Destino
Laguna Herradura había sido bondadoso con el clan Nikiforov y les había dado una mina de carpas que les sirvió para llenarse el estómago después de estar racionando la comida de a pequeños trozos y solamente dos veces al día. El agua no les había hecho falta, por suerte habían rellenado las botellas que tenían con la lluvia de hace unos días. Pero la carne era tema aparte, muy pronto esta se terminaría.
Pero por el momento, tenían pescados.
Los lavaron con la misma agua de la laguna -una vez ya muertos- para quitarle el barro que algunos mantenían entre sus aletas y escamas. Habían tenido que improvisar para cocinar la carne, abriéndolos con una roca puntiaguda, destripándolos con las manos y dejando su estómago abierto en dirección al fuego, clavados a un par de ramas acomodadas entre unas rocas para que mantuvieran el equilibrio. Ni los alfas se quisieron arriesgar a comer la carne cruda de los pescados, además, de esa forma las espinas serían más fáciles de quitar.
Aquella noche no había cabaña para el clan. Tendrían que dormir un par de horas en el bosque y continuar antes de que amaneciera porque Viktor empezaba a notar que el paso al que huían cada vez se hacía más lento.
Otabek se estiró y sacó uno de los pescados que ya estaba listo. Se lo tendió a Luka y este lo tomó intentando dar un mordisco, pero al instante quemando su sensible paladar felino. El niño arrugó su nariz y cerró fuerte sus ojos, sacudiendo la cabeza, como si con eso pudiera enfriar su boca.
— No tan rápido — le advirtió demasiado tarde Otabek.
— Pásamelo, yo se lo desmenuzaré — dijo Yuri con la boca llena, mordiendo voraz su propio pescado.
— No, no te preocupes.
Otabek le arrebató el palo de las manos a Luka antes de que Yuri dejara de lado su propia comida -que se veía tan feliz degustando-. Luka aguardó con mirada anhelante y con la punta de su lengua entre sus labios mientras su papá empezaba a desmenuzar trozos pequeños y se los pasaba mientras él rápidamente soplaba y se los echaba a la boca.
Yuri no dijo nada, siguió mordiendo su cena con ganas; por dentro quería llorar, la carne cocida de venado o cerdo estaba bien, pero la de pescado, oh, esa era su debilidad.
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A menudo Viktor se preguntaba qué tan cerca de ellos estaría Jean Jacques Leroy. No dudaba en que lo hacía, para nada; el hombre era tan fugaz a la hora de seguir rastros, además de muy astuto, así que de seguro les estaría siguiendo la pista.
Maka no había llegado desde que lo envió a con Yakov y eso lo tenía preocupado. Era horrible la espera y su constante huida. Intentaba mostrarse lo más fuerte y confiado posible, pero era imposible que a veces no empezara a dudar.
Yuuri le había calmado la noche anterior diciendo que Maka seguramente se estaba retrasando porque debía cazar su comida, dormir y protegerse de las constantes lluvias que la llegada de ese invierno les estaba proporcionando. También, le dijo que no subestimara a Maka porque a pesar de ser un ave vieja, era muy inteligente y no había rostro que olvidara.
Casi todos en el clan habían perdido la cuenta de los días que llevaban fuera de los muros de la mansión Nikiforov. La comodidad del establecimiento, el motor eléctrico que les otorgaba luz, el gran tanque de agua conectado a cada llave dentro del hogar, las camas blandas y suaves, las cuatro comidas en el día, la seguridad dentro de las sólidas murallas. Todo era como un paraíso demasiado lejano que, en su momento, algunos no habían apreciado bien.
Ahora todos estaban bajo las lluvias que no habían tenido piedad en los días siguientes.
Laguna Herradura y los peces que habían sobrevivido habían quedado muchos kilómetros atrás de sus patas. Avanzaban por un área despejada, donde el suelo no era más que pasto seco y la neblina caía ligeramente sobre sus cabezas. No había ningún rastro de animal cercano.
Yuri forzó su vista al ver unas grandes sombras al costado por el que caminaban. Habían decidido caminar esas zonas a paso más tranquilo porque la bruma podría ser riesgosa en caso de lindar con quebradas o suelos inestables que no sería fácil distinguir.
— ¿Eso es cordillera? — preguntó Yuri a Viktor.
— Sí.
Los ojos de Yuri siguieron escudriñando las sombras, aunque de todos modos la neblina poco y nada le permitía ver. Le causaba un poco de emoción estar cerca de la cordillera, su imponente altura y el frío de allá arriba permitía al invierno llegar mucho antes.
— ¿Por dónde pasa la cordillera, viejo?
Viktor lo miró feo por unos segundos, pero el muchacho seguía intentando distinguir las montañas.
— Se alzan en Alpha, pasan cerca de Omega, Dzēta, Kappa, Pi, Iota, Gamma. La separación entre ciudades son kilómetros cuantiosos, pero la ciudad Psi dobla el número de kilómetros de lejanía de cualquiera de las demás, por ella continúa la cordillera, luego Delta y Xi. No se sabe muy bien dónde terminan porque las tierras más allá son desconocidas, pero seguramente plagadas de alfas.
Yuri lo miró como si fuera un bicho raro.
— ¿Cómo sabes tanto? — preguntó descolocado.
Viktor sonrió por la pregunta. Se la habían hecho muchas veces.
— En la mansión había un mapa hecho por mis antepasados. Tenía dibujado los puntos donde están las ciudades y una distancia aproximada entre una y otra, con el tiempo se les fue agregando más detalles; las montañas y la zona que abarcaba el mar, la cordillera, el punto de control del mercado negro en Lambda. Mi padre añadió al mapa las bases de enclaustramiento de los Escuadrones que había estado descubriendo; ideó un plan para saquear la comida de los betas y, cuando vio que el primer motín funcionó, me hizo estudiar todo el mapa para cuando el liderazgo pasara a mi cargo.
Yuri asintió con los labios separados. No lo admitió en voz alta, pero sintió algo de admiración hacia la dedicación de Viktor.
— ¿Y ahora hacia dónde nos llevas?
Oh, la pregunta menos favorita de Viktor.
— Es difícil de explicar, mocoso — Yuri frunció el ceño, pero al igual que él cuando llamó "viejo" a Viktor, el omega solo lo miró mal — solamente estamos huyendo según el mapa — y esperando que no me equivoque y terminemos todos perdidos, pensó.
Yuri no discutió con él, en vez de ello se dedicó a forzar su vista a las sombras tras la neblina. Sabía que era un factor en contra a la situación en la que se hallaban, pero pensó en cómo le gustaría que la nieve bajara luego; sentía que eso lo haría muy feliz.
— Debería haber una mansión en la cordillera. — murmuró más para sí mismo que para Viktor.
Eso haría todo más ideal: comodidad y nieve. Los felinos de clima cálido como Otabek y Luka estarían calentitos y él podría cuidar de su embarazo con tranquilidad, además de tener la nieve para su entretención adicional.
Hundido en sus cavilaciones, no se percató de que Viktor se lo quedó mirando con los labios separados, como si hubiese dicho algo muy profundo.
Todo el camino las palabras de Yuri taladraron la cabeza del líder del clan como fuertes gritos. Había recordado algo súbitamente.
Esa noche no habría tiempo de dormir, la decisión de seguir avanzando a cuesta de la oscuridad había sido unánime y solo harían una corta parada de dos horas para recuperar energías y comer.
Viktor había reunido al clan de forma no tan comprometida, porque desde un inicio no sabía si todos estarían de acuerdo con la nueva propuesta que haría.
Algunos felinos habían aprovechado de tomar siestas luego de comer y otros permanecían sentados aguardando tranquilamente en silencio la hora de volver a partir. Viktor aprovechó el silencio y comenzó despacio, pero su voz oyéndose claramente en el aire de ese campo abierto de cielo estrellado.
— Tendremos que detenernos en algún punto, no podemos huir por siempre — eso llamó la atención de varios. Viktor los miró, no serio, pero sí tanteando el terreno cuidadosamente, al ver las miradas que aguardaban una explicación a eso, continuó — la comida se va a acabar y no podemos quedar varados sin energías, Leroy y Cialdini nos podrían alcanzar.
— Queda algo de carne, podemos comer menos, y todavía podemos cazar. — respondió uno de los canes y Viktor negó con la cabeza.
— ¿Has visto u olfateado algún animal en el camino? — hubo un silencio — ni siquiera hay alfas por esta zona, además, si nos detenemos a hacer una caza profunda nos arriesgamos a perder tiempo estando a la deriva y todos expuestos.
— ¿Estás diciendo que vamos a morir? — preguntó una chica con el ceño fruncido.
— No es eso, Lia.
— ¿Y entonces qué propones? — la voz de Yuko sonó interesada, seguramente ya había leído sus intenciones.
— Huir a la cordillera.
Otabek hizo una mueca, al igual que todos los híbridos que tenían el mismo problema que él.
— Los felinos de climas cálidos no vamos a sobrevivir — dijo el muchacho — a la intemperie, el frío y el viento nos va a congelar, Viktor.
— Ese es el punto: no estaríamos a la intemperie. La ciudad Xi tiene una vieja base de enclaustramiento allí.
Por fin había obtenido la atención de todos.
— ¿Cómo-cómo sabes eso? — preguntó otro de los alfas — que recuerde nunca hemos estado tan lejos de casa — dijo refiriéndose a la mansión.
— Yo sí, hace muchos años, con mi padre. No lo había recordado, pero Yuri dijo algo hoy en la mañana y me acordé de ella — el omega escuchaba atento, parecía muy interesado mas guardaba silencio — fue uno de los primeros motines, nada aseguraba que funcionaría y por eso no fueron muchos alfas. Al final terminó siendo un éxito y la base quedó abandonada.
— Espera, ¿hace cuánto fue eso? — preguntó Yuuri.
Viktor hizo memoria unos segundos, mordiéndose el labio inferior por dentro.
— Unos... no lo sé, ¿hace catorce o quince años? eso creo.
— ¿Y crees que aún esté vacía?
— Está muy arriba entre las montañas, no creo que nadie más haya querido habitarla.
— Sí, Viktor puede tener razón — apoyó Leo — no creo que a ningún clan o alfa se le ocurriera habitar allá arriba ni mucho menos que los betas decidieran retornar a esa base sabiendo que no era segura y sabiendo que alfas ya la habían tomado. Además, son personas precavidas y no olvidan nada, una vez atacados en un lugar ya no vuelven a confiar en volver a poblarlo, como sucede con las ciudades devastadas.
— Exacto — concordó el líder.
Hubo un silencio meditativo, algunos se miraron entre sí y parecieron estar de acuerdo con la idea. Viktor volteó hacia a Otabek que hacía una mueca dudosa.
— Es una base grande, de seguro hay chimeneas dentro del recinto que podamos utilizar — aseguró a su amigo y a los demás felinos en la misma situación — recuerdo que no pudimos saquear todo el lugar por la distancia por la que debíamos retornar y porque éramos muy pocos. Por supuesto comida no queda, pero sí muchos objetos más que pueden ser bastante útil a la hora de subsistir allí dentro.
La pantera asintió, al parecer, un poco más convencido.
— Sí, puede ser una buena idea — agregó Yuko de pronto — el invierno nos pillaría antes, pero el viento de allá arriba y las nevadas podrían ocultar mejor nuestra huella y despistar a los que nos siguen hasta que el clan Feltsman llegue a ayudarnos.
Viktor asintió y preguntó si todos estaban de acuerdo. No hubo ninguna queja, incluso algunos dijeron que agradecían por fin tener un maldito destino al cual llegar ya que todo ese tiempo habían estado como errantes sin rumbo fijo.
Otabek sintió a Yuri frotar su rostro en su espalda. Volteó el rostro hacia atrás para mirarlo y supo de inmediato que el muchacho era el más feliz de todos allí con la nueva decisión. No obstante, al volver la mirada pudo distinguir -entre sus demás compañeros- que Yuuri Katsuki agachaba el rostro e intentaba ocultar una sonrisa entre sus labios. Definitivamente los híbridos de frío eran los más contentos con la prematura llegada de ese invierno.
El felino suspiró hondamente. Era feliz viendo a su pareja feliz, pero su corazón de verano se hallaba un tanto disgustado con la idea de la cordillera, y no dudaba en que hablaba por muchos más de sus compañeros en que ese sería uno de los inviernos más duros que tendrían que enfrentar.
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