¡Eres tú!
El orden y la rutina de la casa de Oregon había cambiado de forma radical. Una joven sin experiencia de liderazgo se encargaba de organizar todos los aspectos de la vida diaria, desde los alimentos, hasta la seguridad de todos los cambiantes que ahí vivían, así como de los prisioneros.
Unas semanas después de la partida del jefe Anthony a Michigan, habían recibido, por fin, una llamada en la que les contó lo que había ocurrido con Rodrick y sus hijos, así como el cambio oficial de manadas.
El padre de Astrid y Ray habían recibido la llamada y fueron los encargados de informar el cambio a los demás. Recibieron la orden de dejar ir a aquellos que, tras jurarlo, no volverían a atacar y de tratar como familia a aquellos que habían decidido quedarse y ser parte de la manada de Anthony.
Esos días habían sido caóticos. Hubo más violencia por parte de aquellos que se rehusaban a creer que su jefe estaba muerto, aunque lo sentían y, para evitar más conflicto, permanecieron encerrados. El padre de Astrid, cambiante viejo y sabio, prefirió no arriesgarse y dejar salir a lobos con sed de venganza; así que, la prisión seguía ocupada y vigilada.
Aparte de los prisioneros, los demás eran una sola manada, pero la convivencia no era ideal. Había mucho resentimiento por ambas partes y el ambiente era tenso. Los nuevos cambiantes libres se negaban a cumplir sus tareas diarias pues no servirían más a aquellos que por años los maltrataron y éstos, a su vez, se rehusaban a cumplir sus funciones administrativas y comerciales hasta que el jefe Anthony no se presentara ante ellos y volvieran todos aquellos que habían ido a pelear.
La hostilidad se respiraba en el aire y era entendible, ninguno de ellos había jurado lealtad y sólo esperaban a reunirse con sus familias para reiniciar sus vidas. Lo único que calmó los ánimos fue una llamada telefónica entre uno de los cambiantes, que había jurado lealtad al jefe Anthony, con su compañera, quien entendió la situación y calmó a los demás.
—Rodrick no es más el líder de esta manada —dijo a los cambiantes y se comprometió a sostener la casa hasta que el jefe Andley se presentara.
Ray agradeció la bandera de paz y empezó a trabajar con más confianza en favor de todos los cambiantes.
...
...
Entró a la cocina seguida de John, su mejor amigo y aliado en esos momentos y se dejaron caer en unas sillas. Un viejo cambiante les acercó una enorme jarra de agua y ellos bebieron como exploradores en el desierto.
—Si no llegan pronto esto se nos saldrá de las manos —dijo Ray a los que la oían. Estaba cansada y abrumada por la responsabilidad. Se talló los ojos y por unos segundos se cubrió la cara con las manos. Un minuto más y se habría quedado dormida.
—Ser líder no es algo fácil. Debiste pensarlo antes de ofrecerte —dijo Emma detrás de ella.
—¡Emma! —gritó John y los demás sólo la miraron mientras negaban levemente con la cabeza.
—Déjala —dijo Ray enderezándose de su lugar—. Es hora de llevar la comida a los prisioneros —agregó viendo el reloj que tenían en la cocina—. ¿Está todo listo? —preguntó mirando a Emma.
—¡Te dije que yo no alimentaré a esos malditos! —exclamó Emma dando un paso atrás y advirtiéndole con su índice cubierto con una gasa debido a una reciente cortadura.
Emma y los demás no eran los cambiantes más saludables, pues habían padecido hambre por años, así que no se curaban tan rápido como los demás.
—¡Lo sé, lo sé! —respondió Ray llamando a la paz con ambas manos—. Yo lo haré, sólo pregunté si ya estaba lista la comida.
—A tiempo, como siempre —contestó Emma señalando las estufas—. Las cosas no han cambiado mucho para nosotros, ¿verdad? Seguimos sirviendo a la manada del jefe Rodrick —dijo con rencor.
Ray no dijo nada y empezó a moverse por la cocina para llevar la comida a los prisioneros. John empujó a Emma hasta sacarla de la cocina y después se plantó frente a Ray, deteniendo su paso.
—Ray, no puedes hacerlo todo —dijo tomándola de los hombros.
—No obligaré a Emma ni a nadie a hacer algo que no quieren —contestó Ray mirando a todos los presentes.
—Lo sé, pero debes dejar de asumir sus responsabilidades. Ella aceptó, como todos, unirse a la manada del jefe Brower y él te dejó a cargo, así que debe obedecerte. —Ray iba a replicar, pero su amigo la detuvo—. Entiendo lo que haces por nosotros y por ella, pero tú tienes que cumplir otras tareas. Creo que hoy debías hacer inventario de la bodega y ya es tarde. Tú encárgate de eso y nosotros de la comida de los demás.
Ray miró a todos, quienes asintieron con la cabeza, secundando las palabras de John y sólo así aceptó.
El resto de la tarde, Ray la pasó en la bodega, al lado de un par de cambiantes más haciendo el inventario y anotando lo que debían conseguir pronto para seguir sosteniendo a tantas bocas, sobre todo ahora, que entraban a la parte más cruda del invierno.
Al terminar, Ray volvió a la cocina, el único lugar de toda la casa donde se sentía cómoda, y se reunió con Milos, el padre de Astrid, para actualizar la información de la seguridad de la casa.
—Lo has hecho bien —dijo el cambiante cuando Ray dijo que la responsabilidad la sobrepasaba—. Conoces a tu manada y tienes visión. Eso te ha ayudado a mantener el orden.
Milos acababa de hacerle un cumplido y Ray no estaba acostumbrada a estos, así que bajó la mirada y la posó en sus manos que no dejan de moverse, inquietas y sudorosas.
—Pero hay algo más —observó Milos.
Ray asintió. Todo el día había estado nerviosa, inquieta y…
—Siento que algo va a pasar y no sé si es bueno o malo —dijo tras echarse para atrás en la silla—. Y… todo el día he tenido un cosquilleo en las manos como si… no sé…
—¿Como si quisieras tocar algo en especial?
—¡Exacto!, pero no sé qué —contestó con frustración—. Tal vez sólo sea cansancio.
Milos no dijo nada y sólo observó a la chica. Era más joven que su hija Astrid, que todos sus hijos, en realidad, y los días que había pasado a su lado pudo notar su espíritu fuerte y noble.
—Ya pasará, no te angusties —dijo al momento de levantarse y salir de la cocina.
El lugar se llenó nuevamente. Apenas habían servido la comida y ya tenían que preparar la cena y parte del desayuno del día siguiente.
—¿Qué hay en el horno? —preguntó Ray después de un rato a una cambiante que daba vueltas en torno a las estufas.
—Nada todavía, ¿por qué?
—Huele a… —Olfateó, pero no estaba segura de lo que su nariz decía, lo cual era extraño para ella.
—¿A qué huele? —preguntó la cambiante, preocupada porque Ray siempre identificaba los alimentos en mal estado o quemados.
—A nada —contestó tras unos segundos y se levantó de su silla.
—¡Ray! —gritó John desde el marco de la puerta—. ¡Están cerca! —dijo emocionado.
—¿Dónde están? —preguntó Ray, igualmente emocionada y más ansiosa.
—A media hora de camino. Siguen con las patrullas de Idaho, pero dicen que no tardan.
Ray se deshizo de toda inseguridad y cansancio. Dio órdenes en la cocina de preparar algo especial para los recién llegados y fue a las salas principales para avisar a todos y preparar una cortés bienvenida.
No pasó mucho tiempo hasta que todos los miembros de la manada y los aliados de Idaho se reunieron en el jardín principal para recibir, por fin, a los miembros de Michigan y a los que volvían a casa.
Ray estaba en medio del grupo y un paso adelante. A su lado estaban John y los cambiantes que se habían unido al jefe Brower desde el inicio. Los demás estaban en el otro extremo de la formación.
—¿Dónde está Emma? —preguntó Ray a John, pero el cambiante no sabía y se encogió de hombros.
Ray apretó los puños y rodó los ojos. Dejó el grupo y entró a la casa, decidida a llevar a Emma, a rastras si era necesario, a la entrada principal.
—¡Emma! —gritó cuando la vio sentada en la cocina bebiendo una taza de té—. Debes estar en la entrada con todos los demás —dijo con voz firme.
—¿Para qué? —refutó Emma con desinterés—. No es el jefe Brower quien viene.
—Es su enviado, se hará cargo de esta casa y debemos mostrar respeto —explicó Ray.
—Muéstrale tú el respeto en nombre de todos —la retó Emma al levantarse de su asiento y encarar a Ray—. No creo que te cueste mucho trabajo abrirle las piernas como hacías con Aquiles —dijo mordaz y de inmediato dio un paso atrás cuando vio a Ray levantar la mano para golpearla.
—¡Ya basta! —gritó Ray, pero antes de asestar el golpe una voz se impuso a la de ella.
—¡¿Qué pasa aquí?!
Ray cerró los ojos.
Todo su trabajo se había ido a la basura gracias a esa escena y ya sentía el castigo arderle en la piel, tal como ocurría cuando desobedecía a Aquiles.
Dio media vuelta para conocer al dueño de esa voz y…
Su corazón empezó a latir a un ritmo diferente y el aire se le atoró en los pulmones al ver al hombre alto, de cuerpo ancho, brazos fuertes y torneados que la miraba fijamente con unos grandes ojos en un oscuro tono café. ¡Era él! Tenía una cicatriz en la ceja derecha que se movió ligeramente al reconocerla. Su audición nunca había sido la mejor, pero notó el cambio en su respiración y su aroma le invadió las fosas nasales, llegando hasta el centro de su cuerpo.
Ella no podía apartar la mirada de él y él tampoco lo hacía. Caminó hasta ella, eliminando la poca distancia que los separaba y el calor invadió el pequeño espacio. Todo lo demás desapareció cuando él la tomó de los hombros y acercó su rostro al de ella. Ray bajó la mirada e hizo un leve movimiento para que él la olfateara. Su respiración le hizo cosquillas y contuvo la respiración. Ella también lo olfateó y reafirmó que ese era el aroma que la había perseguido toda la tarde.
—Eres tú —dijo él y su voz se escuchó completamente diferente a cuando había entrado a la cocina. Se oía baja, tierna y serena. Tenía un timbre que ella nunca había escuchado—. Soy Gabriel —dijo llevándose una mano al pecho para presentarse.
—Ah… —balbuceó, pero sus cuerdas vocales no funcionaban y sus labios temblaron.
—Ray —dijo un tercero y ella buscó a quien la llamaba. Era John—. Su nombre es Ray —dijo a Gabriel que había volteado a mirarlo. Sonrió al oír su nombre.
—Anthony me habló de ti —dijo tomándola de las manos.
Al fin sentía lo que sus manos habían buscado todo el día. Sus dedos se entrelazaron con los de Gabriel y su calidez la invadió. Bajó la mirada hasta sus manos y apretó el agarre.
—¿Esto es real?
—Lo es —dijo él en voz alta y Ray lo miró, asombrada de que le hubiera leído la mente, pero no era eso, sino el vínculo mental que todavía no dominaba—. ¿Puedo escuchar tu voz? —preguntó él con una discreta sonrisa en el rostro y levantando las cejas a modo de súplica.
—Yo… —se aclaró la garganta—, me llamo Ray Stevenson. Bienvenido…
—Gabriel —repitió él.
—Gabriel —dijo ella y cada sílaba del nombre se sintió como una cucharada de miel en su boca.
Gabriel volvió a sonreír y dejó ver una hermosa fila de dientes blancos. Las comisuras de sus ojos se arrugaron y la cicatriz de su ceja volvió a moverse.
—Bueno, eso explica que hayas sido un fastidio todo el viaje —se escuchó una nueva voz masculina.
—¡Víctor! —lo reprendió alguien y esa voz sí que la reconoció Ray.
Desvió la mirada de los hipnotizantes ojos de Gabriel y su visión se expandió, como si una bruma se esfumara de la cocina y le permitiera ver a todos los demás.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Lia, sonriéndole y teniéndole sus maternales brazos. Ray no dudó y corrió a ella, dejándose envolver en esa necesitada caricia que había extrañado durante semanas.
—Lo has hecho muy bien —le dijo al oído y sin soltar el abrazo. Ray hizo más fuerza y lloró un poco—. Estoy muy orgullosa de ti.
Gabriel se cruzó de brazos en cuanto Ray se soltó de sus manos. Quería tocarla y no dejarla ir nunca, pero la joven tenía un vínculo especial con Amelia, como él con Víctor, y no se interpondría.
Miró de reojo a la joven con quien peleaba y la encontró detrás de John, cubriéndose la boca. Le lanzó una mirada severa y quiso retarla en ese momento, pues oyó las últimas palabras que había lanzado a su compañera y las odió.
Amelia le había hablado de Ray durante el camino y Anthony también le contó cómo ella los había ayudado a salir del encierro de Rodrick y él nunca imaginó que esa valiente chica fuera su compañera.
Sintió rabia al recordar cómo Aquiles quería que fuera su compañera y quiso poder matarlo de nuevo y hacerlo pagar por el sufrimiento causado a la hermosa castaña que no se soltaba del abrazo de Amelia.
—¿Te sientes bien? —preguntó Víctor al notar cómo su rostro se contraía y sus ojos se tornaban ámbar.
—Me sentiré mejor si Amelia me la devuelve —bromeó, recomponiéndose a sus pensamientos.
—Yo me encargo. —Víctor dio unos pasos para acercarse a su compañera—. Así que ella es la famosa Ray —dijo llamando la atención de ambas.
Ray se limpió las lágrimas de las mejillas y sonrió en medio de su llanto.
—¿Víctor? —le preguntó y él asintió—. Lia nos habló de usted muchas veces.
—Soy más atractivo en persona, lo sé —bromeó tendiéndole la mano a Amelia y ambas mujeres rieron.
Gabriel se acercó a Ray y ella bajó la mirada. El flechazo había pasado y ahora se mostraba tímida. El rubor de sus mejillas fue el signo más tentador del mundo para Gabriel y quiso besarla
—Me da gusto que seas la compañera de Gabriel —continuó Víctor—. Estuvo insoportable todo el camino, nunca me había caído tan mal.
—Ray no se queda atrás —intervino John, acercándose al grupo y colocándose entre Amelia y Ray. La primera mujer lo abrazó y lo presentó ante Víctor y Gabriel, mientras que Ray lo asesinaba con la mirada.
—Estos chicos son mi familia —dijo Amelia señalando a ambos y también a Emma, que se había quedado en el marco de la escena—. Los quiero como a mis hijos.
—Así como yo quiero a Gabriel. —Víctor le dio una palmada en el hombro a Gabriel y este asintió, agradeciendo el cariño—. Ahora, sé que tenemos mucho trabajo que hacer, pero lo mejor será dejar a estos dos para que se conozcan —dijo señalando a la reciente pareja.
—¿No quieren reunirse con la manada? —preguntó Ray, nerviosa por la idea de quedarse a solas con Gabriel—. Los esperábamos en la entrada, todos deben seguir ahí —dijo sin mirar a Emma, quien se sentía completamente fuera de lugar.
—Los vimos —asintió Víctor—. Yo me reuniré con ellos. Ustedes hablen. John, ¿podrías hacer las presentaciones y contarme qué han hecho desde que Anthony se fue? —Ray iba a hablar—. Después nos darás tu reporte, Ray. No hay ninguna prisa.
Víctor, Amelia, John y Emma salieron de la cocina por la puerta que llevaba al comedor. El silencio decidió hacer compañía a la pareja y no se fue hasta que Gabriel habló.
—No fui un dolor de cabeza todo el camino —dijo frotándose el cuello—. Sólo desde que entramos a Oregon —mintió.
Ray soltó una aguda risita que cubrió con la mano en la boca.
—Yo no sabía que estaba más insoportable que otros días. Creí que era por el trabajo que me encargó el jefe Brower —contestó Ray—. ¿Cómo está? Tenía muchas heridas cuando se fueron.
—No te preocupes por él, está bien atendido por su compañera.
La palabra provocó escalofríos en Ray. Ahora ella entraba en la categoría de "compañera" de alguien.
—Debes estar cansado por el viaje —dijo sólo por decir—. Preparamos sus habitaciones, te puedo mostrar el camino. —Señaló con su mano la salida, pero Gabriel no se movió.
Él no quería conocer la casa, no quería ir a una habitación vacía, ni siquiera deseaba conocer al resto de la manada en ese momento. Lo único que quería era sostener en sus brazos a la mujer que tenía enfrente, enterrar la nariz en su cuello y hundirse en su cuerpo, pero ella no parecía desear lo mismo.
—¿Qué quieres hacer, entonces? —preguntó Ray mirándolo fijamente.
No necesitaba hablar para notar que algo lo inquietaba o lo decepcionaba. Al pensar esto, sintió un vuelco en el estómago y no recordó si había comido en el día.
—Conocerte —dijo seriamente al tiempo que la tomaba de la cintura y la atraía a su cuerpo. Ray perdió el equilibrio y chocó contra el pecho de Gabriel. Su agarre era firme, fuerte, irrompible y… asfixiante—. He oído mucho de ti y…
—¿Qué sabes de mí? —preguntó a la defensiva mientras se hacía para atrás, liberándose del abrazo de Gabriel. Él no la retuvo y, confundido, se alejó de ella.
Ray lo miraba de forma retadora y sus ojos se volvieron ámbar.
—No soy tu enemigo —dijo Gabriel al notar la postura defensiva que Ray adoptó y levantando las manos en señal de paz, retrocedió más—. Cálmate, no quieres transformarte en la cocina, créeme —añadió con voz tranquila, la que siempre usaba y que era tan característica de él.
Ray parpadeó varias veces y observó la postura que había adoptado, como si quisiera atacar a Gabriel y convertirse en el proceso. Frunció el ceño, confundida por su actitud tan salvaje. Después, se miró la muñeca izquierda, libre del brazalete y entendió. No había ya nada que le impidiera adoptar su forma lobuna y, a la mínima inquietud, su cuerpo luchaba por abrazar su naturaleza.
—Lo siento —dijo en voz baja—. Yo… necesito salir de aquí. —Salió por la puerta que llevaba al exterior de la casa y corrió hasta que sus pantorrillas ardieron y no le permitieron avanzar más.
Gabriel la miró desaparecer en medio del jardín e internarse en la naturaleza. Quiso perseguirla, pero entendía que Ray necesitaba eso, correr y estar lejos de él.
—Aquiles se ensañó con Ray desde que llegó a la manada —explicó Amelia en el camino de Michigan a Oregon, cuando Gabriel le preguntó por la cambiante a quien Anthony había dejado como responsable—. Ella tiene un olfato prodigioso y él la usó para sus experimentos. Todo lo que él creó, funcionara o no, Ray lo probó antes.
—¿Cómo es que sigue viva? —preguntó Gabriel después de oír que la chica había ingerido venenos toda su vida.
Amelia guardó silencio, buscando una respuesta que pudiera dar sin traicionar la confianza que la joven había depositado en ella. Amelia era la única persona que sabía todo lo que Aquiles le había hecho y se sentía frustrada por no haber tenido el poder de salvarla de ese martirio.
Gabriel recordó lo que Amelia dijo sobre Ray y se llevó las manos al cabello, frustrado también por no saber cómo reaccionar. Su compañera había sido abusada por Aquiles de todas las formas posibles, así que su desconfianza y rechazo hacia él no era de extrañarse, pero entonces, ¿cómo podrían ser compañeros?
La cena se llevó a cabo en el enorme comedor por órdenes de Víctor, quien después de conocer a los nuevos miembros de la manada y explicarles las intenciones de Anthony de fortalecer la manada y dejar ir a quienes no quisieran unírseles, quiso estrechar lazos con los desconocidos y empezar a limar asperezas y rencores de los que John le había hablado durante su recorrido por la casa.
Gabriel se le unió en esa reunión y se comportó como un brillante embajador, pues en ningún momento se distrajo ni dio malas contestaciones, a pesar de que hubo muchas quejas y dudas por parte de los nuevos.
—¿Y Ray? —le preguntó Amelia al verlo solo.
—Quiso salir —contestó serio y cortante. Amelia no necesito más y se alejó de Gabriel para ocuparse de la organización de la cena.
La mesa estaba llena de comida y bebidas. Gabriel y Víctor dispusieron del comedor como lo harían en casa y todos comieron en medio de un ambiente informal y relajado. Ray se unió a la cena cuando el último plato fue servido y se sentó al lado de Milos, el padre de Astrid, quien hablaba con Víctor para escuchar noticias de su hija y sus nietos.
—¿Ya pasó la inquietud? —preguntó Milos cuando Ray picaba un trozo de carne.
—Sí, ya supe qué era —sonrió—. ¿Tú sabías?
—Tenía una sospecha, pero no quise darte falsas esperanzas o echarte a perder la emoción.
—Una advertencia no habría estado de más —bromeó Ray y volteó su mirada a Gabriel, quien ya la miraba, pero no se veía enojado con ella por la manera en que había salido de la cocina y eso calmó un poco su inquietud y se atrevió a sonreírle. Él le devolvió el gesto y alzó su copa para brindar con ella.
Era casi medianoche cuando la cena terminó y la planta baja se sumió en el silencio. Sólo algunos noctámbulos se movían entre los corredores.
—Mark, ¿qué tanto refunfuñas? —preguntó Ray a un viejo cambiante.
—Mi última camisa buena acaba de dar de sí —contestó el viejo señalando un enorme agujero en su ropa—. Justo cuando llegan los jefes —se quejó y Ray comprendió el sentimiento. Ellos, los esclavos, no tenían muchas posesiones y cuidaban sus ropas con esmero para que duraran más tiempo del necesario.
—Dámela, yo la remiendo —pidió extendiéndole las manos para que le diera la prenda.
—Puedo hacerlo, todavía no me quedo ciego —refutó el cambiante. Era de los más viejos y todos lo cuidaban como a un querido abuelo.
—Pero no sabes coser —dijo Ray con burla—. No querrás dejar la aguja en la camisa como la última vez.
Mark gruñó y fingiendo mal humor, se quitó la camisa para dársela a Ray.
—Te la devuelvo mañana. Ahora, ve a descansar que mañana empieza el verdadero trabajo —ordenó Ray, refiriéndose al reajuste de actividades que Víctor y Gabriel habían organizado con efecto inmediato.
El cambiante obedeció y Ray buscó en un estante de la cocina un costurero. Decidió aprovechar la luz que todavía había en el comedor y se sentó en un rincón a coser la camisa.
Gabriel no podía y no quería dormir. ¿Cómo se suponía que durmiera el día que había hallado a su compañera?, ¿cómo se suponía que descansara sabiendo que ella lo rechazaba?
—No lo dijo, pero es obvio que lo hará —dijo en voz alta y soltó un gruñido de frustración.
Se levantó con violencia de la cama y se vistió. Podía salir a correr y reconocer de una vez el terreno. Al día siguiente se reunirían con los prisioneros y recorrerían los campos. Tal vez podría adelantar trabajo. Bajó las escaleras de la ostentosa casa y notó las luces del comedor encendidas.
Entró al comedor y de inmediato encontró a Ray, acurrucada en una esquina de la habitación con hilo y aguja en mano y profundamente dormida. Se acercó a ella despacio para no asustarla, pero ella no se movió.
Su cabello ondulado caía de lado y su tez irradiaba calor. Su cuello estaba despejado y Gabriel notó un lunar unos milímetros cerca de su pulso, que palpitaba lentamente.
Se veía hermosa con los ojos cerrados cubiertos por sus espesas y largas pestañas. Su pequeña y poderosa nariz a veces se dilataba por su respiración acompasada y sus labios, carnosos y rosados estaban entreabiertos. Se veía cómoda en esa posición, pero Gabriel sabía que despertaría con un terrible dolor de cuello si se quedaba así toda la noche y era evidente que él no dejaría que su compañera pasara mala noche.
—Ray… —murmuró cerca de su oído, pero ella no despertó.
No lo pensó más tiempo. Quitó de sus manos la costura y tras dejarla sobre la mesa, tomó a la joven entre sus brazos y subió con ella hasta su habitación. Ray nunca despertó, estaba agotada y aunque ella luchara, su instinto le decía que podía confiar en Gabriel, así que no se dio cuenta de que él la movía con cuidado y la depositaba sobre su cama para después cubrirla con una manta.
Un viejo y conocido aroma la despertó, pero no abrió los ojos. En su lugar, inhaló profundo y dejó que esa fragancia la llenara de vida. Sonrió por la felicidad que le causaba y se estiró tanto como pudo, siempre evitando caerse, pero abrió de golpe los ojos al no sentir el borde de su diminuta cama en las barracas. Desorientada y asustada, se sentó en la cama y reconoció el lugar en el que despertaba.
—¿Cómo llegué aquí? —preguntó en voz baja, pero por más que buscó en su memoria, no tenía idea. El recuerdo de los primeros venenos de Aquiles que le quitaban hasta el sentido se hizo presente y se levantó deprisa de la cama.
Quería salir corriendo, pero se detuvo al ver a Gabriel, acostado en el sofá de enfrente y completamente dormido. Se miró la ropa y se calmó al ver que estaba intacta. Observó la cama y notó que sólo ella había dormido ahí.
Gabriel movió ligeramente la cabeza y Ray se acercó de puntillas a él para no despertarlo. Lo miró desde arriba y se hincó lentamente a su lado. Era un hombre atractivo, no había duda. Su rostro sereno no concordaba con su juventud y aunque no tenía manera de demostrarlo, sabía que no era un hombre aburrido. "Podemos averiguarlo" pensó al momento que, con sumo cuidado, delineaba la nariz de él con su índice.
"Te mereces algo mejor" pensó cuando su dedo tocó la cicatriz de su ceja. "Si eres la mano derecha del jefe, de seguro vienes de una familia rica. Tus padres deben esperarte en casa, orgullosos de lo inteligente y astuto que eres".
Gabriel se movió otra vez y con más fuerza, abrió los ojos de improviso y Ray no pudo echarse para atrás.
—¡Ray! —gritó Gabriel levantándose bruscamente y, en el camino, dando un fuerte cabezazo a la joven que cayó sentada en el suelo—. ¡Mierda!, ¡Lo siento!
Ray se llevó una mano a la frente para sobarse el golpe.
—¿Estás bien? —preguntó Gabriel hincándose junto a ella. Le quitó la mano de la frente para ver el daño que le había hecho y lo que encontró fue un rostro sonriente acompañado de una sonora carcajada que sonó como música para Gabriel.
—Estoy bien —contestó recuperando el aire que le había quitado la risa—. No debí sorprenderte, lo siento.
—No te disculpes por eso, pero… ¿Segura de que estás bien?, ¿no te dolió mucho?
—No, fue más la sorpresa —respondió levantándose gracias a la mano que le tendía Gabriel—. Gracias.
Se miraron a los ojos y rieron juntos.
—Gracias por dejarme dormir aquí. No sé cómo llegué, pero gracias.
—Estabas dormida en el comedor. Intenté despertarte, pero no pude —mintió—. No sé dónde está tu habitación, así que te traje aquí, pero… te juro que dormí en el sofá —señaló el mueble.
—Te creo —sonrió Ray y miró el reloj—. ¡Es tardísimo! —gritó—. Tengo un montón de cosas que hacer. Te veo luego —dijo deprisa y salió corriendo de la habitación de Gabriel.
—Te encanta huir, tramposa le dijo a través del enlace mental, pero no obtuvo respuesta.
...
...
Después de asearse y cambiarse de ropa, Ray fue directo a la cocina a verificar que el desayuno estuviera listo y que las patrullas nocturnas habían hecho ya el cambio. Víctor había insistido en que ella siguiera ocupándose de la seguridad hasta que él y Gabriel se empaparan de todo lo que pasaba en la casa, pues hasta el momento lo había hecho muy bien y había aprendido mucho de Milos.
—¡Buenos días! —saludó con entusiasmo al entrar a la cocina, donde ya había varios platos listos para servirse en el comedor.
—¿Dormiste bien? —preguntó John.
—¿No te has enterado? —terció Emma sin darle tiempo a responder—. Durmió en la cama de su compañero, ¡claro que durmió bien!
Ray dejó pasar el tono mordaz de Emma y tomó una charola de pan para llevarla al comedor.
—Gabriel parece un hombre decente —siguió Emma—. Me pregunto qué pensará cuando se entere de lo que hacías con Aquiles todos los días en su laboratorio o todas las noches en su cama.
—Si tanto te interesa lo que pienso, cuéntame y te sacaré de dudas. —Nuevamente, la voz de Gabriel se impuso en la cocina y los cambiantes presentes desaparecieron de inmediato.
Emma miró a Ray, que se había quedado inmóvil en medio de la cocina, y después a Gabriel quien, con rostro impasible, esperaba sus palabras. La cambiante sonrió.
—Tu compañera fue la puta de Aquiles por años —escupió—. Se salvó muchas veces de tareas y castigos que los demás recibimos porque se ofreció a él sin vergüenza ni recato, pavoneándose por los pasillos antes o después de que él se la cogiera en su habitación.
Tal vez un arranque de ira habría sido preferible al silencio sepulcral que vino después de la declaración de Emma. Nadie habló ni se movió.
John bajó la mirada y apretó los puños. Emma se cruzó de brazos y mantuvo su postura erguida. Ray clavó su mirada en la bandeja que sostenía hasta que la imagen se distorsionó. Gabriel respiró profundo, miró a los tres cambiantes que tenía frente a sí y dio un paso hacia Emma.
Tomó a Emma del cuello, cortándole la respiración. —Discúlpate en este momento si no quieres que te eche de la manada —amenazó.
Emma no vio venir la mano de Gabriel e intentó zafarse, pero no tenía la fuerza física suficiente.
—Suéltala, por favor —murmuró Ray, acercándose a Gabriel y poniendo la mano en su brazo. Él, con incredulidad, aflojó el agarre, pero no la soltó.
—Discúlpate —repitió mirando a Emma.
—No me disculparé por algo que es cierto —contestó Emma a media voz, pero sin perder su fuerza de voluntad.
Ray la miró con pena y salió de la cocina, primero con paso lento para después echar a correr hasta el acantilado.
Se dejó caer de rodillas en el suelo y lloró con la misma intensidad con la que había llorado al perder a su manada hacía tantos años.
Nunca pensó que encontraría a su compañero. Creía que moriría siendo esclava de los Bennett y que Aquiles la mataría cuando dejara de divertirse con ella, pero la suerte le había sonreído. Ahora era libre, pertenecía a una manada y había conocido a su compañero destinado, un hombre gentil y amable que no merecía tener una compañera como ella.
Emma tenía razón, ella había sido la amante de Aquiles, su juguete, pero no por las razones que ella decía. Ray nunca habría permitido que la tocara solo por salvarse de tareas que podía hacer igual o mejor que los demás. Ella no se enorgullecía de todas las veces en que Aquiles la había llevado a su habitación o la había forzado en su maldito sótano. Ray habría preferido morir igual que Michael aquella noche, antes que pasar por toda la tortura de los años siguientes.
—¡Al fin te encontré! —exclamó Gabriel recuperando la tranquilidad al ver a Ray sentada en el suelo, pero muy cerca del borde del acantilado— ¿Qué haces ahí? —gritó preocupado.
Ray se limpió las lágrimas con la manga de su vestido y levantó la cabeza para ver a Gabriel.
—Es el único lugar en el que puedo estar tranquila por unos minutos.
—Estás muy cerca del borde.
Ray se arrastró unos metros hacia atrás.
—Nunca me lanzaría —aclaró.
Él se sentó a su lado, a una distancia prudente.
—Normalmente un cambiante se transforma para salir a correr toda la distancia que tú hiciste caminando.
Ray esbozó una sonrisa imperceptible.
—Creo que no lo sabes, pero muchos de nosotros no controlamos nuestras transformaciones.
—Anthony y los demás me hablaron de los brazaletes que impedían que cambiaran. —Ray asintió—. Pero ya no lo tienes.
—Conmigo no hay mucha diferencia, no puedo controlarlo. No sé cómo transformarme, no a voluntad.
—Yo puedo ayudarte —dijo Gabriel con cierto tono de esperanza en su voz—. Tengo experiencia. No se lo digas a todos, pero yo entrené a Anthony.
Ray abrió mucho los ojos ante su declaración, pero no dijo nada y volvió su mirada al acantilado y la vista natural que tenían delante.
—Sabes que puedes rechazarme. ¿Verdad? —dijo Ray de pronto y Gabriel sintió que caía por el acantilado. Ahora entendía la desesperación de Anthony, meses atrás cuando supo que Candy era su compañera y recordó la situación en la que se encontraron Amelia y Víctor al conocerse.
—No lo haría —aseguró.
—Pero sabes que tienes esa opción —repitió ella con firmeza.
Gabriel asintió.
—Las cosas no son exactamente como Emma dijo.
—Ray, no tienes que darme explicaciones…
—Sí tengo que hacerlo —lo interrumpió—. Necesito que sepas la clase de compañera que tendrías a tu lado para que decidas si la quieres o no. El vínculo es reciente, así que podrías marcar a otra cambiante que te agrade. De seguro en Michigan tienes muchas opciones.
—Preferiría perder mi humanidad antes que negar a mi compañera —dijo en un tono tan serio que a Ray se le heló la sangre—. Puedes contarme lo que quieras, pero yo no te rechazaré. Solo me alejaré de ti si así lo deseas.
Ray estiró las piernas y después las encogió hasta hacerse un ovillo. Apoyó los brazos en sus rodillas y tomó valor para hablar…
—La manada a la que yo pertenecía era muy pequeña. Apenas éramos nueve. Vivíamos en un pequeño rancho y mi tío era el líder. Mi hermano y mis primos eran mayores que yo y ya transformados. Heredé el olfato de mi mamá.
Ray se limpió una solitaria lágrima al recordar a su familia.
—También crecí en un rancho —murmuró Gabriel—. Un lobo solitario mató a mis padres poco después de mi primera transformación.
El corazón de Ray se oprimió. Había asumido que Gabriel tuvo un pasado sencillo y se reprendió por ello.
—Entonces sabes lo que se siente perder a toda tu familia en un abrir y cerrar de ojos.
Gabriel asintió.
—¿Rodrick?
—Nos usaron para amedrentar a una manada vecina, mucho más grande que la nuestra. Nos atacaron y toda mi familia salió a pelear. Al no poder hacerlo, mi papá me ocultó en el granero. Escuché toda la pelea desde mi escondite.
Sacó un viejo pañuelo del bolsillo de su mandil y se limpió la nariz.
—Destruyeron todo. Los animales, la cosecha, la casa… Lo último que resistió fue el granero y cuando Aquiles fue a derribarlo, me encontró. Me llevó con su padre y cuando me negué a jurarle lealtad le ordenó matarme. Debió hacerlo, pero se dio cuenta de que yo aún no me transformaba y… Decidió usarme para entender la biología de nuestra especie, él ya había perdido el olfato y estaba desesperado por hallar una cura.
Gabriel cerró los ojos, esperando oír todavía la peor parte, pero Ray no continuó de inmediato. Se perdió en sus pensamientos y recuerdos y organizó sus próximas palabras en su mente.
—Gabriel, ¿te puedo pedir un favor?
—El que quieras.
—Después de escuchar todo lo que pasó después, prométeme que pensarás si me aceptas o no como tu compañera. Por favor, no quiero que en un futuro te arrepientas.
—Eso no es posible. Ningún cambiante se arrepiente de haber aceptado a su compañero.
—Prométeme que lo pensarás —insistió.
—Lo haré.
Ray asintió, confiando en la palabra de Gabriel.
—Me trajeron a la manada, estuve unos días en la cueva. Tenía la edad de la transformación y Aquiles quería ver si lo hacía, pero no pasó. Me puso mi primer brazalete de plata por precaución y me envió a los campos de cultivo a trabajar.
«Un mes después me desmayé y me mandaron a trabajar a las cocinas. Ahí conocí a Lia. Sé que se llama Amelia, pero dice que cuando llegó aquí y después de que Rodrick la quebró en la cueva, no podía hablar. Ella fue la primera prisionera, pero no tardaron en llegar más y cuando Mark le preguntó su nombre solo podía decir "Lia", así que todos la llamaron así y yo la conocí por ese nombre.
«Ella me cuidó y evitó que muriera de cansancio o hambre. Cuando obtuve un poco más de fuerza Aquiles empezó su experimento. Un día me llamó a su laboratorio y me dio a beber un líquido morado que de inmediato me dejó inconsciente. Ni siquiera recuerdo lo que era ni lo que me hizo, solo sé que no fue el último y cuando me recuperaba de uno, él me daba a tragar otro, anotaba los efectos en mi cuerpo y me daba el antídoto. Algunos ni siquiera eran antídotos, pero mi cuerpo empezó a crear cierta resistencia a los venenos y concluyó que antes de la transformación nuestros cuerpos no son sensibles a lo que daña a un cambiante adulto, sino que, después de la primera transformación nuestros cuerpos cambian para bien y para mal, pues nos hacemos susceptibles a la plata y todo lo demás que puede dañarnos.
«Poco antes de cumplir dieciséis, Emma y su hermano Michael llegaron como prisioneros, al igual que John.
«Michael era el hermano mayor y protegía a Emma tanto como podía. Estaba desesperado por salir de aquí y nunca se resignó a la vida de esclavo. Peleó con todos los capataces hasta que Héctor se fijó en él y lo empezó a usar para sus entrenamientos. Michael sólo pidió que a Emma se le dieran tareas sencillas y Héctor aceptó, así que la mandaron al interior de la casa.
«Michael era el costal de boxeo de Héctor y yo, la rata de laboratorio de Aquiles. Teníamos tanto en común que nos hicimos amigos.
«Poco tiempo después, Aquiles mejoró los brazaletes y les puso venenos combinados con plata para asegurarse de matar inmediatamente a todo aquel que se transformara sin permiso.
—¿Sin permiso?
—¡Claro! No eran tontos. Sabían que si evitaban nuestra transformación, eventualmente moriríamos y eso significaba perder manos para trabajar en las tareas que no eran dignas de los miembros oficiales, así que cada tres semanas nos permitían cambiar. A mí no porque aún no tenía mi primer cambio y con los brazaletes, Aquiles quería saber cuánto más podía retrasarlo.
«Una temporada él y Héctor fueron a Canadá y Michael y yo descansamos de ellos. El cambiante que se encargaba de vigilarnos durante la transformación, no tenía idea de que yo no podía y la noche que mi grupo podía hacerlo me llevó con ellos al… corral. Nos quitó los brazaletes y mi cuerpo reaccionó, me transformé sin saber que lo haría y sin recibir el permiso del cambiante. Me llevé una buena paliza, pero él se llevó una mordida en la ingle.
«Lo poco que sé sobre la transformación lo aprendí de Michael. En el tiempo que los hermanos no estuvieron, él me ayudaba cuando debíamos hacerlo y en los ratos libres veníamos aquí y me daba consejos. Tenía la esperanza de que podríamos escapar juntos y ser libres.
—¿Él y tú?
—Y Emma.
—¿Qué pasó?
—Durante el cambio de los viejos brazaletes a los nuevos, Michael descubrió cómo abrirlos. Encontró una manera de escapar de aquí y me contó su plan. Me enseñó a abrir los brazaletes y una noche nos sacó a Emma y a mí de las barracas para irnos. Emma se moría de miedo y no quería intentarlo, pero su hermano no se iba a ir sin ella, así que entre los dos la arrastramos hasta nuestra vía de escape. Estábamos por traspasar el perímetro cuando una patrulla nos interceptó. Michael se quitó el brazalete antes de salir y se transformó para pelear, pero por muy bueno que fuera no tenía ni la fuerza ni la ventaja y…
—Lo mataron.
—Justo enfrente de mí. Yo solo pude cubrir el rostro de Emma y… lo siguiente que recuerdo es despertar en la cueva con Aquiles golpeando a Emma a unos metros de mí. Quería saber cómo habíamos descubierto la manera de forzar los brazaletes, pero ella no tenía idea y se lo dijo mil veces antes de que yo despertara.
«Le pedí que la dejara porque ella no sabía nada de los brazaletes ni del plan de Michael, pero tampoco me creyó. Le dio un golpe tan fuerte que la noqueó y se fue sobre mí. Le dije que el plan era mío y de Michael, pero que solo él sabía abrir los brazaletes.
«Seguía sin creerme y dijo que le sacaría la verdad a Emma a como diera lugar. Dijo todas las cosas horribles que le haría hasta que confesara y que si después de eso no lo hacía…
«Michael ideó todo para que Emma fuera libre y yo era la única que lo sabía. Yo… yo no podía permitir que ella recibiera un castigo que no merecía y… le pedí que me castigara a mí en su lugar porque yo era la única que sabía del plan de Michael, incluso le dije que todo había sido mi idea porque él y yo nos queríamos y planeábamos formar un vínculo. Solo eso bastó para terminar de molestarlo y aceptó. Nos dejaron enterrar a Michael y Aquiles nunca volvió a tocar a Emma.
—Pero a ti, sí —dijo Gabriel, dolido por los hechos.
Se levantó y caminó unos metros lejos de Ray. Ella se levantó también, pero no se le acercó. Esperaba el rechazo de Gabriel, no había manera de ocultarle su pasado y no se lo merecía. Lo mejor era que lo supiera desde un inicio y la rechazara de una vez.
Gabriel se llevó las manos al cabello. Quería salir, transformarse y correr para controlar su ira, pero también deseaba tomar a Ray y llevársela de ese maldito lugar, alejarla de todos los que sabían de su sufrimiento y ofrecerle una nueva vida.
Recordó el momento en el que mató a Aquiles. Lo había herido en el pecho, su sangre brotaba y el infeliz seguía vivo. La única forma de acabarlo fue romperle el cuello y así lo hizo. Enterró sus dientes en su vena yugular y sacudió su cuerpo hasta que se quebró. En ese momento se había sentido satisfecho por matarlo, pero ahora, ahora entendía que no lo había hecho pagar todo.
Entendió los motivos de Ray de asustarse cuando la abrazó el día anterior, poco antes de salir corriendo y comprendió también su preocupación al haber dormido en su cama. Tenía miedo de que Gabriel la forzara como lo había hecho el maldito de…
—Sólo John y Amelia saben de mi trato con Aquiles —dijo Ray a sus espaldas—. A los demás no les importa, pero ya sabes lo que cree Emma y lo que dirá siempre si permanecemos juntos. Mi pasado es sólo mío y no es justo que tú tengas que arrastrarlo si decides…
Gabriel dio media vuelta y, acortando la distancia que los separaba, la tomó con delicadeza de los hombros. Sus brillantes ojos estaban cristalizados por las lágrimas que no quería dejar escapar y Ray sintió una opresión en el pecho al notarlo.
—Lo que hiciste por Emma es lo más noble y valiente que he oído en mi vida. Ray, arriesgaste tu vida, tu integridad, tu cuerpo por ella y… —Acunó su mejilla con su mano—. Cariño, no entiendo cómo piensas que yo podría rechazarte. Eres la persona más valiente y lista que he conocido y soy un maldito afortunado por ser tu compañero. Ray, ¡eres capaz de dar la vida para salvar la de alguien más!, ¿qué clase de hombre sería yo si te rechazara por la nobleza de tu corazón?
—Los demás…
—Los demás no importan. Deberían saber la verdad y aprender a cerrar la boca. Emma debe pedirte perdón y agradecerte por estar viva.
—No…
—Lo sé, yo respetaré tu silencio, pero por favor borra de tu cabeza la idea de rechazar nuestro vínculo. Sé que no me conoces, pero esa es la magia del vínculo, la naturaleza de nuestra especie. No necesitamos saber nuestro pasado para entender que somos almas gemelas. Ray, si tú me aceptas, quiero tener la oportunidad de ser tu compañero.
—No soy virgen —murmuró.
—Ni yo un santo —dijo Gabriel tomando su barbilla para hacerla levantar la mirada—. He matado. Asesiné al lobo que mató a mis padres y no me arrepiento —señaló la cicatriz de su ceja—. Maté a Aquiles y en este momento deseo hacerlo de nuevo…
—¿Tú lo mataste? —preguntó Ray con un hilo de voz.
Gabriel asintió.
Ray dejó salir el aire de sus pulmones y apoyó las manos en el pecho de Gabriel. Sentía que iba a perder el equilibrio y que él era lo único a lo que podía aferrarse para no caer.
Sabía que los tres Bennett estaban muertos, entendía que no los volvería a ver, pero fue hasta ese momento, hasta la confesión de Gabriel que se sintió realmente libre del yugo de Rodrick y, sobre todo, de Aquiles.
Gabriel observó todos los cambios en la expresión de Ray: el dolor, el sufrimiento, el asombro y la confusión. Esperaba su respuesta con impaciencia, pero no quería presionarla, no quería obligarla a nada, ni siquiera a aceptarlo.
Ray apretó los puños y arrugó la ropa de Gabriel, él sentía cómo le temblaban las manos y cómo poco a poco, su mano izquierda subía hasta su mejilla. La mano de Ray era tibia, más fría que la de un cambiante normal, pero no por eso menos agradable. Sintió su pulgar rozarle el labio inferior y subir hasta sus cejas, donde acarició su vieja cicatriz. Inhaló su aroma y sus miradas se cruzaron. Ray le ofrecía una hermosa sonrisa, nerviosa pero llena de esperanza.
—¿Eso es un sí? —preguntó Gabriel y de inmediato se aclaró la garganta, pues había perdido la voz ante la caricia de la joven.
Ella asintió levemente.
Gabriel sonrió con alivio y topó su frente con la de ella, hizo un poco de presión con la mano que la sostenía de la cintura y ella se acercó a él, no obligada, sino atraída. El aliento de Ray chocó contra su cuello y la deseó como nunca había deseado a una mujer. Ella pareció notarlo porque soltó una risita y levantó la mirada; tragó saliva y observó los labios de Gabriel.
—Quiero besarte —susurró él.
—También yo —murmuró ella y se irguió tanto como pudo para alcanzar su boca.
Gabriel inclinó la cabeza y rozó los labios de Ray con los suyos. Aún no los probaba y ya lo adoraba. La besó con lentitud, cuidado y respeto. Sus labios casi no se movían para darle a ella la oportunidad de explorarlo a su ritmo. Ray tomó el rostro de Gabriel entre sus manos y aceptó el beso. Sus labios eran suaves y tibios así que los besó con cuidado y poco a poco entró en su boca. Él se movía a su ritmo y eso le dio la seguridad para explorar un poco más. Sintió el agarre de Gabriel en su cintura y lo abrazó por el cuello. Sus labios se separaron por un segundo y compartieron una cómplice sonrisa que reanudó el baile de sus bocas; esta vez, con Gabriel como guía.
...
...
Volvieron a la casa principal tomados de las manos. Cada tanto, Ray se limpiaba los ojos para borrar todo rastro de llanto antes de encarar a todos. Cuando lo hacía, Gabriel detenía el paso y la besaba. Después el gesto se volvió sólo un pretexto para hacerlo, pero ninguno se quejó.
—¡Ray!
Emma gritó a varios metros de distancia y la pareja interrumpió uno de esos besos. La joven cambiante tenía la cara roja y los ojos hinchados debido al llanto. Ray miró a Gabriel con preocupación y caminó hasta la chica que corría para alcanzarla.
—Perdóname, Ray —dijo tan pronto la alcanzó y se arrojó a sus brazos—. Por favor, perdóname, ¡yo no sabía! ¡no tenía idea! Fui una tonta egoísta. —Emma lloraba y la abrazaba con fuerza. Ray la rodeó con sus brazos y la dejó hablar—. Amelia me contó todo —dijo aflojando el agarre, mirándola con profundo remordimiento.
—No tenías que saberlo.
—Al contrario, debí saber desde un inicio lo que ibas a hacer por mí. —La tomó de las manos—. Estando juntas pudimos haber…
—Ya no vale la pena pensarlo —la interrumpió Ray, apretando sus manos para calmarla—. Ya pasó. Ahora somos libres y tenemos toda la vida por delante.
—Nunca podré agradecerte lo suficiente por lo que hiciste y… Ray, todo lo que dije estos años… yo… te juro que lo lamento —Sus ojos volvieron a inundarse—. Estaba enojada, Michael te amaba y creí que lo habías traicionado con Aquiles, pero… —Detuvo sus palabras de golpe y miró a Gabriel que las observaba unos pasos detrás de Ray—. ¡Lo siento! —se disculpó con él—. Mi hermano no… —Miró a Ray—. Sigo arruinando tu vida —dijo con frustración.
—Cálmate ya —dijo Ray regalándole una sonrisa tranquilizadora—. Le hablé de Michael. —Señaló a Gabriel y él asintió—. Ya no hay más secretos en esta casa, en nuestra familia y… deja de pedir perdón. Podemos hablar de todo esto, pero después. Ahora tenemos que ocuparnos de cosas más importantes, como nuestro futuro.
Emma asintió y contuvo su llanto.
—Te lo compensaré, Ray —dijo por lo bajo—. Juro que, de ahora en adelante, no tendrás queja de mí. Te seguiré a donde vayas y siempre, siempre me tendrás para apoyarte.
—Creo que ese es mi trabajo —intervino Gabriel rodeando la cintura de Ray con su brazo—. ¿Acaso piensas robarme a mi compañera?
—¡No, claro que no! —contestó Emma asustada—. Me refería a que… que…
—Ya entendimos, Emma —dijo Ray conteniendo la risa—. Vamos adentro, tengo hambre —agregó llevándose una mano al estómago.
—Te prepararé el desayuno —dijo Emma de inmediato—. Y, ¿sabes qué? Te haré una tarta para comer, de mango, ¿te parece? Sí, será de mango —dijo con palabras atropelladas.
Emma dio media vuelta y echó a correr a la casa.
—¿De dónde va a sacar mangos en invierno? —preguntó Gabriel mirando cómo la cambiante corría.
Ray soltó una carcajada.
—No tengo idea…
Ray sabía que en un futuro cercano tendría que hablar con seriedad con Emma. Había muchas cosas que explicar y heridas que sanar, pero, por el momento, le bastaba con saber que no la odiaba y que había cumplido a Michael su promesa silenciosa de protegerla.
—¿Vamos adentro? —Ray ofreció su mano a Gabriel y avanzaron por el jardín.
—Espera. —Gabriel la detuvo poco antes de entrar a la casa—. Quiero pedirte algo.
Las cejas de Ray se elevaron.
—Esta noche… ¿podrías volver a dormir en mi habitación? Prometo no tocarte.
...
...
Una noche…
Dos noches…
Tres noches…
Ray intentaba dormir de costado, con una mano bajo la almohada y la otra tocándose el pecho para calmar su ansiedad, cerraba y abría los ojos implorando al dios del sueño que le hiciera caso, pero nada pasaba.
Era la tercera noche que dormía con Gabriel y él había cumplido su promesa de no tocarla. Ella agradecía el gesto, pues eso le dio más tranquilidad y confianza en él, pero la situación ya era insostenible. Necesitaba sentirlo más cerca.
"Sólo un abrazo, por favor" pensó al girar su cuerpo y buscar el de Gabriel. Se acomodó entre sus brazos y él de inmediato la apretó contra su cuerpo. Su calidez le inundó el cuerpo y respiró tranquila.
—Al fin —murmuró Gabriel cerca de su oído.
—¿Qué?
—Llevo tres noches esperando este momento. —Le besó la frente—. Que vinieras a mí.
Ella se removió en la cama y como un conejo al salir de su madriguera, levantó la cabeza para mirarlo. La luna alumbraba un poco la estancia y esa luz fue suficiente para ambos cambiantes.
—Quería hacerlo, pero tú me dijiste que no me tocarías… creí que… no querías.
—Cariño, si por mí fuera, no saldrías de mis brazos —dijo Gabriel apretando el abrazo—, pero no quiero presionarte ni obligarte a nada, nunca, ¿me entiendes?
—Gracias —murmuró antes de besarlo y perderse entre los minutos de la noche…
Gabriel recorrió con sus manos el cuerpo de la joven que, entre besos y seductores gemidos, le permitía amarla. Ray no se quedó atrás y, con su boca y finas caricias reconoció el cuerpo de su compañero.
Sus respiraciones eran agitadas, sus bocas se impacientaban y sus caderas se buscaban con desesperación.
—Mía —gruñó Gabriel al tenerla bajo su cuerpo, sudorosa, inquieta por él y semidesnuda. Sus dientes rozaron su cuello, cerca del lunar que lo había fascinado noches atrás.
—Mío —Ella le ofreció su piel al tiempo que ella misma se obsesionaba con su hombro.
Gabriel hundió sus caninos en la zona elegida. Ray se abrazó con fuerza a él y chilló de placer al sentir su esencia entrar en su sangre. Él la tomó de la espalda baja, pegándola a su cuerpo y gimió al sentir cómo ella lo mordía en el hombro. Su miembro erecto se frotó contra ella y Ray lo invitó a completar el vínculo.
...
...
El sol invernal no era necesario para calentar la habitación, pues dos cuerpos desnudos se encargaban de darle calor al otro. Enredados en un abrazo, despertaron cuando la actividad en la casa ya había empezado.
—Buenos días —saludó Gabriel a su compañera cuando ella abrió los ojos.
—Hola —contestó ella con voz adormilada—. ¿Qué hora es? —preguntó al ver el cuarto tan iluminado.
—Las ocho.
—Es muy tarde, hay trabajo que hacer —se quejó mientras intentaba desenredarse las sábanas del cuerpo.
—Hoy no —dijo Gabriel atrayéndola hacia él y besándole el cuello, en el nacimiento del cabello—. Hoy tienes una lección importante que aprender.
—¿Ah, sí? —preguntó Ray abriendo mucho los ojos—, ¿cuál?
—Descansar. —Ella frunció el ceño y Gabriel se lo deshizo con el índice—. Es algo que ninguno de ustedes sabe hacer y deben aprender. —Ray sonrió con burla—. Así que, no repliques y ven aquí —dijo acomodándola entre sus brazos. Ella no se resistió al contacto y lo abrazó de vuelta, hundiendo su nariz en el cuello de Gabriel. Adoraba su aroma.
—Hueles a Navidad —le dijo al acariciarlo con su prodigiosa nariz.
—¿Cómo es eso? —preguntó Gabriel, interesado en descubrir qué significaba su olor para Ray.
—Cada Navidad, mi mamá horneaba un pastel delicioso que sólo hacía ese día. Lo hacía en la madrugada y, al despertar, la casa olía delicioso. Mi hermano, mis primos y yo, bajábamos y ella nos recibía con una rebanada; después nos sentábamos cerca del fuego e intercambiábamos regalos. Mis papás contaban historias y pasábamos todo el día de Navidad juntos, comiendo, jugando y sin deberes.
—Suena hermoso —dijo Gabriel dejando un rastro de caricias en la espalda desnuda de la joven.
—El día que llegaste, tuve ese mismo aroma en la nariz. Hasta pensé que alguien había horneado ese pastel, pero eras tú. Tú eres ese sentimiento de paz y felicidad que no había sentido en años.
Ray se enderezó y le besó los labios.
—Dedicaré mi vida entera para que nunca pierdas ese sentimiento —prometió Gabriel devolviéndole el beso.
—Lo sé —sonrió ella y le besó la nariz—. ¿Y yo? ¿a qué huelo para ti? —preguntó con juvenil y pura curiosidad.
—Mmm —Gabriel dio un vuelco en la cama y tumbó a Ray bajo su cuerpo—. Aún no lo descifro —dijo hundiendo la nariz en el cuello de la joven. Sacudió la cabeza y Ray estalló en risas.
—Cosquillas no —pidió retorciéndose de risa bajo el cuerpo de Gabriel. Él la miró con travesura y asintió lentamente.
—Cosquillas, sí —dijo y la habitación se llenó de risas.
...
...
El trabajo en la casa de Oregon era interminable. Víctor y Gabriel se encerraban durante horas en el despacho y revisaban montones de libros de cuentas, contratos y correspondencia. Debían presentar a Anthony un reporte detallado de todas las posesiones de Rodrick Bennett para terminar las negociaciones con su hermano Richard. Albert había pactado un acuerdo con él y la transacción de bonos y acciones se haría de manera gradual, pero era urgente saber de cuánto dinero se hablaba y dónde estaba invertido.
Al mismo tiempo, los emisarios de Anthony debían crear un orden que funcionara para los miembros de Oregon y debían tomar en cuenta sus actividades, horarios, relaciones comerciales cercanas, habilidades y estado de salud, pues la jefa Candy había sido enfática en que debían tender un registro médico de todos.
Ray y Amelia ayudaban en lo que podían, lo cual era mucho porque conocían a la perfección el funcionamiento de la casa. Los antiguos miembros también reportaban todo lo que sabían y eso hundía más en trabajo a Víctor y Gabriel y hacía que las parejas se vieran muy poco durante el día.
Uno de los cambios que hicieron Víctor y Gabriel fue la instauración de los entrenamientos. Los antiguos esclavos estaban muy atrasados en condición y técnicas de combate, así que Víctor creó una estricta rutina que empezaba poco después del amanecer.
—Muy bien, John —felicitó una vez al término del entrenamiento—. Tienes una buena técnica. Emma, sigue trabajando tu golpe frontal.
Uno a uno, Víctor puntualizó las mejoras y fallas de los demás.
Ray escuchó sin expresión alguna cómo Víctor le decía todas sus fallas y la animaba a seguir trabajando. Sus logros eran mínimos. Su coordinación era torpe y su fuerza, descontrolada debido al reciente vínculo con su compañero, pero su capacidad de respuesta era inmediata y, hasta el momento, era su mayor logro; solo que no era suficiente y Ray se sentía frustrada, avergonzada y atrasada en comparación con sus compañeros.
Víctor dio permiso a todos para retirarse y Ray caminó directamente hacia la casa. Entró por la puerta principal y buscó a Gabriel, pero él no estaba.
—¡Lia! —exclamó al verla—, ¿sabes dónde está Gabriel?
—Fue al centro de la ciudad a enviar el correo.
—Mmm —bufó con inconformidad—. Gracias —dijo y después subió corriendo hasta la habitación que compartía con su compañero.
Cerró la puerta de golpe y se acostó boca abajo en la cama. Tomó una almohada y gritó en ella. Nunca pensó en recibir entrenamiento, nunca se imaginó como una loba independiente que tuviera la oportunidad de pelear, entrenar y fortalecerse y ahora que podía haberlo, las cosas eran más difíciles de lo que pudo imaginar.
Se sentía la peor cambiante del mundo, su rendimiento era lamentable, vergonzoso e indigno de la compañera de Gabriel. Pataleó y, enojada, se levantó de la cama. Caminó hasta el armario y empezó a ordenar la ropa de Gabriel, no porque hiciera falta, sino porque su olor estaba ahí y en su ausencia, ese era el único alivio que podía recibir de él.
Gabriel entró a la casa y Amelia de inmediato lo mandó a su habitación a ver a su compañera. Él obedeció sin rechistar y subió corriendo. Abrió la puerta de la habitación y la encontró de rodillas, doblando sus pijamas. Escuchó su respiración agitada y supo que estaba enojada, por decir lo menos.
—Hola —dijo acercándose a ella.
—¡Volviste! —exclamó ella con una bella y amplia sonrisa. Se levantó de prisa y se arrojó a sus brazos, hundiendo su nariz en su cuello. Gabriel la recibió, sorprendido.
—Solo fui al correo —respondió abrazándola—. Quería llevarte, pero tenías entrenamiento.
Ray gruñó en su cuello.
—¿Qué pasa? —preguntó acariciando su cabeza.
Un quejido salió de la garganta de la joven y Gabriel se extrañó todavía más.
—A ver, a ver —cantó tomándola de los hombros—. ¿Qué ocurre, qué te tiene tan molesta?
Ray frunció los labios.
—Soy un fraude —respondió tras varios segundos de duda. Las cejas de Gabriel se levantaron llenas de sorpresa—. Soy una vergüenza en los entrenamientos. Estoy segura de que un humano me derribaría sin problema.
Gabriel contuvo una risa porque notó que era algo importante para ella y la dejó desahogarse.
Ray le contó cómo todos sus compañeros de grupo mejoraban cada día en los entrenamientos y ella no podía moverse al ritmo de los demás.
—La mayor parte del entrenamiento la paso en el suelo y no quiero ni imaginarme cuando Víctor pida que nos transformemos —dijo nerviosa—. No podré hacerlo.
Gabriel la escuchó quejarse por varios minutos; escuchó sus miedos, sus fallas, sus expectativas y preocupaciones.
—Si el jefe supiera la clase de cambiante que soy, nunca me habría dejado al frente ni aceptado en su manada —bufó con desesperación, pues eso era lo que más la frustraba, la decepción que tendría Anthony al saberla una loba incompetente.
—¡Wow! —Gabriel se cruzó de brazos—. ¡Habló la cambiante que liberó a nuestro jefe de las cadenas!, la misma que logró infiltrar a un grupo de asalto en esta fortaleza; la mujer sin experiencia que mantuvo de pie esta casa durante semanas con cambiantes rencorosos y un enorme grupo de prisioneros.
Ray lo miró con una ceja enarcada y, sin decir nada, se sentó a su lado. Sí, había hecho todo eso, pero sentía que no era suficientemente buena porque nunca había tenido la oportunidad de explorar su naturaleza y se veía como una cambiante defectuosa.
—Ray, cada cambiante mejora a su propio ritmo. Algunos son más hábiles en combate; otros, en rastreo y, te apuesto lo que quieras a que serías excelente en esa categoría. —La abrazó y ella apoyó la cabeza en su hombro—. El que no puedas hacer lo que los demás, no significa que seas peor cambiante y tampoco disminuye el valor de lo que has hecho en otros aspectos. Solo debes ser paciente contigo misma y poco a poco mejorarás. —Le besó la frente—. Es más, de ahora en adelante, yo me encargaré de tu entrenamiento. Soy buen maestro, puedes preguntarle a Anthony; todo lo que sabe hacer bien, lo aprendió de mí —dijo con orgullo y Ray rio por lo bajo.
—Ya tienes mucho trabajo y no seré una carga más para ti —dijo ante el plan—. Tienes razón, debo hacerlo lento y esforzarme más.
—¡Ey! No eres una carga —la retó—. Y no era una pregunta. Yo te ayudaré en cada paso de tu entrenamiento o, qué clase de compañero sería si te dejo sola en algo que es importante para ti.
—Víctor creerá que me quejé de él contigo.
—Para nada. Entenderá que queremos pasar tiempo juntos. Confía en mí. En un mes habrás mejorado tanto que no volverás a ver el polvo durante el entrenamiento.
Ray agradeció su apoyo con un beso y se acomodó en los brazos de Gabriel, donde permaneció por varios minutos.
—¿Qué hacías con mi ropa? —preguntó él—. ¿Y qué haces con mi camisa puesta?
Ray se miró la ropa, se había puesto una de sus camisas encima del vestido.
—Nada… —contestó, nerviosa y bajando la mirada—. Buscaba la ropa sucia para lavarla y esta tiene una mancha de tinta que hay que quitar, por eso la aparté.
—Ajá —murmuró Gabriel sin creer una palabra.
—Estaba muy enojada y tú no estabas —contó Ray jugando entre sus dedos con el dobladillo de la camisa—. Necesitaba sentirte cerca —murmuró tan bajo esto último que Gabriel tuvo que agachar la cabeza para oírla—. Lo siento, sé que es una tontería.
—No lo es —contestó él de inmediato—. Estaré a tu lado siempre que me necesites —prometió antes de besarla con suavidad.
—O sea… ¿siempre? —preguntó Ray recuperando su sonrisa y explorando su habilidad para coquetear.
—Siempre.
...
...
Gabriel estaba en el enorme despacho de la mansión, terminó de dictarle a Anthony nombres y direcciones por teléfono y lo puso al tanto de la mejoría de la manada.
—¡Ah, por cierto! —añadió conteniendo la emoción cuando terminaron de hablar de trabajo—. Encontré a mi compañera.
Estalló en risas al oír la reacción de su amigo y le contó lo que había ocurrido tan pronto llegó a la casa de Oregon.
—Me da mucho gusto, Gabriel. Te mereces una buena compañera y Ray es excepcional —dijo Anthony.
—¡Lo es! —contestó Gabriel con una amplia sonrisa que Anthony sólo pudo imaginar—. Llevó esta casa a la perfección y sabe todo sobre su funcionamiento. No tienes idea de lo maravillosa que es.
Anthony escuchó por varios minutos las cualidades de Ray, no dudaba de ellas y entendía que Gabriel estaba enamorado, así que todo lo que la joven cambiante hiciera, sería perfecto; tal como a él le pasaba con su compañera.
—¿Cómo va el entrenamiento de Candy? —preguntó Gabriel cuando le informó a su jefe que había enviado un paquete de libros en los que podían encontrar alguna explicación a su transformación.
—Mejora cada día, precisamente en unos minutos me reuniré con ella.
—Entonces, no te distraigo, pues yo también tengo un entrenamiento especial con Ray. Ha tenido problemas con su transformación y estamos trabajando en ello.
Anthony y Gabriel se despidieron.
—¡Son excelentes noticias, amigo! —dijo Anthony una vez más—. Les contaré a todos.
—¡Hazlo!
Gabriel cortó la llamada y salió del despacho para encontrarse con Amelia y Víctor.
—¿Están seguros de hacerlo de este modo? —preguntó Víctor todavía dudoso.
—No quisiera, pero… —Gabriel se frotó el cuello.
—Cariño, sabes que mi padre era un salvaje, pero sus métodos funcionaban —terció Amelia—, creo que es la mejor manera de ayudar a Ray.
Víctor miró a ambos y resopló.
—Adelante…
...
...
Ray no sabía nada de medicina, pero había experimentado, por años, la química, así que era la más indicada para desmantelar el laboratorio de Aquiles. Gabriel se había opuesto, pues no quería que volviera a entrar a semejante lugar, pero Ray había decidido que lo haría y desde hacía un par de días, se encontraba haciendo un inventario del laboratorio con ayuda de un par de cambiantes.
Los venenos serían destruidos, mientras que los remedios y antídotos serían puestos a resguardo y registrados en una bitácora a la que sólo el jefe Brower, una vez que llegara a Oregon, tendría acceso. Los registros de los experimentos de Aquiles serían revisados por una delegación de Montana y esa tarde, Ray estaba separándolos.
La mirada de la joven se perdió en la mesa de experimentos que antes solía estar llena de libros y sustancias. Ahora estaba limpia y despejada…
—No tenemos que estar aquí —dijo Gabriel días antes, cuando la acompañó a su primer día de trabajo en el laboratorio—. Tú no tienes que estar aquí —volvió a decir con la esperanza de convencerla.
Ray sonrió y empezó a tirar todo aquello que no servía, más las pertenencias de Aquiles. Se sentía bien al hacerlo y aunque al principio le costó quitarse el miedo de mover las cosas, después de una hora ya tiraba todo lo inútil con mayor seguridad. Gabriel la ayudó y cada tanto volteaba a mirarla o se le acercaba para hacerle un mimo o darle un beso.
—No sé de antigüedades, pero esta mesa es valiosa. Tal vez podamos venderla —sugirió Ray, pues muchas pertenencias de los Bennett serían vendidas a un anticuario para dejar entrar todo lo nuevo.
Gabriel palpó la mesa y reconoció que era de buena madera y que tenía un diseño fino. Algo valdría.
Sonrió de inmediato al ver a Ray sentada sobre la mesa, tendiéndole la mano. Se acomodó entre sus piernas y la abrazó por la espalda.
—¿Qué haces, traviesa?
Ray lo abrazó y le dio un casto beso en la mejilla.
—Yo también odio este lugar —reconoció—. Me daba pavor entrar, pero en cuanto entré de tu mano hace un rato, ya no sentí miedo.
Gabriel acercó su rostro y topó su frente con la de ella. La oyó desahogarse y quitarse poco a poco el peso que la hundía en ese sótano hasta que su conversación ya no era sobre el pasado, sino sobre el futuro que había ahí afuera para ellos.
—Creo que te gustará Michigan —dijo Gabriel—. Te llevaré a conocer los pueblos aledaños y las ciudades. En Harmony hay un cinematógrafo, ¿has visto alguno? —ella negó—, pues te gustará y… ¿todavía recuerdas cómo cuidar animales? —Ray asintió—. ¿Eras buena?
—La mejor —contestó con presunción—, ¿por qué?
—Porque hay una chica especial en casa que debe extrañarme mucho y…
—¿Y quieres que le cuide el caballo o qué? —preguntó de inmediato a la defensiva.
—Se trata de una yegua —aclaró de inmediato para no causarle celos—. Candy la trajo cuando era humana y yo me encargo de su cuidado, así que creí que tú y yo podríamos insertar algunos otros animales en casa.
—¿Hay espacio suficiente?, un caballo es una cosa, pero si quieres…
—Tengamos un rancho —propuso Gabriel de pronto y su mirada se iluminó al tiempo que Ray abría la boca, atónita.
Tras la muerte de Oliver antes de la batalla y la de su compañera Laurie durante la misma, su rancho en el pueblo había quedado deshabitado, un par de cambiantes se hacían cargo de la administración, pero sólo hasta que Anthony decidiera qué hacer con la propiedad, pues sus hijos pertenecían ya a otras manadas y no volverían para hacerse cargo del lugar.
—Ambos crecimos en un rancho y creo que juntos podemos sacarlo adelante. Claro que tendríamos que ocuparnos de la seguridad del pueblo, pero no estaríamos solos en esa tarea. Hablaré con Anthony. ¿Qué dices? Sólo tú y yo en nuestra casa.
La emoción de Gabriel era contagiosa y la idea de tener una casa propia, no una mansión que limpiar y proteger, era tentadora. Volver a sus orígenes para cuidar y defender la tierra como no pudo hacerlo de niña era un hermoso futuro.
—Acepto —contestó Ray plantándole un beso en los labios.
...
...
Un llamado de emergencia sacó a Ray de sus recuerdos.
—Ray, ven pronto —le dijo Amelia—, es Gabriel.
La cambiante no lo pensó dos veces y salió corriendo del sótano, dejando a sus compañeros sin ninguna explicación. Llegó a la primera planta con el corazón desbocado y un horrible presentimiento.
—¿Qué pasa con Gabriel? —preguntó tan pronto vio a Amelia.
—Él y Harry salieron a revisar el perímetro y en la zona este —se frotó las manos y arrugó el cejo—. Hubo una avalancha y…
Ray no dijo nada, salió corriendo de la casa y echó a correr a la frontera este. No era experta en la zona, pero tampoco tonta y conocía el terreno. Su corazón latía con violencia, pero no le importaba, tenía que llegar pronto a su lado, tenía que hallarlo.
Las almohadillas de sus patas barrían la nieve, sus orejas buscaban cualquier indicio del paradero de Gabriel y su nariz, su mayor aliada, la guiaba.
Corrió kilómetros sin esfuerzo, gruñó al no encontrar ningún rastro y temió haberse equivocado de dirección, pero sabía que no era así.
Se detuvo de golpe y hundió las patas en la nieve. Aulló…
—Gabriel, ¿dónde estás?
¡Su aroma!
El olor de Gabriel golpeó su nariz. Estaba cerca… buscó rastros de la avalancha, pero no había nada que indicara el desastre. Un nudo en su estómago la hizo avanzar con cautela. Una ráfaga de viento le sacudió el castaño pelaje y sólo en ese momento, Ray fue consciente de su forma, pero no era tiempo de analizar, sino de rastrear.
—Ray.
Su voz era tenue y el miedo se instaló en el pecho de la loba.
Gabriel apareció entre los árboles. Su lobo marrón intenso resaltaba más gracias a la nieve y su andar era tranquilo, seguro.
—No estás herido.
Se acercó a él y olisqueó en busca de algún daño. Todo su cuerpo reaccionó, emocionado por saberlo a salvo.
—No.
—¿Y Harry? —preguntó por el otro cambiante.
—A salvo —contestó y Ray no pasó por alto la culpa en su mensaje.
Gabriel frotó su cabeza en el pecho de Ray, pidiendo perdón.
—Era la única manera de que controlaras el cambio —dijo lamiendo una pata de Ray de la que goteaba un poco de sangre.
Ella no había notado el rasguño, supuso que fue con una rama mientras corría.
Ray chilló como una loba y de inmediato se oyó sollozar como humana. Sus rodillas desnudas se erizaron por la nieve y el resto de su cuerpo tembló al sentir una manta que la cubría. Los brazos humanos de Gabriel la cubrieron de inmediato y se escondió en su pecho para llorar.
Gabriel la protegió con su cuerpo y la dejó llorar. Amelia y él habían ideado el plan; llevar a Ray al límite para que no pensara su cambio, para que actuara por instinto y sólo había una manera, hacerla creer que su compañero estaba en peligro. Tuvo que luchar mucho con su propio instinto para crearle semejante angustia y se juró que, si no funcionaba, buscarían otra forma de entrenarla, pero Ray había reaccionado tal como imaginaban:
Se había transformado de inmediato, tan pronto como pisó la salida y su rastreo había sido impecable, él no se había equivocado, esa era una de sus mayores virtudes y lo había hallado con la misma habilidad de un lobo experto.
—Tuve tanto miedo de que algo malo te ocurriera —sollozó Ray apretando el abrazo—. No quiero volver a quedarme sola. —Gabriel le pidió perdón tantas veces a Ray que su sonrisa terminó por absorber las lágrimas—. ¡No tenían que ser tan salvajes! —se quejó—, ya me estaba controlando.
—Perdóname —murmuró él besando sus mejillas en repetidas ocasiones—. Pero debo decirte que estuviste magnífica. ¿Puedes volver a hacerlo?
Ray asintió con lentitud y se limpió la nariz con el dorso de la mano. Se quitó la manta que la protegía del frío y la arrojó sobre la nieve con teatralidad y seguridad.
Un par de lobos marrones corretearon en el bosque cubierto de nieve y no volvieron a la casa hasta bien entrada la noche.
—Funcionó —dijo Víctor a Amelia que daba vueltas en la puerta, esperando ver a Ray y Gabriel—. ¿Por qué tanto miedo? —se burló él y Amelia rodó los ojos.
Sabía que había funcionado, ella fue la de la idea, siguiendo las enseñanzas de su padre, pero un engaño era un engaño y Ray se lo cobraría.
—Tranquila —Víctor le besó la mejilla y tiró de ella para quitarla de la puerta—. No atacará a una cambiante embarazada.
Amelia sonrió y se llevó una mano al vientre, todavía no se notaba, pero ya todos en casa sabían que serían padres y sus hijos mayores, Ray y Gabriel, estaban tan entusiasmados que a veces se comportaban como niños y ella, sobre todo, la cuidaba con esmero cuando Víctor no estaba cerca, o sea, pocas veces al día.
...
...
Los meses pasaron y la casa de Oregon estaba irreconocible. El recuerdo de los Bennett cada día era más difuso para todos y el nuevo hogar formado por Víctor, Amelia, Gabriel y Ray le daba la bienvenida a los jefes.
—Te ves hermosa, tranquila —dijo Gabriel a su compañera tomando su mano—. Te romperás un dedo si sigues frotándolas.
—¡Calla! Son los jefes los que vienen, no puedo estar tranquila —contestó Ray.
Había llegado el momento de reencontrarse con el jefe Anthony, el hombre que le había dado su libertad, su confianza y la oportunidad de conocer a su compañero y, lo mejor de todo, su compañera, por la que había luchado y resistido tanto, venía con él.
...
...
—Anthony, estás nervioso —Candy le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de él.
El jefe resopló, no podía negarlo, los recuerdos de su primera visita a Oregon eran amargos y aunque conocía los avances y cambios que habían hecho sus tíos y su mejor amigo, no podía ignorar sus emociones.
—Estamos juntos, Anthony.
Él besó la mano de Candy y asintió cuando el automóvil entraba a la casa de Oregon.
...
...
La manada recibió, por fin, a los jefes con entusiasmo. Candy abrazó de inmediato a Amelia.
—¡Felicidades! —dijo extasiada al ver el abultado vientre de su tía—. ¿Cómo te has sentido?, ¿algo fuera de lo normal?
—Todo en orden —la calmó Amelia—. Patea mucho, pero creo que ya está impaciente por salir.
—¿Qué crees que sea? —preguntó Candy.
—Mmm, yo creo que es una niña.
—Será hermosa y muy amada —afirmó Candy—, ¿ya tienen un nombre?
—Olivia —contestó Amelia.
—O Ada —terció Víctor acercándose a las mujeres después de saludar a su sobrino—. Son las propuestas de estos dos, pero si es un niño, tendremos problemas —señaló a Gabriel y Ray, que ya habían saludado a Anthony y los tres se acercaron.
—Candy, te presento a Ray, mi compañera —dijo Gabriel igual de emocionado que cuando se lo contó a Anthony por teléfono.
Ray sonrió con timidez e hizo una respetuosa reverencia a Candy.
—¡Al fin te conozco! —expresó Candy abrazando de inmediato a la joven—. Te debo tanto —le dijo por lo bajo y estrujó a Ray contra su pecho.
Los ojos de Ray se llenaron de lágrimas.
—Jefa Candy… —quiso decir algo, pero su emoción se lo impidió y Candy volvió a abrazarla.
Los miembros que ya la conocían no se equivocaron, la jefa Candy era maravillosa. Los días que siguieron a su llegada la casa adquirió un nuevo ritmo. Candy se encargó de conocer a todos, comía, corría y entrenaba con ellos. Revisó con autoridad el registro médico que había ordenado hacer y lo amplió de inmediato, revisando a todos y cada uno de los cambiantes. También creó desorden al desestabilizar el estricto horario de entrenamiento de Víctor y robaba a Ray de su compañero durante el día. Anthony la dejaba hacer a su antojo y se complacía en verla tan feliz y activa entre la manada.
—¿No te duele la cara? —se burló Anthony de Gabriel a la mañana siguiente de la ceremonia de juramento.
Gabriel tenía una enorme sonrisa y sus ojos no se despegaban de Ray quien, de la mano de Candy, atravesaba el jardín, las oyeron murmurar algo sobre el embarazo de Amelia y las vieron desaparecer al cruzar la puerta principal.
—No, soy feliz al lado de esa mujer y nunca dejaré de serlo.
Anthony no dijo más, entendía el sentimiento.
—Jefe, sobre el rancho.
—Es de ustedes. Vuelvan cuando quieran.
Gabriel asintió y le tendió la mano con respeto y afecto.
—Gracias, jefe,
—Gracias a ti, Gabriel. Gracias por darme una manada cuando llegué a tu casa y por apoyarme siempre.
—Eso hacen los amigos.
—Eso hacen los hermanos.
...
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