Compañera

A pesar de la falta de nieve y de ya haber pasado largos meses, Yuri aún recordaba el camino por el que alguna vez Otabek lo ayudó a huir. Lleno de maleza verde, árboles altos y caminos estrechos los cuales la mayoría del clan recorría hábilmente.

Dejaron todo atrás, incluso los almacenes en el subsuelo que todavía guardaban comida y bidones de agua, no hubo tiempo de sacar algo aunque fuera una mísera manzana. Y de no haber sido porque Yuko se atrevió a entrar nuevamente a la mansión para poder abrir las cerraduras de atrás, no habrían podido contar cómo se zafaron una vez más.

Seung y compañía fueron rápidamente dejados atrás y más cuando Yuko cerró la alta reja de metal, así activándose nuevamente la cerradura. Jamás podrían abrirla si no se aventuraban en busca del tablero dentro del recinto que ardía peligrosamente en llamas.

Rápidamente pudieron llegar en tiempo récord cerca de la ciudad Sigma. Pero no era ninguna buena noticia si ahora consideramos que Yuri no iba solo con Otabek. Yuri iba rodeado de alfas y en cuanto los vieran en manada los cadetes no lo pensarían dos veces en abrir fuego. Tuvieron que cambiar de sentido hacia parajes alejados de ahí e internados en el bosque; quien a partir de ese momento sería su mejor arma para camuflarse.

Convenientemente y cuando el sol empezó a bajar, decidieron detenerse cerca de un pequeño pero ruidoso río. Acamparían ahí hasta que tuvieran una mejor idea de a dónde dirigirse.

Yuri se sentó cerca de una de las fogatas solo para hacer dormir a Luka. Lo arrulló entre sus brazos y le acarició las mejillas hasta que el menor, una vez tranquilo y regocijado por el calor que le propinaba el fuego, se durmió apoyado en el regazo del rubio que en ningún momento dejó de acariciarle el cabello y las mejillas.

Miró a Yuuri en la otra fogata a unos metros más allá. En su hombro se apoyaba Mickey dormitando y Sala revoloteaba cerca de ellos persiguiendo luciérnagas. "Al menos alguien se divierte" pensó inevitablemente. Yuuri miraba el fuego bailar con su mirada sangre cansina, al parecer muy metido entre sus pensamientos.

Su estómago rugió y se tocó por encima de la ropa, suspirando. No era como si justo en ese momento pudiera ir y revisar si en el bosque creciera algún fruto, era peligroso y ahora más que nunca debía permanecer pegado a los demás.

En dado momento estuvo a punto de voltear y ordenar "Otabek, tráeme naranjas"... Pero Otabek no estaba ahí. No había sabido nada de él por toda una semana y evitaba a toda costa pensar sobre el alfa porque sabía que lo extrañaba, y mucho, y eso lo deprimía. La incertidumbre de no saber ahora dónde o cómo estaba Otabek a veces lo hacía ponerse en el peor de los escenarios: donde el alfa jamás volvía y él se quedaba solo.

Quizá debió haberlo detenido el día que partió. Ese mal presentimiento le había dejado un mal sabor en la boca todo ese tiempo y al parecer no le había fallado con lo sucedido hace solo un par de horas atrás.

¿Viktor y los demás volverían al mismo lugar? se dio una cachetada mental "Obvio que lo harán, tonto"... ¿pero qué harán una vez se den cuenta del desastre y que ellos ya no estaban?

La comunicación era un factor sumamente jodido si estaban así de desperdigados.

Quizá nunca los fueran a encontrar...

No, no, no, no. Sacudió la cabeza. Sí lo harían. Se obligó a mantenerse positivo, aunque le fuera muy difícil.

Beka y el imbécil de Viktor volverían, no sabía cómo, pero confiaba en su alfa.

Se sintió observado y, disimuladamente, buscó al o a la responsable encontrándola enseguida: era Yuko. La chica apoyaba su rostro en la palma de su mano, donde también ocultaba una pequeña sonrisa enternecida mientras lo miraba divertida.

Demasiado tarde el omega se percató de que todo ese rato que había estado divagando, también había estado con la nariz en alto, con su olfato buscando rastros del aroma de un alfa en particular.

— No es lo que piensas. Solo es por lo que ha pasado que se me disparan los sentidos— movió la mano restándole importancia y disfrazando su vergüenza.

Pero obviamente la mujer había visto a través suyo.

— Decir que extrañas a tu novio no te matará Yurio— se rió despacio sentándose un poco más cerca de él.

Yuri agachó la mirada, agradecía que no hubiera mucha luz para que la chica siguiera riendo por sus mejillas rojas. Era inútil negarlo si él era bastante transparente con todo lo que tenía que ver con Beka.

La mayoría de los demás alfas dormía. No obstante, claro que Yuko debía ser la primera excepción porque debía velar por el cuidado de todos.

Se hizo un pequeño silencio entre ambos hasta que la castaña estiró su mano hacia él.

— Toma — era una naranja.

Yuri abrió los ojos sorprendido, ¿Es que acaso le estaba leyendo la mente?

Tomó la fruta con desconfianza. Aunque tuviera orgullo, el hambre iba primero.

— Gracias— murmuró.

— Siento no poder darte los gajitos en la boca como Beka, pero habrás de comprender...

— ¡Él no me los da en la boca!— chilló rojo hasta las orejas, recibiendo varios bramidos para que se callara porque los otros querían dormir.

Yuko se rió mientras Yuri fruncía el ceño avergonzado.

Solo una vez Otabek y él habían estado jugueteando, lanzándose los gajos a la boca para ver quién tenía mejor puntería, pero la cosa había terminado en algo demasiado meloso y la cocina nunca había sido el mejor lugar para ponerse cursis y Yuko había entrado y los había pillado in fraganti acaramelados.

— ... solo pasó esa vez.

— Comprendo, comprendo — dio tregua risueña — está bien que se quieran mucho, yo también era así con mi esposo.

El rubio la miró de reojo ¿Yuko había tenido esposo?

Bueno... la muchacha era mayor que él y admitía que era muy bonita, con un porte pequeño y rasgos muy finos, además de ser inteligente y buena liderando.

A Yuri le agradaba Yuko desde un inicio por cómo se había comportado con él y por no tratarlo con desdén (como usualmente pasaba) por el hecho de ser un omega. Lo había curado de la mejor forma posible y teniendo en cuenta por todo lo que había pasado también guardó el secreto de cuando él y Beka huyeron. Ella era quizá una de las pocas personas a las que respetaba, admiraba sus conocimientos en medicina y sentía que era una buena sublíder.

— ¿Tuviste esposo?— por eso mismo no pudo retener la pregunta, su curiosidad pudo con él y por el largo suspiro que dio la chica a su lado se arrepintió de inmediato de haber cuestionado.

— Sí. Mi esposo. Falleció hace algunos años atrás.

— L-lo siento mucho, no debí preguntar.

— No importa, Yurio, pasó hace muchos años y yo fui quien lo nombró en primer lugar.— sonrió despacio posicionando su mano en el hombro del menor.

El rubio asintió.

— ¿Se llevaban bien?

— Demasiado. Pasamos muy buenos momentos juntos y aunque nuestro matrimonio fue algo más simbólico, deseábamos tener una familia, pero no pudimos concretar nuestros planes. Un día, en un motín un cadete se encargo de poner fin a su vida; a la suya y a la de papá.

Yuri tragó grueso con aquello, sintiéndose mal por Yuko aunque esta no pareciera tener problema alguno en contar sobre su vida.

— Lo siento, Yuko.

— Oh, no lo hagas, en serio. Yo detesto a todo tipo de beta desde que pasó aquello, no los tolero, pero también entiendo que lo quiera o no este mundo funciona así. Y tal como Takeshi o papá partieron ayer, yo también puedo hacerlo mañana. — apretó el agarre que aún tenía en su hombro, llamando su atención —Pero no sin dar pelea, me y los defenderé con garras y dientes. Porque ahora esta es la única familia que me queda.

Yuri la miró y sonrió despacio. Comprendía ese sentimiento perfectamente.

— Ahora come.

Resignado, el Plisetsky empezó a pelar de manera torpe la naranja entre sus manos. Yuko sonrió, suponiendo de inmediato que Beka debía ser quien se las pelaba.

Sentía alegría por el rubio, él, Beka y Luka estaban formando su propia familia... con un integrante inesperado en la panza de Plisetsky el que al parecer todos habían pasado por alto.

Era hasta hilarante que Yuri mismo no se diera cuenta de su condición. Estaba en cinta, y por lo que Yuko sospechaba, debía tener dos meses mínimo. Alguien crecía en su vientre y le exigía naranjas, Plisetsky lo consentía pero no se percataba de ello.

Hasta su sentido maternal se estaba desarrollando mucho más pronto gracias a Luka. Se podía reflejar en el modo que lo acariciaba, cómo a pesar del cansancio velaba por el sueño del niño y cómo hasta su aura era mucho más bonita y delicada de lo que ya era de por sí.

Yuko decidió no decirle por el momento, hasta que Otabek llegara. No podía predecir a Plisetsky y habían muchas razones por las cuales el muchacho se podía alterar al saberse en cinta, ya fuera por ser demasiado joven, ser primerizo, no esperárselo y por sobretodo por no tener a su alfa al lado para darle el debido apoyo y contención.

Sabía que podía ser riesgoso que el rubio no estuviera al tanto, pero por mientras ella misma se había comprometido en silencio a cuidarlo. Solo rezaba porque Yuri no le hiciera tan difícil la tarea hasta que su compañero llegara a relevarla.

— ¿Qué tanto miras?— preguntó con su típico ceño fruncido. Yuko le revolvió el cabello y Yuri gruñó despacio.

— No frunzas el ceño, te van a salir arrugas. Solo pensaba que deberías descansar un rato, yo haré guardia por mientras.

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La noche en el mercado negro era lo mismo que en el día. Los mercaderes dormían por turnos, siempre atentos. Algunos alfas dormían en improvisados campamentos en las cercanías, pero no por mucho. Otros aprovechaban la oscuridad para volver a emprender viaje de vuelta a sus clanes, hogares o a donde el viento los llevase. Pero siempre todo estaba en movimiento.

Otabek no podía dormir, no tras pensar, pensar y comerse la cabeza con lo que hubiese pasado si no hubiera comido carne.

¿Acaso su alfa lo habría domado? ¿se hubiera convertido en un animal salvaje? la imagen de Yuri desangrándose vino a su mente, aquella imagen que tanto lo había torturado en sus horas más nubladas.

Suspiró. Se sobó los brazos a pesar de que no hiciera mucho frío, solo una brisa fresca. Yakov le había facilitado ropa limpia y abrigo. Por más que le había ofrecido dormir dentro de la cabaña donde afuera yacía sentado, o hacerle un lugar entre los suyos para conciliar el sueño, el alfa se negó, no quería estar con más gente por el momento.

Yakov Feltsman poseía un numeroso clan que vivía en relativa paz en ese lugar. Viviendo de la vida como mercader lograban sacar algo para comer que no era mucho por no ser traficantes de pieles pero lograba ser lo suficiente para vivir. Se situaban a unos kilómetros del centro del mercado y las madres criaban en paz a sus hijos, los padres cazaban o ayudaban a Yakov permutando mercancías, los jóvenes y viejos huérfanos o sin familia (que eran en mayoría) convivían en tranquilidad y compañerismo. Si habían altercados o peleas, Yakov como líder sería el mediador e intentaría solucionar los problemas de la manera más justa; aceptaba entrar a su clan solo a la gente que su vejez y conocimiento le dictaban no tenían más intenciones que sobrevivir de una forma digna y habían sido muy pocas las veces que se había equivocado con ellos.

Otabek pudo imaginarse el clan Nikiforov antiguamente de la misma forma y sintió que era una lástima no haberlo visto en sus mejores momentos. No le extrañaba que Viktor entre sus valores más arraigados estuviera la lealtad, debió haberla heredado de su madre y la fortaleza y constancia de su padre.

Unos pasos sigilosos lo sacaron de sus cavilaciones. Abrió los ojos que había mantenido cerrados y miró a la chica frente suyo con reticencia.

— Qué quieres — cuestionó arisco.

La chica mantenía sus manos atrás de su delineada y delgada figura. Vestía una delgada camiseta y unas botas que le llegaban un poco más abajo de las rodillas, cubriendo su pantalón ajustado.

Estaba incómoda. Otabek lo olió de inmediato, quizá había sido demasiado brusco con ella, pero es que supo de inmediato que no pertenecía a clan Feltsman.

— Seguramente no me recuerdas — empezó Isabella, no recordando esa faceta huraña del alfa. — fuimos del mismo clan cuando éramos pequeños, de la misma rama, después te cambiaron junto con otros a otro lugar y... uhm, creo que éramos muy pequeños.

Otabek observó bien su cara, intentando reconocerla y "mirándola" al fin, puesto que en su mente no había estado más que el rostro de Yuri Plisetsky todos esos días.

— ¿Isabella? — preguntó con algo de sorpresa, pero también algo desconfiado mientras estudiaba a la chica. Se puso de pie lentamente de donde había estado sentado, precavido, porque si mal no recordaba, Leo había dicho que ella aún pertenecía al clan Leroy.

— ¡Sí! — exclamó con emoción — soy yo.

Altin asintió, no muy convencido de lo que sea que la chica estuviera haciendo ahí y mucho menos de la razón por la que le estuviera hablando. Al parecer ella notó el silencio que se había hecho y prosiguió.

— Ehm... u-un grupo de mi clan y yo estamos aquí trabajando, ya sabes, intercambiando algunas cosas por víveres y recolectando información para Jean — vio cómo el otro arrugaba la nariz ante el nombre de su líder y aminoró la rapidez de sus palabras, notando el ambiente tenso — buscamos a dos omegas, pero un omega en especial...

Mi omega — sentenció de inmediato Otabek, con el semblante sombrío y el ceño notablemente enfadado.

La azabache tragó saliva nerviosa por las feromonas territoriales que el alfa frente suyo comenzó a soltar. Estaba de mal humor.

— Mira, seré suave contigo. Es mejor que te vayas por donde llegaste, porque si piensas que compartiré información contigo, estás demente. Si quieres ve y dile a Jean que estoy aquí, pero no vuelvas a hablar de "esos" omegas y mucho menos de mi omega cuando yo esté presente porque últimamente he estado de muy mal humor y no me haré cargo de lo que te pueda llegar a pasar, ¿bien?

La chica asintió, encogiéndose de hombros, de un momento a otro olvidando que ella también era una alfa fuerte. Pero el porte y el aura de Otabek la habían intimidado, estaba sumamente territorial y si bien habían sido cortos años los que había sido compañera del chico, no lo recordaba así de dominante.

— Yo l-lo siento por nombrarlos así descuidadamente, pero no me acerqué a ti para eso. — Altin la observó sin emoción, pero dejándola continuar — escapé de mi campamento hace unos minutos sin que me vieran y quería pedirte un favor, sé que no soy de confianza y mucho menos porque aún pertenezco a los Leroy... p-pero por favor — tomó su antebrazo despacio para no hacerlo enfadar mientras le suplicaba — no quiero estar más en ese lugar, no quiero volver, me enferma, lo odio, detesto lo que Jean me hace. Por favor Otabek, te lo ruego, déjame ir contigo.


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