar y que, a criterio del padre de Astrid eran los más peligrosos.
Anthony agradeció que el cambiante se encargara de esa parte, pues tenía más experiencia y no quería perder más tiempo para volver a casa. Tras confinar a los cachorros, adolescentes y madres en la zona asegurada, Anthony se reunió con su manada y aliados en un amplio salón de la mansión.
—Anthony, ¿cuándo nos vamos? —preguntó Ian, impaciente por llegar a casa, pues su familia corría peligro y estaba tan preocupado como Anthony por su compañera.
—De inmediato —contestó al tiempo que sus tres cambiantes originales se colocaron en torno a él—. Nuestros amigos de Idaho ya han hecho mucho por nosotros y no vendrán, se quedarán a mantener el orden aquí. Los demás, partimos en una hora. Los vehículos están dispuestos y debemos llegar antes que el último grupo de ataque.
Lucille, Ian y Derek asintieron.
—¿Lista para volver a casa? —preguntó Anthony a Amelia.
Ella asintió en repetidas ocasiones, pues no podía hablar debido a la emoción que sentía de salir de esa prisión, volver a casa y ver de nuevo a su compañero.
—¿Y tú? —preguntó a Ray—, ¿lista para conocer tu nuevo hogar?
Ray sonrió con tristeza. Lo que iba a decir le dolía y asustaba.
—Jefe, creo que será mejor que me quede —contestó y Anthony la miró por demás, extrañado—. Quiero salir de aquí, créame, pero ustedes van en este momento a otra batalla y yo sólo sería un estorbo, al igual que muchos de nosotros. No quiero que por mi culpa uno de ustedes se distraiga y haya algo más que lamentar —dijo mirándolos a todos.
—Me quedaré contigo —dijo Amelia.
—¡Ni lo pienses! Debes ir con Víctor —contestó Ray y de inmediato se sonrojó, mirando a Anthony—, creo que sería lo mejor, Jefe —agregó, creyendo que se había propasado con sus palabras, pues las órdenes las daba Anthony.
Él rio y los demás sonrieron.
—Ya lo había pensado y Ray tiene razón. No todos están en condiciones de pelear y no vamos a exponerlos al peligro. Además, hemos reclamado este territorio y no podemos abandonarlo.
Todos los presentes asintieron. Quienes no podían luchar ya fuera porque estuvieran heridos de la última batalla o no pudieran, como en un inicio, se quedarían a vigilar a los presos y mantener el orden en el territorio. Recibirían la ayuda de los aliados de Idaho y, tal vez de Montana, pues ellos tenían asuntos pendientes con aquellos que los habían atacado para robar armas y municiones.
Era una noche sin luna cuando el convoy de Anthony partió rumbo a la casa de la manada. Habían conseguido la ruta que Rodrick seguiría tras buscar en su oficina gracias a la confesión de Evelyn, y el padre de Astrid, junto con otro cambiante les trazaron otra que debía ser más rápida, además de que alertarían a las manadas del camino para informarles quiénes pasarían y cuáles eran sus intenciones.
—Es hora de ir a casa —dijo Anthony a su séquito, que estaba impaciente por volver.
—Jefe, ¿qué hacemos con todos los cuerpos? —preguntó Ray quien, nerviosa hasta la médula de los huesos porque Anthony la había dejado a cargo, los despedía en la puerta.
—Quémenlos.
*C & A*
Queridas lectoras, muchas gracias por su apoyo en estos últimos episodios. Anthony ya es libre y tiene un ejército; espero que algunas dudas más se hayan resuelto y que este capítulo les haya gustado. En el siguiente veremos qué está ocurriendo mientras tanto con la manada y con Candy.
Gracias a:
Cla1969: ¡Hola!, Pues tenías razón, los Bennett dejaron la manda desprotegida, Anthony no es tonto y aprovechó cada oportunidad para ser libre. Veremos en el siguiente capítulo qué pasa con Candy porque tienes razón, posee una gran fuerza y no se quedará de brazos cruzados. Mil gracias por tu compañía en esta historia.
Comentario anónimo: ¡Hola!, gracias por comentar. Tienen razón en que estos Bennett pecan de confiados y ese es su mayor error. Espero que este capítulo te haya gustado.
Marina777: ¡Hola!, muchas gracias por tu comentario, espero que la historia siga siendo de tu agrado. Te mando un abrazo de vuelta.
Maria Jose M: ¡Hola! Dice un personaje del cine mexicano "¿para qué me dejan sola, si ya me conocen?" y eso hice, vi que Maria Jose no estaba y me ensañé con Anthony porque no estabas para defenderlo ja, ja. Agradezco mucho tus palabras, y qué bueno que eres de las mías que desea venganza y no tienes piedad con los malos, veremos cómo termina este trío del mal. Lamento lo del hermanito de Anthony, en serio. Pasando a este episodio, ¿qué te pareció?, espero que ya estés más tranquila con Anthony libre, ahora vamos con Candy. Te mando un fuerte abrazo y como siempre, un placer leer tus comentarios.
GeoMtzR: ¡Hola! Gracias por no odiarme y por tus lindas palabras. El cautiverio de Anthony estuvo intenso, pero ¡ya es libre! Y tal vez llegue a tiempo para volver a los Bennett alfombras como deseas (ya los vi colgados en la puerta de la casa para pegarles cada vez que pase alguien cerca ja, ja) y mira, ¡tenías razón!, Anthony armó una revolución en la manada y consiguió un ejército, espero que eso te tranquilice un poquito más, pues ahora sí ¡muerte al tirano! Ahora vamos a ver qué pasa del otro lado con Candy y los demás. Tomemos aire y fuerza para la siguiente batalla. Geo, deseo que este capítulo te haya gustado y mil gracias por tu apoyo. Te mando un abrazo de vuelta y espero que estés muy bien.
Julie-Andley-00: ¡Hola!, Gracias por leer y por confiar en Anthony, espero que haya cumplido tus expectativas y sigas en esta historia. Aprecio mucho el tiempo dedicado a leer y comentar. Te mando un saludo.
Mayra: ¡Hola!, La incertidumbre sigue, pero los capítulos no paran y aquí uno más que, espero, te hay gustado. Gracias por comentar. Saludos.
Mitsukikat: ¡Hola y bienvenida! Gracias por apoyar esta historia, espero que te guste la combinación de Candy Candy y hombres lobo. Por aquí todavía no tenemos vampiros, pero soy parte de la generación Crepúsculo y supongo que hay alguna influencia. Ojalá que este capítulo te haya gustado y relajado un poco. Saludos y gracias por tu compañía.
Nos leemos pronto
Luna
