Cordillera
A pesar de que hasta el momento de pasar Laguna Herradura solo habían estado huyendo por bosques, largas estepas, caminos planos y senderos serpenteantes, desde que Viktor había sentenciado con aprobación de todos que irían a la cordillera, el viaje se había hecho realmente pesado.
Rompieron el sentido en el que habían estado caminando y escalaron en pocos días colinas rodeadas de vegetación. El clima seguía siendo muy frío, pero esa mañana el sol había dado batalla a las nubes para que lo dejaran alumbrar por instantes las tierras. Con ese factor a favor, Viktor pudo volver a orientarse y observar la imponente cordillera que se alzaba frente a ellos, los bosques a las faldas de las montañas y los esporádicos pinos que iban desapareciendo a medida que la nieve se esparcía en los primeros picos de la primera capa de montes en cadena. Más allá, más atrás de ese plano, se situaba la base de Xi.
Mirar hacia atrás ponía inquieto a Nikiforov. A pesar de que el camino despejado solo mostrara verde y soledad, imaginó todo un clan enemigo corriendo hacia ellos, una avalancha de alfas que les rugía y ladraba con hambre.
Con tal amenaza en la nuca, no hubo tiempo que perder. En cuanto Viktor identificó el camino más conveniente volvieron a partir. Bajaron las colinas que se habían negado a ceder al otoño y aguardaban que la nieve llegara hasta ellas para cubrirse de un manto blanco. Esa primera introducción al viaje había sido fácil.
Los pocos que habían frecuentado el punto de control del mercado negro en Lambda sintieron que la zona baja, entre las montañas, era muy similar al terreno ya mencionado. Entre bosques y quebradas no tan altas que seguían, a veces se habrían espacios libres de troncos, pero los suelos comenzaban a poblarse de nada más que tierra seca y piedrecillas engañosas.
Cruzar el río que corría en la parte más baja, arrastrando las frías aguas desde las cordilleras, había sido lo más difícil.
En primera instancia solo se encontraron con agua, ningún atisbo de rocas ni algún pasaje más angosto que pudieran ayudarlos a atravesar.
— Ni en sueños — había dicho Yuri negando con la cabeza — ni en putos sueños voy a atravesar esa mierda nadando, ni mucho menos dejaré que Luka lo haga.
Sus traumas con ríos ya eran conocidos para Otabek y para Viktor. Una vez casi se había ahogado de no ser porque Otabek lo había salvado. No sabía nadar, a leguas se notaba la fuerza con la que la corriente corría y, además, tanto Yuri como los demás felinos se habían cerrado totalmente a la idea de atravesar el torrente teniendo contacto directo con el agua.
— Debe haber otra manera — dijo Viktor buscando con frustración a la distancia, no hallando nada por el momento.
Incluso para él, un can, la idea de cruzar ese obstáculo nadando no era ningún tipo de opción. El diámetro del río era considerable y podría ser una letal amenaza si se cometía un mínimo error.
Tuvieron que bajar junto al río varios kilómetros más lejos, en busca de una forma de cruzar. Demoraron dos días en dar con un par de rocas en posición favorable.
Solo por aquel inconveniente demoraron cinco días en total en atravesar esa área hasta llegar a las mismísimas faldas de las montañas cordilleranas.
Desde ese punto, el camino fue puramente ascendente y en menos de tres días no había nadie que al menos una vez no hubiera resbalado por el fraudulento suelo de recebo y rocas que se empeñaba en hacer sus patas deslizarse peligrosamente.
El frío se hacía más intenso, el viento les hacía doler el rostro, los abrigos ya no eran tan útiles y lo único que aplacaba las heladas era permanecer como híbridos el tiempo que más pudieran.
Ya no dormían en grupos separados, todos habían comenzado a dormir juntos, pegados los unos a los otros sin excepción.
En aquellos días fue el turno de Yuri por preocuparse de su familia. A pesar de que él y Katsuki estuvieran disfrutando del frío, el omega sentía un poco de lástima al ver a Otabek y Luka siempre temblando y siempre estando en movimiento para no perder ni un ápice de calor. Las noches para ellos eran horribles, Yuri hubiese dado todo por hacer alcanzar su pelaje para ambos, para poder proferirle el mayor calor posible a ambos.
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Yuko limpió con agua la marca en su cuello y palpó despacio para secar con un paño pequeño.
— Ya está seca la herida, procura no rascarte y en un par de semanas estará cicatrizando.
— ¿Crees que pueda dejar de usar la gasa? — preguntó Yuri, intentando tocarse y recibiendo un manotazo de la chica para que no lo hiciera.
— Sí, la dejaremos al aire para que el proceso sea más rápido y la marca pueda respirar. La gasa era solo para no llamar mucho la atención con el olor a carne abierta.
Después de cerciorarse de que estaba todo en orden, Yuko se relajó a su lado diciendo que necesitaba dormir o moriría de un colapso. Había estado toda la noche de guardia y las ojeras bajo sus ojos eran notables.
Otabek se había separado de él por unos minutos y en ese momento volvía con un trozo de carne en su hocico. El muchacho se recostó a su lado, tomando la comida entre sus garras y desgarrando la carne con sus colmillos. Se lamía de vez en cuando y, una vez acabó, empezó a asear su pelaje oscuro con su rasposa lengua.
Yuri no dijo nada y se recostó entre su amiga y su pareja, decidido a tomar una siesta también. Pero en cuanto cerró los ojos, sintió que Otabek se removía y empezaba a gruñir.
— ¿Beka? — preguntó.
Un aroma pesado inundó el lugar y Yuri se reincorporó de inmediato, alertado. Miró a Otabek, pero este se hallaba agazapado de forma violenta, como si estuviera listo para atacar, miraba hacia abajo la cuesta que habían subido hacía pocas horas atrás.
Antes de que pudiera preguntar entre confundido y asustado qué le pasaba, los ladridos de Viktor dieron súbitas órdenes como látigo y una decena de alfas del clan se lanzaron como pirañas montaña abajo, incluido Otabek.
Yuri se puso de pie y, mientras miraba sorprendido cómo el clan bajaba a toda velocidad, se pudo percatar que entre la concentración de pinos -allá abajo- se hallaban un par de jabalíes.
Yuko se reincorporó también, pero sabiendo que estaba demasiado cansada solo se limitó a observar emocionada a sus compañeros que bajaban con agilidad la pronunciada pendiente.
Sala y Michelle pasaron veloces por el lado de Yuri, saltando también a la caza. Escuchó que Yuuri les gritaba algo y al final terminaba resignado al ver cómo sus hijos hacían caso a sus instintos de alfa.
Plisetsky dio un jadeo sorprendido cuando notó que Luka intentaba seguirlos. Lo alcanzó a tomar del lomo con una pequeña sonrisa divertida.
— Hey, hey, hey — afianzó el agarre y lo detuvo a tiempo — ¿a dónde crees que vas? tú te quedas aquí.
Luka lamió sus manos y lo miró con esos ojos de leoncillo que derretían a Yuri; le estaba pidiendo permiso para ir. Pero Yuri sabía que para el pequeño omega la habilidad de caza no estaba dentro de su naturaleza si lo que quería era salir herido o que al primer contacto de su paladar con la sangre y carne cruda terminara vomitando todo lo que se hallaba en su estómago porque eso era lo que sentían y esa era la razón de que su especie no comía carnes crudas.
— Lo siento, cariño, pero de veras no puedes — sentenció acariciando la cabeza de Luka y volviendo a mirar la caza que ahora desaparecía y aparecía entre los pinos, con los alfas persiguiendo a la posible cena de esa noche.
Los otros del clan que aguardaron allí arriba también observaban atentos a sus compañeros, mascullando maldiciones o cortos ladridos de ánimo.
Quienes bajaron, rodearon la zona de los jabalíes, pero la vegetación no era tanta y un camuflaje eficaz no era del todo posible.
Los cerdos eran de proporciones considerables y se hallaban buscando raíces o plantas que comer. Era un grupo de hembras porque los machos no acostumbraban a estar en conjuntos, eran solitarios a menos de que estuvieran en época de apareamiento.
Intentaron ser silenciosos, pero en cuanto una de las del grupo, robusta y de grueso pelaje negro, se percató de la amenaza, sus pezuñas emprendieron carrera alertando a sus demás compañeras.
En conocimiento tácito, todos supieron que cada segundo era oro. Se lanzaron hacia ellas de inmediato.
Otabek se mantuvo cerca de uno de los puercos, mientras los demás comenzaron a acechar a las demás ya que ninguna presa en potencia se podía desperdiciar.
La pantera utilizó toda la fuerza en sus patas y corrió, hizo un tipo de media luna intentando alcanzar al animal que derrapaba y hacía maniobras desesperadas por escapar. Estuvo en esa constante persecución por al menos dos minutos hasta que, para su suerte, Leo se acercó para ayudarlo e hizo el rodeo por el lado paralelo al jabalí. No obstante, la presa no fue tonta y en cuanto vio la nueva amenaza doble, el animal tomó medidas exasperadas y volteó agresivo hacia Leo, corriendo con todas sus fuerzas para atacar sus colmillos.
Leo apenas logró esquivar el empujón, dando un salto y soltando un rugido. Dio una media voltereta azotándose con el piso, pero parándose de inmediato cuando el jabalí venía de vuelta con otro ataque. Ese último lo alcanzó a esquivar y entre Otabek y él acorralaron al jabalí, la pantera saltando a su cuello y encajando sus colmillos en esa zona. El puerco chilló y se zarandeó intentando soltarse, pero Otabek lo levantó con el hocico clavado en su carne y lo sacudió para que muriera pronto.
Justo a tiempo, porque ambos ya habían comenzado a cansarse.
Viktor, junto a un chacal y un jaguar lograron derribar a otro de la manada, un poco más lejos.
Un grupo donde se hallaba Isabella, Sala y Michelle, todavía perseguían a dos jabalíes que se las ingeniaban para escaparse.
Michelle saltó sobre uno de ellos, alcanzó a dar una mordida, pero con un grito el animal rápidamente se sacudió y viró bruscamente logrando zafarse de él. Sin embargo, al haber hecho esa brusca maniobra, terminó corriendo directo hacia la boca de sus depredadores. Intentó atacar a Isabella, esta recibió el golpe en el pecho, pero fue veloz y aunque el impacto le dolió no desclavó sus garras del lomo del jabalí y otros alfas le ayudaron a cazarlo de una vez por todas.
El último que les quedaba dando vueltas y chillando, lo cazaron entre muchos, esa última presa había sido más fácil. Lástima que se les había escapado otros dos que habían sido más inteligentes y no dudaron en correr montaña más abajo, derrapando y rodando por la cuesta, pero salvándose al fin y al cabo.
Algunos habían quedado adoloridos por los golpes, pero cuatro contundentes jabalíes habían valido la pena. Había sido una suerte el haberlos avistado a tiempo.
Se volvieron a reunir y los alfas que todavía conservaban algo más de energía encajaron sus mandíbulas en los jabalíes para subirlos a donde originalmente descansaban.
Yuri sintió una súbita admiración por su pareja. Nunca antes había visto cazar a Otabek y esa primera vez había sentido una fascinación profunda al ver al gran felino negro en acción.
Viktor pudo respirar aliviado una vez llegó al lado de su Yuuri, todavía podrían subsistir con esa nueva fuente de carne. El omega tomó el rostro del lobo de brillante pelaje grisáceo y besó a un lado de su boca con una tierna sonrisa.
— Ahora habrá comida para un par de días más, despreocúpate de ese problema — le dijo.
Nikiforov movió su cola, pero su cuerpo cedió y se recostó suspirando a un lado de su pareja. Sala y Michelle llegaron enseguida, emocionados por haber tenido la oportunidad de participar en una caza en conjunto, rodaron y se recostaron a un lado de sus padres. Viktor los empujó despacio con una de sus patas, en son de felicitaciones.
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A mediados de los seis meses de embarazo, el cuerpo de Yuri había estado sufriendo muchos cambios y de forma muy apresurada. El abrigo que solía usar se le entallaba al torso y no había duda de que todos en el clan ya sabían que estaba esperando un hijo de su compañero.
Otabek había recibido un río completo de felicitaciones y la alegría de sus camaradas había sido completamente palpable. Los chicos siempre habían sido respetuosos con los omegas que protegían, y aunque nunca habían tenido tanta familiaridad con ellos, cuando notaron la barriga de Yuri las atenciones habían sido muy evidentes. Nunca faltaba quien se le acercara al omega ofreciéndole agua o preguntando si todo marchaba bien. Yuri, siempre huraño con quienes no fueran de su círculo íntimo, se había sentido un poco descolocado; respondía de forma seca y a veces miraba desconfiado a los alfas antes de darles una respuesta. Por otro lado, Otabek no podía sentir nada más que agradecimiento, sabía que quienes quedaban en el clan eran los leales a Viktor y apreciaba el cuidado extra que le entregaban a su pareja.
Después de un tiempo, Yuri le había confesado a Otabek que empezaba a cansarse cada vez más en los trayectos donde no hacían muchas pausas. El peso de su barriga comenzaba a pasarle la cuenta y por las noches, aunque intentara aguantarlo, soltaba pequeños quejidos por los dolores musculares.
Otabek hacía todo lo que estaba a su alcance. Se ocupaba de cuidar de Luka porque no quería que Yuri se esforzara de sobre manera, se quedaba algunas noches despierto acariciando su espalda cuando lo escuchaba rezongar entre sueños, vigilaba que comiera y se hidratara, además de mantenerse a su lado para apoyarlo y cuidarlo cuando hacían recorridos.
Usando su forma híbrida, el torso de Yuri también dejaba al descubierto su tamaño, además, su pelaje empezaba a volverse mucho más mullido y brillante; como si empezara a florecer con el invierno al que se aproximaban.
— Me siento gordo — había murmurado una noche, mordiendo un trozo de los últimos pescados y devorándolo por completo en solo segundos.
Otabek estuvo tentado a responderle que, en efecto, estaba gordo. Pero se tragó sus palabras previendo un posible enfado del omega.
Repasó los dedos tras las orejas de Luka que dormía en su regazo en su forma de león, el pequeño ronroneó fuertemente.
— Te ves bien — le respondió tras unos segundos.
— Bien gordo. Los pantalones ya no me quedan y debo usarlos desabrochados y aún así me aprietan, solo este maldito abrigo logra tapar eso — se quejó soltando un corto gruñido.
El alfa comprendió hacia dónde iba eso, ¿acaso era esa la fase de cambios de ánimo de la que Yuko le había estado advirtiendo?
— Lo siento, amor — se disculpó aunque los cambios físicos eran algo natural del embarazo.
— Además me salieron más estrías en la piel y se ven horrendas.
— No son horrendas, Yura, es algo normal. Con el tiempo se irán, cuando el cachorro nazca tu cuerpo volverá lentamente a la normalidad.
El chico lo miró con sus delgadas cejas fruncidas, pero rápidamente apartó la mirada rodando los ojos. Otabek tendía a descartar sus preocupaciones con unas pocas palabras de aliento, su inagotable calma le hacía sentir ganas de arrancarle su estoica expresión a mordiscos.
El omega sintió que una fugaz rabia lo consumía, pensó que Otabek no sabía lo que decía, no entendía que realmente estaba molesto y él lo estaba tomando a la ligera. Las palabras desagradables salieron de su boca sin siquiera él pensarlo dos veces antes de soltarlas.
— ¿Por qué no quedas embarazado tú, mejor, y vemos si dices lo mismo? ¿ah? mejor ya cállate y deja de joder.
Otabek quedó mudo y lo miró sorprendido, fue solo entonces que Yuri pareció notar lo que había dicho, pero orgulloso tomó un trozo de carne cocida que tenía reservado a un lado y siguió mascando.
Su pareja lo miró por un par de segundos antes de desviar la mirada y quedarse en silencio. Seguía acariciando el rostro de su hijo dormido y fue a los minutos que Yuri a su lado comenzó a sentir que el súbito sentimiento de molestia se esfumaba para dar paso a uno de culpa.
Se sorprendió a sí mismo con la pequeña batalla que tuvo contra su orgullo para poder dirigirse a Otabek, ¡él hace mucho tiempo que había dejado de comportarse así de agresivo con su compañero! ni siquiera logró comprenderse a sí mismo y a ese arrebato que lo había poseído segundos atrás. Otabek solo había intentado darle ánimo, además el alfa había estado con él incondicionalmente esas últimas semanas, lo escuchaba, le daba fuerzas, lo apoyaba y le hacía mimos cuando se sentía mal.
El corazón del omega dolió y apretó sus labios. No, no podía comportarse así con Otabek. Cerró los ojos y chocó su cabeza contra el pecho del alfa, sintiendo el golpe brusco de haberse lanzado de esa manera descuidada.
— No es cierto lo que dije, lo siento — dijo bajito, sintiendo que Otabek lo rodeaba con su brazo y frotaba su espalda — lo siento, lo siento, no es tu culpa.
— Está bien, Yura. El embarazo debe estar siendo duro para ti, entiendo eso.
El corazón de Yuri se apretó mucho más, Otabek siempre era demasiado comprensivo con él. A veces sentía que no merecía tanto entendimiento de su parte, a veces él mismo sabía que estaba siendo un cretino.
— Lo siento — volvió a disculparse — es que mi cuerpo ha cambiado mucho y no me gustan los cambios — su voz se tornó temblorosa — me siento mal y feo y gordo y siento molestias en el cuerpo, además me duele el pecho por esa tonta cosa de la lactancia... quiero a este cachorro, lo quiero mucho, mucho, lo amo, quiero tenerlo entre mis brazos y que tú, Luka, su hermano y yo seamos una familia, pero pesa mucho y no sé cómo manejarlo a veces y eso me hace enfadar.
Otabek sonrió y asintió dejando un beso en la frente de Yuri.
— Tú y tu cuerpo están dando su mejor esfuerzo para poder cuidar a nuestro hijo. No estás feo, Yuri, si lo estuvieras te habría abandonado hace mucho tiempo — recibió un golpe de Yuri — era broma, era broma — aclaró — sabes que te admiro porque eres el omega más resistente que he conocido, pero también sabes que si te sientes así siempre estaré contigo para recordarte que sigues siendo tan hermoso y fuerte como la primera vez que nos conocimos, ¿bien?
Yuri frunció su ceño, sintiendo una profunda emoción por lo recién dicho. Asintió y prefirió cerrar sus ojos antes de ponerse a llorar, sintiendo la mano de Otabek todavía acariciar su espalda con afecto.
Otabek lo sostuvo a él y a Luka, confirmando que Yuko tenía razón y los cambios de humor en su pareja ya estaban allí y empezarían a hacer de las suyas con Yuri. Aunque esperaba que no fuera algo tan constante, no tenía dudas en que permanecería allí para ser el soporte del omega.
Fue en el sexto mes, también, que el primer estímulo físico del bebé se presentó.
Yuri se había devuelto entre las primeras filas en plena subida de montaña, bajando a cuatro patas veloz. Otabek y Yuko, que iban vigilando al clan desde la parte trasera, casi tuvieron un infarto al ver bajar de forma tan ágil a Yuri, sin siquiera temer a resbalar y caer colina abajo.
El leopardo de las nieves llevaba su larga y espesa cola afirmada en su hocico, una extraña costumbre que tendía a hacer. Otabek pudo sentir nítidamente las feromonas de Yuri, se hallaba animado y, en cuanto llegó a su lado, se echó en las piedrecillas, retorciéndose por unos segundos y quedando de espalda. Por unos segundos el alfa no lo comprendió, Yuri lo miraba con sus ojos aguamarinos grandes y brillosos, seguía mordiendo su cola. La pantera curiosa, miró la barriga abultada y mullida de un pelaje más claro que Yuri había dejado expuesta. De inmediato sintió que su corazón se aceleraba emocionado: su cachorro se estaba moviendo.
Yuko, en su forma de dingo, se agachó con sus patas delanteras y movió su cola animada. La muchacha, que había estado pendiente del omega desde los inicios de su embarazo, se había alegrado mucho ya que días atrás había visto preocupada a la pareja porque su cachorro no daba indicios de querer moverse.
El estómago de Yuri tenía movimientos sutiles, pero notorios una vez se quedaba quieto como en ese momento que se mostraba a su pareja. Se notaba que algo allí dentro golpeaba las paredes internas distinguiéndose claramente del movimiento parsimonioso de la respiración de Yuri.
Otabek se acercó a Yuri y arrulló su rostro con el del omega, volviendo de inmediato la vista otra vez a el vientre de Yuri. Lamió emocionado el rostro del leopardo, el omega agarrándolo feliz con sus patas recibiendo gustoso los besitos de la pantera.
Yuuri se mostró igual de maravillado cuando vio moverse su vientre.
— ¿Es muy pequeño? ¿cuánto debe estar pesando? — preguntó a Otabek que tenía a Yuri como leopardo entre sus piernas, recibiendo dichoso la atención de sus caricias.
— Yuko dijo que debe estar pesando cerca de un kilogramo — dijo echando una ojeada a Luka que se hallaba unos metros más allá jugando con Michelle y Sala.
— Oh, y eso que todavía le falta crecer.
Katsuki sonrió ampliamente y acarició el pelaje de Yuri, también quedando flechado por lo espeso y esponjoso que era el leopardo. Yuri se deshacía en atenciones y en ese instante era una máquina de ronroneos.
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Los cambios de ánimo en Yuri, por suerte, no eran tan constantes. El omega intentaba manejar sus estados anímicos, a veces no sin mucha suerte, pero Otabek se había empeñado en tener siempre un ojo sobre él y empezar a sobreanalizar todo lo que hacía o cómo se comportaba. De esa forma, el alfa había comprendido que en la mayoría de los casos cuando Yuri se mostraba demasiado taciturno o su semblante era serio, era porque estaba pensando cosas de más y se empezaba a molestar de forma muy silenciosa que, si no era tratada con cautela, pasaba a un estado más grave de enfado y una fase final de desquite con quienes lo rodeaban.
Era por ello que Altin, apenas notaba demasiado silencioso o apático a Yuri, le hablaba con amabilidad de cualquier otro tema por más que le costara iniciar una conversación banal. De esa manera, más un par de dulces elogios, el omega se desconcentraba de los malos pensamientos y relajaba sus emociones.
Tales situaciones mermaron cuando alcanzaron las primeras montañas nevadas. Yuri había saltado emocionado sobre la capa blanca, sintiendo el frío en sus patas y su clima favorito elevando sus niveles de alegría. Era como volver al hogar.
Yuuri Katsuki hubiese sentido la misma dicha de no ser porque era un omega con período regular y su sistema, habiendo percibido los tres meses, decidió que ya era hora de tener el celo.
Viktor percibió claramente el aroma cuando recién Yuuri comenzaba a marearse, el corazón le saltó con euforia, pero tuvo que contenerse.
Se detuvo y le preguntó a su pareja si se sentía demasiado aletargado como para continuar. Estaban en pleno campo abierto, sin siquiera un rincón en el cual camuflarse. Solo estaban allí, con las patas hundidas en la nieve y los alfas del clan guardando distancia del omega y su líder, tragando la saliva que se les acumulaba en el hocico e intentando desviar sus pensamientos para no pensar en el dulce aroma pesado que los envolvía.
— ¿Te sientes bien? ¿crees poder continuar? — en su voz estaba el tinte de la frustración porque sentía demasiado no tener a su alcance algo más útil para ayudar a su pareja.
El zorro ártico chilló despacio, haciéndole entender que lo haría. Echó una mirada al clan que se hallaban metros más allá y miró a Viktor con los ojos brillantes.
— ¿Quieres ir detrás de ellos? — Katsuki asintió, bajando la cola, sus patas temblaban — bien, te haré compañía.
Acarició su rostro y Yuuri cerró los ojos ante la caricia.
— ¿Todo está bien? — preguntó Michelle acercándose junto a su hermana y Yuko.
Yuko se arrodilló y le tocó las orejas a Yuuri. Sala miraba con tristeza sabiendo lo mal que la pasaba su padre cuando su celo llegaba y ahora mucho más sin supresores para suprimir las feromonas que su cuerpo soltaba casi por inercia.
— Tienes algo de fiebre — dijo Yuko palpando su rostro con sus manos frías — ¿en serio puede continuar? — preguntó dirigiéndose a Viktor.
— Iremos a la retaguardia para que Yuuri se sienta más cómodo.
Yuko asintió, pero de pronto el aire se tornó denso y pesado.
Algo andaba mal.
Yuuri se encogió en sí mismo, casi confundiéndose con la nieve de no ser por sus ojos carmesí que comenzaron a temblar. Miró a Viktor y este pudo olfatear el miedo en su pareja.
Lo captó de inmediato.
— ¿Qué pasa, Yuuri? — preguntó Yuko.
Pero no tuvo que aguardar mucho más para averiguarlo, tampoco los demás chicos.
Alfas. Olía a alfas. Un olor pestilente y desatado, feromonas feroces y dominantes comenzaba a abundar.
Viktor chasqueó la lengua.
Mierda, justo en el peor momento.
Yuuri tenía el pelaje engrifado, un escalofrío asqueroso le recorrió desde la nuca hasta la cola, su omega reconocía la amenaza. El dolor de cabeza se había acentuado, intentaba controlar su aroma, pero no podía y eso le comenzaba a desesperar. Solo podía agazaparse a la nieve mientras la molesta sensación del calor agolpaba su vientre y el aroma a peligro sensibilizaba sus sentidos.
A Viktor se le erizaron los vellos de la nuca y buscó alarmado con la vista a quienes se acercaban.
— ¡Allá! — apuntó Sala. Una mancha anaranjada naciendo entre un horizonte nevado.
— Joder — dijo apretando los puños, el corazón le comenzó a saltar, debía pensar rápido.
Los demás del clan ya se habían percatado de la amenaza y varios el gritaron la obvia llegada de un enemigo que para nada esperaban.
— ¡Viktor! — gritó de pronto uno — ¡es un grupo de pumas!
Debía actuar rápido.
— Quédense con Yuuri — les dijo a sus hijos, sabiendo que podrían proteger a su padre.
Viktor intentó correr con algo de dificultad entre la nieve. Se acercaban demasiado rápido, el aroma nauseabundo del hambre y la excitación haciendo mella en el aire, mezclándose con la esencia del Katsuki.
— ¡Plisetsky, retrocedan tú y Luka! — gritó apuntando a sus espaldas antes de tomar a su híbrido.
Ambos omegas obedecieron y pasaron por su lado corriendo y dando saltos en la nieve para avanzar más rápido.
Viktor domó la situación y con un aullido, su clan comprendió claramente.
No había otra opción, de aquello no había huida.
Tendrían que aniquilarlos a todos. Solo así podrían abrirse paso.
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