Ojos

—Los omegas no somos objetos, Otabek — la suave voz femenina me hizo temblar y giré la vista a la chica a mi lado.

Con un semblante gentil, toda calmada, Mila Babicheva era la persona que más amaba en el mundo. Y la persona que más amaba en el mundo no era mía.

—Lo sé — aseguré, serio.

—¿Cuidarás de él si nace condenado a ser omega? — acarició su vientre notoriamente abultado, con un cariño que hacía hasta sus pupilas dilatar.

— Lo haré. ¿No confías en mí? — los ojos de ella se clavaron en míos y sentí un escalofrío.

—No confío en los demás — me sonrió.

—¿Por qué preguntas todo esto? No es como si tú... — rodé los ojos y detuve la frase en mi boca, incapaz de soltarla por ni siquiera querer pensar en esa posibilidad.

—Anda — rió divertida — anda, dilo. — arrugué la nariz, odiaba que Mila se pusiera en el peor de los casos. Odiaba que esa chica no le temiera a la muerte. Odiaba el sólo hecho de pensar que siempre estuviera preparada para todo, siempre un paso delante mí, siempre un paso más lejos de mí —Si muero, no quiero que por ningún motivo lo dejes solo — Pero ahora me miraba con seriedad — Otabek... no lo acerques a él.

—¿Enserio no confías en mí? — fruncí un poco el ceño.

—Gracias, eres mi mejor amigo.

—Auch.

La peliroja volvió a reír, golpeó débilmente mi hombro, risueña

—Vamos, sabes que te quiero más que a nadie. Lamento que no sea de esa forma, pero eres lo único que tengo... y él — volvió a acariciar su vientre.

—Está bien — sonreí — prometo cuidar de ti — toqué la barriga de Mila y el cachorrito dentro de ella se removió.

—¡Te reconoce! — chilló emocionada.

El brillo de sus ojos sólo lograban alegrarme, y que la pequeña criatura dentro suyo también.

Las manadas mezcladas eran bastante comunes, sobretodo cuando el único fin de éstas era sobrevivir a costa de la pluralidad cazadora que al fin y al cabo escondía el deseo de sobrevivir y cada uno salvarse el pellejo.

Dentro de uno de los "clanes mezclados" más conocidos estábamos Mila y yo, y como líder: la familia Leroy, en la cual hace muy poco (y tras el fallecimiento de sus padres) había tomado el mando Jean Jacques Leroy, el hijo mayor de la línea sucesora de leones.

Siendo reprendida tras haber hecho lo que hizo, Mila había quedado en cinta tras caer en la engañosa red de Jean quien sólo se había aprovechado de ella luego de que su celo llegara de forma repentina y sin darse cuenta.

Odiaba con mi alma a Jean, lo odiaba no sólo por dejar abandonada a Mila, sino por sus constantes intentos y abusos contra la peliroja para que abortara meramente por maldad, porque si el cachorro saliera omega sería una gran deshonra para él, para su familia. Le daba un trato agresivo y la gota que rebalsó el vaso fue cuando había intentado devorarla. No lo aguanté y robé a Mila, la hice huir junto conmigo de ese clan.

Miré los brazos desnudos, aún algunas cicatrices de las garras de ese malnacido se lograban apreciar. A pesar de haberle consultado mil y un veces si realmente quería el bebé, ella había dado una respuesta positiva, alegando que era su bebé y que si bien Jean no lo quería, ella estaba dispuesta a dar la vida por esa criatura que crecía en su vientre día a día. Admiraba esa protección con sus cachorros que poseían los omegas.

—Mira, está lloviendo — volteó su delgado cuello hacia la ventana y apareció allí, entre sus cabellos, los colmillos de Jean en una marca impecable.

Recordé los primeros meses fuera del Clan; el sufrimiento de Mila al ser rechazada por el alfa del que había sido separada. Bien se sabe que la compañía el alfa es vital cuando un omega es marcado por este, pero para Mila, al tener mala suerte, no fue así. Habían días enteros en que caía rendida en sí, con la mirada perdida e ida hacia cualquier lugar quedándose pegada. Otros días, los que a mi parecer encontraba los más terribles, eran cuando le daban las crisis de pánico, comenzaba a llorar con desesperación pura y sus gritos eran mero sufrimiento tanto para ella como para mí, odiaba verla de ese modo y sentía una impotencia tremenda con sólo intentar consolarla con palabras y no hechos.

Hoy, sin embargo, parecía animada, se había estado apoyando mí, eran las últimas semanas de su embarazo y por el momento estaba internada en el hospital de la ciudadela más cercana. Yo había tenido que morderme mi propia mano para no caer en la tentación de herir a cualquier beta y pasar así desapercibido, aunque muy difícil no fue debido al tener siempre el olor de Mila encima y estar acostumbrado a la convivencia con ella.

—¿Crees que pueda salir a...? — de pronto soltó un quejido, sus ojos se contrajeron y lo olí de inmediato: sangre. Levanté las sábanas de golpe y entre sus piernas el líquido escurría y escurría — ¿B-Beka? — sus ojos temblorosos comenzaron a buscarme, no sabía lo que estaba pasando.

Lo demás fue sólo mi grito llamando a las enfermeras, recuerdo todo en cámara lenta, desde cuando el doctor me sacó de la habitación a la fuerza, las enfermeras comenzaron a rodear a Mila con varias máquinas, inyectando cosas en sus débiles y delgados brazos, hasta su última mirada antes de entrar a pabellón; miedosa, estaba llorando, estaba aterrada y me llamaba... me llamaba y yo no pude hacer nada luego de que me dejaran fuera de donde la tratarían. No recuerdo bien, en mi aturdimiento veía a doctores correr por todos lados, una mancha de sangre había quedado en el blanco piso tras haberla trasladado demasiado rápido. Una enfermera me decía algo frente a mí, pero no podía escuchar ni centrar mi atención en algo... y entonces.

—... un aborto espontáneo, perdió mucha sangre y la operación no salió bien... lo siento señor, esto pasa a menudo con omegas sin un vínculo de pareja estable y es una lástima lo acontecido.

¿Cómo habíamos llegado a esto? hace menos de una hora Mila reía... Mila estaba ahí, ella estaba ahí junto a mí. Me negaba simplemente al hecho de que estuviera muerta así como así.

—Quiero verla — fue lo único que solté.

—¿Está seguro? ella...

—Quiero verla — gruñí por instinto a lo que me estaban privando y entonces vi el miedo del doctor.

—Un alfa... — susurró primero — ¡Un Alfa! ¡Llamen al Escuadrón! —había sembrado el pánico otra vez.

Pero no me importaba, yo quería verla, yo debía verla.

Antes de que el guardia entrara corrí a todos las enfermeras muertas del miedo y me abrí paso donde se suponía estaba Mila. La sangre nuevamente inundó mis sentidos y la encontré de inmediato: ahí, sobre una camilla con una bata ensangrentada y abierta en el bulto que debió ser su bebé y que yo estaba en la obligación de proteger... de proteger a ambas, de protegerla, a ella, a la que amaba.

Dentro de mi aturdimiento sentí el ardor en mi hombro que me hizo caer de inmediato.

Me quejé arrastrándome, y me costó percatarme que me habían disparado, y no sólo un disparo normal, porque al mirar mi hombro noté que se trataba de un dardo.

No, Mila...

Volví a mirarla y lo que vi me dejó frío por completo: sus ojos se clavaban en mí devuelta.

Aquellos pedazos de azul índigo me miraban sin brillo, me atravesaban y me estudiaban sin moverse con sus párpados abiertos de par en par, sus largas pestañas parecían querer bajar en cualquier momento para comenzar nuevamente a pestañear recobrando esa luminosidad que tanto amaba.

Comencé a susurrar su nombre, a llamarla, quería que me sonriera de nuevo, que me dijera que la cuidara, algo, lo que fuera, cualquier cosa.

—Mila, Mila... Hey, Mila, ¡Mila! ¡MILA! — pero no me hacía caso.

Y entonces caí en la verdad. Ella ya no despertaría.

De golpe mi vista comenzó a ponerse borrosa, pero no quería ceder a quitar mi atención de ella. Había comenzado a llorar frenéticamente, no me podían hacer eso, no me podían separar de ella. Una presión en mi cuello me tiró hacia atrás y el frío de algo puesto en mi cabeza ni siquiera sirvió para dejar de decir torpemente su nombre. Cada vez se hacía más lejana, y yo simplemente no podía acercarme.

Ese es mi último recuerdo de la que fue mi primer amor.

El Escuadrón me había enclaustrado en uno de sus fuertes en lo alto de las casi desiertas nevadas montañas. Desperté a los dos días.

Todo de ahí en adelante y lo que es mi estadía en aquel lugar es borroso, las drogas que nos daban para sedar a los alfas de aquel lugar nos ponían atontados y con ello se le sumaba el que no nos alimentaban, nos dejaban morir así.

Cuando no comemos solemos ponernos agresivos, impulsivos, a veces hasta perdemos la razón de las cosas y realidad con ilusión se conjugan en una desatando nuestra locura... y eso a los cadetes les encantaba, amaban vernos enloquecer mientras nos suministraban más y más drogas para morir fácilmente y deshacerse de nosotros ocupando nuestro cupo con otro alfa y así seguir el bucle. Por eso el que te fusilaran sonaba mucho mejor que el enclaustramiento.

Pero el Escuadrón es una institución atravesada y desquiciada. Fusilaban a quienes se les sorprendía cometiendo asesinato y caza de cualquier beta a diferencia de quienes sólo eran encontrados mezclados entre su sociedad (como yo) y los torturaban con el enclaustramiento.

Fue en aquellos días cuando conocí al que entonces era Viktor Nikiforov.

Él y el clan que lideraba habían organizado un ataque directo a la base en donde estaba para abastecerse de los alimentos que los cadetes poseían en los almacenes de atrás.

El difuso recuerdo que tengo, es de él abriendo las celdas y de distintos felinos y canes corriendo como desesperados hacia la salida. Mas creo que fui el único que no salió, el recuerdo de Mila me atormentaba cada día y no tenía fuerzas ni siquiera para poder levantarme. Cerré los ojos esperando en la misma posición la muerte, pero una voz me obligó a abrirlos de nuevo.

—¿Qué pasa gatito? ¿No vas a irte? — el mismo hombre.

No contesté, no tenía ni fuerzas ni ganas para hacerlo así que volví a cerrar mis pesados párpados.

— Viktor — un dulce olor me obligó a abrir los ojos de nuevo, un dulce olor como el de Mila. El dulce olor de un omega — No tenías por qué matar a los cadetes —le reclamaba acercándose.

—No había otra forma y... Yuuri no te enojes — murmuró con voz dulce, mientras yo intentaba fijar mi vista en la nueva silueta que había aparecido.

Un chico de rasgos asiáticos. Me miró, primero curioso, luego entre sorprendido y preocupado. Se acercó a mí despegándose con esfuerzo del otro alfa

— ¿Estás bien? — elevó mi mentón con suavidad, lo giró estudiándome y me obligó a abrir la boca — Está deshidratado, Viktor pásame agua — su amabilidad de pronto me sorprendió. Se había acercado sabiendo que podía atacarlo como si nada.

El contrario le pasó una botellita arrodillándose junto a él, entonces noté que lo estaba cuidando y me miraba cuidadosamente..

—Como te atrevas a morder a mi Yuuri te saco los ojos — me amenazó. El agua me hizo recobrar un poco más el sentido, mi garganta seca incluso dolió al sentir el resbaloso líquido caer por ella. — Puedes venir con nosotros, pero tendrás que ser un buen camarada. Pareces el más cuerdo de este lugar, podrías sernos útil.

—Está bien... —tosí, mi voz sonaba terriblemente ronca —está bien así, déjenme solo.

—Morirás a este paso — me advirtió el omega preocupado. Su preocupación sólo me recordaba más a Mila —¿Cuál es tu nombre?

—¿Qué importa mi nombre? — susurré.

—¿Acaso quieres morir?

— Es una posibilidad —el chico apretó sus labios y frunció levemente su ceño.

—Si mueres y te arrepientes no habrá nadie para salvarte.

—Ya estaré muerto — resoplé sin ganas.

—¿No hay recuerdos que quieras atesorar?

Y con solo esa frase tocó una fibra sensible en mí.

Su sonrisa vino a mi mente de inmediato. Solté un quejido en contra de mi voluntad, entonces el perceptivo omega tomó el hilo de inmediato y se aprovechó de eso.

—Si te mueres no podrás recordar... — seguía intentando convencerme. — ¿No es eso lo más triste? El recuerdo o la persona quedará en la nada, nadie más podrá recordarla, nadie nunca sabrá que existió tal bonita memoria.

Sentí mi vista arder y las lágrimas caer contra mi voluntad.

—¿Cómo te llamas? — volvió a preguntar.

—... Otabek.

—Bien, Otabek, yo soy Yuuri — sonrió y me acarició la mejilla con una sonrisa fraternal en su rostro.

—Probemos otra vez, Otabek ¿Quieres venir con nosotros? — preguntó Viktor.

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—...bek... Otabek... ¡Maldita sea, Otabek! — se separó del libro de golpe.

Yuri le miraba con odio, como siempre.

—¿Si? — cerró el libro, prestándole atención.

—Tráeme algo para comer— ordenó el salvaje omega del que estaba a cargo.

—Estás comiendo más de lo normal.

—Que coma, que no coma, vete a la mierda, eres tan complicado— se cruzó de brazos enojado y miró por la ventana otra vez.

Ese chico le causaba gracia, ¿Quién realmente era el complicado allí? Él solo había hecho el comentario porque estaba más aliviado de que comiera.

—Bien, pediré que suban algo— se asomó por la puerta y avisó a uno de los guardias que se paseaban cerca. Cuando volvió a entrar al cuarto vio que el rubio jugaba distraídamente con un pedacito de hilo de la manta de la cama, mirando fijo hacia afuera— ¿Qué es lo interesante allí afuera? — se lo había estado preguntando desde hacía tiempo. Aquellos últimos días al menos Yuri le contestaba si le hablaba, incluso si eran insultos. Algo era algo.

—Que es afuera y no aquí—le miró feo—además hay nieve, aquí sólo hay un espantoso calor.

—... ¿Qué felino eres? — la duda lo asaltó de pronto, no era un tema que se diera para discutir como la gran cosa, pero en realidad nunca había visto a Yuri con su forma híbrida.

Yuri quedó helado, tragó lentamente.

¿Qué le respondía ahora? jugó más nervioso con el hilo entre sus manos sin mirarlo. ¿Debía mentirle?... oh, joder, ¡claro que debía mentirle! Pero ¿con qué?, debía admitir que su olor difícilmente podía ser el de un felino cualquiera.

—Un... un gato montés — apretó los labios tras decirlo, deseó con todas sus fuerzas que Otabek nunca se hubiera cruzado con uno sino de lo contrario le debatiría de inmediato su olor y descubriría su mentira.

—Con razón eres tan pequeño.

—¡¿Perdón?!— ¡eso sí que no! — ¿qué estás queriendo decir? — arrugó su nariz, que se metieran con su altura era algo que no le agradaba. Pero la suave risa de Otabek hizo que de pronto se le erizara el vello de la nuca, descolocándolo un poco.

—Lo siento, lo siento. Son pequeños, por lo que sé— se excusó— ¿me mostrarías?

—¿Mostrarte qué? — preguntó enojado.

—Muéstrame un gato montés— su tono mostraba curiosidad y nada de sospecha, puesto que realmente el alfa nunca había visto uno.

—No quiero — se apoyó en su mano mirándole— Me hiciste enojar.

—Siempre estás enojado, Yuri.

—Siempre eres tan molesto.

—¿Ahora es mi culpa?

El kazajo parecía divertirse con la pequeña disputa. Y en el fondo, aunque no quisiera admitirlo, Yuri también lo hacía

El de ojos esmeralda le sacó la lengua y volvió a quitarle la mirada.

—Eres un niño, Plisetsky.

—Y tú eres un anciano, te quedarás calvo como Viktor— escondió entre sus cabellos rubios una pequeña sonrisa que no dejó ver, al contrario de Otabek que no escondió su gracia por la burla hacia el ruso mayor.

Cuando la comida llegó, Yuri la devoró por completo.

A veces Altin se sorprendía de que por más que el chico comiera y comiera, no engordara lo suficiente como para abandonar aquella delgada complexión. Incluso había estado controlando su peso, pero Yuri Plisetsky simplemente bajaba muy rápido o se estancaba en los cincuenta y tres kilogramos.

—Otabek —de pronto otro alfa del clan entró a la habitación. Cosa extraña para Yuri, que estaba acostumbrado solo a la compañía de Otabek y a veces al apestoso olor de Viktor— Viktor tiene trabajo para ti.


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