Invernal

Antes de que Yuri pudiera reclamar, Otabek ya le había advertido con la mirada de que era su única opción de salir de aquel lío. Así que el rubio con un pequeño quejido, suspiró y pisó con cautela la orilla del lago donde un leve crujido lo asustó.

Iba a reclamarle a Otabek que no podía hacer eso cuando el otro ya se había alejado lo suficiente de él como para emprender su camino despacio. Se resignó, juntó valor y pisó nuevamente adentrándose delicadamente e intentando ser ligero (aún más ligero de lo que ya era).

Otabek iba a unos metros de él para no hacer tanto peso en una misma zona. Pero no perdía movimiento alguno del omega que lo buscaba con la mirada complicado. Cuando volteó hacia la orilla pudo notar que dos ocelotes se aventuraban también a cruzar el lago, otros cánidos también empezaban a llegar a la orilla probando con sus patas el lugar más seguro para comenzar a adentrarse tras ellos. No tuvo opción más que seguir caminando despacio, pata a pata, con el frío que lo calaba. Quería acercarse a Yuri que iba algunos pasos más atrás, pero eso era imposible, caerían en el acto.

Yuri, por su parte, pisaba lo más rápido posible el hielo que reflejaba tenebrosamente ramas y trozos de matorrales bajo este, intentaba ser lo más sutil posible pero aquel par de ocelotes que le seguían el paso a unos metros lo ponían nervioso, eran más ligeros que él y en ese estado mucho más rápidos.

La desesperación llegó a él cuando uno, lo bastante cerca, se tiró a morderle la mano sin suerte, recibiendo una patada por parte del omega. El felino resbaló con sus patas y le tomó algunos segundos lograr pararse nuevamente, en es momento Yuri pudo apreciar para su terror que a su espalda se hallaban nada más ni nada menos que una docena completa de canes salvajes siguiéndole el paso.

Miró hacia adelante acelerando por la presión. Cuando su pie resbaló al pisar mal, el primer crujido amenazante se escuchó congelando su sangre y la de quienes lo seguían.

Otabek volteó logrando interceptar la mirada aguamarina asustada del rubio "Continúa, puedes hacerlo" le expresó con un gesto de cabeza. Alrededor del pie del Plisetsky una grieta en forma circular se había formado. Intentó alejar el pie lo más lejos posible y saltó lo más rápido que pudo alejándose de la grieta pero creando otra y alarmándolo aún más.

Congelado en su lugar, volvió a buscar a Otabek que ahora intentaba acercarse a él dificultosamente.

Los ocelotes juguetones rodearon delicadamente las grietas que Yuri había dejado, acercándose cada vez más.

El rubio lo intentó una vez más, arriesgándose, pisando nuevamente lejos de ellos, cerrando los ojos al caer y abriéndolos al notar que había pisado bien esta vez. Otabek se acercaba cada vez más a él y de cierta manea le tranquilizaba tener su protección.

—¿Qué estabas pensando cuando te alejaste? — le dijo enojado cuando por fin se juntaron. Altin solo le miró con esos ojos chocolate y continuó el camino.

Pero el lago volvió a crujir ahora sintiendo nítidamente el peso de ambos juntos. La grieta se extendió de inmediato juntándose con las demás dejadas anteriormente.

Ya no había otra opción más que salir de ahí rápido, en simples palabras, corriendo.

Para Otabek era fácil de forma híbrida y con cuatro patas, ahí el inconveniente era Plisetsky que miraba desesperado hacia atrás a quienes también habían captado la única opción: correr o morir.

El rubio apuró el paso, lejos de las grietas que se esparcían con más ímpetu. La otra orilla estaba a unos metros pero se veía tan lejana que le desesperaba la sensación de estar acercándose y jamás llegar a ella.

El primer trozo de hielo cayó y fue como un trueno bajo sus pies, miró fugazmente cómo algunos perros gigantes caían chillando e intentaban vanamente clavar sus garras al hielo que al fin y al cabo se hundía junto a ellos.

Ahora el único objetivo era no ser alcanzado por el rompimiento del suelo que les seguía. Para la sorpresa de ambos chicos, no fue Yuri quien resbaló al metro de la orilla, sino Otabek al intentar quitarle de encima el molesto ocelote que lo había molestado todo el camino. Resbaló junto al otro alfa un poco más lejos de él, quedando inmóviles cuando la grieta les alcanzó y las patas de los otros híbridos no sabían dónde más huir.

Otabek reaccionó de inmediato parándose y corriendo otra vez hacia la dirección de Yuri que lo miraba preocupado, ya más cerca de la orilla.

Pero de pronto la pantera cayó en otra verdad: como el hielo no se alcanzara a romper por completo, los demás los alcanzarían de todos modos. No quedaban más de seis, pero tenía en cuenta que eran suficientes como para terminar con ambos.

— ¡¿Qué haces?!

Antes de devolverse vio la cara de incredulidad de Yuri.

Intentando hacer presión sobre el lago no importara de qué forma fuera, le clavó las garras al lobo que más cerca se encontraba de él haciendo el piso crujir fuertemente otra vez y causando la ira del recién atacado que no dudó en morderlo de vuelta, totalmente rabioso.

Cuando el hielo comenzó a caer más rápido se zafó como pudo del animal notando que una de sus patas había comenzado a sangrar, doliéndole al caminar. Sintió los chillidos a su espalda y fue muy tarde cuando sus patas traseras cayeron en banda, tocando la congelada agua. Se aferró con las patas delanteras al hielo, intentando anclarlas en vano.

Yuri Plisetsky miraba ensimismado y con frustración por no poder hacer nada cómo Otabek Altin intentaba agarrarse al suelo ya casi inexistente. Se le heló la sangre cuando el lobo con el que había peleado anteriormente le saltó por la espalda mordiendo cerca de su cuello y sumergiéndolo por completo.

No despegó la vista, no, no la quitó en ningún momento. Atento a cada movimiento del agua que ahora parecía descansaba en paz y sólo algunas burbujas la perturbaban desde lo hondo... Estaba en shock, Otabek no podía dejarle así como así, no podía simplemente dejarse arrastrar por un lobo pulguiento y... y no podía, simplemente no podía...

—¡Otabek! — gritó intentando recibir alguna señal de vuelta entre los trozos de hielo que ahora navegaban el agua invernal — ... contesta... — murmuró en el silencio, un silencio sepulcral y tenebroso.—¿Otabek?...

La agitación del agua un poco más cerca de él logró sorprenderlo y más cuando notó que por quien estaba asustado salía respirando bocanadas de aire.

Suspiró aliviado, se acercó corriendo al chico que se aferraba al suelo firme como si de la cosa más preciada se tratara. Otabek tosía y temblaba como una hoja de papel, tenía los labios morados.

—¿Estás bien? — se agachó junto a él, Otabek asintió pero no dejaba de toser. Por inercia Yuri le tomó la cara elevándosela para que lo mirara — ¿Estás bien, cierto?

—Estoy bien — decía recuperando el aire, empujándolo de pronto contra la nieve y saltando nuevamente atrás suyo, alcanzando por suerte al ocelote que también había logrado salir.

El rubio miró sorprendido los reflejos del alfa quien le quebró una pata al felino y lo dejó tirado ahí, chillando.

Tras eso, se dejó caer en la nieve, respirando dificultoso. Exhausto.

...

—¿A cuánto estamos de Tau?

—A un par de kilómetros. Pasaremos la noche aquí — dijo el alfa notablemente cansado mientras movía las brazas con una rama, no habían querido hacer fuego porque aquello sólo llamaría la atención de quien pudiera andar cerca y eso ya sería fatal para su condición.

Hizo una mueca cuando Yuri limpió con agua congelada la herida en su hombro, pasando la tela de su propia manga con bruteza para poder sacar cualquier suciedad y no se infectara. En su mente pensó que realmente hacía falta Yuko ahí. Se removió adolorido.

—No te quejes y no te muevas — le regañó. Ya le ponía nervioso tener al alfa medio desnudo hacia arriba frente a él, y que se moviera produciendo el roce de sus dedos con su piel lograba ponerle los pelos de punta.

Cubrió la herida no tan profunda con la gasa y sonrió orgulloso de su trabajo. Seguido, le tiró por la cabeza la camisa para que se vistiera mientras sacaba otras gasas más pequeñas de la mochila para curar las heridas de su mano.

Cuando tomó la extremidad del mayor, además de sentir un escalofrío extraño por la tibieza de Otabek, sintió un poco de culpa al ver sus mismas garras marcadas ahí.

—Sería más fácil con Yuko aquí — soltó el mayor, pero de pronto sobresaltándose y quejándose por el exceso de fuerza contra sus heridas que el rubio había hecho, ofendido por sus palabras.

—Pues que lástima, estoy yo.

Cuando el rubio terminó con él, se quedaron mirando las brasas en silencio, cercanos a ellas y distanciados entre sí.

Yuri, volviendo a las antiguas mañas, miró de reojo a Otabek. Un suave frío le cubría el cuerpo antes empapado en aguas invernales, sus movimientos eran un poco lentos y sus labios estaban levemente morados, intentaba controlarlo pero temblaba suavemente.

Otabek, dado el momento, no aguantó más el frío y tomó a su híbrido, esquivando e ignorando los ojos del Plisetsky para no verse débil o, al menos, no sentir vergüenza de ya haberlo hecho.

Para la sorpresa suya, el omega se acercó más a él, específicamente casi pegado a su lado. Le miró curioso por la acción pero lo único que lo hizo no hacer comentario fueron las mejillas rosadas de Yuri. Su suave aroma comenzó a atontarlo de modo que el sueño no tardó en llegar, sin embargo, se negó a ceder.

—¿Por qué... — la voz de Yuri logró sacarlo mejor de su somnolencia — te detuviste cuando íbamos corriendo?

Volvió a mirarlo, pero esta vez fijo. Desde su punto de vista, mirando a Yuri desde abajo, se apreciaba su pálido cuello interrumpido por el oscuro negro del collar grueso, la mandíbula delicada y el fino perfil le daban una apariencia femenina. Suspiró sin poder evitarlo, sin duda los omegas eran increíblemente bellos.

Pero no respondió, volvió a bajar la cabeza, incluso así Yuri no dejó escape alguno para que huyera de la respuesta.

—¿Qué fue lo que oliste? — las orbes claras lo miraron serio, quería una respuesta, la quería ya.

La verdad, ni él supo bien qué había olido. En ese momento confuso, entre la disputa de tener que huir y cuidar a Yuri, sintió ese extraño olor a lo lejos, ese olor a jazmín sutil... parecido al olor a jazmín de Mila. Aquel que siempre había amado y hubiera ido a averiguar de dónde provenía de no ser porque Yuri lohabía traído de vuelta en sí... y ver a ese pequeño chiquillo desesperado por su protección despertó algo extraño en su interior. La necesidad de proteger como hace mucho no sentía.

—Te hice una pregunta —Yuri le miraba enojado. Mierda, a ese chico podías enojarlo como fuera con ese carácter suyo. Cerró los ojos haciéndose el dormido, pero atento a no hacerlo realmente, sólo quería mosquearlo para que no preguntara más — ¿Otabek? agh, maldición, oye... préstame atención, hey... ¡ah! Jódete — vociferó alejándose de él al otro lado de las brasas y recostándose de espaldas a él.

Otabek miró la fina silueta del rubio y para sus adentros sonrió. Yuri era todo lo contrario a Mila... pero algo en él lo atraía fuertemente.

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.

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Se dirigía al interior de la casa, sin embargo la inusual forma en que las hierbas se mecían en el patio carecían de sentido alguno. El viento era frío, pero no tan fuerte como para moverlas de aquella forma.

Se quedó estático en su lugar mirando el vacío de la noche.

¿Mickey? pronunció suavemente sin querer llamar mucho la atención. -¿Mickey eres tú?

Unos ojos rojos lo asustaron, acercándose rápido a él. El aleteo del pajarillo herido hizo eco en sus oídos y se acercó corriendo a donde la pequeña ave se arrastraba herida con una de sus alas rota y casi totalmente suelta de su cuerpo.

A pesar de la nieve no le importó echarse de rodillas a ella y tomarla entre sus brazos con el corazón hecho pedazos. El animalito miraba fijamente con sus ojos color sangre a quien le socorría y aún aleteando por el dolor. Estaba agonizando.

Está bien, está bien Maka... todo irá bien acunó al blanco búho entre brazos y cuando dejó de respirar, entonces, recién, se atrevió a soltar pequeñas lágrimas¿Ves? todo estará bien mi amor seguía susurrando acariciando las blancas plumas de su cabecita.

Reparó en el pequeño papelito que poseía atado en la pata y estrujándose las lágrimas acercó su mano para leer la nota... pero el destello de un par de ojos celestes en la oscuridad, entre las hierbas, le hicieron por reflejo intentar ponerse de pie y huir.

¡Sala! gritó hacia adentro de la casa.

Un lobo grisáceo y de ojos celestes bien conocido le saltó encima haciendo que soltara el cuerpo de su pequeño Maka lejos y cayera de cara a la nieve mientras sentía las garras de clavarse en su espalda.

¡S-Sala! ¡Mickey! gritó con la desesperación en su tono y con el terror comenzando a carcomerle el alma. ¡Suéltame, p-por favor!suplicó en vano antes de que el animal sobre él comenzara a desgarrar su ropa y comenzar a sentir sobre él lo que parecía ser un humano... sólo parecía, porque esas cosas "alfas" no eran humanas y mucho menos personas...

Sintió su brazo derecho ser mordido, mas no sintió el dolor en sí, sólo el adormecimiento de la piel que con el frío y el pedazo de carne arrancado ya no reaccionaba. Gritó cuanto la voz le dio, pataleó pero nada pudo hacer cuando su piel desnuda tocó el frío invernal del suelo y lo tomaron en cuerpo y esencia. Comenzó a sentir gruñidos de todos lados aún en su letargo y los vio a ellos, los mismos con los que había pasado gran parte de su niñez, siendo maltratado y manoseado.

El ardor de su cuello hizo que poco a poco comenzara a ver todo nublado, demasiado borroso. Sintió una segunda y tercera mordida en su cuello, sobre su marca, sobre su esencia sucia y manchada. Ya no sentía las piernas. La antes blanca y preciosa nieve ahora también había sido violada y profanada con un vulgar tono rojo que brotaba de su mismo cuerpo y las gotas o chorros grotescos que resbalaban por las sonrisas morbosas de esos alfas.

Recordar sonrisa preciosa y amada del que alguna vez fue su alfa no ayudó en nada. Sólo trajo consigo dolor y sufrimiento. Y cerró los ojos finalmente...

— ¡Ah!

Se reincorporó, alertando a quien dormía a su lado. Notó su respiración cortada y alterada, miró hacia todos lados cayendo en cuenta de que se encontraba en su habitación y permitiéndose soltar una bocanada de aire y acariciar su cuello despacio, como si estuviera masajeándolo tras tener un gran peso sobre él.

—Una pesadilla... solo fue una pesadilla... — susurró casi sin voz.

—¿Pasó algo? —la voz adormilada de la chica le hizo mirar a su lado y sentirse culpable por haberla despertado. Se refregaba la vista con la palma de su mano mirando confusa.

—Ah, n-no, vuelve a dormir Sala — acarició los cabellos oscuros de la chiquilla pero esta no volvió a recostarse.

—¿Tuviste un mal sueño? —preguntó mirándolo fijo con aquel par de amatistas que poseía.

—Está bien, en serio, volvamos a dormir — insistió con un suave tono y una sonrisa cansada, recostándose despacio sin intenciones de despertar al gemelo que dormía al otro lado suyo.

—¿Te traigo agua? ¿Quieres comer algo?... si quieres puedo cocinarte algo, no tengo problemas. — insistió, pero volvió a negarse, agarró las sábanas y con dulzura la arropó.

—Yo estoy bien señorita, usted ahora debe dormir. Preocuparemos más a tu hermano si lo despertamos y lo que menos queremos es que se haga una bola de nervios porque si no...

— Porque si no le entra la locura y empieza a ponerse terriblemente sobre protector — rió despacio completando la frase.

—Así es — le dedicó una sonrisa y se acostó no sin antes también asegurarse que Mickey estuviera bien tapado.

Sin querer hacerlo recordó la sensación de colmillos sobre sus brazos, estremeciéndose bajo las sábanas.

"Solo un sueño, un sueño" Se repitió temblando.

La noche estaba fría. Pero bien sabía aquella no era razón para su temblar.


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