Alfas

Viktor se abalanzó sobre Jean pero el puñetazo no logró llegar a su cara puesto que el chico logró removerse lo suficiente como para que el puño impactara en la nieve justo al lado de su cabeza. Viktor gruñía sin poder controlarse, tenía la sangre hirviendo y esa jodida tranquilidad en el rostro ajeno lo alteraba de sobremanera.

Un par de tigres ordinarios corrieron para defender a su líder, pero la manada de Nikiforov no se quedó atrás y en nada le cubrieron la espalda de forma recelosa, revolcándose en la nieve entre mordida y arañazo limpio. Entonces el panorama empezó a convertirse en caos, una mezcla de peleas sin limitaciones y todos queriendo defender la postura de su clan.

Viktor como lobo gruñó sobre Jean que altanero había alzado su sonrisa otra vez.

—Mira qué desastre, pudimos habernos unido.

"JAMÁS" pensó Viktor.

Jean, como el león imponente y audaz que era, rugió mordiendo una de las patas de Viktor que aguantó un alarido de dolor, desahogándose con golpearle con una de sus patas el ojo derecho y haciendo que lo soltara. Le ganaba en tamaño, pero no iba a retroceder, ya había tomado su decisión y aunque quisiera retractarse intentar separar a esa maraña de animales que luchaban por su vida y su orgullo sería imposible, además, su propio orgullo y el de su omega habían sido pasados a llevar.

Yuko, que hasta ese momento había permanecido al final de las líneas con aparente calma, ahora intentaba mantenerse viva a toda costa sacando esa fiereza que hacía mucho tiempo no usaba. Estaba asustada, todos a su alrededor estaban perdiendo la cordura.

Pero Jean llevaba la obvia ventaja y Viktor no podía encontrar el momento oportuno para atacarlo. Su pierna sangraba y dolía demasiado, ese desgraciado había llegado al hueso, tan sólo unos segundos más y se lo hubiera destrozado.

El solo recordar a ese imbécil diciendo el nombre de su pareja, con esa voz y ese tono petulante le hacía apretar la mandíbula. "Yuuri Katsuki no pudo concebirte un hijo ni menos cederte su carne" ¿Qué se creía que era para hablar así? no era nada, no sabía nada.

Se abalanzó de nuevo encima y esta vez mordiendo una de sus orejas, clavando sus colmillos en ella y sintiendo el asqueroso sabor metálico de la sangre en su boca, el rugido del chico no se hizo de esperar y Viktor sintió dos animales sobre su espalda intentando hacer que soltara su mandíbula pero enseguida siendo tirados por uno de sus hombres y Yuko que había logrado llegar hasta él. Hicieron contacto visual por unos pocos segundos y ella asintió.

Un aullido por encima de todo el barullo se hizo oír, cerca de la colina atravesando por los árboles un tigre llamó la atención de algunos que se pasaron el dato comenzando a separarse rápidamente, dando los últimos mordiscos al aire para alejarse de quienes los seguían arrastrando a revolcarse entre golpes y sangre.

El Nikiforov se alejó cuando en una milésima de segundo Jean se sacudió y gruñó por lo bajo, comiéndose las ganas de destrozarlo y comenzando a correr lejos de él.

Pero no importó si el llamado era únicamente para algunos porque de todos modos el clan de Viktor no tomó nada de tiempo en captar la intención de esa prisa por ir colina arriba. Incluso el mismo platinado comenzó a correr aguantando el dolor en su pata.

Habían encontrado a Yuri y Otabek. Y eso sí que no iba a permitir que le arrebataran.

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Yuri se sentó en la encimera de la cocina a cambiar el agua del tiesto que estaba usando para el pequeño omega y tomando uno de los bidones que tenían como reserva comenzó a llenarlo de agua fresca.

Otabek entró en ese momento y sonrió al verlo ahí sentado tan cómodo, pero el rubio al notar su presencia frunció el ceño.

—Te dije que lo vieras, no debes dejarlo solo.

—Está durmiendo, no pasa nada, Yuuri dijo que dormiría unos días más por el agotamiento. — se acercó a su lado tomando el mismo bidón y sirviéndose un vaso de agua.

—Al menos su temperatura bajó — dijo serenando su rostro y el alfa pudo notar el alivio en sus palabras.

—Lo has cuidado muy bien Yura.

Había comenzado a llamarlo así porque el rubio ponía mala cara cada vez que lo llamaban "Yurio" (como ahora todos en la casa le decían menos él). Y cuando por inercia le dijo así una vez, el rubio se encargó de mirarlo con desprecio todo el santo día hasta que se disculpó y concordaron con que lo llamaría de otra forma para no confundirse. Seguía un poco enojado porque realmente no le llamaran por su nombre, pero bueno, "Yura" le sonaba mejor que el otro mote.

El rubio se inclinó dejando que su cabeza reposara en el hombro contrario y Otabek al notar esto se acomodó mejor, quedando frente al rubio aún sentado y con los pies colgando, mientras le acariciaba el cabello despacio.

Le encantaba esa faceta cariñosa de Yuri que sólo demostraba con él y nadie más, se sentía estúpidamente feliz cada vez que Yuri pedía su atención o este se la daba a él. Últimamente habían estado demasiado apegados y para nadie en la casa se le pasó ese pequeño gran detalle por alto, pero les dejaban ser felices en su burbuja mientras a veces Sala levantaba sus cejas divertida a su hermano, quien sólo rodaba los ojos y la regañaba para que los dejara tranquilos.

Habían otras veces en las que el mismo Yuri se sorprendía dándose cuenta que sacaba sus orejas por inercia estando con Otabek, delatando su alegría interna.

Pero habían cosas que Otabek sabía que no debía hacer, como pasar a llevar el cuello del rubio. Lo había hecho una vez sin querer y el chico reaccionó de manera agresiva separándose de él y a punto de atacarlo, pero luego disculpándose nervioso y saliendo de la vista de Otabek para empezar a rasguñar su cuello desesperadamente por un par de minutos como si tuviera una herida que le causara escozor. El mayor tampoco podía pasarse de la raya, Yuri se removía incómodo cuando por error pasaban a llevar sus piernas o directamente cualquier trozo de piel sin aviso.

Otabek había llegado a la conclusión que de alguna manera Yuri había cogido algún tipo de trauma por haber sido abusado y que obviamente seguía arrastrando el miedo de lo que significara ser "marcado", reflejado en que no se quitaba el collar antimordidas para nada que no fuera bañarse.

Yuri a veces no sabía cómo sentirse. Esas emociones por Otabek lo colapsaban y detestaba la forma en que necesitaba tener siempre el olor de ese chico presente, detestaba la forma en que le sonreía y el cómo sus hoyuelos se marcaban al hacerlo, su rostro sereno al dormir, la delicadeza con la que trataba con él y las pequeñas caricias que le regalaba, la paz con la que aguantaba cada uno de sus berrinches y la manera estúpida con la que se disculpaba aún si no era su culpa, esa amabilidad con la que respetaba su espacio y no pedía mucho a cambio o la paciencia con la que trataba a los gemelos con cariño y fraternidad. Yuri definitivamente detestaba todo eso porque era lo que más le encantaba de ese alfa y lo que más hacía estragos con su corazón.

A veces se sentía demasiado estúpido pensando qué hacer para llamar su atención, incluso se había puesto celoso un día cuando recordó que Otabek ya había tenido a alguien especial en su vida: Mila, confesión que ahora recordaba con una mezcla (según él estúpida y patética) de celos, inseguridad y enojo.

Y es que lo que pensó fue ¿Cómo habrá sido Mila? Lo único que sabía era que también era una omega, ¿Habrá sido alta, baja, tendría el cabello largo o corto? ¿Cómo le gustará el cabello a Otabek? ¿Acaso le gustaba su cabello? ¿Cuál sería su tipo? De seguro Mila era una belleza como para que alguien tan malditamente perfecto como Otabek la amara. Y con esas preguntas y pensamientos, ese día, Yuri se la pasó irritable y otra vez sintiéndose demasiado imbécil.

El sonido amortiguado y tembloroso desde la garganta de Otabek lo trajo a la realidad.

—Otabek ¿estás gruñendo? — preguntó el rubio rompiendo la atmósfera y haciéndolo notar que era cierto. — ¿Pasa algo?

El azabache arrugó la nariz, reconociendo el tenue olor de alguien más no perteneciente al hogar. Los vellos de la nuca se le erizaron y Yuri se separó.

—Camina rápido y sin hacer ruido — ordenó una vez apuntando a la salida de la cocina. El rubio no dudó en obedecer.

Vieron a Yuuri estático en medio del pasillo, mirando disimuladamente por una de las ventanas. El chico hizo una seña de silencio y se acercó despacio.

—Hay alguien rondando la casa — avisó.

—¿Y los gemelos?

—Mickey arriba, está cuidando del niño. Pero no sé dónde se metió Sala, de seguro ya notó que alguien más andaba.

Estuvieron así por una media hora hasta que sintieron la puerta trasera abrirse con brusquedad, Otabek, siendo el único alfa en ese piso, se puso delante de ambos, alerta en cualquier momento por si tuviera que protegerlos, pero los pasos no resultaron ser ni más ni menos que Sala respirando bocanadas de aire.

—Vienen subiendo la colina — tomó más aire, sus pupilas violáceas temblaban — Son alfas, muchos, muchos de ellos. Esas cosas no son un clan ordinario.

—¿Qué hacías ahí afuera? — preguntó preocupado Yuuri al saber que la chica pudo haber corrido el riesgo.

—Estaba llenando algunos bidones de agua en el estanque, había uno afuera de la casa, tuve que esperar a que se fuera y sentí demasiado tarde cuando dio la señal. Hay que salir, no sé cómo, pero ellos estarán dentro de nada aquí.

Yuri y Otabek no tardaron mucho en procesar todo y calzar los hilos, ya les había pasado y era casi como si estuvieran acostumbrados. Ahí el shockeado fue Yuuri cuando Sala soltó lo siguiente.

—Viktor también está ahí... no lo vi, pero reconocí su aullido entre la masa.

Los ojos de Yuuri se contrajeron aterrados, sorprendidos y sin poder evitarlo... emocionados. Su corazón latió con fuerza y demasiado apretado, como si quisiera estallar y salir de donde pertenecía. Los ojos de su alfa invadieron su mente, tan enormes, tan preciosos, tuvo ganas verlo, de tocar su rostro nuevamente, de besar sus labios, de sentirse entre aquellos brazos a los que siempre pertenecería.

Pero el esquema se rompía cuando caía de golpe en la realidad: su vínculo estaba dañado y ellos no podrían volver a ser los mismos. Por eso Yuuri debía morir para Viktor y él buscar a alguien más a quien amar.

Otabek la miró confundido, ¿Qué demonios hacía Viktor ahí? lo que tenía entendido era que solo el Clan Leroy los estaban siguiendo. Pero Otabek no quiso perder tiempo y subió a la habitación dejando a Yuri abajo y sacando, como un viejo déjà vu, todo lo necesario y avisando a Michelle que debían salir de ahí cuanto antes. El castaño atinó a preguntar por su hermana y una vez respondida su pregunta, asintió rápido y bajó al primer piso.

—Ven aquí pequeño — murmuró tomando con cuidado al pequeño león que se quejó cuando fue alzado.

Cuando bajó Yuri pidió cargar él al pequeño, preocupado.

—Estará bien, tranquilo — le aseguró el alfa pasándoselo y en ese momento notando el silencio y las miradas contra el reloj de los presentes.

Sala se mordía nerviosa el labio sin saber qué hacer, todos parecían demasiado metidos en su cabeza y por sobretodo Yuuri que no había dicho nada y escondía sus manos en las mangas de su chaqueta, jugando trémulo y nervioso. Mickey se agarraba la frente pensando, aparentemente frustrado.

—¿Qué sucede? — preguntó al fin Altin.

—Sala y Michelle dicen que la única forma de salir de aquí es bajando la colina... pero no podemos si ellos vienen por ahí.

—¿Y subiendo? ¿Sabes qué hay más arriba?

—Baja el estanque — respondió el Crispino mayor — nada más, rodeando la colina se baja directo a Omega y eso es una muerte segura... estamos acorralados — sentenció.

—Salgamos por atrás, mientras, pensaremos en otra sali-... — estaban justamente obedeciendo al alfa mayor, saliendo por la puerta de atrás cuando los sintieron llegar, de golpe y demasiado abruptos.

Fuera, era un caos. La nieve había dejado de caer.

La reacción instintiva de Otabek, Sala y Mickey fue casi demasiado instantánea, dejando a los omegas al centro y protegiéndolos de los canes y felinos que comenzaban a acercarse babosos y presos de la tentación de tener a casi un festín de deliciosos omegas. No era nada común tener tremenda suerte de encontrarte tres en un mismo día y menos en un mismo lugar. Casi un paraíso para las bestias.

Sala y Mickey de inmediato alejaron a unos cuantos que osaron acercarse a Yuuri desde un extremo. Los más hambrientos se tuvieron que morder sus lenguas únicamente porque su líder pasaba entre medio de la manada y por miedo a lo que pudiera pasarles si desobedecían en un movimiento no ordenado.

El Katsuki evadía la mirada de todos los animales, sintiendo aquel miedo terrible que no sentía hace mucho tiempo. Creía que el solo ver esos ojos zarco, claros como el cielo, le destrozaría en el acto y tomó su forma de zorro agachándose como si pudiera pasar desapercibido con la nieve. Dios, estaba aterrado.

De entre la multitud, Otabek lo reconoció, abriéndose paso entre tanto animal mordiendo sus lenguas aguantando atacar, ahí venía sólo otro animal despreciable: Jean Jacques Leroy. Otabek estaba seguro que en un pasado hubiera agachado las orejas y arrastrado la cola, ahogado en el miedo y carcomiéndose por la rabia interna de tener que someterse a sus reglas, pero esta vez no se iba a doblegar. No sabía cómo saldrían de esa, pero sabía que lo harían. Y por nada del mundo dejaría que ese asqueroso tocara a Yuri.

—¡Me sorprende verte por aquí! — hizo el ademán de dar el paso hacia él pero un sólo gruñido agresivo repentino de su parte le bastó para pararlo y mantenerlo a raya —... y me sorprende cuánta confianza has ganado — dijo burlón.

Estaba sangrando, el líquido carmesí bajaba por su sien hasta su mandíbula y tenía un moretón bajo el ojo, lo que hizo suponer que ya se había metido anteriormente en una pelea.

Yuri miraba fiero y con desprecio la cantidad de alfas rodeándolos, de pronto sintiendo demasiadas náuseas por la mezcla asquerosa de olores, así que apegó tenuemente su rostro en la espalda de Otabek, apretando al pequeño niño contra su pecho. La acción sólo provocó que el azabache se pusiera más sobreprotector y aumentara los agresivos gruñidos sobretodo hacia el chico de ojos azules que hablaba en un tono animado y a la vez casi espeluznante.

— Al parecer conseguiste una linda novia — dijo refiriéndose al Plisetsky, mirándolo de forma lasciva y en respuesta el rubio frunció el ceño engrifándose por completo. Otabek apretó sus puños, odiaba esos ojos, odiaba cómo miraban a Yuri; como un simple objeto.

Pero algo saltó encima del de mirada azul, o más bien alguien, haciéndolo caer al suelo y alertándolo de inmediato. Viktor no había perdido oportunidad y mordió por sobre la ropa una de las clavículas del chico, tironeando al punto de sentir su crujido y el grito de Jean. Otabek miró sorprendido al lobo que no había caído en su presencia y logró descolocarlo, ¿Viktor atacando a Jean?

Ese punto marcó el inicio de la caza. Ambos líderes peleando fueron la distracción perfecta para aquellos que sólo babeaban. Otabek, intentando dejar de lado el ardiente odio hacia Leroy y su impacto al ver a Viktor otra vez, se concentró en alejar a todos los alfas del rubio, apegándolo para hacer más fácil la tarea. Mickey y Sala gruñían y mordían a quien intentara tocar a Yuuri pero al par de lobos azabache se les pasó por alto uno de los costados descubiertos del aterrado omega.

El japonés que había estado dando la espalda a Beka y Yurio, se vio empujado fuera del círculo que habían estado haciendo cuando un puma lo lanzó a la nieve y mordió sobre su pelaje blanco, rebalsando la espesa sangre por su cuerpo y la nieve, haciendo que Sala y Mickey lo mordieran presos del pánico y la furia por tocarlo. En ese punto el olor de la sangre de Yuuri sólo acrecentó el hambre y la agresividad de los demás incitándolos a atacar a ambos gemelos y al zorro.

Yuuri intentaba no gritar, pero no pudo evitar el empezar a chillar en la nieve mientras comenzaba sentir caliente su hombro por la fea mordida. Intentó ponerse de pie pero no pudo, temblaba y se revolcaba entre el líquido que salía de la herida y la fría nieve.

El grito de Mickey cuando mordieron su cuello hizo a Viktor -que en ese momento había estado forcejeando con Leroy- mirar en esa dirección, reconociéndolo. Entonces vio por fin a Otabek también, cubriendo a esa puta rusa que había escogido por encima suyo. La confusión de qué hacían los Crispino ahí no duró mucho hasta que Jean se le abalanzó y en un agresivo mordisco terminó por quebrar su pata haciéndolo gritar de forma estremecedora.

"Ojo por ojo, diente por diente" le dijeron los ojos del furioso Leroy.

Entonces, por la tentación de la sorpresa y la duda, sus ojos fueron a parar nuevamente y rápido sobre los lobos Crispino y en un descuido, sin poder evitarlo su corazón se detuvo al igual que como el tiempo pareció ir más lento.

En un charco de sangre lo reconoció de inmediato, esos ojos color vino, antes tan vivos y ahora contraídos y casi idos.

— ¿Yuuri?


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