Amor
Viktor llegó cerca de dos días luego de su partida. Yuuri lo recibió sorprendido, no sabiendo bien qué decir ni preguntar por la falta de Beka.
Luka a veces lo miraba con miedo, ese miedo inocente de infante sin razón más que porque no conocía a ese hombre de cabellos plateados tanto como a Yuri, Otabek, o incluso los gemelos o Katsuki.
Sala y Mickey al parecer eran los que más sociabilidad tenían con Viktor, puesto que eran los que más en esos días se acercaban a él en busca de mimos o mordiscos juguetones con su padre. El platinado respondía entre pequeñas risas a las gracias de los menores y jugaba con ellos un rato para luego seguir en lo suyo.
Luka se estaba acostumbrando a dormir con los Crispino, quienes ahora al verse obligados a dormir en un cuarto aparte al de Yuuri y Viktor, no habían encontrado nada mejor que Luka para ocupar el lugar vacío en la cama, justo en medio de ambos. No era como si al pequeño omega la idea le emocionara, de hecho, las primeras noches le aterraba cuando Sala gruñía entre sueños o Mickey se removía buscando una mejor posición. Le costaba mucho conciliar el sueño sin Beka ni Yuri.
La segunda semana, cuando uno de los hombres de Viktor se le acercó con segundas intenciones al menor, fue cuando los Crispino le ladraron protectores, defendiéndolo de lo que sea que quería el desconocido.
Fue desde entonces cuando el menor les tomó más confianza. Yuuri al enterarse del incidente parecía madre histérica preguntando si sus pollitos estaban bien.
Lamentablemente no mucho podían hacer con el alfa, Viktor necesitaba apoyo más que nunca ahora al estar quedando muy pocos. No lo podían echar como si nada; o perdían un hombre o este mismo los traicionaba al ser exiliado del clan.
—¿Estás muy ocupado?
El Katsuki se apoyó dudoso en el marco de la puerta, jugando con las mangas de su suéter.
El peliplata lo miró de soslayo y asintió.
—Un poco — miraba un mapa hecho a mano de toda la zona abarcada de ciudad a ciudad. Una de las más antiguas posesiones de su padre y que le había servido en más de una vez para ubicarse fuera de las paredes de ese lugar — ¿Sucede algo?
—N-No, yo solo, ehm, preguntaba — entró a la oficina aún dubitativo. En vez de acercarse a Yuri, se acercó a la ventana y se sentó en ella mirando los movimientos sutiles de las manos de su alfa que trazaban pequeñas líneas sobre el papel.
Desde que Viktor había dejado la habitación, frotándose las mejillas sonrosadas por las lágrimas, no lo miraba bien a la cara. Lo evitaba, lo trataba cortante... y aún así percibía la delicadeza en ello. Como si lo hiciera con el dolor de su alma, cosa que Yuuri ignoraba que -en efecto- así era.
Cuando soltó el lápiz negro de su diestra, suspiró, se estiró, pareció meditar algo más sobre aquel papel y tomó el valor para mirar a Yuuri.
Contrario a lo que el Katsuki esperaba de las palabras de Viktor, este dijo:
—Ya no te siento.
Le dolió el corazón. Porque lo comprendió de inmediato.
Viktor estaba hablando de su lazo, de su marca.
No supo qué responder, mas le mantuvo la mirada. De a poco salió de su atontamiento y asintió despacio. Tocó delicadamente la marca que Viktor había hecho marcas atrás, aquella que los enlazaba como amantes, pareja, mitades y complemento.
—Lo rompiste. Rompiste nuestro lazo, ¿Por qué no me di cuenta antes?
—Porque te sigo ama... amando — contestó bajando el rostro, tan sonrojado como frustrado.
Los lazos son uniones hechas de dos personas, y como se espera, debe ser recíproca la necesidad de uno por el otro; más con humanos tan sensitivos como lo son los omegas y alfas. Si uno de los pares comenzaba a alejarse, por su parte y sin consentimiento de la otra, el lazo se debilitaba, ya que era el rompimiento de la confidencia; el punto de hacer una marca al fin y al cabo era que dos personas estén dispuestos a hacerse uno.
Y Yuuri... Yuuri no había estado tan dispuesto pasando los años.
Pero seguía amando a Viktor como desde el primer día cuando lo vio; con esa cara tan pura y los ojos abiertos de par en par semejantes a un precioso fondo marino, siempre demasiado gentil y con un aire cómodo que detonaba una personalidad alegre y confiada.
Debía admitirlo: poco o nada quedaba de aquel Viktor, porque ese hombre frente suyo... estaba demasiado cambiado. Y si algo quedaba de ese antiguo Viktor, debía estar muy enterrado dentro de ese alfa que ahora miraba a Yuuri de forma tan fría como amorosa
¿Siquiera era posible eso?
—Entonces por qué te fuiste, por qué me dejaste Yuuri.
—Viktor, n-no es fácil de explicar, y son muchas cosas, es mejor si-...
—Dime por qué me dejaste Yuuri.
—No lo sé, fue hace mu-...
—Dime, Yuuri.
—V-Vitya-...
—¡No me llames "Vitya"! — golpeó la mesa con ambas manos asustando a Yuuri — no ahora — negó arrugando la nariz con los ojos cristalinos — porque sabes perfectamente que te amo demasiado como para no insistirte... y todo seguiría tan roto como ahora.
Yuuri tragó en seco, temblaba ligeramente y no quería ver llorar a Viktor otra vez por su culpa. Más cuando él también tenía muchas ganas de hacerlo
Pero Viktor estaba frustrado, tan frustrado consigo mismo y porque no entendía nada, que no lo podía evitar. Sentirse tan débil por Yuuri era la peor tortura del mundo.
Finalmente, el omega no aguantó cuando las gotitas empezaron a bajar por su rostro primero que las de Viktor. Se limpió los mofletes evitando mirarlo y soltó como una congelada daga hacia el corazón de su amado:
—Ya no te quiero cerca de mí, Viktor.
.
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Jean había estado reuniendo a las distintas ramas de varias parte de su clan repartidas en todos los lugares. Celestino estaba en constante contacto con él y por el momento estaba haciendo algunos movimientos por el mercado negro para conseguir más gente.
Emil Nekola, por su parte, esa noche llegó con la vista fría. Ninguna sonrisa se dibujaba en ese rostro carismático. Los otros perros que venían tras suyo se mezclaron con los demás en el clan a penas llegaron a sabiendas de lo que pasaría a continuación.
—¿Emil? — Isabella se acercó alertada, mirando hacia todos lados y notando la falta de lo que el chico había ido a buscar — ¿qué hacen acá? maldita sea, no debiste volver si no encontraste a ese omega.
Le tomó el rostro preocupada, pero el chico parecía saber lo que le esperaba al llegar a ese lugar y enfrentar a Leroy o Celestino... quien lo pillara primero.
En lo profundo de su mente Isabella se preguntaba hasta dónde llegaba el miedo de ese clan como para siempre volver a los Leroy, hasta dónde estaban dispuestos a rebajarse para poder comer, sobrevivir o siquiera follar. Pero lo que más la perturbaba era el por qué ella también seguía ahí.
—Si Jean te ve te va a matar-...
—No. No lo voy a matar — la chica dio un brinco y volteó asustada.
Esa mirada azul y brillante solo le indicaba alejarse si es que no quería recibir otro regaño como la vez pasada.
Agachó la cabeza, tomó la mano de su amigo apretándola, lo miró por última vez y se hizo a un lado junto a la multitud que miraba de forma despectiva a Emil por no haber cumplido su tarea.
—Claro que no te voy a matar, aún nos tendrás que servir para algo más, ¿no? — se cruzó de brazos y se acercó lentamente — además, ya no me perteneces, eres de Celestino.
—Lo siento, el omega no... no iba en esa dirección, lo perdimos — agachó la vista y con eso detonó su miedo, cosa que solo subió por las nubes el sentido de poder de Leroy.
—No, no te preocupes por explicar, creo que ya me di cuenta.
—El rastro se perdió con la poca nieve que queda y no tenemos ni idea de dónde pudo haber ido.
—Te dije que no me explicaras.
Su ex líder asintió, sonrió y suspiró. Miró a algunos de los suyos provocando la incomodidad de los observados, pero para su suerte el Leroy volvió a mirar a Emil.
—Ahh, Emil, Emil, Emil... es una lástima que no pueda matarte. Celestino ha sido un buen aliado, no puedo fallarle. — negó con la cabeza, quedando a centímetros del chico que le rehuía la mirada — pero nadie ha dicho que no te puedo dar una lección.
Intentó cubrirse, pero no a tiempo, cuando el puñetazo le impactó la mejilla. Se quejó cuando cayó al piso, quedando algo aturdido.
—¡Emil! — chilló Isabella haciendo el ademán de acercarse.
—¡Tú quédate atrás, dije! — le espetó de inmediato rabioso y la mirada filosa.
Lo tomó por el cuello y empezó literalmente a molerlo a puñetazos. La sangre le escurría por la comisura de los labios y sus pómulos empezaban a quedar amoratados. Nekola solamente se dejó hacer.
La impotencia de la chica era inmensa, era doloroso ser parte del montón de espectadores que miraban como si nada, como pan de cada día ¿Dónde estaba su sensitividad? ¿Por qué no hacían nada? Ella no se sentía parte de ese lugar, jamás idolatró la violencia, jamás quiso ser parte de ese lugar, maldijo a sus progenitores por parirla en un clan así, maldijo a Leroy por controlarlos física y mentalmente así ¿Por qué Emil no hacía nada? ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar por lealtad? ¿Cuán corrompido estaba como para dejarse?
Cuando finalmente quedó tirado en el suelo y el otro se cansó de golpearlo, Isabella se atrevió a acercarse hecha una maraña de lágrimas.
—Gracias por tus servicios, inútil.
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Otabek había descubierto que Yuri no se había estado tratando la herida de manera adecuada. Así que ahora lo tenía recostado en la encimera de la cocina con la piel descubierta.
Había tenido problemas para tocar al menor. Le había gruñido cuando subió su camiseta e intentó morderlo cuando tuvo el mínimo contacto con su cintura.
Tuvieron que parar cuando Otabek notó demasiado alterado a Yuri. El chico estaba completamente engrifado y se movía de forma errática. Lo dejó solo mientras él pensaba otra manera para que el omega confiara en que no quería hacer nada más que curarlo.
—¿Beka?
El nombrado volteó desde la salita hacia el marco de la cocina, ladeó la cabeza haciéndole saber que le escuchaba. Pero Yura parecía un poco triste y se acercó hasta quedar a sentado a su lado.
—Lo siento — murmuró bajito. Y odió que Otabek le sonriera de esa forma, demasiado gentil y comprensivo.
—Está bien Yura, no pasa nada. — besó su frente y rodeó sus hombros con un brazo — ¿Cómo dejabas a Yuko curarte?
El rubio enmudeció. Sintió su rostro caliente pero soltó una risa ahogada, algo avergonzada.
Una buena idea cruzó su mente, se puso de pie y tomó de las manos a Beka para que lo imitara. El mayor curioso, simplemente lo siguió nuevamente hasta la cocina, donde Yuri volvió a sentarse en la encimera.
—Quítate esto — tiró de la camiseta de Otabek, tenía un leve sonrojo en las mejillas por lo que decía pero parecía seguro, así que Otabek un poco sorprendido obedeció.
—¿Qué vas a hacer con esto?
Preguntó mientras le pasaba la prenda y el rubio se perdía embobado en el abdomen bien trabajado del alfa, maldición ¿siempre había tenido ese cuerpazo? y pensar que ahora era todo suyo...
Notó que el mayor le miraba con una ceja alzada, algo socarrón.
—Estás babeando Yuri — se burló con orgullo.
El rubio frunció el ceño e inconscientemente se pasó la muñeca por la boca, lo que provocó la risa del mayor. Recibió un golpe en su pecho por burlarse de él.
Yuri se volvió a recostar y miró a los ojos a Otabek, quien de a poco se le iba borrando la sonrisa a medida que Yuri llevaba la prenda a su nariz y empezaba a subir él mismo su ropa. Una imagen demasiado pura que fácilmente se podía malinterpretar en la cabeza de Altin que casi explota por ese simple acto y esos intensos ojos aguamarinos sobre él.
—Haz lo que tengas que hacer ahora — dijo antes de cerrarlos — Y no me babees, por favor. Si dices algo, te muerdo en serio.
¿Decir algo? Mierda, claro que no podría.
La vergüenza era palpable en Yuri y en Otabek por lo que ahora el menor hacía; suspirar el aroma del alfa con calma y casi ronroneando sumido en gozo. Altin sintió su ego por las nubes y su corazón lleno de lo que podría decirse "orgullo alfa", después de todo, tenía a un omega salvaje suspirando como gatito hogareño por su propio aroma.
El mayor sonrió, Yuri había conseguido cerrarle la boca. Una alegría vergonzosa se removió en su pecho pero se evitó el comentario porque no dudaba de las palabras del Plisetsky sobre morderlo.
A penas tocó la piel de Yuri este se estremeció, pero no hizo mayor escena (como antes). Empezó su trabajo entonces, algo fascinado con lo tersa y suave piel aporcelanada.
Yura se mantuvo calmado todo el tiempo, mantenía los ojos suavemente cerrados y los apretaba cuando algo pasaba. Eso había sido de ayuda para Otabek, así se percataba sin palabra alguna si al menor algo le dolía, incomodaba o molestaba.
Terminó tras una hora. Le acomodó la ropa a Yuri y lo ayudó a reincorporarse despacio.
—Entonces... ¿Eso hacías con Yuko? — preguntó lavándose las manos en una fuente y recibiendo su ropa nuevamente.
—Sí — admitió con las mejillas arreboladas, abrazando al mayor por la espalda y ocultando su rostro — me... me calma tener tu aroma encima.
Otabek se secó las manos y volteó correspondiéndole al abrazo. Yuri había estado demasiado cariñoso esos últimos días y desde que había llegado.
Siempre siendo alguien de carácter fuerte y privando a la gente de mirarlo de forma débil, cuando ahora se hallaba así, entre sus brazos y totalmente como un gatito mimado, sin barreras y pidiendo cariño, Otabek se sentía dichoso de ser la persona a quien Yuri le mostraba su verdadero ser.
En lo alto una serie de disparos se escucharon por millonésima vez en la semana. Los cadetes en ese momento iban en subida. Si terminaban para el fin de semana, en un par de días ya estarían retornando a la mansión de Viktor. Yuri tenía muchas ganas de estar con Luka, volver a cuidarlo o ver esos ojitos azules tan tiernos que removían una fibra sensible en su ternura.
Pero de alguna forma, tampoco quería abandonar ese lugar. Le gustaba estar con Otabek así de tranquilos, como si el exterior no existiera y nada ni nadie les impidiera o molestara en el hecho de estar juntos. Como si los peligros de afuera no les acecharan cada cinco minutos y como si el tiempo se detuviera en cada beso que se dedicaban. Quería estar de forma egoísta por siempre en esa casa junto a Beka, su Beka. Si pudiera, se encerraría con ese chico una vida entera, duradera, eterna.
Por las tardes se sentaban a regalonear o mimarse en la sala. A Otabek le enamoraba cómo la noche caía sobre la fina silueta de Yuri, la que se reflejaba por la tenue luz de la luna o el calor de las velas. Era demasiado precioso a sus ojos y adoraba cuando el rubio tomaba la confianza necesaria para sentarse en su regazo y se dormía apoyado en su cuello tan indefenso como terco a la hora de soltarse.
—Vamos, arriba soldado. Hay que llegar a la cama.
Animó el mayor con el chico en su regazo, quien se refregó soñoliento en su pecho y estiró una mano a su nuca, acariciándola entre sueños.
—Durmamos aquí, está muy lejos.
—Te dolerá la espalda Yura — "Y andarás de malhumor mañana por eso" pensó inevitablemente.
Sintió la presión de la delicada mano de Yuri en donde le acariciaba, como si le obligara a inclinarse un poco. Pensó que solo quería ser besado, así que se sorprendió cuando Yuri posicionó su rostro en la delicada curva de su hombro y cuello con un leve estremecimiento de su parte.
La piel cálida le hizo cosquillas en los labios y otro apretón en su nuca lo hizo finalmente quedar con la nariz pegada en ese lugar tan sabroso como dulce del omega. Su corazón dio un vuelco.
—... Confío en ti — murmuró el menor en su oído.
Yuratchka le estaba dejando explorar su cuello por primera vez. Cosa que jamás en su vida se había imaginado, y mucho menos cuando el olor dulzón en ese lugar lo empezó a atontar de una manera increíblemente irresistible. El perfume natural de Yuri.
Sin desearlo, empezó a salivar y lo invadieron unas ganas increíbles de morder ese trozo de carne; una sensación de la que había temido toda su vida. Esa sensación de ser un alfa, hambriento, asesino y una bestia por dentro.
—Beka, confío en ti — volvió a murmurar Yuri acariciando con sus delgados dedos su cabello, calmándolo, confiándose — confío en ti.
Tragó en seco y apretó levemente ese cuerpo delgado entre sus brazos. Se hundió un poco más en su cuello y notó cuando Yuri se tensaba al igual que su mandíbula apretada, ansiosa por arrancar esa carne.
Muchas cosas cobraron sentido para Otabek, como el por qué Yuri temía y odiaba tanto a los alfas, como su constante recelo a ser tocado cuando ahora él mismo no sabía la manera de no perder la cordura.
¿Estaba bien lo que hacía? ¿Estaba bien que Yuri confiara en su naturaleza? Lo adoraba, lo quería, lo atesoraba, Otabek sentía mil y un cosas por Yuri, e incluso, se atrevía con todo su sincero corazón a decir que lo...
—Te amo, Otabek.
...amaba... sí.
—Te amo, ¿lo sabes? — el menor suspiró, apenado — por eso confío en ti Otabek.
Y lo decidió. Una vez más, a jamás dañar a un omega, a jamás dañar a Yuri. A controlar el animal que era, por amor. A dar todo de sí para siempre ser digno de esa preciosa confianza.
Se destensó y sin quererlo, también notó que el menor lo hacía. La bestia se había calmado con tan solo una frase de esa hada en su regazo.
Los carnosos labios de Otabek atraparon débilmente su piel, en un beso demasiado delicioso y dulce que le dejó la piel aún más caliente. De sus labios nació un gemido ahogado cuando la acción se repitió con más intensidad.
—Beka... — suspiró enterrando sus manos en el cabello azabache, inclinando su cabeza al otro lado y dejando paso libre a su cuello para ser besado, lamido y succionado.
Se sonrojó con fuerza cuando sintió que ronroneaba o a veces soltaba pequeños gemiditos por lo que su pareja hacía. Ahogó su voz en el hombro ajeno pero cuando Otabek dejó un último beso sobre su frío collar, lo obligó a despegarse de ahí mientras recorría a besos su mandíbula hasta llegar a sus labios, atrapándolos con ansias.
—Supongo que quieres una respuesta clara — dijo sobre el aliento de un rubio acalorado que se relamió asintiendo, un poco agraciado porque lo citara. — te amo más que a nada Yura.
Yuri sonrió feliz y cerró los ojos cuando Otabek se le acercó de igual forma. Sintió sus labios ser acariciados por su pulgar, ser presionados y nuevamente ser atrapados por los suyos con una sonrisa intermedia.
¡Gracias por leer!
