Kappa

Jung leía un libro recostado en el bonito sillón con forma de L frente a la chimenea. Miraba de vez en cuando a su hermano menor, Ahn, sobre la mullida piel de la alfombra en la que armaba una torre con unas piezas de plástico que podían apilarse y encajarse perfectamente, más aburrido que concentrado ya que, si la decisión dependiera de él, estaría jugando en el patio, pero su madre dijo que no iba a aceptar más ropa mojada por la nevada ni mucho menos niños resfriados.

Seung miraba con ensimismamiento por la ventana hacia el patio trasero de su hogar. No le gustaba ese tiempo, lo odiaba.

Para esa época del año, la ciudad Kappa se volvía insoportable. Las tierras fértiles y fructíferas se paralizaban. Los productores agrícolas se resguardaban en sus cabañas dejando al tiempo hacer y deshacer sus suelos, hasta que la tregua llegara en primavera. Mientras, los suelos sembrados de humedad y nieve, los establos se mantenían cerrados, la llegada de la mercadería marina desde las grandes ciudades era escasa, los modestos hospitales se saturaban de enfermos y el mundo se escondía en tras sus murallas.

El frío hacía que todo se hiciera lento, y para alguien que había aguardado tantos años mirando por esa ventana, era insoportable, detestable.

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Nelli miró con el ceño fruncido las pequeñas florecitas de su jardinera en el marco bajo de la ventana. Ninguna había sobrevivido por el invierno y los pétalos color rosa eran solo un punto bajo la nevada de la noche pasada.

Dio un vistazo hacia el extenso camino de su hogar hacia la ciudad. No mucho se podía apreciar por las curvas y la maleza pisoteada. Quería que llegaran luego.

Dimitri y Nikolai se habían llevado consigo a Soffi, Yasha y Dema al médico por haber cogido un resfriado; les preocupaba sobre todo el menor, ya que Dema solo tenía un año y algo más, por lo que -siendo un beta- el virus fácilmente podría adherirse a él por mucho tiempo más. Ganya los había acompañado, pero el alfa se desviaría del camino antes de llegar a la ciudad por razones obvias y porque necesitaba cazar y comer algo de carne fresca.

Nelli se cerró el abrigo y se cruzó de brazos mientras se devolvía entre sus pasos para entrar a su casa donde sus demás hijos yacían. Iba pensando si acaso a Dimitri el dinero le había alcanzado para las medicinas. No quería que sus cachorros enfermaran, por suerte Georgi había resultado ser un poco más resistente al enfermar.

Se detuvo en seco a dos metros de la puerta cuando escuchó que desde el bosque de enfrente algo se removía.

Un corto bloqueo intervino su mente, sintió su corazón palpitar rápido, pero su respiración se detuvo asustada.

Había un animal allí.

Pensó fugazmente que podría tratarse de Ganya... pero Ganya se había ido en dirección contraria y había prometido llegar junto a los demás cuando salieran de la ciudad.

El destello fugaz de unos ojos pardos fue la señal que le avisó que nada bueno saldría de allí.

Volteó antes de reconocer al híbrido que salía a toda velocidad de su lugar al verse descubierto. No obstante, apenas escuchó el rugido, el olor del híbrido se esparció como un mal.

Mierda, era un tigre, era un tigre alfa.

No se atrevió a gritarle a sus hijos hacia el segundo piso, pensó que si lo hacía delataría que allí había más personas. Pensó que habrían escuchado el rugido y eso les bastaría para estar en alerta. También pensó que alcanzaría la puerta, pero en cuanto sus dedos rozaron los barrotes de la entrada, el peso en de dos inmensas patas en sus hombros la tiraron hacia abajo chocando su rostro con el fierro y cayendo de bruces a la nieve que ahogó sus quejidos. Su nariz había empezado a sangrar y su vista se nubló por el golpe.

Algo se clavó en su pierna y la arrastraba hacia atrás. Se sentía mareada y levantó el rostro apenas.

Ver la puerta alejándose de ella fue desesperante. Sus cachorros estaban allí.

Dimitri. Rápidamente su cabeza se llenó con la imagen de Dimitri, ¿dónde estaba él?

Se sacudió bruscamente para soltarse, daba manotazos, intentaba pegarle al tigre que la tenía anclada, clavó los dedos en la tierra, pero no avanzaba, no la dejaron llegar a su casa. El tigre volvió a rugir y ella empezó a llorar de frustración. Un río de lágrimas y sangre.

Su grito desgarrador se escuchó por todo el bosque cuando mordieron su muslo, desgarrando la carne con ropa y todo. La iban a comer sin piedad. El dolor lo consumió todo y, hasta el final pensando en sus hijos, hundió el rostro en la nieve fría.

No quería morir, pero por sobre todo, no quería que sus hijos la escucharan gritar.

Ahogó sus gritos y sollozos contra la nieve. Su pierna estaba destrozada y otro tigre, desde su pantorrilla, insistía en tironearla, queriendo desgarrarla del cuerpo mismo. Su extremidad dolía, sus huesos insistían en permanecer unidos.

Tenía nieve en la boca, congelaba su lengua, pero su garganta ardía como fuego vivo.

Le rasgaron la ropa, dejando su abrigo y camiseta en jirones inútiles. Sintió el aliento del alfa en su espalda, seguramente oliendo su piel y le dio asco. Cerró los ojos con fuerza y sus quejidos hicieron sus hombros temblar. Las garras se clavaron en su espalda y bajaron de un solo zarpazo dejando tres líneas donde la carne se abrió y desbordó intensa sangre con una rapidez que los fascinó.

Otro de los alfas intentó voltearla a zarpazos que le amorataban rápidamente la tez, pero Nelli no cedió, se ancló al suelo con garras, dientes y una obstinación temible.

A pesar del frío, todo el cuerpo de la omega quemaba y apenas sentía que podía respirar; rápido, doloroso, ahogado, así eran sus bocanadas entre gritos desgarradores que intentaba callar con todas sus pocas fuerzas. Sus manos estaban tiesas, no sentía el rostro.

Tiraron de ella, jugaron con sus extremidades, le clavaban las garras y, finalmente, el primer gran bocado fue al costado de su estómago donde unas fauces se le clavaron rápidamente y apretaron tan rápido y fuerte que la sangre salpicó y empezó a teñir un charco carmesí bajo la mujer tal como el que bajaba por la barbilla del animal que masticaba con gozo.

El dolor fue tan espantoso que el más simple de los gritos de Nelli repercutió como un mortal calambre en todo su cuerpo.

Sintió que la volvían a tirar de la pierna. Más fuerte, con más insistencia.

Otro tigre subió a su espalda y aplastó mucho más su pecho contra el suelo, sofocándola, apretando sus pulmones.

El alfa rugió hacia lo alto con orgullo, con la omega destrozada entre las patas. La especie débil siendo cazada.

Garra enterrándose en su carne expuesta, otro zarpazo, otra sacudida, otro tirón fuerte.

Convulsionó desesperada por sus propios sollozos. No podía gritar, estaba vomitando sangre y se estaba ahogando con ella misma.

"Voy a morir, voy a morir, joder, voy a morir aquí" se repetía mareada en su oscuridad, con su corazón a galope limpio "y ellos siguen dentro, ellos siguen en la casa". Era lo que más le dolía, lo que más la torturaba. Sus hijos vendrían después de ella. Y no alcanzó a cerrar la puerta, no los salvó.

Mordidas desesperadas, como royendo con necesidad cegada. Su pierna siendo forzada hacia su espalda, las garras hundidas en su piel como espinas. Una fuerza descomunal.

Un sonido atronador que puso su mente en blanco.

Ya no podía más, ya no sentía su cuerpo. Se la habían roto... Habían logrado arrancarle la pierna.

Era el infierno. Ardía, dolía, la carne estaba expuesta bañada en músculos ensangrentados y desgarrados.

Sentía la falta de su cuerpo, cómo no sentir cuando te falta carne en tu propio cuerpo.

En esa oscuridad en la que se deshacía en exasperación, pronto empezó a sentirse parte de ella. Se estaba desmayando mientras se la comían viva. Su respiración cada vez más lenta e imposible.

La muerte definitiva fue cuando mordieron su cuello desprovisto de collar. Su omega inmediatamente rechazó aquella mordida tan brutal, en ese trozo de piel tan dulce, y dejó que la vida de Nelli se le escapara de los dedos.

Dentro del hogar, en el segundo piso, los hijos Plisetsky se consumían en una terrible espera. Georgi intentaba calmar en susurros a Irina que lloraba entre convulsiones desesperadas. Sergei tenía tomada la mano de su hermano menor, la apretaba tan fuerte que dolía, pero en un estado de letargo, Yuri no se atrevió a decir palabra. Anna mantenía el semblante serio mirando un punto fijo, seguramente fue la primera en asumirlo a penas escuchó el grito de su madre: no podían hacer nada más que esperar. Estaban acorralados en esa habitación.

...

Seung mantenía una distancia segura de los tigres frente a él. Su rostro fue de incredulidad en cuanto escuchó lo que uno de los alfas le había dicho.

— ¿Disculpa? — dijo con tono aparentemente pasivo.

— Lo sentimos, perdimos la noción — el tigre subió y bajó los hombros, como si ya no importara — no nos dimos cuenta, además cómo íbamos a saber cuál era híbrido y cuál no.

Excusas baratas. Claro que sabían cómo reconocerlos, era innato a su naturaleza el olfato sensible, una olisqueada y lo tendrían. Pero no, el deseo fue más fuerte y cuando menos lo notaron hasta los betas yacieron en sus fauces.

— ¿Crees que soy estúpido? — le preguntó frunciendo el ceño, negando levemente — ¡¿Me estás tomando por idiota?! — su grito hizo que el alfa frunciera el ceño, pero no respondió — Les pedí que solo me trajeran a un híbrido, ¡Solo uno! ¡Que hicieran lo que quisieran con los demás! ¡Y no pudieron hacer algo tan simple como eso, son unos inútiles!

Se empezaba a enfadar, y mucho. No concebía que esos estúpidos alfas que le había costado tanto contratar hubieran destrozado la piel de los todos los leopardos de las nieves de la familia Plisetsky. Ninguno se salvó, ni siquiera el abuelo, a todos los comieron sin razonar que al menos a uno había que desollarlo primero.

Y lo que más lo enfurecía era que ningún registro había de tal especie desde hacía muchas décadas. Ese nido de oro era el último. No habían más leopardo de las nieves.

No soportó la pérdida. levantó el cañón de la escopeta hacia los alfas.

— ¡Hey! ¿Qué crees que haces? — preguntó uno en guardia, mostrando los colmillos, a punto de tomar a su híbrido para saltarle encima.

— ¡Dijeron que me traerían a una de esas bestias si les daba comida!

— ¡No fue nuestra culpa, es nuestra naturaleza!

Sin cabida a más réplicas, apretó el gatillo. Su hombro ni siquiera se movió, sostuvo firme la culata de la escopeta. La bala reventó la mitad de la cabeza del alfa más cercano y cayó como un pesado saco al piso. Los otros, asustados, tomaron su forma felina y uno intentó saltar hacia él, siendo detenido por otro certero balazo en su cuello.

Seung los miraba con odio vivo, su ceño fruncido y su respiración acelerada. Estaba asustado, pero la rabia por no tener entre sus manos a era más fuerte y lo impulsaba a intimidarlos aún si solo era un simple beta y su fortaleza se hallaba en el arma entre sus manos.

No había escalado por nada hasta el puesto de Sargento en el Escuadrón de Gamma. Era uno de los más jóvenes. Su carácter observador y calculador había destacado por su tenacidad estratega y sobre salir en las cazas de primavera; su manejo con las armas de fuego era fiera. Aunque todo reconocimiento pasado en aquel momento poco le importó. El que había sido su objetivo desde que era un niño: llegar a ser el Jefe de su ciudad para proteger a su gente, se había visto oscurecido por uno mucho más retorcido, personal y egoísta, ¿qué importaba proteger a su ciudad si ni siquiera pudo proteger a su hijo?

Fue aquella misma cuestión que no lo dejó sentir el mismo sabor de la felicidad cuando sus dos siguientes hijos nacieron o cuando Catlyn sonrió después de muchos años; cuando él no pudo imitar la curva en los labios de su esposa. A esas criaturas no las podía ver como hijos, una herida muy profunda en su alma no se lo permitía y lo anclaba al pasado. Los veía crecer, los años pasaban, pero era como si los viera a través de un paño. Compartían genes, pero simplemente para Seung no era lo mismo.

Él quería la venganza y la piel de ese animal en su sala para sonreír al verla y recordar que la muerte se paga con muerte y él había logrado vengar a su primogénito.

Uno de los tigres le rugió, pero no se atrevió a atacarlo, en vez de eso retrocedió lentamente hasta perderse con los demás entre los árboles. Seguramente el segundo tigre que Seung había baleado no sobreviviría mucho más.

...

Seung Gil Lee no dio aviso de la baja en la casa del bosque fuera de Gamma. El hostigamiento con el que había mandado a algunos de sus subordinados a averiguar a los Plisetsky se había detenido hacía un tiempo cuando Dimitri se había enfadado porque quisieron acercarse a sus hijos.

Nadie pudo sospechar la falta de la familia hasta aquel fin de mes los hijos mayores no ingresaron a la ciudad para cobrar su cuota mensual de sobrevivencia. A algunos se les hizo extraño, mucho más a los amigos y ex compañeros de trabajo de Dimitri, quienes fueron los que solicitaron un vehículo para ver si todo marchaba bien en el hogar Plisetsky y los que, finalmente, descubrieron y dieron aviso de la tragedia.

Algunos médicos de la ciudad acompañados de varios cadetes subieron la montaña para revisar los cuerpos. No había nada que pudieran hacer. Los cuerpos estaban totalmente destrozados y congelados por las nevadas, pero eran tantas piezas de carne desperdigadas que no dudaron en cerrar el caso concluyendo que todos los miembros de la familia habían sido víctimas de un ataque alfa.

Lo mínimo que pudieron hacer por alguien que había servido como cadete a la ciudad, fue recoger sus restos y los de su familia, repartirlos en tres cajones de madera barnizada y velarlos en Gamma.

En aquel mundo donde nadie creía en mucho, los betas tenían respeto hacia una divinidad que ni ellos mismos sabían qué era, pero que podía representarse con el mismo destino y la vida. Tenían pequeñas capillas, lugares silenciosos en los cuales se podía ir a meditar y donde se velaban a quienes el destino había decidido dar fin a su estadía en aquel mundo.

Los amigos de Dimitri, ordenaron la casa lo más que pudieron, tallaron las paredes y fregaron los pisos, sacaron la comida podrida y los restos de víveres que aún quedaban dispersos en las alacenas. Loyd, un viejo amigo de la infancia de Dimitri decidió preservar el cuarto en el segundo piso intacto, sin atreverse a tratar de limpiar las huellas de manos y arañazos de los niños cruelmente masacrados ahí dentro. Al irse, cerraron la cabaña, dejando las llaves en una de las tantas cajas llenas de herramientas en el cobertizo pequeño. Loyd, ofreció un último pensamiento a Dimitri y su familia. Y finalmente regresaron a la ciudad.

Se puso a los tres cajones frente a la sala y sus bancos de madera. El actual jefe de la ciudad aguardaba a un lado de ellos y debía permanecer allí hasta la siguiente mañana para, con ayuda, llevarlos hasta el cementerio donde serían enterrados. Habían velas alumbrando todo el lugar y sobre una mesa reposaban once placas de cobre grabadas con los nombres de los fallecidos en una caligrafía cursiva, delicada y preciosa. Al prometido de la hija mayor, siendo un alfa y desconociendo su nombre, se le omitió del funeral.

Todos los cadetes de la ciudad fueron a presentar su silencioso respeto y despedida a su ex compañero y a su familia durante todo el día.

Seung también estuvo allí. Se acercó silencioso y con el semblante estoico como siempre con su uniforme de cadete y su placa de Sargento en su pecho. Dejó un arreglo floral junto a los otros en la mesa donde estaban las placas y guardó un minuto de silencio observando hacia los tres cajones.

Pichit, que se hallaba sentado en una de las primeras filas junto a otros cadetes primerizos, lo miró fijamente.

Claveles blancos con un tinte amarillo. Fue el primer presentimiento que tuvo, el primero de muchos más que tendría a lo largo de muchos años más.

Seung salió de la capilla apenas pareció terminar su muestra de respeto. Pichit lo siguió y lo alcanzó a detener fuera del lugar.

— Hola — lo saludó simplemente su amigo — no te había visto, disculpa. — le sonrió.

— No. No importa.

Se quedaron un momento en silencio, hasta que Seung suspiró y sacó un cigarrillo rolado a mano ya listo para fumar. Sacó un pequeño y viejo encendedor y lo prendió. Se lo ofreció y Pichit asintió.

— Es una tragedia, ¿no? — le preguntó mientras daba una calada.

Era un día nevado en Gamma, al parecer aquel lugar era punto preferido para que esa pequeña masiva congelada bajara a pintar de todo blanco.

Seung lo observó de reojo y asintió.

— Una tragedia — repitió.

Hacía frío, pero ninguno se movió de su lugar.

Pichit sintió que la sospecha de nuevo lo asaltaba. Se sintió abrumado por ello. Siempre había sido una persona de corazonadas, pero este le dolía y su mente lo rechazaba antes de siquiera formular la frase en su cabeza.

No. Seung era su amigo, lo conocía como la palma de su mano. El hombre tranquilo que le gustaba fumar en el frío, pero que odiaba este último, que caminaba a paso calmo y casi ni se alteraba, el de las sonrisas fugaces y casi milagrosas porque aparecían una vez cada dos años, quien le dijo que siguiera sus objetivos porque todo lo que quisiera lo podría lograr. Seung era su amigo, Seung era alguien bueno. Quizá algo huraño y un poco frío, pero tenía buen corazón.

Lo observó de reojo y su corazón se aceleró con miedo cuando halló los ojos oscuros observándolo fijamente, ¿quizá viendo a través de él? se sintió descolocado, por un segundo se preguntó, ¿quién es este hombre a mi lado?

— Me tengo que marchar, Catlyn me está esperando — le hizo saber de pronto, lo seguía observando.

— Bien...

Seung levantó una ceja y volvió a sonreír con gracia.

— ¿Me pasarías mi cigarrillo, por favor? lo has tenido consumiéndose solo y eso me está jodiendo.

— ¡Ah! — así que por eso lo observaba — sí, sí, claro, ten.

Lo caló por última vez y le entregó el dichoso vicio a su amigo.

Lo vio voltearse dispuesto a irse. El impulso la ganó y volvió a retenerlo de la muñeca.

Sintió que debía decir algo más, algo que calmara su malestar.

— Fue un lindo gesto, el arreglo floral — soltó, Seung asintió un poco sorprendido.

— Lo compré en la florería de tu mamá, aunque me atendió tu abuelo. Dale saludos de mi parte cuando la veas.

Su abuelo. Había sido su abuelo. Eso era.

Sintió que se destensaba de a poco y soltó a Seung. Un último adiós con la mano y el hombre desapareció volteando la esquina.

La madre de Pichit se ganaba la vida cultivando flores. Poseían un invernadero y ellos eran los mayores productores de floricultura en Gamma y en Épsilon; donde las encargaban. Y si bien tanto Pichit como su abuelo trabajaban allí cuando estaban libres o se les requería, era su madre la que era la fuente de conocimiento de cada una de las flores.

Era su madre la que jamás podría haber vendido claveles amarillos para un funeral.

— Solo fue una coincidencia. Quizá no lo sabía — se murmuró a sí mismo.

Volvió a mirar hacia dentro de la capilla. Algunos de los que eran amigos más cercanos del Kozlov todavía velaban en silencio.

Muchas flores reposaban en la mesa junto a los nombres de los fallecidos. Entre ellas estaban las que había dejado Seung.

El arreglo era precioso, empezaba con abundantes claveles blancos en la base para ir culminando en punta hacia arriba. También los contrastaba algunos amarillos, como pequeños puntos que querían pasar desapercibidos a sabiendas de que ellos eran los que llamaban la atención entre tanto espacio blanco. Un mal camuflaje. Casi a propósito.

Como quien tira la piedra y luego esconde la mano. Una fugaz sonrisa burlesca en medio del dolor.

Antes de que el sabor amargo volviera a su boca, Pichit decidió ignorarlo y decidió que para él también ya era hora de volver a su hogar.

Los claveles eran reconocidos por ser sinónimo de lo divino. Eran especiales para despedir a alguien sobre todo si había abandonado aquel mundo, siempre abundaban en los funerales.

Los claveles blancos simbolizaban la pureza, la tranquilidad, la paz, la formalidad y la inocencia. En cambio, los amarillos...

"No me gusta utilizarlos en casos así. El amarillo es el color de la amistad" le había dicho una vez la señora Chulanont a su hijo Pichit "pero tienen doble naturaleza y también simbolizan la decepción, el rechazo y el desprecio".

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Seung no lo soportó más. Se puso de pie abruptamente llamando la atención de los dos chicos en la sala de su casa.

— ¿Papá?

Ignoró la sorpresa de Jung y la confundida mirada de Ahn.

Caminó rápido hasta la entrada de la casa, donde estaba la percha con varios abrigos de piel colgados. Abrigos que le había regalado a su esposa tratando de suplir sus propias carencias. Repasó los dedos brevemente por uno de ellos.

No era suficiente.

Catlyn salió de uno de los cuartos y lo miró con sorpresa.

— ¿A dónde vas? — le preguntó con cierta reticencia en la voz, le preguntó a pesar de que sabía la respuesta, a pesar de que no quería oírla.

— Tengo trabajo que hacer.

— Pero-pero acabas de llegar ayer — se acercó a pasos torpes a su esposo. — ¿No te habían dado unos días de descanso?

Vio asustada cómo su esposo sacaba su abrigo y se lo ponía. Se acercaba a la puerta. Se iría de nuevo.

— Dejé algunos asuntos pendien-...

— ¡Seung Gil Lee!

La voz de la mujer lo hizo detenerse. Volteó sorprendido. Catlyn era una mujer calmada y de voz suave, pero ahora su tono rayaba un próximo histerismo.

— Te amo.

Se hizo un breve silencio. Seung asintió despacio.

— Yo también lo hago. — aseguró.

— Te amo, pero quiero que te quedes aquí — su voz ahogada — te necesito aquí, conmigo, con los niños... ellos también te extrañan.

El hombre le sonrió y se volvió a acercar a ella, calmando por dos segundos su corazón antes de que tomarle el rostro y besarle la mejilla y seguido romper su corazón una vez más con un:

— Volveré luego.

Catlyn sintió que caía en un pozo. Sus ojos se escarcharon.

— No — susurró antes de que las primeras lágrimas cayeran por sus suaves mejillas — por favor, quédate, solo unos días — rogó.

— Te prometo que volveré pronto — prometió abrazándola — prometo que no te darás cuenta cuando ya esté aquí, cuando todo esto termine.

Dejó un último beso en su frente y, sin mirar hacia atrás a su esposa que se ahogaba en llanto o a sus hijos lo miraban con resentimiento desde el salón, se marchó.

El acolchado sonido de sus botas contra la nieve le recordó aquel día frío en Gamma.

Soltó el vaho por la boca varias veces antes de volver a esconderse tras el cuello de su grueso abrigo.

Recibió algunos saludos de los subordinados con los que se encontró. Él era Jefe de la ciudad Kappa, digno de respeto y admiración.

Llegó a la entrada de Kappa y tras saludar tomó un vehículo que su Escuadrón mantenía.

La muchacha que custodiaba el registro de la entrada y salida de la ciudad anotó el número de la camioneta y el par de escopetas que guardó en la parte trasera. Seguido, pidió que le dijera su propósito para salir de Kappa.

— Estaré ocupado a partir de mañana en una reunión con el Jefe de Lambda. El Sargento Soler quedará a cargo mientras yo no esté.

La cadete asintió y dio la orden a sus demás compañeros de que le cedieran el paso a Seung para salir.

Mas allá de Kappa, un par de canes aguardaban a Seung para poder escoltarlo durante un par de días hasta Lambda. Claramente no a la ciudad, sino al mercado negro, una vez más.


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