Indicios

Los días avanzaban sin piedad, el tiempo corría de la mano con ellos. El sol cada día quemaba más y la paz empezaba a parecer tremendamente sospechosa.

Viktor había organizado un motín, como en los viejos tiempos, para la noche próxima. A eso de las once de la noche, la mitad del clan estarían saliendo par asaltar la torre de vigilancia que Viktor había estado estudiando durante meses, al plan se sumaban los de la Iglesia.

Mientras, se preparaban y se intentaban convencer mentalmente de que volverían con vida. Porque a veces la fe en uno mismo era la mejor arma de todas. Algo así como el efecto placebo.

Sala y Mickey se acercaron esa tarde a Yuuri, una jugando con sus manos y el otro aparentemente nervioso. El omega se estaba escabullendo desesperado por el calor cuando los chicos lo interceptaron en la sala.

Mickey empujó despacio a su hermana para que hablara, pero esta frunció el ceño y le pegó un codazo para que empezara él. Al final, fue su mamá quien terminó por hacerlos hablar, un poquito de mal humor por la estación que tanto odiaba.

—¿Hablaban de Emil?—soltó al fin Michelle.

—¿Estaban espiando?—frunció el ceño —Saben que no deben hacer eso, es de mala educación.

—Lo sentimos —murmuró Sala—p-pero, ¿Emil está bien?

El brillo en sus miradas le dolió al Katsuki, bien sabía lo que Emil Nekola significaba para Sala y Michelle Crispino.

— Él está bien—suspiró.

—¿Podremos verlo?—preguntó con algo de ilusión la chica, ilusión que el omega cortó de inmediato de raíz.

—No... Emil, verán, ehm... Emil ha estado haciendo cosas que no nos benefician, ¿Comprenden? — les tomó las manos a ambos.

Mickey entendió a la perfección, a diferencia de su hermana.

—¿Es porque está con Jean Jacques Leroy?—Yuuri asintió a medias—¡Emil no es igual que él!— dijo indignada.

—Pero está en su clan y eso lo hace nuestro enemigo.

—¡Pero Emil no es malo!

Mickey se mantenía en silencio, asimilando mejor la situación que su hermana. Sin embargo, eso no evitaba que también le doliera.

—Quizá cuando estuvo con ustedes no era así, Sala, pero ahora ya no podemos confiar en nadie y mucho menos de personas de otros clanes.

La chica apretó los labios, con el ceño notablemente fruncido, nada satisfecha con esa respuesta e incapaz de concebir una imagen mala de Emil. Cuando estaba a punto de enojarse con Yuuri, este volvió a hablar con pesadez y un poco enfadado por la actitud terca de Sala. Vaya que el calor lo ponía de malas pulgas.

—¿Recuerdas cuando Yurio, Luka y yo tuvimos que ingresar a una ciudad porque estábamos heridos? Cuando salimos nos emboscaron, se llevaron a Yuri ¿Recuerdas eso, cierto? Emil se encargó de acorralarnos y estaba junto a más personas de Jean y Celestino. Se robaron a Yuri para poder violarlo y luego comerlo, está bajo las órdenes de Jean y Celestino, y sé que eres una niña inteligente que sabe que nada bueno puede venir de esos dos. Sala, Emil es del clan Leroy, es un perro fiel de los Leroy lo quieras o no, el niño que ustedes conocieron ya no existe. Emil es malo y punto.

La chica quedó muda, se le escarcharon los ojitos pero apretó sus manos, soltándose despacio del agarre de Yuuri. Bajó la vista y Mickey esperó paciente a que empezara a llorar, pero no lo hizo.

Todo lo que hizo fue asentir herida.

—Está bien, comprendo—murmuró con un nudo en la garganta.

Después de aquello ambos Crispino salieron en silencio de la habitación. Corretearon un rato con Luka en el patio hasta que Yuri se lo llevó para que durmiera la siesta.

Ambos lobos se tiraron al pasto mirando la nada. Sala estaba echada sobre su hermano, casi laxa, sin ganas, ambos tristes. Como cuando extrañaban a Viktor.

Yuuri los vio desde una de las ventanas, sintiéndose sumamente mal por ellos y por lo que había dicho... pero últimamente su humor no era el mejor y se estresaba rápidamente. Esa era su excusa.

—¿Por qué les dijiste eso?

Dio un salto de la sorpresa al sentir la voz de Viktor a su lado, mirando hacia el mismo punto donde los Crispino se deprimían solos y en silencio. Yuuri frunció un poco el ceño, confundido del cómo el otro sabía lo que habían hablado.

Y como si estuvieran conectados, el Nikiforov le contestó.

—Mickey me preguntó si era verdad que Emil nos atacó.

Katsuki asintió, suspirando y sintiéndose raro con la cercanía del Nikiforov, a pesar de que no le dirigiera la mirada y observara hacia afuera. Era por eso que no lo quería cerca, por esa pesadez y revoloteo en su estómago, no era bueno sentirlo de nuevo si casi todo estaba roto entre ellos.

Quiso dar un paso más lejos de Viktor, mas no pudo hacerlo, su propio cuerpo no lo dejó. En cambio, lo único que hizo fue abrir la ventana para dejar la brisa entrar; una vez hecho y por inercia ambos a la misma vez se apoyaron con sus antebrazos inclinándose cómodos hacia afuera.

—Merecían saber la verdad—murmuró.

—Sí, pero no debías ser tan crudo con ellos. Ya no son mocosos, pero tampoco comprenden del todo lo que les rodea.

Yuuri se sintió más culpable con eso. Era verdad que había sido muy crudo con ellos, debió haber sido más sutil. Ahora los había hecho deprimirse.

Sin embargo, algo dentro suyo -quizá el rencor- lo hizo abrir la boca nuevamente, buscar pleito, buscar tener la razón de una manera. Volver a querer discutir con Viktor para desquitarse la culpa que era suya y solo suya.

—Son mis hijos y-...

No obstante, la risa sarcástica de Viktor le cortó toda palabra en su boca.

Lo miró feo y con el ceño fruncido por eso, recibiendo la mirada ofendida y una sonrisa amarga por parte del mayor que por primera vez desde que llegó lo miró a los ojos.

—¿Tus hijos?... ¿Es en serio? ¿Tus hijos, Yuuri?

Fue como una estaca para el omega. El tono burlón con que el Nikiforov lo dijo, la forma hiriente, esos ojos llenos de amargura que parecía querer reírse de él.

¿Cómo podía estar diciéndole eso?

Le hirvió la sangre de una forma tan triste, que estaba a punto de levantarle la mano directa a ese rostro que parecía reírse de él.

—Te recuerdo que también son míos, mis hijos, y los amo tanto como tú por más que los alejaste y los hiciste desconfiar de mí.

Entonces cayó que había malinterpretado a Viktor.

Su cuerpo temblaba por completo, y la rabia se fue tan rápido como la sorpresa llegó a él. Con sus ojos vinosos abiertos de par en par, su mano apenas elevada paralizada. Admirando que tras su malentendimiento, la verdad era que no había más que dolor por parte de Viktor al no reconocerlo como el padre.

Su corazón latió más rápido, sintiendo derretirse con esas palabras. Porque no todos podrían entender el amor que Yuuri sentía por Sala y Mickey, por sus hijos, por sus cachorros; por más que no tuvieran su sangre, él los crió, él era su mamá, él lo sabía, eran suyos y lo sentía bajo su piel y en cada fibra de su ser.

Y que Viktor dijera aquello lo embargó de un sentimiento de ¿Alivio?

Viktor esa noche extrañamente cenó junto a todos los demás. Por los conflictos que había tenido con Yuuri solía cenar después o antes que todos, si estaba muy deprimido simplemente no lo hacía. Los demás alfas de la casa comían en los pisos superiores, pero esta vez Leo les acompañaba.

A pesar de que la pareja no se hablara, todos notaron que la tensión que siempre se cernía entre ellos ya no estaba, o al menos ya no tan intensa. Eso animó un poco más a los gemelos que habían andado todo el día cabizbajos, se hicieron ilusiones con que quizá en un futuro cercano sus papás volvieran a ser los mismos de antes, esa pareja unida que ya ni recordaban pero que anhelaban volviera.

Otabek venía con Luka en brazos, jugando con él, haciéndole cosquillas mientras Yuri venía a su lado, con el pecho lleno de dicha al escuchar esa risa infantil.

Entraron y saludaron. Leo sonrió al ver al pequeño omega, le causaba ternura ver a alguien tan estoico como Otabek y alguien tan rudo como Yuri sonreír cuando estaban junto a su hijo.

Sin embargo, y a pesar de todo el ambiente familiar en el que se encontraban, a penas Yuri descorrió una silla se tapó la nariz sintiendo sus tripas revolverse y su boca salivar con mal gusto.

—¿Borsch?

—Sí... ¿Qué pasa? Creí que te gustaba, comiste la otra vez—dijo Yuuri mientras le servía a Luka que ya se había acomodado a un lado de Mickey con la cuchara en mano.

No tuvo tiempo de contestar porque salió corriendo frente a las miradas desconcertadas de todos.

Beka se disculpó y encargó a Luka con los gemelos Crispino, que parecieron mucho más alegres con la confianza de Otabek puesta sobre ellos. Subió hasta el cuarto y encontró a Yuri vomitando arrodillado en el inodoro.

—Te acercas y te parto la cara—amenazó intentando proteger su poco orgullo ante esas vistas suyas

—Pero Yura...

—¡Dije que te voy a pegar si te ac-...!—no terminó la frase porque las arcadas amargas volvieron, haciendo que botara todo lo que le quedaba en el estómago.

Se sentía mareado, con náuseas, recordar el Borsch solo le provocaba más asco.

Paró tras unos diez minutos, tiró de la cadena del inodoro y se limpió, para seguido lavarse los dientes aún con el estómago resentido. Cuando volteó encontró a Otabek mirándolo sumamente preocupado, sin embargo, sabiendo que debía guardar distancia si Yuri se lo había pedido... o bueno, amenazado.

—Cambia esa cara de tonto—dijo con el ceño fruncido.

— ¿No te habrás enfermado? ¿No quieres que vayamos a ver a Yuko?

— No es nada, en serio—palmeó el pecho del alfa, pasando de largo a arrojarse sobre la cama—pero no quiero comer, siento que lo voy a vomitar de nuevo.

Otabek lo vio por unos segundos muy cortos antes de seguirlo como el perro fiel que era. Se sentó a su lado y lo siguió mirando angustiado.

—Hazme cariño.

Ordenó lo último, tomando la mano de Beka y dejándola sobre su rostro. Ni tonto ni perezoso el otro obedeció de inmediato a los mandatos del rubio, haciéndolo ronronear. Dentro de nada tuvo a Yuri con orejas y cola fuera, y no pasaron ni cinco minutos cuando ya estaba de forma híbrida, un bonito leopardo de las nieves moviendo su espesa cola para la fascinación de Otabek.

Le llamó un poco la atención que Yuri decidiera tomar esa forma, no lo hacía muy seguido y debía sentirse muy a gusto o cansado para hacerlo... ¿Sería normal tantos cambios repentinos en Yuri?

—¿En serio no comerás nada?—volvió a insistir repasando todo el pelaje suave y abundante del Plisetsky que abrió sus preciosos ojos aguamarinos y emitió un ruidito parecido a un gruñido; una negación.

En contraste a ello, fue el estómago del alfa el que gruñó. La diversión de Yuri ante ese gesto se vio reflejado en cómo movió animado su cola, riendo para sus adentros de la cara abochornada de su pareja. Chocó su nariz con la mejilla roja de Otabek y lamió la comisura de sus labios.

—No. No quiero ir a comer...—rezongó terco.

Yuri siguió chocando su nariz con su rostro, lamiendo y empujándolo con sus patas para que fuera a cenar.

—Noooo— volvió a reclamar, hundiéndose en el pecho del leopardo, entre ese mullido y suave lugar que le profirió calor. — quiero quedarme contigo.

A penas dijo eso una de las patas de Yuri lo alejó, pero seguramente estaba riendo internamente ya que su cola seguía moviéndose de arriba a abajo divertida con esa faceta infantil de su compañero.

Batallaron así un par de minutos, hasta que Yuri logró alejarlo y Altin se rindió al sonido de sus tripas de muy mala gana, refregando celosamente su rostro con el del omega por última vez. Volteó más de 10 veces por si Yuri lo necesitaba, pero el chico solamente lo miraba indicando claramente con sus ojos divertidos "ya vete de una maldita vez".

El día siguiente transcurrió rápido, las horas pasaron veloz acercándose cada vez más a las once, donde deberían dejar la mansión e ir a cumplir labor.

Fue cuando a Yuri le bajó todo el amor. Atrapó a Otabek antes de irse, entre besos y caricias. Se dejaron caer en la cama riendo como los jóvenes enamorados que eran, como si evitaran pensar en que Otabek debía irse y probablemente no llegaría sino hasta el par de días, si es que lograba zafarse con éxito.

Entrelazaron sus manos mientras el alfa repasaba con sus labios la espalda de Yuri, cada cicatriz, cada trozo perfecto para él, mordiendo suavemente para no hacerle daño con los colmillos que delataban su hambre. Cada vaivén de sus caderas hacían a Yuri delirar y jadear contra la almohada, mientras se sumía en un delicioso éxtasis.

Sin embargo, dentro de sí estaba preocupado. No quería estar sin Beka, quizá estaba siendo un poco egoísta o un paranoico, pero sus pensamientos a veces lo traicionaban imaginándose el peor de los casos: que Otabek no volviera. Y eso le causaba un miedo horrible.

Iba a distraerse con esos pensamientos cuando Otabek tocó su vientre por inercia.

—Nmgh—mordió la almohada con ese toque. Como si una tormenta de emoción y excitación lo trajera a la realidad, haciéndolo sentir en el paraíso.

—¿Yura?—preguntó agitado, notando el cambio en el menor— ¿Todo bien? ¿Paro?

—No, n-no, está bien—intentó mirar hacia atrás pero por la posición no pudo.

Otabek continuó haciéndolo gemir, apretando las sábanas. Cuando la sangre le hirvió, sintió las irrefenables ganas de que lo mordieran, de sentir el aliento de Otabek incrustado en cierta parte de su cuerpo.

—Maldición, a-ahh, B-Beka, quiero darme vuelta...— chilló a duras penas.

El alfa lo ayudó en eso, acariciando sus piernas antes de entrar en él nuevamente. Pero Yuri, antes de perder la cordura, llevó la mano del Altin al pequeño broche del collar, llamando su atención y haciendo que vaya más lento, notando de a poco lo que el rubio pedía.

Sus dedos quedaron sobre el pesado collar que Yuri siempre usaba, precisamente sobre el broche de cobre con cuatro pequeños rodamientos con números grabados para poner la contraseña y quitar esa pieza de metal del todavía virgen cuello del omega.

—ocho cuatro tres siete — jadeó el rubio.

Otabek se detuvo mirando con los ojos abiertos de par en par a Yuri. Apretando con su otra mano su pierna.

—¿Q-Qué...?

—Antes de que te vayas, por favor, Beka—sus pupilas estaban dilatadas de deseo— márcame.


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