Caza

Yuri con frecuencia salía de su hogar, buscando algo o alguien que él ni tenía idea si llegaría o no pero que esperaba fervientemente. Recorría de aquí a allá a ratos entrando a su casa cuando notaba que más betas comenzaban a subir el bosque.

Estaba acorralado hasta que la temporada terminara. No podría salir más allá de ese lugar hasta que se fueran.

Se distraía ordenando el desastre de la casa, a veces leyendo algo, aunque nunca fue de los que le gustara hacerlo y lo dejaba a medida que recordaba a Beka sentado en el sofá leyendo cualquier basura. Se sentaba en la entrada de la casa a ver el mismo paisaje y las mismas aves revolotear. No hacía mucho y dormía poco, no tenía qué comer y debía saciarse con agua.

Bajar a la ciudad no era opción, estaba cansado y era riesgoso.

En más de una vez se halló abriendo los muebles de la cocina sabiendo que nada aparecería por arte de magia ahí.

Se aburría, demasiado. Y a veces se sentía muy triste, muy solo e indefenso.

En el fondo sabía que se debía a la falta de cierto alfa, puesto que se había acostumbrado finalmente a ser protegido y el estar solo ahora no le sentaba para nada. Se cacheteaba mentalmente por sentirse tan débil; si esto hubiera ocurrido meses atrás y sin Beka, él no se sentiría así de vacío.

A Otabek tampoco se le daba la soledad. Y se le era un poco más pesada que a Yuri porque, a diferencia de él, Otabek siempre estuvo con más personas y la única vez que quedó solo fue cuando lo enclaustraron tras la muerte de Mila, donde prácticamente estuvo a días de morir si no hubiese sido por Viktor y Yuuri.

La idea de que el final del camino le devolvería a Yura le daba ánimos de seguir. Estaba casi un 100% seguro de que el rubio estaría donde suponía debía estar, era una corazonada tan grande que no había lugar en donde cupiera una duda de su paradero. Era como si estuvieran fuertemente conectados.

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Incontables disparos se escucharon en el aire, varios pájaros emprendieron huida aterrorizados por el estruendo. Varios rugidos y chillidos mudos se escucharon pero nada más se podía hacer.

La temporada de caza ya había llegado. Y el Clan de La Iglesia fue la primera víctima.

Los de La Iglesia eran una manada pacífica, no estaba inmiscuida en el mercado negro, no se metían con los demás, en lo posible evitaban el contacto con quienes no fueran parte de su círculo desde hacía un par de años. El Clan lo complementaban alfas y un beta que habitaba en la familia, la pareja del hijo mayor del matrimonio líder, aquel que ahora arañaba el piso del hogar aguantando inútilmente los espasmos de dolor que sufría por el disparo con el que se estaba desangrando.

Leo gritaba, se zarandeaba de las manos que lo sujetaban, sus ojos llenos de desesperación y lágrimas no tenían otro foco más que cómo su pareja en ese instante lo buscaba moribundo.

Algunos felinos intentaron proteger al beta, pero eran amenazados con los cañones de la escopeta no dejándolos avanzar.

El siguiente tiro fue acompañado de una mirada burlesca por parte del cadete que finalmente le robó el último aliento al chico castaño de preciosos rasgos asiáticos. El grito casi desgarró la garganta del alfa, a pesar de ser su pareja un beta sintió cómo lentamente la conexión se perdía, se le era arrebatada y dejaba de existir.

Las cazas siempre eran trágicas para aquellos clanes aislados por su propia voluntad que no tenían la culpa de ser alfas e intentaban llevar una vida alejada de su naturaleza. Porque eso a los betas no les importaba: aquellos que eran alfas eran alfas y punto. Fin de la discusión. Guang Hong Ji era un desertor y merecía el mismo trato a sus ojos.

Su progenitora, una gueparda de mediana edad, acudió de inmediato al mayor de sus hijos ignorando el golpe en sus costillas una vez que se escabulló de uno de los cadetes. Mordió la mano de uno de los hombres que lo sujetaba y con eso lo obligó a soltarlo.

La siguiente víctima, como era de esperar, fue la mujer. El disparo en la sien la mató al instante.

Y a Leo le dolió un infierno completo, perder a sus padres, hermanas y pareja. Una vez libre de las manos no tuvo más opción que unirse a los alfas que seguían resistiéndose. Por más que su corazón le gritara que corriera hacia su amor inerte en el piso, que lo besara por última vez, que se quedara a su lado... no podía. Y eso lo estaba destrozando, aumentando el llanto y la rabia dentro de él.

Los demás esperaban un atisbo suyo, el último de los de La Iglesia no podía darse el lujo de flaquear cuando todo, del día a la noche, había pasado a estar bajo su cargo después de que sus padres murieran.

—Ya mátenlos luego — dio orden el sargento a cargo.

No estaban en condiciones para luchar, mucho menos para negociar. Los pocos que tomaron conciencia de ello arrancaron por órdenes de Leo que fue el último en irse del lugar con el dolor de su alma, un peso en el pecho y la vista nublada.

Solo quedaron la mitad de los que eran, unos 25 o 30. Y Leo se sintió como la mierda cuando los disparos dejaron de escucharse.

Algunas chicas lo socorrieron al fijarse de la bala que había rozado por poco su brazo dejando una fea herida.

Había dejado a medio clan atrás. Y por más que quisiera no podía dejar de llorar, aunque no era el único, muchos otros lloraban en callados a su familia. El silencio se atenuó de una forma horrible hasta al final alguien se dignó a abrir la boca, fue la chica que curaba su brazo.

—¿Qué haremos ahora? — dijo mientras se le escarchaban los ojos, aunque había sido una pregunta más para ella misma.

Leo cerró los ojos, suspiró hondo. Emigrar de ese lugar era la única posibilidad que se le venía a la mente, por más doloroso que fuera dejar esa tierra en el que tantos años habían vivido y prácticamente él había nacido. La idea le dejaba un mal sabor en la boca; era dejar sus raíces, abandonarlas, abandonar los recuerdos, los olores y los árboles, abandonar a sus amados, dejarlos atrás, empezar a aceptar que su lugar ya no sería más tan solo "el hijo de los líderes", no... ahora él era el líder.

Pero si ya no había lugar, ¿A dónde? y si lo hubiera, ¿Cómo? ¿Cómo sobrevivir sin nada?

Entonces a su mente la voz lejana de su padre en algún punto de su niñez le hizo eco. Cierto, nunca habían sido solo ellos.

—Al Este — musitó con voz ronca y rota — iremos al Este.

Varios voltearon a verle confundidos.

—¿Al Este?... allá no hay nada para nosotros — dijo uno de ellos.

—Sí, sí lo hay — afirmó el chico, recomponiéndose sin ganas, pero con obligación — los Nikiforov.

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—Carguen los últimos y tírenlos atrás de la camioneta — ordenó el azabache sentándose cansado, apoyándose de su escopeta con una mirada fría y molesta, cosa que llamó la atención de uno de sus cadetes más bajos y cuando se acercó, dijo sin que le preguntaran — creí que estaría con ellos.

—Quizá fue tu imaginación — rodó los ojos divertido — lo pensé desde que lo mencionaste.

Sintió la mirada de mala muerte sobre él pero ni se inmutó. Ya estaba acostumbrado a la personalidad de perros de su superior.

—Si te soy sincero, no entiendo tu fascinación con las pieles — admitió — sé que a tu esposa le gustan y toda la cosa... pero ¿no te asco usar la "carne" de un humano?

—Estas cosas no son humanos, Pichit — Seung arrugó la nariz, recordando un pasado no muy grato — comen, cagan y follan. Esa es su vida.

—Grosero — musitó el tailandés restándole importancia y apoyándose con sus palmas en la roca donde estaban sentados.

—Debí asestarle un tiro en la cabeza cuando lo vi. — volvió a reclamar.

—Y vas a seguir, ¡Seung, los leopardos de las nieves se extinguieron hace mucho! seguramente era un tigre ordinario y la luz lo hizo ver más claro.

Pero Seung Gil Lee volvió a fruncir el ceño. No. Esa cosa no era un tigre de bengala como cualquier otro. Esa cosa tenía un pelaje mucho más mullido y abundante, sus orejas eran más pequeñas y su cola no era de un grosor o largo cualquiera. Y esos ojos, maldita sea, no, esos ojos aguamarinos no eran de un tigre de mierda. Estaba seguro.

Días atrás, mientras subían el bosque, había hecho una desviación para ir a sacar agua al estanque que si mal no recordaba estaba por esos lugares. Y cuando lo vio, al otro lado del agua, su atención se la llevó toda ese animal cansado que pronto se convirtió en un joven rubio de piel clara. Fue como una ilusión, como un ángel salido de la nada... un ángel que él quería colgado en su pared como el más y preciado tesoro que jamás nadie podría obtener.

Porque Seung Gil Lee estaba alcoholizado en codicia.

Y su sed de venganza no pararía hasta tener a esa raza colgada en su pared, aquella que alguna vez devoró ante su impotencia al menor de sus hijos.

—¡Bien! seguiré con mi trabajo — interrumpió Pichit, intuyendo que Seung estaba próximo a regañarlo, de esa manera se puso manos a la obra.

Seung solo asintió. Y se quedó estático, abrazado al arma, mirando cómo ahora arrastraban a la fiera que le había mordido la mano anteriormente.

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El décimo segundo día Yura lo percibió. Un poco lejano pero latente en su olfato.

Estaba sentado en la puerta del hogar tomando los últimos rayos del sol que gentilmente caían en su cara y le hacían cerrar los ojos con la vista hacia arriba. Como un felino en el tejado. Sus manos se mantenían frías por alguna razón y mucho más lejanos, a veces, los disparos de los cadetes lo hacían temblar. Pero confiaba en que su casa estaba lo bastante escondida entre los árboles como para que unos simples betas la encontraran.

No aparecerían por algunos días por el camino si se encontraban cazando al otro lado del bosque. Aún así no se arriesgaría a mostrarse más lejos de ahí.

Su pecho dio un vuelco y abrió los ojos de golpe. Se puso de pie y sin su permiso sus orejas salieron moviéndose inquietas. Comenzó a mirar hacia todos lados, al igual que su cola, la que se movía de un lado a otro y que a ratos se crispaba con ansias.

Observaba entre el color verde del paisaje algún atisbo que le llevara a la persona en cuestión de ese olor bien conocido. Una sonrisa quería formarse en sus labios pero eso sí que no lo permitió, porque estaba de cierta forma nerviosa.

A medida que se acercaba cada vez más y con parsimonia, lo estaba sacando de quicio ¡¿Por qué no llegaba luego?! de seguro también había percibido su aroma.

—Demonios, maldito imbécil, desgraciado y la que te parió, por qué no aparec... — y en la lejanía observó la silueta del kazajo, mirando directo en su dirección y de alguna forma, llamándolo sin palabra alguna.

Era como si su corazón estuviera a segundos de un ataque cardíaco, pero eso no impidió a sus temblorosas piernas corrieran hacia el alfa que le sonrió cansado, con una herida fea en el pómulo pero con esa mirada chocolate rebosante de amor.

—¡Beka!

Saltó a abrazarlo y rodeó al chico con sus piernas y brazos. Al fin entre sus brazos sintió paz. Podía estar asfixiándolo, pero no le importaba y mucho menos a Otabek. El rubio hundió su nariz en el cuello del mayor y rogó ahogarse en ese aroma toda una vida. Mandó a la mierda el autocontrol y refregó su carita con la contraria, besándole todo el rostro sacando sonrisas a Beka.

—Estás bien, que alivio.

Acarició su cabeza y como pudo, con tanto movimiento del rubio, le besó la frente.

—¿Por qué no viniste antes? ¿Cómo llegaste? ¿Qué te pasó en la cara? No te vuelvas a ir, idiota, eres un estúpido, te odio, te extrañé mucho — era un manojo de contradicciones y decía todo tan rápido que Otabek solo podía sonreír percibiendo claramente la alegría en el omega — te quiero — murmuró al fin, con vergüenza, pero sin poder aguantarlo — te quiero mucho.

—Yo también Yura — ronroneó, provocando solo más su apego — también te quiero demasiado. Discúlpame, prometo jamás dejarte ir.

Abrazó más ese pequeño cuerpo al suyo y acarició su espalda con sus fuertes manos. Permanecieron así varios minutos donde Yuri se negaba dejarlo tomar un respiro y el kazajo no quería soltarlo por nada del mundo. Pero una vez con los pies en la tierra, el kazajo se dio el lujo de unir sus labios sin esperar otro segundo más, siendo recibido grácilmente por el menor. Delineó el fino rostro y todos los rasgos del ruso como si temiera que se fuera otra vez, como si ello confirmara que Yuri Plisetsky estaba ahí, con él, a salvo. Mordió su labio inferior con ansias, recibiendo una risita avergonzada y sorprendida de Yuri, una que le encantó por completo.

En el transcurso de los días, Otabek se había dado cuenta lo relevante que se había convertido Yura para él, qué tanto amor a ese chico podía impulsarlo a recorrer medio mapa para poder ir a buscarlo, abrazarlo, tenerlo, para poder estar junto a él. Y se sentía afortunado, afortunado de tener su otra mitad, una con la que se sentía completo, feliz.

Una vez se separó, Yuri volvió a corresponderle la sonrisa, con esos gigantes ojos claros y las mejillas sonrosadas.

Subió una mano a su pómulo rozando con sus yemas y delicadamente la herida que días antes le había provocado una pelea. Posó luego, despacio, sus rosados labios en esa marca y volvió a acurrucarse en su pecho.

—Gracias por encontrarme.

—Por ti lo hubiera hecho mil veces más.

Yuri sonrió, extasiado en alegría, recordando que algo similar ya le había dicho el kazajo la primera vez que se abrazaron.


Hola

Espero que esta dosis de diabetes haya sido suficiente para disculparme por mi atraso (lo digo por la escena de Yura y Beka, claro...)

Esta semana ha sido una mierda. Me he saltado el colegio, atrasé trabajos, me enfermé, discutí con algunos amigos y agh, mi ánimo ha estado por los suelos, he estado terriblemente irritable y estoy odiando el mundo mucho más de lo que pensé que podría hacerlo ;(

PERO quiero traerles este capítulo con mucho amorsss y alegría porque al fin siento un progreso en esta mierda de historia weón! No tienen ni idea de lo que tengo preparado para el personaje de Seung preciosas, fufufu-

Gracias por leer!