Raíces

Seung Gil Lee no logró seguirles el paso, ser un beta en esas condiciones no fue algo favorable. Se les escaparon como agua entre los dedos y si bien tenía un grupo bien formado para cazar, fue inútil si las rejas traseras estaban más clavadas al suelo de lo que habían estado las de la entrada frontal; era como si muy pocas veces hubieran sido usadas.

Sin embargo, no le pareció una derrota. Claro que no. La certeza de la existencia de un leopardo de las nieves en ese mundo le daba esperanzas y motivos para seguir insistiendo en su caza. No desistiría tan fácil; tenía el pensamiento de que de a pasos pequeños se ganaba la guerra. Y esta, definitivamente sería su victoria.

— ¿Qué haremos ahora, señor?— uno de los alfas se acercó a él, los otros se hallaban acuclillados observando el fuego consumir uno de los lados laterales de la mansión.

— Volveremos a donde estábamos. Bajaremos a la ciudad, la temporada de caza se acabó.

Los pocos betas, que habían estado nerviosamente apretando sus armas entre sus manos por la presencia de los alfas, se permitieron destensar sus hombros un tanto. La noticia de poder volver a sus hogares tras tantos meses les parecía un oasis en medio del desierto.

Seung suspiró dando media vuelta hacia ellos y, apuntándolos sutilmente con la cabeza, les dio órdenes al grupo de alfas.

— Desháganse de ellos. Nos podrían delatar.

Fue así como rápidamente la esperanza de poder volver con sus familias murió entre colmillos ajenos y las pisadas pesadas de las botas de combate de Seung Gil Lee.

Era obvio que el hombre no sería tan idiota como para dejar gente viva que pudiera delatarlo. Necesitaba tener a esos alfas camuflados entre sus filas para que pudieran respaldarlo.

Tomaron las armas que quedaron de los muertos y seguido partieron dejando la sangre derramada atrás.

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Otabek partió la noche siguiente junto a Isabella Yang.

— Si necesitan algo, comida, lo que sea, dile a Vitya que pueden contar conmigo— le había dicho Yakov en su última conversación antes de irse. — y si pasa algo, muchacho, no dudes en avisarme. Pondré todo mi clan a mi nieto si es necesario para poder protegerlos.

— Lo haré.

Otabek asintió, a modo de agradecimiento, y sin mucho más que un apretón de manos se fueron.

Atravesaron los pasajes en los cuales la maleza se aplanaba al suelo por la urgida caminata de la gente del mercado o quienes lo visitaban. Mezclarse con los demás alfas que se hallaban abandonando el lugar sonaba como lo más sensato si también querían evitar llamar la atención de los compañeros de Isabella que supuestamente se hallaban durmiendo.

Llegados al punto en donde todos se empezaban a separar y esparcir, la chica sintió que Otabek le tocaba el hombro.

— Ten.

Le tendía su chaqueta.

Ella, dudosa, miró extrañada... ¿Se estaba preocupando por ella? en su pecho se coló una pizca de algo que designó "vergüenza".

— G-Gracias, pero no tengo frío.

— No es por eso. Si ya despertaron tus compañeros podrían percibir tu aroma.

Ok. Se había equivocado.

— A-Ah... entonces está bien— las mejillas se le colorearon. Lo había malinterpretado.

Pero en su humilde defensa: Otabek había cambiado, y mucho.

Su perfil se había endurecido y la pasaba por algunos centímetros, aún cuando de pequeños ella era más alta que Beka. Y dejando de lado lo huraño que estaba, al parecer el estoicismo era una de las pocas cosas que en el alfa perduraba. Solo que ahora era un hombre, uno fuerte y varonil.

No quedaba nada de aquel niño delgado y ojeroso que solía odiar a la distancia a Jean Jacques Leroy.

Ugh, ese nombre...

Se le erizó el vello de la nuca el tan solo recordar a su líder, o bien, su ex líder. Iban ya demasiado alejados y no había opción de devolverse, mucho menos de regresar al clan donde Jean seguramente la mataría a sangre fría si lo hiciera. Además, no dudaba que una vez se enterara que había huido, la dejara completamente en la lista de personas de la cual debía vengarse.

Era traición a sus raíces.

Traición a su sangre, a sus padres, a su lealtad al clan en el que nació, se crió y aprendió. Era, por supuesto, traición al líder.

Pero fuese como fuese, ya no podía dar marcha atrás.

En ese mundo, donde la ley del más fuerte domina, ella sabía que estaba en desventaja. Pero si tenía que defender su vida lo haría con dientes y garras, porque prefería morir en un lugar con desconocidos que parecían estar algo más cuerdos que los Leroy, que en uno donde debía ser ultrajada y violentada si no hacía lo que se le ordenaba.

Iban bajando una cuesta, cuando sintió que el alfa le tomaba del antebrazo y la ayudaba en silencio para que no resbalara.

Otra vez sintió esa extraña sensación. Era como si con esos gestos Otabek la dejara en deuda con él, aunque bueno, sí estaba en deuda porque la estaba ayudando a escapar.

— ¿Siempre eres así?— preguntó curiosa.

— ¿Así cómo?

— Amable, cortés... así.

Beka se pensó aquellas palabras unos segundos mientras seguían caminando y se dio cuenta de que todo lo atento que estaba siendo con la chica, lo había estado siendo de pura inconsciencia.

¿Era algo que nacía de él?

En el fondo lo sabía: sí. Pero no con todas las personas. Era porque con sus omegas era así.

Por ejemplo, adoraba cargar a Luka, ayudarlo a alcanzar cosas que estaban muy altas, abrir tapas que el menor no podía con sus pequeñas manitas, perder a propósito cuando se correteaban en el patio para darle coraje, y cuando agradecía con esa sonrisa aniñada y un mudo asentimiento de cabeza, sentía que podría desfallecer en paz si el cariño en su amabilidad causaban tal efecto en Luka. Le gustaba ayudar a Yuri, tomarle la mano al bajar la escalera, abrir las puertas por él y dejarle pasar primero, ajustar su silla, asegurarse que no se subiera la ropa mientras duerme para prevenir un resfriado, ajustarle las mantas, mimarlo y consentirlo en general. Causaba en él una emoción infantil cada vez que el rubio lo miraba con esos ojos vivaces de "ni creas que te agradeceré porque es tu deber como mi hombre", con esa sonrisa ladeada y soberbia que lo volvía loco.

Una sonrisa débil curvó sus labios.

Era la falta de sus amores lo que lo hacía actuar considerado con Isabella.

— No lo sé— respondió simplemente.

Isa lo miró con sus ojos azulejos aún más curiosa, ¿qué habría estado pensando tanto el chico para haberse demorado tanto en responder?

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No había forma de que el incendio del bosque los hubiera seguido hasta su hogar, mucho menos haberse transportado. Es por esa razón que en cuanto Viktor pudo vislumbrar humo a lo lejos, se asustó; no eran tiempos en los que las chimeneas se usaran, mucho menos con el calor que bajaba tras la hora de la merienda.

Las rejas forzadas yacían tiradas en el piso, como derrotadas, inclinadas e inútiles, casi parecía que estuvieran disculpándose con su dueño por no haber cumplido bien su tarea.

Y fue a penas levantar un poco los ojos cuando logró observar la mayoría de los pisos superiores consumidos por las llamas ya extintas de forma natural. El humo era el único testigo de lo que ahí había sucedido y Viktor tuvo la sensación de que se burlaba en su cara mientras subía y subía sin preocupación alguna, riéndose de su angustia y dolor.

Aquel que había sido su hogar, ya no era más.

Las paredes sólidas que habían cedido por el consumo de su soporte de madera estaban caídas, mostraban su interior chamuscado y negruzco. No era toda la edificación, pero sí era una zona considerable si había que tomar en cuenta que los tres primeros pisos aguantaban aún en pie pero seguramente muy frágiles e impredecibles. Podían ceder al igual que sus hermanas y derrumbarse en cualquier momento.

Un balde de agua fría cayó sobre él tras caer en la duda de ¿dónde estaba la gente?

— B-Busquen personas — no quiso balbucear, ni ceder ante la preocupación, pero el dolor emocional se estaba agolpando en su pecho y le costaba mantener el temple en su tono.

A pesar de las advertencias de sus agotados hombres sobre lo peligroso que era entrar, fue terco y no obedeció. Ingresó por uno de los ventanales destrozados del primer piso y aunque solo pudo avanzar hasta el tercer piso, su olfato miedoso no había detectado nada que tuviera que ver con algún cadáver o alguien atrapado entre los escombros.

Quería asumir que habían logrado huir de lo que sea que los hubiera acechado y provocado todo esto.

Acarició la pared tibia con la palma de la mano. Quería seguir subiendo a los demás pisos pero su sentido común se lo prohibió.

Isaak Nikiforov lo hubiera regañado por ser aprehensivo con ese trozo de tierra y su construcción, "Sobrevivir dignamente, apoyarse en la ética, nunca aferrarse a lo material", era lo que solía decir.

Pero cómo no amar esa casa que fue su hogar tantos años. No sabría cómo explicar el aprecio a tener ahí la biografía de sus raíces, un lugar propio al cual llamar "hogar", un lugar seguro y saber que está aguardando a por tu llegada para resguardarte en sus cuatro paredes tan conocidas por ti. Cómo no sentir esa repentina tristeza de saber que ya no es lo que solía ser y probablemente nunca lo volverá a ser, que ese ya no era un lugar seguro,

Suspiró al pensar que su cuarto y oficina en los pisos superiores estaban casi totalmente destruidos. Todo lo que poseía estaba en ese lugar, desde libros, mapas, planos...

— ¡Viktor! ¡Encontramos algo!

Al aviso proveniente del primer piso no le dio tiempo para sentirse melancólico. Negó con la cabeza alejando esos pensamientos y bajó enseguida.

Rodeó la casa y en el patio trasero encontró los restos de lo que supuso alguna vez fueron cadetes por su uniforme desgarrado y ensangrentado. Su olor casi imperceptible a beta les había impedido detectarlos de inmediato, pero una vez cerca el de la sangre pudriéndose era horripilante.

Se pasó la mano por la cara frustrado.

¿Yuuri, los Crispino y todos los demás habrían huido bien? eso esperaba por esos hombres muertos en aquel lugar. Ahora era cuando la lealtad de los pocos hombres que había dejado en el hogar estaba en juego, porque como atrevieran a rebelarse contra Yuko o Yuuri, tenía en cuenta que podría pasar lo peor. Estaba poniendo las manos al fuego por ellos... y estaba temiendo mucho quemárselas.

— No entiendo qué vinieron a hacer estos sacos de carne aquí— murmuró alguien entre el silencio en que observaban los cadáveres.

— Debes hacer algo Viktor, si ellos fueron los que hicieron esto— apuntó la casa y negó— no queda de otra más que devolverles todo con la misma moneda. Ellos saben que no deben meterse a estos terrenos así como nosotros no invadimos los suyos.

— No podemos ir tras ellos— Nikiforov habló sobrepasado— mira cómo esto ya está seco— apuntó con la mirada a los betas— debe haber pasado mínimo una semana. Carajo... y mira cómo estamos nosotros también, ¡agh, maldición!

Se revolvió el cabello con frustración.

Es cierto que habían llegado a penas y movidos por la consternación que les produjo encontrar todo en ruinas. Estaban cansados, sedientos, hambrientos y uno que otro malherido. Eran solo un grupo de treinta y algo y ¿qué demonios podían hacer?

Algo brillante entre la sangre llamó su atención. No se atrevió a tocar el cadáver, pero si su mirada no le fallaba...

— Viktor, estos cuerpos están baleados— avisó confirmando uno de sus hombres.

La duda se acrecentó en él, al igual que el pasmo ¿balas? nadie en ese lugar manejaba armas, ni siquiera tenían. Para ellos su solo cuerpo e híbrido eran su arma.

Todo eso le empezaba a parecer demasiado extraño.

— Los almacenes subterráneos están bien, al menos lo que quedaba de alimento se salvó.— uno interrumpió.

Viktor atendió el comentario despacio, dejando de lado un poco el detalle de las balas pero sabiendo que pronto o temprano su cabeza le haría dar vueltas ese tema.

Los almacenes subterráneos, eso solo era una pequeña estrellita en un cielo nocturno nublado.

Claro, ahora tenían suministros, pero no una residencia segura.

Era como si el destino les hubiera subido y bajado los hombros con un escueto "una cosa por la otra".

Viktor volvió a suspirar entre cortado.

— Descansen un rato enfrente. Iré a abrir el subterráneo para que puedan comer algo y beber agua.

Iba en camino a cumplir lo dicho cuando su oído distinguió un aleteo a propósito algo más ruidoso para llamar su atención. El ave de ojos carmesí planeó en círculos y esperó a que el Nikiforov sorprendido le prestara su antebrazo para descansar.

— Maka...— acarició su cabecita del cansado animalito— ¿por cuánto tiempo volaste? sabes que te hace mal el sol.

Como si pudiera oírle y entenderle, el pajarillo movió su cabeza. Su plumaje blanco siempre había sido delicado debido al sol y al ser ave nocturna, sus horas de sueño correspondían en mayoría a las del día. Pobre Maka, debió ser una semana dura para él también.

Viktor observó su pata y con nervios desató el papel arrugado y maltratado. Era la letra de Yuko. Un mensaje corto y conciso.

"Hacia Sigma, después Yplison" Yuko.

Yplison, la ciudad fantasma.


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