Irreconocible

El cielo de la ciudad de Kappa se hallaba nublado y caía una sutil neblina sobre las frías calles y los pocos habitantes que caminaban por las mismas. El aire congelado y las nevadas siempre eran las primeras en llegar en esa zona cercana a las cordillera y altiplanos más altos, una característica típica de Kappa que carecía de zona costera.

Desde su posición en el alto muro de piedra que protegía la ciudad, Pichit Chulanont veía de a poco las luces iluminando los hogares. El humo de las chimeneas tampoco tardó en aparecer y subir hasta desaparecer en la atmósfera.

— Afortunados — murmuró mientras un súbito escalofrío le sobrevenía.

Hacer guardia a esas horas, más en invierno cuando oscurecía y el frío afloraba antes, era terrible.

Era un alivio que los Escuadrones dispusieran de uniformes aptos. Pichit sentía que podría morir congelado de no ser por las botas de combate, los guantes, el gorro, el pantalón impermeable y la gruesa chaqueta negra con cuello de piel que le llegaba hasta las rodillas.

Sus compañeros de guardia se hallaban repartidos por todo el pasillo techado sobre la muralla y rotaban cada diez minutos sus posiciones para no morir agarrotados mirando a un solo punto sin hacer nada.

Fue cuando volvía de uno de los costados, cuando dos luces a la lejanía llamó la atención de los cadetes que custodiaban el frente de la ciudad.

— ¡Los quince a la derecha, apunten! — exclamó el primer cadete cercano a las escaleras, el que por turno estaba al mando de los demás allí arriba.

Pichit tomó la escopeta cargada en su espalda, cargando y escuchando el sonido de sus compañeros en posición.

El protocolo de las murallas era que quienes hacían guardia sobre ellas debían levantar armas al tan solo avistar algún sospechoso llegando a la ciudad.

No se asustaron porque estaban acostumbrados a que casi siempre resultara ser algún sargento o cadete con asuntos pendientes dentro de la ciudad o volviendo a ella tras realizar labores en otras ciudades.

El sonido de un motor acercándose se hizo audible. Los cadetes abajo, en la garita y en las entradas habían escuchado el aviso y aguardaron apuntando, atentos.

Pichit aspiró el aire frío que le helaba la garganta.

— ¡Vehículo del Jefe Seung Gil Lee! — volvió a gritar el cadete utilizando unos binoculares y siendo escuchado por los de la entrada de la ciudad — ¡bajen armas!

Si era el Jefe de la ciudad el que venía en camino, entonces no había peligro por el que alertarse.

Pichit sonrió al saber que su amigo había vuelto una vez más a salvo.

Dejaron pasar a Seung a la entrada de la ciudad. El hombre estacionó el vehículo a un lado de la garita de registros mientras sus subordinados hicieron un breve saludo militar y proseguían a hacer la respectiva revisión a la camioneta para finalmente guardarla bajo techo junto a las demás. El Sargento Soler saludó de la misma forma al Jefe de la ciudad, devolviéndole el mando que le había cedido en su ausencia. Seung asintió con la cabeza y pronunció un pequeño "gracias".

Se acercó a la garita y entró por la puerta trasera, llamando la atención de la muchacha que estaba a cargo allí.

— Li — la chica se puso de pie muy recta.

— Sí, señor.

— Necesito que me pases el libro de los cadetes vigentes de la ciudad.

La muchacha asintió, con algo de curiosidad. Volteó buscando entre las repisas aquel grueso libro que debían actualizar año tras año, copiando a mano múltiples nombres viejos y nuevos.

Usualmente ese libro, acumulando polvo en la repisa, no se utilizaba sino cuando había alguna baja en el Escuadrón de la ciudad y debían tachar algún nombre para volver a realizar las cuentas de cuántos cadetes estaban en servicio actual en Kappa.

Li le pasó el libro a su Jefe y Seung se acomodó en la mesa de al lado de la muchacha para comenzar a revisar.

Tomó una pluma del escritorio y, repasando cada clasificación del libro; desde cadetes especializados en mecánica, en seguridad privada, en el área de la medicina, destacados en la caza y hasta quienes tenían mejor rango según su manejo con las armas, Seung empezó a seleccionar grupos. Desde el margen de la hoja de un amarillo desgastado, hizo corchetes que encerraban grupos de nombres que le serían útil.

— Todos estos — le dijo a la chica que lo veía atento — quiero que llames a todos los que marqué.

Terminó de encerrar al último grupo y dejó la pluma, corriendo el libro hacia la muchacha.

— Sí, señor — asintió Li, pero con su tono dubitativo.

— Diles que el Jefe de la ciudad Kappa, Seung Gil Lee, les ordena reunirse fuera de la ciudad en este mismo instante.

La muchacha lo miró preocupada, pero Seung no tenía tiempo de dar explicaciones.

— ¿Entendido? — preguntó con voz dura ante la mirada de cervatillo de la chica.

— Sí, sí, señor.

La cadete se sentó en su sitio y tomó el libro, acercando el pesado teléfono a su lado y que por obligación cada cadete debía poseer en sus hogares para casos como ese. Le echó una ojeada al libro y a las páginas. Al menos unos cincuenta nombres de todo tipo, pero sin duda en mayor número los destacados en caza y uso de armas.

Descolgó el mango de bonita madera y sintió el frío del auricular y micrófono en su oreja y mejilla. Todavía confundida, pero presionada por la mirada de su Jefe, empezó a girar los números del primer cadete, anotados a un lado de su nombre en aquel libro.

...

La noche empezó a caer sobre sus cabezas demasiado rápido, los confundidos cadetes llegaron a formar filas fuera de los muros hasta las once de la noche. No obstante, sus armas fueron tomadas y cargadas en la parte trasera de una de las camionetas que Seung había pedido sacar.

Las miradas de los confundidos cadetes no tenían precio. Era como si se estuvieran formando para ir a una guerra sin siquiera ser avisados.

Pichit también figuró entre los llamados. Anteriormente había intentado acercarse a Seung y buscar respuestas a todo lo que estaba haciendo, pero el hombre no contestó nada y le había ordenado volver a su lugar.

El silencio sepulcral de la noche fue quebrado por la voz imponente de Seung que separaba a sus subordinados de las cinco camionetas cargadas tras su figura.

— Los he reunido aquí — comenzó, con voz alta y audible — para dar aviso de que por decisión del comité de Jefes de ciudades a lo largo del territorio, se ha decidido un plan de creación de cazas de invierno. Así es, ya no solo serán de primavera.

Seung se paseó frente a ellos, con las manos en su espalda, los hombros rectos y mirando el suelo donde pisaba.

Pichit frunció el ceño escuchando varios murmullos confundidos a su alrededor.

— Ustedes han sido seleccionados para esta caza. Serán pagados extra al regresar y podrán tomarse el mes de descanso en sus hogares cuando ustedes deseen. — sus ojos observaron a los cadetes, hallando rostros disgustados — si se niegan — aclaró de inmediato, alzando más la voz — podrán despedirse de su trabajo en este mismo instante porque esto es una orden acordada, dictada y que harán también los Jefes de las otras ciudades con sus Escuadrones. No seremos los únicos. Nosotros marcharemos a la base del norte, muchos han estado ahí antes, nos quedaremos allí por un mes. Los vehículos van cargados con alimento y agua en la parte trasera, no deben preocuparse por ello.

El silencio volvió a ser intenso.

Pichit sintió que ese maldito mal presentimiento lo volvía a asaltar. Todo eso era demasiado repentino, muy sospechoso ¿cazas en invierno? eso podría resultar extremadamente peligroso porque sus enemigos ya no serían solo alfas, sino también el mismo clima. Además ¿por qué necesitaban a tantos hombre para una sola caza? ¿y por qué los estaban obligando cuando las cazas siempre habían sido opcionales? ya suficiente habían tenido con que las cazas de primavera se hubieran extendido ese año por órdenes de Seung, ¿y ahora esto?

— Se dividirán en dos grupos: los que irán en las camionetas y los que irán trotando a sus costados. Nos iremos turnando cada dos horas para que el frío no nos consuma.

Un par más de murmullos se hicieron audibles. Los cadetes estaban molestos.

Seung elevó la mirada, no mucho podía distinguirse en la oscuridad.

— ¡Si alguno quiere retractarse, retirarse y perder su oficio, salga ahora de las filas y que se devuelva a la ciudad! — exclamó con voz dura.

Por unos segundos, nadie se movió. Algunos se miraron entre ellos, preocupados, resignados, atemorizados, muchos enfadados, uno que otro todavía confundido.

Un hombre mayor dio un paso adelante y salió de su posición ante la atenta mirada de todos. Llevaba el ceño fruncido y, cuando salió de la fila miró fijamente a Seung, dio una rápida reverencia y volteó de vuelta a la seguridad de Kappa. Seung apretó la mandíbula. A los segundos otros cinco cadetes más le siguieron imitando el gesto y volviendo a entrar a la ciudad.

Los cadetes que hacían guardia en las murallas observaban mudos la escena.

— ¿Alguien más? — preguntó el Jefe de la ciudad.

Aguardó unos segundos.

Pichit estuvo tentado a salir de ahí, pero en cuanto dio un paso, sintió de súbito las consecuencias que eso podría acarrear. Su familia solo eran floristas, les iba bien, pero su sueldo también contribuía parte importante del mantenimiento de su hogar. No podía hacerlo.

Se mordió el labio y se quedó ahí, su corazón saltando y Pichit ahogando el deseo de hacer caso a esa voz en su cabeza que le dictaba correr de vuelta a su hogar.

Nadie más se retractó.

— Bien.

Seung caminó a paso largo hacia las filas. Hizo una separación con su brazo para hacer los grupos.

— Los cadetes de aquí hacia atrás serán los que irán primero caminando. Los de adelante monten en las camionetas de inmediato.

— Señor, ¿podemos tomar nuestras armas? — preguntó un subordinado en la fila de la que había hecho la separación.

— No. Aseguré la zona cuando venía de vuelta, no debe haber ningún peligro. Además podrán avanzar más rápido sin el peso en sus hombros.

Se devolvió hacia el frente, mientras los cadetes empezaban a montar los vehículos.

— ¡Chulanont, Kello, Sakho y Smirnov, ustedes irán manejando! yo tomaré el quinto vehículo.

Aguardó a que rápidamente todos se acomodaran y, cuando estaba por subir a la camioneta, levantó la mano hacia la primera cadete al frente de la muralla. Cuando la muchacha lo distinguió, hizo una seña con sus ó la voz agudo gritar hacia los cadetes de abajo que era hora de tapar la ciudad. Ya casi era media noche.

Las gruesas bisagras rechinaron agudo cuando fueron destrabadas de la pared. Seung volteó para ponerse en marcha y, justo antes de cerrar la puerta de la camioneta, pudo distinguir el choque de ambas puertas de la ciudad cerrándose.

...

Avanzaron por tierra plana antes de subir por los caminos más complicados. El bosque se hallaba silencioso, el único ruido era el de las camionetas que iban en fila una tras otra, lento por la estrecha e irregular subida y también para no dejar atrás a los cadetes que iban a los costados de esta.

Pichit iba en la tercera camioneta, todavía con el mal sabor en la boca. Frente a él iba Smirlov y en la cabeza iba manejando Seung. Todos dentro del vehículo iban en silencio y él a ratos miraba por el retrovisor a la parte de carga atrás, donde iban más cadetes sentados uno al lado del otro, con las manos bajo las axilas, el gorro hasta las cejas y el cuello del abrigo hasta la nariz.

El camino a la base que siempre ocupaban en primavera era conocido por la mayoría de los cadetes de Kappa. Una subida de cuarenta minutos por el bosque, por un sendero angosto y libre de maleza, ahora con una fina capa de nieve embarrada. Pronto se hallarían con la curva pronunciada en la que debían virar. Una hora más en aquel sentido, esquivando cuidadosamente árboles y la desregularización del camino. Pichit calculaba que cuando estuvieran a mitad de él tendrían que hacer el cambio de turnos y él pasaría a estar entre el grupo que debía caminar.

Estaba meditando en ello cuando notó que, terminando de doblar por la curva, frente a él Smirlov se detuvo. Esperó a que su compañera volviera a ponerse en marcha, pero los segundos pasaban y nada sucedía.

— ¿Qué pasa? — preguntó su compañero que iba de copiloto.

— ¿Smirlov tiene problemas? — preguntó uno asomándose desde atrás.

— No lo sé — musitó Pichit, bajando el vidrio de su ventanilla — oye — llamó la atención de uno de sus compañeros — ¿qué pasa a la cabeza de la fila?

El muchacho se estiró para divisar mejor la situación allá adelante.

— Creo que el Jefe Seung se detuvo.

Se escucharon unas órdenes desde adelante que se fueron pasando hacia atrás.

— ¡Estacionen y bajen!

Pichit sintió el asalto de su corazón. Una voz en su cabeza que le decía que eso no pintaba bien, ¿le habría sucedido algo a Seung?

— Joder — dijo el cadete de atrás abriendo la puerta para bajarse del vehículo — viejo de mierda, no contento con esta estupidez, ¿ya quiere hacer el cambio de turno?

El chico de copiloto a un lado de Pichit se rio mientras obedecía la orden.

Pero Pichit no tenía cabeza para ellos, apagó el motor y los siguió. Empezaron a avanzar todos a pie hacia adelante, reuniéndose alrededor de Seung Gil Lee que aguardaba en silencio.

Pichit sintió un escalofrío en su nuca.

Seung aguardaba a un costado de su camioneta con los brazos cruzados. Aguardaron a alguna nueva orden o explicación viniendo de Seung mientras todos se agrupaban, pero eso nunca llegó.

Uno de los chicos pareció cansarse de la situación.

— ¿Qué sucede ahora? — la molestia pintaba su tono.

No obstante, Seung lo ignoró y miró hacia un costado, donde sus otros subordinados ya llegaban junto a Celestino. El sonido de los pasos provenientes del bosque llamó la atención de a poco de los uniformados.

Pichit miró asustado, el presentimiento doliendo más que nunca en su pecho.

Un hombre de coleta baja y ojos verdes sonrió cuando vio a Seung. Venía con otros hombres que estaban armados.

¿Acaso eran otros cadetes?

Algo le decía que era poco probable, ¿dónde estaban los típicos uniformes?

Sintió las horribles ganas de salir corriendo de allí, incluso pensó fugazmente por qué no salió de las líneas cuando Seung lo ofreció.

Dio un paso atrás de la masa. Algo no andaba bien y sus compañeros también empezaban a notarlo.

Volteó y se detuvo con el corazón en la garganta cuando encontró con un tigre observándolo fijamente.

Un alfa.

Escuchó el grito de uno de sus compañeros más adelante. Volteó asustado distinguiendo, un poco más allá, que salía un coyote del bosque.

— ¡Hay un alfa! ¡Es un alfa!

— ¡La escopeta! — gritó otro, pero apenas alguien intentó correr hacia donde se hallaban las armas, Pichit espabiló y tiró de su brazo.

— ¡No! — le gritó.

El tigre seguía allí y rondaba meneando su cola mientras los observaba fijamente con sus ojos avellana que refulgían en la semi penumbra. Un gruñido pequeño que fue creciendo en su garganta y finalmente el rugido que los espantó a todos.

Hubo más gritos. Sus compañeros rápidamente empezaron a voltear, aterrorizándose y pegando la espalda a la camioneta cuando se vieron rodeados de siete alfas con distintas formas híbridas. Una de las chicas había empezado a sollozar a viva voz, buscando desesperadamente la puerta del vehículo para esconderse.

— ¡¿Q-Qué es todo esto?!

Los gritos y el espanto se sembraron con rapidez. Las preguntas y las respiraciones agitadas cuando los alfas los rodearon desde más cerca.

Pichit sintió las manos de una de sus compañeras agarrar con fuerza su brazo. Sus propias manos también temblaban, estaba paralizado.

Las armas estaban la cuarta camioneta, en la última de la fila. Era imposible llegar si el alfa les tapaba el camino.

Buscó con la mirada a su amigo. Lo halló caminando hacia el hombre de la coleta, dando pasos sin miedo entre los alfas. Se dieron la mano.

No necesitó más para preverlo, para asumirlo en lo más recóndito de su corazón. Por años lo había querido ignorar, pero ahora se estaba volviendo realidad frente a sus propios ojos y los de sus demás compañeros.

Ahí estaba su mal presentimiento.

— Seung Gil Lee, ¿lo ves? te dije que no iba a huir — escuchó la voz del desconocido decir. El nombrado asintió.

Celestino les echó una ojeada a los cadetes y volvió a sonreír, pensando que esos tontos betas no eran nada sin sus armas.

— Pero ahora debemos apurarnos — dijo mirando a Seung — si pasa más tiempo el rastro del clan Leroy podría borrarse y necesito seguirlos para poder llegar a Viktor Nikiforov.

— Está bien. Mis alfas pueden ir custodiando a mis cadetes, les he quitado las armas. Tú tendrás que ir al frente para abrir el camino.

Celestino asintió, tomando rápidamente su forma híbrida, momento donde Seung se dignó a darles la cara a sus subordinados.

— Los alfas no les harán nada si yo no se los ordeno, pero no esperen que les laman las manos si los ven intentando ir contra mis reglas a mis espaldas — el Jefe de la ciudad Kappa apuntó a uno de los cadetes — tú, ve a conducir el último vehículo.

El muchacho joven lo miró consternado, parecía mareado y a punto de desmayarse.

— ¡De inmediato!

El chico se tomó unos segundos para asentir. A paso trémulo, y casi cayéndose, pasó frente al coyote y rodeó al tigre para dirigirse al cuarto vehículo.

Seung hizo una seña con la cabeza a uno de los alfas para que vigilara al cadete que acababa de mandar. Seguido, volteó hacia los demás que lo miraban aterrados, como si él fuera uno más de esas bestias; visión que no estaba muy alejada de la realidad.

— ¡A nadie aquí se le ocurrirá ni se le permitirá tomar una maldita arma sin mi consentimiento! — sentenció — ¡todos seguirán mis órdenes y seguiremos avanzando tal como lo hemos estado haciendo! ¡si veo un vehículo o uno de ustedes intentando huir, no se los perdonaré! ¡los alfas estarán vigilándolos mientras viajamos!

Pichit sintió que su respiración se aceleraba y el impacto lo aturdía.

— ¡Vuelvan todos a como estaban antes de varar y sigamos avanzando!

Algunos de los subordinados de Seung murmuraron improperios, lo insultaron, pero no se atrevieron a gritárselo ahogados en el miedo de recibir un ataque de esos híbridos que los observaban fijamente mientras rondaban alrededor de ellos.

Los alfas empezaron a acercarse a los betas y estos tuvieron que empezar a moverse. Los que pudieron mantener mejor su miedo y su pánico obligaron a empujones a sus compañeros que se habían paralizado o lloraban hechos una bola de terror.

La muchacha que sollozaba histérica fue metida en uno de los vehículos junto a otros de sus compañeros porque uno de los lobos había empezado a gruñir molesto por los chillidos incesantes.

Todos empezaban a movilizarse rápidamente a pesar de sus extremidades trémulas, llevados por el terror de poder morir.

Muchos quisieron llorar de frustración pensando que debieron haberse retirado cuando tuvieron oportunidad, envidiando con su corazón en un puño a quienes sí tuvieron la valentía de decir que no a esa estúpida caza de invierno. Caza que ahora sabían era una vil farsa de su Jefe para llevarlos a quién sabía dónde y quién sabía por qué.

Pichit espabiló de súbito y se abrió paso contra la corriente.

— ¡S-Seung! — su llamado saliendo involuntariamente de sus labios, empujado por el coraje en su corazón.

El hombre volteó para verlo, antes de subir a su vehículo. Toda frase murió en la garganta de Pichit.

Los ojos de Seung eran sombríos y lo calaron profundamente como dos dagas congeladas. Dos lobos se pasearon por su lado. Y él no hizo nada, no dijo nada, no les temió, ni siquiera los miró. Seung siguió observándolo con esos ojos castaños.

Pichit temió incluso de su silencio.

¿Quién era esa persona? porque definitivamente, no era su amigo. El hombre de los ojos tranquilos y de sonrisas fugaces, el que gustaba fumar en el frío y siempre le ganaba en el ajedrez. Alguien en quien confiaba, en quien depositaba sus dudas y recibía de él los mejores consejos, alguien que admiraba por su sensatez, su tenacidad y su justicia.

Pero ahora, en la oscuridad de ese bosque, con los alfas rodeándolos y sus compañeros sometidos, Seung Gil Lee le parecía una silueta lejana y oscura.

— ¿Qué es todo esto?

Su voz trémula, casi un susurro, pero Seung lo comprendió bien.

Sintió caer su corazón al suelo cuando, para nada fugaz, una curva se formó en los labios ajenos y se mantuvo allí por largos segundos.

Pichit apretó los puños.

La voz de Seung fue profunda y calmada. La voz de su amigo, pero con el pelaje de un monstruo irreconocible.

— Es una caza de invierno, Pichit. Cazaremos en las nieves.


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