Beka

La etapa de su niñez no era muy clara en su mente, no era grata de recordar ni mucho menos era como si en algún momento hubiese tenido la necesidad de rememorar todo lo que había pasado en sus años de vida.

No conoció a sus padres, pero los alfas que lo criaron en el clan Leroy alguna vez le contaron que se corría el rumor de que su madre había nacido en una camada omega-alfa y que para suerte de ella, había sobrevivido por ser una cachorra alfa fuerte y audaz. De su padre solo y con suerte sabía que su nombre era Aiman.

Otabek Altin creció en el lugar equivocado, con la gente equivocada, no sintiéndose jamás parte de ahí.

Era fácil que se frustrara consigo mismo. Se enfadaba por cómo era y en la etapa más difícil de niñez a pre-adolescencia fue cuando más difícil se le hizo encajar.

Quiso echarle la culpa muchas veces al rumor de que su madre había nacido en una camada omega por ser como era. Porque cada vez que los cazadores llegaban con carne, él no se sentía deseoso de pelear por conseguir trozo y siempre era desplazado al final, quedándose con las peores partes. También, porque no podía simplemente perder la cabeza como todos los demás alfas cada vez que no comía; no, se sentía culpable de estar agresivo, se sentía peligroso, quería alejarse de todos a quien pudiera dañar o con quienes pudiera crear conflicto.

Odiaba sentirse animal. Animal salvaje con raciocinio, ¿siquiera eso era posible?

No quería que lo fuera.

Pero cuando se enamoró de Mila, cuando ella le permitió quedarse a su lado y cuidarla, por primera vez se sintió como en casa. Aquella casa que nunca antes había tenido y que rizos rojizos y respingones le presentaron el sentimiento de saberse en un lugar al cual pertenecer.

Pensó que ese era su lugar.

Mantener su ración de carne y su alfa interior en paz, no meterse con nadie y que nadie se metiera con él, tener un lugar (o una persona) a la cual regresar y calmar el torbellino que era antes. No era como si fuera un desesperado en busca de compañía, pero esta la calmaba y mucho más si no se trataba de los alfas agresivos y sin razón los cuales le rodeaban.

Entendió de mala gana que no podía cambiar lo que era, era un alfa terriblemente sentimental en un mundo nada cordial y frío como el invierno puro. Pero mientras tuviera a Mila, el torbellino dentro suyo estaría en paz, podría apartar esos pensamientos de su cabeza, se perdió en esa idea y poco a poco se acostumbró a ignorar su naturaleza, pero cumpliendo para con ella inconscientemente.

Mila era belleza, delicadeza, la fragilidad de una porcelana siempre a segundos de romperse. Se enamoró de ella por su tranquilidad, por su paciencia, por sus sonrisas ante cosas pequeñas, por su llanto ante el daño, por el cariño sincero con que lo trataba.

Se encariñó por la forma en que sus ojos resplandecían puros y llanamente con la llegada de las flores en primavera, por la forma tan fácil en la que pudo romperle el corazón al no corresponderle, por la manera en que aún así aceptaba su compañía y su incondicional apoyo todavía después de haberle contado sobre su temprano embarazo.

Mila amaba a Otabek, pero lo amaba como alguien ama a su hermano mayor. Lo respetaba y admiraba el alfa calmo que era.

Otabek era oro. Oro sólido en medio de un lavadero de piedras ordinarias y ella lo sabía. Otabek parecía demasiado humano como para estar mezclado en ese lugar con pura basura.

Pero ahora... ahora Beka se sentía perdido en un mar de pesadillas. Sintiéndose volver al momento donde no se sentía parte de aquí o allá, solo, con los sentidos más alterados que nunca y con la mandíbula tan apretada que era increíble que no se le dislocara. Y aunque a su cabeza a ratos trajera recuerdos lejanos de Mila y sus ojos como el océano, su mente y olfato buscaban insistentes únicamente a Yuri Plisetsky.

El dolor haciendo mella en él. Salivando más de la cuenta.

Se estaba odiando por dentro. Solo podía pensar en Yuri entre sus brazos, en su aroma acaramelado como la miel, en su pureza como la nieve, en su piel blanca como el invierno, en sus ojos fieros como el frío y derretidos como el copo de nieve que alguna vez le regaló y se consumió entre sus delicadas manos.

Yuri Plisetsky y sus manos enredadas en las sábanas, arañando su espalda, tomando su rostro y besándolo con sus labios suaves como dos porciones de algodón dulce. Sus piernas juguetonas y carnosas, las que se enredaban en su cadera o que lo envolvían celosamente al dormir. Su cintura pequeña y sus caderas gentiles, su ombligo tierno y sus brazos posesivos.

Pensó en sus propias manos, tomando el cuello delgado de Yura, su cuello de piel blanca y casta, virgen de cicatriz o marca, aquel donde mil veces había lamido, donde pudo haber mordido, donde pudo haber apretado, encajado la mandíbula para llegar al éxtasis.

La piel de Yuri, la piel de Yuri, la piel, su carne, la carne, su estómago rugiendo, su textura en su lengua, el sabor en su paladar, la saliva, su hambre, su sabor...

— ¡Ahh! ¡Basta!—gritó a pesar de que nadie pudiera escucharlo, mucho menos detener su cabeza que trabajaba demasiado nublada por el hambre. Apretó sus cabellos entre sus dedos.

No quería perder el sentido o dejarse llevar por su alfa interior.

No quería hacerlo y de tan solo pensar en morder a Yura quería llorar.

...

Otabek llegó a Lambda mucho más tarde de lo que hubiera demorado el viaje en condiciones óptimas, pero claramente por su condición.

Todavía no podía mover su mano sin sentir dolor pero esperaba poder hacerlo pronto, los alfas tenían esa capacidad de recuperarse más luego que los omegas o betas, otra facultad que la naturaleza les había otorgado. Por suerte no había tenido quemaduras pero sí su ropa estaba hecha un desastre y su rostro a pesar de mostrar su estoicismo usual, demostraba querer repeler a toda persona que se le cruzara a lo menos un metro cerca suyo.

Su propia mente lo había puesto de un humor de perros, su cabeza ya no podía más y a pesar de querer derrumbarse, no se lo permitía solo por su orgullo que se elevaba con creces con semejante hambre. Su alfa interior le estaba sobreexigiendo mantener sus barreras en alto, un efecto secundario de la debilidad que no podía mostrar en es momento.

Aunque quisiera controlarlo, bien no podría hacerlo.

Entre el gentío por el que caminaba, un chico rebelde y con el autoestima demasiado alta chocaba con algunos alfas enseñándole los dientes envalentonado y haciendo a los otros quedarse con la pullas. Tras suyo venía otro un poco más huraño que rodaba los ojos cuando el otro hacía de las suyas.

No funcionó cuando chocó el hombro intencionalmente con Altin. El chico volteó con el semblante duro y lo paró.

—Hey, discúlpate.

El alfa volteó con una ceja alzada y una sonrisa socarrona que hizo que Otabek frunciera el ceño. No le agradaba.

—Mira, Alek, ¿parece que escuché mal? — el chico a su lado, con el perfil más bajo, ignoró lo que decía y suspiró seguramente adivinando lo que pasaría a continuación — ¿El cachorro sintió que lo pasamos a llevar?

— Verás, no tengo tiempo para tus estupideces. Solo discúlpate— volvió a pedir dando un paso más cerca del chico.

La gente empezaba a caminar dejándoles algo más de espacio. Algunos se paraban con preventiva distancia, viendo venir que una de las partes atacaría en cualquier segundo.

El otro no retrocedió, de hecho, su sonrisa se ensanchó con burla.

—¿Por qué no te disculpas tú por andar cruzándote por el camino? no trates de intimidarme, no eres tan alto...

Otabek suspiró, apretando los puños. Algo en ese tipo le pareció familiar. Todo encajó a la perfección cuando volvió a abrir su pestilente hocico.

—Somos Leroy, felino idiota, así que con nosotros no te metas, no nos intimidas.

Ah, que estúpido chiquillo.

Debió haberlo sabido. Solo un maldito seguidor de Jean Jacques Leroy podría actuar como si todo el mundo estuviera bajo él y su líder. Un adulador patético. Lo que le faltaba.

—Me importa una reverenda mierda la orgía de perros en leva a la que perteneces—escupió con veneno, uno que ni él sabía que poseía—ya vete a lamerle las patas sucias a Jean Jacques.

Iba a voltear dispuesto a no calentarse la sangre con gente jodida de la cabeza, cuando la mano deteniendo su paso y el impacto de un puño en su mejilla fue el detonante que de todos modos le hizo hervir la rabia.

Sus sentidos se dispararon y ni esperó a sentir el dolor cuando su híbrido saltó sobre el chico que casi podría escupir espuma por la boca, ardiendo en ira porque su líder y su clan haya sido mirado con desdén por un desconocido para él.

Otabek le pegó un zarpazo que le raspó la mandíbula al tigre de bengala que se convirtió frente a él solo segundos después.

El rugido enfurecido llamó la atención a su alrededor y la gente empezó a aglomerarse para verlos pelear, pero claramente nadie haría nada para detenerlos. Ahí las peleas eran panorama usual. Una más, una menos, a lo mejor y si se ponía interesante los vendedores riendo apostaban a quién vencería.

La extremidad herida de Otabek ardía, no estaba atacando con ella pero debía moverla si quería defenderse. La adrenalina del momento cubrió su dolor, pero solo un poco hasta que dejaba de moverse.

El tigre intentó morder su cuello pero se retorció de tal modo que solo alcanzó a morder su oreja. Lo botó de encima suyo pero no alcanzó a evitar el choque dela animal que terminó por botarlo.

Joder, qué demonios con ese chico, ¿Es que estaba enamorado de Leroy o algo así? ¡Estaba hecho una furia!

Se revolcaron a zarpazos y mordidas, entre rugidos furiosos y mostrándose los dientes.

Nadie los hubiera podido detener de no ser por el viejo lince que rugió tan fuerte que el estremecimiento de todos los alfas ahí sentenció el silencio absoluto.

Otabek iba a ignorarlo pero el animal se posicionó frente a él y lo miró severo congelándolo en su lugar. Seguido, volteó hacia el otro tigre que buscaba hacerse un lugar para volver a atacar. Le volvió a rugir en señal de que se marchara.

Pero el chico necio intentó nuevamente llegar hasta Otabek, llevándose para su mala suerte un feroz zarpazo del lince, que lo dejó sangrando con un ojo herido.

— ¡Mika! ¡Maldita sea, Mika, ya para, mírate! — exclamó una chica abriéndose paso al lugar, seguida del mismo compañero que minutos antes acompañaba al herido. Miró mal al lince y a la pantera tras suyo pero sabía que no podía hacer más.

Otros dos chicos se acercaron e intentaron acercarse para poder llevarse al tigre.

Otabek sintió su vista fallarle, pero nuevamente fue su orgullo el que lo obligó a mantenerse en pie. Más adolorido que nunca, hambriento, sediento, algo más calmo pero con el calor de la rabia aún presente en sus sentidos alerta. Solo el hombre frente suyo lo detenía.

Yakov Feltsman gruñó una vez más, obligando a los otros a marcharse. El viejo lince miró a todos los demás presentes con fiereza, una que Otabek reconoció haberla visto alguna vez reencarnada en Viktor. Y una vez que volteó hacia él, lo miró con el ceño fruncido.

— Muchacho, eso fue peligroso, por poco y no te reconozco.

Con la respiración agitada y luchando contra su cansancio, Otabek agachó la cabeza, recibiendo con extraña calma el regaño.

En su defensa, ya no podía más y el reto de Yakov se hizo familiar a los de Viktor. Aquello lo calmaba de cierta forma.

Mientras caminaban al lugar del mercado perteneciente a los Feltsman, Otabek suspiró. Había llegado al fin.

Y sin percatarse de lo que dejaban atrás, una mirada azuleja lo siguió entre el mar de gente hasta perderse. Isabella Yang sintió su corazón latir con fuerza por haberlo reconocido. Otabek Altin podría ser su boleto de huida.

...

Yakov le sirvió en un viejo pocillo de greda un considerable trozo de carne de vacuno. Otabek agradeció desesperadamente comiendo con la mano buena. Sentir la fibra fría y cruda en su lengua y paladar le calmó.

Jamás en su vida había sentido tanto dolor y placer en su cuerpo, no podía moverse bien pero tampoco podía dejar de masticar.

A su lado llegó una chiquilla de no más de 12 años que Yakov había mandado a buscar para que curara la herida de su mano. Gentilmente ella se encargó de limpiarla con agua fresca por haber vuelto a sangrar en su pelea anterior y la vendó con vendas nuevas y limpias. El alfa agradeció con un asentimiento y la pequeña sonrió con sus dientecitos antes de irse corriendo a la parte posterior donde su clan residía.

Yakov no esperó a que le entregara el pocillo entre sus manos, se lo arrebató y sin decir mucho le entregó otra porción de vacuno aunque esta un poco más pequeña. Otabek volvió a agradecer con un pequeño asentimiento.

—¿Cómo llegaste aquí, chico?—preguntó al fin.

Otabek masticó y tragó antes de contestar tras unos segundos.

—Un motín, no salió bien. Viktor y el clan huyeron por un camino, yo quedé aislado por otro y él me dijo que viniera acá. Era lo más seguro.

El estómago de Beka ya no gruñía tan insistente y su consciencia sopesaba mucho más rápido lo que sucedía a su alrededor. Sentía aún su ánimo bajo, pero ahora sin irritabilidad.

—¿Viktor está bien? — en su voz grave se camuflaba un toque de preocupación. Aunque bueno, era su abuelo después de todo, su preocupación era comprensible.

— Por lo último que vi sí tenían camino para huir. Lo más probable es que lo hayan logrado— lamió su pulgar, dando por terminada la ración y dejando el pocillo a su lado.

Yakov pareció algo más aliviado con esa respuesta.


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