Desperdigados
Las pupilas de Yuuri se contrajeron con horror y a un segundo plano pasó el hombre que seguía disparando a diestra y siniestra contra un balcón que empezaba a llenarse de llamas. Sintió que alguien lo arrastraba: uno de los alfas. Intentaba sacarlo de ahí para no exponerlo a un peligro. Pero el azabache sabía que su cabeza no podía procesar otro peligro más que a el que Plisetsky y Luka estaban expuestos allá arriba, en la habitación contigua.
Y los Crispino, oh Dios, sus cachorros estaban a solo unos metros más lejos pero seguían en el mismo piso.
Pataleó para soltarse de los fuertes brazos que tiraban de él, pero la débil fuerza de un omega claramente era nada frente al hombre que lo sostenía.
— ¡Katsuki, Katsuki por favor cálmese!— pedía el chico que intentaba sacarlo de ese lugar.
— ¡Llévalo atrás de la mansión! ¡Todos!— gritó Yuko. No quería que el pánico se poderara de ella, pero de los pocos callejones en que Seung le estaba dejando solo atinó a poner a salvo a todos ahí. No es como si su salvajismo pudiera contra el plomo arrojado a distancia.
Se abrió paso como pudo, sintiendo su corazón apretarse cuando a unos metros un disparo impactó en la espalda de uno de sus canes. Eran solo un puñado de un clan completo, ¿20? ¿A lo mucho 28? y con ello el primer inconveniente la invadió: no podían dar batalla así.
Tomó un desvío por dentro de la mansión, escuchando cómo algunos la llamaban para que saliera de ese lugar. Pero no podía dejar a Sala, Mickey, Yuri y Luka ahí arriba calcinarse como si nada, dejando que las llamas rostizaran sus pieles y les chamuscara el cabello, llevándolos a la muerte de una forma dolorosa y desesperante.
El fuego aún no se tomaba los primeros pisos, pero ya en el cuarto el calor empezaba a hacerse latente, en su rostro lo podía sentir. Tenía miedo del techo sobre ella, si bien los muros de concreto sólido de la mansión le brindaban algo de ayuda, no así lo hacían las vigas de madera que sostenían lo que era el cielo y contiguamente unos centímetros más arriba el suelo del quinto piso donde se encontraban los demás. Por eso su mirada se contraía alerta cuando empezó a escuchar más fuerte los crujidos. Acabó con el antebrazo en su nariz y los ojos entrecerrados por el humo sofocante a medida que más avanzada.
— ¡¿Yuri?!— dio algunos pasos inseguros hacia la puerta que comenzaba a prenderse, la puerta del cuarto de Yuri y Otabek.
Un llanto la recibió e hizo su pecho contraerse aún más. Luka lloraba desconsoladamente mientras con sus pequeñas manitas movía a Yuri en el piso, intentando reincorporarse sin mucho éxito, un poco ido. Supuso de inmediato que se debía al impacto de haber estado a solo metros de la explosión.
— Tranquilo amor, estará bien, pero no debes llorar, ¿bien?— acunó rápido y algo nerviosa la mejilla de Luka, que asintió obediente a pesar de no poder soportar las lágrimas. No lo culpaba, era solo un niño, si ella estaba asustada él debía estar aterrado.
— Yuko... Yuk- agh...— Yuri se afirmó sorpresivamente de su hombro, tosiendo compulsivamente. La castaña intentó moverlo para que se pusiera de pie, pero Yuri la detuvo— n-no, espera, me duele, ¡ahh, mierda! me duele mucho.
Las manos de Yuri afirmaban su vientre bajo, como si le pesara, como si algo ahí le diera dolorosas clavadas.
Fueron solo unos segundos, que su cerebro actuó por el instinto y el encaje de piezas sueltas en su cabeza que había pasado desapercibidas.
Yuko era médica. Todo en lo que tenía conocimiento era gracias a la sabiduría de su abuelo y de su padre que le habían traspasado, libros viejos, experimentos con precarios instrumentos, experiencia propia como ajena. Lo supo de inmediato. Lo supo en cuanto quitó las manos de Yuri con algo de brusquedad y recibió un gruñido territorial por su parte, lo supo cuando coló su mano bajo su ropa y tocó su vientre.
Era débil, pero ahí estaba.
— Dios... — fue lo único que alcanzó a musitar antes de que la puerta del cuarto la sacara de su pasmo al dejarse caer.
— ¡Yurio! ¡Luka! — la voz en pánico de ambos gemelos se escuchó a través de los crujidos de la madera, los dos aparecieron por la puerta sin poder pasar por las llamas pequeñas que obstruían la entrada.
Ambos pudieron respirar correctamente una vez vieron a Yuko levantando a Yuri y a Luka a su lado. El menor fue tomado en brazos por Michelle y lograron sacar a penas a Yuri, todo de no ser porque las escaleras de emergencia estaban al otro lado.
El aire fresco los golpeó con alivio. Bajaron con cuidado y una vez tras la mansión con todos los otros alfas, Yuko sentó a Yuri para que reposara.
— Respira hondo — le pidió mientras sobaba su espalda, preocupada.
— ¿Luka?— de a poco el Plisetsky empezaba a reaccionar más consciente — ¿Dónde está? ¿Dónde está Luka?
— Está bien — miró de reojo a Yuuri que abrazaba desesperadamente a los Crispino. Luka estaba allí también — está con Yuuri y los gemelos, está más tranquilo.
El rubio suspiró aliviado. Ahora era cuando el aire puro entraba a sus pulmones y le refrescaba la cabeza. El dolor punzante en su estómago se había ido pero aún así seguía respirando pausado, de pronto agradeciendo por el aire limpio que nunca jamás en su puñetera vida se había dado el tiempo de valorar.
Sin embargo, no podían relajarse ahora.
Los disparos y los gritos de Seung y los otros alfas y cadetes (obligados por su superior) se seguían escuchando. Cuando las rejas de la mansión empezaron a rechinar, un felino vino a avisar a la mujer a cargo del clan.
— Están forzando las rejas, Yuko, van a entrar en cualquier momento.
Se hizo un silencio con ese aviso. Yuko notó su respiración acelerarse, con pesar. Era ahora cuando todo el peso con el que Viktor la había encargado caía de lleno sobre ella.
Revolvió sus ideas. Las revolvió, buscó, buscó y rebuscó nuevamente. Viktor la había dejado al mando, Viktor confiaba en ella y también esas personas que esperaban una orden con sus miradas sobre ella, gritándose por una salida.
Pelear no era opción, no contra un número de casi 30 allí afuera; alfas salvajes y betas con armas no era una buena combinación o al menos no para ellos en este caso si los tenían en contra. Razonar a palabras tampoco era opción, era cosa de mirar (incluso de tan solo escuchar) a Seung Gil Lee y saber que no habría forma; ese tipo estaba demente. Entregar a Yuri ni en sueños lo haría, ese chiquillo ya formaba parte del clan, era familia y estaba bajo su cuidado; Beka jamás le perdonaría haberlo sacrificado.
"Piensa, Yuko, piensa en algo, por favor..."
Soltó un largo suspiro. Tenía una idea en mente, sus labios finos se abrieron para exponer su orden, pero no alcanzó.
— Corre... — murmuró Yuri, llamando su atención justo a tiempo. Pero el chico no la miró, de hecho, parecía estar hablando consigo mismo.
Yuko arrugó la nariz. Se puso de pie y finalmente sentenció:
— Dejaremos la mansión, ya no es segura. Subiré por las escaleras de emergencia hasta el piso donde está el tablero para poder abrir la reja trasera y saldremos de aquí.
— ¿Hacia dónde?— preguntó uno.
— ¿Qué importa eso ahora? ¿O prefieres quedarte aquí a que te crucen una bala por la sien?
Silencio...
Hasta que su mirada se topó con la de Yuuri Katsuki. El único con voz para rebatir esa orden.
— ¿Yuuri?
El azabache dio un salto en su lugar y de inmediato apartó la mirada.
Dejar la mansión no era algo que le agradaba, irónico, ¿no? pero ese lugar era algo importante y ya dejando completamente lo que sea que lo hubiera puesto en malos términos con Viktor... sabía que esa mansión era especial en un sentido emocional. Abandonarla era como dejar toda una historia atrás, abandonar una generación de Nikiforovs.
Sería simplemente eso, irse, y ¿Qué pasaría cuando regresara Viktor con el demás clan? ¿Cuál sería su reacción al ver gran parte de ese lugar consumido por las llamas?
Ese lugar era puramente Nikiforov, en el mismísimo aire se olía su esencia, a dónde y a quién pertenecía. Un hogar que crió a por lo menos cuatro generaciones Nikiforov. Un lugar en donde Isaak Nikiforov crió a su primogénito, en donde Viktor dio sus primeros pasos, dijo sus primeras palabras, una casa donde toda su base de vida se situaba. Donde toda la base de sus historias juntas se entrelazaban, donde ellos se habían jurado siempre amarse. Tierra destinada a que Viktor siguiera el legado... y dejar descendientes...
Su corazón dolió nuevamente, como hacía mucho no hacía. Pero no era tiempo de pensar en eso.
—... por favor, Yuuri, no nos queda mucho tiempo... — suplicó su amiga.
Su pecho se removió con pesar, mientras suspiraba y cerraba por cortos segundos los ojos. Como si con eso pudiera evitar mirar lo que estaba abandonando.
— Está bien...
.
.
.
El paisaje se desintegraba en olas de calor, todo había pasado tan rápido que el frenesí brotó de forma natural.
Otabek no podía mover su brazo, los chicos se lo habían curado de forma bruta y sin mucho conocimiento mientras él se deshacía en gritos y gruñidos. Su estómago seguía gruñendo. Y a pesar de sentir toda esa fatiga y cansancio doloroso, no podía apagar sus sentidos.
El bosque crujía y las aves en lo alto emprendían vuelo, trinando un canto asustadizo. Cualquier vestigio de verde se consumía y chamuscaba dolorosamente en un negro que desprendía solo más humo al ambiente.
Intentaba buscar algún otro de sus compañeros, pero maldición, habían quedado tan pocos que desperdigados de esa forma sería imposible hallarlos. El calor golpeándole el rostro le dolía, se estaba volviendo insoportable.
¿En dónde demonios estaban los demás?
Hace tan solo una hora atrás se hallaban cargando la camioneta, mientras el sol volvía a caer tras difíciles horas, ¿Cuántas? ¿Ocho? ¿Nueve? no tenía ni idea del tiempo a su alrededor. Solo lo tuvo cuando se recompuso tras la infernal curación que le hicieron sus compañeros dificultados con sacar la bala que tenía entre las carnes ya apretadas. También, justo a tiempo cuando en el sótano del fuerte encontraron a tres cadetes encerrados, comunicándose a través de un viejo telégrafo.
Habían dado aviso a la ciudad vecina más cercana hace horas. Demasiado tarde supieron que ya venían tras ellos y con ese tiempo que habían demorado ya deberían estar por llegar.
En efecto, Leo fue el primero en diferenciar el sonido. Acostumbrado a soler vivir antiguamente en un bosque silencioso, el sonido de un motor a lo lejos lo podría diferenciar a millas.
Viktor actuó con rapidez. Mandó a deshacerse de los cadetes hallados en el subterráneo y viéndose acorralado por el único camino estable por el que las camionetas de los cadetes venían subiendo, actuó como último recurso con las botellas de gasolina que se supone guardarían para el invierno próximo. Ya no importaba. Tendrían que huir por el camino de arriba.
— Tú te quedas aquí— sentenció el líder al ver que Otabek hacía el ademán de ponerse de pie a ayudar — súbete a la camioneta, hazme caso.
La mirada disconforme del alfa le reprochó al chocar con los zafiros de Viktor. Pero el mayor tenía prisa y lo regañó con solo un gesto "no seas terco". No le dio tiempo de reclamar y se fue.
Leo regó el césped con manos ágiles, seguido por tres hombres más que hacia el otro lado corrieron como canes con el botellón sujeto entre sus colmillos, haciendo una línea recta hacia la parte de atrás de la torre directamente hasta donde empezaba el frondoso bosque.
Crearían una una línea fronteriza para detenerlos, quemarían el bosque con tal de hacer tiempo. Deberían seguir hacia arriba, donde el camino era estrecho, con baches que dificultarían el transporte de los víveres, pero que resultaba lo más factible a la hora de huir. Se demorarían más días, pero era lo que había; lo que les quedaba.
Otabek observó todo a unos centímetros de sus compañeros que cargaban las últimas cosas acelerados antes de partir. Las camionetas de los cadetes ya lograban vislumbrarse a la distancia y Viktor fue quien puso la torta de la guinda con unos viejos fósforos, raspó uno avisándole algo a Leo y finalmente lo arrojó.
El chillido de uno de los perros seguido de unos gritos desgarradores les erizó la piel a todos. Uno de los canes, con la prisa, se había embarrado en hocico de combustible. Ahora ardía en llamas y corría como alma que lleva el diablo revolcándose mientras inevitablemente su pelaje se contagiaba en llamas.
Otabek sintió que se le helaba la sangre y la respiración se le quedaba atoraba en la garganta. Ver morir a alguien a golpe, mordida o balazo limpio era mucho menos horroroso que presenciar cómo alguien moría presa del pánico, a gritos, con el pelo chamuscado y su carne siendo cocida por las llamas mientras seguía vivo.
Su olfato sensible y alterado percibió el asqueroso olor a alfa rostizado y sintió asco, ganas de vomitar, pero qué iba a botar si no había más que agua en su estómago. Los gritos de sus compañeros diciendo que ya debían irse, que si iba a subirse a la camioneta que lo hiciera luego y cuantas cosas más, no llegaron a sus oídos.
Pero lo que sí llamó la atención a todos de golpe, fue que a medida que el can corría desesperado, arrastrando su cuerpo en llamas por los suelos, corriendo como si eso fuera a apagar el fuego, cada vez las llamas empezaban a comer más y más de ese césped seco y fácil de consumir que los rodeaba, creando nuevos trazos de fuego en el suelo.
Algunos echaron a correr por los pasajes libres de fuego. Las órdenes de Viktor ya no estaban teniendo tanto efecto si el crujido y el humo que los rodeaba los empezaba a separar rápido y despiadadamente.
Otabek intentó salir de ese lugar, notando cómo fugazmente las llaman bailaban como si estuvieran haciendo un tipo de ronda, acorralando a más de uno incluido a él. Se tomaban de las manos de cada pasto a su lado, de cada arbusto, cada tronco y besaban con las punta de sus ascuas las hojas que colgaban de los pinos, contagiándolas de un calor que acabaría por terminar con su verde.
Fue en nada cuando quedaron totalmente desorientados. Las órdenes de Viktor se perdieron en el ruido del fuego bailoteando, la camioneta había logrado salir antes de ese lugar, más inteligente que ellos, por lo visto.
— ¡Otabek! — escuchó una voz por encima de todo el desastre— ¡Otabek por acá!
Entre las llamas, logró divisar a Leo de la Iglesia, haciéndole unas señas para que cruzara por el otro lado. Pero asintió quedo, notando que más allá el paisaje no se salvaba del color anaranjado.
Quería sentirse más despierto, inevitablemente se vio queriendo verse más desesperado o sentir más adrenalina en su cuerpo que lo obligara a salir de ese lugar. Pero el calor de su cara, la fatiga, el asco y su mano que no podía mover le estaban pasando la cuenta.
Corrió por algunos pasajes sin rumbo, viendo de reojo algunos de sus compañeros, perdiéndolos luego entre gritos, fuego, ¿Alguno habría encontrado otro lugar para salir?
Oh, no... debía reaccionar, ¡Tenía que reaccionar!
Necesitaba carne.
En el peor de los momentos se vio solo, con el calor golpeándole las mejillas. Sus sentidos alertas, pero sus ganas quedas. Por más que buscaba no lograba dar con una salida a ese lugar que lo abrazaba queriendo arrastrarlo al infierno.
¿Dónde estaban sus compañeros? ¿Habían logrado salir? ¿Y Leo? ¿La salida que le había indicado Leo? ¿Cuál era? Ya lo había perdido de vista hace mucho.
— No, no, no, no, no, no...
¿Iba a morir ahí?
No. No podía... pero sería tan fácil hacerlo que lo aterrorizaba la idea de rendirse, que lo comieran las llamas. Con la consciencia endeble siguió vagando, corriendo, en cierto punto ya no aguantó más y tomó a su híbrido. Corría cojeando y gruñendo por el dolor, pero sus sentidos se agudizaron más tomando otra ruta que no había previsto y en la que logró vislumbrar a otros dos alfas atrapados en un laberinto de fuego; quería salvarlos, pero no podía, morirían todos en el acto, así que hizo la vista gorda con el dolor que ya sentía y huyó.
— ¡Beka! ¡Otabek!
La voz de otro de los alfas lo hizo espabilar, esta vez lo llamaban desde otro lado. Rugió cuanto más fuerte pudo y escuchó algunos gritos sobre que lo habían encontrado al otro lado de las ascuas.
Otabek, siendo pantera, era hábil trepador, pero nuevamente fue su pata lo que lo limitó a solo poder llegar a la mitad, observando a la mayoría de los suyos desde lo alto. Estaba un poco mareado pero su filosa mirada observó que estaban varados al igual que él en la parte de arriba del bosque, sin embargo, no tan rodeado como él había estado o estaba en ese mismo instante.
Viktor se acercó lo que más pudo (que no fue mucho por el aire ardiente que los separaba). Su respiración acelerada y el cómo se pasaba la mano por el rostro suspirando demostraba su alivio de ver a la pantera viva. Unos minutos más y lo habría dado por muerto. Entre los gritos de sus hombres que habían quedado atrapados nerviosamente había rezado por no escuchar los de Otabek.
No hubo necesidad de mucho intercambio de palabras. Los ojos de Otabek le decían lo obvio a Viktor "No puedo saltar, no puedo salir..." y aquello hizo que Nikiforov apretara la mandíbula recordando el mal estado de la mano (pata) de Otabek además de que si se arriesgaba a cruzar esa frontera de llamas que los separaba nada les aseguraría que no cayera en falso por un salto no suficiente.
— ¡¿No ves otra salida desde allí?!— le preguntó, aunque fuera difícil, Beka tenía que salir de ese lugar. Tenía que volver con ellos.
La pantera buscó, aferrándose firmemente con sus garras al tronco donde yacía. Pero su pesar creció cuando se percató de que no había forma de llegar a donde Viktor estaba... pero sí una pasada a unos metros en dirección contraria, teniendo en cuenta que no quería toparse con los cadetes que seguramente estaban del otro lado. Volvió la mirada a su amigo y rugió de nuevo.
— al otro lado...— murmuró Nikiforov, sintiendo el peso de esa preocupación por Otabek otra vez.— ¡Entonces ve! ¡Alcanza a salir Beka!— indicó, negando y balbuceando hasta dar con algo en su cabeza que podría ayudar a Altin— Ah ¡Beka, ve con Yakov, a Lambda!
Era lo único que en ese momento se le ocurrió. Su abuelo seguramente le brindaría ayuda a Otabek si ya conocía y sabía que era parte de su clan.
Otabek lo miró por unos últimos segundos, antes de soltar sus garras arrastrando por el tronco, dejándose caer y finalmente deapareciendo entre las ascuas anaranjadas y el humo espeso.
¡Gracias por leer!
