Gamma I

La cabaña que se alzaba frente a ellos era mediana, de dos pisos, la madera de un marrón apagado, vieja, se negaba a ceder, seguía fuerte soportando su propio peso, digna criadora de toda una generación Plisetsky. Las desteñidas cortinas color celeste se cerraban a medias en las ventanas frontales, uno que otro vidrio trizado, pero no roto; todas protegidas por gruesos barrotes con una capa de pintura negra que se terminaba de caer en cáscaras secas, dejando a relucir su desnudez de fierro oxidado. La puerta poseía la misma protección, pero su listón era un candado oxidado grande que aseguraba que nadie podría entrar aunque lo quisiera. Aunque, al parecer, nadie había logrado llegar a esa casa durante muchos, muchos años. A unos cinco metros de la casa, aparte, había una especie de cuarto o cobertizo pequeño con la misma especie de madera, solo que esta sí parecía algo más dañada.

Increíble. Si alguien se lo hubiera dicho antes a Otabek, no lo hubiera creído ¿cómo ese lugar todavía se mantenía en pie? todas las cabañas y lugares que alguna vez estuvieron pobladas fuera de las murallas se caían a pedazos sin soportar el paso del tiempo, ¿cómo es que pareciera que a ese lugar nunca había llegado nadie?

Las fosas nasales de Otabek no detectaban ningún aroma, más allá del penetrante olor a madera vieja.

Su respiración se acompasó a la inmovilidad de Yuri. Sutil y atenta. Tenía un ligero mal presentimiento que no lo abandonaba. Volvió otra vez la vista a la cabaña, parecía tenebrosa, pero de una extraña manera incitaba a la calma.

— ¿Dónde estamos? — preguntó a Yuri, aunque no obtuvo respuesta.

Yuri había corrido nuevamente, pero hacia el cobertizo a un lado. Con manos torpes y temblorosas insistió tercamente en querer descorrer el pestillo oxidado y atorado. Se le resbalaba de las dedos ya frías de por sí, no tenía suficiente fuerza, se empezó a frustrar.

El aroma agrio del miedo de Yuri lo desconcertó, jamás había perdido el control de sus feromonas de forma tan evidente, ni siquiera durante la emboscada de Leroy. Estaba en él como inercia misma la costumbre de mantener a raya sus feromonas. Además, ¿por qué el omega parecía conocer la zona? fue por eso que Otabek se paralizó en su lugar. Temió del lugar en el que estaban... porque se hizo la idea de en donde estaban.

Cuando Yuri pudo abrir de una vez por todas el pestillo, con desespero se echó a tierra. El aliento frío le cortaba la garganta caliente, aún no terminaba de recuperarse del cansancio de haber corrido tanto, pero para él fue lo de menos. Sentía el latido de su corazón en sus oídos y su corazón apretado. Fue cuando Yuri empezó a tirar de la maleza del suelo con las manos que Otabek reaccionó, acercándose rápido a él.

— Papá escondía unas copias acá — murmuró casi sin darse cuenta cuando sintió al alfa a su lado, más por miedo a caer de lleno en su pánico que para darle explicaciones — decía que mamá siempre perdía las llaves y escondía... escondía varias copias en casos de emer-gencia. — las palabras salían de su boca entrecortadas, se le atravesaban con su respiración trabajosa.

— Yura... — eso confirmaba sus dudas de en dónde estaban.

Las manos desnudas y blancas de Yuri raspaban la tierra, sus dedos parecían querer quebrarse con cada pasada y a Otabek le dolió tanto como si él mismo lo estuviese haciendo. Debía tenerlas agarrotadas. Se estaba haciendo daño con las piedras.

— Déjame ayud-...

— ¡No! — le gritó de pronto, lo detuvo antes de que se arrodillara junto a él — ¡tengo que hacerlo solo! y-yo quiero hacerlo solo.

Y no lo decía porque estuviera enfadado con Otabek, sino por decisión propia. Sentía que él debía hallar la llave, él debía abrir esa puerta, él quería entrar primero a su hogar, o lo que quedaba de lo que alguna vez lo fue. Tenía que reencontrarse con el escenario, debía enfrentarlo. Él, solo él.

No creía en el destino, ni en la suerte ni en la fortuna. Pero lo que sea que lo hubiera llevado nuevamente hasta ese hogar, lo hizo por una razón. Debía entrar aunque doliera.

En lo más profundo de su corazón quiso ocultar un motivo mucho más oscuro y deprimente. Pero de todos modos no pudo y se vio igual de influenciado por él. Yuri sentía que Otabek perdía su confianza con él, y para Yuri eso lo era todo en cualquier relación, sobre todo su relación con Otabek. Perder la confianza para Yuri era perder a la persona misma. Perder la confianza era estar perdiendo a Otabek y, con ello, se estaba perdiendo a sí mismo; cayendo en tristeza y mal cuidados hacia sí mismo y el cachorro en su vientre.

Él necesitaba entrar porque en aquel estado de tristeza en el que se hallaba atrapado por tanto tiempo, quería sentir una vez más lo que se sintió estar dentro de su primer hogar; el que le dio la bienvenida con padres, hermanos y un abuelo, calidez y cariño, quienes le regalaron momentos y virtudes, sus personas de más confianza, más preciadas. Incluso si ya no estaban y la casa era fría y solitaria, incluso si todos estaban muertos y solo era él... sus recuerdos eran tesoros y en su mente revivirían si presenciaba el escenario dentro de esa casa con sus propios ojos, solo entonces una pequeña llama en la oscuridad le haría sentir calidez por al menos un mísero segundo.

Su corazón daba saltos cuando sus dedos chocaban con piedras, creyendo que eran la llave. No perdió las esperanzas, siguió escarbando y revolviendo hasta que dio con ellas. Una llave clásica, antigua, y otra normal, plana y pequeña.

Otabek soltó el aire que había estado conteniendo. Miró cuidadosamente a Yuri cuando se puso de pie y caminó ocultando bastante mal su prisa por querer ingresar. Sintió algo muy parecido a la lástima, pero no, no era eso, era más bien una preocupación muy profunda a cómo Yuri estaba actuando y ante su posible reacción una vez dentro de esa casa

El omega forzó la llave pequeña tres intentos antes de que el candado cediera con un "tac" seco y rudo.

Lo tengo. Pensó Yuri. Sus manos temblaban; era una bola de nervios, ansias, y miedo, aunque en ese momento poco reparó en ello.

Las costras de pintura en los barrotes de la puerta besaron las manos heridas y sucias de Yuri antes de llorar al ser apretadas y quebradas, la bisagra chilló al ser abierta. La llave antigua, circular y con un diente picudo y otro cuadrado en su punta, ingresó en la puerta de madera perfectamente, cedió al quinto intento de girarla y se abrió.

El corazón de Yuri iba a mil. No se había dado cuenta, pero mantenía sus labios separados respirando tan sutilmente como si temiera despertar a alguien allí dentro. Aunque la noche ya se cernía sobre ellos, usó toda su concentración para poder usar los ojos de su híbrido y admirar que... el tiempo en ese lugar se había detenido. Nada había cambiado.

¿Cuántas posibilidades existía de que nadie hubiese logrado perpetuar y hacer lío en esa casa, por segunda vez después de que sus habitantes fueron aniquilados? ¿Una en un centenar? ¿O tal vez una en un millón?

Su conservación era casi un milagro. A Otabek, quien iba detrás de Yuri, se le erizó la piel. Ese lugar era Plisetsky de pies a cabeza y en cada rincón que poseía: resistente, imponente y terco a la hora dejarse hacer a manos de extraños.

Los muebles con orillas desgastadas, el sofá de Nikolai, la alfombra mullida de color azul desgastado, la chimenea en la pared, la puerta de la cocina, la escalera hacia el segundo piso de un caoba oscuro,

Ingresó a la cocina con movimientos silenciosos, casi conteniendo el aire, como si estuviera cometiendo un crimen y no quisiera ser descubierto. Quizá aquella habitación de la casa era la más desordenada. Las alacenas abiertas de par en par estaban vacías, no dudó que los tigres quienes los atacaron aquel día también -desvergonzadamente- se hubiesen llevado todo lo que pudieron en alimentos.

Volvió en sus pasos hacia la sala y una sonrisa ligera acarició sus labios cuando recordó a Nikolai sentado en su sofá, reclamando porque su espalda empezaba a doler cada vez más. A su mamá riendo estirada a lo largo del sillón, arrullando a Dema contra su pecho... oh, Dema, ¿qué habría sido del menor de los Plisetsky si siguiera con vida? Yuri quería creer que tendría los ojos de su padre, un grisáceo profundo y paciente, al igual que el mayor de los hermanos, Georgi y los mellizos Soffi y Sergei.

El lugar se veía muy vacío sin la presencia calmada y dócil de Irina frente a la chimenea, acostada en la alfombra, durmiendo descalza y con las orejas y su cola a la vista, meneando la última como un espeso y esponjoso plumero. Yasha habría seguido su ejemplo ya que era muy apegado a ella, se hubiese estirado cerca de lo calentito, pero su madre lo hubiera regañado porque al ser omega, no podía darse la libertad de estar tan desabrigado o enfermaría.

Justo como lo había deseado, en pequeños segundos los recuerdos lo invadieron y lo alimentaron de una momentánea estabilidad emocional.

Su padre también apareció en su mente, en una memoria fugaz mientras entraba a la casa con las botas embarradas de barro y nieve. Su semblante paciente y risueño mientras su esposa se deshacía en regaños indignados porque estaba ensuciando el piso. Georgi intentando devolverla al sofá para que no se estresara y seguido ayudando a su padre junto con Ganya -el alfa de Anna- con cortando los leños para mantener la chimenea caliente. Anna con sus delgadas cejas fruncidas y su nariz arrugada, ojos fríos y despectivos hacia su padre y su hermano que le quitaban la atención de su pareja.

En su familia, si habían hermanos más parecidos, exceptuando a los mellizos, esos eran Anna y Yuri. Tanto física como mentalmente. Si Yasha tomó de ejemplo a Irina, Yuri hizo lo mismo, pero con Anna. Había amado a todos sus hermanos, cada uno con su particularidad, con su esencia, pero con Anna era distinto. Ella fue como su segunda mamá.

Su apariencia era muy parecida a la que Yuri hoy en día portaba, solo que un poco más alta y el cabello salvaje hasta la cadera. Ella le había enseñado a leer cuando Sergei perdió la paciencia con él porque le costaba pronunciar las r que sonaban más fuertes. A pesar de ser huraña y tener un carácter explosivo como el de su mamá, se sentó junto Yuri de la mañana a la noche por casi toda una semana hasta que, cuando al fin la infante boca y lengua de su hermano dieron un resultado positivo, soltó una carcajada de satisfacción. La fortaleza en el exterior y la dulzura ruda por dentro, eso era Anna.

"Mira esas caras. Es como si hubieran olido un pescado podrido". Era lo que decía la madre al ver ese gesto desdeñoso en ellos. Nikolai se habría reído de ellos desde su lugar, mientras bebía pequeños sorbos de vodka desde su petaca antes de que su hija o sus nietos mayores regañaran al pobre viejo y le quitasen su provisión para pasar el invierno.

"¡Eres un leopardo de las nieves! ¡¿Qué tanto frío podrías tener tú?!". La voz de su madre era vívida, nunca podría olvidarla.

Yuri pudo sentir lo que había querido sentir, al menos por ese corto lapsus de tres minutos.

El viento sopló una vez más y a su paso empujó con fuerza la puerta principal, cerrándola de un portazo que hizo saltar a Yuri en su lugar. Con eso su fantasía acabó. El aire indiferente cortó el hilo de calidez en él de una sola ráfaga. Ellos no están aquí, Plisetsky, vuelve a la realidad.

Le dolió, por supuesto. Su rostro afligido viró hacia donde las escaleras yacían. Otabek seguía sus movimientos, Yuri parecía tan ensimismado, de pronto tan lejano, que no se veía capaz de alcanzarlo, perdido en un lugar de su mente. Se sorprendió cuando Yuri tomó su mano inconscientemente, aunque fuera un acto tan pequeño, sintió que era un soporte para él.

— ¿Quieres ir arriba? — le preguntó.

No fue culpa de Otabek, no sabía lo que sucedería. Tampoco fue de Yuri -que asintió sin mirarle-, no visualizó el impacto en tal estado de letargo.

Algunos peldaños crujieron al ser pisados, pero no daban exactamente esa impresión de debilidad. Subieron juntos a donde un pasillo extenso les presentaban seis habitaciones de puertas blancas. Era sombrío y el polvo se acumulaba.

Otabek se fijó en las tablas a sus pies, demasiado tarde se dio cuenta que no debieron haber subido. Sintió el tirón de la mano de Yuri que a grandes zancadas ignoró las primeras dos puertas a la derecha; y se detuvo en la primera a la izquierda, de donde la extensa mancha en el suelo provenía, como si hubiesen arrastrado algo desde ahí por todo el pasillo.

— ¡Yuri, no...!

Pero Yuri abrió la puerta de todos modos de un empujón abrupto. La estabilidad que había estado aparentando voló lejos.

Su bello rostro se deformó en una mueca de angustia terrible. Los gritos no llegaron antes solamente porque perdió el habla del espanto.

La habitación de los hermanos menores, en la que a todos les gustaba invadir para dormir los unos encima de los otros con las cuatro camas unidas; entre pelajes y colas mullidas, brazos y sábanas desordenadas, lo que para todos los hermanos alguna vez fue el paraíso en invierno, ahora no era más que un infierno, un terrible infierno con paredes manchadas y piso de sangre seca.

Los cobertores blancos de las camas eran de un carmesí casi marrón muy parecidos a costras. Las manchas en el piso y en lo bajo de las paredes eran como brazadas de alguien que luchó múltiples veces para ponerse de pie.

El húmedo aroma a encierro en el cuarto era sofocante, mucho más si Yuri recordaba la pestilente mezcla de olores que en el pasado terminaron matando aquel cuarto.

Fue como un golpe directo a su corazón. Dolía tanto, que el aire empezó a salir entrecortado y los sollozos silenciosos en cortas convulsiones lo ahogaron. Las lágrimas, por fin, rebasaron después de semanas sus ojos agua marinos.

Después de haber soportado todo ese par de meses solo, aguantándose en la mayoría de las veces el llanto por los demás y su orgullo, por la felicidad de recordar su vivencia en ese lugar y el dolor del término de su familia... esa era la consecuencia, la última gota que rebalsó el vaso. Ya estaba hecho, ya se había desmoronado.

Otabek se interpuso entre él y el marco, cerró la puerta rápidamente y le soltó la mano para rodearlo con su brazo y sacarlo de allí.

— Ven, vamos Yuri, te sacaré de aquí... — susurró despacio en su oído, dejando un beso en la coronilla de su cabeza.

¿Por qué había tenido que ser así? ¿es que nunca podría llegar a vivir plenamente? todos los años que había estado sobreviviendo en solitario se había renegado a la idea de la compañía porque la creía una molestia innecesaria, distante, frío, remoto. No era justo que Otabek lo hiciera amarlo y le hiciera anhelar con un hogar; con ellos, con Luka, con un cachorro que crecía en su vientre, todo para luego comportarse extraño y alejarse, ocultarle cosas, y luego volver nuevamente con esa estúpida amabilidad, pidiéndole que no lo ignorara, que lo sentía, que le dolía no escuchar su voz... ¿Que le dolía? ¿Creía que a él no? claro que le dolía, porque Yuri quería un hogar, y si no estaba Otabek, el Otabek completo del que él se enamoró, el Otabek que lo hizo soñar con una familia, el Otabek sincero, compañero y confidente, entonces no quería nada. Si no estaba el Otabek verdadero, no valía la pena.

Afuera la lluvia ya bajaba a cántaros. Escuchó entre su llanto una maldición baja del alfa por el clima.

No podían salir si el agua y el viento se empeñaban en hacer el tiempo un desastre.

"Bien. No importa" pensó metódico Altin. Le daba igual Viktor y los demás porque si el cielo se comportaba así, no iba a sacar a Yuri en ese estado de esa casa. De cualquier modo, el clan no se movería de allí hasta que la lluvia cesara y hasta que ellos llegaran.

Dejó al omega que seguía sollozando sentado en el sillón frente a la chimenea, mientras se tomaba lo suyo en intentar encender esta última con los secos leños apilados a un lado de esta, en una caja de madera.

— Los fósforos — La voz inestable y quebradiza de Yuri llamó su atención — están a un lado, ahí. — dijo apuntando arriba de la chimenea, para volver a quitarle los ojos de encima.

En efecto, una caja rectangular guardaba intactos cuatro cerillos largos. Otabek se hizo con ellos y, mientras el fuego empezaba a consumir lentamente la leña, caminó rápido a la cocina, sin querer perder de vista en ningún segundo a Yuri.

Dudó que en ese lugar hubiera algo de agua, por eso se sorprendió al encontrar bajo el fregadero un balde cilíndrico sellado y repleto de agua que, si bien no se fiaba fuera bebestible, serviría para otras labores.

Yuri intentó calmarse en un intento desesperado, aprovechando que Otabek no estaba a la vista, elevó su rostro para poder respirar algo de aire fresco aunque siguiera temblando y con pequeños espasmos por los sollozos. Los pensamientos deprimentes empezaban a disiparse, como si le dieran tregua al dejarles existir y expresarse por al menos el tiempo que duró su llanto.

No debió haberse aventurado al segundo piso. No debió haber aceptado cuando Otabek preguntó por subir. Se suponía que solo quería recordar lo bueno, es cierto que pensó que podría plantarse y enfrentar aquel cuarto, pero no pudo. Tal vez nunca podría hacerlo. No lo sentía como algo malo, pero sí algo realmente triste.

Con un suspiro profundo se acercó más a la chimenea. Las llamas creciendo y consumiendo la madera alumbraron su rostro. Sus mejillas rojas por el esfuerzo brillaban con la capa húmeda de las lágrimas que poco a poco se iban y sus ojos permanecían cristalinos.

Sintió que alguien tomaba una de sus manos y se dio cuenta que Otabek ya estaba nuevamente a su lado. Sus ojos se encontraron ante la luz de la chimenea. Menta y chocolate. No pudo soportar la mirada que le dedicaba Otabek, así que desvió la vista. Había caído en cuenta recién que su cara debía estar hecho un lío y sintió vergüenza, además, ¿qué era esa forma en la que el alfa lo miraba? con una pena y preocupación tan profunda que casi podía incitarlo a querer decirle que "todo estaba bien"... cuando claramente no era así.

Fue cuando Yuri también recordó y recapacitó que el cachorro de ambos aguardaba en su barriga. Oh, era un padre terrible, había hecho pasar a su pequeño cachorro todo ese embrollo seguramente transmitiéndole todo su malestar y desánimo, incluso mucho más que antes.

Cerró los ojos nuevamente, agachando el rostro y aguantando las lágrimas otra vez. Mentalmente pidió disculpas a su bebé por todo lo que ambos lo estaban haciendo pasar.

Sintió que su mano era sumergida en algo líquido, eso lo distrajo de nuevos pensamientos deprimentes. En una fuente pequeña con agua, Otabek le limpiaba las manos con cautela y calma.

— Te hiciste varios cortes — habló con voz tranquila, como si nada hubiera pasado, o quizá para no molestarlo más.

No respondió. En vez de ello, miró cómo la tierra se desprendía de su piel y dejaba el agua cristalina manchada de un marrón turbio.

El toque de Otabek era tan amable que lo ensimismó. Le gustaba porque le entibiaba el alma, todavía cuando él mismo se había encargado de enfriársela con su lejanía.

— Por qué — la voz le salió ronca, baja, pero en nada obtuvo la atención que pedía — por qué me evitabas.

Ya no tenía ganas de pelear. Por primera vez, Yuri se había rendido ante su orgullo y no soportó más. Tenía que saberlo, debía saberlo. Y si Otabek no le contestaba, entonces tenía por seguro que, aunque su orgullo se terminara de romper en mil pedazos, volvería a llorar a sollozo limpio porque su corazón no soportaría otra huida de Otabek.

— Es complicado — le respondió, esta vez mirándolo a los ojos, pasando el dorso de su mano húmeda por el mentón de Yuri, donde las lágrimas no habían podido limpiar una pequeña mancha de barro.

— Entonces sí lo hacías a propósito — musitó Yuri, sintiendo que sus ojos volvían a llenarse de agua.

Altin apretó los labios en una fina línea. Ya había planeado minuciosamente cómo se lo explicaría a Yuri, pero el inicio siempre era lo más difícil de todo.

Terminó de limpiar ambas manos del menor y dejó a un lado el tiesto, para sentarse al lado de Yuri, ambos mirando la chimenea.

Se mentalizó. No había por qué temer, pero si lo hacía, estaba bien. Viktor le había dicho que era normal. Y Yuri era la persona que amaba, era su compañero, podía confiar en él.

Pero una vez más el leopardo de las nieves se le adelantó, aún cuando su ánimo fuera más desgano, siempre quería ir a paso apurado y, no aguantando el silencio y la calma de Otabek, le había dicho:

— Yo estoy celoso de Isabella — Otabek lo miró de pronto, aunque sabía que Yuri y ella no se llevaban, sinceramente no se esperaba que la muchacha saliera en la conversación — tú eres muy inocente para algunas cosas y no te das cuenta cómo ella te mira, eso me pone celoso, porque también eres amable con ella... y yo quiero que solo seas amable conmigo.

Las mejillas de Yuri seguían rojas y sus ojos cristalinos, amenazando dejar caer gotitas de no ser porque su ceño levemente fruncido delataba que las intentaba reprimir para poder hablar sin penosos tropiezos.

Otabek lo observó con los labios semi separados, sorprendido.

— ¿Pasa algo con ella? — la pregunta salió de los delgados y rosados labios de Yuri con tal dolor que incluso cuando la respuesta era un no tajante, Otabek se sintió más que culpable.

— No, Yura, te equivo-...

— Si tú me ignoras y-yo no sé qué hacer. Incluso cuando te comportas raro y luego vuelves a prestarme atención, para mí resulta raro porque no me explicas nada... estoy seguro que no he hecho nada malo — su voz volvía a tropezar — entonces la duda me mataba, ¿por qué me ignoraste? ¿por qué no dormías a mi lado? ¿por qué no me tomabas de la mano? ¿por qué de pronto eras amable conmigo de nuevo, como si nada hubiera pasado? ¿era más divertido estar junto a Isabella o cualquier otro que estar conmigo?

— Yuri...

— Yo sé q-que no soy agradable, soy pesado y orgulloso, no me gusta que me hieran y por eso soy el primero en estar a la defensiva. Pero contigo no puedo ser así, me cuesta. Al intentar herirte a ti, me hiero a mí mismo.

Yuri lo miró con un cariño increíble, Otabek se sintió morir. Esos preciosos ojos hinchados estaban siendo completamente honestos y lo contemplaban con un brillo desesperado por ser correspondido. Pero, oh, claro que Otabek correspondía, ¿cómo podría no hacerlo? cómo podría negarle algo a Yuri, el muchacho de la preciosa piel nevada del que estaba locamente enamorado.

— No hay absolutamente nada con Isabella. Ella solo quería huir de Jean y yo la ayudé. Cuando viajábamos hacia Yplison en lo único que podía pensar era en Luka y en ti, sobre todo en ti — tomó su mentón y lo acarició con el pulgar, subió con su dorso a la mejilla de Yuri y secó el rastro de humedad. Yuri lo observaba con el ceño fruncido, algo cansado de llorar, pero cautivado por la mano ajena en su rostro — pero también habían otro tipo de cosas...

— ¿Qué tipo de cosas?

Tragó y suspiró, separando su mano de Yuri.

— Cuando salí de la mansión, olvidé que no había comido carne, y cuando me di cuenta ya me había separado del clan, estaba solo, con hambre y muy confundido. No quería, te juro que no quería hacerlo, pero era fue tan difícil alejarme de la idea de ti que me odié mucho.

— ¿De mí? qué...

Otabek no pudo seguir viendo a Yuri y se tomó el rostro, cerrando los ojos.

— Solo podía pensar en el sabor de tu carne, cómo se sentiría el morderte, o tu sangre — apretó la mandíbula, no se atrevía a mirar a Yuri, estaba temiendo mucho del silencio — lo siento, en serio lo siento. Fue por eso que temía acercarme, no me veo capaz de herirte, nunca podría hacerlo, pero habían veces... no, todavía hay veces en las que quiero tanto estar a tu lado, quiero serte útil, que me dejes ayudarte, quiero-quiero estar pegado a ti todo el tiempo, no sé explicarlo, lo siento. — Estaba hablando demasiado rápido, sentía que si no corría al soltar las palabras, todas se le escaparían. Además, quería explicarle todo, quería que Yuri comprendiera que jamás sería capaz de hacerle daño, nunca se atrevería — nunca había entendido bien mi propia naturaleza hasta que Viktor me forzó a decirle por qué estaba tan extraño, entonces por primera vez entendí muchas cosas. Pero es ese el por qué intenté ignorarte, pero al final no pude y me di cuenta que fui un imbécil desde el inicio y en serio lo lamento mucho. Me había estado sintiendo muy impotente cuando no me dejaste acercarme a ti nuevamente y de pronto te veías muy desanimado, no podía dejar de mirarte de lejos, deseaba tanto que me dejaras acompañarte o que al menos me miraras. Me preocupaba que no estuvieras comiendo y que durmieras tanto, le pregunté varias veces a Yuko si estabas enfermo, pero ella solo me respondía que te preguntara directamente y yo... no me atrevía. Soy tan cobarde...

— Hey — la mano fría del menor atrapó suavemente su muñeca, obligándolo a sacar su mano de sus ojos — tranquilo, respira.

Yuri tomó su rostro y lo obligó a dirigirle la mirada, angustiado. Liberar tantas palabras seguidas no era algo algo propio en la personalidad Otabek Altin.

El alfa pensó que Yuri se asustaría, o al menos se sorprendería, pero no fue así, se veía bastante normal o dentro de los límites de lo normal tomando en cuenta las circunstancias y hechos que los habían estado rodeando.

Respiró profundas bocanadas de aire junto a Yuri, realmente había dicho demasiado, ni se percató cuando el aire le empezó a hacer falta.

La leña en la chimenea crujió. La lluvia fuera seguía cayendo con fuerza. El viento silbaba meciendo con fuerza las ramas de los árboles. La sala de la casa ya se había entibiado.

Yuri había sentido una punzada de culpa por haberse dejado llevar por los celos y crear ideas como que Otabek pudiera preferir a alguien más en su lugar, viendo todas las cosas que había hecho por él desde que se conocieron. Pero cómo podría haber sabido lo que pasaba por la cabeza del alfa si este se había comportado tan lejano y extraño.

Le había aliviado de gran manera que por fin él hubiera sido sincero con él. Yuri, mejor que muchos, podía comprender lo que era tener muchos pensamientos y no tener a nadie para compartirlos.

— ¿Hablaste con Viktor?

Altin asintió. Eso lo hizo suspirar, al menos pudo conversar con alguien.

— ¿No me odias?

Yuri frunció el ceño, Otabek aún parecía afligido. Negó meneando la cabeza.

— ¿Por qué te odiaría?

— Creo que es obvio — su tono cargado de frustración.

Había sentido tanta culpa y se había reprimido tanto, que ahora soltaba todo lo que tenía por decir. Yuri estaba algo anonadado.

Otabek cerró la boca, lo miraba a los ojos atento, con un brillo de desesperación porque no contestaba. Yuri soltó su rostro despacio.

Imposible, ni en ese ni en ningún otro mundo podría odiar a Otabek. Era cierto que se molestaba por lo tonto que era a veces, pero el enfado y la rabia eran estados completamente alejados del odio.

De todos modos, no supo con qué poder tranquilizar el corazón de Otabek, por lo que se tomó su tiempo en silencio para meditarlo mejor.

Yuri sintió de pronto que, a partir de ese momento, todo lo que pudiera o no decir, Otabek podría respondérselo, y temió de esa capacidad que hasta el momento desconocía de él.

Impropio al carácter acelerado de Yuri, este decidió partir lento, pero seguro. Tomó la mano de Otabek que seguía esperando expectante, el silencio de Yuri lo torturaba, pero la mano más pequeña que la de él sosteniéndolo con tanta determinación, casi le hizo soltar un quejido de ternura. Se acomodó de manera que quedó dándole la espalda al fuego, frente a él. Se fijó en que fruncía levemente el ceño.

— A mí no me asusta que pensaras de ese modo sobre mí — comenzó con voz baja, pero con decisión — porque creo entender que no eras tú, sino tu alfa. Otabek, yo sé que tú nunca podrías morderme con la intención de comerme. Yo sé que conozco a la persona que elegí como compañero.

Otabek se mantenía tenso, a pesar de que Yuri caló en él. El agarre de la mano calentita de Yuri era fuerte, sus dedos lo sostenían como garras, como si estuviera sosteniendo sus propias inseguridades prometiéndole que no las iba a soltar, que las iba a calmar.

Ser compañero de Yuri era una de las dichas más grandes en la vida del alfa. El inicio de ese invierno consolidaba tan solo un año conociendo a Yuri, pero Otabek sentía que lo atesoraba como si lo conociera de toda la vida y, con todo lo que era su corazón, anhelaba que el muchacho no lo soltara. Por favor, que jamás lo hiciera.

— Pero sin carne, soy otra persona, Yura — continuó, con el egoísta pero necesario deseo de que siguiera calmándolo, consolándolo — yo sí podría llegar a desgarrarte.

Yuri frunció más su ceño, sus ojos refulgieron decididos.

— Entonces yo me aseguraré de que no se te olvide nunca más comer carne — Yuri, después de semanas completas, le sostuvo la mirada — tú siempre me cuidas, pero esta vez yo te voy a cuidar.

Y de por vida. No había cabida a más quejas o problemas.

— Maldición...

Intrépido. Yuri se encargó de zanjar toda su posibilidad a réplicas.

Cerró los ojos y se apoyó en el hombro de Yuri, su mano libre atrapó su cuello. El cabello de Yuri le hizo cosquillas ¿aquello contaba como otra discusión de pareja que Plisetsky había ganado? sonrió ante el pensamiento.

Yuri se mantuvo quieto hasta que se separó, su semblante algo más relajado al haber completado bien sus objetivos, pero esos ojos delatores que Altin no pasaba por alto pidieron algo más a cambio y se encargó él solo de complacerlo, juntando sus labios en un beso casto, seguido de otro y otro un poco más duradero, otro más profundo, otro estable y otro del que no se despegó con sus ojos más cerrados, con sus pestañas casi besando sus pómulos. No le soltó la mano, pero para Otabek fue lo de menos, que Yuri lo besara era como bálsamo para su corazón.

No obstante, en medio de la caricia soltó un quejido que, luego de separarse, notó que era más bien una risa mal disimulada. Se sintió un poco descolocado. Yuri se acariciaba los labios con las yemas de sus dedos y le había esquivado la mirada para evitarlo.

— ¿Qué es tan gracioso?

— ¿Dijiste algo de que querías ayudarme y estar pegado a mí todo el tiempo? — Otabek ladeó el rostro confundido.

— No lo sé, creo que dije muchas cosas juntas, ¿lo hice? — su voz dubitativa, algo avergonzada.

— ¡Lo dijiste!

Exclamó Yuri soltando otra risita. Oh, música para los oídos de Otabek aunque en verdad no recordara claramente haberlo expresado, quizá sí lo había dicho.

Yuri agachó el rostro con la tonta sonrisa bailando en sus labios. Se percató recién que al parecer no era el único con tal necesidad.

— ¿Quieres hacerlo?

Lo miró contagiado de vergüenza, pero todavía con el rastro de la risa, más cuando vio el rostro de Otabek muy confundido.

¿Sexo de reconciliación? a Otabek no es que no le emocionara, habían sido casi tres meses sin haberse siquiera tocado, pero ¿tan rápido? ¿qué pretendía Yuri? se sentía totalmente fuera de órbita. Las propuestas sexuales de Yuri -tras el primer encuentro- se estaban volviendo normales a pesar de su vergüenza, pero en serio esta vez lo había pillado desprevenido. Había sido muy espontáneo, además, aún le perturbaba un poco que se estuviera riendo, ¿se reía de él?

— ¿A-Ahora? — titubeó, como un virgen. Yuri asintió enérgico.

Sin embargo, lo que también sopesó de pronto, fue:

— ¿Aquí? — Yuri volvió a asentir.

— ¿Te incomoda?

— No, no, digo, no es lo que esperaba, pero creo que yo debería preguntarte eso.

— Me gusta aquí — respondió con sinceridad — yo... tengo problemas con el segundo piso, pero este lugar es especial para mí, este piso es cálido, me gusta mucho más.

— ¿Estás seguro?

— Quiero darte un regalo.

Pero Otabek aún lo miró con duda.

— ¿No estás cansado?

— ¡Deja de cuidarme! — le pidió un poco exasperado — sí estoy bien.

Le aseguró golpeando su brazo fuerte. Ahí estaba el Yuri bruto y apurado que conocía. Soltó un jadeo a modo de risa, le había dolido.

— Qué insistente. Está bien, ya que me estás obligando.

— Estúpido.

Compartieron una última sonrisa y volvieron a unir sus labios.

Saborear la boca del contrario era grato, era un mar de sensaciones que los relajaba. Era un contacto íntimo, algo con lo cual dejarse llevar por una corriente lenta y tranquila.

Yuri cruzó sus brazos por su cuello cuando sintió que Otabek hacía lo mismo con su cintura, haciendo que abriera las piernas, pero el menor procuró no apegarse del todo. Otabek, por su parte, adoraba cuando Yuri aflojaba sus músculos y se relajaba tanto que se iba yendo poco a poco hacia atrás, jugando con la gravedad y separando sus labios a ratos donde lo hacía inclinarse y pedir más por contacto, mientras Yuri sonreía divertido por su intento de volver a atraparle la boca. El aliento cálido y sus corazones casi como si se tomaran de las manos y sincronizaban sus latidos. El rostro caliente y el cabello desordenado de Yuri porque Otabek tenía una fijación insana con enredar sus dedos en su cuero cabelludo y jalarlo despacio para hacer que Yuri suspirara.

El omega se revolvió cuando los labios de su compañero bajaron a su cuello, dejando pequeñas mordidas y besos húmedos.

— Ah, me da cosquillas — ahogó una carcajada, su respiración se volvía irregular.

— Yura, ¿cómo era? — preguntó de pronto — ¿ochenta y cuatro, treinta y nueve?

A Yuri el aire se le enganchó en la garganta, su corazón dio un salto en altura para luego seguir corriendo como desquiciado, pero ya no por las caricias, sino por la sorpresa. No era el código para abrir el cierre de su collar, pero la intención era clara y eso lo emocionó.

— Treinta y siete, es treinta y siete.

Otabek giró los pequeños numeritos, Yuri aguardó inmóvil. El último rodamiento quedó estancado en la cifra corregida por su portador. El pesado collar anti mordidas cedió y abrió su cierre, el collar que a Yuri tanto le había costado conseguir en la ciudad más cercana cuando vivía solo, el que había portado desde que su primer celo lo dejó en cama por largas tres semanas, el collar que ahora Otabek retiraba con cuidado dejando a la vista una impoluta piel nevada virgen y sin marcar.

La fina piel de su cuello quedó únicamente adornada por la delgadísima cadenita que bajaba besando sus clavículas hasta unirse con el colgante de un pequeño copo de nieve con una P de grabada. Parecía fundirse con su tez.

— Lo haré en un rato más, si lo hago ahora podría dolerte mucho — el menor asintió, todavía algo anonadado.

Otabek lo recostó en la alfombra con cuidado y volvió a besarlo. Yuri se sentía mareado con tanta emoción y se dejó llevar.

Ni siquiera reparó en las manos de Otabek escarbando bajo sus ropas. Solo se acordó de lo primordial cuando este paró en seco al tocar su vientre.

Abrió los ojos de súbito y vio a Otabek tan pálido que sintió nervios, ¡siendo que se suponía que él era el más confiado en aquella situación!

Los labios de Otabek se separaron atónitos y sus ojos se dirigieron rápido hacia abajo, aunque solo su mano fuera testigo de lo que había bajo las prendas.

Había sido conexión inmediata a penas tocar. Pero sintió que el tiempo se le detenía.

No era posible.

No pudo mirar a Yuri, su cerebro estaba demasiado sorprendido como para recapacitar en algo más que no fuera lo que yacía bajo su tacto.

Yuri aguardaba, expectante. Ya no se sentía tan seguro como antes. No podía ver bien el rostro de Otabek desde su posición, pero de sintió la mano sobre su vientre moverse y, por un milisegundo notó que el alfa arrugaba la nariz y fruncía el ceño para seguido ocultar su semblante tras su mano.

— Estás embarazado — soltó con un hilo de voz.

Yuri no se atrevió a contestar, ¿acaso se había enfadado? se asustó.

El silencio de Yuri otorgó.

El alfa escondió su rostro en su cuello, todavía sin dignarse a darle la cara. Así que había sido eso todo el tiempo. Se dijo mentalmente.

— ¿Ota-Otabek?

No insistió más cuando, despacio, entre el ruido de la lluvia allá afuera y el crujir de la leña allí dentro, escuchó un pequeño sollozo provenir a su lado. Otabek temblaba.

Soltó el aire que había estado conteniendo en un suspiro más tranquilo y lo rodeó con su brazos, haciéndole cariños a lo largo de la espalda. Sonrió y mordió el cuello despacio en un acto de consuelo. Tal parecía que Yuri no sería el único en llorar aquel día.


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