Épsilon

Para nadie pasó desapercibido que Viktor y Yuuri desaparecieron en la mañana y volvieron casi cuando la luz del día había desaparecido. Katsuki estaba sonrojado por tener tantas miradas sobre él y tras darle un vistazo rápido a Viktor, se escabulló por ahí como si pudiera mimetizarse con el ambiente.

Sala y Michelle en un inicio se preocuparon, pero luego esa sensación desapareció cuando Yuuri pasó por su lado, delatando al olfato el obvio aroma de Viktor en su cuerpo. Mickey, como siempre, fue el primero en percatarse de la situación y esperó a que Sala -algo más confundida- procesara los hechos. Una vez Michelle recibió la mirada esperanzada de Sala, sonrió sin poder evitarlo; la sensación de esperanza fue mutua y, aunque les costó, ambos tuvieron que ahogar su emoción ante la muy probable reconciliación de sus padres, ya que Yuuri estaba tan rojo como un tomate y no querían cohibirlo más. En cambio, a penas los niños buscaron la los ojos de su otro padre, la mirada de cachorro enamorado de este lo delató e intentando retomar sus labores, dio unas órdenes escuetas al clan para intentar desviar la atención.

Al día siguiente, muy temprano por la mañana, emprendieron nuevamente el viaje. Viajaban entre árboles casi desnudos y suelos de maleza salvaje, no obstante, aún no habiendo mar ni mucho menos graznidos de gaviotas como en Yplison, Viktor sospechó que en un par de horas más serían víctimas del clima. El cielo se veía más amenazador que nunca, la capa que lo cubría era nubes grises y por el horizonte, siguiéndolos, se acercaban nubarrones muchos más turbios y oscuros. Algo muy similar al fastidio lo hizo chasquear la lengua cuando el frío desapareció sospechosamente. Esa fue la confirmación de que en muy breve habría lluvia sobre sus cabezas.

Buscó por todos los rincones de su mente un trozo de mapa que pudiera resguardarlos, no era confiable quedarse a campo abierto por mucho más. El líder del clan sabía que solo un idiota desafiaría a la naturaleza y sus decisiones.

Hizo desviar a todos hacia lo que reconoció como el camino que usaban los cadetes de Épsilon para las cazas de primavera. Si se internaban bien en el bosque, las redes que tejían los árboles en lo alto podrían resguardarlos mejor.

Yuri seguía comiendo muy poco y Yuko empezaba a desesperarse porque estaba muy pálido y con ganas de nada. De la nada había vuelto a ignorar a Otabek, se la pasaba molesto y triste. La muchacha médico no sabía qué hacer, se suponía que el invierno era la época dorada de los híbridos de frío, pero Yuri no se animaba a disfrutar de las bajas temperaturas, no sacaba sus orejas, no tenía ánimos ni vitalidad, se la pasaba durmiendo acurrucado en el regazo de Yuko.

Era notable que Yuri estaba triste. Dentro del todavía orgulloso pecho, el chico se negaba a perdonar a Otabek por ignorarlo y preferir muchas veces la compañía de Isabella. Si tan solo el alfa pudiera entregarle una explicación y una disculpa decente, él podría aceptar su compañía, ya que en ese momento la estaba necesitando más que nunca.

Los omegas encinta se volvían seres vulnerables si durante su embarazo no eran acompañados por un compañero. Quienes se aventuraban a atravesar los nueve meses solos, se volvían criaturas tristes y frágiles de mente y corazón. Ellos necesitan un apoyo, alguien que los proteja, que les entregue seguridad y confianza además de cariño genuino. Un compañero no necesariamente debía ser el padre del bebé, sino también podía tratarse del mismo padre del omega, o su madre, o un amigo muy cercano, entre otros y siendo irrelevante si se trataba de un alfa, beta u otro omega. Aquella decisión era del omega embarazado y nadie más podía tomarla en su lugar.

Y para alguien tan cerrado y huraño como Yuri, la persona indicada no podía ser ninguna otra que Otabek, claramente. A él le había entregado cada trocito de lo que conformaba su alma: sus miedos, sus traumas, su felicidad, sus deseos, su angustia, sus malos momentos, su temperamento, su belleza, su amor. Y no. No podía ser nadie más que Otabek Altin porque en sus manos tenía todo lo que era Yuri Plisetsky.

Viktor había estado notando el estado de Yuri. Como líder, estaba más centrado que nunca en cuidar de su gente y el mal ánimo en el omega llamó de inmediato su atención.

Sin embargo, sabía que acercarse a conversar con Plisetsky no era la mejor opción, así que se fue por el lado más manejable de la situación.

— Beka, ten — le tendió un trozo de carne de las reservas que tenían — debes comer.

Había decidido intervenir con Otabek.

— Gracias.

Pareció estudiar la carne con la mirada y luego le dio una mordida.

— ¿Yurio sigue sin hablarte?

El muchacho afirmó mientras seguía comiendo en silencio, a pequeños trozos, casi como si con el tema el hambre se le fuera completamente.

— ¿Me vas a decir qué te pasa?

— Yuuri y tú arreglaron sus problemas — dijo, en un intento desesperado de cambiar el tema.

— Sí — respondió abrupto, no perdiendo el hilo de a lo que quería llegar — ¿me vas a decir?

Otabek no lo miraba, comía en silencio. La carne fría y ligeramente húmeda le helaba la punta de los dedos, un olor viejo, tenía días de estar siendo guardada, pero no estaba mala y tampoco podía quejarse si mañana partían y necesitaba fuerzas. Sus colmillos se clavaban en la carne chiclosa, desgarrándola a jirones tiernos. No sabría explicar su sabor, puesto que no era uno muy fuerte estando cruda, pero a sus papilas gustativas le encantaba y de eso no había duda.

— ¿Otabek?

— ¿Decirte sobre qué? — respondió algo molesto.

— Has estado raro desde que llegaste de Lambda con Isabella y ya no creo que sea el cansancio que siempre me dices. Además, no encuentro normal que pasen tanto tiempo enfadados tú y Yurio...

— Yo no estoy enfadado, ¡él está enfadado!

— Ya, ¿y por quién será? — levantó las cejas, mirándolo a sabiendas.

Terminó de comer el trozo de carne de mala gana, como si no lo disfrutara. De las pocas cosas que le desagradaban, el que Viktor lo interrogara estaba entre ellas. Sabía que solo se estaba preocupando porque para Viktor era como su hermano menor, pero aún así lo molestaba.

— Por mi culpa. — suspiró intentando no enfadarse porque al fin y al cabo, su frustración no era por ni para Viktor— a mí... me da vergüenza y me atormenta. Me siento muy culpable al recordarlo...

Nikiforov frunció el ceño, tragando en banda. Creía saber el tipo de hombre que era Otabek, uno bueno. Pero aún así la duda le cayó como balde de agua fría y no pudo evitar preguntar.

— ¿Tú e Isabella...?

Otabek volteó a mirarlo, por fin. Ladeó el rostro sin entender la frase.

— ¿Hicieron algo?

— ¡¿Qué?! — exclamó totalmente indignado, ¿De verdad Viktor preguntó si había engañado a Yuri? — ¿Así piensas de mí?

Otabek era un alfa muy estúpido para algunas cosas, pero jamás caería tan bajo como para engañar a Yuri de tal forma, ni con Isabella, ni con nadie. Con nadie se sentía tan a gusto y en paz si no era Yuri Plisetsky.

El que hubiera nacido y sido criado en un clan tan vil como el Leroy no tenía relación con los valores que había desarrollado, todo lo contrario, desde pequeño y al notarse diferente, además de rechazarse en un inicio, también con el tiempo fue regando pequeñas semillas de compromiso que tenía arraigadas a su ser. No podía defraudar ni traicionar a alguien sin después tener un tremendo sentimiento de culpa que lo hacía deprimirse; por lo que era muy apegado a la fidelidad y el compañerismo. Odiaba que le mintieran, no gustaba de la violencia y no soportaba el daño generado hacia quienes él apreciaba.

Si aquello era lo Otabek que podía ofrecer a un amigo, entonces lo que en ese mismo instante ofrecía a Yuri Plisetsky era la devoción y lealtad absoluta hasta el fin de sus días.

— ¡No, no, no! es solo que — dio un largo suspiro — no te estás explicando bien y creí que, ah, como sea, solo olvídalo, disculpa.

— Se me nubló el juicio porque no había comido carne — admitió — me salivaba la boca y, no sé, sentía tanta hambre que yo... empecé a pensar cómo se sentiría la carne de Yuri — empezó a bajar la voz, empezando a sentirse tan culpable como la primera vez. No se atrevió a mirar a Viktor. — todo era tan confuso, pensé hacerle tantas cosas a Yuri, p-pero la verdad no quería, no era yo el que pensaba.

— Era tu alfa.

¿Juzgar a Otabek? nada de eso, de hecho, Viktor lograba comprenderlo de cierto modo. Alguna vez él también necesitó de alguien que le explicara lo que él era y su padre fue el encargado de guiarlo, pero entendía que Otabek en su niñez no tuviera a alguien para explicárselo y en este punto estuviera en una lucha consigo mismo.

— Otabek, lo quieras o no, esa parte en ti es normal.

— Pero yo no quiero que sea normal — contestó con frustración en la voz.

— Pero lo es. — repuso con dureza — Otabek, los omegas batallan toda su vida con el prejuicio de ser promiscuos y máquinas para procrear debido a su celo, son cazados, son violados, son comidos, ¿tú crees que ellos quieren ser vistos y ser tratados así? — Altin negó con la cabeza y Viktor repitió el gesto — El celo los ciega a tal grado que los desespera por tener sexo y procrear, pero en la gran mayoría de los casos ellos ni siquiera quieren ser tocados porque en lo profundo de su conciencia reprimida saben que saldrán heridos, que serán los únicos que siempre terminarán perdiendo ¿tienes idea de lo terrible que es eso? los omegas le temen a su propio instinto.

Otabek escuchaba en silencio, con los labios entreabiertos y el ceño fruncido, volcado a las palabras de Viktor.

— ¿Tú crees que la naturaleza nos lo puso fácil a los alfas por supuestamente estar a la cima de esa estúpida pirámide jerárquica? — Viktor soltó la pregunta con sorna — solo un alfa estúpido y sin cabeza creería que estar en la cima nos hace geniales. Estamos en la cima porque todos nos generalizaron como los depredadores más salvajes y peligrosos, nos aislaron a la deriva para que nos matemos entre nosotros y omegas, para que al fin y al cabo, naciéramos y muriéramos siendo las bestias que somos. Eso no es lindo y por sobre todo, no es genial — negó con la cabeza — porque de paso se olvidaron de quienes no queremos ser así. La tenemos difícil por estar en la cima de la pirámide, porque tenemos más raciocinio y porque apreciamos con ojos más críticos el mundo maltrecho que nos rodea. No eres el único, Beka, hay muchos más que batallan con su propia naturaleza ya sea alfa u omega.

— Pero aquella vez-...

— Fue una mala pasada. Te despistaste, no comiste y tu mente te falló por eso. — Viktor tenía el ceño fruncido. A veces era empático con lo reservado que era Otabek, lo respetaba, pero habían otras veces -como esta- en que no comprendía por qué se lo guardaba todo si le estaba haciendo mal — estuviste ignorando a Yuri por esa razón y eso le enfadó, ¿me equivoco?

Otabek se veía contrariado, quizá, algo más relajado con el sermón que en un principio creyó molesto. Negó con la cabeza, no se equivocaba.

— Sé que te sientes culpable por lo que pensaste que podrías o no hacerle a Yuri en ese momento de confusión, pero a veces eres tan tonto, Beka ¿cómo no te das cuenta que tu sentido de la protección es mucho más fuerte que tu instinto?

— ¿"Sentido de la protección"?

— Tienes mucha humanidad en ti y llegas a ser tan humilde que ni te das cuenta. Cualquier otro idiota no se hubiera sentido culpable en una situación así, porque para ellos sería un pensamiento recurrente y normal. Pero para ti no lo es.

— Yuri una vez me dijo algo parecido, dijo que yo era "demasiado humano".

— ¿Sabes? estoy aburrido de verte con la cara larga, a ti y a Yurio. Deja de lamentarte por ser un alfa y usa lo que eso tiene de bueno a tu favor: proteger a Yuri y a Luka. — "y a tu otro cachorro". Pensó.

Esas palabras hicieron eco en la cabeza de Otabek.

Si no puedes cambiar lo que eres, batalla, y entonces úsalo a tu favor.

De que había sido un idiota intentando ignorar a Yuri, lo había sido. Lo sabía.

De a poco iba aceptando las palabras de Viktor. Necesitó de un rato para asimilar todo. Quizá su inseguridad no se iría de inmediato, dejando pequeñas espinas, pero debía conversarlo con Yuri; él era su pareja y su confidente... y el estar separados lo había estado dañando.

Había estado viéndolo a la distancia, notando cómo dejaba de comer y se descuidaba. Le dolía en lo más profundo del corazón porque se sentía el único culpable de que esa soberbia y vanidosa joya estuviera hecho un desastre.

Tenía que arreglar las cosas y ser directo. Dejar lo cabos sueltos había sido demasiado cobarde de su parte.

...

Se habían ido internando más hacia los bosques y hacían una parada de una noche en un refugio improvisado al costado ahuecado de una roca. El cielo había empeorado notablemente y el viento era algo que ya no pasaba desapercibido, las nubes negras se acercaban y Viktor esperaba que aquellos espesos árboles que cubrían su cielo los protegieran lo más que pudieran de la lluvia que, temía no solo fuera una simple lluvia, sino una torrencial.

— En teoría los vientos deberían parar si empieza a llover — le había dicho Yuuri.

— Pararon hace unas horas, pero volvieron ahora... y no pararán si viene con temporal incluido — suspiró Viktor, rezando internamente para que no fuera eso.

El omega se apoyó en su brazo para, a su manera, inspirarle fuerzas. Viktor correspondió ladeando su cabeza para apoyarla en los cabellos suaves y azabaches del zorro ártico.

Un poco más allá, estaba Yuri Plisetsky. Arrugó la nariz cuando vio a los dos viejos acurrucados, no queriendo admitir su envidia.

Yuko había querido tomar un descanso, por lo que en ese momento se hallaba casi quedándose dormida a un lado de la fogata que hondeaba con inestabilidad, amenazando con apagarse en cualquier momento. Y por parte de Luka, el joven león había sentido frío y en ese momento dormía entre en grueso y mullido pelaje de Mickey y Sala.

El clima parecía ideal para ir a acurrucarse cerca del fuego y quedarse allí dormido. Pero él ya había dormido mucho y aunque lo intentara, no podía seguir haciéndolo.

— Yura.

El llamado casi lo hizo morderse la lengua del susto. Su corazón latió rápido al reconocer quién lo había ido a ver desde su posición estratégica para observar con desdén a todos. Mas no respondió.

Otabek se apoyó contra la misma roca que él y le tendió dos trocitos de carne pinchados en un palillo.

Se cruzó de brazos e ignoró. Evitó su rostro.

— Tienes que comer algo, por favor.

Ninguna respuesta.

— ¿Puedes hablarme? por favor... me duele no escuchar tu voz.

Yuri frunció el ceño cuando su corazón dolió con esas palabras.

— No quiero.

La frase, inconsciente, escapó de sus labios antes de que pudiera conservar por más tiempo su voto de silencio.

Otabek suspiró bajito. Había decidido ese momento para hablar con Yuri, pero también para ofrecerle algo de comer.

— Está cocida — argumentó con voz suave, intentando convencerlo.

Yuri miró la carne de reojo.

— Solo me gusta la carne cuando está-...

— Cocida a tres cuartos.

Exacto.

Yuri tragó saliva y miró en dirección contraria, sintiendo las mejillas calientes.

Otabek le estiró un poco más la carne y Yuri masculló algo entre dientes arrebatándole el palillo y sentándose a darle un pequeño mordisco.

No supo si de pronto sus ganas de comer habían vuelto porque la carne estaba demasiado buena, o porque la compañía de Otabek alegraba a su omega interno... de cualquier forma, devoró ambos trozos en silencio.

El ululeo de los búhos empezó a escucharse cuando caía la noche, pero fue el trinar de las aves anunciando que la lluvia ya caía ligeramente lo que llamó la atención de Yuri. Miró sobre sí, divisando a varias que volaban hacia sus nidos.

— Yura, quería hablarte de algo...

La mente de Yuri, de golpe, voló a otra parte mientras veía confundido las aves y la forma peculiar que formaban los árboles metros más arriba. Algo hizo saltar su corazón.

Se puso de pie de súbito, trastrabillando un poco con la mirada hacia arriba. El alfa lo miró curioso.

Yuri sintió su corazón en sus oídos, bloqueando cualquier otro sonido. Dentro de su cabeza se revolvían miles de recuerdos, en busca de uno en específico. Dio varias vueltas inconexas en su lugar y luego bajó la vista a los troncos, estudiándolos frenéticamente.

Si acababan de pasar Épsilon, entonces...

Él conocía ese bosque. El patrón de los troncos viejos y mohosos.

— ¿Yura? ¿Pasa algo? — los ojos asustados del rubio alertaron a Otabek, parecía desconectado de la realidad, buscando algo que físicamente no parecía hallar — ¿Yuri?

— Mira, los árboles van en zig-zag — murmuró.

— ¿Q-Qué?

Su cerebro lo golpeó con la realidad en un recuerdo muy lejano que casi había olvidado, pero que logró recuperar logrando que los vellos de su nuca se le erizaran. Los árboles que jamás podría olvidar. El patrón peculiar y su altura tenebrosa cerrando el cielo. La tierra mezclada con hojas y césped, el olor a humedad.

Otabek no entendía, confundido ante lo absorto que Yuri miraba casi con miedo el lugar. Sus labios entreabiertos y el ceño fruncido.

— Oh, no puede ser...

— ¡¿Y-Yuri?!

Otabek se alarmó cuando Yuri tomó su forma de leopardo y empezó a correr hacia el corazón del bosque. Miró alertado hacia todos lados, pero no halló la mirada de nadie para dar aviso o pedir ayuda.

Asustado porque no sabía qué sucedía, la decisión fugaz y sin meditación fue perseguir a Yuri... pero la tarea no era fácil, era demasiado bueno girando por parajes y que Otabek lo perdiera de vista. Incluso siguiéndolo como pantera era demasiado escurridizo. Le rugió en señal para que se detuviera, pero Yuri no hizo el menor caso; su cola espesa y sus patas habilidosas avanzaban con experiencia en un zig-zag que llegaba a marearlo.

Yuri no podía pensar en nada más que llegar hasta el otro lado de ese bosque. Cada paso que daba era camino que volvía a reconocer, pero con él más pequeño, con piernas más cortas, con una mente más aterrada y con el alma más destruida.

Sentía detrás de él que Otabek lo seguía, pero eso en aquel momento le fue irrelevante. No así para el muchacho alfa, que algo desesperado por no perderlo, lo siguió en lo que fugazmente calculó unos tres o cuatro kilómetros. Sintió algo de inseguridad al alejarse tanto del clan, solo esperaba no encontrarse con otro alfa o, peor, que Yuri se encontrara con uno primero. Esperaba que estuvieran en una zona lo suficientemente anecúmene para que nadie olfateara a un omega.

El bosque y la creciente noche decidieron jugarle una mala pasada y, por perderse en cavilaciones vagas, Yuri desapareció de su vista. Se detuvo en seco y se quedó quieto, no se movería porque temía perder la dirección, pero sus ojos no ayudaban mucho, solo avistó a algunas aves sobre él. Maldijo para sus adentros, ¿qué demonios estaba haciendo Yuri?

Olfateó todo lo que pudo, el aroma de Yuri seguía presente y tendría que guiarse por eso. Tuvo que mantener un ritmo más lento y no tan frenético como antes, eso si no quería perder la pista al dejar distraerse su nariz.

Cuando sintió que cada vez se acercaba más, tomó su forma humana y no tan alto preguntó al aire.

— ¿Yuri en dónde estás?

No tuvo respuesta vocal, pero sí sonora. Algo un poco más adelante de él había dejado de moverse. Se acercó con precaución, sintiendo el aroma del menor cada vez más cerca de sí. No fue hasta que notó la su silueta delgada de espaldas que se permitió suspirar con alivio. Se acercó despacio hasta llegar a su lado.

— ¿Yuri?

— Estoy aquí.

Le aseguró, aunque ya no era necesario. Su voz fue como un hilo, pareja, pero débil.

Altin prestó más atención a lo que los rodeaba.

El bosque acababa con una apertura a una zona aparte, amplia, como un campo, pero no tan grande, a las faldas de una colina. Todavía en pie, la madera de la casa en ese lugar perduraba. Era como si estuviera a la espera de un viejo habitante que pudiera encontrarla.

El último hijo Plisetsky sintió el frío aire entrando y saliendo por su garganta, casi quemándole la tráquea por el esfuerzo. Sus raíces volvían a darle la bienvenida al que alguna vez fue su hogar.

Si acababan de pasar Épsilon, entonces su ciudad vecina era Gamma.


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