Patas

Les quedaban sólo dos horas y algo más. Se dedicaron yendo de aquí para allá casi corriendo y comprando lo justo y necesario con el dinero (regado por toda la mochila) que Otabek había tirado antes de salir.

No sabían lo que afuera podía esperarles, no sabían dónde iban ni hasta dónde llegarían (o al menos Yuri), si sobrevivirían si quiera. Todo en ese momento era una incógnita que, al menos por el tiempo que les quedaba resguardados ahí, no querían pensar.

Otabek se encontraba fuera del pequeño negocio guardando algunas cosas en la mochila mientras Yuri (el portador de esta) de espaldas esperaba a que el chico terminara.

Sin quererlo acarició su cuello por entre medio de sus cabellos sutilmente y Otabek por supuesto que notó eso, dejando escapar una pequeña sonrisa.

—Lo estás haciendo de nuevo — le advirtió al omega que de inmediato se tensó, dándose cuenta de lo que ese pequeño gesto significaba; nuevamente su omega estaba hablando por sobre su orgullo, pidiendo atención de Otabek.

Le levantó el dedo de en medio, sin querer darle la cara por vergüenza y sentirse estúpido.

Emprendieron camino de nuevo por las blancas calles mirando y cerciorándose de que nada les faltara. El dinero dentro de las ciudades tenía mucho más valor del que tenían fuera, para los betas esa era su economía, su forma de existir y mantener el balance de la vida, una vida normal muy contraria a lo que esos muros fríos de piedra custodiados por cadetes aislaba de ellos. Porque la realidad alfa/omega era una en la que debes luchar por un mísero trozo de pan, esforzarte alcanzando aquella manzana en lo alto de la copa de un árbol para el desayuno, almuerzo y cena del día, una realidad donde debes cuidarte el pellejo literalmente si no quieres ser el trueque de un mercader negro a cambio de comida para unos cuantos meses. El dinero no valía nada a menos que tuvieras contactos, y contactos de los buenos.

A ratos Yuri pedía con el dolor de su orgullo parar por los dolores de cabeza, en donde Otabek cedía a la petición. Miraban la gente pasar, o al menos el alfa lo hacía, puesto que el rubio mantenía la mirada al piso o los ojos fuertemente cerrados diciéndose mentalmente que debía aguantar aquella presión en su vientre y las punzadas en su sien. Una vez que lograba mentalizarse, continuaban caminando.

En una determinada banquita, el alfa se atrevió a cuestionarse qué mierda harían a partir de ese punto... había traicionado a Viktor, le había dado la espalda a una de las únicas personas que lo habían apoyado y querido a lo largo de su vida, había huido de su hogar, había preferido cuidar a un omega en celo que inicialmente era su objetivo a cazar, que ahora estaba a su lado y su instinto le dictaba protegerlo como... como si, joder, como si fuera suyo.

Con la mirada perdida, esta vez en los establecimientos frente a él, leía con la cabeza en las nubes, casi en automático.

—Sigamos — Yuri se paró y puso frente a él.

"Buhito feliz" una escuela algo pequeña para niños encendió una ampolleta en su cabeza.

—Búho — murmuró.

—Oye, ya vamos — Yuri puso cara molesta y metió sus manos dentro de la chaqueta del mayor que estaba usando. Otabek lo miró unos segundos de pronto, con los ojos bien abiertos y el rostro alumbrado, como si cayera en una gran revelación — ¿Qué? — preguntó el omega confundido.

—Tienes razón — dijo parándose — hay que continuar.

Al llegar a la entrada de Sigma tuvieron que volver a pasar casi lo mismo de cuando entraron. Registraron todo lo que llevaban, preguntaron específicamente por dónde habían pasado por la ciudad, otros datos de Yuri y Otabek que registraron en sus informes y finalmente la pregunta final:

—¿A dónde se dirigirán ahora? — la mujer tras la caseta tenía una pluma en la mano y varios papeles esparcidos por el banco. Atrás suyo yacían algunas fotos conmemorativas de cadetes muertos pertenecientes a esa misma ciudad.

—Al este, haremos algunas paradas por otras ciudades.

—Cuáles — la mujer le miró interesada.

Tau, Chi, Omega...

Entonces la ceja alzada de la mujer se cayó junto con toda su neutralidad. Soltó la pluma despacio, frunciendo el ceño. Yuri miró a Otabek de la misma forma, con mil dudas silenciosas sueltas en la cabeza.

—Omega — soltó una risa tenue — está plagada, irónicamente, de alfas. Dime chico, ¿Van a suicidarse?

—Suena bien — subió y bajó los hombros — ¿O acaso cambiarás el sistema para mantener a mi pareja, a mi cachorro y a mi viviendo a salvo dentro de la ciudad? — la mujer calló unos segundos, descolocada por la pregunta y su respuesta, sin saber qué decir. — Sí. Eso creí. — fingió una sonrisa triste agachando la cabeza.

Yuri miraba la escena queriendo reír, pero se aguantó por el contexto que estaban simulando. Y además por la creciente duda de si las ciudades que había nombrado Otabek eran realmente por las que pasarían teniendo en cuenta de que él debía esperar semana y media para ingresar nuevamente a una.

Cuando salieron finalmente, para la mala suerte de ambos había comenzado a oscurecer.

—Es una zona cerca de la ciudad, por lo que deberían haber cabañas abandonadas cerca — había dicho Yuri a sabiendas de que así era debido a que el mismo lugar en el que él se resguardó años era una de ellas.

Encontraron ciertamente una entre medio de los árboles. Estaba en bastante mal estado pero al menos cuatro paredes estaban paradas y un semi techo la protegía. Yuri se sentó en una esquina suspirando, cansado por el ajetreo del día y de su propio cuerpo. Otabek inspeccionó los escombros, encontrando bajo algunas tablas la entrada a lo que parecía era un sótano, las corrió sin mucho esfuerzo desbloqueando la bajada que delataban unas escaleras hacia el fondo.

—Yuri, por acá — avisó al rubio que asintió poniéndose de pie nuevamente y bajando por las escaleras.

La oscuridad era lo de menos, siendo ambos parte de rama felina se podían ubicar en la escasez de la luz.

El rubio volvió a acomodarse en una de las esquinas que encontró más limpia.

—¿Cuál es el plan? — preguntó al fin mientras miraba Otabek abrir una lata de judías.

—Hay un lugar al que podemos llegar sin llamar la atención de Viktor. Y sería perfecto si de nadie más.

Yuri lo miró desconfiado.

— Y Omega... ¿Tenemos que pasar por Omega? — le arrebató de las manos la lata de judías y comenzó a comerlas, el contrario no le tomó mucha importancia, de todos modos se la iba a pasar.

—Sí — le miró fijo por unos segundos que para Yuri fueron eternos y logró ponerlo nervioso mientras masticaba.

—... ¿Sabes a dónde vamos siquiera? No me has dicho casi nada — le reclamó intentando bajar el calor de su cara, el contacto visual no era lo suyo.

—Deberías dormir Yuri — le dijo el mayor — y tomar tu forma híbrida para no sentir el frío.

—No me has respondido — dejó la lata de lado, frunciendo el ceño, ignorando lo dicho.

—No estoy seguro — le quitó los ojos de encima, por fin — no estoy seguro, sólo sé dónde está y quién habita ahí, sólo sé dónde es. Ahora, en serio, debes dormir, ha sido un día pesado.

Yuri rodó los ojos y se lanzó de lado hacia la mochila, quedando con la cabeza sobre ella como almohada. No lo había querido decir, pero sí estaba cansado.

Otabek nunca le decía nada con claridad y para ser sinceros, le mosqueaba de una manera nada grata que supiera más de él en comparación a la inversa.

Su mano viajó a su cuello, inconscientemente acariciando el collar grueso anti mordidas para seguido juguetear lentamente con el dije de copo. Pasaba a llevar su cálido cuello a ratos, acto que lo relajaba. A veces creía que esa costumbre era por estar alejado tanto tiempo del contacto con más personas.

Iba a hundirse en sus pensamientos antes de caer dormido, pero se tensó cuando sintió la mano de Otabek agarrar su muñeca con delicadeza, pero deteniéndolo al fin y al cabo.

— Deja de hacer eso — el alfa se tapaba la nariz y de a poco lo soltó — dejas salir mucho olor.

—¿Te molesta?

Otabek calló unos segundos, con el ademán de pararse. No pudo realizar su acción puesto que de un parpadeo a otro unos ojos entre verdosos y celestinos le miraron fieros. Yuri Plisetsky había tomado su forma híbrida, y no estaba dispuesto a que el alfa se marchara, enroscando su cola en la pierna ajena y clavando sus garras en el suelo, advirtiéndole enojado que ni pensara moverse de su lado.

Vio cómo la mirada del mayor se perdía entre su pelaje fino y abundante, como quien se emboba por querer acariciar a algo realmente bello y suave.

Pero no le dejó hacerlo. Gruñó antes de que siquiera el alfa pudiera levantar la mano. "Te quedas y no me tocas" el mensaje era claro.

Acto seguido se enroscó en él mismo y cerró los ojos intentando conciliar el sueño.

—No me molesta — murmuró al cabo de un par de minutos Otabek, cuando notó ya el calmado respirar del durmiente a su lado —... pero entiende que antes que persona, soy un alfa.

.

.

.

Sus ojos estaban fijos en la puerta frente a él. Como esperando que en cualquier momento el mismo chico abriera la misma con semblante calmo y un aura a paz. Pero no. Otabek no volvería, y mucho menos atravesaría aquella puerta otra vez porque lo había traicionado, lo había dejado atrás, le había mentido y lo más doloroso: había preferido cuidar de un chico desconocido antes que quedarse con él, quien lo había cuidado con tanto esmero cuando era solo un adolescente herido, frágil y perdido.

El pomo de la puerta se giró y por unos segundos su dolida alma pensó que sí, se trataba de Otabek... pero la realidad le golpeó la cara con la cruda verdad nuevamente:

—¿Viktor? — era uno de sus guardias — ¿Se puede? — notó como el alfa dudaba en entrar por el penetrante olor encolerizado suyo.

—Sí.

—Estamos buscando por el perímetro y-...

—¿Los encontraron?

—No, pero-...

—Pero qué, maldición — golpeó el mesón haciendo estremecer levemente al hombre — ¡¿Pero qué?!

—P-pero hay avistamientos de otro clan cerca de la mansión — habló rápido.

Viktor sintió que aquella noticia era sólo otro problema más a la lista. Un presentimiento pesado se le hizo en la consciencia y las palabras lejanas de Chris se rieron en su cara "¿Por qué te esmeras en buscar y no te das cuenta que ya lo tienes en tus manos?".

—La huella de Yuri Plisetsky — dijo con rabia en cada letra de ese nombre — el clan Leroy está tras Yuri Plisetsky, ¿Cierto? — levantó la mirada.

—Así es señor...

—No los dejaremos tener a ese chico — avisó con dureza, saliendo de la oficina a paso fuerte y demandante, siendo seguido por el hombre — Sobre mi tumba me arrebatarán a ese estúpido chico, no sabrán utilizarlo de buena manera, sólo lo quieren para follarlo un par de veces y luego comerlo. No saben cuánto podrían pagar por ese pellejo que tiene. Envía a más hombres a buscarlos, diles que Viktor Nikiforov lo ordena.

—Sí señor — asintió y se fue de inmediato a llevar a cabo su tarea.

El peliplata se detuvo a medio pasillo, observando por la ventana cómo sus hombres comenzaban rápidamente a moverse por la mansión saliendo por la puerta delantera al rastreo de quienes estaban en ese momento en su camino. Intentaba forzosamente no pensar en Otabek para no llenarse de rabia otra vez.

Tendría que pausar por un tiempo la búsqueda de Yuuri por al menos unas semanas hasta encontrar a uno de los dos bandos que estaban en el camino.

En su interior sentía que todo se le estaba juntando, que poco a poco el instinto comenzaba a domarlo y las cosas se le estaban yendo de las manos. Apretó frustrado sus puños. No podía dejarse controlar por el instinto, sería un error fatal teniendo a tanta gente bajo su cargo; él mismo debía ser el pilar y balance ahí.

"Ya estaremos riendo cuando salgamos de esto" la voz del azabache se le hizo demasiado lejana, demasiado dolorosa.

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El día siguiente no fue muy agradable para los fugitivos, o más bien, nada agradable para Otabek que por accidente de su somnolencia y el salto que había dado por mantenerse despierto había pasado a llevar a Yuri bruscamente recibiendo por el reflejo un nuevo rasguñón a la colección que tenía en su mano por Yuri.

Además, Yuri había hecho un berrinche de aquellos por tomarse sus medicamentos más los supresores. Otabek tuvo que amenazarlo para que se las tomara y eso sólo había conseguido el aumento del enfado de Yuri.

Atravesaron el bosque en silencio. Uno enojado y el otro atento a los sonidos que pudieran haber a lo lejos, pendiente de los olores; el de Yuri, el suyo y en caso de que un tercero interviniera, miraba con desconfianza cada vez que algo se movía a lo lejos.

Sentía en su nuca los ojos de alguien... de algo, pero no sabía de qué podría tratarse si había estado atento todo ese tiempo y nada parecía salir a la vista.

—¿Quieres dejar de estar así? Me estás poniendo los pelos de pun... — ahí estaba...

—¡Yuri!

Gritó a tiempo para que el rubio reaccionara a quitarse del camino cuando un tigre saltó a su lado con toda la intención de sacarle un buen pedazo de brazo. El rubio se había engrifado por completo ante la presencia del tercero y en su mente no había otra solución más que la de siempre: correr. Pero la presencia de Otabek irritado lo detuvo.

Un tigre común. No le suponía más de la mayoría de edad, estaba desnutrido, hambriento, casi sin fuerzas, salivaba mientras temblaba por las condiciones temporales y miraba a Yuri con deseo en los ojos. Y de no ser por eso, Otabek no se habría tirado sobre él por pena. Una sensación de celos irrazonables por mirar a Yuri de esa forma hizo *click en su cerebro, descolocándolo.

—¡Otabek! — el grito del omega lo sacó del trance.

Tenía bajo sus patas al tigre que respiraba con dificultad sin poder moverse. Lo miraba cegado por el hambre y el querer vivir aún si todo indicaba que moriría.

La voz de Yuri había traído de vuelta sus sentidos; otros olores se mezclaban a lo lejos y eso no indicaba nada nuevo, Yuri ya se había percatado y miraba desesperado a sus espaldas buscando el lugar por donde llegarían. El desnutrido tigre solo había sido un señuelo para detenerlos.

Mordió suficientemente fuerte el lomo y una de las patas del chico como para dejarlo tumbado ahí sin llegar a matarlo. Una mirada fugaz entre café y menta para que el mensaje corriera en sincronización y echaran a correr en la dirección en que iban originalmente.

Tenían algunos metros de ventaja, además de la experiencia de Yuri escapando de esas bestias con anterioridad. Pero con lo que el rubio no contaba era que el alfa se detuviera a medio camino casi errático, mirando con esos ojos profundos hacia todos lados como si de pronto se hallara perdido. Elevaba la cabeza oliendo algo que él no podía.

—¡¿Qué haces?! ¡Otabek, no puedes hacer esto ahora, maldición! — le había exclamado Yuri frustrado.

Otabek daba vueltas en sí, oliendo hacia todos lados de forma extraña. El rubio notó las pupilas dilatadas del gran felino oscuro y sintió miedo por si en verdad el instinto comenzara a dominarlo y en el peor de los casos él quedara solo.

Se devolvió aterrorizado y casi ahogado en pánico se lanzó sobre él, tirándolo a la nieve y mordiéndole las orejas y mandíbula para que entrara en sí nuevamente "reacciona, reacciona ¡maldita sea, Otabek, tienes que reaccionar!". Su respiración se agitó cuando divisó a lo lejos y entre medio de los árboles a varios canes y felinos acercándose, le clavó con fuerza las garras en la pata y entonces el el alfa rugió por el dolor, pero dolor que lo trajo de vuelta a sus sentidos, mirando desorientado a Yuri.

—¡No hagas eso! — le gritó mientras se ponía de pie y ya sin tiempo se echaba a correr de nuevo con el mayor tras él captando lo sucedido recién, pero aún algo aturdido.

A tropezones por la nieve, el rubio intentaba mantenerle el paso a la pantera que le había adelantado unos dos metros más. Haber estado encerrado en la mansión de Viktor le había quitado la condición física que tenía y aunque los medicamentos calmaron el celo y los dolores, su respiración seca dañaba su garganta con cada suspiro.

No quería mirar hacia atrás, pero los sentía cerca, tan cerca que quizá solo aquello era su energía para seguir alejándose lo más posible de ellos.

Cuando vio a Otabek detenerse nuevamente maldijo entre dientes pensando que había entrado en trance otra vez, pero no, el chico le esperaba para atravesar justamente...

—Un lago congelado. Qué conveniente.


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