Nombre
Sala y Mickey se juntaron con Yuko donde habían acordado, Viktor llegó unas horas más tarde cuando los tres terminaban de hacer una fogata para pasar la noche. Algunos de la manada de Viktor lo alcanzaron en el camino y venían atrás suyo; tan heridos como cansados. Eran sólo unos cincuenta, los demás habían muerto. Leroy no estaba entre los cuerpos.
El peliplata suspiró sentándose y dejando a los demás hacer lo mismo, varios quedaron dormidos exhaustos por el esfuerzo, pero los reconfortaba el hecho de que al llegar a la mansión serían bien pagados con comida y ese era el único más importante pensamiento.
—De inmediato los atiendo a ustedes —avisó Yuko.
Anteriormente, al estar desocupados y llegar antes, se había ocupado de las heridas y mordidas de Mickey y de Sala. Ahora era el turno del antebrazo de Viktor que se veía terrible.
Intentó bajar la hinchazón y adormecer su brazo con la nieve por largos minutos procurando no congelarlo, Viktor no dijo palabra y se aguantó cualquier dolor o queja... hasta el momento en que Yuko lo miró con el ceño levemente fruncido y la palabra en la boca.
—No hay trizaduras que puedan hacer daño desde dentro pero... tengo que realinear el hueso y luego curar la carne abierta, de lo contrario podría infectarse.
—... Haz lo que sea que debas hacer pero hazlo rápido, por favor — suspiró entrecortado, imaginando el dolor que vendría.
—Bien. Respira profundo y mira hacia otro lado.
Posicionó el brazo del alfa a la altura del pecho y el doloroso grito de Viktor se escuchó cuando la castaña de un solo tirón y con ambas manos hizo tronar el hueso. Enseguida y haciendo rápido su tarea, mojó la carne manchada en sangre asegurándose de que la fea mordida quedara lo más limpia posible. Por último (pero no menos doloroso para el Nikiforov que respiraba agitado), con una tablilla improvisada reposó y envolvió la extremidad. Esperaba que Viktor siendo el duro alfa que era se recuperara pronto y rogaba porque la obedeciera con no hacer alguna fuerza bruta o algo inmaduro que de igual modo podría hacerle mal a su cuerpo.
Yuko después trató a otros chicos con ayuda de Sala, no pudo evitar sorprenderse por lo grande que estaba esa niña. Si hacía un poco de memoria podía recordarla nítidamente junto a Michelle, llorando en los brazos de Yuuri por cada pequeña cosa, siendo cuidados por Viktor que les había enseñado a cazar o simplemente revoloteando y espiando a Beka cuando este recién había llegado a la mansión.
Viktor quedó reposando totalmente agotado bajo el tronco de un árbol cuando Mickey se acercó a él, reticente y de forma dudosa. Viktor decidió cambiar la mirada fiera por una más calmada y así indicarle al chico que podía sentarse junto a él, segundo en el que también notó que el Crispino traía una pequeña golondrina muerta en su mano y se la estiraba para que la comiera.
—Gracias — no tenía mucha hambre, pero no despreció el gesto, notó que el chico quería quedarse con él de alguna forma — Has crecido mucho.
—Supongo que sí...
Se sentó a su lado pero no dijo nada más. Viktor notaba que lo miraba a ratos mientras comía lo que le había llevado, mientras sentía mancharse tenuemente la comisura de sus labios con un opaco carmesí del avecita.
—¿Hay algo que quieras preguntar?
—No realmente... — lo miró nuevamente de soslayo — ¿Y tú?
—Bastante, la verdad. Pero tengo en cuenta que tú no serás quien hable, ¿O me equivoco?
—No... —agachó la cabeza — no te equivocas porque incluso yo no sé bien lo que está pasando, p-pero quizá sí me pregunto ¿Por qué Otabek huyó de la mansión?
Viktor calló un momento mirando a la nada. Meditó su respuesta varios segundos mientras el menor a su lado esperaba paciente.
—Se enamoró de alguien exótico.
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Yuuri despertó al día siguiente, estable pero adolorido al igual que los demás. A su lado había una bandeja de comida sin tocar, había perdido el apetito luego de que recordara a Viktor y se le revolviera el estómago con frustración, pena, amor y desgano. Otabek estaba sentado a su derecha, con la cabeza apoyada en la camilla.
—Todo se fue a la mierda — suspiró Yuuri sin ganas, cerrando sus ojos con fuerza.
—Lo siento, es mi culpa — musitó Otabek, sintiendo de alguna forma lo mismo. No había entrado al cuarto de Yuri desde la tarde pasada por más que sintiera la necesidad de hacerlo.
—No es así, Beka —el chico acarició sus cabellos con comprensión — no tienes la culpa, iba a pasar tarde o temprano y yo solo estaba aplazando lo inevitable... aún así, no me siento listo para hacerle frente.
—Viktor nos estará esperando afuera cuando salgamos de la ciudad.
Yuuri asintió suspirando, con miedo, ansiedad y emoción, se supone que debería estar planeando otra vía de escape para salir de la vista de Viktor, sin embargo, luego recordaba que ya sabía que estaba dentro de los muros de Tau y también recordaba su terca obstinación al estarlo buscando incesantemente cuando intentó darse por muerto y sus ganas decaían nuevamente en ese sentimiento ahogante de miedo y un lazo roto.
Además, si intentaba fugarse de nuevo, aquello causaría más problemas a Otabek que en efecto tendría que salir al encuentro de Viktor, teniendo que lidiar con su ira. Volvió a suspirar.
¿Aquello era lo correcto? ¿Por qué el destino era así de jodido?
—¿No deberías ir a ver a Yuri? Yo estoy bien aquí...
Otabek no dijo nada y entonces el mayor supo que aún estaba molesto con el rubio. Le había contado de su discusión y de cómo terminaron dándose las cosas, así que no tenía que hacer mucha pregunta para saber que Otabek se sentía pasado a llevar. De todos modos también comprendía a Yuri, sabía que su elección no fue la correcta pero que él tampoco buscaba hacer algún mal con ella y mucho menos a Beka.
—Iré a ver al pequeño.
— Está bien ¿No te dijo su nombre al despertar? — preguntó curioso el Katsuki.
—No, los doctores me dijeron que es posible que guarde algún trauma y por eso no hable. Al parecer tampoco posee un nombre.
Yuuri asintió y finalmente el alfa lo dejó dormir un rato. Lo último que escuchó antes de salir de su habitación fue un pequeño gracias por hacerle compañía.
Cuando ingresó a la habitación del niño lo vio sentado en la camilla, con un viejo cuaderno y unas crayolas que la enfermera a cargo le había dado para que no se aburriera. Sin evitarlo dejó salir sus orejas al ver a Otabek, se había ganado su confianza en muy poco tiempo. Incluso pasó la noche en esa habitación para no molestar a Yuuri, momento que aprovechó para "hablar" con el pequeño y aprender cómo se comunicaba con la mirada o sus manos.
—¿Qué haces? — la pequeña curva en la cara del niño le causó ternura. Le mostró la hoja que estaba rayando y Otabek rió — ¿Qué se supone que es?
El menor frunció en ceño, confundido, miró por la ventana a su lado como si pensara en su respuesta y volvió a mirar a Otabek complicado en explicar. El mayor notó esto y decidió darle una mano.
—¿Es un animal? — tomó el cuaderno y el niño negó —¿Eres tú? ¿Alguna persona? — negó pero enseguida asintió, ladeando su rostro como si siguiera pensando — ¿Es una persona? ¿La conoces?
Volvió a negar con la cabeza y lo apuntó.
—¿Soy yo? — preguntó sorprendido, no encontrándole forma a esos palitos negros con rayas amarillas. Otra negativa. —Pero es alguien —afirmó.
El niño volvió a apuntarlo y lo olisqueó buscando un olor que Otabek de inmediato supuso cuál era.
Apretó los labios mientras la mirada azulada del niño volvía a mirarlo, esperando que le hubiera entendido.
...
Yuri había pasado llorando toda la tarde anterior como una jodida margarita hasta que la enfermera entró para revisar los puntos que llevaba en la herida. Le había preguntado si algo andaba mal, si le dolía o si quería que llamara a la doctora a cargo suyo pero Yuri arisco le dijo simplemente que no era nada, se secó las lágrimas y mordió con fuerza su mejilla sin hablar más. Seguido había entrado la doctora a cargo suyo y casi sin ninguna delicadeza le inyectó lo que supuso eran vitaminas. Había deseado que Otabek hubiera estado ahí para sentir su apoyo ya que odiaba las agujas.
Se sintió patético, ¿Hace cuánto que no lloraba así? es más ¿Hace cuánto que no lloraba por alguien en especial?
Ese día por la mañana la puerta se abrió varias veces, en todas esperaba ver a Otabek sin embargo en ninguna entró él. Y cuando estaba por resignarse, por la tarde, la puerta crujió, distinguió enseguida el olor del alfa entrando y sus latidos fueron más rápido. Con una emoción silenciosa lo vio ahí, pasando relajado y con una mirada distanciada.
Otabek notó las ojeras del rubio y sus mejillas sonrosadas, pero no dijo nada, omitiendo comentario a pesar de sentir preocupación. Esos preciosos ojos lo buscaron y llamaron, tuvo que usar todo su autocontrol para quedarse plantado ahí y no correr a atenderlo, joder, era tan difícil decirle que no a esa hermosa criatura.
—Pensé que no ibas a venir.
—No lo iba a hacer — admitió seco — pero hay alguien que quiere verte.
Yuri se percató entonces de unas manitas que se agarraban del abrigo del alfa y de un ojo azul que lo observaba atrás suyo. Otabek miró al niño y le sonrió con ternura.
—¿Es él? — le preguntó y el niño asintió — ¿Qué esperas?
Yuri miraba atento, su llanto le había hecho olvidar el hecho de que ahí también habían llegado con un pequeño omega. Su corazón dio un salto cuando lo vio salir detrás de Otabek, un niño menudo y miedoso, era bajito para su edad pero logró derretir el corazón del rubio.
—¿Vas a venir o no?
El niño miró a Otabek, el que asintió para que le hiciera caso al rubio y se acercara. Dio cortos pasitos hasta quedar frente a la camilla de Yuri y subirse a la orilla de esta. Le estiró el mismo papel que le había mostrado unos minutos atrás Otabek y Yuri al verlo no pudo evitar soltar una carcajada.
—Dibujas terrible — el niño se sonrojó y agachó la cabeza jugando con sus dedos — pero lo dejaré aquí porque me gustó — posicionó la hoja en la mesita a su lado apoyada en el florero vacío, lo miró y le sonrió haciendo que el niño volviera a sonrojarse y sentir de cerca aquel olor característico de Yuri que había estado buscando desde que despertó — ¿Cómo te llamas? — el ojiazul se le quedó mirando confundido de repente, ladeando su cabeza.
—No puede hablar — le aclaró Otabek desde el pie de la cama —tampoco tiene un nombre.
—Ya veo — dijo sorprendido, ¿Cómo debería llamar a alguien sin nombre? miró al niño que lo observaba confundido — Te llamarás Luka, ¿Te parece? bueno, me da igual si te importa o no porque a mí me gusta. Yo soy Yuri.
Al niño, ahora Luka, le brillaron los ojos y asintió obediente a las palabras rudas (y a su manera cariñosas) de Yuri. No tenía ni idea de lo que significaba tener un nombre pero que esa persona le regalara algo que parecía tan preciado le hizo sentir... felicidad, solo que al nunca experimentarla no sabía bien qué era eso.
Se quedó junto a él mientras Yuri intentaba entender a lo que se refería, a veces, siendo guiado por Otabek y respondiendo con palabras fáciles para comunicarse con él. Cuando Luka quedó dormido en el regazo de Yuri, Altin lo tomó con cuidado para llevarlo de vuelta a su habitación a descansar.
—¿Vas a volver? — preguntó Yuri antes de que saliera.
—Estuve toda la tarde acá.
Yuri apretó los puños en su regazo, frustrado.
—Otabek, yo lo siento, lamento haberte mentido y n-no lo volveré a hacer — su voz temblorosa delataba cuánto le había costado soltar esas palabras — ¿Vas a volver?
—¿Y qué me asegura que no lo volverás a hacer? ¿Por qué tendría que volver?
Yuri apretó sus manos, ¿Qué tenía que hacer para que Otabek lo disculpara? ¿Hasta qué punto estaba dispuesto a llegar para que se quedara junto a él?
Lo quería, lo adoraba, estaba enamorado y no quería por nada del mundo que se alejara, por eso mismo no le había dicho nada de las notas, quería empezar ese nuevo sentimiento desde cero, sin obstáculos y sin problemas... pero al parecer el amor tan idealista como ese era solo una ilusión. Le costaba ese asunto de sentirse perdidamente atraído por alguien, no sabía cómo lidiar con él.
Ahora estaba en el tremendo dilema de cómo solucionar ese problema.
¿Por dónde empezar sus razones para que entendiera que jamás volvería a mentirle? Habían pasado varios meses juntos, le había confiado su vida y Otabek la había cuidado con el mejor de sus intentos ¿Cómo explicarle a Otabek que le había confiado su mayor tesoro, cómo podía explicarle lo fuerte que era eso para él mismo?
Odiaba a los alfas, los odiaba a todos, pero a él no podía, ¿Sería suficiente con decirle eso?
No... era todo lo contrario lo que tenía que decirle. Y aún así, ¿En serio tenía que decirlo... en voz alta?
Sintió su cara arder, su cabeza era un desastre y más le avergonzaba saber que ahora era un tomate. Otabek aguardaba con cara estoica su respuesta. Contuvo el aire y lo soltó a la par que admitió:
—Porque me gustas... me gustas mucho.
¡Gracias por leer!
