Cuidado
El alba subía sutilmente, los jadeos y el sonido amortiguado de las patas sobre la nieve eran casi incesantes y Viktor poseía siempre la frente en alto y la nariz alerta. Habían corrido toda la noche y nadie se vio capaz de parar a aquel clan de más de ochenta alfas.
La chica muerta dejada kilómetros atrás era una señal clara: ni piensen en acercarse.
La misma sensación al llegar a Omega atacó a todos; de pronto se vieron jodidamente observados de todos lados y muchos empezaron a hacer las mismas señales obvias de ladrar y gruñir hacia todos y ningún lado incluido Viktor, que a momentos sentía olores mezclados y ojos atravesando su nuca.
Para sus adentros sonrió, sonrió con miedo. Porque Viktor aún era humano y también le temía a la muerte pero si era algo por lo que valía la pena sacrificarse, joder, estaba hasta dispuesto a vender su alma al demonio con tal de llegar a Yuri Plisetsky y Otabek Altin, inclusive si ahora mismo el olor de demasiadas especies se intensificara a tal punto de tener que detenerse a dar la cara por los que le seguían.
—¡Sal Leroy, sé que estás aquí! — gritó cuando tomó su cuerpo otra vez.
Escuchó más patas y quienes se habían parado atrás suyo comenzaron a rodearlo a modo de defensa. Fue entonces cuando los ojos no tuvieron más opción que comenzar a salir, algunos de los arbustos, otros saltando de los árboles y un par de pocos de pequeños rincones de la colina a su lado. Dios, eran tantos, a simple vista al parecer poseían el mismo número de integrantes, pero eso tampoco dejaba de ser una desventaja cuando lo importante era la fiereza, la fuerza y la resistencia.
Viktor aguardó, aguardó, aguardó... aguardó y siguió aguardando con la respiración lenta y fría en la garganta.
Hasta que ahí, en medio de un pasillo de tigres, apareció la cabecilla. Jean Jacques Leroy. Caminando calmo, con una sonrisa petulante en el rostro tal y como alguna vez Viktor le conoció hace muchos años atrás cuando tan solo eran unos críos, cuando en uno de sus tantos viajes con su padre vio a ese chiquillo travieso y mala sangre tras sus padres de igual o peor mal trigo.
No había cambiado. Esos ojos azules y dientes filosos, aquella seguridad y agresivo brillo en el mirar. No, definitivamente no había cambiado nada.
— Vitya.
—No me hables tan amistosamente.
—¿Por qué no? — alzó sus manos divertido — hace mucho que no te veía...
—No te hagas el idiota Leroy —acusó de inmediato agudizando su mirada celestina — Violaste mi territorio, infiltraste a Chris para colarte información y no bastándote con eso... vas siguiendo al omega que me pertenece como mercancía.
Un silencio se situó entre ambos, luego de unos segundos Leroy sólo bajó su sonrisa, acercándose de a poco y con los gruñidos de los seguidores de Viktor.
—Mi clan necesita un omega fértil, necesitamos concebir hijos alfas fuertes y deliciosos omegas para la cena.
—¿Sobrevivir? ¡Já! No me hagas reír, ustedes son capaces de comerse hasta entre ustedes mismos, no importan de qué especies sean. No son más que bestias salvajes ¿Un omega? eso es solo un fetiche para ustedes.
Jean lo miró severo, pero en unos segundos no dudó en hacer aparecer su sonrisa y dijo elevando su voz:
—Tú no entenderías, no podía esperar menos de ti, digo, Yuuri Katsuki no pudo concebirte un hijo ni menos cederte su carne ¿Qué irías a saber tú de omegas?
Suficiente.
Viktor sintió la sangre hervir con ese comentario y no esperó más. Se encargaría de despellejar vivo a Jean Jacques Leroy.
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.
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Yuuri había conseguido que Otabek aceptara quedarse hasta la primavera, o sea, hasta un par de semanas más; cuando la nieve comenzara a derretirse y el lago se llevara sus vestigios en ese momento echos agua, cuando el sol se dignara a aparecer apaciguando de a poco la temperatura, cuando las aves salgan de sus nidos, las ardillas dejaran de hibernar y toda vida silvestre comenzara a poblar el suelo nuevamente con una bella alfombra verde.
Yuri era un experto en fingir, pero esa vez todos notaron un leve brillo en los ojos claros del omega que hasta incluso había mejorado de humor tras que Otabek aceptara quedarse un tiempo más, ya conversaba más hasta con Mickey y por más que lo negara comenzaba a agradarle Sala.
Por otro lado, Otabek seguramente era el que más lejos al sentimiento de tranquilidad estaba, puesto que si bien esa casa tenía un aura cariñosa y pacífica, no podía dejar de pensar en la posibilidad de que Jean Jacques Leroy podía encontrarles y, de ser así, arrastrar a todos ahí a un futuro incierto y (más que posible) trágico.
De vez en cuando sentía miradas en su nuca que lo hacían voltearse, y casi siempre se trataba de Yuri que, como un gato en la espera de cariño, llamaba su atención discretamente. Otras veces se trataba del otro Yuuri, que se quedaba mirándolo como si lo estudiara ya que seguramente sospechaba que también algo andaba mal.
Sala y Mickey eran más directos y no esperaban a que los miraran cuando llegaban, ellos solo se tiraban a los brazos en busca de algún cariño o para que Beka jugara con ellos... momento en que aprovechaban de poner celoso a Yuri, para su entretenimiento, les daba gracia y ternura ver cómo el rubio de a poco se colaba entre el juego, reclamando y enfurruñado como quien no quiere la cosa.
Con los días Yuri había perdido el miedo y hasta a veces se permitía sacar sus orejas siempre y cuando Otabek estuviera cerca o nadie le viera (como cuando vivía solo).
Aquella mañana Otabek se había levantado temprano, le había prometido a Sala y Mickey salir con ellos a cazar. Hace mucho que no lo hacía y le emocionaba salir con el par de hermanos como en los viejos tiempos, cuando eran más pequeños y mucho menos experimentados.
—Lo siento, ¿te desperté? — se disculpó una vez que sintió a Yuri gruñir desde el rincón que ahora era su parte de la cama.
—Claro que me despertaste — reclamó enfadado y con la voz ronca, mirándole por una rendija de las mantas con las que se tapaba totalmente.
Aunque su intención inicial era seguir durmiendo, Yuri terminó levantándose de todos modos al igual que Otabek que luego de darle un par de sobornos, un poco de comida, arrastrarse por él un rato y mimarlo con un par de caricias, estuvo listo para retirarse sin que el menor se enojara, dejándolo junto al Katsuki.
Bajando por la nieve, entre jugueteos y gruñiditos divertidos, de pronto y de súbito, Sala guardó silencio quedándose estática. Mickey, que iba unos metros más adelante junto a Otabek se percataron de ello y entonces se voltearon curiosos.
—¿Qué es?
—El mismo de la semana pasada — le miró confundida y sorprendida.
Otabek agudizó el olfato y fue entonces cuando un olor terriblemente familiar le dio un golpe frío, dejándolo clavado en el suelo y con un mareo repentino. Era el mismo olor que había percibido cuando venía huyendo con Yuri hace algunos días y el mismo olor que lograba ponerle el mundo de cabeza, olor a jazmín y manzanas.
—¿Un omega? —la pregunta si bien iba dirigida a él mismo, Mickey respondió.
—Sí, ha estado cerca de un mes rondando por aquí... en serio no puedo creer que esté aún vivo.
"Omega" sintió un leve escalofrío por su espalda.
De entre los árboles un leoncillo pequeño y desnutrido apareció. Cojeaba, traía una una pata herida, estaba famélico y a los pocos pasos no pudo con su propio peso y cayó.
Sala se asustó, pensó que estaba muerto. Mickelle estaba igual o más sorprendido que ella.
El primero en reaccionar a tiempo fue Otabek, quien se acercó corriendo y tan rápido como lo tomó en sus brazos notó el deplorable estado del omega que chillaba inconsciente por el olor a desconocidos que seguramente percibía en ellos. Estaba vivo, seguía vivo.
—Tendremos que devolvernos — avisó el azabache emprendiendo rápido el camino de vuelta.
Algo dentro de él se removió con miedo ¿Quizá era el tener a otro omega entre sus brazos? ¿Quizá porque aquellos seres les parecía demasiado frágiles y hermosos? ¿Era acaso ese extraño olor en él? no lo sabía, en ese momento asumió que era la mera desesperación de tener a alguien muriendo frente él y nada más. Luego se preocuparía de encontrar otra razón para ese sentimiento tan opresor en su pecho.
Mickey fue el primero en correr de vuelta, apurado para avisarle a Yuuri.
Cuando el japonés sintió la puerta abrirse, lo primero que vio fue la cara contrariada del chico.
—¿No ibas con Sala y Beka?
— Pasó algo — dijo rápido, tomando el aire que había perdido.
—¿Dónde está Otabek? —ahora Yuri se asomaba desde las escaleras, apenas había sentido la puerta abrirse bajó curioso.
—¿Mickey? — Yuuri se acercó preocupado — ¿Qué pasó?
Pero el chico a penas y podía coger aire, en serio había corrido muy rápido.
El rubio por unos segundos se asustó y pasó de largo pensando en lo peor, se acercó a la puerta dispuesto a volver a abrirla y salir en busca del alfa, pero esta misma fue abierta por fuera y un olor dulce llegó a él haciéndole arrugar la nariz. Otabek venía con un felino en los brazos.
El japonés vio la escena casi demasiado rápido y solo bastó una mirada preocupada de Otabek para que comprendiera y fuera a buscar un botiquín al baño.
—Q-Quién es... —preguntó el Plisetsky siguiéndole hasta la sala en donde el azabache se sentó con la cabeza del animal sobre sus piernas y revisando su rostro en busca de alguna otra herida.
—No lo sabemos, es un omega muy pequeño — respondió Sala, mientras en sus manos traía una fuente con agua y Yuuri le seguía con una caja blanca en las manos.
—Tiene fiebre, ¿Dónde estaba?
—En el bosque — volvió a responder la chica — con Mickey lo habíamos visto unas semanas antes, pero-...
—¡¿Y lo dejaron ahí?! — exclamó el japonés indignado — no me lo puedo creer ¿En qué estaban pensando? ¿Por qué no me lo dijeron? — les preguntó a ambos hermanos.
—No queríamos darte problemas y creímos q-que se iría... pero no se fue — musitó Michelle, respaldando a su hermana, pero no aminorando su culpa.
—Llegó a tiempo, unas horas más y hubiera muerto por el clima — dijo inyectando algo en uno de los muslos del chico y comenzando a limpiar la herida para luego vendarla adecuadamente.
Aún así suspiró dejando el tema de lado, entendía el cuidado que le regalaban ese par de hermanos pero esta vez se habían pasado. Aún así decidió ignorarlo por el momento, tal vez luego tendría una charla con ellos.
...
—Duerme, yo cuido de él por un rato — le había dicho Yuri una vez en la habitación.
—No puedo dormir — cerró los ojos con pesadez, a pesar de todo y el cansancio, no se sentía capaz de dormir.
Luego de cuidar de las heridas del niño, quedaron de acuerdo en que descansara en la habitación de Yuri y Beka porque (además de no haber otra) en la del Katsuki ya dormían tres personas.
Otabek miraba con cara cansada al leoncillo que dormitaba débilmente, con la respiración acelerada y paños fríos en su cabecita.
Yuri chasqueó la lengua y se sentó a su lado, tirando del brazo del alfa sin mucha fuerza. Otabek le miró preguntando qué quería, pero lo único que recibió fue una mueca obvia que claramente ocultaba la pena del rubio. Sonrió cuando comprendió en mensaje, pero Yuri se tomó esa sonrisa como una burla y se retractó.
—Bueno, s-si no quieres vete a la m-...
—Está bien — se tiró sobre las piernas del omega justo antes de que este se parara — siempre eres tan generoso —bromeó con gracia en la voz.
—Cállate... — musitó con calor en sus mejillas.
El silencio era agradable y de a poco el rubio tomó confianza suficiente para acariciar los cabellos azabaches del chico recostado en sus piernas. Dentro de nada tuvo a un gigante gato negro durmiendo y ronroneando por el suave toque.
Sin darse cuenta estaba sonriendo. Había descubierto un punto débil en Altin, cuando rascaba detrás de su oreja y se pegaba a su mano en busca de más cariño.
Repasaba con cuidado la piel tostada, sin querer tocarla pero a la vez deseando explorarla casi en totalidad. Desde la posición en la que se encontraba podía ver entre maravillado y avergonzado el cuello del alfa y la forma en que la piel caía firme y lisa dando paso a la ancha espalda, notándose marcada a través de la tela de la sudadera que traía y la leve curvatura hacia sus hombros igual de fuertes. Se mordió el labio despacio, aguantando uno que otro pensamiento que se recriminaba no debería estar pasando por su mente.
Delineó despacio esa curva haciendo que el chico se estremeciera entre sueños y quejarse despacio. Estuvo a punto de reír pero se aguantó para no despertarlo.
Mientras se entretenía con el mentiroso que decía no querer dormir pero que acabó durmiéndose de todos modos, echaba vistazo a ratos al niño en la cama. Algo dentro de él solo deseaba ver a ese omega despierto, sentía que a pesar de la pésima primera impresión que tuvo de ese pobre niño (por robarse la atención de Otabek) portaba algo especial en él y que no por nada Otabek sentía preocupación.
Cuando notó que probablemente el paño en su frente estaba caliente y ya debía remojarlo, movió al azabache despacio en el pequeño asiento de la ventana en donde estaban y lo dejó ahí recostado.
Se acercó al chico y cuando volvió a poner el paño frío, gimió. Un gemido tan indescriptible que le puso los pelos de punta e hizo su pecho estrujarse con algo que no supo identificar pero que le obligó a quedarse a su lado y no separarse de él por un largo rato con sus ojos aguamarinos abiertos de par en par, mirándolo fijamente. Debía cuidarlo, eso sintió.
Yuri no se dio cuenta, pero Otabek se había despertado justo cuando se separó de él. Y lo que pudo identificar de inmediato le hizo sentir una ternura terrible y un cariño enorme que no supo de dónde había salido: era un gemido de cría y Yuri había respondido a él atendiéndolo de inmediato con su lado omega.
¡Gracias por leer!
