Unión
Jean miró sin interés el cuerpo jadeante de Emil bajo sus pies. El alfa apenas había soltado entre pesados jadeos el escondite del clan Nikiforov antes de caer rendido. Jean sonrío. Emil había podido identificar a los dos omegas dentro del grupo. Pero eso no era todo, porque otro de los hombres que había acompañado a Nekola había dicho jurar haber reconocido un aroma igual de dulce, pero sutil, de un omega más pequeño.
Fue gratificante, no lo iba a negar. Por largas semanas había creído que había perdido toda oportunidad de cazar a los omegas al enterarse que, de la noche a la mañana, la mansión del clan Nikiforov se hallaba abandonada y la mitad de la estructura en ruinas chamuscadas.
Largos días de maltratos y vejaciones para aquellos más aptos que realizaban las labores de búsqueda para Leroy, porque si bien se les alimentaba mejor que a los demás para que rindieran, cuando volvían sin nada, Jean no tenía reparos en someterlos bajo su alfa. El clan Leroy siempre necesitaba nuevos espías.
Y todo había empeorado para ellos desde que Isabella Yang había logrado huir.
Su híbrido lo había dominado, el rugido enfurecido pudo fácilmente haberse escuchado hasta en la ciudad más cercana. Jean había mordido brutalmente a los compañeros de Isabella por no haberse dado cuenta cuando la chica había huido, la paliza fue pública y todos pudieron ver cuando los muchachos rogaban ser soltados, chillaban se disculpaban.
Maldijo a Isabella en todos los sentidos posibles, deseó que sufriera vagando sola por el bosque, que el invierno cayera tan crudamente que la leona muriera congelada, con las extremidades entumidas, con el estómago vacío.
No obstante, la noticia de Emil había traído algo de esperanza a su casi fracasado deseo. Y por supuesto que se encargaría de no dejar escapar su oportunidad por segunda vez. Atacaría con todo lo que tuviera a mano.
— Por fin una maldita buena noticia.
Jean tuvo que darle el mérito a Emil Nekola por la hazaña. Incluso recapacitó fugazmente el romper lazos con Cialdini y quedarse con la custodia del felino que anteriormente le había prometido. Además, Celestino se había ido a Lambda hace muchos días, dejándole sus perros a cargo; y bien sabía Jean que nada le costaría doblegar la voluntad de esos canes y hacerlos partícipes de su propio clan.
No obstante, decidió no ahondar demasiado en tal tentadora opción. En ese instante lo único que más importaba era la rápida movilización para no perderle la pista a Viktor.
— ¡Amira! — la voz imponente del león se alzó sobre las decenas de felinos y canes que aguardaban listos para partir.
Un pequeño y escuálido ocelote respondió a su llamado corriendo entre las filas. Agachó la cabeza cuando llegó frente a Jean, el brillo soberbio en sus ojos demostrando su creciente emoción.
— Ve a Lambda y dile a Celestino que los encontramos, que iremos hacia Yplison y que luego él se encargue de seguir el rastro.
Los canes de Celestino se removieron incómodos. Eso había sonado demasiado a dejar a su líder a la suerte, ya que mientras ellos seguirían el rastro de Nikiforov, Cialdini seguiría el de ellos, y eso no sonaba demasiado justo. No obstante, Celestino no era lo que más les preocupaba, sino el quedar por más tiempo bajo el mando de Jean.
Celestino Cialdini era duro con su clan, el largo tiempo de la crisis lo había hecho estricto y dictador. Pero los lobos de su clan tenían muy en claro que una cosa era estar bajo las órdenes de su líder y otra muy distinta era estar bajo el mando de Leroy. Porque Jean no era solo un líder autócrata, sino que también gustaba de mantenerlos sumisos para que no se revelaran; mostrando públicamente de los castigos brutales que era capaz de realizar si se le desobedecía.
Tal vez los híbridos en un inicio se sumaban al mandato Leroy por su fortaleza nómada, pero los canes de Cialdini habían notado que su inicial objetivo de sobrevivir en ese numeroso clan se convertía rápidamente en una máscara de fidelidad que ocultaba el temor de desertar, el temor del repudio de los Leroy.
Por ello, entre Celestino y Jean, ellos preferían mil veces a su líder original.
No obstante, el miedo también empezaba a corroerlos a ellos. Se mantuvieron callados y no dijeron nada a la sentencia de Jean sobre avanzar. Además, tenían en cuenta de que ellos eran solo un puñado y los Leroy los masacrarían en masa si tan solo uno de ellos reclamaba algo.
Amira asintió y volteó de inmediato, una de sus patas resbalando al hacerlo tan rápido. Empero, en cuanto emprendió carrera, sus delgadas extremidades no dejaron cabida a que era un corredora nata. Se alejó en pocos minutos, mentalizada en el su objetivo y que, si posponía sus horas de sueño con descansos de una hora, podría llegar en pocos días a Lambda.
— ¡Clan mío! — el líder se alzó hacia su séquito — camaradas antiguos, camaradas nuevos, quienes estuvieron con mis padres, quienes se unieron en mi mando — el vaho saliendo de los expectantes canes y felinos — ¡hermanos de todas las ramas, norteña, sureste, oeste, de las estepas, de las faldas de la montaña, los que vienen de las afueras de las ciudades! Todos, todos y cada uno de nosotros sabemos lo que es sufrir, lo que es pasar hambre, lo difícil que es sobrevivir en este mundo — muchos asintieron, otros se mantuvieron quietos, pero todos sintieron la llama del rencor encenderse en su pecho, con su corazón empezando a latir feroz — ¡Pasamos hambre, pasamos frío, morimos y nos despellejan, morimos y perdemos la batalla! ¡Nosotros! ¡Nosotros que somos la punta de la pirámide, que somos la especie superior! — Jean respiraba con fuerza, su voz imponente, la voz de un líder voraz — pero tenemos suerte, tenemos suerte porque poseemos algo que los Nikiforov no poseen y que los hace débiles: somos errantes, cazadores innatos, feroces desde la cuna. Luchamos y ganamos. Y Viktor Nikiforov olvida algo importante: nosotros somos la mayoría, ¡y la unión hace la fuerza! — los canes gruñeron y aullaron, los felinos sacaron las garras, rasgando la tierra, el sonido gutural en sus gargantas — ¡Somos la fortaleza, la punta de la espada! Y al final de todo este viaje, seremos los vencedores ¡Nos quedaremos con sus mercancías! ¡Y yo, Jean Jacques Leroy, hijo de Alain y Nathalie Leroy, líder de este clan, les prometo compartir el trofeo! Los tres omegas, sí, han oído bien ¡Son tres! ¡Los tres serán compartidos por todos y cada uno de ustedes! — los vítores no se hicieron esperar, los rugidos de los felinos extasiados, los aullidos en alto de los perros, docenas de patas ansiosas por probar su victoria. Les esperaban temporadas cálidas, temporadas en las que para olvidarse del hambre podrían darse el gusto de disfrutar del cuerpo de un dulce omega. Sería el paraíso, después de tantos años sin poseer un omega en el clan, tener para su degustación a tres de ellos.
La sonrisa soberbia en el rostro de Jean, su propio corazón palpitando despiadado en su pecho. El final de aquella travesía se acercaba a su fin.
Jean Jacques Leroy sintió su nuca crisparse y sus orejas brotar entre una gran, su cola delgada meneándose con anhelo, su cuerpo bajando de estatura, pero creciendo en tamaño. Sus patas desnudas sintiendo la tierra bajo sus pies.
Adiós a ese frío e inhabitado bosque en el que habían estado coexistiendo.
Sus garras se anclaron al piso y elevó su hocico. Un rugido fuerte y majestuoso que causó una admiración ciega.
La caza había comenzado.
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Seung Gil Lee llegó a Lambda en pocos días, escoltado por los mismos alfas de siempre, todos armados.
Se llevó la mirada despreciativa en el mercado negro, pero el cadete pasó de ellos y, como no poseía un aroma notable al olfato de los alfas, ellos también lo ignoraron. No muchos se sorprendieron como la primera vez que lo vieron llegar a tal lugar, pero todavía había reticencia.
No obstante, los que se llevaron el mayor repudio fueron los alfas quienes protegían al beta. A los ojos de los otros alfas, ellos eran unos asquerosos desertores y traidores a su misma especie por ceder ante la voluntad de un cadete y por utilizar los sucios artefactos del mundo de los betas, por atreverse más encima a proteger al enemigo que los trataba como basura y por levantarles el cañón. Ellos no tenían perdón alguno.
Seung llegó hasta la conocida zona perteneciente a Lilia y los Baranovskaya justo para cuando la mirada interesada de Celestino Cialdini se clavó en ellos con curiosidad. El hombre elevó su capucha y se sentó cerca, haciéndose pasar por uno más de los vendedores errantes que descansaban cerca.
El hombre había estado utilizando su tiempo en el tráfico de pieles con los pellejos de aquellos canes que habían muerto en su clan. Varios en Lambda lo habían avistado, no obstante, el hombre sabía ser escurridizo y ese último mes nadie que quisiera haberse encontrado con él pudo hallarlo. Pero ya no le quedaba mucho por esos lugares, el mensaje de Jean Jacques Leroy traído por una joven chica ya había llegado a él por la mañana: habían localizado a Viktor Nikiforov y partirían para no perder la pista. Él también lo haría en las próximas horas para no ser dejado atrás por el bastardo de Jean que al parecer no tenía paciencia alguna.
Pero mientras hacía tiempo antes de salir del punto de control del mercado negro, escuchar conversaciones ajenas no haría ningún mal.
Lilia le dirigió un seco gesto a Seung y se acercó con todo el disgusto del mundo dibujado en su cara.
— Creo haberte dicho que no tengo nada más para ti, que nuestro trato se acababa.
Pero Seung fue directo al punto, sin sobornos y sin rodeo alguno.
— Sé que Viktor Nikiforov lo tiene, lo vi. Hice explotar su mansión, pero huyeron.
Lilia quedó muda del susto, pero su rostro no expresó mayor perturbación.
¿Había atacado a Viktor? ¿había encontrado a un leopardo de las nieves? ¿esos muchachos se hallarían bien? ¿quién demonios era el leopardo de las nieves y por qué Viktor lo ocultaba en su mansión?
No supo qué decir, de inmediato pensó en Yakov Feltsman y en cuando la regañó por meter a su nieto en problemas. Ahora no sabría cómo darle la cara.
— Ya no trates de protegerlo, Lilia, será mejor que me digas dónde están.
— ¿Qué? — preguntó saliendo de su turbación, confundida.
Seung frunció el ceño. Lilia pudo ver en sus ojos la intensidad de una seriedad temible.
— Si me guiaste una vez a ese alfa, Viktor, puedes hacerlo una segunda vez. Deja de estar protegiéndolo, tú lo sabías, ¿no?
— Por supuesto que no.
— Es mejor que hagas esto por las buenas. Sé que sabes muchas cosas, dime algo útil de una vez por todas y me iré.
Lilia se sintió indignada, ¿quién se creía él para venir a hablarle con ese tono a su territorio? Aún así, intentó mantener la compostura. Ya no sería tan fácil persuadirla, le había prometido a Yakov que no inmiscuiría más a Viktor en temas serios y que tendría cuidado con Seung Gil Lee.
— No sé nada más, todo te lo dije la última vez. — intentó que su voz mantuviera el temple.
— No te creo.
— ¡Pues no lo hagas!
Pero él insistió incluso cuando Lilia comenzaba a molestarse
— Lilia, el híbrido era un chico que estaba en el clan de Viktor Nikiforov. Era de estatura media, delgado, rubio, la tez pálida y los ojos claros — oh, el cadete no se detendría hasta que Lilia hiciera nuevamente de fuente de información — debes saber algo.
Celestino elevó un poco el rostro, intrigado. Reconoció las características señaladas. Él sabía a quién estaba buscando ese hombre.
— Seung, es mejor que te vayas.
La mujer se cruzó de brazos.
— No lo haré. Me quedaré hasta que me digas dónde mierda está ese hombre — su voz arrastrando una creciente ira — dónde está Viktor Nikiforov y su clan.
— Atacaste su hogar y se fue, ¿por qué voy a saber yo a dónde lo ahuyentaste?
Los hijos de Lilia, a su espaldas, miraban atentos mientras cuidaban a los niños de la familia. Sabían que no debían inmiscuirse cuando su madre se hallaba negociando, pero no pudieron pasar por alto las feromonas molestas de su progenitora.
La hija mayor de Lilia notó que el hombre seguía insistiendo sobre el tema y que cada vez su madre fruncía más el ceño.
— ¡Ya basta! ¡Esto es estúpido e innecesario! Yo no seguiré esta conversación.
Seung se acercó a ella amenazador. Su voz se convirtió el hielo gélido, sus palabras como dagas ponzoñosas.
— Escucha, puta de mierda, ¿acaso te gustaría ver el cráneo de una de esas pequeñas bestias a tus espaldas atravesadas por un balazo del arma de un beta? — dijo refiriéndose a sus nietos.
Lilia no soportó el sentimiento que se desató en su pecho. La cólera invadiéndola.
Antes de que pudiera tirarse sobre Seung para golpearlo, los alfas a su alrededor levantaron los cañones y los hijos de Lilia corrieron a su madre. La mayor de ellos posicionándose frente a su madre para separarlos, mostrándole los dientes a Seung que rápidamente retrocedió entre sus escoltas.
— Ni se te ocurra tocar a mi madre.
Lilia sintió las manos de su familia tomarla de los brazos para que no hiciera algo estúpido.
Ya habían llamado la atención de los transeúntes en el mercado que se habían detenido a observarlos.
Pero ambos pares de ojos se encontraron furiosos entre quienes los separaban. Esmeralda y castaño. Dos posturas sólidas chocando estrepitosamente.
El Jefe de la ciudad Kappa no iba a soltar su capricho y Lilia no se dejaría intimidar en su propio territorio.
Ninguno dio el brazo a torcer. Así que solo eso bastó para que una de las partes estallara.
— Hazlo.
La orden fue inmediata. El cañón de la escopeta reventó la cabeza de Natalya Baranovskaya, la primogénita de Lilia.
Las aves trinaron asustadas en lo alto, emprendiendo el vuelo.
La sangre le salpicó en la cara de la madre y se sintió mareada. El sonido lejano del llanto de sus nietos a sus espaldas, sus hijos gritando, tirándose hacia los alfas armados en vano. La gente del mercado confundida, gritando, gruñendo. Seung huyendo entre la gente lo más rápido posible.
Nadie hacía nada por detenerlo. Nadie hizo nada por ayudarlos.
Asunto ajeno no era propio. Eso era la sobrevivencia.
Lilia miró desorbitada a su hija mayor. La mitad de su cráneo hecho trizas, trozos de carne esparcidos, cabello revuelto, el color carmesí derramándose con rapidez. El olor se volvió aberrante, la vista insoportable.
Otro de sus hijos se acercó con un paño viejo entre las manos y tapó velozmente la cabeza de su hermana. La tela tiñiéndose rápidamente de color carmesí.
El estómago se le apretó, sintió náuseas. Todo daba vueltas en blanco y negro, intentó mantenerse de pie, pero no fue posible porque demasiado pronto terminó por desmayarse siendo tomada a tiempo por uno de sus nietos mayores antes de caer de bruces al suelo.
Del otro lado del bosque, Yakov Feltsman escuchó el sonido atronador que por un segundo paralizó a todo el característico bullicio de la zona.
El mal sabor de boca rápidamente se le acentuó con un mal presentimiento en el pecho.
Había sido el sonido de un arma de fuego, y tales cosas no pertenecían a ese lugar ni a ningún otro en el mundo de los alfas y de los omegas. No obstante, la última vez que había visto un arma había sido del cadete colaborador de Lilia.
...
Entre los rugidos, los gritos, el susto y la confusión, los alfas traidores a su propia naturaleza sacaron a Seung lo más rápido que pudieron. Huyeron por las quebradas, mientras se hacían espacio apuntando con los cañones hacia quienes estorbaban.
Sabían que habían cometido un crimen. No serían aceptados en ese lugar nuevamente, ni los alfas, ni mucho menos Seung que sintió cómo esa sensación horrible de la frustración volvía a él por no haber conseguido algo de esa mujer.
Mientras intentaba regular su respiración, escuchó que los alfas a su espalda volvían a levantar el cañón y volteó alertado. Había un hombre levantando las manos, con una capucha puesta que bajó muy lentamente ante la mirada de quienes lo amenazaban con el cañón.
— ¿Quién es? — preguntó con voz ruda.
— Celestino Cialdini, señor. Es un reconocido líder de uno de los clanes más antiguos... aunque ahora es uno de los más débiles — respondió uno de los escoltas.
Eso pareció herir el orgullo de Celestino que miró con desprecio al alfa.
— ¿Qué quieres?
Celestino bajó las manos. Era tiempo de mover algunos hilos a su favor.
— He escuchado por casualidad su conversación con Baranovskaya, ¿señor...?
— Seung.
— Señor Seung — asintió — mi clan ahora mismo está yendo tras Viktor Nikiforov, hace muy poco le cogimos la pista.
El cadete lo miró con interés, pero no se fió del todo.
— ¿Y qué quieres?
— Hacer un trato contigo.
Su mirada se volvió vivaz. Seung mantuvo cerca su escopeta.
— ¿Qué tipo de trato?
Celestino movió la cabeza, como si se tratara de poca cosa. Se cruzó de brazos y sonrió.
— Una caza comunitaria — dijo con cierta gracia en la voz — yo te llevo hacia Viktor y tú...
— Nunca dije que quería a Viktor Nikiforov, parece que no sabes inmiscuirte en asuntos ajenos con suficiente oído.
Celestino suspiró. Paciencia. Era solo un beta malhumorado, pero podría ser bastante útil para sus planes.
— No, estás tras el omega.
— ¿Omega? — su voz confundida, pero su pecho anhelante, información, eso era lo que podría estar recibiendo en aquel instante, por lo que centró toda su atención en el hombre — el chico, ¿es un omega?
— Sí. Escucha, este es mi trato — se lamió los labios antes de volver a empezar, con el semblante serio — Si tienes tanto poder como para doblegar a estos perros baratos — apuntó con la cabeza a los alfas y estos gruñeron — entonces debes tener poder dentro de tu ciudad.
— Sí. Qué con eso.
Excelente. Cialdini sonrió para sus adentros. Ese era un pez gordo, se encargaría de que mordiera su anzuelo.
— Te llevaré a Viktor Nikiforov y con él hallarás al omega, pero a cambio quiero que mates a un cierto león por mí. Ese escopetazo fue bastante efectivo — dijo refiriéndose al reciente asesinato.
Seung se lo quedó mirando.
— ¿No que tu clan es débil?
— Mi clan no es... — se detuvo y suspiró profundo — estoy colaborando con otro clan más grande y ellos ya están tras la pista de Viktor, si pones de tu parte esto podrá hacerse más rápido y todos quedaremos felices al final.
Pero de todos modos Seung lo observaba con desconfianza.
— Buscas al chico rubio, de tez blanca y de ojos verdes, lo entiendo. Sé quién es, sé que Viktor lo tiene y sé el león que quiero que mates va tras él porque lo quiere para la entretención de su clan. O se lo queda él, o te lo quedas tú.
Celestino Cialdini sabía que Yuri Plisetsky era valioso y tenía interés por él, pero no al grado de obsesión como Jean. Si se veía en la obligación de cerrar ese trato teniendo que ceder al omega a Seung, lo haría. Todo lo que su alma traicionera quería era un clan establecido y fuerte, en otras palabras, todo lo que Jean tenía, por lo que, si este hombre lo ayudaba a aniquilarlo, él estaría conforme; sin olvidar que esa victoria aseguraría obtener a Yuuri Katsuki devuelta y, aunque para Celestino fuera un omega servible únicamente para follar, ver el dolor y la desesperación en el rostro de Viktor Nikiforov sería gratificante tanto para su alma como para su mente perturbada por tal robo que el chico había hecho años atrás cuando hurtó consigo al omega.
Además, poco y nada le importaba lo que ese beta quisiera hacer con Plisetsky.
Seung se sintió acorralado con esas últimas palabras. No quería que nadie más se apropiara de ese chico. Había esperado largos años para poseerlo y no dejaría que nadie más le volviera a arrebatar esa preciosa piel nevada. Por lo que, empujado por tal pensamiento, se vio en la obligación de aceptar.
Su viaje a su hogar con su familia tendría un retraso, pero valdría totalmente la pena.
— Todo lo que tengo que hacer es poner a mi escuadrón de tu parte y matar a ese león.
— Claro, después de abrirte paso por muchos alfas, por supuesto.
Seung frunció el ceño, pero ya no había vuelta atrás.
— Está bien, pero viajarás conmigo a Kappa antes de marchar hacia Viktor Nikiforov.
— No pensaba huir — respondió subiendo y bajando los hombros — pero yo voy y actúo por mis propios medios naturales.
Lo último refiriéndose a que se negaba a utilizar algún medio beta, tal como los alfas frente a él poseían entre sus manos.
— Bien — sentenció. Se acercó despacio hacia Celestino y estiró su mano — es un trato.
Celestino sonrió ya no conteniendo su victoria. El anzuelo había sido picado y él se encargaría de no soltar el hilo.
— Yuri Plisetsky será tuyo, es un trato.
Cialdini apretó la mano y dio una breve sacudida, mientras Seung Gil Lee sintió que su corazón caía al piso.
— ¿Plisetsky?
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Lambda eran quebradas y tierras muy concurridas, por lo que mantener a un clan completo allí no era propicio. Eran los líderes los que se mantenían en ese lugar la mayor parte del tiempo, a veces solos, a veces con sus familias. En su mayoría eran pacíficos si no se les amenazaba. El líder dejaba a un reemplazante para controlar al clan -usualmente de confianza o familia- mientras ellos hacían sus negocios traficando o trucando objetos o comida en el mercado negro para luego llevarles cada cierto tiempo y ayudar con el día a día.
El clan de los Baranovskaya era numeroso, quizá no tanto como los Feltsman, pero sí considerables. Un mensajero corrió hacia donde se ubicaban, no tan alejados de Lambda, para notificar la muerte de Natalya Baranovskaya. Viajaron hasta su líder para hacer compañía y dar sus condolencias y muestra de apoyo.
Habían envuelto al cuerpo completo de la muchacha en una suave tela blanca de lino y reposaba sobre una mesa rústica de madera bajo los árboles donde convivió con su madre, hermanos, pareja e hijos.
Tendrían que cremarla. Su piel no podría ser utilizada ya que gran parte de la zona facial estaba dañada y, además, la muchacha había muerto en su forma humana y que un cuerpo tomara su forma híbrida en tal estado extraña vez sucedía.
Yakov acompañó a Lilia y a su familia. Sobaba la espalda despacio de la afectada mujer que intentaba no convulsionar cada vez que los sollozos la atacaban.
El hombre escuchó un ululeo entre los sollozos, pero en un principio lo pasó por alto. No fue sino hasta que el ave voló más bajo, frente a las ramas de los árboles frente a él, que lo vio. Le costó reconocerlo, hacía mucho que no veía a esa ave, pero de inmediato supo que algo no andaba bien.
Hizo un pequeño gesto con la cabeza y Maka voló hacia otra rama más cercana, todavía desconfiado de bajar entre tantos alfas desconocidos. Yakov tuvo que acercarse al búho y estirarse cuando este le cedió su pata. Fue una tarea un poco complicada porque Maka no se atrevió a posarse sobre él y el nudo en su pata era muy firme.
A los minutos Lilia notó la falta de su amigo y, aún con las mejillas húmedas, lo vio acercarse nuevamente con algo en el puño. Se veía pálido y llegó hasta ella con sus labios hechos una línea, sin decir una sola palabra.
— ¿Qué pasa?
Yakov negó, pero tal como él la conocía a ella, Lilia sabía de memoria cada mínimo gesto en su actuar.
— ¿Qué pasa? — repitió, su voz temblorosa.
El hombre la miró torciendo los labios y luego soltando el vaho que se elevó y se perdió en el aire frío de la noche.
— No quiero darte más problemas compartiendo los míos...
— Oh, cállate y dime qué pasa — Lilia insistió, ya nada podía ser peor que ver a su hija morir.
Yakov pareció volver a dudar, pensándolo dos veces y hasta tres antes de soltarlo.
— Es Vitya — su tono pronto detonó su preocupación — tiene problemas y está huyendo con un debilitado clan de Cialdini y Leroy.
Lilia se tapó la boca, tomándole el peso a la situación. Sus voces rápidamente convirtiéndose en susurros alejados de la multitud ya que en ese lugar no podían confiar tales temas en nadie que no fuera de total confianza.
— ¿Pero Viktor no tiene a su clan establecidos tras murallas?
Yakov negó con la cabeza, de pronto el latido de su corazón ahogándolo. La preocupación casi desbordándolo. Estúpido chiquillo, ¿por qué no le había dicho nada? La nota con letra apenas legible por un carbón corrido decía que de Yplison pasarían a Rho y Épsilon, ¿desde hace cuánto que estaban huyendo y por qué demonios no le había dicho antes? ¡eso estaba muy lejos de donde el clan Nikiforov se establecía!
— No lo sé, no explica mucho — levantó el papel y volvió a negar con la cabeza — tengo que ir, tienen tres omegas que están protegiendo.
— ¡¿Tres ome...?!
Yakov hizo una seña para que bajara la voz. Lilia se sintió estupefacta, el Feltsman ya le había dicho que Viktor poseía dos omegas en su clan, pero ¿ahora había un tercero?
— Y eso no es todo — murmuró con frustración en la voz — su clan se redujo y uno de los omegas está embarazado. — Lilia abrió los ojos, Viktor estaba en un serio problema — mierda, Lilia... — dijo tomándose el rostro — tengo que ayudarlo, tengo que ayudar a mi nieto, pero me tomará semanas sino es que meses llegar y ellos siguen moviéndose.
Lilia quedó muda, no sabía qué decir.
Los interrumpió uno de los felinos de Yakov, que llegó corriendo a ellos y miró alertado a su líder. El hombre lo miró con temor de recibir una segunda mala noticia por su semblante.
— Necesito decirle algo, señor — susurró con voz presurosa, apretándose las manos con nerviosismo y mirando a Lilia fugaz.
— ¿Qué es?
— Es Celestino, los chicos lo vieron hablando con el beta a las afueras de la ciudad... no escucharon mucho, pero dijeron que hablaban de su nieto.
— ¿Qué?
— Se fueron todos juntos por la misma dirección.
Yakov sintió que el mundo se le venía encima. Pudo visualizar la matanza que harían al clan de su nieto y su corazón se contrajo. Viktor tenía todas las de perder.
Lilia lo escuchó todo con la respiración saliendo de sus labios separados. Pero de pronto los cerró y trago, apretando la mandíbula antes de soltar una voz firme y poner su mano sobre el hombro de su amigo.
— Vámonos.
El hombre volteó confundido, todavía chocado por la noticia.
La voz de Lilia se volvió gélida y dominante. Sus ojos brillosos refulgieron decididos.
— Es mi culpa que ese monstruo se haya enterado de Viktor. Es mi culpa, yo dejé todo esto pasar. — dijo refiriéndose también a su hija — reuniré a mi clan y nos iremos de este lugar.
— ¿Q-Qué? Pero, Lilia...
— Pero nada.
Y, aunque el corazón de Lilia estuviese hecho trizas, Yakov sintió una enorme admiración al ver la espalda recta y la cabeza en alto de la mujer que caminó para reunir a los suyos. Determinación y valor. Belleza en el dolor.
Discutir con Lilia era un caso perdido y lo sabía de antemano. Fiera, orgullosa de carácter y obstinada. Tampoco podía negarse al hecho de reunir a más personas, el clan de Lilia era al menos un poco más de una centena y serían de gran ayuda. Se encargaría de agradecerle hasta el día de su muerte a esa fortaleza de mujer.
Seung llegó aturdido al vehículo, en total soledad. Sus alfas y el hombre que se había presentado como Celestino irían corriendo como híbridos hasta las afueras de Kappa, donde se reunirían con él.
Sus manos estaban apretadas contra el volante de la camioneta, su turbio corazón era un tornado de recuerdos del pasado.
No flaqueó frente los alfas cuando selló su trato con Celestino, pero ahora sentía que sus manos temblaban y su respiración quemaba. Sus ojos miraban el camino oscuro frente a él, pero su mente no podía ver nada más que la capilla, las flores y los ataúdes de madera.
Yuri Plisetsky.
El apellido grabado a fuego en su cabeza. Odiaba ese asqueroso apellido.
Si no le hubieran dicho el nombre, no hubiera recordado jamás la placa con la que habían velado al muchacho junto a su familia.
Recordó al leopardo de las nieves que lo hizo recobrar su esperanza de venganza, en cómo el híbrido tomaba su cuerpo humano. Recordó cuando vio al mismo muchacho de rubios cabellos y ojos verdes desde el balcón de esa inmensa mansión.
Oh, ¿cómo no lo notó antes?
Era la misma apariencia de Nelli Plisetsky, una copia -incluso- de su hermana mayor, esa muchacha con rostro de muñeca que miraba con desconfianza a Seung Gil Lee cada vez que se entraba a la ciudad.
— Yuri Plisetsky.
El nombre saliendo de sus labios separados causó que su corazón doliera. Una mezcla de repugnancia y emoción.
Sin notarlo, estaba sonriendo. Una sonrisa alegre y retorcida.
— Lo tengo — murmuró — al fin lo tengo...
Años de haberlo estado buscando y al fin lo hallaba.
Su mano -todavía trémula- bajó y giró la llave. La camioneta dio un traqueteo y el motor se encendió.
Un Plisetsky había quedado con vida. No importaba cuál de los monstruos de Dimitri Kozlov fuera. Había quedado uno con vida. No todo estaba perdido.
Todo terminará muy pronto, Catlyn. Pensó.
Todavía una piel de leopardo de las nieves vagaba viva por el mundo.
Y vaya que eso le causaba emoción.
¡Gracias por leer!
