Mordidas

Un brazo voló por la habitación más el desgarrador grito de agonía del mismo ex portador de él, uno de los depredadores agarró al mi hermano con una sonrisa y comenzó a probar su cuerpo gustoso mientras se volteaba a quienes estábamos tirados en la esquina de la habitación. Georgi yacía al final de la habitación, tan mordido como sin vida.

—¿Quién va a ser la primera? Huelen deliciosos chicos, ¡No me decido por quién! Pido voluntarios — La sangre escurría por las comisuras de sus labios mientras el horror dilataba las pupilas de mis hermanas. - ¿Nadie? ¿Qué tal tú, rubia? - Tomó del tobillo a Anna pero ella se removió brusca pateando la pierna del alfa.

—¡Déjala, no la toques! — Gritó a todo pulmón Sergei mientras el otro tigre de bengala lo inmovilizaba y tiraba su único brazo hacia atrás divirtiéndose con sus dedos. Un crujido estremecedor se escuchó nuevamente — ¡AAGH!— había doblado su dedo corazón hasta llegar a sacarlo. ¡N-No te atrevas! ¡Anna!

Suéltame, asqueroso La recordaba bien, recordaba bien las patadas de Anna, ¿Cuántas veces había pateado a Georgi por jugarle bromas?, ella misma me había enseñado a defenderme con mi propio cuerpo. Sabía que a aquel tigre de bengala le había dolido la que le había propinado certero en su abdomen.

Pero enfurecido, tironeó de su cabello hasta tumbarla en el suelo y con la misma fuerza entre tironeos y gritos de la que fue mi hermana mayor, clavó sus colmillos por sobre la marca que ya tenía... y no sólo la remarcó, sino que hasta arrancó el pedazo de su delicado cuello con sus colmillos, esparciendo el regadío de sangre por toda la habitación. Vi ese brillo abandonar sus ojos luchadores y obstinados mientras el hombre sobre sí rasgaba sus ropas y comenzaba a saborear su nívea piel. Había rechazado la mordida, y con eso le habían quitado la vida.

Sentí el grito horrorizado de Irina mientras me abrazaba no dejándome ver la matanza en la propia sala de mi hogar. Sin embargo, sentir las convulsiones del llanto desesperado de su pecho solo me hacían desesperarme a mí también. Oía sus murmullos entre chillidos repetir a cada momento "por favor, por favor, por favor, por favor..." una y otra vez hasta que lo inevitable pasó, fue agarrada del brazo con brusquedad y tumbada al igual que Anna ya inerte a su lado.

Yu-Yuri, ¡Corre! por favor, por favor...

—¡Yu-AAAGHHH! — El cuerpo de Sergei se removió bruscamente y comenzó a chillar como cachorro herido, el otro tigre también lo había marcado contra su voluntad.

Los gritos llenaron la habitación y como si la última súplica de mi hermana hiciera *click en mi cabeza, corrí fuera de la casa sin mirar atrás.

Lo único que me detuvo afuera fue ver a mi mamá en el suelo... o a mi mamá por todas partes del suelo, descuartizada. Sentí un mareo repentino y caí sentado en la fría nieve. Escuchaba los gritos de Irina dentro de la casa. "Por favor, por favor, por favor Yuri" y con las náuseas logré pararme y entonces nítidamente vino a mí: el último y grave grito de Sergei, avisándome que la muerte ya lo había reclamado. No pude más, vomité todo lo que quizá pude haber comido en esta vida, todo, las náuseas pudieron conmigo. En mi mente no dejaba de llamar a mi abuelo, a mis demás hermanos, a papá, ¿Dónde habían ido? ¿Dónde estaban?

¡Yuratchka! Como si mis penosos ruegos fuesen oídos mi abuelo venía corriendo hacia mí desde colina hacia arriba, por el camino que daba a la ciudad más cercana. Entonces recordé que nos habían dejado por ir al médico, mi hermano menor había enfermado y la mitad quedamos en casa. Mi abuelo, mis hermanos, papá y...

¡Anna, Anna! ¡¿Dónde está Anna?! El único alfa de mi familia... el alfa de mi hermana mayor, Ganya. Estaba desesperado, hasta que sintió el olor provenir de la casa y... No... Corrió aventurándose a la casa, creo que fue la primera y última vez que estuve realmente frente a la imponente presencia de un Alfa enojado, furioso, destruido, esperando y finalmente... encontrando lo peor...

Vi a Soffi taparse la boca mientras las lagrimas comenzaban a caer por sus blancas mejillas, se comenzó a mover frenética hasta que el grito salió de su garganta, agarró con frustración, con espanto, con horror sus cabellos y los hipidos comenzaron a salir uno tras otro mientras intentaba recuperar la respiración de forma normal. Había visto a mamá en el suelo.

Yasha, sólo tres años mayor que yo, veía todo impactado, sin comprender, su corta edad tampoco le permitía procesar aquella información de manera que lo haría un adulto. Miraba desorientado los restos de mamá en el suelo. Papá vio con ojos desorbitados a la que alguna vez fue su compañera de vida y enseguida apretó a Dema, el menor de mis hermanos contra su pecho, el pequeño que apenas comenzaba a dar sus primeros pasos dio un corto quejidito.

No entendía lo que sucedía, sólo sabía de mi corazón desbocado y que nada bueno era lo que estaba pasando, la desesperación ahogada se reprimía en mí ahogándose en el trauma que se estaba produciendo en mi pecho y memoria para quedarse ahí hasta mi adolescencia, hasta ahora. Mi abuelo se acercó a mí y abrazando mi frío y tembloroso cuerpo desvió la mirada de su hija bañada en sangre.

Más gritos, más lamentos, más, más, cada vez más la presencia de Ganya desparecía, la esencia de Irina también se había esfumado hace tiempo. Cada vez más, más gruñidos se escuchaban cerca, tan cerca que mi padre aún siendo beta los escuchó, pero ningún estímulo logró realizarse a tiempo cuando uno de ellos se abalanzó sobre Soffi, enterrando sus garras en su frágil espalda y quebrándola en el acto, terminando su vida de inmediato, entonces mi abuelo me bajó entregándome a papá, quien rápidamente me tomó de la mano y tironeó de mí.

Volteé a mirar por última vez a Yasha, con quien solíamos competir por quién hacía el mejor muñeco de nieve justo aquí. Su esencia desapareció de inmediato cuando mi abuelo no alcanzó a tomarlo. Miré a papá, su mirada tenía determinación, pero su rostro se bañaba en lágrimas que a duras penas podía controlar. De la caseta vieja a unos metros de nuestra casa sacó la vieja escopeta que usó en sus años como cadete.

Pero nada los detuvo. Los alfas son seres despiadados.

Cuando el último de mis hermanos beta se le fue arrebatada su vida, papá también fue privado de la suya, regalándome su última mirada grisácea, yéndose con el arrepentimiento de no haber protegido a sus hijas, a sus hijos, a su esposa, a su familia. Se fue con la duda de si yo viviría, de si mi abuelo logró sobrevivir, de si algún vestigio Plisetsky quedaría.

Yo viví. Pero él no.

—Yuratchka, corre. — bañado en sangre, como mi madre y como todos. Mi abuelo me ayudó a escapar con sus últimas fuerzas mientras devoraban a mi familia.

—No puedo... no puedo yo solito— abrí la boca por fin desde que aquellas bestias irrumpieron en mi hogar, la queja fue en vano, sin embargo. Él ya había soltado su último suspiro.

Suerte, un milagro, la sangre con la que yo estaba bañado... anuló completamente mi olor en medio del bosque, y a esa edad al nunca haber tenido mi primer celo, mi esencia de omega no se marcó. Había sobrevivido a causa de la sangre de mi sangre. Los tigres se olvidaron de mi existencia, pero yo no de ellos, y jamás pude hacerlo.

Y los odié, los odié a todos y cada uno de ellos, odié a todos los alfas, a todos los tigres de bengala.

Me prometí nunca dejarme someter por uno, si eso me costaba la vida, no dejaría que ninguno nunca me marcara, jamás, jamás. No me reclamarían, no dejaría que me quitaran mi propia esencia como lo habían hecho con el brillo de mis hermanos. Pelearía con garras y uñas de ser necesario, preferiría la muerte antes que uno me tomara.

Yo, Yuri Plisetsky, odio con mi alma a los Alfas.

.

.

.

No había pronunciado palabra desde su llegada y no pensaba hacerlo, tampoco comería, no probaría bocado por más que su estómago se lo pidiese. Su obstinación y orgullo eran mucho más grandes y Viktor lo comprendió de inmediato así que lo dejó en aquella habitación, pero no le dejaría mover un dedo fuera de ella por nada del mundo. Se quedaría ahí. Para Viktor aquel chico era sospechoso y era fácilmente el punto más cercano para llegar a su objetivo, no lo soltaría por nada del mundo hasta que le dijese lo que quería.

En su lugar había dejado al chico que se había presentado con el nombre de Otabek Altin, Yuri tampoco confiaba en él. Ningún alfa era digno de su confianza y hace tres días que no pronunciaba palabra alguna más que las de advertencia que dictaba su severa mirada.

Aunque tenía que admitir que su "cuidador" tampoco era muy hablador que digamos, se la pasaba sentado en el espacioso sofá a un lado de la puerta leyendo algún que otro libro totalmente ajeno a entablar alguna conversación con él. Yuri se mantenía sentado en la cama o mirando por la ventana.

Cercanos a la media noche el hombre se retiraba con un cortante "buenas noches" y lo dejaba en solitario, pero Yuri se oponía rotundamente a tomar el sueño en aquella habitación desconocida, sólo se paraba para entrar al baño y nada más. Había pensado salir de noche pero sentía el mismo aroma del alfa fuera de su habitación, a pesar de aquella pequeña privacidad que tenía la vigilancia era constante. Había tenido la intención de saltar por el gran ventanal pero la altura era CONSIDERABLE y seguramente moriría en el acto.

—Deberías bañarte — fue la primera vez que le hablaba mientras lo vigilaba, mas no lo miró mientras lo dijo, inmerso en su lectura. —Sé que eres un felino pero los felinos también en algún punto necesitan un baño — levantó la mirada.

Chocolate y aguamarino chocaron de pronto, el primero portaba una tranquilidad casi desinteresada y el segundo... el frío del hielo puro como si clavaran mil agujas con su agudeza.

Yuri había hecho un voto de silencio y no hablaría hasta nuevo aviso. Sentado a la mitad de la cama reposando en el espaldar volvió a mirar la nieve caer suavemente en la nada. Si el chico tenía un problema con su olor a omega, pues en su mente Yuri le debatía mil y un problemas con su asqueroso olor a alfa.

Su estómago de pronto gruñó, no se avergonzó ni nada por el estilo; llevaba sonándole la tripa desde que llegó a aquel lugar.

—Estás demasiado delgado, debes comer algo. — le debatió nuevamente, pero esta vez ni le miró — También debes dormir, tus ojeras se ven terribles, Yuri.

Arrugó la nariz de inmediato escrutándole con la mirada. No digas mi nombre con esa sucia boca.

Se recostó de lado para no verlo más, en dirección al ventanal. Acarició su cuello tomando el medallón de copo y delineándolo con su fría y pálida diestra, a veces sólo aquella maña que tenía lograba relajarlo. Jugueteó con el dije rozándolo con sus finos labios y a veces suavemente mordiéndolo, saboreando el mal sabor a metal. Cuando no se lo esperaba, maldición, había empezado a cabecear sin darse cuenta. Se recompuso de inmediato y bruscamente, descubriendo que el alfa estaba cerca suyo con una manta en las manos, le gruñó de inmediato, alejándose de él.

Otabek suspiró pesado. No era nada facil cuidar de ese felino pequeño.

—Sólo te iba a tapar, ¿bien? — le dejó la manta a los pies de la cama y volvió a su lugar.

Aquel gran detalle saltó a la vista del rubio: no olía en él la irritación reprimida con la que tendría que estar realizando su trabajo. Ningún alfa dejaba que un omega fuera osado contra su autoridad impuesta. Incluso la vez que le había gruñido a Viktor, el peliplateado había soltado sin querer aquel olor amargo a enfado reprimido... pero con Otabek no era lo mismo.

Lo volvió a mirar, ahora nuevamente sumido en su libro e ignorándolo. Observó su semblante serio pero calmo, no había estado parado a su lado pero sabía que al menos le ganaba con una cabeza, sus manos eran finas pero firmes. Percibió la misma elegancia con la que había caminado la primera vez que lo vio pero ahora con sus gestos y la manera en que usaba sus manos, sus piernas estaban cruzadas de la forma que lo haría un varón pero no se mostraba como un gesto grotesco sino sumamente sutil y varonil. Todo en el chico parecía impecable, volvió a subir su mirada a su rostro y tuvo que morderse la mejilla por dentro para no soltar una exclamación al este haberlo pillado observándolo, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.

—¿Pasa algo? — sin embargo su tono no sonó burlón, sonó hasta cortés y servicial.

Frunció el ceño. Dudó unos segundos hasta que se puso de pie frente la puerta del baño, antes de entrar le dedicó su peor mirada y le levantó el dedo de en medio, seguido cerró de un portazo.

Dentro, por fin se permitió apoyarse contra la pared despacio, suspirando el aire que le había provocado la sorpresa en el momento, ¿Qué demonios pasaba con él? Era tan jodidamente extraño...

Miró la bañera dudoso. Ahora un suspiro de frustración soltó entre sus rosados labios. Dejándose vencer comenzó a despojarse de sus ropas, cabe decir que había estado usando la que había encontrado en el ropero; repleto de camisas y suéteres además de pantalones de su gusto, era como si lo hubiesen estado estudiando desde antes y no dejaba la posibilidad fuera.

Reguló el agua y se sumergió de lleno en la tibia temperatura. Dejó salir un quejido gustoso bien bajito, realmente quería bañarse desde que había llegado por sentir el olor a alfa en todos lados, pero su orgullo de no moverse se lo había impedido.

Enjabonó su cuerpo, aún sabiendo que no habían cámaras ni nadie dentro del lugar miró hacia todos lados del espacioso baño para finalmente dejar salir sus orejas y cola, las primeras tiernamente asomadas entre sus cabellos claros. Las restregó con gentileza a pesar de que siempre las mantuviera limpias y enjabonó su larga cola. Las orejitas redondas con manchas desaparecieron con su cola tras enjuagarlas.

Pensar que era él lo que Viktor buscaba le aterraba, sin querer admitirlo.

Desde siempre estuvo consciente de que eran escasos y ahí la razón por la que sus padres se alejaron de la sociedad cuando él era pequeño así formando su propio ambiente familiar aparte. Y que ahora sólo quedara él era... era tenebroso.

Tras secarse se miró al espejo, el cabello ya le llegaba a los hombros...

—Qué molesto... — dijo tras días sin hablar, la voz le salió un poco ronca debido a eso. Carraspeó un poco.

Pensaba cortarse el cabello al llegar a su casa... pero ya muy lejos estaba de eso.

Cuando se disponía a vestirse, entonces cayó en cuenta de que se le había olvidado la muda. Maldijo mentalmente, no estaba dispuesto a ponerse la que ya había usado. Se tapó con la toalla completamente dispuesto a servirse en bandeja de plata al estúpido alfa tras las puertas sólo para ir a buscar una maldita muda, suspiró con rabia, abrió un poco la puerta y... ropa limpia estaba doblada justo frente a él, dio un rápido vistazo a la habitación y Otabek no estaba ahí. Como sea, la tomó con rapidez y se volvió a encerrar en el baño.

—Estúpido alfa tonto — insultó a las atenciones del chico.

Cuando salió lo primero que hizo fue colocar nuevamente y rápido el collar antimordidas en su cuello. Se estaba secando el cabello con la toalla cuando sintió la puerta abrirse, no tuvo que voltearse para saber que era él. Se sentó en el sofá otra vez haciendo lo de siempre, leer.

Agradecer como se debía pasó por su mente, pero ¿por qué? si ellos lo tenían ahí en primer lugar como un prisionero. Así que calló otra vez.


¡Gracias por leer!