Sangre
Otabek sintió su estómago gruñir y Viktor lo miró curioso.
Estaban descansando antes de volver a partir y si seguían así, la subsiguiente noche ya habrían llegado a la torre en Kappa.
— ¿Cenaste antes de irnos? — preguntó el peliplata.
Entonces el alfa recordó que había estado pasando el rato con Yuri y se olvidó de hacerlo. Negó con la cabeza y Viktor frunció el ceño.
— Yuuri dejó comida en la olla, ¿Tampoco revisaste ahí?
— ¿Qué? ¿No cenaron juntos? — preguntó confundido.
— Ayer a los alfas nos tocaba ración del venado que habíamos guardado... entonces supongo que no comiste nada — concluyó algo preocupado.
A Altin le salivó la boca al pensar en carne, pero le intentó restar importancia mientras tragaba. Movió su mano como si no importara y respondió.
— Luego comeré cuando vayamos de vuelta, no es tan importante.
Tras eso Viktor fue llamado para que explicara mejor el plan a algunos alfas que no habían comprendido bien. Dejó solo a Altin un rato, el chico cerró sus ojos unos segundos sintiendo la tripa sonarle, ignorándola por segunda vez.
Creyó que no era de mucha importancia si era tan solo unos días en los que no comería.
Se olvidó por completo del tema unos minutos luego, cuando volvieron a partir.
Al igual que se había olvidado de que si bien no había cenado... tampoco había devorado trozo de carne desde hacía más de un mes.
...
La base de Kappa era, en síntesis, extensa y tenebrosa. Sus cuatro paredes frías y de roca sólida, cuatro metros y un aura de penumbra le daban un carácter imponente que marcaba su poderío; razón por la cual Viktor muchas veces había retrocedido a invadirla para saquear su abastecimiento y crear una revuelta que finalmente terminaría en motín para muchos alfas enclaustrados.
Desde las afueras se podían escuchar los gruñidos y ladridos, el sonido de los firmes barrotes siendo zamarreados con ira. No se escuchaban balazos de los cadetes, mucho menos sus voces, tampoco se veían paseándose por lo alto de las torres de vigilancias y sus pasillos de en frente. Otabek notó eso, pero a pesar de que la duda se instaurara en su cabeza prosiguió a dar el siguiente paso para poder ingresar.
Se suponía que los muros de Kappa abarcaban a lo mínimo 2 metros más bajo tierra, así que una excavación no era opción, aquello solo les había funcionado con las bases de enclaustramiento con menos ingresos y seguridad, esas a las que los Escuadrones de las ciudades no les importaba por estar demasiado viejas y por tener cadetes de avanzada edad que ya no servirían una vez que jubilaran. Podía sonar cruel, pero era cierto, era un hecho al menos para los betas: un anciano como cadete que está pronto a atrofiarse ya no sirve para proteger, razón por la cual era mandado a una tarea casi suicida donde su partida no causaría mayor revuelo. Y era una suerte cuando podían volver a la ciudad con los años necesarios para morir en paz por los días que le quedaran en el calor de su hogar.
Las grandes puertas de madera firme no les dieron mucho aliento, así que se separaron y entre las sombras de esa noche nublada rodearon el recinto. Otabek quedó en el segundo grupo a cargo de la parte posterior, Viktor había quedado al frente con otros más, mientras, Leo vigilaba a los encargados que estaban con el vehículo; no podían dejarlos solos, no eran de fiar. Era difícil encontrar gasolina y no podían arriesgarse a que cualquier perro pudiera aprovecharse y largarse con el transporte que se supone llevaría la comida de vuelta.
Les llevó no más de dos minutos rodear el lugar y a lo lejos (con una vista aguda) Altin reconoció a una persona con el uniforme de cadete. Era una chica, alta y con una escopeta al hombro, caminando tranquilamente por los pasillos observando hacia adentro a los alfas que seguían armando alboroto. A los metros, un poco más allá, otro cadete hacía guardia pero parecía adormilado y bostezaba a cada rato aburrido del panorama, también con una escopeta colgada en la espalda.
¿Dónde estarían los demás vigilantes? aquello lo estaba mosqueando, pero tuvo que volver a la entrada y dar cuentas a Viktor de lo que había visto. De esa forma, la parte frontal se convirtió en el acceso más rápido.
— ¿Botar la puerta? — preguntó a pesar de recién haberlo escuchado de la boca del lobo, creía haber oído mal y deseaba haberlo hecho. Era una pésima idea si se suponía que debían ingresar de forma cautelosa y "sigilosa"... luego de haber hecho eso quizá podrían armar escándalo pero antes no, se arriesgaban a mucho.
— ¿Ves otra entrada? — interrogó de vuelta alzando la ceja, Leo también miraba a Viktor como si fuera un loco, no sabía mucho acerca de motines, pero sentía que era exponerse.
— No, pero siento que no es una buena idea...
— No habían puertas traseras, ¿verdad? — preguntó Leo, cruzado de brazos.
— No, solo muro... — pareció meditar un momento, y volvió a dirigirse a Viktor — ¿Estás seguro de que funcionará?
— Tiene que funcionar — afirmó volteándose — dijiste que habían dos cadetes en vigilancia y están por la parte trasera hacia el bosque, donde es más probable que haya movimiento, no se deberían ni esperar que viniese gente por delante donde el territorio es más amplio. Son confiados. Además, mira la puerta, solo es madera, podemos tumbarla, solo necesitamos tiempo.
Fue el momento cuando Otabek sintió la mirada sobre sí ante esa última frase, tanto de Viktor como de Leo. Comprendió de inmediato y suspiró. La traición.
— ¿Soy ese "tiempo", cierto?
— Es una tarea importante, Otabek, en tus manos est-...
— Ni intentes adornarlo, Viktor — frunció el ceño aunque quería reír por el intento del otro de ponerse serio en plan de convencerlo — entiendo que seré la carnada.
Y a pesar de todo, aceptó el mandato de su líder, después de todo no iría solo, un grupo más lo acompañaría.
Así, veinte alfas corrieron por la parte boscosa hacia el final nuevamente. Y fue cuando la chica volvía de la esquina lateral hacia el otro lado cuando el momento llegó.
Empezaron a gruñir lo bastante audible. Uno de los chacales fue el primero en lanzarse sobre otro, colmándolo y empezando a ladrar, rasguñando a zarpazos controlados para no matarse realmente. Otabek sintió que por el lomo un tigre le mordía lo suficientemente fuerte pero no tan doloroso, disparando su pulso y sabiendo que ya era hora de hacer el suficiente tiempo para Viktor y Leo.
La chica de la torre fue la primera en espabilar, notando la presencia de alfas gritó en vano que se detuvieran y se mantuvieran alejados. Le pegó con la culata de la escopeta al otro chico que al parecer ya se había dormido sentado en una vieja silla, enojada le gritó algo. Pareció también dar unas órdenes hacia abajo, algo así como que subieran a ayudarle, o eso fue lo que entendió Otabek.
El primer disparo fue del chico que acababa de despertar, parecía tenso con sus presencias. Se veía demasiado joven y seguramente era un recién ingresado a la milicia. La bala no le llegó a nadie, dio en el césped, pero fue incentivo suficiente para que la supuesta carnada que eran despejaran sentidos y salieran un poco de su papel para mantenerse atentos al creciente peligro.
Otros dos cadetes más aparecieron en la torre apuntando con el cañón fijo en ellos, entonces tuvieron que echar a correr por separado.
El chillido de uno hizo voltear a Otabek alertado, no importaba si ahora eran los suficientes, cada vida valía dentro del clan en la situación que los envolvía generalmente.
Era un coyote. La bala le había atravesado la zona de la columna baja y el esfuerzo sobrehumano de arrastrarse para salvarse fue en vano porque treinta segundos fueron los suficientes para que otro disparo le atravesara el estómago y lo dejara tumbado, jadeando, llevándolo por un desvío seguro a la muerte.
Altin no lo pudo evitar, sintió un deje de tristeza. En su chillido lo había reconocido, era uno de los más antiguos, uno de los fieles.
Qué lástima. La primera baja y había estado bajo su mando.
Un golpe amortiguado pero fuerte se escuchó desde donde estaban, parando el fuego de los cadetes que voltearon alertados y confundidos. Ventaja y tiempo perfecto para poder llegar al otro lado. Viktor y los demás ya estaban forzando la puerta a fuerza bruta.
El bullicio dentro del lugar se hizo más escandaloso, ladridos, gritos, barrotes agitándose, uno que otro disparo al aire. Otro golpe amortiguado hizo eco y a la torre empezaron a subir más cadetes con semblante asustado, otros frenéticos. Finalmente el sonido de una explosión sembró el caos, cuando la gruesa visagra de metal se desencajó de la roca, haciendo caer la mitad de la puerta de madera con varias de sus tablas rotas por la presión que habían hecho para botarla.
Otabek llegó a tiempo justo para notar que no habían podido botarla por completo, solo la mitad. Lo sabía, era muy pesada. Pero bueno, algo era algo.
No obstante, su postura cambió por completo cuando al ingresar vio las casetas en semi-círculos, en filas, unas más altas que otras, con escaleras de roca pegadas al muro recorriendo hasta lo más alto. Una fortaleza sólida, como un semi-coliseo gigante en el cual ellos eran los gladiadores puestos a prueba, solo que esta vez serían ejecutados a plomo por los mismos espectadores que apuntaban listos, en posición desde las escaleras.
Mierda. Ya decía él que tanto descuido en la vigilancia era sospechoso. Por dentro tenían un orden establecido y una estrategia fuerte.
Hasta las celdas de los alfas estaban en lo bajo para poder tener plena vista, pleno poder desde lo alto. Como si ellos mismos se establecieran a la fuerza sobre la pirámide jerárquica. Una pena, puesto que no era así. Jamás lo sería con semejantes bestias.
Varios empezaron a correr de los cadetes que en desde arriba se reunían a disparar. Caminos de tierra carmesí no tardaron en escurrirse en el suelo. Muchos optaron desesperados ir escalando hacia arriba pero varios quedaron en el círculo escondiéndose de los disparos, acorralados en huecos entre las casetas y contrariados buscando el almacén de las despensas.
Cuando algunos betas fueron atrapados, Otabek, aún acelerado, pensó que todavía tenían una opción de poder zafarse de esta.
Pero no lo podía negar: sentía algo de miedo.
¿Quién mierda había diseñado esa base? jamás había visto una con tal arquitectura, y estaba seguro de que no había sido el único que al entrar había quedado estupefacto.
Cuando el leopardo que iba corriendo a unos metros de él cayó, sintió un peso en su pecho y con el frenesí, la adrenalina, el miedo, el olor a muerte y los sentidos alborotados, se obligó a tumbarse tras un muro bajo que hacía de separación entre dos casetas.
Vio al leopardo a unos metros tirado nuevamente y su mente le recordó de inmediato a su omega.
"Yuri..."
El sonido ensordecedor tras un gatillo presionado hizo eco en sus oídos, y un dolor punzante y acalorado en su cuerpo hicieron despertar su consciencia, ¿Por qué demonios estaba tan ido?
Quizá era porque desde que llegaron un mal sabor se le situó en la boca.
Sintió un retorcijón en las tripas desagradable. El olor lo mareaba y sentía su mandíbula salivar.
"La carne", pensó. No había comido carne. Su cuerpo se la estaba pidiendo, nublando su mente. Necesitaba comer.
— ¡Las jaulas! — sintió el grito desaforado de Viktor — ¡Abránles las jaulas!
La última carta, la última opción en la cual confiar. Debían fiarse del desconocido.
La voz de Viktor logró traerlo un poco a la situación en la que se habían metido.
Removiendo los cuerpos de algunos cadetes e híbridos, arriesgándose a recibir un balazo desde lo alto, algunos encontraron las llaves en los bolsillos de quienes vestían de verde. Y aunque algunos cayeron en el intento, el relevo los tomaron los más arriesgados que se acercaron a la jaula de los que gritaban con hambre y daban mordidas al aire. Con manos temblorosas probaron algunas llaves y de inmediato dieron en el clavo con unos cuantos barrotes que cedieron con su cerradura y se descorrieron soltando a los animales que salieron como si los hubieran configurado para destrozar a quienes se les cruzase por delante.
Muertos de hambre. De venganza también.
Viktor se permitió suspirar con algo de alivio al ver que los más atrevidos se unían a colaborar, corriendo por las escaleras, resistiéndose a los balazos hasta llegar a quienes los habían encerrado. Pero hubieron otros que huyeron, aprovechando el momento de pánico del lugar, y otros que en su ceguera y su estómago vacío no dudaron en atacar a los mismos de su especie que los habían liberado, en una lucha canibalista.
Otabek no se salvó de esos últimos.
El chico que acababa de abrir una de las celdas tuvo como recompensa un bello leopardo nublado mordiendo su brazo de por sí ya manchado en sangre. Agresivo, hambriento de poder tener algo en la boca que masticar y poder llenar el vacío en su estómago.
Pero el dolor no era normal, era uno mucho más punzante que de pronto desesperó a Otabek porque sintió su brazo hecho trizas, como si la carne la tuviera ardiendo desde dentro.
Tomó a su híbrido pero no reprimió el rugido doloroso que nació en su garganta. Un zarpazo certero en la cara no fue suficiente para alejar al felino que lo desesperaba.
En la misma posición en la que se hallaban se abalanzó sobre el leopardo y le clavó la mandíbula en la espalda para que lo soltara. Y una vez que se separaron, Otabek pudo ver bien al inquilino, con su misma sangre goteando por la comisura de su hocico y los colmillos que le mostraba amenazante manchados de carmesí.
El corazón se le aceleró. Era su vida o la del otro. Y no iba a regalar la suya, claro está.
La pata le ardía a horrores, e ignorando los balazos, empujó nuevamente al alfa, con una rabia no común en él, algo extraño naciendo en su estómago, como si se hubiera estado reprimiendo todo ese tiempo una ira inmensa. El otro intentó resistirse, intentó zafarse, intentar probar bocado una vez más. La pantera pudo verlo bien, el miedo, la agresividad y el hambre dilatados en las pupilas del leopardo.
Y le encajó finalmente la mandíbula en la garganta, terminando por perforársela y arrancándole la vida. Sintió la sangre mancharle la boca con un gusto que le revolvió la tripa de forma extraña, que lo hizo salivar de forma que lo tentó. Se quedó así por unos largos segundos, titubeante, hasta que despacio y pareciendo no querer hacerlo, soltó el cuerpo.
"Eres muy humano, Beka, eso te hace fuerte."
Cuando cayó en cuenta de la situación, muchos cadetes habían muerto, pero eran mucho más los alfas. Seguían luchando por ganar, se tenían fe.
Ya habían dado con la despensa de la comida y la estaban saqueando tan fugaz como la tiraban al vehículo para largarse de una vez por todas de ahí.
Se quedó estático en su lugar. Ya no era posible que le llegara un balazo porque los betas desesperados estaban ocupados de encargarse de los alfas que los acechaban subiendo hacia las torres más altas.
Tenía las manos manchadas de carmín, miraba con ojos temblorosos a lo que quedó de sus compañeros. Su brazo destrozado por una bala atravesada y la mordida hacía que no pudiera mover ni sus dedos.
Pero eso no era lo que más tenía presente en ese instante.
"Eres muy humano Beka"
Entre el barullo y el montón de cadáveres, por primera vez temió. Pero no el miedo que sintió al ver el caos, ese miedo ya lo había sentido un millar de veces.
Sintió miedo de la sangre, aquella misma que llenó su boca tras tener el cuello de ese alfa entre sus fauces, aquella con un sabor metálico, espesa y afirmando su pertenencia a su misma especie en la cima de la pirámide.
Miedo de tener esa ira prepotente que había estallado hace unos minutos dentro suyo. Esa rabia incontenible.
Su estómago le estaba pidiendo su dotación de carne, y él no la había comido.
"... muy humano..."
¿Qué era ser humano, exactamente?
Sintió miedo de su repentina débil voluntad a soltar el cuello de ese leopardo. De flaquear y por un segundo pensar en apretar un poco más la carne y tragarla. Miedo de hacer canibalismo.
Miedo de comer carne.
Miedo porque si flaqueó por el hambre con un alfa, con mayor razón pudo haber destrozado la piel de un omega. Pudo haber sido cualquiera.
Miedo de su posición en la pirámide. Animal salvaje, carnívoro y alfa.
¡Gracias por leer!
