Abraza la manada

26

Líder y patriarca

Estaba sentado frente al escritorio que muchas veces había ocupado su hermana, sólo que ahora era el lugar de alguien más y las cosas que él conocía, no estaban más allí; excepto su retrato que lo miraba desde arriba...

—Derecha, derecha, derecha… izquierda… mmm…. ¡Ahí! —Rosemary Andley le daba instrucciones a Víctor para enderezar el regalo de Vincent y Albert los observaba desde lejos—. ¿Cómo se ve desde ahí? —le preguntó su hermana y él entrecerró los ojos.

—Quedó bien —contestó y Víctor brincó de la mesa en que estaba parado.

—¿No creen que es muy ególatra de mi parte tener mi retrato detrás de mi escritorio? —preguntó la rubia líder.

—¡Para nada! —respondió Víctor—. Realza tu poder y te da más autoridad.

El cuadro lucía bien y Víctor no mentía, pero tampoco quería volver a descolgarlo y buscarle un nuevo lugar, pues este era el tercer intento del día y se estaba cansando de subir y bajar de los muebles.

Albert se acercó a ellos.

—¿Dónde querías ponerlo?, ¿en el pasillo? —Rose asintió—. ¿Y torturar a toda la manada con tu cara viéndolos en todo momento? —dijo en un tono burlón que hizo reír a Víctor.

—¡Mocoso insolente! —exclamó Rose dándole un fuerte pellizco en el brazo y Albert se zafó antes de recibir otro golpe—. ¡Ven acá! —gritó a tiempo que empezaba a perseguirlo por todo el despacho.

Se removió con incomodidad en la silla y ahuyentó el recuerdo. Apenas llevaba cinco minutos esperando y ya quería irse. ¡Por qué había aceptado la invitación!, ¿por qué Víctor tenía que ser tan convincente con su llamada telefónica? ¿Y por qué se había hecho tan amigo de Benjamin y Josh en las últimas semanas?

No los había aceptado como su guardia permanente, pero tampoco los trataba mal y, poco a poco, ambos cambiantes, a pesar de la diferencia de edad, se habían vuelto parte de su vida y de su rutina.

Durante el día, Benjamin lo acompañaba con sigilo y discreción a la oficina, a su casa o algún lugar que Albert tuviera que visitar. George, su mano derecha, no se había percatado de que ahora tenían una atenta mirada sobre sus hombros y Albert se reía internamente pues, como en el pasado, le divertía tener un secreto.

Por las noches, Josh, el joven cambiante, hacía su vigilancia. Los primeros días se negaba a entrar a la casa, pero en cuanto el frío clima se instaló en la ciudad, Albert lo persuadió de que cumpliera con su tarea bajo techo.

—Nadie más que yo tiene llave de esta entrada y puedes entrar y salir a voluntad —había dicho Albert la primera noche, mientras conducía a Josh por los pasillos de la mansión, tras hacerlo entrar por la puerta trasera y caminar por un estrecho jardín que llevaba a una abandonada bodega de la casa.

Josh memorizó el camino y, desde esa noche, cuando el último sirviente humano apagaba la luz de su habitación, entraba a la casa y cuidaba al joven patriarca Andley.

No pasó mucho tiempo para que Víctor lo llamara a la mansión, pidiéndole que lo encontrara con urgencia en casa de la manada. Albert emprendió el camino solo en compañía de Benjamin.

—Es bueno volver a casa —dijo el cambiante en cuanto pusieron un pie dentro del bosque.

Albert no dijo nada, pues no sabía si Benjamin se refería a su propio retorno o al del señor Andley.

—La última vez que vine fue hace poco más de dos años cuando… —Benjamin calló—. Es por aquí —señaló el camino y los pies de Albert caminaron como si tuvieran vida propia y reconocieran su destino.

El bosque estaba en terribles condiciones, una buena parte estaba quemada y muchos árboles, derrumbados. Albert frunció el ceño al transitar por semejante desorden natural.

"¡Qué clase de jefe tienen que no respeta el proceso del bosque!" Se preguntó mientras el enojo lo embargaba. "Si Rose viera esto…"

Llegaron a la entrada principal de la casa y Benjamin lo hizo entrar. Albert esperaba ver cambiantes, pero el recibidor y el pasillo estaban vacíos y en completo silencio. La casa era como la recordaba, con sutiles y esperadas diferencias que el tiempo había provocado, pero era el mismo hogar que Albert había visitado tantas veces de niño.

—Vendrá de inmediato —dijo Benjamin tras abrirle la puerta del despacho del jefe de la manada—. Estaré afuera por si me necesitas —agregó poco antes de salir, regalándole una mirada de seguridad que Albert agradeció, pero no supo si lo tranquilizó.

Albert lo vio cerrar la puerta y se sentó frente al escritorio del jefe. Observó con detenimiento el lugar, buscando algún indicio que le diera información sobre la persona que ocupaba el lugar de su hermana, pero el despacho había hecho un voto de silencio y las cosas que había ahí, no le decían nada sobre ese líder o, tal vez, estaba demasiado nervioso para entender lo que el escenario le decía.

Concentró su mirada en el retrato de su hermana nuevamente y su memoria lo llevó a su más lejana infancia cuando su padre era el jefe de la manada y, detrás de ese escritorio, lo sentaba en sus piernas y le contaba emocionantes historias de cambiantes que habían vivido en el mismo bosque años atrás.

Albert se sujetó el puente de la nariz con los dedos y respiró profundo. No le gustaba estar ahí y cada segundo que pasaba lo obligaba a recordar cosas que ya no eran agradables, sino dolorosas y angustiantes.

"Dos minutos" pensó, "si nadie entra en dos minutos, me largo de aquí".

La puerta se abrió de inmediato y Albert volteó a ver quién entraba.

—¡Albert! Gracias por esperar, me distraje con algo —dijo Víctor acomodándose la corbata.

Albert se levantó y estrechó la mano de su primo, quien no pasó por alto su incomodidad.

—¿Era necesario que viniera aquí? —preguntó con nerviosismo disfrazado de molestia.

—Sí, últimamente tenemos mucho trabajo y nadie puede salir —contestó Víctor sentándose al lado de Albert, frente al escritorio vacío del jefe desconocido para el señor Andley.

—Ya me tienes aquí, ¿qué tienes que decirme que es tan importante?

Víctor sonrió con disimulo. No quería burlarse de su primo ni alargar su angustia. No cometería el error de años atrás al intentar calmarlo para decirle la verdad. Esta vez, un golpe directo era lo mejor.

—Quiero que conozcas al jefe de mi manada —dijo sin rodeos.

Albert se levantó de su asiento, dispuesto a salir, pues sus deseos de no involucrarse con la manada seguían intactos a pesar de lo ocurrido semanas atrás. Tampoco quería conocer al jefe que tenía tan destruido el bosque y que, por su descuido, faltaba al respeto a la memoria de su hermana. Sin embargo, su intento de huida se vio estropeado cuando la puerta se abrió de nuevo y tuvo que dejarse caer en la silla al reconocer sin mucho esfuerzo la cara del recién llegado.

Era igual a su difunto padre, el porte, la estatura, la seguridad al caminar, los ojos azules…

—Buenas tardes, señor Andley —saludó el hombre y, con una envidiable seguridad, caminó hasta encontrarse con él y le tendió la mano—. Mi nombre es Anthony Brower Andley y soy el líder de esta manada.


*C & A*

En el futuro, Albert sólo hablaría con una persona sobre lo que pasó y sintió ese día en el despacho de Anthony.

En unas cuantas horas, todo lo que había creído por años se derrumbó. Las causas de la muerte de su hermana eran más dramáticas de lo que él sabía; la muerte de Anthony también había sido una mentira o un terrible malentendido, por decir lo menos; el mutismo de su primo Víctor, que solo seguía órdenes de su hermana mayor; el distanciamiento que él mismo provocó con la manada no tenía fundamento.

—Ese Rodrick del que me hablan —dijo Albert tras escuchar lo que había hecho y las mentiras que había sembrado en todos—, vino al funeral de tu madre, Anthony. ¡Su propio asesino se presentó ante su féretro! —exclamó con dolor y un terrible sentimiento de culpa e impotencia.

Anthony no se quedaba atrás en esos sentimientos y comprendía lo que su tío sentía al recibir toda esa información. Dudó en contarle el resto, pero Víctor lo apoyó para que continuara su relato.

—Este dolor lo ayudará a sanar —le dijo a través del enlace mental.

El jefe Anthony le explicó a Albert las heridas de su madre en su última batalla y las razones por las que no podía convertirse más, su embarazo.

—¡No puede ser! ¿Están seguros de eso? ¡Puede ser una mentira más de ese hombre!

—Es cierto, Albert —dijo Víctor—, lo hemos comprobado.

Los minutos pasaban con lentitud y Albert, ante cada declaración de su familia, sentía que una venda caía de sus ojos, mostrándole un mundo completamente diferente al que, por años, había conocido.

La culpa y el dolor competían en su corazón para consumirlo. Sentía que su ignorancia y falta de carácter habían causado esa separación entre él y la manada y que con ello había condenado a Anthony a desconocer su herencia y a enfrentarse al cambio sin el apoyo de nadie.

—Lo lamento tanto, Anthony —dijo Albert—, pensábamos… yo pensé que no habías heredado el gen cambiante y, tras la visita de Rodrick, agradecí que así fuera para que no tuvieras nada que ver con la manada y no te hicieran daño.

—Lo sé, Víctor me dijo que nunca presenté las señales o, si lo hice, nadie se percató.

En esa habitación, tres Andley se pidieron perdón. Hablaron también de aquel intento de reunión en Londres y Albert se disculpó en repetidas ocasiones por sus palabras.

—Perdón, Anthony… yo fui un idiota; me cegué en mi rabia y no dejé hablar a Víctor. Si hubiera sabido que estabas ahí, a unos pasos de mí, yo… habría hecho todo diferente. En serio lo lamento. Decepcioné a mi hermana al alejarme y alejarte de tu herencia.

—Entendemos por qué lo hiciste. Intentabas protegerme de un peligro y no te lo reprocho. Al contrario, gracias a ti tuve una buena vida al lado de Stear y Archie siendo sólo un humano —dijo Anthony mientras mantenía el abrazo que su tío le daba.

—Lamento lo que mis palabras causaron —repitió Albert—. Debí escuchar.

—Yo también lamento haberme ido sin intentar hablar contigo —admitió Anthony—. Fui un cobarde y preferí huir a enfrentar la verdad.

—Eras un niño, se supone que yo era el adulto, el que debía cuidarte y ser razonable.

Anthony sonrió con pesar. Empezaba a entender que Albert tardaría mucho tiempo en perdonarse a sí mismo y entender que ellos solo habían sido víctimas de las mentiras y manipulaciones de Rodrick. El miserable se había aprovechado del dolor de un niño que había perdido a su hermana y que, al mismo tiempo, cargaba con la responsabilidad de una familia.

Él ya no podía culparlo por haberse distanciado, tampoco por rechazar su naturaleza. Anthony entendía, él habría hecho lo mismo…

—Perdóname, tío —pidió Anthony tendiéndole la mano—. Así como tú tenías tus prejuicios sobre nosotros, yo también los tenía sobre ti y me avergüenza haber estado tan equivocado.

Albert le ofreció su mano y tras estrecharla, ambos representantes de la familia Andley se fundieron en un abrazo.

Albert se talló los ojos y aceptó el trago que Víctor le tendía. Todavía tenía que oír la parte sobre el último ataque de Rodrick a la manada y las implicaciones que eso tenía en sus negocios.

—La manada de los Bennett es tuya —puntualizó Albert una vez que Anthony y Víctor terminaron de hablar—. O sea que… Richard Bennett…

—Está en bancarrota —afirmó Anthony—. Los negocios que sostenía Rodrick por derecho y concesión de sus cambiantes son nuestros y no hay manera de que Richard cambie eso. Al igual que tú, no todos pertenecen a los lobos, así que aún le queda algo.

—¿Él lo sabe?

—Ya se ha enterado de la muerte de su hermano y sus sobrinos. Supongo que conoce las reglas y estará esperando que nos acerquemos a él —dijo Anthony.

—Richard peleará por su patrimonio, conoce las reglas, pero eso no asegura que las respete —terció Víctor.

—Tienes razón, no es un hombre fácil de convencer —asintió Albert—. Conciliaremos y evitaremos la pelea. Lo buscaré con discreción y concertaré una cita con él, como ya dijeron, debe estar esperando que se le contacte y no negará el encuentro.

Anthony y Víctor se miraron, sorprendidos y emocionados por la seguridad con la que Albert hablaba, sobre todo el mayor, que había esperado durante años para trabajar al lado de Albert.

—¿Qué pasa? —preguntó Albert cuando sintió las miradas encima de él—. ¿Ustedes ya tienen un plan?

—No —negaron ambos y la sonrisa se les amplió en el rostro.

—¿Entonces? —volvió a preguntar el patriarca y sus nervios lo forzaron a sonreír, contagiado por los otros dos rubios.

—Rose estaría contenta —contestó Víctor y, por primera vez, a Albert el recuerdo de su hermana no le dolió como antes.

Anthony asintió y desvió la mirada. Daría todo lo que habían conseguido de los Bennett y lo que estaban por conseguir con tal de tener a su madre a su lado, pero no era posible y, aunque no era un premio de consolación, estaba contento de tener a su lado a su tío Albert.

—Víctor y Gabriel, uno de mis cambiantes —especificó Anthony—, irán en una semana a Oregon para empezar a administrar la manada. Nos enviarán toda la información comercial en cuanto la tengan, pero sí debemos adelantar las negociaciones con Richard.

Albert asintió y pasaron largo rato discutiendo la mejor estrategia para negociar con el Bennett restante quien, aunque no era como su hermano o sus sobrinos, era la contraparte comercial de los Andley en el mundo humano y, por lo tanto, de Albert.

—Volveré de inmediato a Chicago —afirmó Albert tras la charla.

—De hecho… —Anthony se levantó de su lugar—, quisiéramos invitarte a quedarte unos días cerca.

Albert alzó las cejas, sorprendido y emocionado.

—En unos días, mi padre nos visitará y haremos una fiesta. A todos nos gustaría que estuvieras presente.

—¿A todos? —preguntó Albert, seguro de que los únicos cambiantes a los que conocía y con los que tenía una relación directa eran Víctor y, ahora, Anthony.

—A mi compañera, a Víctor, a mí… —enumeró Anthony y omitió la presencia de Amelia, pues querían revelarle cierta información poco a poco.

—¿Ya tienes una compañera?

Albert sabía que encontrar a un compañero era el momento más importante en la vida de los lobos y estaba orgulloso de saber que su sobrino había abrazado por completo su vida de cambiante, pero de inmediato un par de ojos verdes se cruzaron por su mente y un centenar de inquietudes lo asaltaron.

—Sí —asintió Anthony sonriente—. Está ansiosa por verte, si lo permites.

—¡Por supuesto! —contestó Albert, asintiendo lentamente con la cabeza—, pero… háblame de ella antes. No he tenido contacto con ustedes en años y no quisiera cometer alguna indiscreción u ofenderla de algún modo —pidió levantándose de su asiento para sacudirse la incomodidad.

—¡No te preocupes por eso! —terció Víctor—. Se llevarán bien. ¿Quieres otro trago? —preguntó con su habitual calma.

Albert asintió vagamente y Víctor se movió por el despacho para servir cuatro vasos de licor.

—Cariño, ¿puedes venir?

Un par de minutos después, la puerta del despacho de Anthony se abrió y aunque Albert intentó reconocer a la compañera de su sobrino, la estatura del mismo se lo impidió, pues bloqueó con su figura la puerta y cubrió el cuerpo de la desconocida mujer.

—¿Lista?

—¿Cómo está? —murmuró Candy para que sólo Anthony la oyera.

—Más tranquilo. Ya puedes conocerlo. —Le guiñó un ojo y la rubia asintió lentamente.

"Si perdonó a la manada, ¿me perdonará a mí por ocultarle la verdad?"

Anthony se irguió cuán alto era y tomó la mano de su compañera.

—Tío, te presento a mi compañera —dijo Anthony con voz firme al retroceder un paso y dejar entrar a Candy al despacho.

Albert estuvo a punto de ahogarse al reconocer a Candy tomada de la mano de Anthony. Un tren descarrilado de pensamientos hizo caos en su cerebro. Miró a Víctor que, de brazos cruzados, observaba su reacción y asentía ligeramente con la cabeza, dando respuesta a una pregunta no hecha por él, al menos, no verbalmente. Fijó su mirada en Anthony y reconoció la sonrisa divertida y burlona que su hermana hacía y que también le afirmaba que no se equivocaba de persona. Volvió su mirada a Candy, quien esperaba que dijera algo, lo que fuera.

—¡Candy! —exclamó al fin—. ¿Cómo…? —Dio un paso hacia la pareja que se mantenía tomada de las manos y Candy avanzó un par de pasos hacia él.

—Fue el destino, Albert —contestó Candy mirando de reojo a Anthony y volviendo toda su atención a Albert.

—Tú sabías que Anthony… —La tomó de los hombros y Candy sintió el temblor en el cuerpo de su protector. Soltó la mano de Anthony y sujetó a Albert por los codos—. ¿Desde cuándo?, ¿Cómo?, Tú sabes que él… ¡Dios! ¿qué estoy diciendo? —exclamó soltándola y pasándose las manos por el cabello.

Candy ahogó una risa y Anthony y Víctor se les acercaron.

—Perdóname por no habértelo dicho, pero no podía —se disculpó Candy—. Anthony y yo nos reencontramos hace unos meses, durante el verano y supe de inmediato su naturaleza. Un tiempo después supe que éramos compañeros y… —Se echó el cabello hacia atrás y mostró su marca con orgullo.

—¡Es oficial! —exclamó Albert—. Ustedes me van a matar —dijo aflojando el nudo de su corbata y mirando a los tres, pero sobre todo a Anthony—. Cuando dijiste que tenías una compañera, pensé de inmediato en Candy y en lo cerca que están uno del otro, y… no sabía cómo ocultarle el secreto de que estás vivo.

—No más secretos —dijo Anthony rodeando a Candy a la altura del hombro; ella se movió de inmediato en su dirección, pero manteniendo la mano de Albert entre las suyas.

—No más secretos —repitieron todos y un minuto después ya brindaban los cuatro.

Sentados en el sofá y las sillas del despacho, Candy, Anthony y Víctor resolvían todas las dudas de Albert sobre cómo ella había descubierto la casa de la manada, su reacción al conocer la naturaleza de los cambiantes y la firmeza con que protegió el secreto.

—Lamento que mi necedad hiciera las cosas más difíciles en Chicago —se disculpó Albert al comprender que Candy ya era la compañera de Anthony cuando se vieron en la ciudad.

—No te disculpes —sonrió Candy—. Parte de ese viaje sirvió para sacudir la razón del jefe respecto a ti —dijo al recordar la noche en que Anthony le había hecho preguntas sobre su tío y la había escuchado con verdadero interés.

—No los culparía si mi nombre estuviera prohibido —agregó Albert con pesar, jugando con el vaso de licor entre sus dedos.

—¡Oh, sí! —asintió Candy, divertida—. Tres días sin comer a quien dijera tu nombre —bromeó y Víctor estalló en risas. Albert negó con la cabeza, pero sonrió con discreción.

—Compórtate, pecosa; es conmigo con quien duermes.

Candy no pudo contener un grito de sorpresa y Albert la miró extrañado, pero no dijo nada. Escuchaba lo que su familia decía, pero su mente también trabajaba aparte y se reprochaba y llenaba de preguntas sobre lo que hubiera pasado de actuar diferente.

Hablaron sobre sus planes a futuro, Albert hizo puntuales preguntas respecto al pasado de su sobrino y éste le respondió tan claro como podía. Candy y Albert les contaron sobre su amistad y el tiempo que habían vivido juntos en Chicago, historia que Anthony ya conocía, pero se complació en escuchar de la voz de su tío cómo Candy siempre se levantaba tarde y comía deprisa para irse a trabajar.

—Hay cosas que no cambian —bromeó Anthony—, Candy sigue siendo una dormilona.

—¡Anthony! —lo retó ella y Albert y Víctor rieron ante la complicidad de la pareja.

Albert miró a Anthony, le costaba creer que lo tenía enfrente, pero su emoción era más grande que su duda y agradeció en silencio por ese milagro, uno que había implorado años atrás y que no se cansó de repetir cuando Stear murió.

—Stear… —murmuró sin querer y sus oyentes lo miraron.

Candy bajó la mirada, ella también deseaba que Stear hubiera sobrevivido igual que Anthony, pero la vida no era perfecta, ni siquiera para los cambiantes.

—Lo sé —dijo Anthony a su tío—, me dolió mucho su muerte, pero me enorgullece ser familia de un hombre tan valiente como él.

—Yo también estoy orgulloso de él y sé que está feliz de saberte vivo —asintió Albert—, pero Archie…

—No debe saberlo —dijo Anthony, adelantándose a los pensamientos de Albert—. Si se entera de que estoy vivo, habrá preguntas sobre cómo y eso implicaría contarle sobre nuestra naturaleza, algo que no tiene porqué saber. Ningún miembro de los Andley debe saber que estoy vivo, tío, por favor.

Albert asintió, entendía que no podía decir nada y, aunque tuviera ganas de que todo mundo se enterara de que Anthony estaba vivo, sabía perfectamente que tenía la obligación de guardar el secreto, tal como le había prometido a su hermana en su niñez.

—¡CANDY!

Una voz femenina resonó por todo el pasillo y terminó en el despacho. Los cuatro se levantaron y salieron de prisa hacia donde provenía el llamado y llegaron al pie de la escalera.

Odette estaba ahí, con la respiración agitada y las manos entrelazadas, víctimas de su nerviosismo.

—¿Qué pasa? —preguntó Anthony en cuanto la vio.

La cambiante miró a los cuatro y abrió mucho los ojos al reconocer a Albert, sabía que estaba ahí y que no debía interrumpir, pero se trataba de algo sumamente importante.

—Aaron despertó —contestó mirando a Candy y pidiendo su ayuda con sus suplicantes ojos grises.

El corazón de los tres cambiantes se aceleró ante la noticia.

Albert se sintió fuera de lugar, pero no era un sentimiento que desconociera. Observó con discreción a Odette y notó cuán inquieta estaba, pues era raro que un cambiante se mostrara tan alterado en un entorno tranquilo y cerrado, como lo era la casa de la manada.

—Vamos a verlo —dijo Candy de inmediato, empezando a subir los escalones.

—Perdón por interrumpir —dijo Odette mirando a Albert fugazmente y después a Anthony.

—No pasa nada, ve —ordenó Anthony con un ademán.

Candy y Odette desaparecieron en segundos y sólo quedaron los hombres al pie de la escalera.

—Será mejor que suba también —dijo Anthony al cabo de unos segundos y empezó a subir. Debía estar al lado de su amigo para apoyarlo en lo que necesitara y también para explicar lo qué había pasado en las últimas semanas.

—Supongo que recuerdas a Odette —dijo Víctor tomando a su primo por el hombro para guiarlo de vuelta al despacho. Él asintió, ¡cómo no hacerlo! — Aaron es…

—Su primo —afirmó Albert—, lo recuerdo.

Víctor abrió y cerró la boca con asombro; recordó de inmediato que los tres eran casi de la misma edad y que, cuando eran niños, habían correteado alguna vez juntos.

—¿Qué le pasó? —preguntó mientras avanzaban por el corredor.

—La pelea con Rodrick —contestó Víctor y empezó a contarle lo que había pasado con Aaron.


*C & A*

Candy y Odette llegaron primero a la habitación de Aaron quien, al cuidado de su tía, intentaba incorporarse de la cama.

—Despacio, Aaron —ordenó Candy de inmediato.

El cambiante la miró confundido, mareado y con el cuerpo entumecido observó cómo Candy tomaba su instrumental y se acercaba a revisarlo. Anthony entró de inmediato, pero guardó silencio al pie de la cama, al lado de Odette y su madre.

Candy lo revisó con precisión y le hizo preguntas básicas sobre su identidad y la de los que lo rodeaban en ese momento.

—Bienvenido a la vida. —Anthony se acercó a la cabecera y estrechó la mano de su amigo.

—¿Alguien me explica qué pasó? —pidió Aaron—. ¿Cómo está Gabriel? Aquiles y Héctor, ¿los atraparon?

—Calma, calma —ordenó Anthony—. Gabriel está bien y los hermanos ya no son un problema.

—Te lo explicaremos todo, pero primero hay que asegurarnos de que estás bien —intervino Candy.

—Pero…

—¡Obedece! —Gritó Odette y de inmediato se le acercó por el costado de la cama—. Nos metiste un enorme susto, por favor, tómalo con calma —pidió bajando la voz y se sentó a su lado.

Los demás observaron al par de primos que siempre se quejaban el uno del otro, pero que, en los peores momentos, como lo habían demostrado, se cuidaban las espaldas.

Candy estableció una estricta dieta para el paciente que empezaría de inmediato. Ella y Odette bajaron a la cocina mientras Anthony, acompañado ya por Gabriel que había oído la noticia, le explicaba a Aaron lo que había pasado en las últimas semanas.

—Creí que este día nunca llegaría —suspiró Odette cuando bajaban las escaleras.

El cansancio de las últimas semanas, de repente, no era nada, comparado con la dicha de ver a su primo con los ojos abiertos.

—¿En serio está bien? —preguntó a Candy.

—Lo revisaré constantemente, pero creo que estará bien y pronto retomará sus actividades —la calmó Candy.

Llegaron a la cocina y Candy ordenó la primera comida de Aaron. Billie obedeció y escuchó con atención las instrucciones de la jefa sobre las siguientes comidas.

—Saldré un momento a tomar aire —informó Odette y tras un asentimiento de Candy, salió por la puerta de la cocina.

El aire frío del bosque le refrescó el rostro y despejó su mente. Odette estaba feliz, no cabía duda de eso, de que su primo estuviera vivo, despierto y a salvo. No obstante, se sentía extraña, como si algo le faltara; tal vez era la tensión que, de repente, se había esfumado, pero que después de tanto tiempo cerca, se había hecho indispensable en su vida. La tranquilidad era una sensación extraña.

—Hola.

Odette inhaló al tiempo que reconocía esa voz.

—Hola… —respondió, dudosa de cómo tratar al señor Andley, pues aunque todos sabían que estaba en casa, todavía no tenían noticias de su reacción a la presencia de Anthony.

Albert reconoció la figura de Odette cuando la vio pasar frente a la ventana del despacho de Anthony. Ignoró lo que Víctor le decía y se excusó para salir de inmediato. No sabía qué le diría, pero quería hablar con ella.

—¿Tu primo está bien? —preguntó, pues fue lo primero que se le vino a la mente.

—Sí, él… tuvo un…

—Víctor me explicó. Lamento mucho lo que perdieron.

Odette asintió en señal de agradecimiento.

—Lamento haber entrado a tu casa cuando no querías saber nada de nosotros —se apresuró a decir Odette.

Albert sonrió, recordando la noche en la que conoció a Odette.

—¿Cómo va la biblioteca pública? —preguntó, irónico y ella se sonrojó.

—También lamento esa mentira —volvió a disculparse.

Albert hizo un gesto con la mano, indicándole que no se preocupara.

Odette tomó valor e hizo la pregunta que le inquietaba —¿Todavía nos odias?

El señor Andley frunció el ceño y agachó la mirada. Se sentía avergonzado por el rechazo que había expresado durante años y sintió todavía más culpa al oír la pregunta. No respondió de inmediato, tenía que disculparse con toda manada de Anthony, debía disculparse con Odette y pedir perdón a su padre y hermana por haberse negado a ayudar a su familia, por rechazar su herencia.

—No, no los odio, pero entenderé si ustedes sí me desprecian —respondió.

—Yo no lo hago —dijo Odette de inmediato y las cejas de Albert se levantaron, mostrando la sorpresa de su rostro.

La joven cambiante le ofreció sentarse cerca de unos troncos caídos y así lo hizo Albert. Hablaron como dos desconocidos que confían en que no serán juzgados por lo que digan o sientan, pues carecen de prejuicios sobre el otro.

—Me quedaré en Lakewood unos días —dijo Albert cuando Odette le preguntó acerca de sus planes—. Hoy me trajo Benjamin, pero recuerdo el camino y tengo mucho que discutir con Anthony, así que vendré seguido. Espero no incomodar.

—¡Para nada! Estamos acostumbrados a los humanos, pregúntale a Candy; te dirá que sabemos comportarnos —bromeó Odette y siguiendo las órdenes del jefe, omitió la parte en la que la rubia ya era como ellos. Albert rio—. Tendrás mucho trabajo en los próximos meses…

—¡Ni me lo digas! —Albert se frotó el cuello y resopló.

Odette lo miró con detenimiento, era el mismo hombre que había visto en Chicago meses atrás, pero notó un cambio en su expresión. Aunque todavía mostraba un semblante triste, su mirada había adoptado un brillo particular, tal vez la alegría empezaba a asomarse por las ventanas de sus ojos azules.

—¿Quieres dar un paseo? —preguntó Odette levantándose del tronco, tendiéndole la mano.

Albert miró a la joven y aceptó.


*C & A*

—Me hubiera gustado que Albert se quedara a cenar —se quejó Candy por la noche, cuando estuvo entre los brazos de Anthony.

—Creo que hoy recibió muchas noticias y necesita un tiempo solo para meditarlo —contestó Anthony dejando un rastro de caricias en el brazo desnudo de la rubia.

—Ya ha estado mucho tiempo solo, creo que ya fue suficiente —refutó Candy haciendo un puchero.

—Démosle tiempo para volver a la manada —pidió Anthony plantando un beso en la frente de Candy, quien se lo devolvió a la altura del pecho—. Lakewood no está lejos y los días que esté por aquí, lo veremos.

Candy asintió, complacida por la respuesta y feliz de ver resuelta la enemistad entre Anthony y Albert. Sabía que una sola conversación no sanaría el dolor causado por tantos años de distanciamiento, causado por la intromisión de Rodrick, pero ese día había sido un buen inicio para volver a ser una familia, como la jefa Rosemary deseaba.

—Me pregunto qué dirá cuando sepa que Amelia volvió a casa —meditó Candy—, o lo que pensará cuando le digamos que yo… ¿Tú qué crees que haga? —lo cuestionó, realmente preocupada por las reacciones de Albert en el futuro.

Anthony sonrió.

—No tengo idea, Candy. Lo conozco menos que tú y si tú no lo sabes, yo tampoco.

Candy pareció no oír su respuesta y se sumergió en sus propios pensamientos sobre cómo abordar el tema de su cambio frente a Albert. ¿La miraría diferente? ¿Le reprocharía por ocultarle su nueva naturaleza? ¿Se enojaría por ser cambiante y él no?

Anthony sólo veía cómo fruncía el ceño, arrugaba la nariz o se frotaba las manos y estrujaba las sábanas. Le dio un beso en la sien y ella no se lo devolvió. Frunció el ceño. Acarició su marca y ella sólo lo dejó hacer, pero no se movió. Anthony gruñó por lo bajo y Candy lo miró de reojo, pero no dijo palabra alguna. Soltó un bufido de indignación.

—Conque…. tres días sin comer, ¿no? —Cantó Anthony de la nada y en un rápido movimiento cubrió el cuerpo de Candy con el suyo para sacarla de sus cavilaciones y reclamar su atención.

Ella estalló en risas e intentó zafarse, pero la fuerza de Anthony, su risa y falta de voluntad para despegarse de su compañero se lo hicieron imposible.

—¡Fue una broma! —se defendió la rubia entre risas.

—¿Ahora te burlas del jefe? —preguntó Anthony muy cerca de su oído.

Candy volvió a reír.

—No me atrevería. Sólo lo hice para que Al…

El nombre fue interrumpido por los labios de Anthony estampándose con los suyos.

—No vuelvas a decir el nombre de otro hombre en esta cama —ordenó Anthony, serio. No era una orden del líder, era una petición de su compañero y su voz sonaba todavía más grave y sensual.

Candy evitó rodar los ojos ante su petición, se mordió el labio inferior para controlar una risa y eso fue la invitación para que Anthony volviera a tomar su boca y su cuerpo.

*C & A*


Queridas lectoras:

Albert ha vuelto a casa, al fin, y se ha llevado una gran impresión al descubrir la verdad de su pasado. Le tomará tiempo adaptarse a una nueva realidad, pero ahora nuestros tres solitarios corazones ya no estarán más solos y se volverán una familia como siempre debieron ser.

Deseo que este capítulo les guste y que haya resuelto dudas.

Con sentimientos encontrados les comunico que el próximo capítulo es el final de esta historia, todavía quedan sorpresas y espero que me acompañen hasta la última línea.

Todavía no me despido, pero como siempre, quiero agradecerles su tiempo, comprensión y dedicación a la lectura de este Anthonyfic a quienes leen de manera anónima o esporádica, a quienes han estado aquí desde el inicio, a quienes llegaron y se fueron y a quienes siguen aquí.

Gracias en especial a:

Julie-Andley-00, hola, me alegra que te gustara el capítulo anterior, ojalá que este también. Saludos.

Maria Jose M, hola, mira que en tu ausencia me calmé con el drama para que no encontraras un lío, pero ¿te sorprendí? Candy estaba destinada a convertirse desde el inicio, como les comentaba antes, era el punto al que quería llegar y sí, por eso la imagen de portada. Mil gracias por tu interés en los personajes secundarios como Amelia y Víctor. Ojalá que te guste este capítulo y lo que sigue. Saludos.

Mayra, hola, qué alivio que te gustara el cambio de Candy, hay una explicación para su cambio y la descubriremos. Saludos.

GeoMtzR, hola, como siempre, amé tu comentario. Tienes razón en que, al no saber sobre el pasado de Candy, todo es posible y, como dijo Anthony, sus trasformaciones ocurrieron por el peligro en que se hallaban; todavía lo tienen que investigar, pero mientras lo hacen, darán rienda suelta a su amor y la revoltosa de Candy de seguro pondrá a prueba la paciencia del jefe y él, encantado ja,ja. Gracias por su atención con Víctor y Amelia, admito que no lo esperaba y ya mi imaginación se fue muy lejos con estos dos. Si Anthony fue o no por las rosas, mira que no me dijo a dónde iba, pero me gustó tu idea. Respecto a Albert, al fin supo todo y ya puede dejar el pasado atrás para seguir con su vida, ojalá que este primer encuentro haya resuelto dudas y calmado ansiedades. Geo, te mando un fuerte abrazo y deseo que este capítulo te haya gustado.

Cla1969, hola, muchas gracias por tus lindos comentarios. Me alegra que les agrade esta nueva faceta de Candy y sí, ahora a reconstruir el territorio. Seguiremos atando los cabos sueltos en el próximo episodio, mientras tanto, espero que este te gustara. Saludos.

Mayely Leon, hola, gracias por comentar y seguir la historia, ojalá te siga gustando.

Marina777, hola, gracias por el apoyo a la pareja Víctor y Amelia. Espero que este capítulo sobre Albert te gustara. Saludos.

Nos leemos pronto

Luna