Base

La nieve había cesado de caer y les dio una pequeña tregua a las patas que se acercaban a su destino. Después de una larga travesía, el clan Nikiforov habían llegado por fin a la base de enclaustramiento de Xi.

No había duda de que esperaban que las lluvias en las zonas bajas de la Cordillera pudiera borrar un poco sus huellas. Otra ayuda de las nevadas de allá arriba tampoco les vendría mal en disimular sus aromas para que el clan Leroy no pudiera alcanzarlos tan fácilmente.

En cuanto llegaron y el líder del clan hizo un rápido estudio del primer plano de la base con la mirada, dio órdenes para ponerse manos a la obra.

— El trabajo no termina acá, tendremos que hacer algunos ajustes antes de poder descansar — apuntó hacia la puerta por donde habían ingresado agachados — primero necesito un grupo de diez que apalee la nieve de la entrada para que esa zona quede despejada. Ya envié a otros chicos a buscar herramientas para ello. Necesito otro grupo en las murallas para que saquen la nieve en las pasarelas, pero tengan cuidado o podrían resbalar. Yuko, tú irás a registrar dentro del lugar — apuntó a unos chicos que se hallaban cerca y añadió — ustedes la acompañarán. Otro grupo nos ocuparemos del patio y los que queden registren el lugar, hay algunas casetas que no recuerdo y necesito que cuando crean haber terminado me hablen de lo que encontraron. Bien, eso sería, terminemos luego si queremos descansar luego.

Y dicho eso, todos acataron las órdenes de su líder.

Viktor dejó para el final las jaulas de enclaustramiento que se hallaban en el patio, como de costumbre, pegadas a una de las paredes y alejadas del ala central. Sus paredes eran de concreto y el único resquicio donde entraba el aire eran los gruesos barrotes de fierro. Estaban pegadas una al lado de la otra en cinco hileras y eran de espacio muy reducido, un poco más de un metro de ancho y de dos metros de alto, de tal modo que los alfas no tuvieran otra cosa que hacer más que sentarse a que el frío los calara; cuestión que podría considerarse como otra herramienta extra para su tortura enclaustrados sin comida, sin agua, enloqueciendo y aguardando su inminente muerte.

Pero ahora los gruesos grilletes de las rejas no estaban cerrados y sus puertas estaban abiertas, muestra del motín hecho años atrás. Tal vez algún que otro afortunado había logrado sobrevivir.

Además de las jaulas en el extenso patio de la base, también se desprendían dos escaleras empinadas en ambos costados de las murallas. La que estaba más cerca del portón principal se extendía, primero, a un cuarto pequeño de vigilante al mando, y luego seguía hasta los pasillos de vigilancia de las murallas que rodeaban todo el perímetro de norte a sur y de este a oeste. Tras la segunda escalera -un poco más ancha, pero más corta- se encontraba una puerta de metal que daba hacia las duchas y los baños del recinto. Subiendo por la misma se llegaba al pasillo del primer piso, donde se desprendía un escenario lúgubre de cemento y polvo, era como una sala de estar, pero muy decadente y sin muchos muebles más que una mesa en el fondo, una chimenea y un par de sillas desperdigadas; algunas de ellas con sus patas quebradas. Las ventanas del lugar estaban rotas. En el mismo piso también se hallaba una cocina rudimentaria, pero con varios utensilios que les podrían ser muy útil a la hora de sobrevivir. Otra escalera de madera daba hasta el segundo piso, donde al menos veinte habitaciones se desprendían una al lado de la otra, pero todas con dimensiones de cuatro por cuatro metros aproximadamente y separadas por una pared de ladrillos; cada una con una cama de viejo metal, pero con colchones. Con eso, el clan se dio por pagado. El tercer piso tenía más habitaciones y otros varios cuartos donde hallaron cosas como mantas, algunos almohadones, galones de gas y varios bidones de vino y agua enmohecida que no les podría ser útil. En aquel mismo piso encontraron la sala que se suponía pertenecía al cadete médico.

Yuko buscó entre los muchos cajones que había en un viejo mueble de madera y dio con una cajita de metal donde halló una aguja de sutura curva e hilo de nylon para el mismo uso. Casi brincó de alegría cuando al estirar su mano y entre jarabes caducados, jeringas y más frascos que desconocía su contenido, casi al fondo, encontró alcohol etílico. Le llevó un poco más de tiempo en poder encontrar gasas limpias y empaquetadas, pero en el camino encontró un par de pastillas -que todavía servían- para dolores musculares. Las que no tenían especificación en la parte trasera decidió dejarlas en su lugar.

Tomó todo y lo llevó un par de habitaciones más allá, en el mismo piso, donde Otabek descansaba sentado en una de las camas muy pálido y apoyado en el hombro de Yuri. Soltó un gruñido descontento cuando vio los paquetitos con los que volvía Yuko entre las manos, sabía que era lo mejor, pero también sabía que el peor dolor estaba por venir.

— Respira profundo y aguanta, solo será unos minutos — le dijo la chica.

Yuri se había corrido para hacerle espacio.

Cuando la herida quedó al descubierto, la chica sintió que se veía mucho peor que antes. Era una herida de al menos una pulgada, los colmillos que se le habían clavado ni se notaban porque le habían rasgado la piel de forma no uniforme. El corte no era lineal, sus bordes eran disparejos e hinchados, además, tenía rayas rojas alrededor, el chico decía sentir un dolor atroz, tenía fiebre y dolor de cabeza.

Cuando Yuko apretó y Otabek dio un corto grito antes de taparse la boca, sangre coagulada brotó de la hinchazón: la herida sí estaba infectada. Pero pudo respirar al notar que no había presencia de pus o mal olor en la zona lastimada.

— Te quedará una cicatriz.

— Tampoco esperaba quedar con piel de porcelana.— dijo respirando con dificultad, soltando un gemido cuando sintió que Yuko repasaba alcohol alrededor del corte.

Yuri le había dado la mano, pero Otabek prefirió soltársela antes de triturársela a apretones.

Fue un delirio la curación. Yuri intentaba apoyarlo moralmente, pero obviamente así no podía calmar el dolor físico en su pareja. La sutura casi había hecho llorar a Otabek de no ser porque algo de orgullo tenía y se contuvo. Una herida abierta, profunda y con carne expuesta siendo suturada, mierda, ¡era de las miles de cosas que jamás quería volver a protagonizar en su maldita vida!

Cuando Yuko puso al fin los adhesivos en los cuatro costados de la gasa cubriendo los puntos, Otabek suspiró largo y pesado. No podía mover el cuello, ni siquiera el brazo. Eso duraría al menos unas tres semanas, como le dijo Yuko

— Lo hiciste bien — le había dicho Yuri, dejando un besito en su mejilla.

— Yuri, vigila que se tome estas pastillas mañana, tarde y noche — le dijo la chica pasándole dos tabletas de pastillas blancas y redondas.

— No soy un niño — había reclamado el alfa, pero poca atención le prestaron.

— Esas son para dolores musculares, esas otras para dolor de cabeza — siguió diciéndole al omega que respondía con asentimientos entusiasmados.

La pantera, rendida, terminó por recostarse en la pequeña cama con algo de esfuerzo.

Ambos chicos hablaron un poco más sobre Otabek y sobre el embarazo, y cuando Yuko notó que todo marchaba bien con ambos, palmó los pies de la cama. Solo entonces Yuri notó que su amiga les había traído un almohadón una manta gruesa. Seguido, se marchó a ayudar al clan allá abajo en el patio.

— Levanta la cabeza.

Otabek obedeció apoyándose lentamente en su brazo bueno. Las manos de Yuri acomodaron un almohadón bajo su nuca. El chico tomó la manta y, acostándose con cuidado al lado de su pareja, los tapó a ambos.

Lo miró con esos grandes ojos aguamarinos mientras se acomodaba entre su brazo sano y su pecho, la abultada barriga de Yuri chocando con sus costillas.

Otabek sonrió después de tanto sufrimiento y coló su mano por un costado bajo la ancha sudadera de su pareja. Su cachorro se removió ante su toque.

— Si es niña quiero que se llame Anna.

El corazón de Yuri dio un brinco.

Miró a Otabek sorprendido, ¿en serio había dicho eso? ¿no lo había imaginado?

— Como tu hermana mayor, te gusta la idea, ¿cierto?

¿Cómo demonios hacía ese hombre para leerlo tan fácilmente? era cierto que él también había pensado en ese nombre, pero no había querido decírselo porque temía sonar egoísta.

— ¿Y si es niño? — preguntó el omega, con una sonrisa bailándole en los labios.

— Mmh...

— ¿Bekita o Lukita?

Otabek se rio y su mano presionó despacio donde su bebé acababa de patear, como si respondiera a sus caricias.

— Misha o Dani, me gustan ambos — ronroneó Yuri en el cuello del alfa, repartiendo mordidas suaves y mimos al pobre convaleciente.

— Dani — repitió Otabek subiendo su mano hacia los cabellos de Yuri, entregándole su dosis de cariño. — Dani es lindo nombre.

...

Fuera de las murallas de donde Otabek y Yuri descansaban, Leo y algunos chicos buscaban la forma de volver a trabar el gran portón de gruesa madera en sus bisagras. Ninguna de las piezas estaba rota, por lo que solo tendrían que hacer un trabajo de fuerza entre varios para poder parar la puerta y cerrar ese lugar.

Sala, Michelle y Luka aportaron su granito de arena cerrando todas las jaulas de enclaustramiento para que las rejas abiertas no molestaran al pasar o al limpiar, puesto también debían apalear la nieve de ese lugar al descubierto para no quedar con la nieve hasta las rodillas.

Michelle escuchó claramente cuando su hermana dio un pequeño grito y hacía un movimiento extraño con sus manos, como si espantara moscas. Luka dio un respingo y, asustado, imitó a la chica cuando corrió asustada hacia su hermano.

— ¿Qué pasa? ¿te hiciste daño? — le preguntó preocupado.

Luka se había pegado a su lado y apretaba su mano.

— Mi pie... mi pie se hundió mucho allí, no sé, es que... — tartamudeó Sala.

El chico rodó los ojos, seguramente había pisado alguna basura o algo así. Dejó a ambos chicos allí y se acercó donde su hermana había hecho escándalo. Buscó entre la nieve con las manos desnudas, era una tarea algo difícil si la nieve estaba tan compactada y le agarrotaba los dedos. Dio un paso hacia atrás y sintió algo crujir bajo su bota. Algo confundido, retiró su pie y decidió buscar allí con sus manos, hasta que encontró una tela vieja bañada en un líquido marrón y tiras sólidas bajo esta. No tardó mucho en reconocer lo que era y quitó su mano como si quemara.

— Mierda... — maldijo por lo bajo.

— ¿Qué era? — gritó su hermana desde su posición, con un curioso Luka que se ponía de puntillas como si así pudiese ver lo que él había visto.

Bajo la nieve yacían los restos de los cadetes muertos años atrás.

Le dijo al oído a su hermana de lo que se trataba, Sala respondió arrugando la nariz con disgusto y asco.

— ¿Qué era? — también preguntó Luka, pero ambos se miraron en un acuerdo tácito de no decirle la verdad o podría asustarse.

— ¿Recuerdas esos bichos raros que vimos cuando estuvimos en Yplison? — le preguntó Mickey, bajando a su altura.

Luka frunció el ceño, ¿Yplison? ¿qué era eso? por suerte Michelle recordó que el niño no sabía el nombre de los lugares por los que huían y se apuró en explicar.

— Ese lugar verde en que había mar, ¿te acuerdas? esos escarabajos grandes con alas con los que saliste corriendo porque te asustaste.

Luka puso una cara compungida y asintió despacio.

— Pues encontré muchos allí abajo de la nieve, así que no debes acercarte a ese lugar, ¿bien?

— Le diremos a Viktor que los saque de ese lugar para poder pasear — agregó Sala.

Luka asintió con cara asustada. Si había algo en el mundo que odiaba mucho, eso eran los insectos.

Los hermanos se encargaron de decírselo a su padre y Viktor, con un largo suspiro por la mala noticia, se tuvo que quedar hasta altas horas de la noche con sus colegas olfateando el perímetro en busca de cadáveres y huesos de los cuales deshacerse. Apalear el lugar tampoco fue tarea fácil, estuvieron hasta altas horas de la madrugada limpiando todo. Los restos de betas que encontraron los echaron a uno de los sótanos que jamás utilizarían para así nunca más encontrarse con ellos.

La nevada del día siguiente seguramente volvería a cubrir el patio, pero al menos sus pies se hundirían hasta los talones y no hasta las rodillas.

Fue cuando estaba apunto de seguir a sus compañeros hacia las escaleras, que notó algo peculiar justo al otro lado de los escalones, contrario a donde estaban los baños. Antes de llegar a las escaleras, se había construido un piso de rocas cuadradas idénticas a las de las murallas y, al Viktor dar un pisotón a unas rocas extrañamente curvadas hacia arriba, como si estuvieran hinchadas, hubo un sonido hueco.

— ¿No vienes? — preguntó Leo asomándose por la baranda de la escalera.

— Mira esto.

El chico lo vio curioso y se devolvió sin perderlo de vista.

El lobo pasó las manos por los costados de las rocas, intentan agarrar algo como si pudiera sacarlas de allí. Leo le ayudó en la tarea y juntos pudieron tirar del lado correcto.

— Es una trampilla — dijo asombrado Leo.

Viktor sonrió, negando con la cabeza.

— Hay que darles créditos. Estos desgraciados cavaron túneles de seguridad.

— ¿Piensas bajar?

Nikiforov negó con la cabeza, volviendo a cerrar la trampilla.

— No hoy, pero tal vez luego. Ya averiguaremos hasta dónde lleva el túnel.


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