Corre
—¡Así!
Anna sonrió triunfante y orgullosa cuando logró tirar a la nieve por décima vez a su hermano menor que se resistía a rendirse solo por orgulloso. Su cantarina risa hizo eco aún más cuando su madre salió a regañarlos (sobretodo a ella) para que dejara en paz a Yuri.
—¡Estoy bien, estoy bien! — aseguró el menor sacudiéndose la nieve de la ropa.
La mujer negó con la cabeza mirando al cielo y volviendo a la casa, pero advirtiendo a Yuri que no lo consolaría si volvía a entrar llorando y con los mocos colgando. Ya nada podía hacer con sus hijos.
Irina miraba sentada en una banca del patio a sus hermanos, en su regazo estaba sentado Yasha, uno de los betas de la familia que tendía a enfermar siempre por el clima frío. La chica lo abrazaba para que no perdiera el calor mientras veían riendo la obstinación de Yuri. Los demás estaban resguardándose del invierno dentro de la casa, junto a la chimenea encendida y calentita. Al parecer ellos eran los únicos masoquistas ahí afuera.
—Espera Yuri — la chica miró a su hermana en la banca y esta se asustó por los ojos sádicos de la mayor — ¡Ven acá Irina!
De entre los ocho hermanos, sin duda, la que más daba miedo era Anna. Sin duda, también, era a la que más Yuri admiraba por su fuerza y carácter firme.
—Espérame aquí Yasha — Irina sentó al chico en la banca y éste asintió.
Se acercó de manera desconfiada, jugando tímida con sus manos.
—Párate frente a mí — Yuri se hizo a un lado y dejó que Irina tomara su lugar.
—¿Anna? ¿Q-Qué vas a hac-...? ¡N-No! ¡Anna ni se te ocurra, yo...!
—¡Mira mis pies Yuri!
Antes de que pudiera correr, la sádica tomó a su hermana de un brazo, se agachó y cargándole en su misma espalda luego la arrojó de espalda a la nieve. Yuri observó todo concentrado y asintiendo cuando la chica lo miró con cara de si había comprendido.
Yasha se acercó corriendo a Irina, medio riendo y medio preocupado. Se agachó a ella y preguntó la pregunta más posiblemente estúpida de todas:
—¿Estás bien?
La chica tomó su forma híbrida y se hizo bolita, comenzando a chillar bajito. Anna siempre le hacía lo mismo y ella siempre caía redondito.
La puerta de la casa volvió a abrirse y el cuarteto miró en su dirección. Era Ganya, el alfa de Anna.
—Anna, tu mamá dice que el almuerzo ya está listo ¿Qué siguen haciendo aquí? hace un frío horrible. — El chico se encaminó hacia Irina que seguía lloriqueando, la paró y ayudó a caminar hacia adentro, tomando y llevándose también de la mano a Yasha para que no enfermara — algún día terminarás matando a tus hermanos... ¿Cómo serás con nuestros cachorros? — dijo lo último bajito, sin querer ser oído pero siéndolo de todos modos.
—¡¿Y quién quiere cachorros tuyos?! — le gritó enojada y avergonzada, su prometido se carcajeó e ingresó a la casa con los menores — vamos Yuri, nosotros también debemos ir.
—¿No vamos a seguir entrenando? — hizo un puchero y la rubia no se pudo resistir a esa carita, lo tomó en brazos y observó esas facciones de muñeca que poseían por genética.
—No, otro día ¿Bien? podría enseñarte una súper patada... — de pronto lo miró curiosa — ¿Por qué quieres tanto aprender a pelear?
—¡Quiero golpear alfas! — exclamó como si fuera su gran sueño — papá cuando era menos viejo combatió con muchos alfas malos ¡Yo también quiero!
Anna quiso sonreír, pero no pudo. Yuri era demasiado inocente. Hizo una mueca triste porque en realidad jamás podrían combatir contra quienes lideraban desde siempre la cima de la pirámide social y de la cadena alimenticia. Ellos naciendo en esa constitución omega estaban condenados a jamás tener una vida normal y mucho menos tranquila. Negó con la cabeza bajando a su hermano.
—No puedes hacer eso tonto — dijo complicada de explicar — si alguna vez te llegaras a encontrar con uno de ellos, uno de los "malos"...
Puso sus manos en los hombros pequeños del rubio y los sobó despacio. La cara de Yuri parecía no comprender lo que estaba diciendo y esperaba con sus cejas curvadas la continuación de su frase.
Los rosados labios de Anna se abrieron despacio, con un suspiro intermedio. Un suspiro resignado a la naturaleza que los condenaba.
Yuratchka, corre...
...
— Corre...
Apretó los labios ante esa frase que hacía eco en su mente, con la voz de su hermana, con la voz de su abuelo.
La noche había caído y el silencio fuera de esa habitación era sepulcral. Los perros de Celestino sí que eran mucho más obedientes que los de Leroy.
La herida de su costado había sido tratada por una mujer para nada cuidadosa que casi lo hace gritarle un par de groserías si no hubiese tenido que morderse la lengua para soportar el mismo dolor. Seguía solo con esa mugrosa chaqueta encima pero rápidamente se hartó de ella y la arrojó al suelo poniéndose de pie.
Observó la habitación al detalle. Tenía que salir de ese lugar. Claramente debía tener un punto ciego.
Palmeó y tocó con delicadeza la madera. No era distinta a las cabañas devastadas en las que con Otabek había estado, también decadente y poco sostenible. Buscó un punto frágil, tanteando la madera despacio con sus pies descalzos para no provocar mucho ruido. La habitación no tenía ventanas y salir por la puerta (que seguramente estaba cerrada) era una pésima idea.
Se arrodilló dándose el trabajo de probar suerte con cada tablón del suelo, revisándolos uno por uno. La suerte por alguna maldita vez pareció estar de su lado cuando uno se meneó al tacto, sin embargo, la tabla no se levantaba lo suficiente como para que él lograra caber por aquella rendija que se formaba, un clavo la mantenía anclada.
Bufó molesto, tirando aire a su flequillo y dejándolo desordenado. Se tapó la cara con sus manos frustrado, tan cerca pero a la vez tan lejos. Estaba a punto de recordar a Otabek y deprimirse por su ausencia cuando negó con la cabeza elevando el rostro de súbito; no era tiempo de deprimirse.
Era Yuri Plisetsky, maldición. Si quería hacer algo, lo hacía, lo conseguía y se salía con la suya. No era un omega cualquiera. No se iba a someter por la situación y mucho menos por las personas que lo forzaran.
Tomó la chaqueta tirada a un lado y rompió la cremallera del cierre la cual tenía un pequeño agujero. La enganchó a uno de los clavos oxidados en la madera y tiró con todas las fuerzas que pudo pero también midiéndose para no volver a desgarrar su herida. Sus manos pasaron de largo hacia arriba y pensó que había pasado en banda hasta que sintió el sonido metálico del clavo caer al suelo un poco más allá. Había logrado sacarlo. Movió rápido la tabla y sonrió al dejar libre lugar suficiente para escapar por debajo de la construcción.
Pisó desconfiado la tierra seca, un poco asustado por las arañas que veía en los rincones. Gateó hasta las rejillas y atento a que todos estuvieran durmiendo afuera se aseguró de salir por el lugar más vacío justo al lado de donde los árboles se alzaban en la penumbra.
Miró hacia atrás una última vez y se convirtió en lo que era. Un leopardo de las nieves.
Los ojos aguamarinos destellaron en la oscuridad y en su interior supo que la dirección que estaba tomando era la incorrecta... pero inevitablemente la única.
Solo esperaba que Otabek descubriera rápido hacia dónde se dirigía. No sabía cómo, pero tenía confianza en el alfa.
.
.
.
Otabek dejó acostado a Luka en la habitación en donde Yuri había estado alguna vez. Su esencia aún permanecía en el aire y aquello pudo hacer contar ovejitas al niño hasta caer rendido al sueño. De la misma forma él estuvo a punto de embriagarse con ese olor y caer dormido al lado de Luka, pero tenía cosas más importantes que discutir.
Fue así como en el quinto piso se comenzaron a escuchar murmullos que pasaron a ser voces frustradas. Otabek volvía a discutir con Viktor.
—No pienso quedarme más aquí si Yuri está solo ahí afuera, maldita sea, Viktor-...
—Cuán terco puedes ser — frunció el ceño cruzándose de brazos y paseándose por la habitación para calmarse — ¡Te dije que no es cosa de salir e ir hacia la nada a buscar un omega!
—¡¿Por qué mierda no puedes ayudarme?!
Viktor lo miró furioso, ¿Lo estaba preguntando enserio?
—¡Te ayudé a buscar a Yuuri, te seguí a todas las malditas partes que-...!
—¡Puta madre, Otabek, siempre supiste dónde estabas ya no te vengas a hacer el imbécil! ¡¿Cómo mierda me puedes preguntar el por qué no quiero ayudarte?!
Respiró agitado, Otabek frunció el ceño porque aunque no lo quisiera admitir Viktor tenía razón en esa parte de la historia. Los puños del Nikiforov estaban apretados a más no poder y sus nudillos completamente blancos.
Era difícil para Otabel también porque sabía que ambos la habían cagado, ambos estaban haciendo las cosas mal, solo se estaban distanciando más y de paso dañándose también. Estar entre sol y sombra nunca fue fácil para él, siempre con el rostro estoico ocultando todo detrás de una fachada seria. Siempre sintió dolor al ocultarle la verdad a Viktor, siempre quiso serle leal a Yuuri con su decisión; siempre los quiso proteger a ambos a su manera. Pero al parecer se había equivocado.
Sus buenas intenciones terminaron en nada, en discusiones y quiebres.
—¡Eras mi hermano! ¡Eras mi jodido hermano, y me dejaste, me traicionaste! nunca me dijiste dónde estaba Yuuri... ¿Por qué? — preguntó dolido.
Otabek quedó mudo con la culpa carcomiéndolo.
—No es algo que yo deba contestar — susurró desviando la mirada.
Fue suficiente para que Viktor estallara en cólera y le golpeara con un sorpresivo puñetazo en la cara, haciéndolo caer al suelo.
—Todo es culpa de Yuri Plisetsky, ¿Cierto? vaya cómo te cambió ese gato rastrero, desearía jamás haberlo traído ac-...
No pudo terminar su frase, Otabek lo calló de inmediato golpeándolo él ahora, no dejando que insultara más a Yuri. Estaba cansado de que lo trataran como una basura. Se posicionó sobre Viktor y le asestó otro golpe con la respiración desbocada, casi como si sintiese el dolor ajeno en su cuerpo propio.
—¡No lo metas a él en esto, no tiene nada que ver contigo y Yuuri! ¡Sé que te fallé, carajo, sí que lo sé, no tienes que echármelo en cara todo el maldito tiempo porque sé que fui un hijo de puta al ocultarte todo y escoger ayudar a alguien más! — volvió a pegarle otro puñetazo cuando intentó reincorporarse, esta vez era su turno de hablar — También sé que he cambiado, por si no te has dado cuenta, todos en este maldito lugar han cambiado; Yuuri, Sala, Michelle ¡Todos!... ¿Pero te has dado el tiempo de mirar tus propios cambios? ¿Siquiera puedes recordar al tú de antes de toda esta mierda? hiciste demasiadas cosas que juraste jamás hacer, decidiste hacer las cosas por la fuerza y lo peor fue cuando no pudiste cumplir tu promesa de jamás entrar al mercado de las pieles ¡¿Puedes recordar eso?! ¡¿Dónde está el Viktor Nikiforov que cumple su palabra?! Cómo demonios no te puede asquear trabajar para algo tan sucio e inhumano...
Pero los ojos de Viktor temblaban como un paisaje marino, negándose a aceptar su propio cambio, negándose a reconocer sus propios errores. Queriendo quedarse en el momento en el que su yo sentía plenitud, intentando imitar a ese Viktor pasado aún cuando ahora no era más que recuerdos porque ahora ya estaba corrompido e influenciado por el mundo en el que se había envuelto él mismo por la desesperación de, inevitablemente, sobrevivir y mantenerse a flote junto a ese clan.
—Sé que es difícil manejar a una masa que espera demasiado de ti, tener que darles de comer pero a la vez ser duro con ellos... pero mira a los hombres que tienes ahora Viktor y compáralos con los que tenías hace un par de años. Tres de los tuyos violaron a Yuri, confiaste ciegamente en ellos y te fallaron — apretó más el agarre de sus puños — ¿Qué tipo de gente estás manejando? se han convertido en bestias, no somos muy diferentes a los demás clanes de ahí afuera ¿Recuerdas cuando ellos eran leales por voluntad propia y no conveniencia? te dejaste cambiar por algo que no te favoreció en nada, cambiaste al antiguo Viktor por una persona fría y calculadora ¡Maldición, Viktor, abre los ojos!
Sin embargo, Viktor desviaba la mirada dolido, con los pómulos rojizos por los golpes.
—Te monopolizó por completo el ser un líder... y ustedes comenzaron a separarse sin tú siquiera darte cuenta.
¡Gracias por leer!
