Pasado
Jean tenía una manada de cuarenta híbridos a unos kilómetros más al sur en dirección contraria a Tau, lo sabía, completamente devotos a su voluntad y lo que ordenara. Ya se encargaría de usarlas a su favor, antes debía visitar otro lugar.
Diez de los suyos lograron salvarse de la paliza que el clan Nikiforov les dio, pero al ver a Jean sangrando y algo débil vacilaron de su autoridad y titubearon un poco reticentes en obedecerlo o no. Toda duda abandonó a esos animales cuando Leroy agarró por el pescuezo a uno de ellos y se encargó se clavarle lenta y tortuosamente la dentadura sin nada de cuidado... su dentadura humana.
Yendo en dirección contraria a Tau, cinco ciudades más allá y un poco más de una semana viajando, recién se logran asomar los Valles Primavera, renaciendo tal y como dice su nombre en la llegada de su estación de oro. La nieve comenzaba a derretirse poco a poco desnudando la tierra y luciendo un verde tenue en medio crecimiento.
Pequeños gruñiditos se escucharon cuando Jean pisó aquellas tierras que no le pertenecían. Y supo de inmediato que su llegada ya había sido avistada.
Varios lobos en plena juventud salieron detrás de árboles y arbustos pero, vamos, Leroy era un león hecho y derecho, les doblada el peso y el tamaño ¿por qué se iría a doblegar contra unos perros a mediana edad? ni la clavícula ya infectada de por sí le iba a impedir llegar a su objetivo.
—Qué haces aquí. — sonó una voz autoritaria, había parecido más una orden que una pregunta.
—Hagamos un trato — propuso sin perder tiempo.
El hombre lo miró con desconfianza y obvia reticencia hacia lo que sea que estuviera pasando por la mente de ese peligroso animal. Jean había burlado a sus canes como si nada y claramente, nada bueno podía venir acompañado de eso.
—No tengo tiempo para el clan Leroy.
—Hay dos omegas.
Y el silencio se pronunció. Tal como el del hombre frente a él como el de los jóvenes lobos que miraron a su líder curiosos y -sin admitirlo- ansiosos.
Celestino Cialdini lo observó con el ceño fruncido y los labios en una línea recta. El clan Cialdini estaba en crisis, él lo sabía, todos lo sabían; ya no eran los mismos de antes. No poseían la misma fortaleza que en años anteriores, ni la fuerte variedad de razas entre felinos y canes, hace demasiado tiempo que no comían carne humana ni de ningún otro animal que no fuera roedores pequeños y simple agua.
Los viejos fuertes comenzaron a caer por la locura en la que el hambre los sumía y finalmente la natalidad subió al igual que su mortalidad. Eran un clan casi repleto de jóvenes que no superaban los 30 años con una baja calidad de vida.
—Yuuri Katsuki andaba rondando por Omega— dijo con burla, sabiendo lo que ese nombre podría producir.
—¿Por qué no lo devoraste? — atacó de inmediato.
—Adivina.
—... Viktor Nikiforov.
—Exacto.
Celestino apretó los puños de forma disimulada, finalmente esa arpía había aparecido. Sin embargo, el poco sentido común (la mayoría nublado por el hambre) que en su mente habitaba, le recordó de pronto:
—El vientre de Yuuri Katsuki no sirve para procrear, no me interesa y si te atreves una vez más a pisar mi territorio, maldita sea, Leroy, te juro que-...
—Hay otro omega — interrumpió a medida que notaba que Celestino subía el tono — también está en el clan de Viktor, es pareja de un antiguo desertor de mi clan. Es pequeño, tiene piel lechosa, es más joven, no estoy seguro de si es casto, pero jamás ha parido cachorros y tampoco está marcado. Solo necesito que tu clan se una, Celestino, como en los viejos tiempos.
El hombre miró a los jóvenes de su clan que aguardaban una respuesta, darle algo así como una chance a ese desconocido. Ellos eran cerca de 60, sí, no tantos, pero suficientes, y sabía que por eso Leroy los quería pero ¿Valdría la pena realmente?
"Tener el cuello de Viktor destrozado lo valdría" le dijo su subconsciente. No le interesaba mucho Yuuri, si su vientre estaba podrido y solo servía para follarlo un par de veces era mejor conseguirlo para traficarlo. Pero Viktor Nikiforov, oh, ese chico era tema aparte, jamás podría olvidar cómo suciamente robó a Yuuri, dejando a su clan en decadencia.
Además, si había otro omega en cuestión como decía Leroy, ¿Por qué no?
—Está bien. Sólo con una condición.
—¡Claro! — dijo animado el león — cualquiera.
—Un intercambio de favores. Quiero a Emil Nekola.
En su clan solo quedaban canes, ningún felino. Y la familia de Emil Nekola tenía un limpio historial genealógico de felinos. Bien dicen que la unión hace la fuerza, aquí también contaba la variedad de especies; se sabía que un clan con felinos y canes perduraba mucho más.
—Astuto — musitó entre dientes asintiendo de paso — es un trato.
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Yuuri Katsuki jamás conoció a su madre, mucho menos a su padre y lo único que sabía además de su nombre y edad era que la mujer que le dio la vida al igual que él también fue una omega. No había que darle muchas vueltas a la pregunta de qué había sucedido con ella sabiendo cómo termina la vida de los omega dentro de un clan; tan abrupta y horrorosa como siempre. Tampoco era difícil imaginar desde qué edad los abusos hacia su cuerpo comenzaron, ya que dentro del clan de Celestino era el único omega vivo y se esperaba que concibiera más cachorros.
La vida era dura, más para Yuuri al ser el objeto sexual y descargo de rabias dentro de ese lugar.
—Otra vez no pudiste lograrlo — el hombre lo agarró de un brazo y lo tiró al suelo como si de una bolsa de basura se tratara. —¡¿Qué está mal contigo?! — rugió mientras el omega de jóvenes 14 años se tapaba la cara y comenzaba a sollozar bajito —¡Maldita sea, es que no me lo puedo creer!
Su cuerpo nunca estaba limpio, siempre había rasguños desesperados trazados en sus muslos y espalda, moretones en sus brazos y su clavícula con una cicatriz de la vez que uno de los alfas no aguantó la salivación hambrienta de su boca. Lo único que salvaba de marcas era su cuello, con un collar de metal para no ser reclamado, debido a que al ser el último omega ahí no lo devorarían hasta que se dignara a quedar en cinta. Intentar marcarlo era un peligro latente si el alfa que lo hacía no se controlaba y lo terminaba por comer.
Y aunque no se iban a arriesgar, algo ahí iba mal y varios lo habían notado: el vientre de Yuuri nunca crecía y el típico olor empalagoso del embarazo jamás aparecía.
Sala y Michelle pertenecían al mismo clan, solo que el trato de los demás con ellos era algo "normal" al pertenecer a la misma rama biológica como alfas. Sin embargo, la escasez de alimento no les daba cese a los demás en su trabajo, cazando o buscando comida. Fue así, como la madre de los gemelos más preocupada de salvar su propio pellejo, los abandonó. Los menores quedaron a cargo de Yuuri por órdenes de Celestino, al que no le quedó de otra por los críticos tiempos.
Los Crispino se habían acostumbrado a tener siempre el olor de Yuuri encima, sin embargo, y a pesar de que a él también se le hubiera hecho costumbre, era de esperar que no teniendo un buen control de su cuerpo lo mordieran en un arranque de instinto y al final terminaran llorando en las faldas de Yuuri por atacar a quien consideraban su "madre". Al omega no le importaba, cualquier cosa que proviniera de aquellos dos niños lo aceptaría de todos modos, así que simplemente los rodeaba con cariño mientras los nenes ahogaban su llanto contra sus ropas.
Lloraban cuando a Yuuri se lo llevaban por las noches, lloraban cuando lo herían por impulso, lloraban por ser inexpertos en la caza, lloraban por no poder alimentar a Yuuri con carne, ellos definitivamente lloraban para todo y para todo Yuuri les sonreía gentilmente recibiéndolos siempre con esos débiles brazos dañados y cansados.
Pero los alfas son despiadados. Y en un mundo donde la sobrevivencia va de la mano con el egoísmo, el hecho de que Yuuri estaba siendo un obstáculo inútil para ellos comenzó a notarse.
—No puede dar hijos y no lo podemos marcar, joder, ¡Por qué tan solo no lo comemos, estamos muriendo de hambre!
Celestino se lo pensó, posando su mirada clara en el omega que también tantas veces había pasado a estar en su cama. Quiso darle una oportunidad la primera vez, pero el hecho de que Yuuri fuera completamente inservible ahí y estuviera más que manoseado no se le pasaba por alto.
Yuuri lo miró aterrado, esa mirada con desprecio no era nada nuevo, esos ojos celestes a los que temía, esos que lo observaban con deseo obsceno y supremacía, sabiendo bien el poder que ejercía sobre su cuerpo. El asco, los escalofríos y el miedo no dejaron a Yuuri mirarlo por más tiempo. Era ese hombrequien dictaminaría qué sucedería con su persona.
Era obvio que debían enmendar el error que Yuuri estaba causando ahí ya que estaba separando al clan, muchos cansados y desesperados por no poder probarlo comenzaron a cazar por separado aislándose despacio de la comunidad, y un clan débil y separado era lo que menos necesitaba Celestino para sobrevivir.
—No — el choque de sus palabras frías cayeron de golpe en los ansiosos expectadores, Yuuri abrió los ojos sorprendido, con una mínima de esperanza de sobrevivir un poco más — lo cambiaremos en el mercado negro por comida.
Pero como rápidamente la esperanza llegó, rápido se fue. Los ojos color vino cayeron, rendidos, horrorizados y trémulos hacia sus pies descalzos. Sabía lo que significaba esas palabras. Tráfico de pieles.
Muchos se pusieron a discutir la decisión de su líder, pero bastó solo un gruñido para que acallaran sus quejas. A regañadientes aceptaron.
A Yuuri le hubiese gustado pasar la última noche abrazado por el calor que le profería el precioso pelaje de Sala y Michelle, de sus constantes movimientos tercos buscando su olor para dormir seguros. Abrazado por esas pequeñas patitas de lobo que sin que ellos lo supieran, eran los soportes y la base de vida del Katsuki. Le hubiese gustado respirar el suave olor de esos cachorros, créeme, le hubiese gustando tanto... que hubiese muerto ahí mismo por esa última noche con ellos. Pero Yuuri es un omega. Yuuri era la marioneta dulce que todos follaban, a nadie le importaría lo que él quisiera hacer y es así como esa noche pasó de mano en mano, golpe y golpe, embestida y embestida en la cual sentía que se rompía cada vez más físicamente al punto de que su mente llegaba a estar en blanco y solo deseaba cerrar los ojos y morir ahí mismo, en medio de gruñidos de animales que le doblaban la edad, de animales sin corazón que hacían brotar muertas lágrimas de sus ojos vinosos.
Alientos desesperados y rasguños feroces, palabras dolientes e insultos en los que prefería ser devorado antes de enfrentar su destino y que le sacaran el pellejo. Antes que lo separaran de sus cachorros.
La mañana siguiente, los Crispino lloraron una vez más mientras los ojos vacíos de Yuuri, su voz herida y sus brazos rendidos no dieron para una despedida. Sala y Mickey se rompieron la voz llorando aún más cuando el omega no acudió a consolarlos como siempre y finalmente se fue tan muerto como el brillo de sus ojos color vino, dejándolos a la deriva en un clan ajeno a ellos en el cual por nada del mundo podrían ver a esos hombres y mujeres como compañeros y mucho menos como una figura materna.
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—¿Señor Katsuki? — la voz de su doctor a cargo lo sacó de su ensoñación — ¿Señor Katsuki, me está escuchando?
Volteó el rostro despistado, sin tomarle el hilo a la conversación. Desde su habitación se lograba ver la playa y se había perdido en las olas recogiéndose de forma lenta y a tropezones, su corazón estaba extrañamente apretujado como si quisiera advertirle de algo y supuso que en verdad extrañaba a los gemelos junto a él.
—D-Diculpe — dijo avergonzado — ¿Qué dijo?
—Le estaba diciendo que sus heridas ya están bien, incluso puedo cederle el alta en los próximos días.
—Ah.
Se quedaron mirando, el doctor esperaba más reacción por parte del omega pero cuando notó que no diría más, se retiró dejando las últimas indicaciones y recibiendo asentimientos silenciosos por parte del chico y nada más.
Pero Yuuri, bueno, ¿Qué más podía decir? estaría mintiendo si dijera que se alegraba, estaría mintiendo si dijera que se ponía triste, porque la verdad era que no sabía cómo diablos sentirse. Tenía un pequeño presentimiento de que al salir, incluso si estaba con Viktor, las cosas no serían nada fáciles.
Suspiró pasando las manos por su vientre infértil. No le hacía bien recordar su pasado.
¡Gracias por leer!
