Mansión
Fue en la tercera tarde de verano tras la partida de Viktor Nikiforov y su clan cuando Seung dio con la mansión.
Yuko tuvo que dar la cara y no le permitió a nadie salir del lugar mucho menos al reconocer a hombres con armas; "betas", supo de inmediato. Cadetes, exactamente. Podrían pasar años y no olvidaría a quienes le quitaron a su padre y esposo en uno de sus tantos enfrentamientos en motines. Los odiaba con su alma y corazón y no se contuvo a ser hostil.
— Largo.
Pero el rostro del hombre frente a ella permaneció inmutable y no retrocedió ni un solo milímetro tras las altas rejas color negro.
— Soy el Sargento Mayor del Escuadrón de la ex ciudad Gamma y ahora en la ciudad Delta, Seung Gil Lee. Quiero hablar con Viktor Nikiforov.
— No me importa quién seas, he dicho largo— volvió a espetar apretando los puños.
Su corazón corría como loco y sentía la sangre en el rostro. Una mezcla de náuseas, miedo y rabia le hacía mal sabor en la boca. Yuko tenía un mal presentimiento.
Los alfas a las espaldas de la mujer empezaron a asomarse, no sabiendo bien lo que sucedía pero asumiendo que nada bueno si en teoría los cadetes no interrumpían terreno salvaje a menos que los animales habitantes allí hubieran creado disturbios a niveles relevantes, hubiera alguna demanda con ellos, una investigación que llevar a cabo, etc. Situaciones para nada probables si se suponía que la mansión se situaba en medio de una zona aislada entre montañas, bosque y tierras sin dueño legal, además, ellos no se habían metido con nadie si ni siquiera tenían "vecinos".
Betas no tenían nada que hacer ahí. Ni siquiera los cazadores furtivos se aventurarían a esos parajes solitarios a menos que buscaran su propio desvío seguro a la muerte.
Por ello, y siendo el enemigo natural de alfas y omegas, el clan no quiso dejar sola a Yuko en la entrada. Ya no era cuestión de solidaridad, compañerismo o moral: era lealtad a su biología y carácter animal, era el resentimiento en común a quienes los trataban como seres inferiores.
— Mira, si no me traes a Viktor Nikiforov — Seung no desechó su estoicismo — las cosas tendrán que ponerse feas. Hay asuntos que quiero discutir con él y te conviene obedecer por las buenas.
— ¿Para qué lo quieres?
— No es asunto tuyo, chica...
Yuri estaba en uno de los pisos superiores, había estado tomando la siesta junto a Luka en el cuarto de Otabek y despertó por los gruñidos que se colaban por el ventanal. Al principio pensó que se trataba de alguna discusión entre algunos de los alfas del clan y que Yuko se encargaría de regañarlos como lo había estado haciendo, pero una vez escuchó gritos y los ladridos de más hombres, se puso de pie despacio. Miró de reojo a Luka que babeaba acurrucado contra la almohada de Otabek.
En primera instancia se asomó de manera prudente, pero la multitud de cosas que tenía acumulada Viktor en el balcón contiguo no le dejó ver hacia la entrada; desde sillas viejas, algunas pilas de mantas, algunas reservas de galones de gas para la cocina, leña para la chimenea, cajas de utensilios y cuanta cosa más. Otabek le había dicho que siempre almacenaban varios ahí porque así no mezclaban mucha cosa en los almacenes del primer piso con la comida, o en el sótano donde se podían pudrir con la humedad. Y como esa habitación era la más pequeña de la mansión, era útil para guardar cosas de ese estilo.
Maldijo entre dientes y se inclinó un poco más desde la baranda para poder tener una mejor visión de lo que ocurría. La curiosidad a veces podía ser una de sus más grandes falencias, y casi se deja llevar por ella de no ser porque reconoció el uniforme de un grupo numeroso de cadetes en la entrada, ¿qué mierda hacían betas ahí?
Decidió vigilar la situación desde su posición, un poco nervioso por quienes en el fondo le importaban y ahora estaban exponiéndose ahí (como Yuko), pero no estaba dispuesto a dejar a Luka solo. Además, los Crispino también tomaban siesta en la habitación al otro lado de la misma planta y podría ser riesgoso dejar a todos solos.
— ¡Les estoy diciendo que se vayan, no tienen nada que hacer aquí!
Un disparo al cielo hizo presión en la tensión horrible que se estaba creando. Yuko se maldijo mentalmente por sentir una punzada de miedo, pero ya no podía retroceder.
— Mira, puta de mierda, quiero ver a Nikiforov ahora mismo.
La castaña iba a responder cuando otra voz, más melodiosa y calmada se alzó para interrumpirla.
— Viktor no está aquí. — se trataba de Yuuri Katsuki — está haciendo un trueque de alimentos en la zona fronteriza entre Sigma y Tau. — mintió.
El silencio se hizo espeso, y Seung lo estudió con la mirada. Yuuri sintió esos ojos marrones (casi grises) sobre sí, estudiándolo con precaución.
— ¿Quién eres tú?
— Yuuri Katsuki, soy su pareja.
— ¿Entonces quién es ella?
Yuko miró a Yuuri con el ceño fruncido, desconfiada en un 100%, pero tenía la sangre hirviendo y el alma enojada, por lo que el Katsuki supo que si no quería que la impulsividad y el odio de Yuko para con los betas empeorara la situación, debía intervenir él. Y, de alguna forma, se sintió resguardado por quienes gruñían a sus espaldas (como hacía mucho no sentía).
— Ella está a cargo temporalmente de nuestro clan, es colega de Viktor — vaciló unos segundos en preguntar — ¿P-Puedo saber qué buscan con mi alfa?
— Yuuri, no... — intentó advertir la chica, pero el azabache no le hizo caso.
— Acércate un poco más y podremos discutirlo — propuso el hombre, no queriendo exponer lo que buscaba ante todos esos perros y gatos rabiosos que protegían la espalda del chico que al parecer era más cooperativo que la muchacha malas pulgas.
— No lo hagas, Yuuri — volvió a advertir Yuko, tomando su muñeca.
— Está bien, no va a pasar nada — la tranquilizó sobreponiendo su mano en la contraria, de a poco haciendo ceder su agarre.
A pesar de que en su interior tuviera inseguridad, sus pasos hacia la reja fueron seguros, así rompiendo los casi dos metros que los separaban. Una vez allí, el hombre que dijo llamarse Seung Gil Lee, le pareció más alto, más imponente y de alguna forma más peligroso.
Pero eso no fue exactamente lo que hizo que Yuuri se detuviera en seco, a centímetros de la reja. Vio a unos específicos cadetes moverse inquietos.
Seung habló en tono monótono.
— Me dijeron que Viktor estaba buscando la piel de un leopardo de las nieves.— fue lo bastante claro para que Yuuri lo escuchara, pero lo bastante sutil para que los demás no.
Sus oídos recibieron el mensaje, mas su cuerpo quedó paralizado. Las miradas de ciertos "cadetes se posaron exquisitamente sobre él y Yuuri sintió que a pesar de tomar inhibidores para su olor, ellos lo olían. Porque no eran todos betas, también habían alfas.
Retrocedió dos pasos y cayó al suelo cuando uno se descontroló y azotó la reja en vano, estirando su mano a unos centímetros para poder agarrarlo. Seung no dijo nada, no parecía muy sorprendido. Seung lo sabía.
Los alfas del clan se acercaron de inmediato a la reja y le ladraron al supuesto cadete para que se alejara. Yuko, igual de sorprendida que Yuuri, lo ayudó a pararse.
Algunos cadetes miraron con miedo al hombre que antes había estado entre ellos y ahora salivaba como enfermo hacia el chico. Al parecer, tampoco sabían que entre ellos habían alfas, puesto que lo apuntaron con el cañón de sus escopetas mientras se alejaban con pánico, no obstante, no dispararon y miraban a Seung en busca de alguna respuesta o señal.
El único que ni se inmutó fue él, por supuesto, que siguió mirando a Yuuri fijamente. Una vez que sus miradas volvieron a chocar, un escalofrío miedoso recorrió la espina dorsal del omega.
Seung tuvo un presentimiento, un deje de esperanza y sospecha de ese tal Yuuri Katsuki.
— ¿Qué eres? — preguntó
Yuuri tragó en seco y dudó unos segundos.
— O-omega...
— Qué animal. Transfórmate — ordenó.
— ¿Q-Qué?
— ¡Transfórmate, dije! — exclamó.
La mente del mayor se llenó de adrenalina, porque como ese tembloroso chico fuera su ansiada piel... Oh, Dios, lo despellejaría ahí mismo.
— N-No soy lo que buscas — negó con la cabeza — no hay nada aquí de lo que buscas.
— ¡Ahora! — Amenazó con un grito que bien podría haberse confundido con un rugido de no ser por su constitución. Tomó la escopeta que reposaba en su hombro y apuntó directo el cañón al Katsuki.
El supuesto cadete alfa seguía ladrando y babeando, los otros camuflados se aguantaban las ganas tapándose la boca, sintiendo un mareo placentero por primera vez estar en presencia de un omega. Los demás betas seguían igual de asustados y apuntaban sin disparar al animal.
Yuuri frunció el ceño y no le quedó de otra. Dentro de sí deseó fervientemente que a Yuri no se le ocurriera salir. No quiso voltear a la mansión porque podría parecer sospechoso. Y, de ese modo, tuvo que obedecer presionado por el arma apuntándolo a pocos centímetros.
Sus orejas triangulares y felpudas fueron las primeras en asomarse en su cabeza, por poco esperanzando a Seung. Hasta que salió su cola no tan extensa, abundante y completamente blanca fue cuando el hombre empezó a descomponerse; acción que se reflejó en su rostro decepcionado.
Un zorro ártico pequeño, blanco como la nieve, de pelaje abundante, patas algo cortas y ojos carmesí. Claramente no era un leopardo de las nieves.
— Ya ves, te lo dijo, no está aquí lo que sea que busques.— dijo Yuko.
— ¿Entonces no está aquí? — no obstante, Seung volvió a dirigirse a Yuuri.
Yuuri tomó nuevamente su forma humana y se puso de pie tembloroso e incómodo con las miradas de los alfas sobre sí.
— No. Se extinguieron, todos lo saben. Pídenos a cada uno transformarnos y será en vano, acá no está lo que buscas y seguramente jamás lo encuentres. Ahora, por favor, te pido que te vayas — pidió, apuntando con la mirada al alfa que lo acompañaba — no queremos problemas y si insistes con Viktor, lo siento, nosotros no sabemos cuándo llega — tragó saliva, estaba mintiendo, pero meditó la frase unos segundos antes de decirla, como si temiera que así fuera — si es que fuera a llegar, claro, y no muere...
Seung de pronto pareció abatido. El viaje hasta el momento había sido en vano y eso lo enrabiaba, ¿Cómo mierda es que terminaría todo ahí sin pista alguna?
Yuuri le sostenía la mirada junto a Yuko y tenía unas ganas horribles de apretar el gatillo ahí y ahora solo para descargar su furia. Pero tenía en cuenta que sería en vano y provocaría dificultades que no le beneficiarían en nada.
"No están extintos" se dijo mentalmente "no están extintos".
Estaba seguro de lo que había visto meses atrás, en aquel riachuelo. No era la luz que lo había engañado, como se había burlado Pichit, mucho menos un gato ordinario y casual.
"La piel más hermosa. El abrigo más costoso. La piel del asesino en honor a nuestro hijo. La piel de la bestia símbolo de una venganza digna".
— Vete— volvió a espetar Yuuri, pareciendo más cansado.
Seung levantó el cañón de la escopeta nuevamente y disparó.
Katsuki un salto en su lugar y Yuko enterró sus uñas en su brazo por el impacto repentino.
Le había disparado al alfa a su lado que no había dejado de babear. Los cadetes miraron a Seung sorprendidos, pero inevitablemente más calmados sin la compañía de ese animal rabioso. Los hombres de Viktor se calmaron un poco y retrocedieron de a poco sin dejar de mostrarles los colmillos al beta.
"La piel más hermosa" repitió su cabeza, sumida en la derrota momentánea y la sed de la revancha.
Miró al animal desangrarse unos segundos. Nadie dijo nada en el silencio que se plantó.
Sus pies con las botas de combate de su traje se removieron haciendo sonar las piedrecillas bajo las suelas. Le dirigió una mirada sombría a Yuuri y a Yuko, dispuesto a marcharse.
Su boca se abrió e iba a dictar la retirada. Iba... porque no alcanzó ni a formular la palabra cuando de reojo su aguda vista vio a alguien desde la lejanía.
Un chico, en los balcones superiores de la mansión sólida.
Su corazón se detuvo, al igual que por unos segundos el aire raspando su garganta.
Los cabellos dorados revolotearon en el aire sofocante y el sol pareció burlarse de él mientras iluminaba su rostro blanco de ojos aguamarinos. Lo estaba mirando. Los había estado mirando todo ese tiempo aferrado a la baranda del ventanal.
"La más suave y blanca piel del asesino".
Sus botas dieron vuelta nuevamente. Ahí estaba.
Suspiró. Era él.
Yuri Plisetsky estaba aferrado a la baranda caliente por los rayos del sol. Había estado apretando de ella con sus nudillos blancos cada vez que veía que uno de los hombres levantaba el arma contra el Katsuki y Yuko. Estaba totalmente consternado al ver que un alfa quisiera atacar a uno de su especie más que a un beta que lo acompañaba. No escuchaba casi nada, así que no sabía lo que sucedía.
Tras unos segundos notó que el cabecilla de los cadetes miraba hacia Yuuri... pero tan pronto como este último volteó en su dirección, notó que él mismo era el punto de atención y eso lo incomodó, le dio un mal presentimiento.
— Q-Qué...
Vio cuando Seung por tercera vez levantó el cañón, con su ceño fruncido y cerrando su ojo izquierdo, apoyando la culata en su hombro. Apretó el gatillo y el sonido hizo saltar por segunda vez a Yuko.
La mujer aterrada volteó a verlo, y el rubio con el corazón en la mano logró tirarse hacia atrás cayendo sentado. Aunque la bala de todos modos hubiera pasado de largo porque no estuvo ni a metros de darle.
Y en lugar de eso, fue el tanque de gas en el balcón vecino el que recibió el plomo, causando un sonido ensordecedor.
Yuri miró asustado al lado suyo, a unos metros. Y ni tiempo tuvo de volver a mirar hacia abajo.
El rubio solo alcanzó a agacharse en el suelo y cubrirse la cabeza mientras una seguidilla de explosiones se encargaron de ir nublando su vista, hacer doler su cabeza y sentirse algo ido. Progresivamente sintió la pérdida de audición ante los estruendos dolorosos y un calor abrazador lo invadió.
La habitación de al lado había estallado por completo, y las llamas bailando rápidamente se encargaron de hacer las paredes su pista de baile.
¡Gracias por leer!
