Hermandad

Cuando Yuuri Katsuki se enteró, por parte de unos emocionados Sala y Michelle, que Viktor Nikiforov había dado su apellido a ellos, tuvo que sentarse porque no lo podía creer o quizá no lo quería creer. Sala no podía dejar de moverse, en un estado de repetición caminaba de aquí a allá y hasta parecía temblar. Mickey le rogaba que dejara de moverse porque lo ponía nervioso, pero la sonrisa en su rostro demostraba que realmente no estaba enfadado, solo muy animado.

— ¿Es verdad? — preguntó por casi octava vez el pobre omega que estaba por morir de un ataque.

¿Viktor reconociendo a Sala y Mickey?

— ¡Es verdad!

Ya no eran Michelle y Sala Crispino, sino Michelle y Sala Nikiforov.
Se sentía aturdido, en el fondo de su corazón se sintió pésimo porque entrevió los sentimientos de Viktor en una perspectiva que él mismo ni siquiera se le hubiera ocurrido admirar. Sala y Michelle eran el regalo inesperado que él le había regalado a Viktor. Viktor los había querido, Viktor los había aceptado... y Yuuri jamás lo había notado.

Y ahora Viktor se lo hacía ver: él no quería hijos, porque ya los tenía.

Era un idiota, era un real idiota. Lloraba el vacío de su omega, lloraba por alguien que jamás existió y jamás existiría, se hacía daño al darle vueltas el tema en su cabeza, se sentía inferior y se tenía lástima... pero jamás se ocupó de arreglarse a sí mismo, nunca se preocupó por llenar el vacío de sus entrañas con amor, con otro tipo de amor, con otro tipo de hijos.

Era cierto, amaba a Sala y Michelle, los amaba por ellos mismos, como compañeros y como hijos, pero cuando se trataba de su infertilidad, siempre los hacía a un lado y de forma egoísta él se hacía a sí mismo el centro de atención, de dolor. Siempre alejando a los demás de sus problemas.

Viktor había visto más allá. No era culpa de Viktor, en ese aspecto Viktor había sido tan pulcro y cuidadoso, no, nunca fue culpa de Viktor. Él mismo se había encargado de envenenarse con pensamientos como que Viktor no le comprendía, él y su cerrado ser habían dañado su vínculo de confianza y amor.

Viktor jamás necesitó alguien de su sangre, Viktor había acogido lo que él le regaló y lo aceptó, lo cuidó y lo amó. Hasta que el mismo Yuuri los apartó de su lado, llevándoselos consigo cuando huyó.

La conmoción lo golpeó fuerte, una sensación tan poderosa como salida del sol al romper la oscuridad. Quería ver a Viktor, quería hablar con él, quería estar con él.

— ¿Dónde está?

— ¿Quién? — Sala al fin se había sentado al lado de su hermano, ahora jugaba enredando sus dedos en su cabello azabache una y otra vez.

— Viktor, ¿dónde está Viktor?

Se puso rápidamente de pie y por un segundo vio la duda en el rostro de los adolescentes.

— Mmh... esto pasó hace un par de horas — admitió Mickey.

— ¡¿Un par de horas?! ¿y por qué esperaron tanto para contarme?

— Nosotros también tuvimos que tomarnos nuestro tiempo para poder procesar todo esto. Creímos que papá había hablado contigo antes sobre esto.

Los hermanos se miraron entre ellos con preocupación, ¿acaso creían que iría a discutir de nuevo con el Nikiforov? aunque no los culpaba, eso era lo "normal" que les había estado mostrando con los años. La discusión y el ignorar.

— Katsuki — un alfa del clan se interpuso en la conversación precipitadamente — hay que reunirnos, todos, son órdenes de Viktor.

...

Se reunieron en campo abierto, en un lugar muy apartado de donde solían prender la fogata por las tardes. Estaba cubierto de hojas y debido a la altura el viento se hacía más pesado, los pocos árboles en esa zona lograban encerrarlos a todos en algo parecido a una media luna. No tenían certeza de la hora que era, el cielo había estado poblado de nubes grises desde hacía varios días, con suerte y su reloj biológico les daba la idea vaga de que era pasado el mediodía y la oscuridad al caer les aseguraba que la noche empezaba a llegar.

Todos empezaron a reunirse de a poco y Yuuri no tuvo oportunidad de intercambiar palabra con Viktor porque parecía bastante ocupado hablando con otros alfas más. Apuntaban hacia algunas direcciones y discutían, se movían, miraban, esperaban a que más se añadieran y seguían discutiendo.

Dado el momento, con Viktor de pie y todos alrededor, las preguntas cesaron porque el líder había decidido ir al punto.

— Estábamos varios arriba de la montaña y avistamos un tigre de bengala que huyó cuando se dio cuenta que lo descubrimos. Seguramente Emil Nekola ahora va a ir con el cuento a Leroy y Cialdini de dónde estamos. Estoy seguro que la mansión ya debió ser registrada por ellos y no podemos regresar.

Michelle se aferró al brazo de Yuuri mientras Viktor seguía dando datos e indicaciones. Sala miró de reojo mordiéndose el labio. Yuuri supo lo que aquello significaba para ellos y negó con la cabeza, algo entristecido por los hermanos.
Mejor no hablar de ello.

Las tareas se dividieron en varias, pequeños grupos que debían ser rápidos y organizados. A algunos Viktor les ordenó registrar los recintos pequeños que habían habitado y sacar lo necesario; otros tantos a cargo de Leo se encargaron de recolectar todo lo que tenían como alimento y bebestible; y otros más tuvieron que adelantarse a inspeccionar y custodiar la entrada de la ciudad hasta que todo dentro de ella estuviera resuelto y el clan estuviera listo para marchar.

— ¿A dónde iremos? — preguntó Otabek con Luka acurrucado en sus brazos, el menor tenía entre sus manos una manta de un azul desgastado.

Viktor apretó los labios, negando.

— Rho es lo más cercano que hay, no podemos permitirnos tomar otro camino porque podríamos perdernos y no hay tiempo para explorar zonas nuevas, podría ser peor para nosotros.

— Se demorarán unas semanas en seguirnos, si es que menos... — acotó buscando a Yuri con la mirada. El rubio se hallaba junto a Yuko cogiendo las últimas cosas que quedaban por llevar.

— A este punto solo nos queda huir y aguantar hasta que tenga respuesta de Yakov.

— ¿Yuuri logró convencerte?

— Algo así. Eres un imbécil astuto, sabía que tú le habías contado a propósito para que me lo pidiera. — sonrió amargo, pegándole un codazo en las costillas — no le he enviado un mensaje, pero es porque no he podido dar con Maka. Cuando lleguemos a Rho lo haré.

— ¿Y si Maka no aparece?

— Aparecerá. Siempre nos sigue, pero de noche, ahora debe estar durmiendo.

Los hermanos se acercaron a ellos en un par de minutos, miraron a Otabek unos segundos y luego a Viktor, ambos con los labios sellados. Altin comprendió la insinuación sutil de querer estar en privado, así se despidió de Viktor y se alejó.

— ¿Quieren decirme algo? — preguntó Vitor cuando estuvieron solos.

— Es sobre Emil...

Viktor apretó sus labios en una línea fina. Ambos hermanos se lo quedaron mirando sin atreverse a preguntar algo más. A él también le costó armar una frase que no golpeara tanto a sus hijos.

— Yuuri debió haberles contado que Emil-...

— ¿Es verdad? ¿Es eso verdad? — para su sorpresa, el que parecía más desesperado, era Mickey.

— Sí... Emil ya no es el que ustedes conocieron, es alguien peligroso. Sé que Yuuri fue algo rudo al decírselos, pero no duden de que tiene razón.

Sintió cómo algo dentro de ambos hermanos se rompía y se sintió algo culpable aún si no era su culpa. Él no tenía nada a su alcance para hacer en ese tema.

— Van a venir cosas malas — les adelantó — y tenemos que escoger a qué lado pertenecemos — pellizcó despacio la mejilla de Sala — escoger a quién o quiénes queremos proteger. Todos en el clan, quedamos pocos, pero somos una familia y estamos cuidando a personas muy frágiles. Se han hecho muy amigos de Luka por lo que he visto, ¿no? él es pequeño, no entiende sobre la mayoría de las cosas que están sucediendo a su alrededor, él es alguien a quien tenemos que proteger. También está Yurio y Yuuri, por supuesto. No estoy queriendo decir que reemplacen a Emil ni olviden lo que alguna vez significó para ustedes, solo quiero que no olviden que el tiempo pasa... y las personas cambian y se van, pero siempre llegan otras más.

Sala jugó con sus manos y Michelle bajó la vista.

Su lucha no estaba con ni para Emil, su lucha estaba con los Nikiforov, con Vitya, con Yuuri, con Luka, con lo que ahora eran su familia, con sus personas preciadas que estaban allí.

.

.

.

Como era de suponer, Sala y Michelle nunca conocieron a sus padres. Siempre habían pasado de trato en trato hasta que, milagrosamente, llegaron al cuidado de Yuuri; un adolescente tímido, con moretones en la piel, pero con una calidez en la sangre que los hicieron ceder ante la mano que los hacía dormir y que los cuidaba con dedicación.

Cuando él se fue para ser vendido en el mercado negro, su pequeño mundo lleno de amor y amabilidad, se hizo añicos.

La falta de Yuuri se les hizo doloroso en extremo porque eran niños, eran críos, no pasaban mucho tiempo con los demás alfas, no sabían cazar, pasaban hambre -si es que no se llevaban la peor parte de los animales grandes-. Fueron echados a un lado y a veces golpeados por ser los más jóvenes en el clan, aunque bueno, eran tiempos difíciles y nadie se salvó de ello, ni siquiera los mejores perros de Celestino que había perdido la cabeza cuando llegó aquella noche al clan sin omega y sin comida.

No supieron reaccionar cuando escucharon que Yuuri Katsuki había sido raptado, ¿eso significaba algo bueno? ¿algo malo? con el mundo que ellos conocían, seguramente significaba algo malo y Yuuri debía estar pasándolo pésimo. Y lo peor era que ellos aún eran niños, no podían hacer absolutamente nada más que sentir el abandono y la tristeza de que su madre se les haya sido arrebatada.

La estadía en ese lugar y su recuerdo era un trauma, pero ambos hermanos debían admitir que hubiese sido mucho peor si nunca jamás hubiesen conocido a Emil Nekola.

Las visitas de Liddy y Aaron Nekola siempre habían sido frecuentes tres veces en el mes, pero ellos no llevaron a su hijo sino hasta que él tuvo los nueve años. A diferencia de lo que era considerado normal, ellos sí se hicieron cargo de quien procrearon, pero no por amor, sino por el objetivo específico de que debía hacer prosperar el lazo entre ambos clanes para sobrevivir y también para conservar la línea pura de tigre de bengala de la que se sentían tan presuntuosos. Leales, orgullosos y arrogantes los Nekola. En su tiempo, Emil fue la excepción.

Con la mirada perdida y el ánimo siempre bajo, a la defensiva, reservados, Sala y Michelle de cinco años solían echarse en el pasto cerca a las salidas de los Valles Primavera, donde alguna vez se llevaron a Yuuri y por donde jamás lo vieron regresar.

— ¿Qué miran?

Fue la primera vez que se dirigía a ellos, pero bien poco les valió la intención.

— Qué te importa — había contestado Michelle.

Mickey estaba recostado sobre Sala, como protegiéndola, mientras esta dormitaba como loba. Le acariciaba el suave pelaje azabache con desgano. Sala no podía ocultar su desánimo y por ello se la pasaba durmiendo, aquella fuera su única escapatoria de ese mundo que habitaba. Mickey, bueno, él se empezaba a forjar como alguien de pocas palabras y algo esquivo con lo desconocido por el miedo que le generaba.

Emil, en efecto, era alguien deslumbrante, alegre, fuerte, divertido y extrovertido. Algo nuevo para ellos que se ganaba la desconfianza de Michelle.

Eran dos o tres días los días que duraban las visitas de los Nekola, días en que el menor de ellos no paraba de revolotear alrededor de Sala y Mickey haciendo pregunta tras pregunta, hablando de temas al azar aún cuando Michelle lo ignoraba con el ceño fruncido y Sala era indiferente.

Para cuando el tiempo pasó, Emil ya se había vuelto la molestia tres veces mensual de los hermanos Crispino. Los seguía, se sentaba con ellos, les traía comida como si con eso pudiera sobornarlos, hablaba y hablaba y cuando Sala rió bajito de algo que había dicho, Emil supo que ya casi tenía al menos a uno de los hermanos en la palma de su mano.

El tigre no desistía y eso a veces estresaba a Michelle, quien tuvo que resignarse a que su hermana de a poco empezara a responder a las conversaciones del muchacho. Sin querer hacerlo, se fue acoplando y acostumbrando a tener cerca de ellos a Emil.

Rodeado de adultos, siendo los más jóvenes en aquel clan, nunca recibían demasiada atención. Lo que en un principio les costaba trabajo tal como el cazar, el pelear por su puesto en ese lugar, tuvieron que hacerlo a la fuerza y acorralados porque si no lo hacían rápidamente serían desechados o peor... quizá devorados o acosados sexualmente. Y aunque estas últimas opciones ellos no la tenían contempladas, algo dentro de su corazón de infante les decía que debían luchar por sobrevivir, no confiar demasiado y hacer una muralla entre su mundo y el de los demás para que no se metieran con ellos.

Si en el presente Michelle lo pensaba, no le parecía extraño. Emil era una de las pocas personas, si no, la única, que les prestaba atención. No era de extrañar que cuando él y sus padres se retrasaran en las visitas mensuales, ya fuera por el clima u otros, el par de hermanos inconscientemente se preguntaran por qué aún no llegaba.

Caló despacio en ambos, con molesta insistencia y terca obstinación. Para cuando había acabado el año, Emil ya tenía en la palma a ambos Crispino en la más inocente amistad en la que en un inicio el muchacho los quería envolver.

Fue agradable, estar con Emil se transformó en su desahogo. Fue el único amigo que en su vida habían hecho, alguien a quien llegaron a querer aparte de Yuuri.
Claro que la felicidad no fue permanente.

Para cuando Michelle y Sala cumplieron los siete años, las visitas de los Nekola empezaron a ser menos frecuentes. No llevaban la cuenta exacta de los meses pero sabían la frecuencia de los días... y Emil un día definitivamente ya no fue más a visitarlos.

No supieron por qué, ni cómo. Emil había desaparecido. Como si jamás hubiese existido.

Ese invierno fue crudo. No había alimento y los animales de los bosques hibernaban escondidos quién sabía dónde. El agua fría congelaba el pecho al tomarla y las lluvias torrenciales hacían que algunos empezaran a morir por hipotermia; sobre todo los felinos que poco a poco fallecieron hechos ovillo, congelados. Algunos perros abandonaron el clan, notando que la situación ya no daba para más, que no tenían futuro en ese lugar.

Celestino estaba perdiendo el control y el clan estaba en crisis. De cientos, ahora solo quedaban una treintena.

Los hermanos habrían de enterarse tiempo después que los cabecillas del clan Leroy habían muerto y el mando lo había tomado su primogénito. El muchacho había sido listo y, al igual que varios más, se dio cuenta que una alianza con el clan Cialdini ya no valía la pena si no tenían alimento ni gatos, por lo que cortó toda conexión y se quedó permanentemente con la familia Nekola a su lado.

Cuando el invierno se fue y dio paso a la primavera, fue un poco más llevadero por el tema del clima, pero fue como una nueva recaída al ánimo de los niños Crispino. Siempre tristes, reticentes y huraños.

Al pequeño y devastado mundo de Sala y Michelle ahora le hacía falta otra persona. Emil. Yuuri y Emil los habían abandonado, fue lo primero que pensaron.

.

.

.

Yuuri había vuelto a sus vidas y ellos no hubiesen podido superar muchos de sus antiguos miedos de no haber sido por él en primer lugar y luego por Viktor. Pero Emil jamás regresaría y a pesar de que el dolor ya no era tan fuerte como antes, sí era uno que lo reía y que, a fin de cuentas, seguía en sus corazones.

Recordar a su amigo por lo que fue y no por lo que era ahora. Difícil, porque su presencia era constante.

Caminaban en grupos compactos formando una fila. A la cabeza Viktor había puesto a un puñado de los mejores alfas que tenía y entre ellos estaba Otabek, seguido venían los omegas acompañados de Yuko, tras ellos la gran mayoría del clan cargando suministros varios, sus espaldas la cuidaban otro puñado de competentes alfas y entre ellos Leo. Al final iba Viktor vigilando a todos desde esa posición estratégica.

Sala y Michelle venían detrás de los omegas, separándolos del resto de los alfas. El muchacho levantó el rostro para aspirar aire frío cuando sintió que debía despejar su mente, fue cuando avistó a Luka dormitando en el hombro de Yuuri. Seguramente Yurio ya se había cansado de cargarlo.

— Te gusta — Sala aseguró. Él la miró de reojo, llevando de inmediato sus ojos al camino de tierra, un gesto que claramente Sala notó. — y ahora estás avergonzado. — se inclinó para verle mejor, pero no mostraba atisbo de burla, sino, calidez.

De nada servía que Michelle no fuera alguien de fácil sonrojar, su hermana lo conocía al revés y al derecho y todo intento de mentir era en vano. Todavía así, lo intentó.

— No sé de qué hablas.

Su voz fue parcial y sospechosamente calculada. Con agilidad trepó y le tendió la mano para ayudar a su hermana a subir por una de las rocas estrechas en ese angosto pasaje. Por suerte no había casi nadie lo bastante cerca para que escucharan su conversación.

— Claro que sabes de qué hablo — refunfuñó aceptando su ayuda.

— Es un niño, Sala.

— ¿Ves? sí sabes de lo que hablo.

Mickey chasqueó la lengua y se echó las manos a los bolsillos. Volvió a echar una rápida mirada a Luka, pero se arrepintió en cuanto notó la mirada de su hermana perforándolo.

— Deja de mirarme, es molesto — masculló con voz nerviosa, dejando salir un suspiro entrecortado y al final, la verdad: — n-no le digas a Yurio...

— Como si él no supiera. Yurio no tiene nada de tonto. — resopló con algo de gracia en la voz.

Mickey frunció el ceño preocupado por su propia persona y el peligro que eso representaba, había aprendido a respetar al muchacho omega y a su temperamento con el tiempo.

No sabía cómo había pasado, ni dónde o por qué, pero Luka tenía algo que le era grato. Quizá la paz con la que se movía, como si para el niño el tiempo transcurriera de forma muy pausada y no tuviera apuros. O tal vez se trataba de la manera tímida en la que solía acercársele como si temiera ser rechazado. Mickey entendía esa sensación, la relacionaba con el abandono que alguna vez él y su hermana sufrieron y en algún punto quiso hacerle sentir a Luka que no le era molesto que estuviera a su lado. Aunque él no lo sabía, ese sin duda fue el génesis de sus sentimientos hacia el omega. Había querido que se sintiera cómodo y feliz a su lado, que no pasara por lo que ellos habían pasado, centró su atención y deseo de felicidad en Luka.

Tenía muy en cuenta que Luka era solo un niño de ¿cinco? ¿seis años? y que tenían una década de diferencia. Eso solo lo hacía sentir mucho más estúpido y culpable, la diferencia a su parecer era demasiada. No obstante, ya no se podía evitar: quería a Luka. Tenía sentido si Yuri Plisetsky quisiera tirarlo a la hoguera.

Se hallaba pensando en las mil formas en que sería insultado y agredido por la fiera Plisetsky, la voz de su hermana a su lado llamó su atención.

— Hay que protegerlo con mayor razón — Sala puso su mano en su hombro y le sonrió como solo ella sabía hacerlo, como solo ella sabía apoyar a su hermano.

Pensó que su hermana lo molestaría, sinceramente, que se reiría de él un rato y luego diría cosas como la que acababa de decir para hacerlo sentir un poco mejor. Pero no. Sala se mostraba sincera, no había vacilación en su voz, había ido al punto porque sabía que era importante para él y porque la situación no era la mejor para bromear.

Una mirada tácita, un acuerdo silencioso, una sonrisa cómplice.

Nuevas personas en su mundo, en ese pequeño mundo donde no querían sentir nunca más el abandono de un amigo, o más bien, de alguien querido. Protegerían a quienes amaban y quienes ese día estaban a su lado, con todo su ser.

— Gracias Sala.


¡Gracias por leer!