Carne

Tau estuvo frente a ellos tres noches después. Habían llegado a eso de las 2 de la madrugada y no habían detenido el paso por las condiciones climáticas que podía congelarlos si no estaban en movimiento y por el clan que Otabek estaba seguro les seguía la pista.

Tuvieron que esperar en la oficina a las entradas de la ciudad unas horas por cuestión de los tiempos que disponía Yuri y su condición de omega, además de pasar por la revisión y los archivos que poseían.

Lo primero que hicieron cuando ya estuvieron dentro fue pedir un cuarto en alguna hostal que más barata les saliera.

—¿Matrimonial? — había preguntado la chica que atendía.

Otabek y Yuri se miraron.

—Quién sería pareja tuya...— resopló Yuri, intentando ocultar su vergüenza.

—Sí, una para mí y mi linda esposa — respondió de vuelta el alfa haciéndolo sonrojar y enojarse más, recibiendo un golpe en su hombro para nada delicado de ese -aparentemente- frágil chico.

Pero al final, y por cosa de dinero, escogieron un cuarto con sólo una cama. Total, era por solo unas horas y al entrar se dio cuenta que había un sofá al lado de la cama donde podría descansar él.

Yuri dejó tirada la mochila en la entrada y se deshizo por fin de todas las ropas que llevaba encima, quedando solo con los pantalones y una camisa manga corta, causando escalofríos de solo verlo.

"Mi híbrido pertenece a la nieve" era su excusa a ser tan calenturiento (en el buen sentido de la palabra).

Por otro lado, el mayor decidió primero tomar un baño y dormir unas horas. Cosa que no hizo a muy gusto puesto que los quejidos del molestoso omega en la cama le hacían despertar e ir a taparlo cuando se removía inquieto. No lo vio venir cuando el mañoso omega le pegó una patada en el brazo herido. Con una mueca y rodando los ojos al fin aceptó que Yuri Plisetsky era un desmadre que no lo dejaría dormir en paz.

Se vistió nuevamente y salió a las calles.

Tau no era una gran ciudad como lo era Sigma; al estar cerca de sectores devastados por ataques de alfas hambrientos sus pobladores eran en mayoría gente sobreviviente de distintos lugares. No poseían gran esperanza de vida al estar cerca de la ciudad Omega pero de igual modo los cadetes intentaban cumplir con el propósito que le daban a su vivir: proteger a su gente, proteger a sus betas.

Se detuvo en la orilla de una pequeña costa en donde el muro se detenía para dar paso a esta misma. La presencia de mar hacía que por esos lados la nieve fuera muy escasa y aliviara un poco el invierno... pero muy dentro él, sabía que a pesar de su constante frío, lo que le causaba peso en su remordimiento era cierto lobo platinado.

¿Cómo estaría Viktor? Primero Yuuri y ahora él...

Otabek tenía en cuenta lo casi inestable que podría ponerse con todo lo que estaba ocurriendo y lo peligroso que podría ponerse si se deja domar por su rabia... pero, por su parte, no podía con Yuri Plisetsky, simplemente, ese gato arisco y pesado tenía un no se qué que inevitablemente le hacía querer protegerlo, necesitar protegerlo.

Y sería honesto: aquello le daba miedo, esa horrible necesidad de alfa sobre protector no era normal (como le había dicho Yuko) y si continuaba de aquel modo terminaría todo mal como pasó con Mila. Ese era su gran miedo.

Mila, Mila, Mila, Mila... por más que quisiera dejarla atrás esa chica siempre salía a flote con esto o lo aquello.

¿Cuán patético se vería ahora frente al mar recogiéndose sutilmente mientras se tapaba los ojos por el sueño y el cansancio en sí?

Acuclillado en la arena, ah, realmente detrás de su cara estoica muchos líos mentales se escondían.

Quería un consejo, pero no tenía a quién pedirlo.

Sintió un toque tibio en su hombro. Un vaso de café le era tendido por el Yuri que estaba logrando hacer desórdenes en su cabeza.

—Creí que estabas durmiendo — lo tomó con cuidado — gracias.

El rubio se sentó junto a él el la arena

—Desperté cuando te fuiste... no sentí tu olor entonces, uhm, eso... — murmuró avergonzado.

—Ya veo — asintió sonriendo despacio.

No dijeron nada por un buen rato. Miraron las olas ir y venir mientras bebían despacio el caliente líquido que el rubio se había dado el tedio de traer desde que salió de la habitación.

—Entonces... — comenzó Otabek recibiendo la atención del menor — No eres de Gamma.

Inesperadamente, Yuri soltó un pequeño jadeo a modo de risa. Otabek lo quedó mirando sorprendido, Dios, había sonado demasiado bello.

— No. Vivía a las afueras de Gamma, con mi familia. En las montañas donde es difícil transitar.

—Eres bastante convincente para mentir, ¿sabes? — lo miró divertido — ¿Algo más que estés ocultando? — preguntó.

Yuri se lo pensó. "Los aviones de papel" se dijo mentalmente.

— No. Nada de importancia— sin embargo volvió a mentir— ¿Por qué tengo que ser el único honesto aquí? Tú nunca dices nada. Otabek Altin es un alfa aburrido y reservado— se quejó.

—¿Hay algo que quisieras saber? — Otabek sintió que era lo justo y Yuri pareció pensárselo.

—¿Con qué otros omegas conviviste? —Genial. El mayor recién se daba cuenta de que Yuri era peligroso con el beneficio de la duda.

—Con los del mi clan pero a medida que terminaban de concebir cachorros los iban... ya sabes, los devoraban.

—¿Ninguno se salvó? — aquellos ojos cristalinos esperaban expectantes una respuesta y él ¿Cómo podía negarse a darle una? ¿Cómo? Si ese par de aguamarinos le estrujaban el pecho y una mezcla extraña de emoción y nostalgia lo invadía.

—Intenté salvar a la última, pero murió de todos modos— hizo una pausa pegado en los ojos contrarios que temblaban sin entender la oración, buscando una respuesta más fácil de comprender — No, Yuri. Ninguno se salvó— una decepción pareció bajar el brillo de aquellas preciosas joyas en el rostro del omega, como si con esa respuesta su mismo destino sería igual al de todos los omegas: morir.

Si tan solo Otabek hubiera dicho que no dejaría que eso le sucediera, los ojos de Yuri Plisetsky tal vez hubieran sonreído con un brillo silencioso, agradecido en el fondo.

—¿Quién era?

El humo del té subía sin prisa, perdiéndose en el ambiente. Otabek le quitó la mirada, se había embobado en aquel angelical rostro y no aguantaría mucho hasta que perdiera el hilo de la conversación y quedara como tonto.

—Mila Babicheva—Yuri notó el extraño cariño con el que pronunció cada letra de ese nombre, desconocido para él. Eso acrecentó su curiosidad.

—¿Por qué? —fue lo único que salió su boca.

—Porque la amaba. Mila Babicheva es, quizá, la persona que más amé en el mundo — contestó de inmediato sin pensar su respuesta, haciendo sentir a Yuri fuera de órbita y un tanto descolocado — murió dando a luz. Pero ni el cachorro se salvó.

Yuri abrió los ojos sorprendido, mirándolo incrédulo ¿Había dicho cachorro?

—Dijiste que jamás habías tocado a un omega...

—Que yo amara a Mila no significa que fuera recíproco, ni que el cachorro fuera mío— contestó cabizbajo y Yuri se sintió un poco insensible.

— L-Lo malentendí... mi error.

—No importa, pasó hace unos años ya—miró a Yuri, los ojos del rubio parecían pedirle que continuara — Luego de eso me enclaustraron por un par de meses... —arrugó la nariz recordando el maltrato — y finalmente Viktor con Yuuri me salvaron— el rubio escuchaba atento cada palabra, así enterándose que Otabek Altin resultaba ser sólo un alfa con un pasado triste.

—¿Yuuri? — se sintió extraño por preguntar por su mismo nombre.

—Yuuri es la pareja de Viktor — aclaró recordando al japonés— desapareció hace un tiempo en... en un motín que armamos en una zona de enclaustramiento y Viktor lo busca desesperadamente desde entonces.

—Así que Viktor sí tenía pareja — pensó en voz alta — pensé que era mentira que alguien como él pudiera tener pareja.

—Viktor no es alguien frío, Yuri. Las circunstancias lo hicieron así, conmigo siempre fue cariñoso, algo así como un hermano mayor. Aunque ahora me debe odiar — sonrió tenue y de forma forzosa, intentando aplacar el pequeño dolor.

—Eso es mi culpa, lo siento.

Otabek miró a Yuri con sorpresa. Una disculpa sincera del rubio no se escuchaba todos los días y al parecer aquella mañana el chico se encontraba muy tranquilo. Pero lo que Otabek no sabía era que para Yuri Plisetsky temas como la "familia" eran una fibra sensible que por nada del mundo se debe pasar a llevar. Un tema que sí le importaba porque él no tenía una y que Otabek se hubiera alejado de la última persona que consideraba de esa forma le hacía sentir culpable.

—Cuando tenía 6 años violaron y mataron a mis hermanos frente a mí. Fui el único que se salvó... mi mamá era omega y mi papá beta, por eso todos los omegas de la casa éramos leopardos. Al final resultó que yo era el último de mi especie. — Otabek unió todo, encajando piezas sobre el carácter cerrado de Yuri. Miserables, ¿Cuán salvajes y despiadados podían llegar ser los alfas? — Y desde eso tuve que cuidarme solo. Al principio no fue difícil, de hecho, fue fácil colarse dentro de las ciudades por ser pequeño. Después llegó mi celo y cuando los cadetes de la ciudad comenzaron a exigir cada vez más y más cosas a los pobladores descubrieron que yo no era un beta— tomó del vaso entre sus manos —Es raro estar dependiendo de alguien más y no me gusta ser una carga porque siempre tuve que estar solo. Y me gusta estar solo... creo — El rubio intentaba explicar indirectamente su comportamiento arisco para con Altin que escuchaba atento y captaba la idea.

—Por eso odias a los alfas — concluyó recibiendo un asentimiento del rubio— ¿Yo te desagrado también? — la pregunta había salido involuntariamente, pero no se retractó, incluso, se sorprendió por estar expectante a la respuesta ajena.

Yuri lo miró entrecerrando los ojos, como si lo estudiara, logrando ponerlo un poco nervioso.

—Me desagrada todo el mundo pero tú me desagradas menos que los demás— dijo despacito.

Lo que para Yuri sonó como un cumplido vergonzoso, para Otabek fue una total incógnita... ¿Qué diablos quería decir eso?

Con el tiempo Otabek se daría cuenta que esas palabras de Yuri serían el inicio de algo grande para ambos.

Guardaron silencio un par de minutos hasta que el mayor volvió a romper el silencio:

— Un omega que ha sobrevivido 17 años es una gran hazaña, pareces tener la fortaleza de un soldado Yuri. Tus hermanos estarían orgullosos de ti.

Ninguno de los dos se lo esperó cuando las orejas de Yuri brotaron solas entre sus cabellos. Otabek lo miró curioso sin entender la acción involuntaria del rubio que poco a poco comenzaba a colorarse con la mirada pegada en su vaso, intentando evitar los ojos contrarios. Pero cuando Otabek notó el movimiento sumiso de una de ellas hacia abajo entendió que Yuri Plisetsky se había emocionado de haber escuchado esas palabras que nadie nunca le había dicho y que habían logrado ponerle feliz.

Una corta carcajada enternecida se escapó de sus labios.

— ¡No te rías!

.

.

.

Los ojos de su hermana y a veces los suyos miraban el ave revolotear en círculos en el cielo. Maka parecía desorientado y a pesar de que buscara a cada instante un norte para ubicarse, siempre volvía a la misma rama del árbol donde tenía su hogar.

—¿Aún tiene el papel en la pata? —preguntó Mickey sentado en la mesa de la cocina, mirando por la ventana donde Sala estaba observando hacia afuera.

—Sí, es raro que Beka no lo haya recibido... ¿Y si algo malo le ocurrió? — volteó preocupada.

Mickey no supo responder por más que quisiera bajarle las dudas, de muchas formas pudo haberle sucedido algo a Otabek y no quería hacer peor la preocupación de su hermana.

—Deja a Maka, tenemos mejores cosas que hacer — fue lo único que dijo parándose y acomodando su abrigo, luego ajustándose las botas.

— Está bien.

Sala imitó la acción y en nada ya se encontraban bajando la colina en dirección a donde el bosque se hacía más frondoso. No habían comido durante semanas trozo de carne y si seguían así no podrían aguantar enloquecer por el hambre y, en el peor de los casos, atacar a cierto omega con el que vivían.

Fue una tarea difícil. La mayoría de los animales hibernaban esas temporadas y los venados no prosperaban mucho en aquellas zonas donde no eran los únicos alfas que cazaban. Sólo un par de conejos y una ardilla fue lo que a duras penas usaron para poder llenarse el estómago.

El olor de alguien desconocido a lo lejos hizo que Mickey dejara a el trozo ensangrentado del conejo de lado para centrarse en quien parecía acercarse. Sala continuó comiendo sin poder frenar el salivar y la ansias por terminar esa pieza de carne.

—Es la misma persona que el mes pasado— susurró a su hermana.

—Debe andar vagando, déjalo... quizá esté moribundo y si es un alfa puede ser peligroso, de todos modos morirá.

—Sabes que mamá te mataría si te escuchase hablar así — volteó hacia ella, Sala sólo se disculpó en voz baja por su error — Escóndete—ordenó.

Sin mucho esfuerzo la chica subió hasta la rama de un árbol ligeramente alta. Michelle hizo lo mismo, solo que en un tronco algo más alejado que el de ella.

Dejaron los rastros de sangre como carnada, pero el aroma que se acercaba era lo bastante dulce, muy similar al jazmín como para delatar que no se trataba de un alfa, sino de un omega y al parecer de corta edad. Sala miró hacia donde estaba Michelle y como si estuvieran conectados supo que él también lo había notado, solo que le negó con la cabeza en señal de que se contuviera.

Unas patas se escucharon, no era alguien experimentado en estar solo y lo supieron de inmediato. Un león joven, demasiado joven, quizá un niño. Miró la sangre a lo lejos y olieron de inmediato el miedo su sumiso ser, el felino dubitativo miró a todos lados y se acercó a paso lento olisqueando aquí y allá, trémulo. Estaba demasiado delgado y seguramente no aguantaría un par de meses en ese estado. Luego de ver al conejito muerto bañado en sangre echó a correr aterrado.

Ambos chicos bajaron del árbol, se juntaron nuevamente y miraron por donde había partido nuevamente la criatura. Mickey tenía el ceño ligeramente fruncido, de entre los dos siempre había sido el más sensible pero el que mejor lo disimulaba.

—Deben estar siguiéndolo. Es mejor volver ya — Sala puso su mano en su hombro, sacándolo de su trance y el castaño asintió.

—Yuuri debe estar cocinando la cena.


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