Casa

Iba de vuelta a su hogar, bosque arriba, con las mejillas rosadas por la caminata y el aliento frío por el invierno. Pequeñas gotitas habían comenzado a caer iniciando una lluvia amenazadora y Yuri debía apurarse si no quería llegar empapado él y la comida que llevaba en el bolso a su espalda.

Cuando el olor a petricor comenzó a emanar de la tierra mojada bajo sus pies, fue cuando también la lluvia empezó a caer con más fuerza.

—Ahh, mierda.

Empezó a correr despacio, ya estaba cerca pero aún así tenía en cuenta que nada bueno venía junto a la lluvia. Y tal como sabía eso, sucedió. Un olor fuerte llegó a su nariz y arrugó el gesto, miró hacia todos lados alertado ya que el clima disipaba el olor apenas aparecía y su golpeteo constante con el suelo y los árboles no lo dejaba escuchar bien los sonidos.

Maldijo nuevamente en su mente cuando encontró la fuente del peligro. A penas vio al grupo de tigres de bengala entre la lluvia echó a correr con más rapidez entre los árboles. No sabía si lo habían visto pero la incomodidad de ser observado de alguna forma se lo confirmaba.

No era la primera vez que le pasaba, tampoco sería la última. Se había recluido en soledad para evitar todo tipo de contacto con la gente, pensaba que así debía ser porque así estaría seguro, no tendría que preocuparse por nadie más y con ello tampoco se vería envuelto a encariñarse para luego posiblemente perder a la persona en el camino (como su familia).

Resbalaba a veces por el barrial, y tuvo que desviarse del camino por algunos parajes que se sabía de memoria para intentar perderlos, acción en vano puesto que el hambre en ellos aumentaba la sensibilidad en sus sentidos.

Las ramas chocaban con su rostro y ya estaba completamente mojado cuando llegó al río, pensó que atravesando sería su salvación pero se equivocó al ver que el aguacero arrastraba todo a su paso con más fuerza de la normal, seguramente la corriente también llevaba ramas consigo y sería arriesgado cruzar así como si nada como siempre lo hacía en días de buen clima.

Volvió a mirar atrás suyo y la idea de ser tocado, de sentirlos cerca, de oler sus aromas y tan solo tener su presencia cerca acorraló a la adrenalina a actuar por sí sola.

— Corre, corre, corre, maldita sea — se susurraba obligándose a reaccionar rápido.

Bajó con agudeza a una de las rocas que sobresalían pero cuando saltó a la siguiente la vista le jugó una mala pasada y su pie resbaló por el musgo, chilló por el frío exagerado que de inmediato le caló los huesos. Era un amante del invierno, pero no como para matarse de hipotermia. Volteó asustado cuando un gruñido en su oído le erizó la piel, no creyó que esos gatos empezaran desesperados a saltar las rocas y no tuvo más opción que tirarse por completo al río cuando vio que estaban a punto de morderlo.

Demasiado tarde se percató que no tocaba el fondo y aquello lo desesperó, sus pies chocaron con algunas ramas pero no lo bastante fuerte como para que dolieran. Lo peor de todo es que no sabía nadar y tuvo que agarrarse de la siguiente roca con torpeza mientras la corriente intentaba llevárselo.

Pero no iba a morir ahí de ese modo.

La corriente insistente y su respiración desbocada hacían que de esa forma comenzara a tragar agua sin poder evitarlo, además, la vista se le obstruía por las gotas de lluvia y no alcanzó a reaccionar cuando los dientes de uno lo agarraron por el bolso aún en su espalda y lo tiraron hacia atrás con fuerza.

No iba a morir así, de ninguna jodida manera, se negaba a morir así.

Se removió lo suficiente para que el tigre quedara tan solo con el bolso en la boca, pero en consecuencia comenzó a resbalarse de la roca en la que estaba afirmado, hundiéndose de a poco.

La vista se le agitaba y fallaba, el agua le estaba desesperando y el agua que tragaba no dejaba su garganta toser en paz, mucho menos llevar el oxígeno necesario.

Terceras voces empezaron a oírse algo distorsionadas en su atontamiento y juicio nublado.

—¡Beka, agárralo antes que la corriente se lo lleve!

Del lado contrario, más olores invadieron el lugar. Los gruñidos y chillidos que no alcanzó a escuchar Yuri sonaron estremecedores entre el sonido del aguacero que caía y el río que no dio tregua ni cuando el omega fue tomado por un gato negro grande, pero con mucho más recato y agilidad sin llegar a dañarlo y mucho menos morderlo.

Pero todo era y es demasiado borroso en su mente. Aquel día el agua, la desesperación y el shock lo bloquearon. Entonces, una vez despierto, todo fue difuso y no había ningún recuerdo claro de cómo llegó a esa inmensa mansión.

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Cuando las piezas ya habían encajado por completo sobre el paradero próximo de Yuri Plisetsky, Otabek lo único que quería era largarse pronto de ahí e ir tras el omega. La preocupación y las ganas de verlo sano y salvo lo estaban inquietando. Solo deseaba tenerlo entre sus brazos una vez más y así volver con Luka y los demás en donde un tiempo de "paz" no sonaba para nada mal.

—¿Y Yuuri? — preguntó de pronto Yakov — tu pareja, digo.

—Él, ahm, está en casa con los cachorros — respondió lento, un poco dudoso, pero por suerte el anciano lo pasó por alto. Y por al contrario, se preocupó por algo más.

—... ¿Solos?

—Está con el clan. Dejé a Yuko a cargo de todo hasta que yo volviera.

Yakov lo vio con desconfianza y preocupación.

—Un omega solo rodeado de alfas que no son su pareja es una muy mala idea, Vitya. Mucho más si Leroy y Celestino están detrás suyo — negó con la cabeza — el chico que buscan, ¿es tu pareja? — esta vez se dirigió a Otabek, quien en efecto asintió — Si tener uno ya es un difícil, dos son un peligro. Deben cuidarlos, si los atesoran. Las personas normales o los animales no comprenderán la fragilidad de esos seres.

Otabek concordó al igual que Viktor, pero este último... más bien comenzó a preocuparse por haber dejado a Yuuri y a los cachorros ¿habrá sido muy descuidado de su parte? aunque la mansión era sólida y solitaria en sus alrededores, también habían puntos ciegos que podrían ser vulnerables a la hora de burlar la seguridad.

Cuando salieron del punto de control (luego de otro abrazo efusivo de Viktor como despedida), quedaron en blanco por unos minutos. Otabek percibió el ambiente trémulo y miró a quien todavía consideraba un hermano.

—¿Quieres devolverte? — preguntó directo al grano.

El Nikiforov lo observó serio por unos segundos. Seguido, suspiró pesado con una mueca incómoda, se removió de su lugar observando un punto en la nada y en un asentimiento escueto dijo:

—Me preocupa Emil, ese chico no tiene control cuando se le ordena algo y si está involucrado con Celestino... me da miedo que le suceda algo a Yuuri y los gemelos — sopesó mentalmente sus ideas y continuó ante el atento Otabek — sé que puede ir también tras Plisetsky pero él es... ya sabes, más astuto y sabe ir en solitario, no tiene más personas a cargo como Yuuri con Sala, Mickey y ahora Luka...

Altin asintió, tenía en cuenta aquello también. Y Viktor tenía un punto, en efecto, Yuri era más pequeño y se movía más rápido estando solo, no perdía el tiempo y sin duda era alguien fuerte además de resistente y con una obstinación terca a morir.

—No estoy subestimando a Yuuri, solo digo que ahora él es más vulnerable. Además, Luka también es un omega y estando tan rodeados de alfas es peligroso incluso si están bajo control de Yuko y con los Crispino cuidándolos.

Así es, porque el clan Nikiforov necesitaba justamente a un Nikiforov al mando para poder regirse, de lo contrario podrían perder los estribos y cometer cualquier estupidez (claro era el ejemplo de Chris).

—Está bien, comprendo — aceptó, sonriendo despacio y siendo empático con el mayor — puedo seguir solo. Has sido de mucha ayuda, Viktor.

—... — Viktor lo miró unos segundos — No es como si todo entre nosotros esté "bien", porque no lo está, no tienes que fingir — dijo con más desgano que rabia, dejando mudo unos segundos al contrario — pero esto no lo hago porque tu omega no me agrade y por despecho a ti. Me preocupa mi familia, quiero que sepas eso...

Lo entendía. Lo entendía perfectamente así que volvió a asentir.

—Es como ¿una tregua momentánea? — propuso.

—Una tregua momentánea — concordó.

Se dieron la mano como si fuera un acuerdo importante. Viktor vio a través de los ojos cafés de Otabek y sintió nostalgia. La sonrisa del menor le recordó al cabizbajo y triste adolescente que solía ser cuando lo encontró; ahora de él ya no quedaba nada. El tiempo y Yuri Plisetsky lo habían corregido por completo.

Dieron media vuelta tras despedirse, cada uno por un camino contrario. Y la necesidad de decirlo fueron más grandes que el horrible sentimiento de jamás haberlo hecho que sabía se ahondaría en su corazón si no lo soltaba.

—Otabek — llamó — Ten cuidado, vuelve cuanto antes.

—Lo haré — y sonrió por última vez — cuida de los demás.

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El rubio saltó las piedras con cuidado de no mojarse a pesar de que el río en esas épocas del año estuviera por completo sumiso y claro, dejando ver las piedrecillas cristalinas en su fondo. A cuatro patas caminó cuando sintió un disparo en lo alto que lo estremeció. Unas voces se escucharon gritando, demasiado lejanas, como si dieran órdenes.

Tragó cuando recordó que ya era primavera: la temporada de caza para los cadetes había comenzado. Se escondió sigiloso y en la lejanía los vio ir subiendo el bosque con escopetas y dos camionetas donde supuso que dejaban a los animales. Sabía que por ser omega no tenían el derecho a cazarlo pero también tenía en cuenta que una mierda les importaría si lo ven de esa forma híbrida, con esa piel abundante, y en medio de la nada donde no podrían ser juzgados por nadie.

Estarían por al menos dos semanas rondando el lugar, subiendo y bajando, hasta que todos llegaran a la base que aun estaba en funcionamiento en lo más alto de ese lugar donde pasarían la estación y seguido, en el verano, bajarían de nuevo a la ciudad devuelta con sus familias.

Tenía la suerte de que la cabaña en la que solía vivir estuviera en un punto recóndito, donde todos los árboles se confundían por ser idénticos pero que él se sabía de memoria como la palma de su mano. Caminó a paso sigiloso por el lugar, rodeando por lejos a los betas y dando con aquel lugar que aún consideraba su hogar.

La apariencia seguía siendo la misma, el ambiente hogareño estaba un poco solitario pero era por la carencia de habitantes. La puerta entreabierta y algunos rasguños en la madera hicieron a Yuri dudar de entrar o no porque muy posiblemente alfas ya habrían registrado todo el lugar y no quería toparse justo con uno dentro.

Esperó por algunos minutos hasta que se convenció de que solo era su paranoia con todo lo último vivido y se animó a entrar. Corrió la puerta despacio con la pata e ingresó olfateando. En efecto, ese lugar ya no tenía ni por si acaso su olor.

Algunas cosas estaban regadas por el piso, la poca loza hecha trocitos en el suelo de madera. Registró los muebles de la cocina y no se sorprendió cuando vio todo vacío, era obvio que lo primero que se llevarían sería la comida. El sofá de la sala y el ambiente en sí olían a alfa, un asqueroso olor que Yuri detestó al instante. Subió por las escaleras sintiendo el tercer y octavo escalón rechinar (como siempre), el lugar apartado en ese piso donde estaba su habitación también era un desastre con su ropa regada por todos lados y la ventana abierta de par en par dejando las corrientes de aire entrar y azotar la rasgada cortina contra en vidrio rayado.

Todo era un desastre, pero nada que no se pudiera ordenar o reparar.

Pero primero, lo primero. Dejó a su leopardo y con su cuerpo desnudo buscó entre la ropa algo para vestir.

El contacto de la tela con su cuerpo fue como si le devolvieran el aliento. La seguridad volvió a él y se puso de pie calzándose unas botas que encontró por suerte tiradas en una esquina. Era increíble cómo un simple trozo de material tapando el cuerpo podía devolver a la persona seguridad, confianza y comodidad... pero aún seguía molestándolo algo, y es que ni ese lugar ni en su ropa el olor de Otabek estaba. Varias veces se halló con la nariz en alto, como si lo buscara inconscientemente ya que al siempre estar juntos, su ropa quedaba con el olor de Otabek sin que ninguno de los dos se dieran cuenta, lo mismo con la ropa de Beka. Y ahora era justamente lo que Yuri necesitaba pero no tenía.

Empezó a tomar las cosas sin ganas, con la voz guardada y triste, según él, sin razón. Pero la verdad era que extrañaba demasiado al alfa que había estado cuidándolo esos últimos meses y se enojaba consigo mismo cuando ya se encontraba buscando el olor ajeno mientras se movía por la casa.

¿Le habría llegado su mensaje? ¿Lo habrá entendido? ¿Siquiera esa tonta ave lo entregó como debía? Si nunca nadie lo encontraba se encargaría él mismo de buscar hasta el último día de su vida a Maka para estrangularlo por pajarraco inútil y mentiroso.

Esa casa se sentía demasiado solitaria, y entonces se preguntó ¿Siempre había sido así? se sintió impresionado por su yo pasado el cual pudo resistir el estar solo en ese lugar tan callado y triste.

Era culpa de Otabek, Otabek y su maldito cariño, sus sonrisas tiernas, la forma en que lo cuidaba como si de la pieza más fina de porcelana se tratara, de sus gestos caballerosos, de la forma en que cumplía sus caprichos por más infantiles que fueran, en como siempre le acompañaba, lo protegía, se preocupaba y en como esos ojos chocolate siempre, pero siempre, siempre lo miraba como si de una cosa maravillosa se tratara; haciendo estragos de mil formas en su pecho e impregnándose en su mente.

Era culpa de Otabek y (aunque jamás lo admitiera) culpa suya, culpa de Yuri por quererlo tanto al punto que dudaba si tan solo se trataba de "cariño" y no algo más grande como "amor".


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